Ciencia y cultura - Fundación Alejo Carpentier

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Ciencia y cultura: medio siglo después
”En: Ciencia, Tecnología, Sociedad y Cultura en el cambio de siglo, Biblioteca Nueva,
OEI, López Cerezo, J.A y Sánchez Ron (eds.), 2001, Madrid, pp. 89-109
Jorge Núñez Jover
“La idea de que la ciencia sólo concierne a los
Científicos es tan anticientífica como es antipoético
asumir que la poesía sólo concierne a los poetas”.
Gabriel García Márquez.
Introducción
En este documento pasamos revista al planteamiento original de C.P.Snow acerca
de las “Dos culturas” y exploramos la continuidad de ese debate en nuestros días.
Intentaré argumentar el papel que tiene los Estudios Sociales de la Ciencia y la
Tecnología en la construcción de una perspectiva más integrada de la ciencia en el
cuerpo total de la cultura.
Literatos contra científicos.
Cambridge, mayo de 1959. C.P. Snow, científico de formación y escritor por
vocación, pronuncia una conferencia donde acuña una noción sobre la cual
volverían luego, una y otra vez, estudiosos de la cultura y la educación para
identificar a través de ella lo que muchos consideran una grave deformación de la
cultura contemporánea.1
Con la expresión “Las dos culturas”, Snow se refirió al proceso de cristalización de
dos ambientes intelectuales crecientemente escindidos e incomunicados: de un lado
lo que él llama “la cultura tradicional” donde incluye preferentemente a los “literatos”
y de otro a los científicos, puros y aplicados, e ingenieros. Según Snow, los primeros
muestran un escaso interés y un profundo desconocimiento de los avances
científicos, o más exactamente, de la Revolución Científica e Industrial que tenía
lugar desde fines del siglo XIX e inicios del siglo XX; los “científicos” por su parte,
prestan escasa atención a la cultura humanista e incluso la miran con desdén.
Las raíces de esa escisión cultural Snow cree encontrarlas en el sistema educativo,
responsable de la formación unilateral de los estudiantes.
Las consecuencias las sitúa, sobre todo, en la incapacidad de asumir una actitud
inteligente ante las grandes transformaciones tecnocientíficas de nuestro siglo y la
dificultad para estimar suficientemente sus impactos sociales.
Al hacer estas observaciones Snow pensaba sobre todo en Inglaterra. Le
preocupaba que esas escisiones culturales debilitaran la visión estratégica del país,
su capacidad de estar a la altura de otras naciones, sobre todo Estados Unidos y la
Unión Soviética, y alertaba sobre la mejor adecuación de los sistemas educativos de
esos países a la nueva realidad a la que se abría el siglo XX.
Ciencia y cultura en el cambio de siglo
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Snow hablaba desde el país que lideró la Revolución Científica y la Revolución
Industrial en los siglos XVII y XVIII pero cuya capacidad educativa y cultural, según
su opinión, se distanciaba de las exigencias del siglo en curso.
La otra obsesión de Snow eran los “países pobres”. Para él, el acceso a la riqueza y
al bienestar pasaba por incorporarse a los avances científicos e industriales. La
“gran brecha abierta entre ricos y pobres” es a su juicio una de “las tres amenazas
que se ciernen en nuestro horizonte”, en tanto las otras dos son “la guerra nuclear y
la superpoblación”. Lo que ocurre es que la cultura occidental, dividida, no puede
calibrar el alcance de esos desafíos ni actuar en consecuencia. Situado en la quinta
década del siglo, Snow advierte sobre la necesidad de ayudar a los países pobres.
Cree que éstos pueden aprender rápidamente el manejo de la ciencia y la
tecnología; en sus palabras, "el arte de hacerse rico”. Llama entonces a Estados
Unidos y a la URSS a ofrecer lo que los países pobres necesitan: capital y hombres.
Estos últimos “científicos e ingenieros competentes con la suficiente capacidad de
adaptación para dedicar a la industrialización de un país extranjero lo menos diez
años de su vida"2
Esta última observación conduce de nuevo al desafío de “Las dos culturas”: “Estos
hombres, que todavía no poseemos, tienen que ser formados no sólo en términos
científicos, sino también en términos humanos” 3
La conferencia de S.P. Snow fue leída hace más de 40 años, y se publicó en forma
de folleto en rústica al día siguiente de ser pronunciada. Desde el inicio fue objeto
de alguna atención editorial, aunque en los primeros meses se le hicieron pocas
reseñas. Al cabo de un año, sin embargo, se había acumulado una verdadera
inundación de artículos, referencias, cartas, críticas y elogios, procedentes de los
más diversos países. Todas las expectativas de Snow habían sido desbordadas.
Desde entonces la expresión “Las dos culturas” y la denuncia de la escisión e
incomunicación entre ellas ha sido una y otra vez discutida.
Parece conveniente que luego de cumplirse cuarenta años de aquella conferencia la
revisitemos, tratemos de comprender su contexto y meditemos si algunas de
aquellas preocupaciones tienen algún valor para nosotros. Antes, sin embargo,
detallaremos un poco los orígenes de la escisión de las dos culturas.
Cómo los científicos dejaron de ser intelectuales.
Los orígenes de esa fractura se sitúan en la Revolución Científica del siglo XVII 4.
Desde entonces la ciencia comenzó a distinguirse como un tipo específico de
producción espiritual, dotada de una racionalidad propia, susceptible de expresarse
en lenguajes matemáticos, remitida al juicio comprobatorio de lo empírico y por ello
distinguible de otros discursos y prácticas. También aquella Revolución representó
un paso adelante en la institucionalización y profesionalización de las comunidades
intelectuales de los filósofos naturales que durante el siglo XIX pasarían a
denominarse científicos. El proceso mediante el cual el trabajo científico devino una
profesión diferenciada, duró varios siglos.
