Eusebio Fernández LOS DERECHOS HUMANOS Y LA HISTORIA En las páginas que siguen he intentado hacer explícitas algunas ideas acerca de la conexión entre los derechos humanos y la historia. Detrás de ese conjunto de afirmaciones, que han de leerse más como hipótesis de trabajo que como tesis sólida, se encuentran muchas lecturas, muchas sesiones de trabajo con colegas y en el desarrollo de mi función como docente y una experiencia directa con la investigación histórica, necesitada aún de mayor dedicación. El estudio de la historia de las ideas, en general, es una tarea fascinante. En mi caso, además, es lo que me ha producido mayores satisfacciones en mi carrera académica. La elaboración de una historia de los derechos humanos es una labor compleja y arriesgada. Compleja porque debemos enfrentarnos a la historia de todo lo humanamente importante; arriesgada, porque unos deficientes presupuestos teóricos y una inadecuada metodología pueden echar por tierra muchos esfuerzos. Además prudentemente hemos de evitar caer en los extremos de hacer una historia de piezas de museo, es decir, inanimadas o de hacer una historia a nuestra medida, donde la historia sea una excusa para hablar del presente. Creo que nadie puede evitar “retratarse” a la hora de describir el desarrollo histórico, pero el primer requerimiento para ser objetivos es ser consciente de este riesgo. Aquí he deseado insistir en dos ideas que, desde mi punto de vista, tienen interés: 1ª.- Que el concepto de derechos humanos que hoy manejamos no es un concepto intemporal que haya acompañado toda la historia de la humanidad. La universalidad de los derechos humanos es distinta de su eternidad. Se trata de un concepto histórico del mundo moderno 2 y/occidental. Es un concepto que surge en un momento histórico y como consecuencia o resultado de un conjunto de hechos históricos de carácter religioso, político, moral, económico o jurídico. Como todo lo humano, es una creación de seres humanos. Que esto sea así no significa que exista una fundamentación histórica o historicista de los derechos humanos. Lo que debemos hacer es partir de la consideración o perspectiva histórica de la génesis y el desarrollo de los derechos humanos y dejar que ello nos ayude a elaborar una teoría que no debe nunca olvidar su dimensión práctica. Pero a la hora de fundamentar los derechos humanos la historia no nos sirve. Los derechos humanos solamente pueden fundamentarse en valores morales, que hay que analizar en clave histórica. Por tanto, tomarse en serio el papel de la historia en los derechos humanos no significa defender una fundamentación historicista. 2ª.-Parte del trabajo presente se podría utilizar para desarrollar la consecuencia (lo que no se hace por motivos de espacio) de insistir en el hecho de que hay un dato histórico inevitable, también creo que un logro moral de la historia de la humanidad, que es la construcción de la tesis del individualismo moral, es decir, de la defensa clara de la superioridad moral de las personas individualmente consideradas. Esta tesis se ha convertido en un presupuesto moral y teórico de cualquier teoría de los derechos humanos fundamentales. Sociedades, patrias y Estados son medios al servicio de un fin que hoy llamamos respeto de la dignidad humana. La dignidad no se adquiere por la pertenencia a ningún grupo social, clase, o raza elegida, país o religión. La dignidad significa humanidad y pertenece a todos los seres humanos sin distinciones que la puedan condicionar. La dignidad humana debe entenderse hoy, básicamente, como el derecho a tener derechos personales, cívicos, políticos, económicos, sociales y culturales. Todos igualmente dignos de ser protegidos, aunque se puedan establecer jerarquías entre ellos, que deben seguir criterios morales y no de utilidad social. Esta postura del individualismo moral casa muy mal con los derechos colectivos. No creo que la reivindicación de derechos 3 colectivos deba hacerse en el mismo plano que los derechos individuales y menos aún sustituyéndolos. Los únicos sujetos morales de los derechos humanos son los individuos concretos. Hablar de derechos colectivos es utilizar un lenguaje figurado, aplicable a otras cosas distintas a los derechos humanos. Quizá en algún momento del trabajo presente alguien pueda percibir rasgos de soberbia occidental. Efectivamente, creo que no hay ninguna razón concluyente para avergonzarse de pertenecer a Occidente, por muchos motivos, y, entre ellos, por haber inventado este artificio que se llama derechos humanos y que entre sus creadores y defensores se ve como el medio de imponer algo de justicia en un mundo radicalmente injusto. Sin embargo, el orgullo dura muy poco cuando somos conscientes de que Occidente tiene una clara responsabilidad histórica, aunque no es la única causa, por acción u omisión, en una inacabada historia de guerras y pobreza que ha producido que la mayor parte de la humanidad, aún no sepa que son portadores de derechos humanos o que, aún sabiéndolo, no puedan vivir de acuerdo con esa creencia. También quiero añadir que, como cualquier otra persona que tome en serio los derechos humanos, creo que el pluralismo no es solamente un hecho social, sino también un valor que merece la pena mantener por encima de todo. Por tanto, se impone una discusión sincera con otras culturas, incluidas las no individualistas, las no igualitaristas o las partidarias de la unidad intocable entre la religión y el poder político. El respeto a los derechos humanos, que no son occidentales sino universales, puede servir como regla para movilizar y regular esta discusión, pero siempre y cuando todos los interlocutores partan de unos mínimos comunes, como es la consideración de la misma dignidad. En caso contrario, se trataría de un ejercicio de cinismo y una pérdida de tiempo por ambas partes. 4 Algo de cinismo y de ingenuidad que se pueden encontrar, por ejemplo, en algunos tipos de multiculturalismo actual. Si para dialogar, hay que forzar el sentido de las palabras hasta el punto de desnaturalizarlas, entonces hemos creado unas bases de la discusión tan ficticia que serán aprovechadas siempre por los enemigos de los derechos humanos. Y en cuanto a los contenidos básicos de carácter normativo que necesariamente se han de respetar, por muy pragmáticos y poco metafísicos que queramos mostrarnos, conviene no olvidar, como ha admitido recientemente Michael Ignatieff, que “no se puede dejar de pensar en alguna forma de dignidad intrínseca para apoyar la creencia en los derechos humanos”. nota 1). Finalmente, voy a realizar una referencia a la inclusión de estas reflexiones acerca de los derechos humanos y la historia en un libro colectivo sobre la “Constitución y los derechos humanos”, elaborado por filósofos del Derecho. La filosofía con la que se ha escrito este trabajo da por supuesto, y defiende de manera contundente, los valores y principios que se exponen en el art. 1.1, el art. 9, el art. 10 y todo el Título I de la Constitución española de 1.978. Salvo opiniones muy concretas y personales coincido totalmente con la filosofía de la historia que está detrás del texto constitucional. Es más, la elaboración de la Constitución y su desarrollo durante estos veinticinco años no pueden desconectarse de la historia de España, puesto que la historia es, para los individuos como para las Constituciones, igual que el aire que respiramos: inevitable. Nota 1).- Michael Ignatieff “Los derechos humanos como política e idolatría”, con Introducción de Amy Gutmann y comentario de K.A. Appiah, David A. Hollinger, Thomas W. Laqueur y Diane F. Orentlicher, ed. Paidos, Barcelona 2003, trad. de Francisco Beltrán Adell, pag. 167. 5 Para los miembros de mi generación la Constitución de 1.978 representó mucho. Ningún texto político y jurídico, aunque sea de la importancia de una Constitución de un Estado social y democrático de Derecho, es perfecto ni está elaborado para lograr unanimidad. Tampoco debe sacralizarse su contenido, evitando interpretaciones flexibles o necesarias reformas. Algunos echamos en falta, además, un desarrollo más generoso y progresista de ciertos mandatos constitucionales. No obstante, cualquiera que compare estos veinticinco años de Constitución con el régimen político anterior debe extraer un resultado muy positivo. Críticos de la Constitución los hubo desde la izquierda y desde la derecha, en el momento de su elaboración y en estos veinticinco años. El pluralismo político, como valor superior del ordenamiento jurídico constitucional, según la propia Constitución en el art. 1.1, ampara a los disidentes constitucionales y solamente excluye a los que violentamente quieren romper las reglas de juego que la Constitución señala y sostiene. Como aprendiz de historiador, creo que existen razones que echan por tierra las fatales predicciones de algunos “disidentes” originarios, del tipo que reproduzco, y que, felizmente, suenan a algo muy lejano en el tiempo: “Según la propaganda política extranjera –sentenciaba un fraile dominico- y las minorías del vicio, de la subcultura, de la prensa quiosquera y de los políticos oportunistas y resentidos españoles, la pornografía, la prostitución a todos los niveles sociales, el divorcio como recambio de cónyuge prácticamente admitido, la “honestidad legal” del adulterio despenalizado, es decir, protegido por la ley, y la “santidad” de las misticísimas feministas y “caritativas” aborteras, se habrían convertido desde julio de 1.976 en las pruebas contundentes para la opinión mundial de que España ha optado de una vez por las auténticas libertades democráticas, o, lo que es igual, que los derechos humanos comienzan a ser respetados”. Este era el diagnóstico sobre los derechos humanos en España del P. Niceto Blázquez, que más tarde en nota a pié de página 6 explicaba que había tenido conocimiento del borrador de una nueva Constitución para España. “Un borrador o proyecto francamente malo e inadmisible en nombre de la sana justicia”, añadía. En el siguiente párrafo del libro, del que tomo estos textos, titulado “La reciente Constitución española y su filosofía”, aparecido una vez ya aprobada y en vigor la Constitución, añadía la condena final: “Creo sinceramente que la concepción de la vida reflejada en los principios fundamentales de la nueva Constitución española es muy pobre y carente de originalidad. nota 2). I.