UNIVERSIDAD DE LOS LAGOS Departamento de Humanidades y Arte REPRESENTANTE LEGAL RECTOR OSCAR GARRIDO ÁLVAREZ Director Responsable y Editor Consejo de Redacción EDUARDO BARRAZA JARA PILAR ÁLVAREZ-SANTULLANO BUSCH DIANA KISS DE ALEJANDRO RAÚL AGUILAR GATICA Secretario de Redacción y Editor NELSON VERGARA MUÑOZ Consultores externos JORGE ACEVEDO, Universidad de Chile, Santiago de Chile FERNANDO BURGOS, The University of Memphis, U.S.A. MANFRED ENGELBERT, Georg-August Universität, Göttingen, Alemania DANIEL LAGOS ALTAMIRANO, Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile PEDRO LASTRA, Universidad de Nueva York, en Stony Brook, U.S.A. AMADEO LÓPEZ, Universidad de París XNanterre, Francia SERGIO MANSILLA, Universidad Austral de Valdivia OSVALDO RODRÍGUEZ PÉREZ, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, España HERNÁN URRUTIA, Universidad del País Vasco, España Portada JORGE ZEPEDA ARAYA Traducción y revisión de abstracts JAMES PARK KEY Administración y procesamiento de textos ALEJANDRA LINGAY CÁRDENAS Alpha está indexada en Arts and Humanities Citation Index (Thomson Scientific), en The MLA International Bibliography, SciELO-Chile (Conicyt), LATINDEX, EBSCO, PROQUEST, EDITORIAL OCEANO, Servicios de Información Internacional (IIS), DIALNET y aparece en The Directory of Periodicals (USA). Para petición de ejemplares, información, envío de originales y suscripciones, dirigirse al Secretario de Redacción, Mg. Nelson Vergara Muñoz, Avda. Fuchslocher 1305 - Casilla 933, Osorno, Chile. Teléfonos: (56-64) 333139, 333583, o 333110 - Fax (56-64) 333298. 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Los heraldos negros de César Vallejo o la conciencia trágica de la vida. 103 MACARENA ROCA LEIVA. Lectura del guión Viaje a la Luna de Federico García Lorca y de la adaptación fílmica de Frederic Amat. 119 LUCIANA ANDREA MELLADO. Imágenes de autor e imágenes de la Patagonia: Trelew de Marcelo Eckhardt. 131 MARÍA JESÚS ZAMORA. Misticismo y demonología: Teresa de Jesús. 147 NELSON VERGARA. Saberes y entornos: Notas para una epistemología del territorio. 163 NAÍN NÓMEZ. Pablo de Rokha y José Angel Cuevas: de la nostalgia del mundo rural al sujeto de la ciudad marginal. 175 ÓSCAR GALINDO. Las poéticas (neo)barrocas de Diego Maquieira y Tomás Harris. 195 CAROLINA PIZARRO. “¿Debería aceptar yo sin más, las paparruchas y embustes de vuestros cronistas?”. (Las nuevas crónicas de Indias como reescrituras del descubrimiento y la conquista). 215 3 DARCIE DOLL. Discursos crítico-literarios en Chile: Bello y Lastarria como “sujetos críticos adelantados”. 231 NOTA PATRICK PUIGMAL y RAÚL NÚÑEZ. La imagen de Chile y de los chilenos a través de los escritos de la oficialidad napoleónica durante la Independencia: 1817-1830. 243 RESEÑAS Vanessa Lemm y Juan Ormeño (Editores). Hegel, pensador de la actualidad. Ensayos sobre La fenomenología del espíritu y otros textos. (Miguel López Astorga). 257 Tim Lewens. Darwin. (Ramiro Frick). 261 Información para los autores. 265 4 PRESENTACIÓN Alpha N° 31 es una edición más que participa de la celebración de los 25 años de nuestra Revista. Al igual que en el número anterior, hemos considerado, también, una sección que —desde diferentes visiones— remite a reflexiones sobre el Bicentenario de la Independencia Nacional. En lo que respecta a la sección aniversario, en ella se presentan interesantes análisis filosóficos como el de Vanessa Lemm relativo a que la política de la dominación que formula Nietzsche no implica una incompatibilidad con la democracia moderna. Por su parte, José Tomás Alvarado postula que los juicios universales trascendentes pueden tener condiciones de identidad dadas por la relevancia causal de tales propiedades, aun suponiendo que ellos no entran en relaciones causales —al menos no directamente— en tanto que Josep Monserrat Molas destaca que la debida comprensión de la escritura es una acción que precede toda indagación filosófica. A su vez, Nicolás Del Valle analiza los conceptos de justicia, teología y teoría crítica en la obra tardía de Max Horkheimer que permiten esbozar algunos lineamientos generales para una política radical. El análisis de Ricardo Camargo pone en relación los límites teóricos de la acción comunicativa de Habermas —y el de la verdad e ideología— cuando ésta es enfocada desde la perspectiva de Žižek. Un aporte a los estudios de la lingüística es el de Carolina Gutiérrez relativo al empleo de los pronombres de tratamiento (“tú” y “Ud.”) en la formulación de peticiones por parte de bilingües en Estados Unidos. En el área literaria, José Enrique Finol determina los tópicos de Dios, la infancia y la mujer como isotopías temáticas en Los heraldos negros de César Vallejo, mientras que Macarena Roca Leiva establece el modo como Frederic Amat lleva a cabo la versión fílmica de Viaje a la luna, guión para el cine que escribió Federico García Lorca. Por su parte, Luciana Mellado estudia las imágenes de autor y la espacialidad de Trelew de Marcelo Eckhardt, en los intertextos plurales entre novela y ciudad. La sinergia demonológica que debe enfrentar Sor Teresa de Jesús en su vía hacia el misticismo es la base del estudio de María Jesús Zamora y la conceptualización de una condición imaginaria y discursiva del territorio, y la tensión epistémico-metafísica que suscita es una provocadora propuesta de Nelson Vergara. En cuanto a la sección con la cual Alpha Nº 31 adhiere al Bicentenario, destacamos aquellas que re-visitan lo nacional desde la perspectiva poética, crítica e historiográfica. Naín Nómez analiza el modo como se lleva a cabo la representación de la nación chilena en el curso del siglo XX, a partir de las identidades locales, populares y urbanas en la poesía de Pablo De Rocka y de José Angel Cuevas; Oscar Galindo sistematiza las poéticas de Diego 5 Maquieira y de Tomás Harris en textos como La Tirana y Cipango para establecer los modos como la discursividad neo-barroca de estos autores resignifica el discurso de la conquista de Chile y los espacios urbano-regionales. A su vez, a partir de un corpus de 21 novelas hispanoamericanas Carolina Pizarro Cortés define las características básicas de la nueva novela histórica que justifica denominarlas “nuevas crónicas de Indias”. Darcie Doll aborda los discursos crítico-literarios de Bello y de Lastarria como “sujetos críticos adelantados” quienes —en un momento inaugural— al definir los horizontes públicos y políticos de la literatura ponen de manifiesto una función “postulativa” de la crítica que se expresa en las recomendaciones e instrucciones concretas con que apelan a los compañeros de su generación. Patrick Puigmal y Raúl Núñez Muñoz aportan un análisis documental de la imagen que la oficialidad napoleónica se forjó de Chile y de los chilenos durante la Independencia y su posterior inserción en la vida política y civil del siglo XIX. Finalmente, las reseñas que ofrece Alpha Nº 31 inciden, igualmente, en el examen del pensamiento filosófico en la actualidad, sea éste el de Hegel, conforme al libro Hegel, pensador de la actualidad, editado por Vanessa Lemm y Juan Ormeño o el de Darwin en sus aspectos científicos y filosóficos como plantea Darwin, el libro de T. Lewens. En suma, conforme a su línea editorial, Alpha Nº 31 ofrece análisis, estudios y notas sobre los aspectos del discurso literario, historiográfico, la cultura, las identidades y la escritura poética que son el resultado de investigadores nacionales y del extranjero que contribuyan a las necesarias reflexiones académicas sobre el curso de la vida nacional y de sus demandas de perspectivas críticas desde las humanidades. 6 ARTÍCULOS 7 8 9-24 MÁS ALLÁ DE UNA POLÍTICA DE LA DOMINACIÓN: LA CULTURA ARISTOCRÁTICA EN NIETZSCHE Beyond the Politics of Domination: Aristocratic Culture in Nietzsche Vanessa Lemm* Resumen El “radicalismo aristocrático” de Nietzsche ha sido interpretado considerando que favorece un retorno a los modelos políticos de sociedad aristocrática pre-moderna que son completamente incompatibles con la democracia moderna, o bien que el aristocratismo de Nietzsche es una variación radical del individualismo liberal, una opción estética y apolítica de vida. Argumento, aquí, que el aristocratismo de Nietzsche no cabe dentro ninguna de estas interpretaciones. A la luz de mi análisis de la nobleza en Nietzsche, una sociedad y cultura aristocrática debe ser un ordenamiento horizontal de poderes igualmente respetados y que están involucrados por y contra cada uno de tal manera a elevar el significado de la responsabilidad del individuo singular. Palabras clave: Nietzsche, cultura, política, orden de rango (Rangordnung), responsabilidad, aristocracia. Abstract Nietzsche’s “aristocratic radicalism” has been interpreted to mean either that Nietzsche favors returning to pre-modern political models of aristocratic society which are completely incompatible with modern democracy, or that aristocratism is a radical variant of liberal individualism, an aesthetic and apolitical attitude towards life. In this paper I argue that Nietzsche’s aristocratism fits neither of the above interpretations. Rather, Nietzsche understands aristocratic society in spiritual-cultural terms. In the light of an analysis of nobility, an aristocratic society and culture must be a horizontal ordering of equally respected powers for and against each other that aims at the elevation of the significance of the singular individual’s responsibility. Key words: Nietzsche, culture, politics, order of rank (Rangordnung), responsibility, aristocratism. INTRODUCCIÓN La idea de una sociedad aristocrática futura en Nietzsche ha sido interpretada, a menudo, como la lucha por establecer una cultura aristocrática a través de una política autoritaria de dominación y explotación.1 De acuerdo 1 Suele afirmarse que el aristocratismo de Nietzsche implica un “programa político de una nueva legislación aristocrática” según el cual “el objetivo es obtener control sobre las fuerzas de la historia y producir una nueva humanidad a través de una conjunción de legislación filosófica y poder político (“política grande”)”. Cfr. Keith Ansell-Pearson (1994:148, 55 y 42-43). Para una interpretación de Nietzsche como precursor de las ideologías autoritarias y totalitarias, Bruce Detwiler (1990); Frederick Appel (1999); Bernhard H. F. Taureck (2000); Domenico Losurdo (2002) y Don Dombowsky (2004). Vanessa Lemm con estas interpretaciones, Nietzsche se perfila como un pensador neoconservador que remonta su mirada “hacia el pasado, hasta los ordenamientos sociales que se desarrollaron en Europa entre el Renacimiento y la emergencia de los órdenes políticos burgueses, y hacia el futuro, hasta un tiempo en el que puedan establecerse aristocracias culturales semejantes” (Warren, 1988:213 y 210-11).2 Frente a estas lecturas, sostengo que Nietzsche vuelve al pasado solamente en busca de instrucción, pero no para encontrar en él un ordenamiento político futuro: “Nosotros no ‘conservamos’ nada; tampoco queremos volver a cualquier época del pasado…” (GC 377).3 En contra de los conservadores (moralistas y partidos políticos) de su tiempo, Nietzsche sostiene que “no es posible ninguna vuelta atrás, ninguna regresión en cualquier sentido o grado” (CI “Escaramuzas” 43). Por el contrario, está interesado en el surgimiento de una “aristocracia nueva” (VP 953), de una “forma de aristocracia superior” una aristocracia del futuro (VP 866, VP 898).4 En el núcleo de esta visión sobre el futuro reside la pregunta intempestiva: “¿Qué es aristocrático? ¿Qué continúa significando para nosotros hoy la palabra ‘aristocrático’?” (MBM 287).5 En oposición a estas interpretaciones, propongo que la cultura aristocrática en Nietzsche tiene, ante todo, una función crítica y que debe ser entendida como una contra-fuerza frente a las tendencias niveladoras y 2 Warren agrega que los puntos de vista de Nietzsche son “inconsistentes” con su filosofía (210) y concluye que, al menos, su filosofía (moral) es compatible, en principio, con los valores de la democracia liberal tales como el individualismo, la intersubjetividad comunal, el igualitarismo y el pluralismo (1988:247). 3 Compárese con Tracy Strong quien afirma que, más allá de su admiración por los griegos, Nietzsche nunca favoreció un “retorno” a ellos ni propuso rehacer la sociedad moderna a imagen de los mismos (1975:136). 4 Citaremos las obras de Nietzsche recurriendo a las siguientes abreviaturas: Aurora (A), Cuarta consideración intempestiva (DS), Futuro de nuestras instituciones educativas (FEI), Philosophy and Truth. Selections from Nietzsche’s Norebooks of the Early 1870’s, (FP), La genealogía de la moral (GM), Segunda consideración intempestiva (HV). Las traducciones de Kritische Studienausgabe (KSA) y La voluntad de poder (VP) son de Diego Rossello, quien es, a la vez, traductor de mi artículo desde el inglés. Las traducciones de Más allá del bien y del mal (MBM), Schopenhauer como educador (SE), Así habló Zarathustra (Z), El crepúsculo de los ídolos (CI) y Humano, demasiado humano (HH) son de Andrés Sánchez Pascual. La gaya ciencia (GC) es traducción de José Jara con ligeras modificaciones. Compárese con Así habló Zarathustra: “Oh hermanos míos, yo os consagro a una nueva nobleza y os la señalo: vosotros debéis ser para mí engendradores y criadores y sembradores del futuro […] ¡Constituya de ahora en adelante vuestro honor no el lugar de dónde venís, sino el lugar adonde vais! Vuestra voluntad y vuestro pie, que quieren ir más allá de vosotros mismos, –¡eso constituya vuestro nuevo honor! […] ¡Oh hermanos míos, no hacia atrás debe dirigir la mirada vuestra nobleza, sino hacia adelante! ¡Expulsados debéis estar vosotros de todos los países de los padres y de los antepasados! El país de vuestros hijos es el que debéis amar: sea ese amor vuestra nueva nobleza, –¡el país no descubierto, situado en el mar más remoto! ¡A vuestras velas ordeno que partan una y otra vez en su busca!” (2006:12). 5 Para una versión anterior y más extensa de esta argumentación, Cfr., Lem (2008:365-383). 