1 entrevista a jorge luis borges para cultura y nación

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ENTREVISTA A JORGE LUIS BORGES PARA CULTURA Y NACIÓN-CLARIN
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Vladimir Nabokov/ Sobre "La Metamorfosis"
Nacido en 1883, Franz Kafka se crió una familia judía de lengua alemana, en Praga,
Checoslovaquia. Es el más grande escritor alemán de nuestro tiempo. Incluso poetas
como Rilke o novelistas como Thomas Mann son enanos o santos de yeso en
comparación con él. Se graduó de leyes en la universidad alemana de Praga y a partir de
1808 trabajó como escribano: un pequeño empleado en una oficina muy gogoliana de
una compañía de seguros. Ninguno de sus ahora famosos trabajos, como sus novelas “El
proceso” (1925) y “El castillo” (1926) fueron publicados durante su vida. Su gran
cuento “La metamorfosis” fue escrito en el otoño de 1912 y publicado en Leipzig en
octubre de 1915. En 1917 escupió sangre por primera vez, y el resto de su vida, un
período de siete años, fue marcada por estancias en sanatorios de Europa Central. En
esos últimos años de su corta vida (murió a la edad de cuarenta) tuvo un feliz romance,
y vivió con su concubina en Berlín, en 1923, no muy lejos de donde yo estaba. En la
primavera de 1924 ingresó en un sanatorio cercano a Viena, donde murió el 3 de junio,
de tuberculosis en la laringe. Fue enterrado en un cementerio judío en Praga. Le pidió a
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su amigo Max Brod que quemara todo lo que había escrito, incluso el material que
había publicado. Afortunadamente Brod no cumplió el deseo de su amigo.
Antes de comenzar a hablar acerca de “La metamorfosis”, quiero oponerme por
completo a la opinión de Max Brod de que la categoría de santidad, y no de literatura, es
la única que puede ser aplicada para entender los escritos de Kafka. Kafka era antes de
todo un artista, y aunque se puede sostener que todo artista es, a su manera, un santo (yo
mismo también creo eso), no creo que puedan existir implicaciones religiosas en el
genio de Kafka. El otro asunto al quiero oponerme es al punto de vista freudiano. Sus
biógrafos freudianos, como Neider en “El mar helado” (1948), sostienen, por ejemplo,
que “La metamorfosis” tenía sus bases en la compleja relación de Kafka con su padre y
su sentido de culpa que lo acompañó toda la vida; además dicen que en el simbolismo
mítico los niños son representados por insectos –lo cual pongo en duda- y continúan
diciendo que Kafka usa el símbolo del bicho para representar al hijo de acuerdo a los
postulados freudianos. El bicho, dicen, caracteriza la sensación de inferioridad ante su
padre. Estoy interesado aquí en los bichos, no en los disparates, y estoy en contra de
esta estupidez. El propio Kafka era bastante crítico de las ideas de Freud. Consideraba el
psicoanálisis (cito) como “un error sin salida”, y consideraba las teorías de Freud como
burdas aproximaciones que no hacían justicia a los detalles o, lo que es más, a la esencia
de las cosas. Esta es otra razón por la cual me opongo a una aproximación de Kafka a
Freud, y me concentro, en su lugar, en el momento artístico.
La mayor influencia literaria sobre Kafka la ejerció Flaubert. Flaubert, quien detestaba
la prosa demasiado bella, habría aplaudido la actitud de Kafka hacia esta herramienta. A
Kafka le gustaba sacar sus términos del lenguaje de las leyes y de la ciencia, dándoles
un matiz de precisión irónica, sin intrusión de los sentimientos privados del autor; y este
era exactamente el método de Flaubert, el cual él llevó a cabo con un singular efecto
poético.