- UNA EVOCACIÓN PERSONAL Cuando en 1.974 Gregorio Peces-Barba me comentó el proyecto que tenía de elaborar una historia de los derechos humanos y me invitó a colaborar en él, proyecto que contó en 1.975 y 1.976 con una beca de la Fundación Juan March y al que se unió unos meses más tarde Liborio Hierro, debo hacer notar que en ese momento mantenía una concepción, si puede llamarse así, sin duda, de manera muy generosa, de la historia de los derechos humanos, y también del concepto de derechos humanos, muy diferente a la que ahora tengo. Las lecturas que he hecho durante este tiempo, el contacto y las discusiones con otras personas de intereses semejantes, la investigación directa sobre autores y fuentes históricas y la experiencia de otros investigadores, me han permitido alcanzar una línea de trabajo que, sin ser plenamente satisfactoria parta mi, sí han servido de laboratorio de teoría y de aprendizaje. A ello tengo que añadir lo que ha supuesto dirigir o conocer los resultados de un buen número Nota 2).- Niceto Blázquez “Los derechos del hombre”, Biblioteca de autores cristianos, Madrid 1980, pag. 21 y ss. 7 de tesis doctorales que se han elaborado en el seno de la Universidad de Cantabria y del Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas de la Universidad Carlos III de Madrid nota 3) y que han tenido como contenido, directa o indirectamente, asuntos relacionados con la Historia de los Derechos Humanos. En cuanto a aspectos de carácter metodológico, no creo que existan grandes diferencias entre lo proyectado en aquellos años originarios y hoy. Estaba claro para nosotros (Gregorio Peces-Barba, Liborio Hierro y yo) que la historia de los derechos humanos venía a ser una parte de la historia de las sociedades y que, por tanto, no se trataba de un conjunto de ideas y de normas jurídicas al margen de los problemas y necesidades reales de los seres humanos. Sin establecer ninguna conexión mecanicista, pensábamos que el estudio del contexto histórico era un dato imprescindible para comprender la génesis y el desarrollo histórico de los derechos. También la forma de Nota 3).- Me refiero a las tesis doctorales de Rafael de Asís (Derechos y deberes en la Constitución española), Ángel Llamas (Los valores jurídicos como ordenamiento material), Ángel Pelayo (Consentimiento, democracia y obligación política), José María Sauca (A. de Tocqueville) Javier Ansuátegui (Orígenes doctrinales de la libertad de expresión), Andrea Greppi (Teoría e ideología en el pensamiento político de Norberto Bobbio), José Ignacio Solar Cayón (La Teoría de la Tolerancia en J. Locke), M. Olga Sánchez Martínez (La huelga ante el Derecho. Conflicto, valores y normas), José María Lasalle (J. Locke y los fundamentos modernos de la propiedad), José Manuel Rodríguez Uribes (Los discursos democrático y liberal sobre la opinión pública. Dos modelos: Rousseau y Constant), M. del Carmen Barranco (La teoría jurídica española de los derechos fundamentales), Rafael Escudero (Sistema jurídico y justicia. Sobre la relevancia social de la estructura jurídica), Javier Dorado (Las teorías del fundamental Law en Inglaterra. Orígenes doctrinales del Constitucionalismo), Miguel Angel Ramiro Avilés (Utopía y Derecho. Análisis de la relación entre los modelos de sociedad ideal y los sistemas normativos), M. Eugenia Rodríguez Palop (La nueva generación de los derechos humanos: origen y justificación), Ignacio Campoy Cervera (Dos modelos teóricos sobre el tratamiento debido a los niños), María Venegas Grau (Los derechos humanos en las relaciones entre particulares), Diego Bláquez Martín (Libertad e igualdad: la contribución de Roger Williams en la Historia de los derechos fundamentales), Isabel Wences (Ferguson y la sociedad civil) y M. Angeles Bengochea (Igualdad, diferencia y prohibición de la discriminación). 8 desplegarse la idea de derechos humanos, las conocidas y tan citadas generaciones de derechos, se nos aparecían como la respuesta a una evolución histórica clara. Creo que esa metodología es lo que permitió, más tarde, llegar a la conclusión de que la idea de derechos humanos es un concepto histórico del mundo moderno y de la cultura occidental. Sin embargo, aunque Gregorio Peces-Barba tuvo siempre muy claro que existían precedentes de los derechos humanos (prehistoria de los derechos humanos) e historia de los derechos humanos (a partir del tránsito a la modernidad) yo no compartía los mismos planteamientos en su totalidad. La visión que tenía en aquel momento respondía más bien a una filosofía de la historia entendida como progreso lineal y acumulativo. Movido por estos planteamientos dediqué varios meses a estudiar la historia de las religiones y de la filosofía, la de las ideas políticas, la de las instituciones políticas y de las normas jurídicas en el Antiguo Egipto, Mesopotamia, Israel, Grecia, Roma, la Edad Media, etc, intentando encontrar una línea común y continua que conectara las culturas, civilizaciones y etapas históricas de la Antigüedad con la aparición de la idea de que los seres humanos eran portadores de ciertos derechos, por su propia naturaleza y por ser ésta común a todos ellos. Sin duda mi intento estaba llamado al fracaso, ya que era fácil advertir que de historia lineal y acumulativa había muy poco. Precedentes de interés sí encontré, porque algunos de esos momentos históricos, piénsese en la filosofía griega, las instituciones jurídicas y políticas romanas o el cristianismo antiguo, han marcado las posteriores reflexiones morales, políticas y jurídicas de la modernidad occidental, pero con frecuencia era consciente de que estaba forzando demasiado los datos que tenía entre manos. Aunque recordaba que el propio T. Kuhn, con motivo de las repercusiones de la publicación de su libro “La estructura de las 9 revoluciones científicas”, en 1.962, había advertido de lo inadecuado de pretender aplicar su teoría de los paradigmas científicos y de la evolución de la ciencia a las ciencias sociales y humanas, esta obra me permitió analizar la génesis de la idea de los derechos naturales (antecedente inmediato de nuestros derechos humanos) como un auténtico cambio de paradigma nota 4). Por tanto, no me encontraba ante un desarrollo acumulativo en la idea de dignidad humana y sus exigencias que, en un momento dado, da a luz a la concepción de que los seres humanos son portadores de derechos, sino más bien de un cambio cualitativo desde un paradigma al que la idea de derechos individuales le es totalmente ajena, por muy importantes que sean sus aportaciones en otros campos, a un nuevo paradigma mental y social que hará girar todo lo humanamente importante en torno a un individuo con derechos. La tarea que estaba por delante era explicar las razones históricas por las que tuvo lugar ese cambio tan notable, en el razonable supuesto de que nada ocurre en la historia por simple azar. Nota 4).- No desconozco las dificultades de definir el término paradigma y los añadidos de aplicarlo a la historia de los derechos humanos. M. Mastermann encontró hasta 21 sentidos diferentes en la utilización del término por parte de Kuhn. El propio T. Kuhn en “Segundos pensamientos sobre paradigmas” 1.969-70, (Ed. Tecnos, Madrid 1.978, pags, 12-13) respondió a los que le criticaban por usar un término tan vago: “Un paradigma es aquello que los miembros de una comunidad científica, y sólo ellos, comparten y a la inversa, es la posesión de un paradigma común lo que constituye un grupo de personas en una comunidad científica, grupo que de otro modo estaría formado por miembros inconexos”. Sobre la advertencia de aplicar su teoría a otros campos ver su postdata de 1.969, incluida en la traducción castellana de “La estructura de las revoluciones científicas”, F.C.E, Mexico 1.971, trad. De Agustín Contín. De la ingente bibliografía que existe sobre el tema pueden verse el prólogo de Javier Muguerza a la traducción castellana de “La critica y el desarrollo del conocimiento. Actas del Coloquio Internacional de Filosofía de la Ciencia celebrado en Londres en 1.965”, Ed. Grijalbo, Barcelona 1.975, pag. 13 y ss.; Barry Barnes “Thomas Kuhn”, en “El retorno de la gran teoría en las ciencias humanas”. Compilación de Quentin Skinner, Alianza Editorial, Madrid 1..988, trad. de Consuelo Vázquez de Parga, pag. 86 y ss; Barry Barnes “T.S. Kuhn y las ciencias sociales”, F.C.E., México 1.986, trad. de Roberto Helier y Javier Echeverría “Introducción a la Metodología de la ciencia. La filosofía de la ciencia en el siglo XX”, Ed. Cátedra, Madrid 1.999, pag. 113 y ss. 10 Hasta hoy no he encontrado una hipótesis de trabajo mejor y ésta es la que he desarrollado, a la vez que me ha servido de presupuesto, en mis trabajos sobre la filosofía y la historia de los derechos humanos. El cambio de paradigma tiene que ver, por tanto, con un cambio en la imagen del mundo y en las creencias compartidas por un con junto notable de teólogos, juristas, filósofos y científicos, literatos y artistas que empiezan a ver al hombre como el centro de la creación y del mundo, concepción que a lo largo de este trabajo será definida como individualismo moral y que alcanzará su culminación con la idea kantiana de la humanidad como fin. Hannah Arendt lo apuntó muy bien al comentar sobre la Declaración francesa de 1.789 lo siguiente: “La Declaración de los Derechos del Hombre a finales del siglo XVIII fue un momento decisivo en la Historia. Significaba nada más ni nada menos que a partir de entonces la fuente de la Ley debería hallarse en el Hombre y no en los mandamientos de Dios o en las costumbres de la Historia. Independientemente de los privilegios que la Historia había conferido a ciertos estratos de la sociedad o a ciertas naciones, la declaración señalaba la emancipación del hombre de toda tutela y anunciaba que había llegado a su mayoría de edad”. Ese hombre “completamente emancipado y completamente aislado, que llevaba su dignidad dentro de sí mismo”, comprendió que contaba con “la existencia de un derecho a tener derechos” nota 5). Nota 5).