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3
Con el tiempo el Estado comprendió la necesidad de financiar la investigación,
además de la enseñanza. Este modelo fue creado por Jean-Baptiste Colbert,
Secretario de Estado de Luis XIV, quien en 1666 decidió que el Estado debía
financiar las actividades de la Acadèmie des Sciences de modo semejante a como
se financiaban academias de pintura, escultura, arquitectura y teatro. El objetivo de
Colbert y los ministros que le sucedieron era dignificar y retribuir adecuadamente el
trabajo de estudiosos distintos al clásico profesor que sólo explicaba los textos de
los antiguos. En este proceso la figura del investigador y del profesor se iría
fundiendo paulatinamente5.
Esa misma actitud se adoptó en Alemania con la reorganización de la Universidad
de Berlín en 1806 y se extendió luego a todas las universidades alemanas. La
vocación por la investigación se fue convirtiendo en una profesión reconocida y bien
remunerada. 6
Faltaba sin embargo un nombre para designarla. Hasta entonces se les llamaba
"filósofos naturales" o simplemente filósofos. Hay que observar que hacia fines del
Siglo XVII la ciencia no se había fragmentado aún en diferentes disciplinas. En 1834
la revista inglesa Quarterly Review mostró las dificultades que impedían a la British
Association for the Advancement of Science encontrar un término que abarcara a los
cultores de las diferentes disciplinas. "Filósofos" parecía demasiado amplio por lo
que se sugería el término "scientist" por analogía al ya acuñado de "artist". La
propuesta fue acogida por el naturalista y filósofo de la ciencia William Whewell
quien la utilizó en el Prefacio a su The Philosophy of the Inductive Sciences de 1840,
además de emplearlo en sus conferencias7.
Si se estudian las publicaciones científicas del siglo XIX se aprecia cada vez más la
especialización del lenguaje, el intento creciente de la objetividad, apoyado no sólo
en el perfeccionamiento del método científico, sino también en la separación de toda
valoración, de toda expresión de cultura espiritual, concebida, como extrínseca a la
ciencia.
Emoción, sensibilidad, espíritu, belleza, se confrontaron cada vez más con
matematización, experimentación, objetividad, operándose así una fractura al interior
de la creación humana. De un lado quedó la ciencia y de otro una visión amputada
de la cultura.
En su privilegio extremo, la ciencia entendida como conocimiento verdadero pasó a
diferenciarse de otros productos cognitivos asociados a la vida cotidiana: sólo lo
científico podía entenderse como racional. 8
En este curso, la expresión "intelectual” quedó reservada para los artistas y literatos;
los científicos fueron excluidos de ella. Snow refiere la anécdota de G.H. Hardy
(1877-1947), un importante matemático quien en los años 30 le decía: "¿Se ha fijado
usted cómo se emplea hoy la palabra 'intelectual? Parece haberse impuesto una
nueva definición que desde luego no incluye a Rutherford ni a Eddington ni a Dirac ni
a Adrian ni a mí. Parece un poco extraño, ¿no cree usted?"9. Algo semejante
podríamos sentir algunos de nosotros ante el manejo de la expresión “intelectual”
entre nosotros.
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La imagen de la ciencia en la mitad del siglo.
Volvamos a Snow. Es obvio que el mundo ha cambiado bastante desde 1959. Por
ejemplo, algunos críticos de Snow le reprocharon no tomar en cuenta la realidad de
la Guerra Fría al destacar la colaboración entre las grandes potencias en la ayuda a
los "pobres" y exaltar la fuerza educativa y científica de la URSS. Hoy la URSS no
existe y ese es un dato clave de la contemporaneidad.
Pero al destacar los cambios ocurridos en los últimos 40 años, me dirijo en otra
dirección.
El mundo que emerge de la segunda postguerra declaraba su
preocupación por la brecha entre ricos y pobres y la Organización de las Naciones
Unidas, recién creada, generaba conceptos y políticas para atender esa
desigualdad.
El problema del desarrollo se convirtió en un gran tema internacional que tuvo en la
teoría estructuralista de la CEPAL 10 (Prebisch, Furtado, entre otros) su expresión
conceptual más elaborada. El problema de la difusión del progreso técnico fue
captado desde el inicio como elemento básico para comprender las diferencias entre
"centro" y "periferia" y hacia él se propuso orientar las estrategias de desarrollo.
Es importante comprender el tipo de percepción que sobre la ciencia y la tecnología
era dominante en esa etapa.
Al menos desde Francis Bacon la ciencia es promesa, promesa de creación de lo
que el hombre necesita para vivir. La razón tecnocientífica, es decir, la búsqueda de
un conocimiento verdadero que nos provea de los recursos para transformar
prácticamente la naturaleza en nuestro provecho, es un dato cultural esencial de la
modernidad.
La Revolución Industrial que se inicia en el siglo XVIII y se acelera notablemente en
la segunda mitad del siglo XIX a través de su comunión cada vez más estrecha con
la ciencia, a la vez que se expande por Europa y alcanza a otras regiones, sobre
todo Estados unidos, pareció a muchos la materialización más evidente de la fuerza
humana de la razón tecnocientífica.
En 1945 V. Bush11, entonces asesor del Presidente de los Estados Unidos, le hace
llegar un informe que ayudó a cristalizar esa percepción a la vez que refleja bien el
estado de ánimo dominante en algunos circuitos científicos: “La ciencia: frontera sin
límites” es el título de aquel documento que luego se convertiría, a través de su
divulgación y del "efecto demostración” de las naciones industrializadas, en una
suerte de modelo cuya esencia era universalmente compartida. A Bush se le
atribuye la formulación clásica de lo que suele denominarse la Tradición Ilustrada de
la Ciencia que incluye un fuerte componente de confianza en las posibilidades
ilimitadas de la ciencia de conocer, dominar y transformar la naturaleza a través de
la tecnología.
Una fórmula parece resumir la esencia de la propuesta: más ciencia generaría más
tecnología, a la que seguiría más riqueza y bienestar. La ciencia y su capacidad de
ofrecer bienestar parecían ilimitadas.
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Por ello, acceder a la revolución científica parecía la clave para alcanzar el bienestar
deseado. Colocar la educación y la cultura en condiciones de aceptar ese reto
resultaba el corolario obligado de aquella previsión.