El héroe de “La metamorfosis” es Gregorio Samsa, quien es el hijo de una familia de
clase media en Praga, filisteos flaubertianos, personas interesadas solamente en el lado
material de la vida y vulgares en sus gustos. Cinco años antes, el viejo Samsa había
perdido la mayor parte de su dinero, por lo cual su hijo Gregorio tomó un trabajo con
uno de los acreedores de su padre y se convirtió en un vendedor ambulante de ropa. Su
padre entonces dejó de trabajar, su hermana Greta era muy joven para trabajar, y su
madre estaba enferma de asma; así el joven Gregorio no sólo fue el sostén de la familia
sino que además encontró para ellos el apartamento en que estaban viviendo. Este
apartamento, un piso en una casa de apartamentos, en la calle Charlotte para ser exactos,
está dividido en segmentos, tal y como el propio Samsa será dividido. Estamos en
Praga, Europa central, en el año 1912; los sirvientes son baratos y los Samsa pueden
contratar a una sirvienta joven, Anna, de dieciséis años (uno menos que Greta) y una
cocinera. Gregorio está la mayor parte del tiempo lejos, de viaje, pero cuando la historia
arranca está pasando la noche en la casa entre dos viajes de negocios, y es entonces que
el suceso terrible ocurre: “Una mañana, cuando Gregorio Samsa despertó de un sueño
turbulento, se vio transformado en un monstruoso insecto. Yacía sobre su espalda, dura
como una armadura, y cuando alzó un poco la cabeza pudo ver que su vientre carmelita
parecía una cúpula y estaba dividido en segmentos corrugados. La colcha casi no podía
mantenerse en su posición y estaba a punto de correrse completamente. Su numerosas
piernas, que eran extremadamente pequeñas en comparación con el resto de su cuerpo,
se agitaban nerviosamente ante sus ojos.”
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“¿Qué me ha ocurrido?, pensó. No era un sueño…”
“Los ojos de Gregorio se volvieron hacia la ventana –se podían oír las gotas de agua
golpeando en el cinc del borde externo del alféizar-, y el mal tiempo lo puso muy
melancólico. Qué tal si sigo durmiendo un poco más y me olvidado de toda esta
tontería, pensó, pero no podía hacerlo, porque estaba acostumbrado a dormir sobre su
lado derecho y en su presente condición no se podía dar vuelta. Cada vez que trataba de
voltearse violentamente sobre su lado derecho, volvía de nuevo a la misma posición.
Trató de hacerlo al menos unas cien veces, cerrando los ojos (1) para evitar verse sus
agitadas piernas, y solo desistió cuando comenzó a sentir en su costado un fuerte dolor
que nunca antes había experimentado.”
“Ay, Dios, pensó, qué trabajo más agotador he escogido. Viajando día tras día. Se
sufren muchas más ansiedades en el camino que en la oficina, las preocupaciones sobre
los cambios de trenes, las comidas malas e irregulares, los encuentros casuales con
personas a las que más nunca volveré a ver, que nunca podrán ser amigos íntimos. ¡Al
diablo con todo eso! Sintió una ligera picazón sobre el vientre; lentamente se estiró
sobre su espalda para estar más cerca de la cabecera de la cama y así poder levantar la
cabeza más fácilmente. Vio el lugar que le dolía, que estaba cubierto con pequeños
puntos blancos, los cuales no pudo identificar. Trató de tocárselos con una de sus patas,
pero la retiró inmediatamente, pues el contacto hizo que un temblor frío lo recorriera.”
Ahora, ¿qué es exactamente el insecto en el cual el pobre Gregorio, el sórdido viajante
de comercio, se ha transformado de forma tan repentina? Obviamente pertenece a la
rama de los artrópodos, a la cual pertenecen los insectos, arañas, ciempiés y crustáceos.
Si las “numerosas piernas” mencionadas en la narración significan más de seis piernas,
entonces Gregorio no puede ser un insecto desde el punto de vista zoológico. Pero
sugiero que a un hombre tendido sobre su espalda que observa que tiene al menos seis
piernas vibrando en el aire, le puede parecer que seis piernas son suficientes para ser
llamadas “numerosas”. Por tanto, asumiremos que Gregorio tiene seis piernas, y por
tanto es un insecto.
Próxima pregunta: ¿qué insecto? Muchas personas dicen que una cucaracha, lo cual por
supuesto no tiene sentido. Una cucaracha es un insecto de forma plana y con largas
piernas, y Gregorio es cualquier cosa menos plano: es convexo en ambos lados, vientre
y espalda, y sus piernas son pequeñas. Se parece a una cucaracha en un solo aspecto: su
color es carmelita. Esto es todo. Aparte de esto tiene un enorme vientre convexo
dividido en segmentos y una espalda dura y redonda, en la que podría haber una
cubierta para alas. En los escarabajos esta cubierta esconde pequeñas alas, que se
expanden y los pueden transportar a lo largo de varias millas en un vuelo errante.