- Hannah Arendt “Los orígenes del totalitarismo” Tomo 2. Imperialismo, Alianza Editorial, Madrid 2.002, trad. de Guillermo Solana, pags. 422, 423 y 430. 11 II.- LOS DERECHOS HUMANOS Y LA HISTORIA Y LA HISTORIA DE LOS DERECHOS HUMANOS. En varias ocasiones Gregorio Peces-Barba (de manera insistente y quizá, entre nosotros, el autor que siempre ha mostrado mayor sensibilidad hacia la importancia de la historia para una cabal comprensión de los derechos humanos nota 6) y yo mismo nota 7) (y esa ha sido una de las líneas metodológicas seguidas en la elaboración de la Historia de los Derechos Fundamentales, tanto en el primer tomo dirigido por ambos, como en los tres volúmenes del Tomo II, en cuya dirección también colaboró Rafael de Asís) hemos hecho hincapié en la afirmación de que los derechos humanos son un concepto histórico del mundo moderno. A esta idea hemos unido otra menos pacífica, que es la de la correspondencia con la modernidad occidental. En ningún caso estas afirmaciones significan menosprecio a otras tradiciones culturales con ideas interesantes sobre los valores y Nota 6).- Desde la primera edición de su texto “Derechos fundamentales. I Teoría General”, Guadiana de Publicaciones, Madrid 1.973, pag. 63 y ss. hasta su último libro “La dignidad de la persona desde la Filosofía del Derecho”, Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas y Ed. Dykinson, Madrid 2.002, y desde la primera edición, en colaboración con Liborio Hierro, de “Textos básicos sobre derechos humanos”, Sección de Publicaciones de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, Madrid 1.9973, hasta la última “Textos Básicos de Derechos Humanos. Con estudios generales y especiales y comentarios a cada texto nacional e internacional”, con la colaboración de Ángel Llamas, Carlos Fernández Liesa, M. Carmen Barranco, Elvira Domínguez, Rafael Escudero, Juan Antonio Pavón y José Manuel Rodríguez Uribe, Editorial Aranzadi, Navarra 2.001. Nota 7).- Ver los trabajos recogidos en mi libro “Dignidad humana y ciudadanía cosmopolita”, ed. Dykinson e Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas de la Universidad Carlos III, Madrid 2.001. 12 virtudes humanas o sobre la dignidad humana, pero que no dieron el paso a la conversión de la dignidad humana en el reconocimiento del derecho a tener ciertos derechos básicos nota 8). Tampoco significan que la pertenencia de los derechos se limite hoy a los miembros de la modernidad occidental sino que, a pesar de su génesis histórica, se proclama su universalidad. Quizá la característica de la universalidad sea el rasgo más distintivo hoy de los derechos humanos. De afirmar que los derechos humanos son un concepto histórico “se puede derivar” como ha señalado F. Javier Ansuátegui, “consecuencias importantes en lo que se refiere a la comprensión de los derechos. En efecto, -añade- su historicidad implica negar su existencia en cualquier momento y contexto histórico. Constituyen una realidad que, como tal, adquiere sentido desde el momento en que concurren un conjunto de elementos, políticos, sociales, económicos y culturales, en ocasiones de difusos contornos pero vinculados entre sí” nota 9). Nota 8).- No creo necesario entrar aquí en el problema de si una sociedad con derechos es moralmente superior a una sociedad desconocedora de que sus miembros tienen algún tipo de derecho que reclamar. Sin embargo sí es preciso apuntar que el campo de los derechos no agota, en ningún caso, el campo de lo moral o ético. Los derechos humanos han de ser vistos como el contenido de la ética pública de las sociedades democráticas y han traducido al lenguaje jurídico exigencias morales muy importantes para la convivencia social, pero existen ideas del bien y del mal y valores y virtudes, además de un ámbito privado de la ética y deberes morales no necesariamente conectados con los derechos. Creo que tiene razón Mary Warnock, al señalar que: “Por esencial que sea el ideal de la justicia para la moral pública, hay otros aspectos de la moral que atañen necesariamente a los individuos, a sus motivaciones, personalidades y conciencias… una moral fundada sobre el concepto de derechos sería una moral empobrecida, por ser esencialmente pública”, en “An Intelligent Person`s Guide to Ethics”, Gerald Duckwont 1.998. Hay traducción castellana, de Pedro Tena, por la que se cita, en Fondo de Cultura Económica, México 2.002, pags. 111 y 112. Nota 9).- F. Javier Annsuátegui “La historia de los derechos humanos”, en Diccionario crítico de los derechos humanos, dirigido y coordinado por Ramón Soriano Díaz, Carlos Alarcón Cabrera y Juan Mora Molina, Universidad Internacional de Andalucía, Sede Iberoamericana, 2.000, pag, 71. 13 Una mirada a la historia de los derechos humanos nos tiene que mover a preguntarnos y a pensar cuáles son los motivos por los que la idea de que las personas son portadores de derechos, que traducen su dignidad o valor, ha surgido en un determinado contexto histórico y no en otro, o en una cultura y no en otras. Y una vez que surge esa idea, cómo se producen variaciones en los derechos, al mismo tiempo que van naciendo otros nuevos y todo como resultado de las transformaciones de la historia de la humanidad. Indudablemente, desde finales de la Edad Media hasta la actualidad, todos los hechos históricos de importancia, en el plano ideológico, económico, político, científico, etc., acaecidos en Occidente, han tenido claras repercusiones en los derechos humanos. Cada momento histórico ha significado un nuevo capítulo de la historia de los derechos humanos, que ha extendido su alcance a los aspectos más determinantes de la vida humana. Unas nuevas fases han complementado las ya existentes, en un proceso sin duda acumulativo y progresivo aunque en ningún caso lineal. Estos momentos sucesivos, según ha enunciado Gregorio PecesBarba, corresponden a las cuatro fases de positivación de los derechos, generalización de los derechos (entendida en la doble dirección de los titulares como de los derechos), proceso de internacionalización y proceso de especificación. También hay que subrayar que el paso de una fase a otra no significa que la precedente esté cerrada, sino que cada una de las cuatro fases va respondiendo a las innovaciones y cambios que tienen lugar en la historia de las sociedades. En todo caso, la historia de los derechos humanos siempre será una historia abierta pues así lo es la historia de la humanidad. Es de sobra conocida, y ha sido varias veces utilizada entre nosotros, la postura de Norberto Bobbio acerca del fundamento de los derechos humanos y la conexión que existe entre esa cuestión teórica y la historia de los derechos humanos. Existen traducciones castellanas tanto del texto originario tomado directamente de las Actas de los encuentros de L´Aquila de 1964, como de la versión italiana 14 aparecida en el nº 42 de la Revista Internazionale di Filosofía del Diritto (1.965) nota 10). La perspectiva de la que parte Bobbio es la de fijarse en la evolución histórica de los derechos humanos para desde allí derivar algunos asuntos previos a la ineludible pregunta sobre su fundamento. Creo que a pesar del paso del tiempo y de la existencia de trabajos de calidad posteriores, también entre los autores españoles que nos dedicamos a estas tareas, las ideas del profesor turinés, allí expresadas, no han perdido interés por su agudeza y claridad. En primer lugar por cuestionar lo que él llama la ilusión del fundamento absoluto de los derechos humanos “es decir –son sus palabras- la ilusión de que, a fuerza de discutir razones y argumentos, acabaremos por encontrar la razón y el argumento irresistible al que ninguno podrá negarse a adherir”. El ejemplo mejor para comprender esa ilusión del fundamento absoluto nos la brinda la teoría iusnaturalista sobre los derechos humanos, interpretados siempre en clave de derechos naturales “Durante siglos esta ilusión –señala Bobbio- fue común a los iusnaturalistas, quienes creyeron haber logrado que ciertos derechos (pero no siempre los mismos) quedaran a salvo de toda posible refutación derivándoles directamente de la naturaleza del hombre. Pero la naturaleza del hombre se demostró muy frágil como fundamento absoluto de derechos irresistibles”. De ahí concluirá Bobbio que: “No se trata de hallar el fundamento absoluto –empresa sublime pero desesperada- sino, en cada caso, los distintos fundamentos posibles. Pero tampoco esta búsqueda de los fundamentos posibles –empresa legítima y no destinada como la otra al fracaso- tendrá alguna importancia histórica Nota 10).- N. Bobbio “Sul fondamento di diritti dell´uomo”, en L´età dei/diritti, Giulio Einaudi, editore, Torino 1.990, pag. 5 y ss. Anteriormente publicado en “Il Problema della guerre e la vie della pace”, Il Mulino, Bologna, 1.979, pag. 119 y ss. Hay traducción castellana, de Rafael de Asís, en Editorial Sistema, Madrid 1.991, pag. 53 y ss., y en Diccionario Crítico de los Derechos Humanos, ya citado, pag. 9 y ss. 15 si no va acompañada del estudio de las condiciones, los medios y las situaciones en que éste o aquel derecho pueda realizarse. Tal estudio es tarea de las ciencias históricas y sociales”. En segundo lugar, y se desprende fácilmente del texto anterior, porque N. Bobbio nos invita a observar bien la historia para no fracasar en el intento de buscar razones para los derechos, tanto para los ya positivizados jurídicamente, como para los que siendo aún exigencias morales pretenden convertirse en normas jurídicas. En este sentido, señala: “La lista de los derechos del hombre se ha modificado y sigue haciéndolo con el cambio de las condiciones históricas, es decir de las necesidades, los intereses, las clases en el poder, los medios disponibles para su realización, las transformaciones técnicas, etc. Derechos que habían sido declarados absolutos a finales del siglo XVIII, como la propiedad sagrada e inviolable, han sido sometidos a radicales limitaciones en las declaraciones contemporáneas; derechos que las declaraciones del siglo XVIII no mencionaban siquiera como derechos sociales, resultan proclamados con gran ostentación en todas las declaraciones recientes nota 11). No es difícil prever que en el futuro podrá surgir nuevas exigencias que ahora no logramos apenas entrever, como el derecho a no llevar armas contra su propia voluntad, o el derecho de respetar la vida incluso de los animales y no sólo de los hombres”. La conclusión de N. Bobbio, que afecta necesariamente al concepto y al fundamento de los derechos humanos , es: “Todo esto prueba que no existen derechos fundamentales por naturaleza. Lo que parece fundamental es una época histórica o en Nota 11).