A esto se suma un argumento que Kuhn ofreció durante la conferencia inaugural del
XVII Congreso Mundial de Historia de la Ciencia (Berkeley, 1985). Kuhn observa
cómo la Segunda Guerra Mundial obligó a meditar profundamente sobre las
consecuencias sociales de la ciencia: "Por todas partes la gente surgía de la guerra
con una marcada conciencia (a veces miedo) sobre el poder de la ciencia y su
potencial importancia social. La empresa científica había cambiado el mundo de
forma totalmente imprevista y sin duda continuaría haciéndolo. La gente se
preguntaba cómo iba a ser manejado y controlado su poder, para bien o para mal.
Se era consciente de que sólo los científicos parecían entender la ciencia. Y en
general se aceptaba, a menudo entre los propios científicos, que las consecuencias
sociales de su trabajo eran demasiado importantes para dejarlas exclusivamente en
sus manos" 9 . Según Kuhn, estas preocupaciones obligaban a meditar sobre el
tema de las dos culturas.
Ese es el contexto de “Las dos culturas” de Snow: una mezcla de optimismo y
preocupación por la ciencia. Según creo, a él lo movían el optimismo tecnocientífico,
una convicción crítica de la educación inglesa por su tradicionalismo e
hiperespecialización que impide la conexión entre lo científico y lo humanístico
(defecto que él cree atribuible a toda la educación occidental) y una sincera
preocupación por el destino de “los países pobres” que podrían dejar de serlo si se
incorporaran a la Revolución Científica.
Su crítica no se dirige sólo a los que no alcanzan a entender la ciencia (en los
“literatos” encuentra la mayor expresión) sino también a los científicos que no logran
ver el alcance práctico de su trabajo, disociándolo de las metas y valores sociales.
Se trata, como es conocido, de la famosa torre de marfil en la cual toda una tradición
de pensamiento occidental consideró que debería recluirse a la ciencia para evitarle
conflictos con las sociedades donde se produce. De un modo simplificado puede
atribuirse al Positivismo lógico la responsabilidad de la cristalización filosófica de esa
concepción que distancia la ciencia del contexto político, económico, social y moral
donde se produce. Como se sabe, el Positivismo Lógico12 es un producto cultural
de la Europa de entreguerras que puede ser concebido como un esfuerzo por
encontrar los recursos intelectuales que hicieran posible la objetividad y la verdad
apelando a consideraciones empíricas y lógicas y sustrayendo al conocimiento de la
influencia de circunstancias psicológicas, políticas o de otros órdenes. De ahí el
énfasis en discernir la ciencia, considerada como paradigma de verdad, de otros
productos culturales, en general, la “no ciencia”. En su versión extrema se trata de
un cientificismo que propone una racionalidad opuesta al racismo, al fascismo, al
irracionalismo, que poblaban la Europa de entonces. El cultivo de las virtudes
cognitivas parecía un buen antídoto cultural a aquellas amenazas.
Así, las verdades científicas, bien protegidas, permitirían avanzar en la
industrialización, la riqueza y el bienestar. Búsqueda de la objetividad y explotación
práctica del saber en beneficio del hombre eran las piedras angulares de una
imagen de la ciencia que ha tenido un peso fundamental en la cultura del siglo XX.
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A partir de la década del cuarenta esas virtudes cognitivas (fruto de la experiencia y
la lógica, conjugadas) serían reforzadas por la propuesta del sociólogo
norteamericano R.K. Merton de un código de honestidad intelectual o ethos de la
ciencia 13 llamado a preservar el espíritu crítico, la integridad moral y la honestidad
del trabajo científico.
En la época que Snow dictó su conferencia el peso de esa imagen era enorme.
También muchos pensaban que la incorporación de los países pobres a la
Revolución Científica era un proceso inevitable. Un estudioso de la ciencia tan
conocido como De Solla Price quien ha hecho contribuciones fundamentales al
estudio cuantitativo de la ciencia (a él le debemos cálculos tan ingeniosos como que
están vivos el 90% de los científicos que han existido) pronosticaba que el final del
siglo XX conocería de un empate entre las diferentes regiones del mundo en materia
de desarrollo científico. La cita es esta: “cuanto más tarde comienza un país su
esfuerzo serio para hacer ciencia moderna, más aprisa puede crecer. Se puede
suponer, por tanto, que en algún momento, dentro de pocas décadas, veremos un
final bastante reñido de una carrera que dura ya varios siglos. Los países científicos
más viejos llegarán necesariamente a su estado de maduración y las nuevas masas
de población científica de China, India, Africa y otros lugares llegarán casi
simultáneamente a la misma meta final”14. El fallo de aquella predicción es fácil de
constatar. Hay que observar que el optimismo de Price era un hecho bastante
extendido en la mitad del siglo. Y también estaba muy difundida la perspectiva
epistemológica en que se fundaba aquel optimismo: la atribución a la ciencia de
autonomía respecto a las determinaciones sociales, lo que le permite avanzar en
medio de muy variadas circunstancias sociales e igualar oportunidades entre países
y regiones. El optimismo fundado en la ciencia y su débil comprensión social, eran
datos culturales importantes en la mitad del siglo y algo más adelante.
Ese optimismo, sin embargo, no tenía siempre el mismo signo político. J.D. Bernal15
, por ejemplo, estaba convencido del papel benefactor potencial de la ciencia pero
no creía que el capitalismo pudiera utilizar racionalmente sus potencialidades. La
unión entre ciencia y el socialismo era a su juicio la clave del futuro. También Bernal,
en su caracterización de la ciencia le atribuía una importante significación cultural,
además de productiva. Un científico eminente como Albert Einstein declaró el
socialismo como el único modo de sobrepasar lo que, según él mismo recuerda,
Veblen llamó “la fase depredadora” del desarrollo humano. A su juicio el socialismo
se dirige a un fin ético-social en relación con los cuales la ciencia puede ser apenas
un medio. Sus palabras de 1949 son éstas: “Por estas razones debemos estar en
guardia para no sobrestimar la ciencia y el método científico cuando de lo que se
trata es de problemas humanos y no debemos asumir que los expertos son los
únicos que tienen el derecho de expresarse sobre los temas que afectan la
organización de la sociedad”16. Aceptando que existe una grave crisis en la sociedad
contemporánea, Einstein sugiere como soluciones el establecimiento de una
economía socialista y un sistema educativo orientado a fines sociales. La
complejidad del acceso al socialismo lo advierte al diferenciar socialismo de
economía socialista, planificada.