Curiosamente, Gregorio el escarabajo nunca se da cuenta de que tiene alas bajo la dura
cobertura de su espalda. (Esta es una muy buena observación de mi parte para que la
atesoren por el resto de sus vidas: algunos Gregorios, Joes y Janes no saben que tienen
alas). Además, tiene unas fuertes mandíbulas. Él usa estos órganos para darle vuelta a la
llave en la cerradura mientras se mantiene erecto sobre sus piernas traseras, en su tercer
par de piernas (un par de piernas fuertes), y esto nos da el tamaño de su cuerpo, el cual
es de cerca de tres pies de largo. En el transcurso de la historia se va acostumbrando
gradualmente a usar sus nuevos apéndices –sus pies, sus antenas. Este escarabajo
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carmelita, convexo y del tamaño de un perro, es muy ancho. Me imagino que debe lucir
de esta forma:
En el texto original en alemán la vieja sirvienta lo llama Miskäfer, un “escarabajo
rinoceronte”. Es obvio que la buena mujer le está añadiendo el epíteto solo por ser
amistosa. Técnicamente, él no es un “escarabajo rinoceronte”. Es simplemente un
escarabajo gigante (Debo añadir que ni Gregorio ni Kafka vieron el escarabajo muy
claramente).
Pero veamos más detenidamente la transformación. El cambio, aunque es chocante, no
es tan extraño como podría pensarse a primera vista. Un comentarista lleno de sentido
común (Paul L. Landsberg en El problema kafkiano [1946], ed. Angel Flores) observa
que “Cuando nos acostamos en un ambiente poco familiar, estamos aptos para tener un
momento de aturdimiento antes de levantarnos, una sensación repentina de irrealidad, y
esta es la experiencia que debe ocurrir una y otra vez en la vida de un viajante de
comercio, una forma de vida que hace imposible cualquier sensación de continuidad”.
El sentido de realidad depende de la continuidad, y de la duración. Después de todo,
despertarse como un insecto no es muy diferente que despertarse como Napoleón o
George Washington (conozco a un hombre que se despertó una vez como el emperador
de Brasil). Por otra parte, el aislamiento, el extrañamiento de la realidad es, después de
todo, algo que caracteriza constantemente a los artistas, los genios y los descubridores.
La familia Samsa alrededor del fantástico insecto no es otra cosa que la mediocridad
alrededor del genio.
Notas del autor
(1) Nota de Nabokov en su copia anotada: “Un escarabajo regular no tiene párpados y no puede cerrar sus ojos
–un escarabajo con ojos humanos”. Acerca del pasaje en general hizo la siguiente observación: “En el
original en alemán hay un ritmo maravilloso flotando en esta secuencia de oraciones. Él está a medio
levantar –se da cuenta de su estado sin sorprenderse, con una aceptación infantil de esto, y al mismo tiempo
todavía conserva los recuerdos y experiencias humanas. La metamorfosis no es del todo completa”.
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La Introspección y el Sueño en el Microcosmos
KAFKA
Por Tomás Barna
"El sueño revela la realidad.
Este es el horror de la vida, lo terrorífico del arte."
FRANZ KAFKA
Es indudable que durante la mayor parte de su existencia, KAFKA —uno de los
escritores más desconcertantes y trascendentes del siglo XX— ha vivido en
una peligrosa connivencia con el orbe del sueño. Por algo Jean-Paul Sartre
llegó a decir que "Kafka nos muestra la vida del ser humano perpetuamente
trastornada por una trascendencia imposible, y esto sucede porque él cree que
existe dicha trascendencia. Su universo es, a la par, fantástico y rigurosamente
verdadero."
Otro de los caracteres peculiares de Franz Kafka es la esencia poética
de su prosa, a lo que se ha referido así Hermann Hesse: "Kafka no
tiene nada que decirnos como teólogo o filósofo; él nos habla siempre
en estado de poeta."
El propio Kafka llegó a escribir: "Todo lo que no es literatura me
hastía". Y algo esencial: jamás dejó de buscar, con ahínco, la verdad.
"El sueño revela la realidad": ésta es la tremenda y a la vez profunda
verdad que él llegó a captar. Y lo llevó a dicho conocimiento la
percepción sensorial del sueño y de la magnífica amplitud de la
conciencia. Este logro lo obtuvo gracias a que era un hombre dotado
de un poder espiritual que lo permitía entablar una íntima relación con
su fuero interior. Kafka era un minucioso observador de su actividad
mental. No le debía nada a estudios de psicoanálisis ni a textos de
Freud.