- Recuérdese que estamos en 1.964. Hoy, también por motivos históricos, la cosa no es así, por desgracia (también histórica). 16 una civilización determinada no es fundamental en otras épocas o culturas. No sé cómo puede darse un fundamento absoluto de derechos históricamente relativos” nota 12). Cuando en 1.982 publiqué mi trabajo sobre “El problema del fundamento de los derechos humanos” nota 13), había tomado buena nota de estas ideas de Norberto Bobbio, sobre todo para hacer hincapié en los obstáculos teóricos de una fundamentación iusnaturalista, para animar a que se tuviera en cuenta el punto de vista histórico, que no fundamentación histórica, a la hora de elaborar una filosofía o teoría rigurosa de los derechos humanos (en este caso hablo de rigor como la virtud teórica más alejada de emotivismos y retórica, y de un discurso más efectista y manipulable políticamente que sólidamente argumentado) y porque me pareció que encajaba muy bien con una fundamentación ética de los derechos humanos y con un concepto que respondiera a ella y para cuyo objetivo tomé prestado de C. Santiago Nino, aunque utilizándolo en un sentido más amplio que él, la expresión derechos morales (posteriormente tuve conocimiento de la historia de esta expresión y de su uso muy contextualizado en la tradición de la filosofía moral, política y jurídica inglesa y estadounidense). Sin embargo, siempre me ha presionado, desde aquel tiempo, la necesidad de añadir alguna matización a las tan razonables reflexiones Nota 12).- N. Bobbio “L´illusion du fundament absolu”, en Le fondement des droits de l´homme, Actes des entretiens de L´Aguila (14-19 septiemvre 1.964), Institut International de Philosophíe, La Nuova Italia, Firenze 1.966, pag. 5. Nota 13).- Publicado en el Anuario del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Complutense, nº 1, Madrid 1.982. Se trata de un resumen del Curso que impartí en el primer año de andadura del Instituto, al hacerme cargo de la asignatura “Concepto y fundamento de los derechos humanos”. Más tarde se incluyó en el libro “Teoría de la Justicia y Derechos Humanos, Ed. Debate, Madrid 1.984). Excusado por la tendencia a la vanidad, que se va acrecentando con la edad, de los profesores universitarios, pero también con el sano objetivo de hacer historia, me permito señalar que se trata de uno de los primeros trabajos que en España reflexionaron sobre el fundamento de los derechos humanos. 17 De N. Bobbio. siguientes: Más o menos, y a vuela pluma, serían las dos 1º.- Los derechos humanos, variables y heterogéneos hasta el punto de no admitir un único fundamento absoluto, sí contarían con distintos fundamentos posibles que podemos elaborar y analizar siempre a partir del estudio de las condiciones históricas de la génesis y desarrollo de cada derecho. No obstante, sí cabría aunar distintos derechos como traducción de un único fundamento (único fundamento para un tipo de derechos, se entiende) con lo que la categoría de distintos fundamentos posibles se rebajaría mucho. Es decir, valores como la vida, la autonomía personal, la seguridad, la libertad o la igualdad, cada uno de ellos podría recoger toda una familia de derechos variables históricamente pero respondiendo a exigencias históricas similares. Así, por ejemplo, entre las libertades políticas que gozaba el ciudadano ateniense bajo el sistema democrático y los derechos políticos de las actuales democracias, existe un contexto histórico condicionado por situaciones muy diferentes y razones muy distintas para defender la libertad política y sistemas diferentes para ejercerlas. Sin embargo, todas las razones apoyadas en la historia de las libertades políticas no gozan de independencia como para posibilitar un fundamento posible para la libertad política griega y otro fundamento posible, totalmente diferente, para las libertades políticas actuales. 2º.- Es cierto, como señala Bobbio, que “No se ve cómo puede darse un fundamento absoluto de derechos históricamente relativos”. Sin embargo, si entendemos los derechos humanos hoy como los contenidos materiales del valor justicia, como la posibilidad de una ética globalizada, como la comprobación de una sociedad decente, etc., entonces tenemos que conceder un estatus especial a este tipo de derechos humanos que son fundamentales, tanto por ser el fundamento de una vida digna como por ser la base sobre la que constituir los sistemas sociales, políticos y jurídicos que pretenden estar a la altura de la correspondencia con las exigencias del valor que se atribuye a los seres humanos o dignidad humana. 18 De esta categoría de derechos humanos fundamentales, dentro de una más general de derechos, necesitamos proclamar también fundamentos especiales. En definitiva, creo que se podría añadir a la proposición de N. Bobbio de que “no se ve cómo puede darse un fundamento absoluto de derechos históricamente relativos”, esta otra de que tampoco se ve “como puede darse un fundamento relativo de derechos históricamente fundamentales”. Es decir, la historia también nos puede ayudar a distinguir entre lo menos fundamental, aunque importante, y lo fundamental, por imprescindible, con lo cual el propio relativismo histórico se encuentra a sí mismo relativizado. Creo que, entre nosotros, un autor conocedor de la historia de la ideas, como Francisco J. Laporta, cuando ha utilizado la expresión derechos morales no lo ha hecho desde supuestos inmutables, ni desde la ilusión de búsqueda de ningún fundamento absoluto, sino desde la apertura a lo histórico, pero a partir de una selección que da una fuerza especial a ciertas exigencias morales. Así me parece que ocurre cuando señala que “la noción de derechos morales es sin embargo particularmente apta para dar cuenta de la especial naturaleza que adscribimos a los derechos humanos como manifestación privilegiada de una idea de justicia” nota 14) o cuando asigna a los derechos humanos “los rasgos fundamentales” de tratarse de derechos universales, absolutos e inalienables. Indudablemente, dentro de los defensores de esa concepción moral que cree y defiende ciertos derechos humanos como fundamentales, porque sin su reconocimiento nos situamos por debajo de una vida digna, concepción moral que es el resultado de una Nota 14).- Francisco J. Laporta “El concepto de los derechos humanos”, en “Diccionario crítico de los derechos humanos”, op. Cit. Pag. 17 y ss. Ver también en la Revista Doxa su trabajo sobre el concepto de derechos humanos, los comentarios de A.E. Pérez Luño (“Concepto y concepción de los derechos humanos (Acotaciones a la ponencia de Francisco Laporta)”) y la posterior respuesta de F. Laporta, nº 4, Alicante 1.988, pag. 23 y ss. Y pag. 75 y ss., respectivamente. 19 tradición histórica determinada (aquella que entendió que hablar de dignidad humana significaba el derecho a tener derechos) ha pasado a un lugar marginal la ilusión por buscar un fundamento absoluto, pero tampoco está satisfecha con los fundamentos relativos y exige razones, siempre teniendo en cuenta la enseñanza de la historia, especialmente sólidas y contundentes. III.- LA POSIBILIDAD Y TENTACIÓN DE MANIPULAR LA HISTORIA . ENTRE LO PARTICULAR Y LO UNIVERSAL. En 1.947 la Unesco llevó a cabo una investigación acerca de los problemas teóricos a que daba lugar la elaboración de una Declaración Universal de Derechos del Hombre. Para ello se envió un cuestionario a un número significativo de pensadores y escritores, elegidos entre las naciones pertenecientes a la propia UNESCO nota 15). Entre las respuestas al cuestionario se encuentran las de Benedetto Croce, Mahatma Gandhi, Aldous Huxley, Harold Lasky, Salvador de Madariaga, Jacques Maritain o Pierre Teilhard de Chardin. En el Memorandum y Cuestionario, “acerca de las bases teóricas de los derechos del hombre distribuido por la Unesco”, se señala que la formulación originaria de las declaraciones clásicas de los derechos del hombre tiene lugar en el siglo XVIII, “basándose en un concepto intrínseco de los derechos del hombre individuales como absolutos e innatos” y como meta de un camino preparado por “dos sucesos históricos: primero, la Reforma, con un llamamiento a la autoridad absoluta de la conciencia individual, y, segundo, la rebelión del capitalismo incipiente, con su insistencia en la libertad de Nota 15).- Las respuestas pueden encontrarse en el libro publicado en 1.949 por la Unesco, bajo el título “Human Rights. Comments and Interpretation. A Simposium. Introduction by J. Maritain”. Aquí se cita por la edición aparecida en la Editorial Laia, Barcelona 1.973, con traducción de M. Villegas de Robles, M. Frenk de Alatorre, M. Sánchez Sarto, A. Alatorre y T. Ortiz. 