10 Más allá de una política de la dominación normalizadoras de las sociedades de masas modernas y sus ideologías políticas (VP 866).6 La cultura aristocrática aspira a cultivar prácticas de libertad y formas de sociabilidad que sólo pueden ser comprendidas desde un horizonte situado más allá de una política autoritaria de dominación y de explotación.7 El núcleo de mi argumento reside en el análisis de las nociones de responsabilidad (Verantwortung) y orden de rango (Rangordnung) en Nietzsche. Este análisis sugiere que la sociedad aristocrática futura, tal y como la imagina Nietzsche, es un ordenamiento horizontal de poderes, todos ellos dignos ––por sí mismos y en relación con los demás–– de igual respeto, cuyo objetivo es favorecer la elevación ennoblecedora del valor y el significado de la responsabilidad del individuo singular. Sostengo que la idea de una “aristocracia superior” en Nietzsche ofrece una alternativa a una política autoritaria de dominación y de explotación porque la cultura aristocrática es, intrínsecamente, agonista y subversiva, y desafía continuamente los fundamentos normativos de cualquier orden político dado. I. LA IDEA DE SOCIEDAD ARISTOCRÁTICA: LA ELEVACIÓN ESPIRITUAL-CULTURAL DEL INDIVIDUO SINGULAR Desde mi perspectiva, Nietzsche concibe a la sociedad aristocrática como una asociación espiritual-cultural que atribuye “el valor más elevado y la importancia más profunda” a las diferencias irreductibles entre sus miembros (SE 6). Se trata de una sociedad cuyo objetivo más elevado es el ennoblecimiento del individuo y no su conversión en algo más común u ordinario (SE 1).8 Nietzsche 6 La visión de Nietzsche con su tiempo es comparable, en este sentido, con Tocqueville quien pensó que la democracia norteamericana estaba condenada al fracaso si no era contrarrestada por una aristocracia norteamericana (2003, Vol. 1, Parte 2, cap. 8, en especial, 307-315). Según Tocqueville, “el cuerpo legal representa el único elemento aristocrático” de la sociedad norteamericana, afirmando que “sin esta combinación de lo legal con la mente democrática, dudo que la democracia pueda gobernar a la sociedad por mucho tiempo […] si la influencia de los abogados en sus asuntos no crece en proporción al poder del pueblo” (311). El vínculo íntimo entre aristocracia y derecho (Recht) también puede hallarse en Nietzsche, quien afirma que la esfera del derecho (Recht) pertenece intrínsecamente al tipo aristocrático y noble (GM II:11). Sobre la nobleza de la ley, Cfr., Valadier (2001:31-38); sobre la necesidad de instaurar elementos antidemocráticos en el corazón de la democracia para preservarla (Cfr., Brown, 2000:205-223). Para una discusión abarcadora de la filosofía política de Nietzsche en relación con las ideologías políticas de su tiempo, Ottmann (1987). 7 Para un intento de pensar la “gran política” en Nietzsche más allá de una política autoritaria de dominación, Cfr., Portales (2002:115-215). 8 En Schopenhauer como educador (1995), Nietzsche lamenta que la mayoría de las personas no deseen la singularidad (genio), porque ésta implica demasiada lucha y esfuerzo: “Cada uno de nosotros lleva dentro de sí una exclusividad productiva (productive Einzigkeit) como núcleo de su ser; y cuando se da cuenta de ello, se forma a su alrededor una extraña penumbra que es la marca de su singularidad (Einzigkeit). Muchas personas no pueden soportarlo porque, como ya dije, son 11 Vanessa Lemm plantea este ennoblecimiento del individuo humano como una “elevación de [todo] el tipo ‘humano’ (Erhöhung des Typus Mensch)” (GC 377). En Más allá del bien y del mal (1972:257) Nietzsche afirma que esta elevación “hasta ahora ha sido el trabajo de una sociedad aristocrática ––y lo será una y otra vez— una sociedad que cree en el amplio escalafón de un orden de rango; que puede establecer diferencias entre el valor de los seres humanos y que, de uno u otro modo, necesita la esclavitud” (1972:257).9 La interpretación típica de este fragmento ha considerado que la “cultura superior” se apoya en un orden jerárquico y en las diferencias de valor entre seres humanos y, que por lo tanto, requiere una política autoritaria elitista de dominación y de explotación. Los comentaristas sostienen que el concepto de un orden de rango jerárquico en Nietzsche refleja algo así como una “teoría de la naturaleza” que el autor utiliza para justificar una teoría política. Según esta teoría, la sociedad debería ser pensada siguiendo los lineamientos de una jerarquía en la que cada grupo social tiene asignados privilegios y deberes de acuerdo a su rol social y político (Cfr., Ansell-Pearson, 1997:41; Warren, 1988:212). Al contrario de esta perspectiva, propongo que la idea de orden de rango debe ser entendida en el contexto más general de la concepción nietzscheana de cultura aristocrática. Esta cultura define y evalúa al individuo en su nobleza. Asimismo, la lectura de la cita precedente (1972:257) no advierte el argumento, más general, de que cultura y política en Nietzsche no pueden asimilarse, porque las concibe como enfrentadas: “La cultura y el estado […] son antagonistas” y “lo que es grande en el sentido cultural ha sido apolítico (unpolitisch), incluso antipolítico (anti-politisch)” (CI holgazanes y porque de esta singularidad penden grandes dificultades (1995:1)”. La misión de la cultura aristocrática es la de superar esta pereza y falta de coraje para el cultivo del genio singular de cada uno. La cultura aristocrática es liberadora porque emancipa al individuo singular de las formas de auto-identidad que el individuo adquiere bajo la presión del resentimiento que se halla en las sociedades de masas modernas (1995:1). Sobre la función emancipadora de la cultura en Nietzsche, Cfr., Lem (2009:87-104). 9 En El estado griego (1871) Nietzsche ya identificaba como “una crueldad manifiesta el hecho de que la esclavitud pertenezca a la esencia de la cultura”. Nietzsche describe la relación entre esclavitud y cultura en la polis griega del siguiente modo: “La cultura [Bildung], que es ante todo y esencialmente un apetito verdadero de arte, se apoya en una premisa terrible: pero se revela a sí misma en el sentimiento de vergüenza incipiente. Para que exista un suelo amplio, profundo y fértil al desarrollo del arte, la abrumadora mayoría debe estar sujeta, como esclavos, a la necesidad de la vida al servicio de la minoría, más allá de lo necesario para el individuo. A expensas de esta minoría, a través de su trabajo extra, esa clase privilegiada será removida de la lucha por la existencia para producir y satisfacer un nuevo mundo de necesidades” (El estado griego). El modelo griego de esclavitud no debe ser confundido con la “esclavitud de nuevo tipo” a la que se refiere Nietzsche cuando caracteriza su idea de “aristocracia superior” del futuro (GC 377, MBM 257). Por razones de espacio no puedo discutir aquí el problema de la esclavitud y su relación con la “aristocracia superior”. Para una discusión más detallada de la relación entre cultura y economía, Cfr. Lem (2009, en prensa). 12 Más allá de una política de la dominación “Alemanes” 4; véase además KSA 13, 19[11]). Puesto que para Nietzsche el poder espiritual del noble es antitético al poder político del Estado, su noción aristocrática de un orden de rango no puede formar parte de su concepción y legitimación de lo político. Por el contrario, el valor político de la cultura en general y de un orden jerárquico en particular reside en que logra contrarrestar al igualitarismo de las sociedades de masas modernas, cualquiera sea su ideología política.10 A lo largo de su obra Nietzsche se aferra a la idea de que la cultura es superior a la política El Estado pretende debatir e incluso decidir sobre cuestiones de la cultura: ¡como si el Estado no fuera en sí mismo un medio, bastante inferior, de cultura!… “Un Estado Alemán” –¡cuántos “Estados Alemanes” tendremos que contar por un solo Goethe! … Los grandes momentos de la cultura han sido siempre, en términos morales, tiempos de corrupción (1988:13-19 [11]). Para Nietzsche, el Estado no debería inmiscuirse en cuestiones de la cultura. Aun si promueve la elevación ennoblecedora de la vida humana, lo hace únicamente, de manera indirecta y a pesar de sí mismo. Incluso un Kulturstaat, como lo imagina Nietzsche en sus escritos tempranos, no hace “superflua” a la cultura, en el sentido de resolver problemas de la cultura por medios políticos: “Su misión [la del Estado] es procurar la base de una cultura. En breve, el objetivo del Estado es una humanidad más noble. Su objetivo yace fuera de sí mismo. El Estado es un medio” (1979:78; SE 6 y HH: 224). Debe destacarse que Nietzsche no utiliza los términos “política aristocrática” o “Estado aristocrático”. Nietzsche habla, efectivamente, de “aristocracia” cuando alude a ejemplos históricos de tales regímenes políticos, como las aristocracias de la antigua Grecia, las formas de gobierno aristocrático en Venecia y en la Francia del siglo XVII (GM:16). Sin embargo, y esto es lo interesante, cuando se refiere a su visión de una aristocracia futura, ésta es contrapuesta al ejercicio del poder político (A 201; GC 31; KSA 11, 32[2]); KSA 7, 14[11]; KSA 7, 89[70]; KSA 7, 14[25]. ¿Debe entenderse acaso que los términos “aristocrático” y “política”, así como “aristocrático” y “Estado”, se excluyen entre sí? ¿Significa esto que la política moderna por definición no puede ser noble y que el ser humano no puede extraer su nobleza del poder político; que contar con poder político no es algo que ennoblece al ser humano porque el poder espiritual del noble es antitético al poder político del Estado? Si la respuesta a estas preguntas es afirmativa, entonces no debe sostenerse que Nietzsche 10 Sobre la idea de orden de rango en oposición a la noción de igualdad de derechos, Cfr., MBM 30; KSA 11, 26[353], KSA 11, 35[43]; KSA 11, 25[298]; KSA 9, 16[3]. 13 Vanessa Lemm promueve una “política aristocrática”, o un “Estado aristocrático”, ni que propugna un “programa político aristocrático” (Schank, von Tongeren, Siemens, 2004:43-44). Sin embargo, en el aforismo 358 de La gaya ciencia, Nietzsche utiliza la expresión “noble institución” en el contexto de una comparación entre el Estado moderno y la Iglesia Católica de Roma No olvidemos, en definitiva, lo que representa una iglesia, principalmente por oposición a cualquier “Estado”: una iglesia es ante todo una estructura de dominio que asegura al hombre más espiritual el rango supremo y que cree en el poder de la espiritualidad, a fin de prohibirse todo recurso a medios de violencia más toscos; sólo por eso, la iglesia es, en todos los sentidos una institución más noble que el Estado (1999:358). Nietzsche recuerda que aquello que hace a la nobleza de una institución no es la fuerza o la violencia, la denominada política de la crueldad, sino la creencia en el poder de la espiritualidad.11 El reiterado retorno de una nobleza y de una espiritualidad que se oponen a la violencia y a la crueldad de la política parecen confirmar que el “radicalismo aristocrático” de Nietzsche, como ya lo sugiriera Brandes, no es político sino de naturaleza espiritual-cultural.12 II. L A IDEA DE RESPONSABILIDAD : LOS DERECHOS Y OBLIGACIONES DEL INDIVIDUO NOBLE Si nobleza y singularidad van juntas de la manera en que lo he venido sugiriendo, es decir, si el objetivo de una “sociedad aristocrática” es el de atribuir el significado más elevado a aquello que hace a cada individuo irreductiblemente 11 Esta creencia en el poder de la espiritualidad, junto a la conciencia de la fragilidad de la misma, se refleja también en la “noble institución” de monasterios. En el aforismo 61 de Más allá del bien y del mal, Nietzsche destaca que estos últimos son un “medio de procurarse calma frente al ruido y las dificultades que el modo más grosero de gobernar entraña, así como limpieza frente a la necesaria suciedad de todo hacer político” (además, MBM: 263). La afinidad entre el noble y el religioso en su oposición al político parece confirmar que, como afirma Leo Strauss, en Nietzsche “la alternativa fundamental es la que tiene lugar entre el gobierno de la filosofía sobre la religión o de la religión sobre la filosofía; ya no, como lo fuera para Platón y Aristóteles, entre la vida filosófica y la vida política; para Nietzsche, a diferencia de los clásicos, la política pertenece desde el principio a un plano inferior a la filosofía y la religión” (1983:176). 12 Taylor arriba a una conclusión similar en su reconstrucción del pensamiento temprano de Nietzsche. Afirma que “mientras que el imperativo de la cultura y del genio permanecen en primer plano, las imprecaciones de Nietzsche contra los ‘instintos políticos’ de los griegos, y su condena a sus impulsos destructivos, sustentan fuertemente una lectura no autoritaria de la política temprana de Nietzsche” (1997:44-45). Taylor cita al Nietzsche de “Nosotros clasicistas”: “Ser un filohelénico significa ser un enemigo de la fuerza bruta y de la estupidez” (KSA: 8, 5[91]) y sostiene que Nietzsche, quien a lo largo de su vida productiva siguió siendo un “filohelenista”, no dejó nunca de ser un “enemigo de la fuerza y de la estupidez” y, por ende, también de la política autoritaria. 14 Más allá de una política de la dominación único y diferente, entonces, esto explicaría por qué en Nietzsche las preguntas “¿Qué es aristocrático? ¿Qué continúa significando para nosotros hoy la palabra ‘aristocrático’?” (1972:287) son seguidas inmediatamente por la interrogante “¿En qué se delata, en qué se reconoce el hombre aristocrático…” (Ibid.). Es importante destacar que, en este contexto, nobleza no denota ni la superioridad de una clase aristocrática sobre una clase esclava, ni la distancia entre una raza noble y una raza esclava, sino que tiene que ver con los rasgos característicos de un individuo (del tipo noble) y con su forma distintiva de evaluación (moralidad noble). En otras palabras, el término nobleza ––tal y como lo emplea Nietzsche–– no debe ser entendido como una calificación política, social o racial, sino que pertenece al vocabulario de su tipología moral.13 A pesar de que insiste en que está interesado en los rasgos característicos del tipo noble y no en el poder político y económico de la clase dominante (GM I:5), los comentaristas de Nietzsche han tendido a politizar equivocadamente la relación entre el noble y el esclavo como una relación jerárquica entre gobernantes y gobernados, y han interpretado al tipo noble como líder político o gobernante despótico.14 13 Resulta interesante destacar que cuando Nietzsche se refiere a la nobleza y a las clases sociales encuentra “entre la gente común, entre los menos educados, especialmente entre los campesinos… más nobleza relativa en el gusto y más tacto del respeto que entre el semimundo del espíritu, que lee periódicos, entre los cultos” (MBM:263); y que las “naturalezas más fuertes”, el tipo “solitario”, se encuentran “en los elementos más bajos y socialmente abandonados… seguramente más que entre las clases medias” (VP: 887/ KSA:12-10[61]). Nietzsche no vincula a la nobleza con una clase “superior” supuestamente aristocrática. Por el contrario, encuentra en la clase de los trabajadores la clase más alta ––es decir, la más noble— para el futuro, proyectando que el trabajador aprenderá a “sentir como un soldado” y reclamará “un honorario, un ingreso”, en lugar de un “pago” (VP:763/KSA: 12-9[34]). Mientras que el pago otorga la máxima utilidad, el honorario paga en relación con el logro, es decir, con la realización de la voluntad de poder. Taylor observa el mismo fenómeno en la obra temprana de Nietzsche (DS:8, HV:7, FEI): Nietzsche aplica el término “esclavo” o “esclavitud” a hombres de negocios, académicos y científicos con mayor frecuencia que al “esclavo del salario” o a la servidumbre física y, asimismo, identifica a la “clase baja como una fuente potencial de virtud y sabiduría” (1997:45). Nietzsche, al igual que Dostoievski, opone la nobleza de las clases bajas (campesinos y trabajadores) a la vulgaridad de la clase media. Por ejemplo, a través de la figura del padre Zósima en Los hermanos Karamazov, Dostoievski llama a una alianza espiritual entre los monjes y los campesinos rusos. Cree que sólo esta alianza espiritual puede salvar a Rusia de ser dominada, por un lado, por la “esclavitud y auto-destrucción” sembrada por la ideología burguesa, que se afinca en la idea de que ser libre significa satisfacer y multiplicar los propios deseos (1993:69). El hecho de que identifique a la nobleza con las clases más bajas puede indicar que aquello que necesita ser sacado a la luz es la compatibilidad (y no la incompatibilidad) entre cultura aristocrática y política democrática en su filosofía política. Retornaré brevemente a esta idea al final del presente artículo. 