Esta última es imprescindible pero las
transformaciones sociopolíticas, enriquecedoras del individuo y su personalidad,
también las aprecia Einstein como exigencias del socialismo.
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Pero volvamos a Snow. En 1959 el poder de la ciencia era evidente. La industria y
la guerra no dejaban lugar a dudas. Un grupo de países dominaban el escenario
científico del planeta y la URSS disputaba a Estados Unidos con éxito la primacía en
diversos sectores; el sputnik de 1957 había conmocionado a la nación
norteamericana y al mundo entero. La mayoría de los países estaban al margen de
la Revolución Científica; sin embargo, parecía que aquello tenía solución.
Pero la cultura estaba dividida. Las sensibilidades técnicas, matemáticas y
experimentales a un lado y la cultura humanista al otro. Y eso limitaba el
entendimiento y retardaba la solución de los grandes problemas de nuestro tiempo.
Snow estaba preocupado por el futuro de Inglaterra y del mundo y creía que la
educación podía ayudar si lograba actuar en correspondencia con las exigencias de
la Revolución Científica y acortar las distancias entre las dos culturas.
¿Dos o dos mil?
Las crecientes reseñas, críticas y controversias que siguieron a la Conferencia de
Cambridge obligaron a Snow a retomar el tema cuatro años más tarde.
El primer asunto en discusión era la legitimidad de la noción misma de las dos
culturas. En 1959 Snow había dicho "creo que la vida intelectual de la sociedad
occidental, en su conjunto se está viendo escindida en dos grupos polarmente
opuestos… Dos grupos polarmente antitéticos: en un polo tenemos los intelectuales
literarios, que sin saber por qué ni cuando han dado en referirse a sí mismos como
"intelectuales" como si no hubiera otros y en el otro los científicos y como los más
representativos, los físicos… entre ambos polos, un abismo de incomprensión" 17.
En su esfuerzo por tender puentes entre ambos grupos Snow procura debilitar las
críticas que unos y otros se formulan (por ejemplo, el "optimismo superficial de los
científicos" en contraste con la "ausencia de visión anticipadora de los literatos",
según los reproches recíprocos), pero cree que en efecto hay cosas que los
distinguen. Esas diferencias son intelectuales y antropológicas. Hay diferencias en
las ideas y técnicas que manejan y también en las actitudes, pautas de conducta y
maneras de ver las cosas 18.
Desde el primer momento Snow se percata que la idea de las dos culturas puede
contener una gruesa simplificación. Por ejemplo, menciona que los sociólogos
norteamericanos se resisten a ser encasillados en uno de esos estancos. Renuncia,
sin embargo, a las matizaciones y declara que lo que perseguía era "poco más que
una metáfora vistosa, pero bastante menos que un mapa de la cultura"19
Al retomar el tema cuatro años después Snow aclaró un poco más su manejo de la
noción de cultura. A los efectos de su conferencia "cultura" tiene dos significados.
Cultura es "desarrollo intelectual, cultivo del entendimiento" y en ese sentido,
científicos y literatos son dos culturas diferentes, o quizá simplemente, dos
subculturas dentro de una idea más general de cultura que las incluya.
Pero "cultura" tiene un segundo significado en su texto. Los antropólogos designan
a través de ella a grupos humanos que viven en un mismo ambiente, vinculados por
hábitos comunes y una común manera de vivir. Científicos de un lado e intelectuales
Ciencia y cultura en el cambio de siglo
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literarios por el otro se distinguen por actitudes, criterios, normas, supuestos básicos
compartidos. Snow admite que entre uno y otro extremo pueden encontrarse
numerosos matices que permitirían hablar de "dos mil culturas"; también podrían
descubrirse diferencias entre científicos y tecnólogos, colocados en su clasificación
en un mismo grupo.
Intercalo aquí un comentario de J.M.Lévy-Leblond (2003). Este autor ha expresado
que la propuesta de Snow es “a la vez poco convincente y todavía demasiado
optimista” (p.142). No le parece convincente porque no cree en la posibilidad de
varias culturas: “la palabra cultura no puede ser pensada más que en singular” (ibid).
Si la fragmentan es una “no cultura”. La ciencia nació como parte de la cultura
europea y hoy se encuentra alienada. El problema ahora es reinsertar la ciencia en
la cultura, proceso que exige una modificación profunda en la propia actividad
científica. A fin de cuentas, según este autor, Snow construye una falsa simetría; si
bien puede aceptarse-y este es un ejemplo de Snow- que los científicos tendrían
dificultades análogas para comprender las sutilezas de la obras de Shakespeare que
las que tendrían los científicos para comprender el Segundo principio de la
Termodinámica, también es verdad que las humanidades(por ejemplo la Filosofía de
la Ciencia)pueden decir sobre la ciencia mucho más que a la inversa, no son por
tanto dos culturas que se miden “codo a codo”(p.142)
A nuestro juicio, la tesis de las dos culturas es por tanto una apreciación
esquemática de una realidad cultural más compleja pero puede convenirse con él en
que tal esquema tiene la virtud de captar grandes antítesis culturales propias de este
siglo, cuya separación limita el ejercicio de nuestra racionalidad y sensibilidad. Su
apreciación es inexacta pero provocativa. Ese es su valor fundamental.
El problema de las dos culturas hoy
Al retomar el debate sobre las culturas, hay que advertir los cambios transcurridos
desde entonces.