Para Kafka, desde luego, la introspección no obedecía a un proceso
reflexivo sino a la presión de su enfermizo sentimiento de culpa que lo
iba hundiendo, palmo a palmo, en un abismo que podía conducirlo a la
vorágine del delirio psicopático. La introspección fue un factor
obsesivo, en él, que lo arrojó en una marisma de tortura en la cual se
fue hundiendo lentamente mientras se ampliaba, así, la distancia que
lo iría alejando del mundo tangible. En 1922 (apenas cumplidos sus 39
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años) este alejamiento llegó a su punto critico haciendo que Kafka se
inquietara por su salud mental. El 16 de enero anota: "La semana
pasada sufrí un estado de abatimiento, de depresión, como jamás me
había sucedido. Imposibilidad de dormir, imposibilidad de pasar la
noche en vela, imposibilidad de soportar la vida o —más
exactamente— el transcurso de la vida. Dos péndulos no están de
acuerdo, El péndulo interior se entrega a una persecución diabólica,
inhumana; el péndulo exterior se mueve al ritmo vacilante de su
marcha habitual. Lo que puede ocurrir es que esos dos mundos
diferentes se separen, o hasta se tironeen entre sí de una manera
espantosa. Hay muchos motivos para que se produzca ese ritmo
desenfrenado de la vida interior; el más evidente es la introspección...
que no le da descanso a ninguna idea, persigue cada idea y la hace
subir a la superficie para luego ser echada, a su vez, por una nueva
fase de la introspección desde el momento que ésta se ha convertido
en idea."
Y en la misma fecha Kafka agrega: "La soledad, a la cual estuve, en
gran medida, siempre atado —y en parte la busqué (¿pero sería otra
cosa que una atadura?)—, esa soledad pierde ahora todo equívoco y
va a alcanzar su punto extremo. ¿A dónde me conducirá? La hipótesis
que se impone con más fuerza es que puede conducirme a la locura,"
Esta crisis no desembocó en la locura, como temía Kafka, sino en la
enfermedad: ese mismo año sintió los primeros síntomas de su
tuberculosis. Estando consciente de su mal, le escribió a su amigo
Max Brod: Mi cabeza le dio cita a mis pulmones detrás de mi espalda."
Kafka escribió, a través de sus obras, más que lo que concierne al
mundo humano... los avatares de su mundo interior. Esa permanente
experiencia surgida de sus conmociones internas fue la gestadora de
sus escritos. Kafka llegó a comprender el mundo del sueño no por
haberse sumergido en el universo psicoanalítico de Freud sino debido
a su intuición, a su poder perceptivo, y todo ello enriquecido por su
sufrimiento personal.
Parejas lascivas que copulan bajo la mirada atenta de la ley, la lucha
con tiranos anónimos, los intríngulis de un proceso absurdo e
interminable, burócratas tragicómicos y funcionarios corruptos, la
transfiguración monstruosa de un hombre en una suerte de
coleóptero: todo esto no era concebido como representación simbólica
de la época de Kafka sino que eran elementos alegóricos
estrechamente relacionados con su vida interior. Sus novelas y
cuentos están recorridos por ráfagas satíricas que ponen de relieve los
aspectos grotescos de la sociedad humana, y esto se debe a que el
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sueño —en sí— suele ser una caricatura de la vida, y es una auténtica
alegoría. "LA METAMORFOSIS" es —a no dudarlo— uno de los
relatos más estremecedores de horror y grotesco que se hayan
escrito. Y Kafka ha logrado proyectar en nosotros, lectores, el pavor y
la angustia del convertido en insecto —pero plenamente lúcido—
debido a su escritura llana, directa, transparente, casi diría
conversacional, transmutando así ese sueño espantoso en la más
creíble realidad... a pesar de su palpitante apariencia de absurdo.
La riqueza de la obra literaria de Kafka nos confirma, también, que los
símbolos denominados "universales" no son la materia esencial de la
creación artística, puesto que —en sí mismos— son elementos
estériles. Sólo cuando se hallan animados por una experiencia
personal y adquieren la vibración que emana de los sentidos logrando
crear atmósferas en las que se entremezclan la ambigüedad y la
sugerencia... Ios símbolos pueden conmover y emocionar
profundamente.