14 Un fragmento póstumo muestra que Nietzsche no percibe en el noble, en “el gran ser humano” a un líder político de las masas sino, siempre y únicamente, a alguien que se opone a ellas: “El mejor ejemplo de cómo un agitador plebeyo de la multitud es incapaz de comprender el concepto de “naturaleza superior” es provisto por Buckle. La perspectiva que combate con tanta pasión ––que un “gran hombre”, un individuo, príncipes, hombres de Estado, genios, generales, son los disparadores y 15 Vanessa Lemm En un fragmento de Más allá del bien y del mal, Nietzsche sugiere que el tipo noble y el tipo esclavo, y sus modos de evaluación, no se corresponden ––estrictamente hablando–– con el individuo noble o esclavo. Lo noble y lo esclavo, al igual que lo apolíneo y lo dionisíaco, se refieren a poderes que no existen por separado sino que siempre se encuentran involucrados entre sí Hay una moral de señores y hay una moral de esclavos ––me apresuro a añadir que en todas las culturas más altas y más mezcladas aparecen también intentos de mediación entre ambas morales, y que con más frecuencia todavía aparecen la confusión de esas morales y su recíproco malentendido, y hasta a veces una ruda yuxtaposición entre ellas–– incluso en el mismo ser humano, dentro de una sola alma (1972:260). El tipo noble y el tipo esclavo y sus modos de evaluación no pueden separarse: están “mezclad[o]s” entre sí, inseparablemente “entrelazados” (Ibid.). De este modo, Nietzsche sostiene que aquellos que deseen abordar la pregunta “¿Qué es aristocrático?” y escribir sobre los “motivos internos del ser humano” deben haber pasado ellos mismos por las “etapas más importantes del desarrollo humano” y deben haber sido ellos mismos tanto “aristócratas como esclavos (plebejisch)”(1988:8-23[39]). Desde la perspectiva de la nobleza, tal y como aquí intento reconstruirla, los privilegios no pueden ser mediados por instituciones sociales o políticas. No pueden ser otorgados ni asignados por otro: una institución, un gobierno o un Estado; por el contrario, éstos surgen de las obligaciones y responsabilidades que alguien se impone a sí mismo o a sí misma: “Los derechos que el ser humano se arroga a sí mismo se relacionan con los deberes que se auto impone, con las tareas para las que se siente igual” (1968:872). De acuerdo con su concepción aristocrática de privilegios y derechos, cada derecho (Recht) es esencialmente un privilegio (Vorrecht) (1972:202) y cada privilegio afirma una responsabilidad. Dicho de otro modo, desde la perspectiva de una concepción aristocrática, la libertad significa siempre mayor poder y mayor responsabilidad (1995:8;1968:936).15 causas de todos los grandes movimientos–– la entiende mal instintivamente, como si significara que lo esencial y valorable de ese “hombre superior” fuera su capacidad de movilizar a las masas: en breve, sus efectos. Pero la “naturaleza superior” del gran hombre no radica en ningún tipo de efecto sino en ser diferente, incomunicable, a distancia en el rango, incluso, si ha hecho temblar al mundo entero” (VP 876/KSA 13, 16[39]). Kaufmann, en su edición de La voluntad de poder, añade en una nota al pie a este fragmento que “el malentendido que aquí se ataca se encuentra extendido entre quienes han intentado presentar a Nietzsche como popular. Una y otra vez se le ha atribuido la posición que él critica” (1968:468-469). 15 Debe notarse que ya en sus primeros trabajos Nietzsche piensa la libertad como inseparable de la responsabilidad. En Schopenhauer como educador, la libertad es descrita como un gran peso y una deuda importante con consecuencias devastadoras para aquellos que no saben cómo pagarla: “Que la 16 Más allá de una política de la dominación En una anotación de los fragmentos póstumos, Nietzsche se refiere a la “libertad bajo la ley” y a “la nobleza de la obediencia” para establecer una distinción entre el significado noble de los derechos y obligaciones y el impulso servil hacia la libertad (o el deseo) (1988:10, 3[200]). La idea de “ley”, tal como es utilizada aquí, no constituye una referencia a las leyes positivas de una institución dada, sino a las leyes (derechos y obligaciones) que un ser humano noble se impone a sí mismo; leyes que pueden entrar en conflicto con las del Estado y sus instituciones. En este sentido, la idea aristocrática de Nietzsche sobre derechos y obligaciones puede compararse con la concepción de Kierkegaard sobre la responsabilidad. La cultura y la moralidad aristocráticas en Nietzsche, al igual que la esfera de la fe y la religión en Kierkegaard, se apoyan en lo que este último denomina una “suspensión teleológica de la ética” (Kierkegaard, 1985). En términos de Nietzsche, la cultura aristocrática “sobrevive” y “vive más allá de” la autoridad establecida de un orden moral y legal (1972:262; véase además GM II:2). La tensión entre, por un lado, la cultura y los valores aristocráticos y, por otro, las autoridades morales y legales establecidas, explica por qué en Nietzsche ––al igual que en Kierkegaard y Dostoievsky (1993)–– el coraje para afirmar la responsabilidad individual es inseparable de la creencia (fe) en que la libertad es un deber superior al deber de obedecer la ley (es decir, a la autoridad establecida de un orden moral y legal) y que, asimismo, somos llamados a cumplir nuestro deber y nadie puede responder por nosotros a ese llamado. Este deber de “suspender” la ley, pero también ––y al mismo tiempo–– de darle un nuevo significado, es el derecho exclusivo del individuo singular; es decir, un privilegio que no puede ser compartido con otros. De este modo, no debe sorprendernos que las figuras de la responsabilidad en los tres autores, Abraham en Kierkegaard, Jesús en Dostoievsky y Zarathustra ––y, tal vez, el filósofo––16 la mayoría de las veces, en Nietzsche, sean figuras de “criminales” y de “transgresores de la ley” (1979:45) además de dadores de nuevas leyes.17 libertad es en realidad una deuda importante que sólo puede pagarse con grandes acciones. Es verdad que el común de los mortales tiene el derecho de mirar con rencor a cada uno de esos privilegiados: mas quiera algún dios librarlo a él mismo de convertirse alguna vez en uno de ellos, es decir, de verse tan terriblemente comprometido. Perecería enseguida en su libertad y en su soledad, y se volvería loco, un loco malvado, por aburrimiento” (1995:8). 16 Acerca de la perspectiva de Nietzsche sobre el “filósofo del futuro” y la misión de la responsabilidad Cfr., MBM (61-212-213). Sobre la figura del filósofo como dador de la ley, ver excelente trabajo de Yannis Constantinidès (2000:208-282). 17 Puesto que en Nietzsche la superación de un determinado orden moral y legal no puede ser separada de la constitución de un orden moral y legal nuevo (MBM 262), la figura del genio de la cultura y la idea de competencia (agon) se prestan tanto a una interpretación que hace hincapié en su potencial revolucionario, Cfr., W. Brown (2000:205-223); Volker Gerhardt (1983:111-133; H. Siemens (2002) y Paul von Tongeren (2002:5-24). Para una interpretación reciente de la figura del criminal en Nietzsche, Cfr., Friedrich Balke (2003:171-205). 17 Vanessa Lemm La concepción aristocrática de la responsabilidad como privilegio en Nietzsche se opone tanto al ordenamiento jerárquico de la sociedad mediante derechos desiguales como a su ordenamiento igualitario a través de la igualdad de derechos. Mientras que el primer ordenamiento entra en conflicto con la idea de que la responsabilidad no puede derivarse desde arriba, ni ser delegada hacia abajo, el segundo se enfrenta a la idea de que la responsabilidad supone que el individuo debe destacarse y que, por lo tanto, sus responsabilidades no pueden ser compartidas o distribuidas igualitariamente Signo de nobleza: no pensar jamás en degradar los propios deberes a obligaciones para todos; no tener el deseo de delegar, de compartir la propia responsabilidad; contar los privilegios y su ejercicio entre los propios deberes (1972:272). La idea de libertad aristocrática como responsabilidad en Nietzsche entra en conflicto con una concepción igualitaria de la libertad basada en la creencia de que ésta sólo puede ser preservada bajo la condición de una distribución equitativa de derechos. Para Nietzsche, por el contrario, la libertad como responsabilidad es, intrínsecamente, an-árquica: no es ni lo que se tiene por virtud de un derecho instituido ni lo que nos es dado mediante un acuerdo mutuo, sino siempre y únicamente aquello por lo que se ha peleado, lo que se ha conquistado (2006:4;1979:38).18 Es al interior de este espíritu agonista donde Nietzsche encuentra al verdadero garante de la libertad individual como responsabilidad. Para Nietzsche, en las ideologías políticas modernas ––sean éstas socialistas, nacionalistas o liberales–– no está presente la idea de que la libertad presupone un conflicto productivo (agon). Esta forma de la libertad requiere el cultivo de una sociedad que afirme la diferencia irreductible entre los individuos (desigualdad) y que perciba en esta afirmación (de la desigualdad) no sólo una precondición para el conflicto productivo (y, por ende, para la libertad como responsabilidad) sino, también, una garantía de la pluralidad de valores. En otros términos, la libertad agonística y la responsabilidad son posibles únicamente en una sociedad que confirma, como Nietzsche, la idea de que la grandeza del ser humano se refleja en “la amplitud y multiplicidad, en la propia unidad en lo múltiple” (1972:212). Nietzsche entiende que esta libertad y esta pluralidad se ve amenazada por una sociedad donde existe igualdad de derechos. Nos advierte que la “igualdad de derechos (Gleichheit der Rechte) puede trocarse muy fácilmente en igualdad para infringir derechos (Gleichheit der Unrechte)” (1972:202) [q]uiero decir, en un combate común contra todo lo raro, extraño, privilegiado (Bevorrechtigten) del ser humano superior, del alma superior, 18 Nietzsche percibió un antecedente de esta concepción agonista de la libertad en la idea de virtù en Maquiavelo (CI “Escaramuzas”, 38). 18 Más allá de una política de la dominación del deber superior, de la responsabilidad superior, de la plenitud de poder creativo que implica ser noble, el querer ser para sí, el poder ser distinto, el estar solo y el tener que vivir por sí mismo (1972:212). Con la intención de preservar la libertad y la pluralidad, Nietzsche cuestiona tanto el gobierno despótico del tipo excepcional (pues éste socava el valor de la moralidad del esclavo) como el gobierno despótico del tipo esclavo (pues éste no tolera ninguna otra moralidad). “Lo que combato: que un tipo excepcional deba hacerle la guerra al gobierno en lugar de aprehender que la existencia continuada del gobierno es la precondición del valor de la excepción” (1968:894). Por eso, para Nietzsche, el odio a la mediocridad no es digno del filósofo. “Es casi un cuestionamiento de su ‘derecho a la filosofía’. Precisamente porque es una excepción tiene que tomar al gobierno bajo su protección, tiene que conformar al mediocre” (1968:893). En oposición al igualitarismo que define a las democracias de masas modernas, Nietzsche afirma lo que denomina un orden de rango. En este escalafón, el rango indica “el alcance de la propia responsabilidad” (1972:212). A la luz de la concepción agonista de la libertad como responsabilidad, un orden de rango no es ni un orden jerárquico (al menos, no en el sentido tradicional del término, como un orden cerrado sobre sí mismo) ni un orden mediado por las instituciones sociales o políticas. Al afirmar que el escalafón no es un orden jerárquico en el sentido tradicional, no sugiero que Nietzsche rechace de raíz la idea de jerarquía. Por el contrario, es particularmente crítico de las ideologías que aspiran a superar la distancia entre gobernantes y gobernados. Una vez que las diferencias entre gobernantes y gobernados son abolidas, también es abolida la posibilidad de alcanzar una libertad genuina, porque ésta sólo puede ser preservada a través de la lucha contra el gobierno (1972:37). Sin embargo, en la distinción entre gobernantes y gobernados, lo crucial no es la afirmación del poder sobre otros sino ––como se ha dicho–– una afirmación de la diferencia como pre-condición para el conflicto y la lucha. Es importante señalar que, en Nietzsche, la distinción entre gobernantes y gobernados es una distinción intrínsecamente contingente y, por lo tanto, siempre cuestionable y reversible. Aquellos que hoy son objeto del ejercicio del poder son siempre, ya, potencialmente aquellos que gobernarán mañana. En consecuencia, la lucha por la cultura contra el gobierno en nombre de la libertad como responsabilidad debe ser entendida no sólo en los términos de una lucha abierta sino, también, como una contienda acerca de quién gobernará en el futuro. Se trata, esencialmente, de una lucha orientada hacia el futuro, hacia la libertad como responsabilidad por venir. Wendy Brown también subraya que el “pathos de distancia” y el “orden de rango” en Nietzsche no debe ser confundido con ordenamientos jerárquicos: “Esta valoración de la distancia ––no simplemente de la jerarquía— como 19 Vanessa Lemm fortalecedora cultural emerge en la caracterización de la libertad de Nietzsche como ‘la voluntad de responsabilidad de sí’ que ‘preserva la distancia que nos divide’ ” (1979:38). De este modo, al igual que Foucault, el reclamo de Nietzsche contra la política moderna es que resulta excesiva en su organización e institucionalización de las relaciones humanas: “disuelve nuestra separación incluso cuando nos da forma como ‘individuos’; nos arroja a la proximidad de tal modo que enmudece nuestra capacidad de expresar responsabilidad, creatividad e incluso libertad” (Brown, 2000:218). III. LA IDEA DE ORDEN DE RANGO: COMPETENCIA Y PLENITUD DE PODER DEL INDIVIDUO NOBLE Por el contrario, un orden de rango refleja una medición de lo alto y lo bajo, de los poderes fuertes y débiles que se enfrentan entre sí: “aquello que determina el rango, que lo desencadena es solamente la cantidad de poder” (1968:855; 1988:13, 11[36]).19 De este modo, en lugar de ser una jerarquía social, un orden de rango es un ordenamiento de la voluntad de poder. La voluntad de poder es intrínsecamente agonista, es decir, está relacionada inexorablemente con otras voluntades frente a las cuales determina su poder: “la voluntad de poder puede manifestarse a sí misma sólo enfrentando resistencias; busca aquello que la resiste” (1988:12, 9 [151]). Un orden de rango es esencialmente un orden de lucha permanente (1988:11-36 [22]) y no un ordenamiento estable de antagonistas. Este orden establece una relación entre poderes en la que el poder más grande no oprime al más pequeño y donde los poderes más débiles no se someten a los más poderosos. Por el contrario, en la relación entre los más y los menos poderosos sus respectivas diferencias no se abandonan sino que persisten y se oponen resistencia. Por consiguiente, en una sociedad aristocrática ordenada por rango, la relación entre los que tienen más poder y los que tienen menos es un ordenamiento horizontal de poderes que se respetan por igual y que traban relaciones entre sí tanto a favor como en contra. No es el ámbito de una jerarquía aristocrática.20 La horizontalidad es la perspectiva del antagonismo par excellence: se tiene ante sí a un contrincante. Asimismo, Nietzsche describe al deseo de antagonismo en el ser humano como una hostilidad que mira desde arriba a 19 De este modo, la “determinación de un orden de rango de los valores”, una tarea que Nietzsche asigna al filósofo del futuro, no puede lograrse a través de la comparación moral, sino que requiere el apoyo de “fisiólogos y doctores” (GM I:17). Lo que está en juego en la determinación del orden de rango de los valores es una investigación de la vida como voluntad de poder. 