Si en la época de Show, el Programa Ilustrado (Sarewitz, 2001), cargado de un
cientificismo optimista, estaba en su pleno apogeo y el desarrollo científico se
apreciaba con marcado optimismo, esas percepciones y las realidades en que ellas
se asientan, han cambiado considerablemente. Apuntemos algunos signos que
marcan las principales diferencias:
1) El tecno optimismo convive hoy con una tendencia crítica creciente que
también responsabiliza a la ciencia con los graves problemas que atraviesa la
humanidad y los peligros que se ciernen sobre ella. Razones no faltan: en no
poca medida la empresa científica ha sido cooptada por la industria militar y
las grandes corporaciones, de modo que la agenda científica se divorcia
crecientemente de los grandes problemas de la humanidad y se concentra en
la atención de los perfiles de consumo de una minoría y se subordina a los
proyectos de dominación de algunas super potencias. El conocimiento se ha
convertido en mercancía y su alcance se limita por la capacidad de comprar y
vender. Avanzamos hacia el dominio de un régimen de apropiación privada
del conocimiento.
2) La idea de que la búsqueda de la verdad abre un camino seguro de dominio
tecnológico ilimitado de la naturaleza y con él de crecimiento del bienestar
Ciencia y cultura en el cambio de siglo
3)
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humano, es insostenible a la luz, por ejemplo, de los daños al medio ambiente
que la tecnología de base científica ha generado. Más ciencia no supone más
bienestar automáticamente y puede significar lo contrario.
La imagen de la ciencia tanto hacia lo interno como hacia la sociedad, ha sido
dañada, en virtud de los fallos en el control tecnocientífico(es el caso de las
“vacas locas”, por ejemplo), las conductas fraudulentas de un cierto número
de practicantes, la merma de originalidad y calidad que acompaña el énfasis
compulsivo por publicar y con ella la proliferación del “corta y pega”(LévyLeblond,1997,p. 144), las denuncias por prácticas discriminatorias en las
comunidades científicas (por razones de sexo, raza u otras), el
involucramiento de los científicos en investigaciones cuyas finalidades son
éticamente reprobables, entre otros motivos.
La idea de que la ciencia sería un bien compartido que beneficiaría a los
países en desarrollo, presupuesto que está en el centro del razonamiento de
Snow, marcha en sentido contrario a la extrema polarización de la ciencia y
la tecnología en un puñado de países.
El panorama cultural se ve cada vez más invadido de ideas anticientíficas
cuya popularidad genera preocupación. El caso del auge del Creacionismo en
EUA es un ejemplo. En el mismo país se reporta un crecimiento notable de la
astrología, tendencia que parece universalizarse. No parece cierto que el siglo
XXI nos acerque a lo que se dio en llamar una “concepción científica del
mundo”. Más ciencia no parece conducir a menos oscurantismo y fanatismo
El siglo XX concluyó con un debate centrado en la necesidad de revisar el
“contrato social de la ciencia”. La renegociación de los vínculos cienciasociedad plantea un conjunto de problemas epistemológicos, éticos, políticos,
sociales que requerirían una revisión profunda de la práctica científica. En
otro lugar hemos sugerido que los nuevos vínculos deben ser construidos al
interior de un “Programa Social para la ciencia” (Núñez Jover, 2005) que
supere el llamado Programa Ilustrado.
En ese contexto es que se da hoy el debate cultural que nos interesa.
Es obvio que la necesidad de la cultura científica goza hoy de notable respaldo. Ello
se expresa claramente en las políticas oficiales de la mayoría de los Estados que
junto a la implementación de políticas para la innovación han venido reconociendo
el papel de la cultura científica y tecnológica como exigencia planteada por la
“sociedad del conocimiento”, “sociedad de la información” u otras denominaciones al
uso. Por ejemplo, la Comisión Europea ha fijado en un 3% la fracción del PIB que los
países deben destinar a la I+D+i y a la vez ha enfatizado que la promoción de la
cultura científica y tecnológica es una herramienta necesaria para alcanzar ese
objetivo. El argumento aquí tiene un cierto carácter instrumental: para movilizar los
fondos es necesario establecer una cierta “complicidad” con la población que
apoyará o no esos fondos.
Las fuentes en que los ciudadanos pueden tomar esa cultura son diversas. El
eurobarómetro “Europeos, Ciencia y Tecnología” del 2001 identificó como las más
importantes: televisión 60,3%, Prensa 37%, Radio 27,3%, Escuela y Universidad
22,3%, Revistas científicas 20,1% e internet 16,7%. Los pronósticos sugieren que el
papel de esta última crecerá considerablemente. Según la Nacional Science
Foundation de EUA, en ese país internet es la principal fuente a la que acuden los
Ciencia y cultura en el cambio de siglo
Jorge Núñez Jover
ciudadanos para buscar información, aunque allí como en todas partes,
aparece como la fuente principal de información cotidiana.
10
la TV
Numerosos analistas reconocen la importancia de la popularización de la ciencia.
Sin embargo, hay que reconocer que los resultados son frecuentemente magros. El
citado Eurobarómetro reveló que el 60,6% de los ciudadanos respondió que “casi
nunca leo artículos sobre ciencia y tecnología”.Se afirma que menos del 7 % de los
adultos estadounidenses son alfabetos científicos y entre los posgraduados la cifra
alcanza el 26 %. Según Hanzel y Trefil (1997), de 24 físicos y geólogos consultados
sobre la diferencia entre DNA y RNA, solo 3 pudieron hacerlo y eran personas que
trabajaban en campos vinculados a esos conceptos.
Otras investigaciones revelan que el evaluar cultura científica resulta que en
Portugal sólo el 1 % de la población puede considerarse bien informada y en Gran
Bretaña el 13 %. (Urueta, 1999).
A esto se suma que mucha información sobre alimentación, vitaminas, drogas, etc
es contradictoria, ambigua y experimental (Prewitt, 1997). Más información puede
generar más incertidumbre.
Las encuestas reflejan carencias importantes en materia de cultura científica
asociada, por ejemplo, a percepción de riesgos. Así, en Australia el 49% de los
encuestados considera que los riesgos de la biotecnología superan sus beneficios,
pero el 59% no pudo citar un ejemplo. (PNUD, 2001).