Refiriéndose al sueño, Kafka se autocalificó como "ciudadano de ese
otro mundo". El no era un visitante transitorio del orbe del sueño. no
surgía de esas nebulosas con una carga de vagas reminiscencias ni
asaetado por circunstanciales amnesias, Kafka era un residente
vitalicio de ese universo fantasmal. Sus ojos emitían un fulgor secreto
que trasmitía —así como sus narraciones— la visión nocturna
enriquecida por las peripecias del sueño que en él resultaban
palpables. Hasta los textos de sus propios sueños —que fue anotando
en sus carnets— son asombrosos por la precisión de los detalles.
A Kafka se le hizo tangible que su intimidad con el mundo del sueño le
podía hacer perder los lazos con lo que él llamaba "el otro mundo", lo
que significaba un auténtico peligro. Su escritura resultó el nexo entre
ambos mundos y fue lo que impidió que se perdiera en las tinieblas de
la locura. Sus propios escritos nos transcriben las sensaciones que
emanan de dicho peligro como asimismo la angustia provocada por
los fracasos, la incomunicación entre los seres humanos y la torturante
muerte lenta motivada por la acción erosiva del hastío y de la soledad.
El talento de Kafka lo llevó a no preocuparse por las dificultades
relacionadas con la forma de entrar en el orbe del sueño. Para él
nunca resultó un problema el lenguaje, la manera de expresar por
escrito todo lo que le sacudía interiormente. Su prosa no se
distorsionaba jamás, Había una lógica, una naturalidad, un
razonamiento tan claro y veraz en los acontecimientos reales o
imaginarios que nos presentaba... que tornaba hasta lo aparentemente
más delirante y absurdo en una verdad irrefutable. Por esto es que
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Thomas Mann llegó a decir del estilo de la prosa de Kafka: "Su estilo
es minucioso, curiosamente explícito, objetivo, neto y correcto."
Al tomar al sueño como modelo de sus propias narraciones, ¿qué
hizo?: nada menos que crear, notablemente, las condiciones de las
formas de representación de la experiencia de aquello que es casi
incognoscible, es decir... del inconsciente. De tal modo, Kafka —
uniendo los signos particulares de la estructura de sus sueños a la
técnica narrativa que le es inherente— logra que sus relatos
produzcan los efectos más maravillosos del propio sueño.
La calidad purísima de sueño que nos trasmite Kafka en la mayoría de
sus cuentos y novelas —donde lo INFINITO y lo LABERINTICO
juegan un papel protagónico (los ejemplos máximos son sus tres
novelas: "El PROCESO y "EL CASTILLO" y "LA MURALLA CHINA)—
se debe en gran parte a la eficacia de sus procedimientos narrativos
que fusionan —y a la vez esfuman— el contacto sensorial del lector
con la realidad... llevándolo al encuentro de formas primitivas del
pensamiento. Kafka elimina las barreras que separan la realidad del
sueño puesto que para él (hay que insistir en esto) el sueño es una
faceta de la realidad. Kafka pasa de un estado al otro con la misma
imperceptibilidad con la que se pasa del estado de vigilia al del
adormecimiento. En sus narraciones Kafka nos traslada —
abruptamente, sin intervalo— de una acción común (entrar en la
oficina, colgar un abrigo o un sombrero) a la visión estremecedora de
un monstruo. Entramos, así, con el personaje kafkiano, en el orbe del
sueño, sin darnos cuenta, del mismo modo que nunca sabemos en
qué momento nos quedamos dormidos. Perdemos nuestro yo por el
yo del sueño. Y nos puede suceder lo mismo que a alguno de sus
personajes: abandonar el lecho para arrojarnos, despavoridos, —en
una interminable huída— por corredores vacíos, por galerías infinitas
que desembocan en laberintos sin salida.
Con una maestría narrativa insólita, Kafka transporta al lector, sin
transición, hacia el núcleo mismo del sueño y de lo irracional.
