CONFERENCIA DEL SEROR LICENCIADO ALFONSO

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CONFERENCIA DEL SEROR LICENCIADO ALFONSO
GARCIA ROBLES
a
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Hoy hace justamente tres siglos que en la' pequeña ciudad alemana
de Rostock se extinguió uno de los más brillantes luminares de que la
inteligencia humana puede enorgullecerse : Hugo Grocio o Huig de Groot
se llamó en su lengua natal.
Nada .tiene de extraño que la conmemoración del tricentenario de
su muerte esté lejos de ser motivo de duelo para los que conocemos su
obra perenne y sea sólo solemne ocasión para poner una vez más de relieve sus insignes méritos y rendir a su memoria el férvido homenaje
de nuestra admiración.
Los grandes hombres es al morir cuando verdaderamente nacen.
Su valor se aquilata con el juicio de la posteridad y su figura se agiganta
a medida que resulta victoriosa del embate de los años o de los siglos.
Hugo Grocio, sin duda, tiene innumerables títulos para figurar entre esos seres de excepción. Es un hombre del Renacimiento, un ejeniplo del que difícilmente podría encontrarse semejante en los anales de
la precocidad genial, que a los 8 años consuela a su padre por la muerte
de su hermano con versos latinos de su propia composición; a los 14
dirige la edición de la difícil obra de Martianus Capella y a los 15 forma
parte de una embajada especial de su país a la Corte de Francia y es
saludado por Enrique IV como "el milagro de Holanda".
L a literatura y la poesía clásicas, la teología, la historia, las ciencias políticas y la jurisprudencia no tienen ya secretos para él a los
20 años, cuando es nombrado historiador de los Estados Generales y
abogado fiscal de la Corte de Holanda, como no los tiene tampoco, a los
21, el incipiente Derecho Internacional que tanto ha de deberle en el
futuro, cuando en 1604 escribe, aunque no publica, su inmortal tratado
"De Jure Praedae" o "Del Derecho de Presa".
No me corresponde intentar presentaros así sea u n somero bosquejo de esa existencia tan fecunda y multiforme. Es esta empresa
que mi distinguido colega, el señor licenciado Raúl Carrancá y Truji110, acometerá ante vosotros dentro de unos minutos con su reconocida
capacidad y elocuencia.
Pero sí quiero, puesto que tengo el honor de hablar aquí como'
Director de la Academia de Derecho Internacional de la Unión Nacional de Abogados, poner de relieve tres aspectos que me parecen fundamentales en la figura de Grocio COMO INTERNACIONALISTA y que, los
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tres, lo elevan al rango de precursor del Derecho Internacional de nuestros días y lo colocan, a justo título, al lado de Francisco de Vitoria,
el ilustre maestro de Salamanca con el que presenta tantos puntos de
contacto: su carácter a un tiempo nacional y universal, su profundo
sentido humanista y su actualidad.
Como Vitoria fué fundamentalmente español, Grocio, según hace unos momentos lo hacía ver el Excelentísimo señor Ministro de
los Países Eajos, fué ante todo holandés. Nada implica contra esta
afirmación el hecho de que se haya visto obligado a pasar gran parte de su vida en el extranjero y que haya muerto en el destierro.
Los genios, en muchas de sus múltiples facetas, no son espejo de
su tiempo, sino que constituyen la avanzada de los tiempos venideros. Por eso Grocio es auténticamente holandés, aunque no lo sea de
la Holanda en que le tocó vivir, durante el primer cuarto del. siglo
XVII, desgarrada, como casi toda la Europa de aquel entonces. por
cruentas luchas religiosas y sometida a la férula de Mauricio de Nassau,
sino de la nación que había de surgir más tarde y que todos conocemos: la Holanda escogida para celebrar las Conferencias de la Paz;
la Holanda en que tuvo su sede la Corte Permanente de Justicia Internacional prevista en el Pacto de la Sociedad de las Naciones, como lo
tendrá igualmente la Corte Internacional de Justicia que para reemplazar a la primera se ha creado en la Carta de las Naciones Unidas;
la Holanda en cuya capital se eleva el Palacio de la Paz que da albergue
a la Academia de Derecho Internacional y en cuyas salas se escuchaban
antes de la guerra y seguramente muy pronto volverán a escucharse las
doctas enseñanzas de los más ilustres internacionalistas del mundo; la
Holanda en fin cuyas tesis para la organización internacional del futuro,
tuve yo mismo tantas veces la satisfacción de ver coincidir con las de una
nación de tan limpia ejecutoria internacional como la nuestra, en la reciente Conferencia de San Francisco, durante las prolongadas discusiones
del Comité encargado cle estudiar la composición, funciones y pocleres del Consejo de Segu~idad,en el que el Excmo. señor doctor Kielstra representó a su país, como me tocó a mi el honor de hacerlo por !o
que atañe a México.