Es sintomático que tanto la Comisión Europea como el Programa CYTED en su
última edición han colocado en su agenda el tema Ciencia y Sociedad. En todos los
casos, los argumentos son similares: se trata de crear una ciudadanía competente
que pueda lidiar con una sociedad profundamente impactada por la ciencia y la
tecnología. La preocupación puede expresarse así: ¿Cuál puede ser el fundamento
de la participación inteligente de los ciudadanos en una sociedad cada vez más
influida por la ciencia y la tecnología mientras estas sólo las conocen los expertos?
(Prewitt, 1997).
Por ello desde los años 80`s el argumento a favor de la cultura científica se ha
venido desplazando cada vez más hacia la funcionalidad de esa cultura para
interactuar con el contexto, interpretándola como “la capacidad de usar los
conocimientos científicos en la toma de decisiones personales o sociales” (NSTA,
1982). La cultura científica sería sí un insumo no sólo para la competitividad
económica, sino muy especialmente para la participación pública, el manejo de los
riesgos y otras exigencias sociales y personales: “la integración de la cultura
científica es condición indispensable para ser personas competentes en la
emergente sociedad del conocimiento y para el reequilibrio entre el saber y el poder”
(de Semir, Casa de América, 2003).
De modo que aunque la referencia a la cultura científica se suele acompañar de un
“réquiem” por Snow, la situación actual es bien a la de la sexta década del siglo XX.
En primer lugar, es diferente la imagen social de la ciencia. Por un lado, se
comprende su importancia pero no precisamente por razones estéticas, de
integridad en la formación de las personas o como fuente de infinito bienestar y
Ciencia y cultura en el cambio de siglo
Jorge Núñez Jover
11
recurso a disposición de la cooperación internacional. El énfasis en la cultura
científica es de naturaleza más bien instrumental: se le considera un recurso
económico y en todo caso, una condición para el ejercicio de una ciudadanía
responsable en un contexto democrático. En segundo lugar, la compulsividad
económica que acompaña hoy a los sistemas educativos y el desempleo profesional
en muchos países ha devaluado considerablemente el interés por la formación
humanista, tanto en las carreras propias de se perfil como en tanto componente de
los currículos de ciencia y tecnología.
Las encuestas citadas antes sugieren que si bien la tecnología está influyendo
notablemente en el modo de vivir de las personas, al moldear su existencia, la
ciencia no tiene un efecto semejante. Levy-Leblond opina que ese limitado efecto en
el modo de vivir y actuar de las personas-excepto si consideramos su expresión
objetivada en la tecnología-le resta significación cultural a la ciencia. En realidad él
dice más: la ciencia, no es, por ese motivo, una cultura.
De modo que aunque seguimos hablando del “problema de las dos culturas”, el
contexto en que se formula el asunto es bien distinto, la imagen social de la ciencia
ha cambiado, los argumentos y las intencionalidades difieren de aquellas que
corresponden a la formulación de Snow.
Otro punto importante que marca una diferencia es que Snow le atribuía una cierta
simetría a la significación de ambas culturas. Hoy el interés, frecuentemente
pragmático, por la cultura científica no tiene equivalente en la cultura humanista.
Ésta está bastante más abajo en la agenda de prioridades.
Antes y ahora la cultura científica se entendía más bien como ciencias naturales y
matemáticas, excluyendo a las ciencias sociales.
Hoy en día la idea de cultura científica suele incorporar la idea de que la relación
ciencia-sociedad no es lineal ni mucho menos absolutamente benéfica. Así, temas
como el del riesgo tecnológico, el daño ambiental, suelen estar presentes. Las
razones son varias, pero una de ellas es que con frecuencia se asume que las
clásicas divisiones de ciencia y tecnología ya no son del todo legítimas y el problema
cultural en juego tiene que ver con la “tecnociencia”.
Parece claro también que la cultura científica tiene que incorporar no sólo saberes y
habilidades, sino también percepciones acerca de la naturaleza epistemológica de la
ciencia (¿la ciencia es un reflejo del mundo o una construcción social?), de
naturaleza ética (el Bien, el Mal y la Ciencia) y de naturaleza política (¿ciencia para
qué?,¿ ciencia para quién?). No basta con tener conocimientos científicos sobre el
mundo, hay que tratar de comprender cómo funciona socialmente la ciencia.
Son estas las razones que me dan pie a formular la hipótesis de que los Estudios
Sociales de la Ciencia y la Tecnología (CTS), del modo en que nosotros los estamos
institucionalizando en Cuba, pueden jugar un papel en esa cultura. En otros
ambientes ha generado serios enfrentamientos como ilustra bien en la llamada
“guerra de las ciencias”, alentada por el caso Sokal. Este ejemplo muestra muy bien
como la atención a la práctica científica, además de la dosis crítica que todo
fenómeno social complejo reclama, exige también notables cuidados. El peor favor
Ciencia y cultura en el cambio de siglo
Jorge Núñez Jover
12
que podríamos hacer a nuestra cultura es comunicar a la sociedad un mensaje que
la devalúe.
En Cuba el propósito de la cultura general e integral pasa por una cultura científica,
tecnológica, extendida en la población y no reducida a un catálogo de teorías
disponibles. Las sensibilidades epistemológicas, éticas y políticas que mencionamos
antes tienen en CTS un significativo espacio. En nuestra lectura del asunto, las
ciencias sociales son parte importante de esa cultura y el enfoque humanista de la
ciencia y la tecnología le es inherente. CTS se está colocando ventajosamente en
los planes de estudio de muchas carreras universitarias, incluidas las de ciencias
sociales y humanidades. CTS es un buen candidato a tender puentes entre ciencias
y humanidades. En Universidad para Todos, se ha hecho un esfuerzo por lograr un
balance cultural apropiado.
En resumen, el “problema de las dos culturas”, tiene hoy muy diferentes lecturas hoy
a las que tenía en 1959. No debe extrañarnos porque el mundo ha cambiado lo
suficiente como para obligarnos a encontrar, casi en cada pedazo de la realidad, los
nuevos significados que alienten nuevas estrategias educativas y culturales.
Podemos o no continuar utilizando la expresión de Snow. En todo caso no es más
que una metáfora. Lo que si parece necesario es no desatender, dentro de la
totalidad de la cultura, la dimensión científica y tecnológica.