Kafka nos hace captar y sentir la realidad de acontecimientos y seres
fantásticos, de la misma forma que lo que ocurre en nuestros sueños
nos parece algo realmente vivido. En el cuento "LA METAMORFOSIS"
sentimos no que él "parece ser" sino que ES un insecto dotado de la
conciencia de un hombre, que razona, analiza, comprende que se
halla absolutamente desprotegido, indefenso, solo, sin poder
comunicarse con nadie. Y lo horrible (y notable) es que nos
identificamos con el monstruo hasta casi sufrir los mismos
padecimientos que él. Esta auténtica representación onírica es una de
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las metáforas más logradas de la literatura universal y revela la
magnitud de las facultades creadoras de Kafka en lo que atañe a lo
que bien podemos denominar, precisamente su "técnica onírica". El
estudio de las relaciones entre la creación artística, literaria y poética y
el sueño... me ha llevado a esta conclusión: el narrador —si se trata
de un auténtico demiurgo, de un creador— es, indudablemente, un
artista, un poeta; y —como ha dicho Lamb: "El poeta sueña despierto.
No está poseído por su tema; lo domina."
Kafka temía dormir por el horror que le provocaban sus pesadillas.
Pero cuando lograba conciliar el sueño, en muchas noches las
apariciones que se le presentaban. ... resurgían al despertar y se
convertían en los fantasmas que lo obsesionaban —semejantes a los
del sueño— y que resultaron la fuente misma de varios de sus relatos,
entre ellos "El VEREDICTO". Una vez le preguntaron cual era el
significado de "El VEREDICTO", y respondió: "Es el espectro de una
noche. No es más que la verificación y —por lo tanto— el exorcismo
completo del espectro." De este modo, mediante la creación literaria
—utilizada como rito y operación mágica— Kafka atenuaba la tortura
de sus alucinaciones.
Si existe un documento inigualable para analizar las relaciones entre
los sueños, la proyección de los mismos en el cerebro del soñador en
estado de vigilia y su transfiguración en obra literaria, ese documento
es el Diario de Kafka, donde el escritor nos descubre su verdadera
alquimia de la palabra mediante la cual transmuta la inquietante
vibración de sus sueños en el metal precioso, estremecedor, de sus
narraciones.
Los personajes que deambulan a través de los cuentos y novelas de
Kafka son el fiel reflejo de su marginación de orden afectivo sufrida
desde su infancia, sobre todo debida a la incomprensión y despotismo
de su padre. Esto lo llevó a una introversión que, a su vez, lo arrojó en
un aislamiento sumamente nocivo. Los personajes de las obras de
Kafka son seres que más que vivir... imitan a los vivos. Son una suerte
de: abstracciones con latidos humanos, en cierto modo fantasmales
como los personajes de los sueños.
La tuberculosis, que en los últimos años de su vida lo abatió hasta el
aniquilamiento, influyó también en su proceso creador debido a que su
psiquismo se alteró no sólo por sus pesadillas sino también por el
miedo a la muerte. Sus páginas nos provocan una honda tristeza y él
logra identificarnos con su angustia atrayéndonos hacia las regiones
más profundas de su yo... donde vemos reflejando —como en un
espejo— nuestro propio yo. Kafka no nos habla tanto del mundo que
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nos rodea; él nos hace adquirir conciencia del mundo extraño que nos
habita.
La singularidad de Kafka reside —por añadidura— en hacernos
perceptibles —mediante su escritura lancinante— la angustia de lo
cotidiano, los horribles zarpazos de la rutina, la estupidez y la
trivialidad siempre amenazantes, el misterio que ocultan las cosas
aparentemente simples y las propiedades infinitas del sueño. Por todo
ello fue admirado y celebrado por Sartre y los existencialistas, por
Camus (filósofo del absurdo), por André Breton y los surrealistas, por
Borges (ese otro caminante de senderos laberínticos, y hasta por
cineastas como Orson WeIles y John Cassavetes.
Franz Kafka ha sido el insomne perceptor de desencantos, el escultor
de sombras estremecedoras. Su voz surgió del abismo de una
subjetividad escalofriante, producto de su experiencia existencial y de
su espíritu extraño y sensible.
Kafka nos ha transferido —por medio de su pensamiento y de su estilo
literario— lo más elevado de los principios fundamentales que hacen
que un humanista sea digno de ese nombre: la certidumbre de estar
vivos. Y de este mensaje cargado de dolor, de soledad, de angustia,
subyacentemente se desprende una meditación en pro de una
armonía existencial... que es a lo que debería aspirar todo ser
humano.
¡Gracias por esta atribulada lección de vida, Franz Kafka!
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