E s de esta Holanda, respetuosa de los principios del Derecho Internacional y deseosa siempre de fomentar su adelanto y robustecer
la cooperación entre los pueblos, de la que Grocio, adelantándose a
su época, puede considerarse como un auténtico representante. No en
vano es el a«tor de este pensamiento lapidario "Foeda non quidem pa-
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triae causa facienda", "No hay que hacer cosas injustas.ni aun en provecho de la patria".
Por eso cuando la Conipañía de las Indias Orientaies ~ e e r l a n de.& de la que era abogado, le encargó la preparación de un estudio que justificara la captura de un rico galeón portugués, llevada a
cabo por uno de sus capitanes en el Estrecho de Malaca, Grocio al
producir su obra sobre el Derecho de Presa que ya antes he citado,
no sólo defiende la causa de sus patrones sino también, en el Capítulo
XII, publicado en 1608, y Único conocido de la obra entera hasta 1868,
coloca los cimientos del que es hoy un principio básico del Derecho Internacional: del "Mare Liberum", o sea de la libertad de los mares.
Por eso Grocio, sin dejar de ser holandés, ha podido ser genunamente miversal.
.
Alguien ha dicho con razón que "el Renacimiento es el descubrimiento del hombre por el hombre". Bajo este aspecto, Grocio pertenece
totalmente a su época por su profundo humanismo. "Celsius humana
conditione decus" se lee en una inscripción del mausoleo que le ha erigido su ciudad natal y que podría traducirse libremente por "Dechado
de humanidad".
, Fué precisamente por su actitud humanista, por haber redactado
un edicto prohibiendo que se atizaran desde el púlpito las querellas
religiosas y recomendando la tolerancia mutua entre los Arminianos
y los Gomaristas, por lo que los discípulos ortodoxos de Calvino, para
los que tales ideas resultaban insoportables, consiguieron en 1619, que
se le condenase a prisión perpetua, cosá que, entre paréntesis, demuestra que, si el Renacimiento se hallaba imbuído del culto a las Humanidades, era a veces, no obstante, peligroso hacerse campeón del Humanismo en el más amplio sentido de la palabra.
Sin embargo, estaba escrito que el fanatismo de sus enconados
enemigos no había de lograr sus propósitos de encadenar a Grocio
por largo tiempo. En la tranquila ciudad de Delft que lo vió nacer
y que con sus construcciones de tipo hanseático y sus calles recorridas por canales evoca el carácter equilibrado y apacible que de él
nos han dejado sus biógrafos, se podía contemplar en vísperas d e ,
la guerra -y probablemente aún se pueda si, como lo espero, fué respetado por los bombardeos del invasor nazi- el viejo arcón en que
el ingenio de su esposa hizo escapar de la fortaleza' d e Loevenstein
al ilustre prisionero, el 22 de marzo de 1621.
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Pero Grocio no fué sólo un humanista en el terreno nacional,
sino también y más aiín en el orden internacional. El Derecho de
Gentes, para él, debe tener en cuenta, antes que todo, la naturaleza
del hombre y el bien de la humanidad. El Estado no es para Grocio
una entidad abstracta, un monstruoso Leviathan al que el hombre deba
ser sacrificado, sino, por el contrario, la organización protectora de los
derechos del hombre.
"Dios, que se reserva a sí mismo la decisión final, lenta, oculta,
inevitable, ha delegado no obstante su poder para el conocimiento de
los asuntos humanos en dos jueces a los cuales aun los más afortunados
entre los culpables no pueden escapar: su propia conciencia y el juicio
de la sociedad a la que pertenecen".
Estas palabras, que pueden leerse en la dedicatoria del "Mare Liberum" a los príncipes y "a los pueblos libres de la Cristiandad" encierran dos de las bases fundamentales de la teoría de Grocio respecto a la
justicia entre las naciones: el derecho natural y el derecho positivo que,
en sus manifestaciones, no debe nunca ir contra el primero.
La tercera característica de la doctrina grociana radica en la justificación del empleo de aquellos medios materiales que se requieran
para dar cumplimiento a los dos anteriores postulados. Porque el humanismo internacional de Grocio es un humanismo clarividente. Difiere esencialmente del de Erasmo, que condena sin excepción todo
uso de la fuerza en las relaciones internacionales, y del cual hemos
podido contemplar, a raíz de la pasada conflagración, tantas derivaciones que pretendían garantizar la paz y la seguridad colectiva sin
más apoyo que el puramente verbal de fórmulas más o menos sublimes
Grocio, por el contrario, no sólo admite la guerra en los casos de legítima defensa contra la agresión, sino que llega a afirmar -lo qce
para su época resulta de una profética intuición- que "sería útil y aun,
en cierto modo, necesario de hecho, que se tuvieran ciertas reuniones
de potestades cristianas en las cuales sean definidas las controversias de
los demás por aquéllos a quienes no interesa la cosa controvertida,
y aun se tomen las medidas de obligar a las partes a que acepten la paz
con justas leyes".