20 iniciativa individual contra la sujeción de la Iglesia y el Estado”. Sin embargo, también se apunta en el texto, el desarrollo posterior, durante los siglos XIX y XX, iba a revelar las omisiones de esas declaraciones al acentuar la falta de respuesta a nuevos problemas planteados por el desarrollo histórico, tanto en el plano occidental como internacional. Hasta llegar a “la presente situación” de “confrontación de las dos concepciones vigentes de los derechos humanos”: la una corresponde a la premisa de los derechos individuales innatos y a un “prejuicio contra una autoridad central poderosa”, la otra se basa en “principios marxistas y en la premisa de un gobierno central poderoso… planificación total… y gobierno de un solo partido”. No obstante el contenido del texto irradia optimismo (no olvidemos que estamos en 1.947), en el sentido de pensar que ambas concepciones enfrentadas se han ido modificando y tanto la una como la otra se van encaminando hacia su opuesta. Por ello, prosigue indicando el texto, “una de las tareas principales que tenemos por delante en el futuro inmediato es el encontrar claramente algún denominador común para el desarrollo futuro de las dos tendencias o, en términos de dialéctica marxista, lograr una reconciliación de las dos contrarias en una síntesis superior”. El, Memorandum también añade otro punto de interés, que puede interpretarse como una llamada de atención para no “descuidar el hecho de que en otras partes del mundo han surgido otras teorías de derechos humanos y siguen surgiendo o surgirán”. No sé si, también en este caso, el texto es demasiado generoso al atribuir, como “otra teoría de derechos humanos”, “los puntos de vista de un hombre como el Mahatma Gandhi, o de los numerosos pensadores de la India que creen en la importancia social y en el valor individual de la meditación y de la experiencia mística. Y podemos estar casi seguros de que el fermento de pensamiento ya visible en los pueblos de piel negra, parda o amarilla, desde Africa al Lejano Oriente, está destinado a producir otras declaraciones”. Generoso o no, aunque siempre bienintencionado, desde 1.947 al 2.003 podemos comprobar la exactitud de esas predicciones sobre la producción de otra teoría y otras declaraciones de derechos humanos. Comprobación que, como es suficiente conocido por el estudioso de estos asuntos, no está exenta de agudas e interesadas, a la vez que interesantes, polémicas. Pero el 21 texto no deja dudas sobre su cometido, sin poder esquivar nunca el difícil equilibrio entre la deseada unidad y la inevitable diversidad. Se trata “de desarrollar un conjunto común de ideas y principios. Uno de éstos es una declaración común de derechos del hombre”. Una declaración que sirva para reconciliar lo divergente y que sea a la vez “precisa”, dada su vocación práctica, “pero también suficientemente general y flexible” para así poder aplicarse “a todos los hombres” y poder ajustarse “a los pueblos que se encuentran en diferentes fases de desarrollo social y político”. A cualquier estudioso o interesado en la historia de la humanidad, y deberíamos ser las dos cosas a la vez, puesto que la historia sigue y seguirá cumpliendo ese eterno papel de maestro de la vida, no le pasará desapercibido que estas preocupaciones de 1.947 siguen vigentes hoy, aunque desde ese tiempo al actual se han experimentado ya distintas prácticas que deben ser tenidas en consideración. Creo también, ya que nuestro tema es el papel de la historia y su relación con los derechos humanos, que se desprende fácilmente de todos los textos anteriormente citados tanto la historicidad de toda convivencia humana como la dependencia de lo histórico por parte de toda la invención o construcción de los seres humanos. Y, sin duda, una de esas creaciones históricas es la idea de que todos los seres humanos tienen derechos morales que han de serles reconocidos y garantizados social, política y jurídicamente. Y sin salirnos de nuestra pequeña historia, la particular de la Declaración Universal de la ONU de 1.948, existe otro documento de interés, “Las bases de una declaración internacional de derechos del hombre”, redactada por una comisión de expertos de la Unesco, en julio de 1.947, tomando como base las diversas contribuciones teóricas a la encuesta antes mencionada. Aquí se conecta el papel institucional de las Naciones Unidas con una declaración internacional de derechos del hombre, que “tiene 22 que ser tanto la expresión de una fé que hay que mantener como un programa de actos para realizarla”. Para ello, se insiste, se precisa de una comprensión común de convicciones que también han de ser comunes, es decir, “convicciones universalmente compartidas por los hombres, por grandes que sean las diferencias en sus circunstancias y en su manera de formular los derechos del hombre”. De todas formas en estas “Bases” no se pasa por alto que compartir principios comunes no significa dejar de “anticipar algunas de las dificultades y las diferencias de interpretación que de otra manera pudiera retrasar o impedir un acuerdo sobre los derechos fundamentales que entran en la declaración”. La mención continua a la búsqueda de este equilibrio entre los principios comunes de la paz, la democracia y, sobre todo “la fe en la dignidad intrínseca de los hombres y mujeres” y, por otro lado, “las culturas variadas” y “las instituciones diferentes” sirve para hacernos una idea de que, para los autores de estas bases filosóficas de una declaración internacional y universal de derechos humanos, la búsqueda de ese equilibrio era una preocupación real y auténtica. Ello sirve para relativizar en gran medida el alcance de la acusación que hoy hacen los multiculturalistas a la Declaración de 1.948, como una declaración de derechos, producto de la cultura occidental, que bajo la envoltura de la universalidad pretende imponer los valores occidentales. Y no creo que ninguna persona que pretenda un estudio histórico objetivo y riguroso pueda poner muchas objeciones, salvo las interesadas desde el punto de vista ideológico, o sentirse atacados en su “sensibilidad cultural” por textos tan “imperialistas” como el que sigue: “La historia de la discusión filosófica de los derechos del hombre, de la dignidad y de la hermandad del hombre, y de su común ciudadanía en la gran sociedad, es larga: se extiende más allá de los estrechos límites de la tradición occidental y sus comienzos en el Occidente tanto como en el Oriente coinciden con los de la filosofía. Por otro lado, la historia de las declaraciones de derechos del hombre es breve y sus comienzos se encuentran en el Occidente en el Bill de Derechos inglés y en las Declaraciones de Derechos de los 23 Estados Unidos y Francia, formulados el primero en el siglo XVII y las segundas en el XVIII, aunque el derecho del pueblo a rebelarse contra la opresión política se reconoció y se estableció hace ya mucho tiempo en China”. En este ambiente intelectual previo a la Declaración parece claro que la historicidad de las declaraciones de derechos (dependencia histórica occidental y moderna) no es incompatible con la universalidad de los derechos humanos, entendida en el sentido de que los derechos proclamados pertenecen a “todos los hombres de todas las partes el mundo sin diferencia de raza, sexo, idioma o religión”. ¿Por qué seguir dando pábulo a los paranoicos que han convertido una idea noble en conspiración imperialista y occidental?, ¿no habrá otras razones y excusas, menos culturales y más interesadas en mantener un statu quo negador de esos derechos universales?, ¿por qué tomamos en serio a los que quieren seguir negando los derechos a la vida, la libertad de convicciones, las libertades políticas o los derechos económicos, sociales y culturales a los miembros de las culturas no occidentales?, ¿es que se trata de incompetentes básicos, condenados a no alcanzar nunca la madurez ni la autonomía individual para preservar así “los derechos colectivos” de tribus, patrias, religiones, clases sociales o géneros?. También los expertos reunidos por la Unesco en París, en julio de 1.947, se adelantaron a muchas objeciones posteriores y que han alcanzado especial notoriedad en la bibliografía actual sobre teoría de los derechos humanos. Es el caso del texto siguiente, donde se distingue entre un consenso sobre derechos (sobre lo justo, diríamos hoy) y un consenso doctrinal (sobre lo bueno o el bien). Distinción que es imprescindible para garantizar el pluralismo de todo tipo. Dice así: “Pero la Comisión está convencida de que el problema filosófico que supone una declaración de derechos del hombre no es el de conseguir un acuerdo general de carácter doctrinal, sino, más 24 bien, un acuerdo sobre los derechos, y también sobre las medidas encaminadas a realizar y defender los derechos, acuerdo que puede estar justificado por razones doctrinales muy divergentes” nota 16). La prudencia de la Comisión, inteligente y oportuna, al distinguir entre esas tipos de acuerdos no debe utilizarse como punto final sino como punto de partida (por otro lado nada fácil). Con ello quiero decir que la historia posterior no ha dejado de ser muestra de que los desacuerdos doctrinales se convierten en falta de acuerdos sobre derechos o sobre alcance y jerarquía de derechos humanos. A ello se refirió J. Maritain en el Prólogo del libro y con su mención nos situamos en línea más directa con el tema del papel de la historia en un teoría de los derechos humanos. Para J. Maritain, en el terreno de las doctrinas filosóficos, existen dos grupos diferenciados y opuestos: “los que aceptan más o menos explícitamente y los que rechazan más o menos explícitamente la “ley natural” como fundamento de dichos derechos”. El rechazo o aceptación de la ley natural afecta al concepto de derechos humanos, puesto que para unos el dato más definitivo es su inmutabilidad, mientras que, para los otros, lo es su variabilidad histórica. Así, “para los primeros, el hombre, en razón de las exigencias de su esencia, posee ciertos derechos fundamentales e inalienables anteriores (por su naturaleza) y superiores a la sociedad y por ella misma, nace y se desarrolla la vida social, con cuantos deberes y derechos implica. Para los segundos, el hombre en razón del desarrollo histórico de la sociedad, se ve revestido de derechos de continuo variables y sometidos al flujo del devenir y que son el resultado de la sociedad misma, a medida que progresa a compás del movimiento de la historia”. Nota 16).