20 La perspectiva que propone que el agon en Nietzsche debe ser interpretado como igualitario y no como una relación jerárquica entre poderes que compiten entre sí, también puede hallarse en Hatab (1995), Siemens (2002) y en Acampora (2003). Sobre la importancia de la voluntad de poder, entendida como lucha entre poderes iguales, para el concepto de vida en Nietzsche, Cfr. Barbara Stiegler (2001:55-56). 20 Más allá de una política de la dominación los demás (1968:936), pero siempre y únicamente teniendo en cuenta que quien está enfrente es nuestro contrincante. Lo que hace que nuestro oponente sea un igual no es que él o ella sea igualmente fuerte o débil (puesto que la igualdad de poder es imposible en un ordenamiento de voluntades en lucha permanente entre sí), o que comparta el mismo rango, sino que sea valorado y respetado en términos iguales, como un oponente irremplazable y por ende único, contra quien vale la pena competir.21 Nietzsche sostiene que la persona noble “mira, o bien ante sí (vor), de manera horizontal y lenta, o bien hacia abajo: —ella se sabe en la altura” (1972:265). Estar “en la altura” no implica que la persona noble se ubique por encima de los demás, mirándolos desde arriba con desprecio, dominándolos. “[M]ira[r] desde arriba a los demás” con desprecio, o con la esperanza de la auto-elevación, no hace a la nobleza sino que es característico del tipo de resentimiento propio de la moralidad del esclavo. La perspectiva de arriba hacia abajo en la persona noble, a diferencia de la perspectiva equivalente en el esclavo, es una expresión de la conciencia que el noble posee sobre el significado (los costos que trae aparejado para él o ella) de haber alcanzado esa altura. En este caso, la mirada hacia abajo es, ante todo, un mirar hacia atrás. Asimismo, el hecho de que el noble se ubique “en la altura” no significa que él o ella estén por encima de los demás, en el sentido de ser privilegiados socialmente o favorecidos políticamente. Por el contario, la altura indica la medida en que alguien ha realizado su voluntad de poder. Pero cuando la nobleza está en su cima y gobierna, lo que la sostiene es “el sentimiento de plenitud, de poder que busca desbordarse (überströmen), la libertad de la alta tensión, la conciencia de la riqueza, aquello que puede dar (schenken) y conceder (abgeben)” (1972:260).22 En el noble, este desbordar de poder se manifiesta como hospitalidad genuina (1968:939;1988:12-2[1]). Si la nobleza en su punto más alto es hospitalidad genuina, entonces, por definición, lo que caracteriza al gobierno de la sociedad aristocrática es su apertura al otro. Por lo tanto, una sociedad aristocrática debe ser lo opuesto a una sociedad (exclusiva) elitista (de gobernantes o de líderes) cerrada sobre sí misma. Se trata, en cambio, de una forma de sociabilidad a partir de la cual puede pensarse cómo superar las formas de exclusión en las sociedades de masas modernas y en sus ideologías políticas.23 21 Sobre la noción de respeto agonístico, Cfr. Alan Schrift (1999:129-144). Compárese con “El tipo noble: cortesía verdadera, nobleza, grandeza de alma, provienen de la abundancia; no dan para recibir ––no tratan de exaltarse a sí mismos mediante la cortesía–– prodigalidad como forma de la verdadera cortesía, abundancia de personalidad como su precondición” (VP 935/KSA 13, 23[4]). 23 En palabras de Jacques Derrida “la cultura misma es hospitalidad” (2001:16). 22 21 Vanessa Lemm IV. CONCLUSIÓN Finalmente, dos comentarios sobre la manera como entiendo la relación entre la concepción de la cultura aristocrática en Nietzsche y la política democrática. En primer lugar, como he expuesto, dado que la cultura aristocrática no es jerárquica resulta compatible con la horizontalidad de la democracia moderna. Nietzsche no es un pensador conservador o reaccionario que quiera volver a una forma de vida (social, política, cultural) anterior al advenimiento de la democracia moderna. En segundo lugar, en su concepción de cultura aristocrática revive una concepción agonista de la acción pública que, al cultivar la responsabilidad de los individuos singulares, ofrece una contra-fuerza frente a las sociedades de masas modernas e igualitarias. La cultura aristocrática sostiene una idea de igualdad que no está basada en una política de nivelación y de normalización sino en pluralizar la responsabilidad singular. Esto explica por qué la cultura aristocrática tiene valor para la democracia en un doble sentido: como fuerza crítica y porque ofrece una idea que complementa a la igualdad propuesta por la democracia moderna. Universidad Diego Portales* Instituto de Humanidades Ejército 278, Santiago (Chile) [email protected] BIBLIOGRAFÍA Acampora, Christa D. “Demos Agonistes Redux, Reflections on the Streit of Political Agonism”, en Nietzsche-Studien 32 (2003):374-90. Ansell-Pearson, Keith. An Introduction to Nietzsche as Political Thinker. 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Palabras clave: Universales, universales inmanentes, universales trascendentes, condiciones de identidad, poderes causales. Abstract In this work it is argued that it is not incoherent to attribute conditions of identity founded on causal powers to transcendent universals. After explaining some crucial notions of metaphysics of properties, it is said how conditions of identity for properties have been differentiated between so called “abundant properties” and “sparse properties”. Key words: Universals, Inmanent Universals, Transcendent Universals, Conditions of Identity, Causal Powers. Se ha distinguido entre teorías de propiedades “abundantes” y “escasas” (Lewis, 1983:10-19), entendiéndose por “propiedad” una determinación, característica o rasgo de algo, típicamente, de un objeto individual. Han existido muchas formas en que tales propiedades han sido concebidas. Las teorías de propiedades “abundantes” postulan una multitud enorme de entidades. Por ejemplo, propiedades como el correlato semántico de cada uno de los infinitos predicados de nuestros lenguajes naturales o, bien, propiedades asociadas con todos los conjuntos que puedan formarse tomando ciertos objetos como elementos. Las teorías de propiedades “escasas”, en cambio, postulan propiedades como entidades que no están correlacionadas, al menos no inmediatamente, con los predicados de algún lenguaje y cuya existencia no depende ––como en las teorías de propiedades “abundantes”–– básicamente de reflexión a priori, sino de investigación empírica sobre los respectivos objetivos de semejanza o desemejanza entre objetos, que resultan relevantes para las conexiones causales en las que los objetos que 1 Este trabajo ha sido redactado en ejecución del proyecto de investigación Fondecyt N° 1090002 (Conicyt, Chile). José Tomás Alvarado Marambio instancian tales propiedades puedan entrar. Estas propiedades “escasas” serán las que entren en las leyes naturales, cuyo descubrimiento es, por supuesto, una cuestión a posteriori. Ha sido frecuente asociar las teorías de propiedades “escasas” con teorías de universales inmanentes, esto es, universales que deben estar instanciados para existir, y las teorías de propiedades “abundantes” con teorías de universales trascendentes, esto es, universales que no requieren estar instanciados para existir. Estas dos grandes concepciones, también, tienen asociadas especificaciones diferentes de las condiciones de identidad para propiedades. Las teorías de propiedades “escasas” tienden a identificar las propiedades con roles causales, mientras que las teorías de propiedades “abundantes” tienden a identificar las propiedades con ítems proposicionales, capaces de especificar actitudes intencionales. Hay aquí, por supuesto, muchos aspectos que requieren matización. Nuestro objetivo es mostrar cómo es que esta imagen general debe ser tomada con especial cautela. En particular, se pretende mostrar cómo es que perfectamente los universales trascendentes pueden tener condiciones de identidad dadas por la relevancia causal de tales propiedades, aun suponiendo que ellos no entran en relaciones causales (al menos, no directamente). Será necesario, antes de considerar esta cuestión derechamente, hacer algunas precisiones conceptuales previas. 1. UNIVERSALES, TROPOS, CLASES, ESCASEZ, ABUNDANCIA La cuestión aquí es restringir la discusión al contraste entre universales inmanentes y trascendentes, pero hay una pluralidad de otras opciones en metafísica de propiedades, donde la distinción general entre concepciones de propiedades “escasas”/”abundantes” puede aplicarse. Estipulamos que una “propiedad” es una determinación, carácter o rasgo de un objeto que puede ser distinguida como una entidad diferente del objeto que la posee.2 La relación que se da entre un objeto y su propiedad es denominada “instanciación”. Las teorías que niegan la existencia de propiedades como entidades diferentes de los objetos que las instancian son llamadas “nominalistas”. Por ejemplo, en las teorías nominalistas más sofisticadas, las propiedades son eliminadas por clases de objetos posibles (esto es, objetos en diferentes mundos posibles) o por objetos que conforman clases seleccionadas por la semejanza perfecta entre sus elementos. En el primer caso, las clases de objetos posibles pueden cumplir las funciones teóricas requeridas por las propiedades “abundantes” y también por las propiedades “escasas”. En 2 Esta estipulación, entonces, deja fuera —como teorías que no admiten la existencia de propiedades— a las teorías que postulan que los rasgos o caracteres de las cosas son clases, sean o no sean de semejanza. Lewis, sin embargo, postula clases de objetos actuales y meramente posibles para cumplir las funciones exigidas de las propiedades y, de hecho, denomina como “propiedades” a tales clases. Cfr., Lewis (1983:10); Rodriguez-Pereyra (2002:14-21). Esta diferencia terminológica no será relevante para lo que sigue. 26 Condiciones de identidad para universales trascendentes efecto, entre las incontables clases de objetos posibles que pueden ser formadas de acuerdo con los axiomas estándar de la teoría de conjuntos, pueden seleccionarse algunas que conformen “clases naturales”, en tanto sus elementos tengan, entre sí, una relación primitiva de semejanza relevante para la descripción de los respectos objetivos de la realidad, tal como estos respectos se recogen en nuestras mejores teorías científicas.3 En el segundo caso, las propiedades no son eliminadas por clases, entre las cuales pueden, luego, seleccionarse las que posean objetos con semejanza perfecta, sino directamente por tal relación de semejanza perfecta. Aquí, tal como puede apreciarse, el nominalista de semejanza pretende ofrecer entidades que cumplan las funciones de propiedades “escasas”.4 Una vez que se acepta la existencia de propiedades como entidades diferentes de los objetos que las instancian, existe la alternativa de concebir estas propiedades como entidades individuales y no de carácter universal, esto es, tropos. Usualmente, los defensores de tropos han preferido una concepción de propiedades “escasas” en donde los tropos son relata de conexiones causales y son las entidades descritas en las leyes naturales, ofreciendo respectos objetivos de semejanza y desemejanza (Cfr., Campbell, 1981:480-481). No es incoherente, sin embargo, una concepción de tropos “abundantes” donde cada predicado atribuido a un objeto individual designe un tropo diferente. La distinción entre teorías de propiedades “escasas” y “abundantes”, sin embargo, se ha mostrado más marcadamente en relación con las teorías de universales. Un universal es una propiedad que, en virtud de su naturaleza, puede encontrarse instanciada en una pluralidad de casos. Tradicionalmente, se ha diferenciado entre universales inmanentes o aristotélicos que solamente existen “en” sus instancias y que, por lo tanto, si no están instanciados no existen, y universales trascendentes o platónicos que no requieren de instanciaciones para existir (Cfr., Armstrong, 1978a:58-132; 1989:75-112). Correlativamente, los universales inmanentes son considerados entidades ––en general–– contingentes, pues, sólo existen en los mundos posibles en los que se encuentran instanciados, mientras que los universales trascendentes son considerados entidades necesarias, que existen de manera invariante en todos los mundos posibles (una excepción a esto en Tooley, 1987:113-120). 3 Esta es la posición preferida por David Lewis. Los objetos posibles han de verse, en su teoría, como habitantes de mundos posibles que son entidades de la misma naturaleza que el mundo actual, pero un actualista podría acomodar la concepción lewisiana a su metafísica modal con objetos posibles apropiados, Cfr., Lewis (1983:12-19;1986:50-69). 4 En la teoría defendida por Gonzalo Rodriguez-Pereyra, los objetos que son perfectamente semejantes pueden luego agruparse en una clase. Las funciones teóricas, sin embargo, dependen de la relación de semejanza y no de la existencia o inexistencia de clases de objetos (2002:50-52); la distinción con la teoría de Lewis en 56-62. Para una discusión de otras teorías nominalistas, Cfr., Armstrong (1978a:11-57). 