Además de ser universal sin dejar de ser patriota, y siendo paralelamente un convencido y ardiente humanista, o quizás precisa-
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menle por esas dos cualidades, Grocio resulta hoy en día de una asom\
brosa actualidad.
Van Vollenhoven, otro ilustre jurista holandés de su misma estirpe intelectual, que tan destacado papel desempeñó como árbitro en
la Comisión Mixta de Reclamaciones entre México y los Estados
Unidos, decía en una conferencia sustentada hace veinte aiíos en la
Universidad de Columbia para celebrar otro tricentenario, el de la publicación del célebre De Jure Belli ac Pacis que, por haber alcanzado
cerca de un centenar de ediciones y traducciones, es sin duda la obra
más conocida de Grocio, aunque, en mi opinión, no sea superior al "Derecho de Presas", veinte años más joven :
"Lo que los libros y las Conferencias de La Haya no pudieron
lograr -la familjarización con las ideas y los ideales de Grocio- lo
ha conseguido la guerra mundial.. . Su libro ha .vuelto a ser un libro
clásico en 1925 ; pero un clásico de carácter especial, uno de esos raros libros que no pueden morir".
i Con cuanta mayor razón podríamos hoy repetir esas palabras!
La humanidad sale de la segunda guerra mundial hastiada de la violencia y redoblando su anatema para las teorías de Maquiavelo, de
,Hegel y de Hobbes que han engendrado las políticas en ellas cimentadas, y se aferra a los ideales grocianos de paz basada en la justicia
y de respeto a la dignidad humana.
La libertad de los mares que Grocio defendió hace más' de tres
siglos encuentra su reafirmación explícita en la Carta del Atlántico.
Los jefes supervivientes de las potencias totalitarias a las que
su ambición desenfrenada y sus prácticas agresoras han sumido en
el abismo de la derrota total, podrán meditar con nostálgica amargura sobre la exactitud de este juicio formulado en los Prolegómenos
del tratado sobre el Derecho de la Guerra y de la Paz:
<<
. . Así como . . . no es tonto el ciudadano que cumple el derecho
civil en la ciudad, aunque por amor de él tenga que privarse de ciertas cosas provechosas
si mismo; así tampoco es tonto el pueblo
que no estima en tanto sus utilidades que por ellas desprecie los derechos comunes de los pueblos; pues hay la misma razón para ambas cosas; porque, así como el ciudadano que quebranta el derecho
civil con pretexto de la utilidad presente, destruye lo que apoya las
utilidades perpetuas suyas y de su posteridad, así también ,el pueblo
que viola los derechos, natural y de gentes, destruye también para en
adelante las defensas de su tranquilidad".
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Las ideas centrales, inspiradoras de la obra internacional toda
de Grocio -la de la existencia de normas justicieras de conducta y de
deberes de los Estados entre sí y de éstos para con el hombre, que
no pueden ser violados arbitrariamente por los Gobiernos; y la de que,
para mantener la paz y evitar las transgresiones a esas normas y a esos
deberes no basta con declararaciones enfáticas como las del Pacto BriandKellogg, por bien intencionadas gue ellas sean, sino que es preciso
emplear la fuerza cuando sea necesario- han encontrado consagración
plena en la reciente Carta de San Francisco.
Los representantes de las cincuenta Naciones Unidas congregados en
la Asamblea de California, animados, como Grocio, tanto por el amor
a sus respectivas patrias como por el deseo de servir a la comunidad
mundial, han concretado, en el lenguaje de nuestros días, las ideas
del Precursor de Delft, al reafirmar su fe "en el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales
de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión" lo mismo que "en la igualdad de derechos de las Naciones
grandes y pequeñas"; al comprometerse "a practicar la tolerancia, a
convivir en paz como buenos vecinos, a unir sus fuerzas para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales", y a no recurrir
a la fuerza armada "sino en servicio del interés común"; al proclamar con especial énfasis que ninguna disposición de la Carta "menoscabará el derecho inmanente de legítima defensa, individual o
colectiva, en caso de ataque armado contra un Miembro de las Naciones Unidas", hasta tanto que la Organización mundial "haya tomado las medidas necesarias para mantener la paz y la seguridad
internacionales".
El tricentenario que hoy conmemoramos reviste, pues, una especial significación. Podemos afirmar que estamos aquí reunidos para recordar la desaparición de Grocio hace tres siglos, pero, al mismo tiempo, para celebrar su presente resurrección.
Grocio, en efecto, quiero repetirlo para terminar, es hoy de tanta o mayor actualidad que hace trescientos años; por su amor a la
tierra natal y su sentido de cooperación universal; por su generoso
humanismo que no pierde nunca de vista a la persona en el seno del
Estado; por su espíritu justiciero que condena toda opresión de los
débiles por los fuertes en la vida internacional, y por su percepción
clarividente y realista de la historia, tan distinta de los ingenuos pos-
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