Notas
1
Snow, C.P. (1977).
Ibid. p.57
3
Ibid. p. 58
4
Vessuri, H. (1986)
5
Di Trocchio, F (1998)
6
Ben-David, J. y A. Zloczower (1980)
7
Di Trocchio, F. (ibid).
8
Vessuri, H. (op. cit.)
9
Snow, C.P. (ibid. p.14)
10
Comisión Económica para América Latina. En la medianía del Siglo XX se formó un importantísimo
pensamiento latinoamericano cuya obsesión básica era el tema del desarrollo social. En torno a ese
debate se forjaron dos grandes escuelas: el cepalismo estructuralista, de gran influencia en los
gobiernos de la región y las teorizaciones de la dependencia, mucho más críticas del capitalismo
latinoamericano, e influidas por el marxismo y el triunfo de la Revolución Cubana. Entre los
pensadores de la dependencia están Fernando H. Cardoso, E. Faleto, entre otros. Los reflujos
revolucionarios, el agotamiento de los modelos económicos vigentes (ante todo la industrialización
por sustitución de importaciones), el ascenso de las dictaduras y la implantación de modelos
neoliberales cortaron el aliento a aquellas reflexiones sobre el desarrollo. La década de los ochenta
se caracterizó por una auténtica "contrarrevolución en la teoría del desarrollo". En la década actual
ese tema ha sido retomado dentro y fuera de la región. Una de las claves de ese debate es la relación
entre la ciencia, la tecnología, la culturay el desarrollo. Un pensamiento de Gregorio Weinberg ayuda
a comprender la trascendencia política y cultural del tema: "Sólo empieza a nacionalizarse el
pensamiento, cuando comienza a ponerse en duda la veracidad del nunca demostrado supuesto de
la universalidad de las formas del desarrollo". Sobre esto Núñez, J (1998): "Ciencia y desarrollo:
explorando el pensamiento latinoamericano", Filosofía en América Latina, Guadarrama, P.et al,
Editorial Félix Varela, La Habana.
9
Kuhn, T.S. (1986).
11
Bush, V (1945).
12
Ayer, A. (1967)
13
Merton, R.K. (1980).
14
De Solla Price, D.J. (1973, pp. 158 - 159).
2
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15
Notable cristalógrafo, Premio Nobel de la Paz, publicó en 1939 La Función Social de la Ciencia,
probablemente la primera discusión pública sobre la función de la ciencia en la sociedad. En 1954
publicó La Ciencia en la Historia en dos tomos con un enfoque donde se subrayan los resortes e
impactos sociales de la ciencia.
16
Einstein
17
Snow, C.P. (ibid. pp. 13-14).
18
No cabe dudar de la simplificación contenida en las tesis de las dos culturas. Tampoco comparto
las ideas sobre los "científicos" y los "literatos" (estos últimos son los que en peor posición quedan en
su discurso) que expone Snow. Pero mi experiencia universitaria de 30 años me permite aceptar la
idea de que los científicos de las áreas de ciencias naturales, matemáticas, tecnológicas, médicas,
entre otras, tienen pautas de pensamiento, valores y conductas que difieren bastante de las personas
situadas en los terrenos de las ciencias sociales y humanidades. Estas distancias pueden crear
problemas de incomunicación e incomprensión recíprocas; sin embargo, probablemente en esa
diversidad está la fuerza de las universidades.
19
Snow, C.P. (ibid. p.19)
Comentario adjunto al texto Ciencia y cultura: medio siglo después
El texto precedente describe de modo sintético el proceso a través del cual se
produjo la disociación entre “dos culturas”: la científica y la humanista. Cincuenta
años atrás C.P. Snow denunció las raíces de esa escisión e identificó algunas de
sus consecuencias.
Mucha tinta ha corrido desde entonces para denunciar el hecho y alentar sobre la
necesaria integración entre ellas.
Mientras tanto, los procesos sociales más amplios dentro de los cuales transcurre
esa discusión han tendido por una parte a valorizar el costado más pragmático de
esa cultura científica, subordinando el trabajo científico a fines notablemente
utilitarios, siempre afines a los fines de la reproducción ampliada del capital y el
reforzamiento del poder.
Peor suerte han corrido las humanidades, acorraladas en los currículos
universitarios de muchos países y regiones, centrados en competencias que dejan
poco espacio a la formación humanista.
Al volver sobre la obra de Snow no podemos dejar de reconocer la agudeza de su
planteamiento y a la par, las nuevas circunstancias en que esa discusión se
desenvuelve.
Es probable-conjeturo-que el problema por él identificado pueda discutirse hoy con
variados objetivos que alienten estrategias diversas. Por ejemplo, puede orientarse a
mejorar los procesos de formación en el nivel medio de enseñanza o en el nivel
superior, etc. Cada participante en el seminario puede aproximar el debate a sus
propias intereses.
Por otra parte, sigue siendo legítimo que aspiremos a que los científicos disfruten de
Shakespeare y los literatos conozcan sobre los orígenes del universo o la estructura
del átomo. Unos y otros se enriquecen con ello. Sin duda que los procesos
educativos deben ayudarnos más a fomentar esas riquezas.
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El propio Snow, si embargo, situaba el tema más allá del disfrute artístico o
científico. Como vimos, él se interesó por los valores de los científicos e ingenieros
que carecen o tienen una formación humanista y la relevancia de ello para enfrentar
los grandes desafíos de la humanidad.
En esa perspectiva entonces hay que comprender que el tema no se reduce a la
dicotomía “literatos” vs científicos. La formación cultural que puede contribuir a crear
seres humanos mejor dotados para comprender y asumir esos desafíos es bastante
más integral que la expresada a través de los polos de esa dicotomía.