27 José Tomás Alvarado Marambio ¿Cuál es, entonces, la distinción entre teorías de propiedades “escasas” y “abundantes”? Es difícil especificar aquí “cantidades” de propiedades, por lo que no tiene mucho sentido decir que en una concepción se postulan “más” propiedades que en la otra. La diferencia tiene que ver con las motivaciones teóricas que justifican la postulación de propiedades en nuestra ontología. Hay “roles” que se supone que deben cumplir las propiedades y que justifican su introducción en nuestras ontologías (Cfr., Lewis, 1986:56-63; Oliver, 1996:920). Ha sido puesto de relieve, en efecto, que estos “roles” parecen exigir candidatos de naturaleza muy diferente. Los mejores candidatos para satisfacer un tipo de rol teórico no son los mejores candidatos para satisfacer otros roles teóricos. Si se pone el énfasis en uno de estos tipos de roles se tienen propiedades “abundantes”. Si se pone el énfasis en otro tipo de roles, en cambio, se tienen propiedades “escasas”. a) Propiedades “abundantes”. Vienen dadas como el valor semántico de los predicados de un lenguaje. Como en un lenguaje natural cualquiera pueden formularse potencialmente infinitos predicados, estas propiedades también deben ser infinitas. Vienen a explicar por qué las oraciones en las que ocurre un predicado “F” cualquiera tienen un valor de verdad determinado de acuerdo a la forma como tales oraciones se encuentran construidas. Debe haber, aquí, propiedades para predicados disyuntivos como “verzul” (esto es, verde si se es examinado antes del año n o azul si se es examinado después del año n), pues las oraciones en las que esos predicados ocurren tienen valor de verdad y debe especificarse cómo es que tales predicados, entonces, efectúan una contribución sistemática a la determinación de ese valor de verdad.5 Íntimamente relacionado con lo anterior, las propiedades “abundantes” vienen a entregar contenidos para las actitudes proposicionales. Podemos definir una proposición, en efecto, como una propiedad 0-ádica, por lo que las operaciones de conformación de una propiedad ––a partir de otras propiedades–– sirven, también, para explicar la estructura de una proposición. Por ejemplo, el estado intencional de creer que la estrella de la mañana es un cuerpo celeste puede diferenciarse del estado intencional de creer que la estrella de la tarde es un cuerpo celeste. En efecto, se pueden apreciar aquí dos proposiciones diferentes (1) La estrella de la mañana es un cuerpo celeste (2) La estrella de la tarde es un cuerpo celeste 5 Algunas veces esta motivación se presenta como el problema de “lo uno sobre lo múltiple”. Se trata de explicar por qué se pueden afirmar las oraciones “Fa” y “Fb” para objetos a y b diferentes entre sí. Esto es, se trata de explicar qué es lo que entrega un valor semántico al predicado “F” tal que es verdadero atribuirlo tanto al objeto a como al objeto b. 28 Condiciones de identidad para universales trascendentes La diferencia entre (1) y (2) como propiedades 0-ádicas tiene que ver con que, mientras (1) surge por la operación de inserción de “la estrella de la mañana” en la propiedad [λx (x es un cuerpo celeste)], (2) surge por la operación de inserción de “la estrella de la tarde” en la misma propiedad.6 Cualquier sujeto racional que tenga un estado intencional de creencia cuyo objeto sea (1) estará tematizando una propiedad 0-ádica diferente de quien tenga un estado intencional tematizando (2). Así, las propiedades tendrán como condición de identidad las propiedades de que estén compuestas y el modo como hayan sido construidas mediante las operaciones pertinentes. En principio, las condiciones de identidad de estas propiedades “abundantes” deben ser tan finas como para discriminar tales diferentes estados intencionales. Si un sujeto racional, entonces, cree que hay un P, pero no cree que hay un Q, entonces P ≠ Q. En general (3) ∀P1∀P2 [(P1 = P2) ↔ ∀S∀c ((S tiene en c el estado intencional Φ de que: […P1…]) ↔ (S tiene en c el estado intencional Φ de que: […P1/P2…]))] Aquí “S” tiene como rango sujetos racionales y “c” tiene como rango contextos definidos como mundos posibles centrados.7 […P1…] es una proposición donde ocurre la propiedad P1 y […P1/P2…] es la proposición que resulta de sustituir de manera uniforme todas las ocurrencias de P1 en […P1…] por P2. b) Propiedades “escasas”. Estas propiedades de entrada no están correlacionadas con los predicados de un lenguaje. No todos los predicados tendrán propiedades como sus valores semánticos y, por supuesto, no todas las propiedades serán el valor semántico de algún predicado. Aquí, la motivación para introducir propiedades no es de carácter semántico, ni tiene que ver con la necesidad de especificar los objetos de los estados intencionales. Las motivaciones centrales para introducir propiedades “escasas” tienen que ver con la explicación de respectos objetivos de semejanza,8 la explicación de la naturaleza de las 6 En general, la operación de inserción (plug up) toma una propiedad n-ádica Rx1x2…xn y obtiene una propiedad (n-1)-ádica en donde la variable j (1 ≤ j ≤ n) es sustituida por una constante de individuo, sea Rx1x2…aj…xn. Para un desarrollo de este estilo de teoría de propiedades. (Cfr., por ejemplo, Parsons, 1980:63-97); el desarrollo de actitudes proposicionales en 108-123. 7 Esto es, se trata de tríos ordenados <w, S, t> en que w es un mundo posible, S es un sujeto racional seleccionado en ese mundo posible y t es un instante de tiempo. El mundo posible centrado selecciona, entonces, el estado mental de un sujeto racional en un instante de tiempo preciso en el que quedan fijados los estados intencionales de ese sujeto. 8 El problema de “lo uno en lo múltiple” aquí es explicar cómo es que diferentes objetos pueden tener la misma naturaleza. No se trata, por lo tanto, simplemente de explicar cómo es que un predicado de algún lenguaje es atribuible a diferentes casos. Su punto de partida es la constatación de identidades específicas de una misma naturaleza en diferentes objetos (o eventos) sea que existan o no existan expresiones lingüísticas para ellas. 29 José Tomás Alvarado Marambio relaciones causales y de las leyes naturales. Una propiedad es, aquí, un carácter, rasgo o respecto objetivo que determina la naturaleza intrínseca de las cosas y que determina las relaciones causales en las que un objeto pueda entrar. Estos rasgos, caracteres o respectos son los que típicamente deben entrar en las leyes naturales. Se trata, por lo tanto, de propiedades cuya existencia no puede ser descubierta por mera reflexión a priori, pues qué propiedades existan depende de qué respectos son realmente relevantes para especificar el desenvolvimiento de los procesos naturales. Esto es algo que se determina, al menos ordinariamente, mediante investigación empírica a posteriori. Es la ciencia y no algún filósofo quien debe decidir cuáles son realmente las propiedades en el mundo. ¿Qué propiedades existen en esta concepción? Algunos filósofos sostienen que existen aquellas propiedades sobre las que cuantifique la oración Ramsey que contenga la expresión de las leyes naturales del mundo y solamente ellas (Cfr., Mellor, 1995:185-199). Esto es, una vez que se da una descripción completa de cómo está constituido el mundo, se axiomatiza esta teoría de modo que garantice el mejor balance de informatividad y de poder deductivo.9 Las tesis, ya sean axiomas o teoremas de esta teoría, pueden ser tomadas como la expresión de las leyes naturales del mundo. Esta gran oración puede, luego, ser sometida a generalización existencial de segundo orden donde los lugares de predicado sean ligados por cuantificadores existenciales. Así, sea una oración máximamente descriptiva del mundo según los requerimientos indicados (4) ∃x1∃x2…∃xn (F1x1x2…xn ∧ F2x2x3…xn-1 ∧ … ∧ Fnxnxn-1…x1) Esta oración (4) puede ser generalizada existencialmente con tal que resulte (5) ∃X1∃X2…∃Xn∃x1∃x2…∃xn (X1x1x2…xn ∧ X2x2x3…xn-1 ∧ … ∧ Xnxnxn-1…x1) Aquí, las variables X1, X2,…, Xn tienen como rango propiedades. La oración (5) dice que hay propiedades X1, X2…, Xn que se encuentran conectadas entre sí de cierta manera en el plexo de leyes naturales. Tales serán las propiedades existentes. Otros autores no hacen apelación a las oraciones Ramsey, pero asumen un punto de vista básicamente semejante. Las leyes naturales son relaciones entre universales y, por lo tanto, deben suponerse como existentes aquellos universales que sean exigidos por tales leyes (Cfr., Armstrong, 1983:75-173; Dretske, 1977; 9 Esta concepción de las leyes naturales es la defendida por David Lewis (1973: 72-77). Se trata de una forma de teoría de la regularidad que no es, precisamente, el tipo de teoría que ha sido tomada como apoyando la existencia de universales “escasos”, pero se expone aquí simplemente para facilitar la exposición. 30 Condiciones de identidad para universales trascendentes Tooley, 1977;1987:37-169). Las relaciones causales son normalmente postuladas como teniendo por relata a eventos. Ordinariamente un evento queda especificado por una propiedad, un objeto y un lapso temporal (intuitivamente, el lapso de tiempo en que ese objeto posee tal propiedad). Existirán las propiedades que sean relevantes para determinar las relaciones causales objetivas entre eventos.10 Como, al menos ordinariamente, las relaciones causales estarán determinadas por leyes naturales, las propiedades que sean exigidas por las leyes naturales coincidirán con las propiedades que sean exigidas por las conexiones causales objetivas. Estas mismas propiedades son las que deberían aparecer en una oración Ramsey que exprese adecuadamente las leyes naturales existentes en un mundo. Lo más usual ha sido aquí postular, por lo tanto, condiciones de identidad conectadas a los poderes causales de que una propiedad inviste a sus poseedores (Cfr., Shoemaker, 1980). El “poder causal” asociado con una propiedad P es el conjunto de conexiones causales en las que puede intervenir un objeto, dado que posee la propiedad P. Sea C la relación n-ádica de causar algo (convendrá tomarla como una relación multígrada para preservar la generalidad de la formulación). El poder causal de un objeto x que posee una propiedad P en el instante de tiempo t puede ser especificado como (6) ◊∃y1∃y2…∃yn ([Pxt]Cy1y2…yn) ∧ ◊∃y1∃y2…∃yn (y1y2…ynC[Pxt]) Aquí en (6) [Pxt] designa el evento de instanciar el objeto x la propiedad P en el instante de tiempo t. Las variables y1, y2,…, yn tienen como rango a eventos. En general, las condiciones de identidad de un evento están fijadas por un objeto, una propiedad poseída por ese objeto y un instante de tiempo. El “poder causal” que entrega una propiedad es aquello que podría ser causado por el evento de estar esa propiedad instanciada por un objeto en un instante de tiempo y por aquello que podría causar que esa propiedad estuviese instanciada en un objeto en un instante de tiempo. Pues bien, las condiciones de identidad para propiedades “escasas” resultarían las siguientes (7) ∀P1∀P2[(P1 = P2) ↔ ∀x∀t◊∃y1∃y2…∃yn ((([P1xt]Cy1…yn-1) ∧ (y2…ynC[P1xt])) ↔ (([P2xt]Cy1…yn-1) ∧ (y2…ynC[P2xt])))] esto es, las propiedades P1 y P2 son idénticas si y sólo si confieren los mismos poderes causales. Aquí, en general, vale que [∀P∀x∀t (Pxt ↔ ([Pxt] existe))]. 10 Para una explicación más detallada de las variaciones terminológicas que pueden encontrarse aquí, Cfr., Oliver (1996:17-18). Algunos autores hablan de “situaciones”, “estados de cosas”, “hechos”, incluso “facta”. Las condiciones de identidad en todos estos casos son, básicamente, las mismas. 31 José Tomás Alvarado Marambio 2. UNIVERSALES INMANENTES ESCASOS Y UNIVERSALES TRASCENDENTES “ABUNDANTES” Ha sido usual sostener que si han de admitirse propiedades “abundantes” y si las propiedades han de tomarse como universales, entonces deben tomarse tales universales como trascendentes. También ha sido usual sostener que si han de admitirse propiedades universales “escasas”, entonces deben tomarse tales universales como inmanentes. En el caso de las propiedades “abundantes”, la conexión con los universales trascendentes parece bien razonable. En efecto, aquí se trata de especificar los valores semánticos para todos los predicados de cualquier lenguaje y de especificar los contenidos de todo estado intencional posible. Es obvio que hay oraciones en las que aparecen términos que no parecen tener referencia, ya sean nombres propios, descripciones vacías o sencillamente predicados que nada satisfacen, como (8) Los centauros del monte asolaron de nuevo las viñas donde hay una diferencia bastante marcada entre esta oración (8) y (9) Los aardvags del monte asolaron de nuevo las viñas La diferencia estriba en que existe el predicado “ser un centauro” en nuestro lenguaje, pero no existe el predicado “ser un aardvag”. Del mismo modo, alguien podría tener el estado intencional de creer que los centauros del monte asolaron las viñas, pero no tener el estado intencional de creer que los aardvags del monte asolaron las viñas, como tampoco creer que los trolls del monte asolaron las viñas.11 Cualquiera sea la explicación de los valores semánticos de tales predicados y de los contenidos de los diferentes estados intencionales, esta explicación tendrá que postular algún tipo de entidades que no se encuentran instanciadas en el mundo actual o que, sencillamente, no son entidades físicas interactuando físicamente con otras entidades del mundo actual. Un universal trascendente parece un buen candidato para asumir los roles exigidos a las propiedades “abundantes”. Algunos de los universales no están instanciados actualmente pero, otros sí, por lo que puede suponerse que nuestro acceso epistemológico a esas entidades no exige de nuestra parte capacidades cognitivas exorbitantes. Esto parece una ventaja respecto de, por ejemplo, la postulación de objetos inexistentes meinongianos. 11 En efecto, uno podría sentirse inclinado a decir que los predicados “ser un centauro”, “ser un aardvag” y “ser un troll” son todos vacíos, por lo que nada los satisface. Todas las oraciones en las que aparezcan tales predicados tendrán que ser por igual falsas o carentes de valor de verdad. Esto no permitiría discriminar entre estados intencionales en que aparece el contenido “centauro” y el contenido “troll”, cuando intuitivamente tal diferencia existe y es relevante. Parece necesario asignarle un valor semántico distinto a unos y otros predicados. 32 Condiciones de identidad para universales trascendentes En el caso de las propiedades “escasas”, en cambio, pareciera que se requirieran entidades que han de postularse como integrando el tráfago de las transacciones causales, algo que se encuentre físicamente localizado en el espacio y en el tiempo, capaz de actuar y de padecer la acción. En efecto, las propiedades “escasas” son postuladas, precisamente, porque se supone que debe haber propiedades como constituyentes ontológicos de los eventos que son los relata de las relaciones causales. Se supone, también, que cuando la ciencia natural describe los respectos que son relevantes para determinar por qué los procesos físicos se desarrollan de la forma en que lo hacen, es porque selecciona las propiedades que han de entrar en las leyes naturales que son, por lo demás, conexiones nómicas entre universales o, bien, simplemente universales. Esos respectos son los que también especifican la semejanza o desemejanza objetiva entre entidades que poseen o no poseen la misma naturaleza. No es extraño que los universales inmanentes hayan sido considerados excelentes candidatos para asumir estos roles, pues, existen sólo si tienen instancias, se encuentran en sus instancias y, además, en el lugar y en el tiempo donde tales instancias están ubicadas.12 Estas intuiciones han sido formuladas como el “principio eleático” por Armstrong: “todo lo que existe hace una diferencia en los poderes causales de algo” (Armstrong, 1997:41). Un universal puede ser admitido en nuestra ontología sólo si es que su introducción modifica el patrón de eventos físicos del mundo, sea porque aumenta o disminuye el poder causal de algo que posee tal propiedad. Pareciera, aquí, que un universal trascendente no es apto para cumplir estas funciones. 