- La Comisión estuvo constituida por Edward H. Carr, Richard Mckeon, Pierre Auger, Georges Friedmann, Harold Laski, Chug-Shu Lo y Luc Somerhausen. 25 Expuestas de esta manera las dos posturas, nos damos enseguida cuenta de que los ejemplos puros que podemos extraer del cumplimiento de las características así establecidas son más bien pocos. Hasta el iusnaturalista más cerrado tiene que admitir que hablar de los derechos inherentes al ser humano y anteriores a la sociedad no es una descripción, sino la construcción de una teoría moral que desea hacer hincapié en que toda sociedad que se pretenda justa debe reconocer ciertos derechos, básicos y fundamentales, a sus miembros. La idea de “anterioridad” no es histórica o cronológica, sino moral. Y también ese mismo iusnaturalista admitirá que no todos los derechos tienen el mismo valor y que el desarrollo histórico puede llegar a “relativizar” esa supuesta “inmutabilidad”. Y algo similar ocurre con el positivista-historicista. Aún admitiendo que los derechos han ido apareciendo como respuesta al desarrollo histórico de la sociedad, tendrá que aceptar que entre los derechos que se hallan en las declaraciones hay unos que no varían de forma continua sino que se mantienen bastante constantes en cuanto a su contenido. Para entender esta idea podemos ayudarnos con la comparación entre los derechos de seguridad y autonomía y los derechos de carácter económico y político. Mientras los derechos de participación política y los económicos y sociales varían como resultado de los cambios sociales concretos en el ámbito político y económico, es difícil pensar en los derechos humanos fundamentales sin incluir lo nuclear de los derechos a la vida, a la integridad física o moral o a la libertad de pensamiento. Es decir, la historia de los derechos humanos ha ido desplegando distintos tipos de derechos, las generaciones de derechos, al responder a necesidades humanas generadas en sociedades históricas, pero a partir de la idea básica de que hay que crear las condiciones sociales, también básicas, que respeten la dignidad o valor de las personas. Por ello me parece que hay que matizar la respuesta que dio Benedetto Croce a la encuesta de la Unesco. Para él hay que abandonar la consideración de los derechos humanos como derechos universales del hombre y reducirlos a derechos del hombre en la historia: “Esto equivale a decir –señalaque los derechos son aceptados como tales para hombres de una época particular. No se trata, por consiguiente, de demandas eternas, sino 26 sólo de derechos históricos, manifestaciones de las necesidades de tal o cuál época, e intentos de satisfacer dichas necesidades”. Del estudio de la historia de la cultura occidental y de la historia y actualidad de otras culturas parece desprenderse un acuerdo general con lo expresado por B. Croce. Los derechos humanos “son aceptados como tales para hombres de una época particular”. Todos los derechos son derechos históricos. Incluso podríamos pensar en una época futura donde los seres humanos dejarían de pensar que tienen derechos inherentes, de la misma manera que, a lo largo de la historia, en la mayor parte de las épocas y las culturas, no han “sabido” que tenían derechos. Sin embargo mi matización va en el sentido de que una vez que los seres humanos, a partir de un momento histórico determinado, han sido conscientes y han reivindicado la idea de que les pertenecían ciertos derechos humanos fundamentales y básicos, reflejo histórico-moral de una determinada versión de su dignidad, sostuvieron también la idea de que esos derechos a los que se referían eran algo más que “sólo derechos históricos”. Una teoría actual de los derechos humanos tiene que fundamentar y estructurar, moral, política y jurídicamente ese “algo más”. Hace ya varios años insistí en que había que distinguir entre una visión histórica de los derechos humanos y una fundamentación historicista de los derechos humanos nota 17). Hoy me mantengo en esa idea. Efectivamente, el estudio y análisis de la historia de los derechos humanos no permite otra concepción distinta a la de éstos como derechos en la historia. No son demandas eternas, sino respuesta a necesidades sociales e históricas. Pero aunque la historia sea la referencia sobreutilizada por los defensores de la Nota 17).- Eusebio Fernández “Teoría de la Jurídica y derechos humanos”, op. cit., pag. 103. 27 fundamentación historicista, una visión histórica de los derechos humanos puede y suele ser compartida por los defensores de otros conceptos y otros fundamentos de los derechos humanos. Es más, me atrevería a decir que es incorrecto hablar de fundamentación historicista de los derechos humanos, porque la historia no fundamenta nada. El estudio de la historia nos puede ayudar a comprender las razones y causas de los acontecimientos sociales, puede auxiliarnos a la hora de tomar decisiones prácticas y así evitar errores pasados, pero no sirve para justificar o legitimar un determinado orden social o político, un sistema jurídico o una declaración de derechos. Creo que la integración del punto de vista histórico o de la dimensión histórica en el análisis del concepto y del fundamento de los derechos humanos es algo muy asumido en la mayor parte de los filósofos del Derecho españoles, independientemente de las convicciones ideológicas de unos y otros. Y ello tanto en los trabajos sobre derechos humanos anteriores a la Constitución de 1.978 como en los posteriores. A ello hay que añadir también las propias evoluciones teóricas personales y la apertura hacia planteamientos más flexibles y pluralistas, incluidos los distintos tipos de iusnaturalismos defensores de los derechos humanos nota 18). Nota 18).- Valgan como ejemplo (necesariamente parcial) los siguientes trabajos de filósofos del Derecho que, a pesar de la heterogeneidad teórica y del pluralismo ideológico, no han olvidado la perspectiva histórica: el estudio preliminar de Antonio Truyol y Serra a “Los derechos humanos. Declaraciones y Convenios Internacionales”, Ed. Tecnos, Madrid 1.968 (con varias reimpresiones y ediciones), pag. 11 y ss.; AntonioEnrique Pérez Luño “El proceso de positivación de los derechos fundamentales”, pag. 173 y ss. de José Luis Cascajo Castro, Benito de Castro Cid, Carmelo Gómez Torres, Antonio-Enrique Pérez Luño “Los derechos humanos. Significación, estatuto jurídico y sistema”, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, Sevilla 1.979; Antonio FernándezGaliano “Derecho Natural. Introducción filosófica al Derecho”, Ed. Ceura, Madrid 1.986 (quinta edición, corregida y aumentada), pag. 301 y ss.; Nicolás María López Calera “Introducción al estudio del Derecho”, Granada 1.987 (2ª edición, corregida y aumentada), pag. 273 y ss.; Gregorio Peces-Barba “Sobre el puesto de la historia en el concepto de los derechos fundamentales”, en “Escritos sobre derechos fundamentales”, Eudema, Madrid 1.988, pag. 227 y ss.; José Martínez de Pisón “Derechos Humanos: historia, fundamento y realidad”, Egido Editorial, Zaragoza 1.997, pag. 57 y ss.; Benito de Castro Cid, Ignacio Ara Pinilla, y otros “Introducción al estudio de los derechos humanos”, Editorial Universita, Madrid 2.003, pag. 27 y ss. 28 IV.- ACERCA DE SI LA HISTORIA DE LOS DERECHOS HUMANOS TIENE ALGO QUE DECIR SOBRE EL INDIVIDUALISMO MORAL Y LOS DERECHOS COLECTIVOS. Muchas veces se ha insistido entre algunos colegas-filósofos del Derecho españoles, durante los últimos años en que nuestras sociedades están abocadas al multiculturalismo y que este nuevo fenómeno, estimulado fundamentalmente por los hechos migratorios y por la inmigración laboral, inevitablemente va a afectar a la teoría y a la práctica de los derechos humanos, que, como conjunto de normas jurídicas que han de regir la convivencia, no pueden permanecer ajenos a la creciente ola de innovaciones sociales. Por ello se exige la creación de nuevos planteamiento teóricos y políticas sociales que den respuesta a esos fenómenos y para los que la visión exclusivamente occidental, de los derechos humanos, que hasta ahora ha sido la predominante, ha demostrado ya su incapacidad (o su agotamiento en la postura más radicalizada) para dar adecuadas y justas soluciones. La señal emitida, por tanto, es que el concepto de derechos humanos debe convertirse en un concepto multicultural para de esta manera dar respuesta a otro concepto en boga, cual es el de la ciudadanía diferenciada nota 1). Pues bien, creo que merece la pena reflexionar seriamente sobre estos temas, sin duda trascendentes, pero no exentos de confusiones entre los elementos teóricos que ayudan a su tratamiento. Así, no está suficientemente claro y los riesgos de caer en retórica compasiva, demagogia o en la manipulación de intereses no confesados son muy Nota 19).- Ver los trabajos recogidos en el libro, coordinado por Javier de Lucas, “La multiculturalidad”, donde se tratan las cuestiones más candentes acerca de este asunto, Cuadernos de Derecho Judicial, Consejo General del Poder Judicial, Madrid 2.001. 