Para aclarar un poco más mi posición al respecto, estoy circulando otro documento:
“Cultura científica, percepción pública y participación ciudadana: indicadores y
relevancia social del conocimiento”, que con algunos ajustes se incorporó al libro:
Universalización y cultura científica para el desarrollo local, coord. Irene Trellez y
Miriam Rodríguez, Editorial Félix Varela, La Habana, 2008, pp.77-102. Este trabajo
fue escrito para participar en una discusión de “expertos” sobre indicadores. Se
suponía que aquella discusión debería luego influir en el tipo de encuestas que se
están aplicando en Iberoamérica para saber cuán culta es la gente en materia
científica. Pero puede tener algún interés para la discusión sobre ciencia, cultura y
sociedad que ahora nos ocupa. Pongo a disposición de ustedes ese texto
complementario.
Como comenté en mi charla, en gran medida el esfuerzo por promocionar las
encuestas sobre cultura científica persigue movilizar voluntades-y dinero- a favor de
la ciencia. No está mal que dediquemos una fracción mayor de nuestro PIB a la
ciencia, sin olvidar que hay que aclarar bien los fundamentos sociales y culturales de
las políticas científicas y sus finalidades.
Ahora quiero volver sobre lo que expresé hacia el final de la charla.
No quiero dedicarme a dar definiciones pero es preciso observar que para esta
discusión no nos sirve una visión estrecha de la ciencia. La ciencia no es solo un
conjunto de teorías verdaderas (modelos atómicos, doble hélice, etc.); la ciencia es
una práctica social que nos permite producir, distribuir y usar el conocimiento para
atender demandas y necesidades sociales. Esos procesos de producción,
distribución y uso deben articularse vigorosamente a las sociedades y culturas que
le dan vida.
En su acepción cotidiana la palabra ciencia suele circunscribirse a ciencias naturales
y matemáticas. Con un poco de suerte se consideran algunas otras. El conocimiento
relevante, sin embargo, no se reduce a la ciencia así concebida ni es patrimonio de
los científicos.
Yo prefiero utilizar la palabra conocimiento: conocimiento científico, tecnológico,
humanista, social, cotidiano, tácito, explícito….todas son manifestaciones de
conocimiento extremadamente útiles para nuestros procesos de desarrollo;
manifestaciones que circulan no solo en los laboratorios de investigación, sino que
están presentes en las escuelas, en el campo, en los espacios laborales. Nos debe
interesar mucho la salud de la ciencia en nuestro país, pero no debemos dejar de
Ciencia y cultura en el cambio de siglo
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promover el avance exitoso de la función social del conocimiento, visto en toda su
pluralidad.
De igual modo que la ciencia no es un conjunto de teorías verdaderas, tampoco la
tecnología es un montón de aparatos. En la época de Snow apenas se hablaba de
la tecnología. En parte porque se le creía apenas el resultado de la aplicación de la
ciencia. Hoy ese enfoque unilateral es inaceptable. De hecho, en términos culturales
y sociales, la tecnología pareciera más importante que la propia ciencia; mientras
podemos sentirnos alejados de la ciencia, la tecnología modela nuestras vidas.
La tecnología incorpora aspectos técnicos, equipamientos, capacidades humanas,
pero también requiere de importantes aspectos organizacionales, descansa en
valores, persigue finalidades sociales y se enriquece en contacto con las personas
que las usan, personas que son parte de la sociedad y la cultura. Si la pensamos
como artefactos nos parece indiferentes a la sociedad y a la cultura, pero si la
asimilamos como conocimientos, métodos, procedimientos mediante los cuales
transformamos la realidad a la vez que nos transformamos nosotros, no debe quedar
mucha duda sobre su dimensión social y cultural.
De modo que a partir de Snow, casi tomándolo como pretexto, estoy intentando
articular un discurso diferente que se interese de otro modo por las articulaciones
entre ciencia (en un sentido bien amplio o hablando directamente de conocimiento),
tecnología, cultura y sociedad.
Mencioné antes que este debate podía perseguir diferentes fines. Yo creo que visión
más integrada de ciencia y cultura, nos debe servir para:
1. Fortalecer el papel de la producción intelectual (científica, artística, u otras) en la
vida social, económica, política. El ejercicio de pensar, polemizar, presentar
alternativas, se enriquece con una perspectiva intelectual integrada. Perspectiva que
por cierto podría encontrar un sitio privilegiado el las universidades.
2. Fortalecer la articulación entre el conocimiento y la toma de decisiones. Las
decisiones importantes a través de las cuales abordamos problemas complejos
necesitan rigor intelectual, cientificidad, capacidad tecnológica y tino cultural.
Podemos hablar de los fundamentos culturales de la toma de decisiones.
3. Ciencia-en el sentido muy amplio que le he atribuido- y cultura, unidos, nos
ayudan a entendernos a nosotros mismos como Nación, como grupos, como
individuos; nos ayudan a tomar decisiones personales y colectivas. Si la Física o la
Química son importantes, también lo son la historia patria, los debates sobre el
socialismo, los estudios de género, etc.
Quiero poner un ejemplo de la integración entre ciencia, tecnología y cultura. Existe
una “Estrategia Municipal del Hábitat 2012-2014”. Se trata de un asunto de gran
relevancia social que envuelve un esfuerzo productivo extraordinario. Pero como
dijo una recientemente una importante arquitecta cubana: “la vivienda es parte del
patrimonio cultural de la nación”. De esto se deriva que el hábitat plantea demandas
cognitivas, científicas, tecnológicas y culturales. Detrás de un buen plan del hábitat
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tiene que haber ingeniería, arquitectura, física, química, análisis económicos,
estudios socio culturales, entre otros.
Probablemente un buen ejemplo que aúna ciencia, tecnología y cultura es el
Proyecto de La Habana Vieja.
Termino con una observación. El capitalismo, a su manera, convirtió la ciencia en
una fuerza productiva directa, poniéndola al servicio de la producción y la
reproducción del capital. Ese objetivo se puede lograr sin demasiadas
preocupaciones culturales y sociales: lo que importa es la ganancia.
El socialismo tiene otra tarea: convertir la ciencia en una fuerza social
transformadora que colabore con todas las dimensiones de nuestro proyecto social.
Para ese fin, no es posible prescindir de una alianza estrecha entre ciencia,
tecnología y cultura.
Universidad de La Habana, 23.05. 2011
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