3. UNIVERSALES TRASCENDENTES “ESCASOS” Tal como se ha indicado, entonces, se tiende a pensar que los roles que le son asignados a las propiedades “abundantes” han de corresponder a universales trascendentes, mientras que los roles que le son asignados a las propiedades “escasas” han de corresponder a universales inmanentes. Las condiciones de identidad de los universales trascendentes, por lo tanto, deberían corresponder a las indicadas por el principio (3), mientras que las condiciones de identidad de los universales inmanentes deberían corresponder a las indicadas por el principio (7). Unos son identificados por su función para especificar actitudes intencionales, mientras que los otros son identificados por su función en la asignación de poderes causales. 12 Lo mismo podría decirse, naturalmente, de tropos “escasos”. Las clases naturales de Lewis y las relaciones de semejanza perfecta primitiva del nominalista de semejanza se supone que también satisfacen los mismos roles, o roles análogos, mediante entidades que están en el mundo físico. 33 José Tomás Alvarado Marambio Contra lo que pudiera suponerse, sin embargo, los universales trascendentes también pueden tener condiciones de identidad de acuerdo a lo asignado en el principio (7). También es posible postular universales no instanciados de carácter “escaso”, ligados a lo que muestre la investigación empírica a posteriori. Esto, por supuesto, no es afirmar que los universales trascendentes tienen, de hecho, tales condiciones de identidad. Lo que se pretende, aquí, es simplemente mostrar que no es incoherente tal suposición. Un primer elemento a tener en consideración es que una de las motivaciones para aceptar universales “escasos”, la concepción de las leyes naturales como relaciones entre universales, parece apuntar hacia la existencia de universales trascendentes.13 Tooley ha presentado una serie de casos en los que pareciera que debe aceptarse la existencia de una ley natural, aun cuando los universales que aparecen ahí no están instanciados (Cfr., Tooley, 1987:67-75;113120). Los casos presentados por Tooley pueden ser generalizados. Supóngase un mundo posible w1 en donde se hubiesen descubierto cinco y solamente cinco partículas fundamentales. En todos los casos se han hallado leyes naturales que determinan el comportamiento de estas partículas entre sí, con la única excepción de las partículas de tipo D y las partículas de tipo E. Las leyes que han sido descubiertas para la interacción de los restantes tipos de partículas son de carácter primitivo, no pudiendo deducirse de otras leyes de carácter más básico o de carácter más general. Supóngase también que, de acuerdo a las condiciones de contorno de w1, nunca entrarán en interacción las partículas de tipo D con las partículas de tipo E. En este caso, parece razonable sostener que hay una ley natural que determina las interacciones entre partículas D y E, aunque no sea cognoscible. Si existe la ley natural en cuestión, deben existir los universales que están ahí conectados nomológicamente, por lo que pareciera que debemos admitir la existencia de un universal relacional estar una partícula D en interacción con una partícula E, aun cuando ese universal no se encuentra instanciado. Un caso más sencillo es el siguiente: en el mundo actual wA es una ley natural que los objetos con carga eléctrica negativa atraen a objetos con carga eléctrica positiva. Como es verdadera esta ley natural, es verdadero en wA el condicional contrafáctico Si hubiese un objeto con carga eléctrica negativa, atraería a los objetos con carga eléctrica positiva. 13 Hay otras concepciones en las, rechazándose también las concepciones humanas de las leyes como regularidades, se las ve no como relaciones de necesitación contingente entre universales, sino como esenciales a las propiedades que conectan (Cfr., Ellis, 2001:201-228; Mumford, 2004:125-205; Bird, 2007:43-65;189-203; Swoyer, 1982; Molnar, 2003: 199). En estas concepciones, los casos de tipo Tooley también apuntan hacia universales no instanciados. 34 Condiciones de identidad para universales trascendentes Considérese ahora un mundo posible w2 en el que no existan objetos con carga eléctrica negativa. Parece razonable pensar que el condicional contrafáctico (10) también es verdadero en w2, pues, aun cuando no hay objetos con carga eléctrica negativa en w2, si los hubiese, estos objetos atraerían a los objetos con carga eléctrica positiva. Si es verdadero el condicional (10), parece razonable sostener que también existe en w2 la misma ley natural que en wA. Pero si existe la ley, deben existir también los universales que están conectados por ella, aun cuando no estén instanciados en w2. Luego, parecen haber universales no instanciados. No es necesario aquí discutir en detalle estos casos y las maniobras que han sido desplegadas para neutralizarlos por los defensores de los universales inmanentes. Lo que interesa considerar, aquí, es cómo en estos casos se está apelando a una línea de argumentación característica para justificar la existencia de propiedades “escasas”, pero que no conduciría a la aceptación de universales inmanentes, sino de universales trascendentes. ¿Cómo es esto posible? De acuerdo al principio (7) dos propiedades son idénticas si y sólo si los poderes causales que confieren a sus poseedores son también idénticos. Estos poderes causales quedan, a su vez, especificados por el conjunto de todas las conexiones causales en las que el objeto que posee tal propiedad podría estar envuelto, dado que posee tal propiedad. La duda central que surge cuando se trata de aplicar este principio de identidad a universales trascendentes es que no se ve cómo es que un universal de este tipo puede conferir un poder causal en el objeto que lo instancia. Si se trata de un universal inmanente o de un tropo, en cambio, parece claro que es la propiedad misma la que está envuelta en relaciones causales, pues, es un integrante intrínseco de los eventos los que son, a su vez, los relata directos de la conexión causal. Un universal trascendente, sin embargo, no es integrante intrínseco de un evento. El punto es que un universal trascendente confiere poderes causales en los objetos en los que está instanciado debido a que los tropos de tal universal son componentes intrínsecos de los eventos en los que tal objeto es integrante y que son los relata directos de las conexiones causales. En efecto, una ontología que postule universales trascendentes debe, también, postular tropos, pues las instanciaciones del universal en un objeto particular (o entidad particular) son precisamente eso. Nadie pone en cuestión que un tropo interviene en relaciones causales, luego, un objeto tiene los poderes causales que tiene debido a que instancia tales y cuales universales. Un universal, sea trascendente o inmanente, por tanto, confiere poderes causales en los objetos en los que se encuentra instanciado, debido a que un objeto se verá envuelto en determinadas interconexiones causales dados los universales que se encuentre instanciando. Si un universal, entonces, confiere poderes causales, sus condiciones de identidad pueden ser especificadas mediante tales poderes de acuerdo al principio (7). 35 José Tomás Alvarado Marambio Esta solución simple al problema puede parecer sospechosa para algunos. La sospecha surge porque parece no económico postular universales y, además, tropos.14 Hay defensores de universales que, por eso, no requieren tropos. Hay defensores de tropos que pretenden eliminar mediante ellos a los universales. Una posición que requiera tanto a los universales como a los tropos parece combinar todos los costos ontológicos. El problema, aquí, es que la necesidad de postular tropos no es una peculiaridad, en realidad, de las teorías de universales trascendentes. Si se postulan universales inmanentes, también es necesario postular la instanciación particular del universal en un particular. En efecto, tal como ha sido puesto de relieve con frecuencia, un estado de cosas no es simplemente un listado de un particular (o de varios particulares) y un universal. El listado es ontológicamente inerte si es que el universal y el particular están desconectados entre sí. Tampoco puede pensarse en el estado de cosas como una n-tupla, esto es, como una entidad conjuntista, pues las entidades conjuntistas vienen garantizadas no sólo para los universales y particulares que configuran, de hecho, estados de cosas, sino también para los universales y particulares que no configuran estados de cosas (e, incluso, para universales y particulares que no pueden configurar un estado de cosas). Si se quiere decir, por otro lado, que particular y universal “componen” el estado de cosas, es una forma de composición nomereológica (Cfr., Armstrong, 1997:119-123). También se ha pretendido decir que la conexión entre universal y particular para configurar estados de cosas es un “vínculo” no relacional. Sin embargo, hay motivaciones independientes para esta tesis y es muy extraño hablar de una relación que no es relación. Si hay una diferencia ontológicamente sustantiva entre un estado de cosas y el mero listado de los particulares y universales que lo componen, entonces, debe haber una instanciación de ese universal en ese particular. Llámesela como se la llame, la instanciación particular de un universal es un tropo. Resulta entonces que las teorías de universales inmanentes no están realmente en una posición sustantivamente mejor que las teorías de universales trascendentes. Si tanto en uno como en otro caso deben postularse tropos junto con universales, entonces no debe causar extrañeza que los tropos de un universal cumplan una función relevante para que el universal confiera poderes causales. Dado que el universal confiere poderes causales, nada parece impedir que esos 14 Por de pronto, esto sería una dificultad cualquiera sean las condiciones de identidad que se postulen para los universales trascendentes. Una formulación de esta “sospecha” en Armstrong, (1989:132-133). 36 Condiciones de identidad para universales trascendentes poderes causales sean tomados como fijando las condiciones de identidad de tales universales. Pontificia Universidad Católica de Valparaíso* Instituto de Filosofía Avda. El Bosque 1290, Viña del Mar (Chile) [email protected] BIBLIOGRAFÍA Armstrong, David M. A World of States of Affairs. Cambridge: Cambridge University Press, 1997. ------- Universals. An Opinionated Introduction. Boulder: Westview, 1989. ------- What is a Law of Nature? Cambridge: Cambridge University Press, 1983. ------- Universals and Scientific Realism. Volumen I. Nominalism and Realism. Cambridge: Cambridge University Press, 1978a. ------- Universals and Scientific Realism. Volume II. A Theory of Universals. Cambridge: Cambridge University Press, 1978b. Bird, Alexander. Nature’s Metaphysics. Oxford: Clarendon Press, 2007. 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La lectura asociada reclama exigencia y atención. En todos los casos la lectura es un arte que se ejerce sobre el lenguaje y el pensamiento. Se analizan ejemplos de cómo resulta fecunda la comprensión de la escritura como acción apropiada a la filosofía. Palabras clave: Hermenéutica, persecución, libertad de pensamiento, libertad de expresión. Abstract The education of a reader through a piece of writing can take place in an environment of persecution or in one of freedom. Thus, the piece of writing may become exoteric, protreptic or elusive. Associative reading demands application and attention. Reading is an art exerted on language and thought. Several examples of reading comprehension becoming a fruitful philosophical action are analysed. Key words: Hermeneutics, persecution, freedom of thought, freedom of speech. La normalidad de la escritura filosófica contemporánea ofrece una variedad formal en su presentación que incluye desde la consabida fórmula del comentario o glosa más o menos erudita a la más sublime y aérea del ensayo pasando por la cortante disección analítica. No obstante, la normalidad de un género filosófico estándar no nos debe hacer suponer que tal estándar haya existido siempre, o que siempre hubiera un estándar determinado. Que el contenido filosófico se presente bajo diferentes aspectos o rostros literarios pertenece a la escurridiza naturaleza de la comunicación filosófica, así como también que no haya un género privativo o exclusivo de la filosofía. Aquello que hemos convenido en llamar filosofía aparece encarnado en diferentes formas de escritura. A la filosofía ha pertenecido también a menudo la tarea de desbrozar territorios inhóspitos y, cabe decir, lo ha logrado en ocasiones de manera eficaz como demuestra la historia de la ciencia. Ahora bien, en cierta medida, la supervivencia de la filosofía se ha jugado en la alta calidad literaria de los escritos que la sostenían. Que la filosofía goce hoy de un estatuto reconocido en nuestras 1 Este artículo forma parte de los resultados del Proyecto de Investigación financiado por la Dirección General de Investigación del Ministerio de Educación y Ciencia HUM2007-62763/FISO y del Grup de Recerca EIDOS. Hermenèutica, platonisme i modernitat (2009SGR447). Josep Monserrat-Molas sociedades, más o menos estables, no implica que siempre lo haya tenido y, mucho menos, no implica necesariamente que la estabilidad de su posición en la sociedad sea en todo caso siempre beneficiosa. La ausencia de un género exclusivo de la filosofía y la necesidad de la comunicación filosófica demuestran que no es obvio qué sea escribir filosofía. El poema parmenideo, el aforismo heracliteano, el discurso sofista, la discusión erística, el diálogo platónico, el tratado aristotélico, las cartas, el comentario, la cuestión disputada, la suma, etc., ya nos insinúan en su misma variedad de la necesidad de atender, en cada caso, al género literario como una clave de acceso al tesoro que yace en el texto. La necesidad de respetar la superficie primera del texto en su materialidad íntegra es el paso previo indispensable en la labor de excavación que el estudio de los textos implica. Debemos trabajar desde la premisa de investigación, aquella de no admitir una separación entre la forma históricamente contingente y el fondo conceptual de los escritos, pues la reflexión sobre el arte de escribir que aplican los filósofos ha resultado ser una fecunda línea de investigación para esclarecer sus intenciones. En esta exposición procuraremos partir de una reflexión sobre la necesidad de atender a la forma de la comunicación filosófica desde la peculiar situación cognoscitiva en que se halla (1), para pasar a comentar la consideración de olvidadas maneras de escribir (2), y atender como caso peculiar a la diferente forma de escribir de Platón (3) y de Descartes (4). Finalizaremos (5) con unas consideraciones finales que recojan el sentido del trabajo. Estas consideraciones procurarán ser, en el sentido estricto que se esclarecerá en forma paulatina, simplemente superficiales. 