29 grandes, cuál es el alcance del reto del multiculturalismo, de la interculturalidad y de la ciudadanía diferenciada a la visión liberal e igualitarista de los derechos humanos. No creo que el derecho a la vida, la libertad de creencias, los derechos de seguridad jurídica o la garantía de la subsistencia básica (o cualquiera de los derechos que históricamente han aparecido conectados al liberalismo, la democracia o el Estado Social de Derecho) tengan cada uno de ellos dos versiones: la real, que es el reflejo de una historia que ya ha sido escrita, y la posible, es decir la misma historia “reinventada” desde planteamientos multiculturalistas, interculturalistas y de ciudadanía diferenciada. La primera historia, la real, se puede hacer mejor o peor, más objetiva o menos comprometida, pero siempre cuenta a su favor con un presente que es tomado como lo real y que es producto de una serie de componentes históricos y de sucesos, no mecánicos, pero si encadenados por una determinada lógica. No desconozco el hecho de que hay interpretaciones que más que servir para comprender una historia la desfiguran o manipulan; pero, por el momento, sigue teniendo sentido discutir sobre interpretaciones históricas correctas e incorrectas. La segunda historia, la imaginada o inventada o deseada, por multiculturalistas, interculturalistas y reivindicadores de la ciudadanía diferenciada para agradar a otros multiculturalistas, intermulticulturalistas y reivindicadores de la ciudadanía diferenciada no pasa de ser una construcción demasiado forzada como para darnos confianza. En definitiva, lo que quiero decir es que cuando alguien nos exige una versión multicultural del derecho a la vida o de la igualdad entre sexos, haciéndonos creer que en ciertas culturas el contenido de ese derecho ha de entenderse de manera distinta a lo que ha venido significando su lectura histórica literal, debemos darnos cuenta de que nos está tomando el pelo. Y si la otra cultura entiende por derecho a 30 la vida el derecho a vivir y por libertad de creencias, la igualdad en el ejercicio del derecho a pensar lo que se quiera, entonces coincidimos en el contenido literal de esos derechos y ha desaparecido el problema del multiculturalismo, de la interculturalidad y de la ciudadanía diferenciada a la hora de conocer el alcance de un derecho. Otro es el problema, este sí serio y complejo, de que, si los derechos humanos son pertenencia de todos y cada uno de los seres humanos, hemos de estar abiertos a la discusión de otras perspectivas culturales, con concepciones y forma de vida distintas a las nuestras. Entre estas pueden incluirse aquellas concepciones que piensan la convivencia humana al margen del reconocimiento de derechos a los miembros de sus sociedades o aquellos otros que piensan la convivencia social en términos de derechos colectivos. La complejidad, de la discusión, lo mismo que la posibilidad de llegar a acuerdos tras ésta, varía mucho según sean los interlocutores y según sean los temas a tratar, puesto que aquella discusión que se dé entre fundamentalistas o fanáticos (y basta que uno de los interlocutores lo sea) está siempre llamada al fracaso. En todo caso, una sociedad que se tome en serio la libertad siempre exigirá la vigencia de un grado satisfactorio de pluralismo. El pluralismo en el campo cultural nos lleva hacia el multiculturalismo, que puede entenderse como el término “que hace referencia a la presencia de una sociedad de distintos grupos cada uno de los cuales pretende mantener su cultura y vivir en ella” nota 20). Y surgen inmediatamente las preguntas: ¿los miembros respetuosos de los derechos humanos de una sociedad democrática están obligados a respetar el derecho a la identidad cultural de los miembros de culturas que los nieguen?, ¿una política correcta de inmigración laboral debe esforzarse en integrar en su seno a los que rechazan en profundidad los valores de quienes les den trabajo?. Nota 20).- María José Añón Roig “La interculturalidad posible: ciudadanía diferenciada y derechos”, en el libro colectivo, ya citado, “La multiculturalidad”, pag. 223. 31 Creo que la Constitución española posibilita políticas justas y generosas en materia de inmigración, por supuesto que más ambiciosas que las llevadas a cabo hasta ahora. De la misma manera, los derechos en ella proclamados pueden actuar como un constante acicate para mantener el valor del pluralismo, como uno de los valores superiores de la Constitución y la coexistencia de nuestras tradiciones culturales con otras tradiciones culturales (siempre y cuando respeten los derechos humanos entendidos como las reglas de juego de una sociedad democrática). A veces me produce cierto asombro que estudiosos de estos temas, entre nosotros, den rápidamente por supuesto que España ya es un país multicultural o que, ingenuamente, confíen en que es posible la convivencia, dentro del mismo territorio, entre sistemas de valores distintos. En todo caso, las vías que establece la Constitución, al proclamar y garantizar los derechos individuales a la libertad de expresión son las adecuadas. Con ello nuestra Constitución permanece dentro de la tradición histórica del individualismo moral, poco amiga del concepto de derechos colectivos, que suele ser el preferido de los creyentes en el multiculturalismo y la interculturalidad. Y la defensa de la existencia de derechos humanos, sin cuyo reconocimiento los seres humanos viven por debajo de las exigencias de su dignidad es, sin duda, un ideal moral. Un ideal moral que se fue construyendo lentamente hasta encontrar la manera de darle forma histórica. Como todo fenómeno social, fueron un conjunto de circunstancias históricas las que permitieron que se viera con claridad que los individuos eran sujetos universales de derechos también universales. Las razones de que esto ocurriera en una determinada fase histórica, y no desde el comienzo de la humanidad, y además, dentro de una determinada tradición cultural y no en otra, eso constituye el objetivo a esclarecer por parte del estudioso. Sin embargo, esta tarea 32 precisa buenas dosis de información, metodología apropiada y amor a la objetividad. ¿Es tan importante la comprensión de una concepción individualista de la sociedad para la historia de los derechos humanos?. Creo que sí. I. Berlin, en la Introducción a su obra “Cuatro ensayos sobre la libertad”, se preguntaba sobre la fecha y las circunstancias en que se hizo explícita en Occidente la idea de la libertad individual, respondiendo que ésta aún no había surgido en la cultura griega ni en ninguna otra civilización antigua. Y añadía el siguiente comentario: “Hay muchos valores que han discutido los hombres, y en favor y en contra de los cuales han luchado, que no se mencionan en algunas fases anteriores de la historia, bien porque se presuponen sin hacerse siquiera cuestión de ellos, o porque los hombres, por las razones que sean, no están en condiciones de concebirles. Bien puede ser que las formas más refinadas de libertad individual no incidieran en la conciencia de las masas humanas, simplemente porque éstas vivían con estrecheces y oprimidas. Apenas puede esperarse que los hombres que viven en unas condiciones en que no tienen suficiente comida, calor, refugio y un mínimo de seguridad, se preocupen de la libertad de contratación o de la libertad de prensa nota 21). Me parece que el individualismo moral responde a este tipo de valores citados por I. Berlin. Normalmente dentro de las sociedades capitalistas, liberales y democráticas no se hace cuestión de él, mientras que en otras culturas y sociedades, tanto históricas como actuales, parece que no se concibe. ¿Puede que sea el resultado de un desarrollo histórico, social y económico, que permite a algunas sociedades, en general, tener satisfechas las necesidades básicas de Nota 21).- I. Berlin “Cuatro ensayos sobre la libertad”, Alianza Editorial, Madrid 1.988, trad. de Julio Baroja, pag. 43. 33 subsistencia y seguridad mínimas?. Probablemente y, como mínimo, hay que conceder que algo tienen que ver entre sí esos fenómenos. Una comparación entre culturas distintas y entre fases históricas dentro de una misma cultura, comprensión que precisa mucho estudio y prudencia para no caer en interesadas simplificaciones, puede arrojar cierta luz a la hora de tratar este asunto. Norberto Bobbio ha señalado al respecto que: “Para que pudiera darse…el paso del código de los deberes al código de los derechos, sería necesario dar la vuelta a la moneda: que el problema moral fuera considerado desde el punto de vista no solamente de la sociedad, sino también del individuo. Sería necesaria una verdadera y propia revolución copernicana… Aquí hablo de revolución copernicana en el sentido kantiano, como inversión del punto de observación”. Bien, esa revolución coperniana o inversión del punto de observación es una manera de entender la referencia que en la introducción se hace al cambio de paradigma. Y eso tiene una fecha histórica, la modernidad, y una cultura determinada, la occidental. Permite todo esto derivar que, ya que el fenómeno de los derechos humanos surge y se desarrolla en sociedades individualistas, capitalistas, con separación entre el poder político y el religioso, básicamente igualitarias y liberal-democráticas, ¿esos datos históricos se convierten en presupuestos imprescindibles que precisan otras sociedades y culturas que aspiran a respetar los derechos humanos y a garantizar su ejercicio?. No tengo razones fuertes para contestar afirmativamente de manera terminante, pero posiblemente las relaciones entre esos logros históricos y los derechos humanos, son bastante estrechas. 34 En todo caso, no tengo ninguna duda sobre la corrección del dato histórico de que la noción de derechos naturales presupuso una concepción individualista de la sociedad y del Estado (que también tuvo que evolucionar desde las razones de Estado a los derechos como verdadera razón de Estado). Como también indica N. Bobbio: “Concepción individualista significa que primero está el individuo, se entiende, el individuo singular, que tiene valor por sí mismo, y después está el Estado, y no viceversa” nota 22). Si aplicamos esto también a la sociedad, resulta que el individuo singular tiene valor por sí mismo y después está la sociedad, y no viceversa. Aquí radica la verdadera peculiaridad y elemento distintivo de la modernidad occidental. Leamos a algunos de los estudiosos de otras culturas para posibilitar mejor la comprensión de este hecho. Empecemos por el caso de la India. Louis Dumont opone la idea del hombre como individuo y “el hecho indio fundamental de la interdependencia de los hombres en el sistema de castas. Por “idea de individuo” entendemos el hecho de que para nosotros, los valores esenciales han terminado por vincularse de forma predominante, al hombre particular tomado como universal … en el sistema de castas, sobre todo en su modelo clásico donde la sociedad está dividida en cuatro categorías o estados distintos, un obstáculo se interpone entre el hombre particular y lo universal, que no es otro que la casta o estado que prescribe a cada uno su deber especial. Lo que los tratados describen como moral Nota 22).