1. Sobre la comunicación filosófica. Si concentramos nuestra atención en la producción filosófica escrita, no es nada obvio que escribir sea, necesariamente, la forma de transmisión de aquello que pueda llamarse filosofía. Menos aún lo es determinar qué es propiamente la singularidad de una escritura filosófica. Plantearse el modo o la manera como una filosofía ha sido comunicada es un buen ejercicio para descubrir las duras dimensiones de un problema filosófico fundamental: cómo puede ser comunicada la filosofía. Sostendremos que la forma de la filosofía tiene que ver con la formación que alguien propone a otros individuos para obtener un máximo posible y benéfico, la sabiduría. Así pues, debemos tener presente que una filosofía es comunicada por alguien a otras personas porque piensa que la situación cognoscitiva puede experimentar algo así como un incremento o mejora o del conocer. Entre la situación primera dada y aquella que se espera obtener cuando la filosofía comunicada sea recibida adecuadamente, existe un proceso de formación de aquello sin lo cual esta mediación restaría sin desarrollarse. Es evidente, también, que para comunicar una filosofía a un público se debe producir (poiein) una oralidad didáctica y/o unos escritos. Estos productos expresan, 40 Sobre la escritura de la filosofía ciertamente, alguna cosa peculiar de su autor; incluso algo de su tiempo, así como tambien, algo de las circunstancias concretas que posibilitan el esfuerzo cognoscitivo que quiere ser transmitido. La recepción de un “pensamiento” nos sitúa pues, necesariamente, ante una objetividad cultural que nos es externa; sus dimensiones poéticas e históricas ora son unas, ora son otras. Leer es, en primer término, enfrentarnos a lo ajeno. Nuestra curiosidad de lectores puede determinarse primordialmente por aquellos aspectos que hacen que toda escritura sea el producto de una subjetividad creadora de una persona determinada, hija de un tiempo o de una época y no de otra o fruto de unas circunstancias peculiares. Por cierto, la forma como se nos presenta puede ser poiéticamente platónica o cartesiana, porque es un producto expresivo de Platón o de Descartes o de quien sea y, también, es históricamente griega o moderna, pero estas dimensiones no son todo lo que se nos muestra, ni tan sólo la característica específica de la voluntad comunicativa que originó tales escritos “filosóficos”. 2. Persecución y escritura. En Persecución y arte de escribir, Leo Strauss (1952) nos muestra la manera como Alfarabí expuso por escrito su pensamiento. Sin entrar ahora en la discusión sobre el sentido global de su trayectoria (Lastra, 2000; Altini, 2000; Smith, 2009), Strauss nos ha enseñado a prestar atención a la extrema circunstancia en la que tal acto de escritura se lleva a cabo ––una situación objetiva de persecución del librepensamiento–– y la necesaria estrategia que debe ponerse en juego para conseguir su objetivo. Así nos presenta el acto de escritura, a su vez, con una particular estrategia de iluminar aquello que había sido reservado para la lectura silenciosa. Stanley Rosen, uno de sus más originales discípulos nos ha recordado cómo Strauss promovía la fascinación por la naturaleza esotérica de la escritura filosófica (1999:64-66). Utilizaba para ello el recurso de la comparación con la manzana de oro recubierta con una filigrana de plata (Proverbios 25-11). La filigrana externa de plata correspondería al valor externo del texto, destinado a la multitud no filosófica, mientras que la manzana de oro estaba reservada para los adeptos a la filosofía. De este modo, Strauss —mediante la recuperación de un olvidado arte de escribir— mostraba las pautas para acceder a tal interior. S. Rosen manifiesta que el interior de la manzana que Strauss evocaba era, finalmente, también de plata y no de oro (Ibáñez y Monserrat 2007:9-64). Dejemos ahora de lado su valoración de este interior en cada caso estudiado y fijémonos en la tarea misma de Strauss: ¿Descubrir el secreto de la hermética de los textos esotéricos, exponer al público aquello que movía a la reticencia, no es una profanación del texto? ¿O resulta ser, meramente, una acomodación a una época en la que el prejuicio imperante nos impone la publicidad de la verdad? ¿O debe, también, explicarse biográficamente? Renuncio aquí por el momento a aplicar los principios de lectura straussianos 41 Josep Monserrat-Molas a Strauss (Cfr. Monserrat, 2000), porque quisiera simplemente concentrarme en la lectura que Leo Strauss realiza de la escritura de Alfarabí. Para ello debemos partir de las siguientes premisas. La situación de la filosofía en el mundo islámico resultaba precaria, cuando no decididamente peligrosa, por cuanto, la sospecha de incredulidad resultaba tanto más aguda cuanto más notable era la diferencia, desde el punto de vista de la sociología de la filosofía, entre el cristianismo por un lado y el islam y el judaísmo por otro. Mientras que la filosofía se convirtió en parte de la enseñanza necesaria para la intelección de la sagrada doctrina entendida como teología revelada, en el mundo islámico y judío la doctrina sagrada era primeramente interpretación de la ley divina (fiqh o talmud). En la medida que la ley divina ordenaba la sociedad, la filosofía quedaba al margen de ella porque su presencia resultaba sospechosa, ya que ponía en entredicho la columna vertebral de la ciudad, la ley. En correspondencia con su potencial peligrosidad disolvente, el ejercicio filosófico resultaba peligroso por sí mismo. La conclusión de Strauss es que, en una situación tal, el filósofo puede recurrir a una forma de escritura que lo ampare de la persecución y, a la vez, sea instrumento adecuado de comunicación filosófica ¿Cómo es posible tal prodigio? Citemos el texto mismo de Strauss para seguir en este aspecto fielmente su argumentación. “Todos aquellos cuyo pensamiento no sigue las reglas de la logica equina o, en otras palabras, todos aquellos capaces de un pensamiento independiente y sincero, no pueden condescender a aceptar los puntos de vista patrocinados por el gobierno. La persecución no puede por ello prevenir el pensamiento independiente. No puede tampoco prevenir la expresión del pensamiento independiente” (1996:23-76). Se debe ser capaz de escribir y leer “entre líneas”. “La influencia de la persecución sobre la literatura consiste precisamente en que obliga a todos los escritores que sostienen puntos de vista heterodoxos a desarrollar una peculiar técnica de escritura” (1996:24-76-77). Y agrega, “Esta literatura no se dirige a todos los lectores, sino únicamente a los lectores fidedignos e inteligentes. Posee todas las ventajas de la comunicación privada sin compartir su mayor inconveniente que llega sólo a los conocidos del escritor. Posee todas las ventajas de la comunicación pública sin compartir su mayor inconveniente: la pena capital para el autor. Pero, ¿Cómo puede un hombre obrar el milagro de hablar en una publicación para la minoría y callar para la mayoría de sus lectores? El hecho que hace posible esta literatura puede expresarse mediante el axioma que los hombres irreflexivos son lectores descuidados y sólo los hombres pensativos son lectores cuidadosos” (1996:2578). Y añade poco después: “Otro axioma, que es significativo, sin embargo, sólo mientras la persecución permanece en los límites del proceder legal, es que un escritor cuidadoso, de inteligencia normal, es más inteligente que el más inteligente censor” (25-6;79). 42 Sobre la escritura de la filosofía La revalorización de los recursos técnicos de tal escritura reticente, elusiva o esotérica, resulta ser la aportación más conocida de Strauss a la hermenéutica filosófica (Gadamer, 1975:633-634). Recordemos, por ejemplo, la significación latente en las repeticiones, los silencios significativos, las contradicciones relevantes. La cautela que se impone el escritor debe imponérsela, también, el intérprete para no suponer más de lo que se insinúa: tal método debe aplicarse tan sólo ante la seguridad de una aclaración más evidente de lo que, en las lecturas historicistas, no eran más que equivocaciones, deslices o síntomas de decadencia o senilidad. La escritura puede resultar, pues, el refugio de la comunicación filosófica velada en el tapiz textual donde se trenzan palabras que dibujan trampantojos. Pero, ¿Es tal situación de persecución una situación válida para toda época en la que se dé filosofía? Si atendemos a nuestra situación no parece que sean asimilables. Strauss reconoce esta obviedad y la atempera con la siguiente reflexión que puede, también, tener la virtud de descentrarnos del prejuicio según el cual por ser los últimos somos mejores que los anteriores, y de hacer de nuestra situación la norma general: “La actitud que la gente adopta hacia la libertad de discusión pública depende, decisivamente, de lo que piensa sobre la educación popular y sus límites” (1996:33-87). Según qué opinemos del valor redentor del alcance de la educación resulta, con ello, la posibilidad de formular la distinción entre dos tipos de escritura: la de aquellos que creen que la distancia que separa “los sabios” del “vulgo” es insalvable y la de aquellos que creen que puede ser modificada por el progreso de la educación popular. La literatura exotérica presupone que hay verdades básicas que no serían pronunciadas en público por ningún hombre decente porque podrían perjudicar a mucha gente que, habiendo resultado injuriada, propendería naturalmente a injuriar a su vez a quien pronuncia las verdades desagradables. Presupone, en otras palabras, que la libertad de investigación, y de publicación de todos los resultados de la investigación, no está garantizada como un hecho básico. Esta literatura se relaciona esencialmente con una sociedad que no es liberal de modo que puede suscitarse la cuestión del uso que tendría en una sociedad verdaderamente liberal. Strauss continúa aceptando resolver tal cuestión, pero la “sencillez” de su respuesta no deja de sorprendernos. Se remite al pasaje conocido del Banquete de Platón cuando Alcibíades compara a Sócrates, y a sus discursos, con ciertas esculturas verdaderamente feas en su exterior, pero que contienen en su interior las más hermosas imágenes de las cosas divinas. Para Strauss, las obras de los grandes escritores del pasado son muy hermosas, incluso, desde fuera. Y, sin embargo, su belleza visible es de una fealdad transparente, comparada con la belleza de aquellos tesoros escondidos que se revelan a sí mismos sólo después de una ardua, nunca sencilla y siempre agradable labor. “Este trabajo siempre difícil, 43 Josep Monserrat-Molas aunque siempre agradable ––dice Strauss–– es, según creo, lo que los filósofos tienen en su mente cuando recomiendan la educación. Sienten que la educación es la única respuesta a la siempre inquietante cuestión, a la cuestión política por excelencia, de cómo reconciliar el orden que no sea opresión con la libertad que no sea licencia” (1996:37-92). La “facilidad” de la respuesta straussiana no lo es tal si advertimos cómo para responder de “nuestra” sociedad liberal acude al recurso de Platón, y si advertimos, además, la ironía que se encierra en la aún más concreta referencia a Alcibíades. La franqueza o preclaridad (outspoken) de Alcibíades y Atenas debe meditarse atendiendo, primero, a la realidad trágica de su destino triplemente traidor (Romilly, 1995) que acompaña a la derrota de Atenas y, en segundo lugar, atendiendo al siguiente comentario de Antonio Lastra: “Strauss ha esbozado una ética de la literatura al advertir que la dificultad que existe para entender a los clásicos proviene de la exposición del lector contemporáneo a la “literatura brutal y sentimental de las últimas cinco generaciones”. “Necesitamos una segunda educación para acostumbrar nuestra mirada a la noble reserva y la tranquila grandeza de los clásicos”. Esta ética de la literatura es eminentemente idealista y consiste “en la preferencia por recordar lo bueno antes que lo malo” (Lastra, 2000:151-152. Cfr. Sales, 1996:110-122). Carlo Altini comenta la respuesta straussiana notando cómo el problema del esoterismo y de la escritura reticente no corresponde tan sólo a las sociedades tiránicas y totalitarias en las cuales no está garantizado el derecho a la libertad de investigación y a la difusión pública de sus resultados, sino que es característica también de las sociedades liberales, sobre todo como respuesta al conformismo (Altini, 1998:277). Los destinatarios de las obras filosóficas esotéricas pueden seguir siendo, no los filósofos ni los no filósofos, sino los jóvenes potenciales filósofos que deben ser guiados hacia la verdad a través de opiniones populares. El texto es un acto de amor del filósofo hacia los cachorros de su propia especie. Añadiríamos, aun, a la ética de la literatura straussiana y a la utilidad del esoterismo contra el conformismo, su necesidad en un orden que parece cada vez estar más sometido a la expresión “políticamente correcta”. 3. La naturaleza de la escritura filosófica platónica sometida a una incesante discusión oceánica y mareante. A la manera platónica, del mareo sólo podremos librarnos si logramos fijar nuestra mirada en ciertos puntos fijos (Carta VII, 324b-326b).2 Procurémoslo atendiendo a aquellos datos elementales 2 Citamos las obras clásicas como es habitual en los estudios críticos, lo que facilita su localización en cualquier edición o traducción. Las obras de Platón según la referencia habitual a la paginación de Stephanus (página, columna, línea). Aristóteles indicando el título, la página, la columna y las líneas. Para los fragmentos de Aristóteles la cita según la ordenación de Ross. Las obras de Jenofonte con el título, libro, capítulo y párrafo. La obra de Diógenes Laercio (Vidas de los filósofos más ilustres) se 44 Sobre la escritura de la filosofía que han quedado sepultados entre los escombros de todos los modelos de interpretación que han procurado facilitar una hermenéutica de la hermética platónica. Nos concentraremos en: a) los testimonios de la recepción de los diálogos y sus posibles funciones; b) la relativa originalidad de la forma dialogal; para concluir con c) las premisas interpretativas que permitan un acceso válido a la escritura platónica. Con ello insinuaremos algo del motivo por el cual no es cierto que la filosofía occidental haya consistido en una serie de notas a pie de página de Platón, sino que, en fórmula del profesor Francisco J. González —que invierte certeramente la de Alfred North Whitehead— Platón ha sido nota a pie de página de toda la filosofía occidental (1999:134. Cfr. 1998). Atendamos, pues, a aquella parte de la empresa platónica que se fija en la escritura. a) Los testimonios de la recepción de los diálogos y sus posibles funciones. Diógenes Laercio (III:37) nos explica que los diálogos se leían en voz alta en el recinto de los escolares y de los amigos, para lo cual eran publicados. Luego se divulgaban fuera de la escuela y se dirigían a lectores griegos, en general, quienes se sentían estimulados “protrépticamente” hacia la filosofía mediante exhortaciones. Dicearco, discípulo de Aristóteles, escribe que “con la redacción de sus diálogos literarios”, Platón ha impulsado “innumerables personas hacia la filosofía”; y también que “Platón, que tenía una gran influencia gracias a su actividad literaria, animó con sus libros a muchos de los ausentes, que no podían frecuentar su escuela, a no preocuparse de la opinión de los charlatanes” (III:37). Diógenes Laercio nos proporciona también el testimonio de Temistio, cuando nos explica que unos lectores, después de leer algunos diálogos (Gorgias, República) decidieron ir a Atenas, a la Academia, con Platón, para dedicar su vida a la filosofía (III:37). Jenofonte, en sus Recuerdos de Sócrates (I:4-1), sostiene que los diálogos socráticos tendrían tan sólo un efecto protréptico, sin enseñar la virtud o la justicia de manera sistemática ponen a quien entra en contacto con Sócrates por la senda de conseguirlas (Gaiser, 1959-1984). Podemos pensar fácilmente que los tipos de personajes que ocupan la escena de los diálogos se correspondan con los diversos tipos de destinatarios. En los diálogos que tienen una forma más sencilla, Sócrates aparece discutiendo aquí y allá con sofistas o conciudadanos y plantea problemas que podemos llamar educativos. Podemos pensar que Platón se dirige de manera amplia a auditorios interesados en la educación y en la formación de la juventud ateniense y quiera plantearles una propuesta de paideia filosófica cita indicando el libro y el capítulo. Las obras de Descartes las citaremos según la paginación de la edición Adam & Tannery (AT, volumen, página) y, si es el caso, refiriéndonos al número del párrafo. Todas las traducciones son nuestras. 