- N. Bobbio “El tiempo de los derechos”, pags. 105 y 107. 35 común, es poca cosa, y apenas hablan de deber universal, sino sobre todo de deberes de estado. No se es hombre; se es, según el caso, sacerdote, príncipe, cultivador o servidor… Si estudiamos instituciones como la casta, y por poner otros dos ejemplos, los derechos del suelo y el parentesco, nos damos cuenta de que el hombre particular no es, propiamente hablando, el sujeto” nota 23). No es de extrañar, por tanto, que en la India tradicional, lo mismo que en China o Japón, el concepto predominante sea el de deber. El choque cultural, por tanto, con la tradición de una sociedad de derechos individuales siempre se va a dar. En las sociedades tradicionales africanas nos ocurre un fenómeno similar: no existe la noción de individuo particular al margen de la sociedad, ni tampoco la de derechos individuales, sí, por supuesto, la de deberes de total sumisión del individuo a la comunidad. De ahí la especial crudeza que tienen los enfrentamientos tribales. Según un conocedor de esa realidad, los derechos humanos en las sociedades africanas tradicionales responden a un concepto de derecho con titularidad grupal y a un concepto de derecho con significado de deber. “En las sociedades africanas tradicionales –leemos- existieron también algunos principios para el respeto y la protección de Nota 23).- Louis Dumont “La civilización india y nosotros”, Alianza Universidad, Madrid 1.989, trad. de Rogelio Rubio-Hernández, pags. 24 y 25. 36 los derechos humanos. En efecto, el África tradicional dispuso de un sistema de derechos y libertades, aunque no existía ni un reconocimiento formal ni una fórmula escrita de esos derechos y libertades, tal y como son enunciados actualmente”. Este texto, además de estimular el escepticismo, podría aplicarse a casi todas las culturas y civilizaciones. Me temo que se está hablando más de deseos, basados en supuestos históricos, que de hechos sociales (reales). “Sin embargo –prosigue nuestro autor- en el África tradicional, el individuo como un ser singularizado no existe; se confunde y se integra con el grupo abandonando el derecho a constituir un ser individualizado, aislado… El individuo descubre sus derechos y goza de ellos por su condición de miembro del grupo. Así el individuo y el grupo se complementan”. Debo apuntar que si el individuo “descubre sus derechos y goza de ellos” por su condición de miembro del grupo, eso significa que el individuo no tiene derechos por sí mismo, derivados de su valor o dignidad. No es posible hacer converger una concepción individualista de los derechos humanos (el individuo tiene derechos por su propia dignidad) con una concepción comunitarista o colectivista de los derechos (el individuo tiene derechos por ser miembro de un grupo). La historia de los derechos humanos (la real) es la que despliega la concepción individualista, mientras que la historia desarrollada según la concepción comunitarista es pura ficción. Además, habría que añadir que, en la práctica, la concepción individualista es integradora y cosmopolita, mientras que la comunitarista suele ser excluyente y tribal. 37 Resulta también curioso que, frente a las justas críticas al imperialismo occidental, suele surgir en este tipo de trabajos, con el apoyo de todo tipo de multiculturalistas, otro tipo de imperialismo que intenta mantener la superioridad de las culturas no occidentales. Así, se suele comparar al ser “individualizado, aislado, egoísta, agresivo” con otro tipo de sociedad idílica, de seres humanos solidarios y hechizados por el bien común. “En este sentido –se dice-, la sociedad africana era solidaria y humanista, de tal modo que el respeto al ser humano era una característica intrínseca de la misma” nota 24). Por seguir con las comparaciones, cabe hacer una más entre el individuo reducido a ciudadano de la Grecia clásica y el individuo aislado en su intimidad y privacidad, propio del mundo moderno (comparación que ya hizo B. Constant en su célebre discurso parisino, en 1.819). O la influencia que tuvo el individualismo religioso, propiciado por el cristianismo, en el idividualismo moral moderno nota 25). Nuestra investigación puede incluso ampliarse a cómo afecta al individualismo moral y a la concepción de los derechos humanos la corriente actual de filosofía política conocida como republicanismo, teniendo en cuenta que Maquiavelo es uno de sus más importantes iniciadores y que, según uno de sus creadores actuales: “La de Maquiavelo es una teoría de la libertad negativa, pero él la desarrolla sin recurrir a concepto alguno de los derechos individuales… no hay entre sus escritos políticos, que yo sepa, lugar alguno en el que hable de agentes individuales como portadores de diritti o derechos” nota 26). Nota 24).- Tshimpanga Matala Kabangu “Los derechos humanos en África. Enunciación, garantías y aplicación” en Tiempo de paz. Declaración Universal de Derechos Humanos, nº 48, Madrid, primavera de 1.998, pag. 49. Nota 25).- Ver Jean-Pierre Vernant “El individuo en la ciudad”, en P. Veyne, J.P. Vernant, L. Dumont, P. Ricoeur y otros “Sobre el individuo” Ed. Paidos, Barcelona 1.990, trad. de Irene Agoll., pag. 25 y ss. Nota 26).- Quentin Skinner “La idea de libertad negativa: perspectiva filosófica e histórica”, en R. Rorty, J.B. Schneewind, Q. Skinner “La filosofía en la historia”, Ed. Paidos, Barcelona 1.990, trad. de Eduardo Sinnot, pag. 256. 38 La defensa del individualismo moral como el motor de la historia de los derechos humanos es, por tanto, otra de las claras enseñanzas del análisis de la historia. La era de los derechos humanos (entendidos como derechos naturales, en el umbral de las primeras declaraciones) vino precedida históricamente por el triunfo de la filosofía individualista en todas las vertientes (religiosa, económica, social, moral o política). El principio individualista del valor moral primordial de cada ser humano permitió inventar al protagonista de los derechos humanos. Como ha señalado Javier Muguerza “no hay otros sujetos morales que los individuos” nota 27). Si se acepta lo anteriormente expuesto y se reconoce su veracidad, podemos afirmar que una concepción individualista de la sociedad es un presupuesto necesario para hablar de los derechos humanos. No se trata de una opción ideológica, sino de un dato derivado del estudio de la historia de los derechos humanos. Por tanto, creo que no es desacertado defender que la existencia de derechos colectivos es una ficción. El derecho a la identidad cultural cobra valor como un derecho individual (universal), sin necesidad de proclamar la existencia de un derecho colectivo a la misma identidad (siempre de un grupo, es decir, parcial). Me parece que el conocimiento de la historia de los derechos humanos nos permite calificar al proceso que va desde una concepción individualista de la sociedad hasta el despliegue de las distintas generaciones de derechos, como un proceso irreversible que impone un camino a seguir y unos requisitos que cumplir. Nota 27).- Javier Muguerza “Ciudadanía: Individuo y comunidad. Una aproximación desde la ética pública”, en “Retos pendientes en ética y política”, dirigido por J. Rubio Carracedo, J.M. Rosales y M. Toscano, Ed. Trotta, Madrid 2.002, pag. 19. 39 Si añadimos a esto la idea anteriormente mencionada de que no existen otros sujetos morales que los individuos, opino que cualquier intento de someter los derechos humanos a los derechos colectivos supone perder lo que de revolucionario tuvieren en su momento las teorías de los derechos naturales, además de desvirtuar su configuración como base de una sociedad justa. La dignidad sólamente se puede proclamar de los seres humanos tomados individualmente. Por importantes que sean los Estados, las patrias, las confesiones religiosas, las razas o las clases sociales, no pueden ser sujetos de derechos, sino que encarnan otros valores sociales. En definitiva, confieso que a pesar de un notable esfuerzo, buen asesoramiento bibliográfico y buenas intenciones, no he logrado rebajar mi escepticismo sobre los derechos colectivos. También es posible que aún no haya llegado a comprender lo que nos quieren decir los partidarios de los derechos colectivos. Si se trata de una nueva categoría de derechos, en el mismo plano que los derechos humanos individuales, creo que la teoría está llamada al fracaso. Si se trata de insistir en ciertos derechos especiales para grupos o colectivos también especiales vgr. minorías culturales, minusválidos, ancianos, etc., no entiendo qué añade la idea de derechos colectivos a los derechos específicos. No hacen buena pareja los derechos individuales con los derechos colectivos. Es más, me produce cierto asombro y desconfianza el hecho de que algunos partidarios de los derechos colectivos se olviden rápidamente y con mucha frecuencia de los derechos individuales. Los dictadores, a menudo, son partidarios de los derechos colectivos, porque no representan ningún obstáculo para la realización de sus tropelías. ¿Podrían llegar a ser el anuncio de un nuevo tipo de totalitarismo?. Si no garantizamos de manera sólida el individualismo moral, la separación entre el poder religioso y el poder 40 político y la igualdad entre hombre y mujer, es posible que corramos ese riesgo nota 28). Nota 28).- Sobre las distintas cuestiones que plantean los denominados derechos colectivos puede consultarse el libro editado por Fco. Javier Ansuátegui, “Una discusión sobre los derechos colectivos”, que recoge las distintas ponencias presentadas en un seminario que tuvo lugar, en febrero de 2.001, en el seno del Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas de la Universidad Carlos III de Madrid, Ed. Dykinson, Madrid 2.001. 41