45 Josep Monserrat-Molas que se encontraría en la Academia. Los diálogos que presentan escenas entre amigos menos interesados en la filosofía que en la política (República, Leyes) se dirigen probablemente a un público más general. Otros diálogos tienen como interlocutores a gente de estudio y a sus colaboradores (Teeteto, Sofista, Político, Timeo, Filebo) y en esta serie podría percibirse algo de la atmósfera de las discusiones internas de la Academia. Podríamos también atribuir al diálogo platónico las funciones con las que se caracteriza el discurso filosófico en el mismo texto platónico. Destaquemos, a modo de ilustración, en primer lugar, la función de purificación (katharsis) necesaria para producir el vacío cognoscitivo necesario para iniciar la empresa de investigación filosófica mediante la purga de las opiniones erróneas que lastran como exceso o sobrante la posibilidad de ejercitarnos inmediatamente como cognoscentes (Cratilo 495ab, Fedón 69d, Resp.VI 500e-501b, Fedro 243d, etc.). En segundo lugar, la función de encantamiento (epaidein) que calma, sosiega, serena el ánimo de los temores o miedos del hombre (Critón final 54a, Cármides 155-157 y 175e-176b, Menón 80a, 80b y 79e, Fedón 77d-78a y 114cd, Rep. X 608, Teeteto 149c y 157cd, Banquete, Sócrates como flautista, Leyes X 903b). Ante estos testimonios debemos reconocer un sentido exhortativo y protréptico a los diálogos platónicos y una posible función purificadora y encantadora. Pero, para comentarlos adecuadamente podríamos recordar que para modelos filosóficos sistemáticos, como pueden ser los de Tomás de Aquino o Hegel, el procedimiento de Platón de enseñar filosofía es poco exacto porque es demasiado literario y representativo. Si pensamos en las dificultades de sonsacar una doctrina o unas teorías de los diálogos platónicos, tenemos la tentación de darles la razón. Pero, pensándolo mejor, uno se da cuenta que tanto Tomás como Hegel viven en situaciones muy determinadas en las que el sentido del magisterio y de la escritura a adoptar están ya muy definidos. El comentario y la cuestión en la universidad medieval, o la lección y el sistema en la universidad alemana del diecinueve son formas de expresión escrita consolidadas. Sólo ingenuamente podemos pensar que la Academia era también una institución tradicional con oyentes predeterminados. Remedando o no la comunidad pitagórica, rivalizando con Isócrates y su escuela, la Academia fue —como institución donde se reunía una cofradía que se reconocía a sí misma como tal— parte de la enseñanza platónica tanto o más importante que los diálogos. Los escritos platónicos quieren promover la vida filosófica antes, o a la vez, que la transmisión del saber. Pero no estaba nada claro que la forma de conseguir tal objetivo fuera el diálogo platónico, sobre todo porque, como todo el mundo sabe, antes de Platón tal diálogo filosófico no existía (Sales, 1992:23-42).3 3 Según S. Rosen, Leo Strauss pretendía esconder la audacia de la escritura filosófica, en general, y de los diálogos platónicos, en particular, con la generalización de la tesis local que la aristocracia 46 Sobre la escritura de la filosofía b) La relativa originalidad de la forma dialógica. Platón no fue el inventor de los sokratikoi logoi: Aristóteles en su Poética (1447b11) nos habla de un género reconocido como tal y en un fragmento del diálogo perdido Sobre los poetas (Cfr. 3 Ross) atribuye a Alexamenos de Teos como el origen de tal género. Es de sobra conocido que un buen número de amigos o de seguidores de Sócrates celebraron su memoria en forma literaria después de su muerte, pero, con la excepción de Platón y de Jenofonte, ninguno de tales textos de Antístenes, Esquines, Fedón y Euclides ha sobrevivido (Gianantoni, 1990). Con todo, debe reconocerse que Platón tomó el género del diálogo socrático que era practicado por otros autores socráticos de su misma generación y convirtió este género popular en una forma de arte superior que rivalizó con las obras del drama ático y en ello reside su grandeza. Como resultado de esta elección formal, que consigue que Platón mismo nunca aparezca como tal en sus escenas (salvo en las referencias a que estuvo presente en el juicio contra Sócrates y ausente con ocasión de su muerte) su pensamiento se nos presenta de un modo asaz diferente de lo que significa la comunicación filosófica mediante la forma del “tratado”. Charles Kahn, que ha procurado estar tan atento a la forma literaria como al fondo filosófico, ha escrito que no hay escritor más complejo, ni hay tampoco otro filósofo cuya obra demande tantos niveles de interpretación (1996:XIII). No es ésta la ocasión para demostrarlo, pero puede sernos útil recordar aquellos principios que debe orientar la interpretación del texto platónico. El diálogo platónico es una forma de exposición, en el sentido de poner de manifiesto y hacerse vulnerable, de la investigación filosófica. Aventura que es posible porque la filosofía está radicada en la vida humana como algo más que una doctrina. La doctrina no presenta ninguna ventaja en exponerse únicamente como tal sin atender ni teorizar sobre la situación que la posibilita y sobre las exigencias que comporta. No es, definitivamente, ni más clara ni menos vulnerable que el diálogo porque, en definitiva, la investigación filosófica no tiene nunca. Únicamente, un sentido doctrinal que pueda añadirse como un incremento a una situación de neutralidad epistemológica. El diálogo platónico consigue, además, ser un coraje respecto a los fuertes y una ternura respecto a los débiles mediante la alusión y la exhortación (Sales, 1992:42). c) Premisas interpretativas que permiten un acceso válido a la escritura platónica. El diálogo platónico no es un tratado ni el texto de una lección escolar. Los diálogos son, por su origen remoto, una variación de las representaciones mímicas de Sofrón y Jenarco. En los diálogos no cuenta sólo lo que se dice sino, también, lo que se calla y lo que se hace. Los diálogos rural es el mejor régimen accesible para la Grecia clásica, en la tesis universal del conservadorismo aristocrático (1992:174). 47 Josep Monserrat-Molas están entreverados de seriedad y de jocosidad, de comedia y de tragedia, aspectos igualmente importantes. El caso es que el lector asiste como participante mudo a la conversación que tiene lugar ante él: corresponde al lector-auditor silencioso aceptar o rechazar aquello que se le presenta. Debe respetarse la distancia entre la escena y el lector para poder situar la mirada y ver escuchando. Los diálogos no son la expresión a-problemática de la doctrina o del sistema platónico. Para no caer en lo que Charles Kahn ha llamado, en fórmula feliz, “la falacia de la transparencia” (1996:XIV), debemos prestar nuestra atención a un hecho evidente: Platón no aparece en los diálogos, sino que nos presenta diferentes personajes en una conversación que quiere representar la vida de la filosofía en la ciudad. No hay con claridad un portavoz platónico. De poco sirven las remisiones a otros diálogos si no se tiene en cuenta que el corpus platonicum no conforma a-problemáticamente una unidad orgánica: el contexto dialógico particular de cada texto es indispensable para entender cualquier sentencia. En cambio, cada diálogo es una unidad indisociable de forma y contenido. De nada sirve recurrir a un fragmento si no se atiende suficientemente al contexto dialógico de donde ha sido extraído y que le proporcionaba sustento. Debe anotarse con cuidado todo lo que se dice y se hace en un diálogo, el llamado principio de necesidad logográfica: los detalles pueden esclarecer más que los largos discursos. Es un principio hermenéutico considerar la posibilidad de que Platón no haya dicho nada en vano. Debe distinguirse la ironía intra-dialogal entre los personajes frente a la ironía platónica que es la que Platón procura disponiendo como lo hace la escena, los personajes, los argumentos, etc. A modo de síntesis: un diálogo platónico es una fenomenología dramática que a partir de la descripción de unos personajes, un argumento discursivo y de unos hechos retratados en una escena, dibuja una ficción que nos sitúa como espectadoresoyentes-lectores y que espera de nosotros una respuesta para que quede completo el acto comunicativo que el diálogo pretende. Con estos retos trabaja el arte de escribir platónico. Un arte del que tenemos testimonios de su meticulosidad: por ejemplo, que trabajó incesantemente en la corrección de sus escritos; o que el prefacio del Teeteto —que según parece redactó de nuevo— ocupaba exactamente el mismo número de líneas que el anterior (Monserrat, 2003). Platón emplea un arte de escribir del que aún no conocemos todas las claves y que aún nos invita al ejercicio atento de la inteligencia que es la lectura. Porque Platón consigue participar con su escritura en la configuración de un mundo de lectores esforzándose en encontrar aquellas palabras que —desprendidas de un alma y depositadas entre las cosas— produzcan, por su sola disposición, como un cosquilleo que rapte el alma del lector y permita que ella misma transite por sendas originales. Y Platón lo consigue empeñando seriamente el arte de escribir en 48 Sobre la escritura de la filosofía la labor de construcción de un texto que reclame incesantemente la meditación sobre el mismo (Bosch-Veciana y Monserrat-Molas, 2007). 4. La escritura meditativa. Con sus escritos, Descartes nos invita a meditar. Meditar significa la forma de pensar propia del pensamiento metafísico (Vicens, 1991). Los autores metafísicos quieren provocar en el lector el interés por la metafísica; el interés, claro está, por su metafísica. Descartes no se excluye de esta norma, pero su solicitud posee algo de peculiar: no nos pide simplemente que conozcamos y aceptemos su metafísica, si no que aprendamos a construir la nuestra, pues quiere que hagamos metafísica, meditando, y tal intención pretende lograrla con una especial forma de escritura. La propuesta cartesiana nos ofrece su camino personal hacia la ciencia como un ejemplo que muchos podrían imitar. A Descartes no le interesa tanto que compartamos con él sus conclusiones como que imitemos la experiencia personal que le ha permitido conseguirlas. Quiere que meditemos con él, como él, pero que meditemos por nosotros mismos, como personas adultas que no necesitan ya de las indicaciones del maestro. Si bien Descartes recibió como forma el género autobiográfico —como relato del camino particular de un yo en la vida— estaba, también, convencido de la verdad de su filosofía y la quiso ofrecer a todo el mundo como un saber verdadero. René Descartes quería encontrar en el público una alianza entre el buen sentido y el estudio que no encontró, en realidad, pero que siempre consideró posible. No es cierta la exégesis maritaineana sobre que Descartes se pensara como un ángel entre hombres (Maritain, 1925); pero sí, como quiere Gouhier, como un hombre entre niños (1962). Descartes no aceptaría la objeción según la cual si nos guiamos por sus indicaciones estamos obligados a seguir sus pasos y a llegar a las mismas posiciones que él ¿Dónde residiría, pues, la libertad del lector? La meditación que Descartes pretende que emprendamos, se inicia con la exigencia que cada cual destruya, mediante todas las dudas que concebir pueda, todas las opiniones que se hayan depositado en el espíritu. Quien medita sólo deberá asentir a las afirmaciones que resistan los argumentos de la duda y se ofrezcan, así, como evidentes. La duda es la garantía de que la meditación será personal y sincera. Descartes narra aquello que realiza en la investigación metafísica pensando que nos muestra aquello que realizará todo hombre que secunde la misma peripecia intelectual. En el reto de meditar a partir de la máxima sinceridad con uno mismo, sólo debemos comprometer nuestra buena fe, el propósito de pensar como pensamos los hombres. El estatuto de la meditación procura, de otro modo, ofrecer el camino personal de descubrimiento de una argumentación convincente. Descartes repite en momentos significativos que ofrece metafísica a quienes “quieran meditar conmigo seriamente”, según encontramos en sus Meditaciones 49 Josep Monserrat-Molas Metafísicas (Praef., AT VII 9).4 Dice también que las Meditaciones las “escribe tan sólo para aquellos que quieran tomarse la molestia de meditar conmigo seriamente y considerar las cosas con atención” (Segundas Respuestas, AT IX 123).5 La demanda cartesiana de meditar con él seriamente tiene el carácter de una oferta o reto confiado a la cual se debe responder desde un compromiso personal que suponga algo más que una lectura o estudio de lo escrito. Del mismo modo, la breve metafísica del Discurso del método será íntimamente compartida por aquellos que sean capaces “no tan solo de leer sino también de meditar con orden las mismas cosas que digo haber meditado, deteniéndome largo rato en cada punto para ver si he fallado o no” (Carta a *** Shilon, finales de mayo de 1637, AT I 354).6 La meditación ofrecida mediante la escritura reclama del lector la meditación seria y atenta que acompañe el rigor de la lectura para situarla en perfecta sintonía con la forma como Descartes consigue el saber metafísico. Cuando Descartes lo comunica nos hace conocer sus “meditaciones”, y cuando escribe su “metafísica” escoge la forma literaria de las “meditaciones” (Vicens, 1991:27).7 La meditación aparece como un consejo de lectura y como forma de exposición, porque es la forma como el pensamiento llega a establecer y enraizar en el espíritu los principios de la metafísica. René Descartes escoge una posible estrategia comunicativa mediante un largo trabajo sobre distintas posibilidades que se le ofrecen. Para hacer filosofía, su medio sociocultural ofrecía a Descartes la disputatio o la quaestio y él se ejercitó escolarmente en ellas (Baillet, 1691:II, 483-484). Descartes piensa que los antiguos geómetras escribieron “sintéticamente” porque reservaban el análisis como un “secreto importante”. El saber cartesiano no quiere ofrecerse como un “resultado” entre otros; es por ello que no utiliza ni la quaestio ni la disputatio de los filósofos, ni “teoremas” y “problemas” como los geómetras, sino que “escribe meditaciones” generosamente, “porque nada nos pertenece verdaderamente”, según afirma en su artículo Les passions 4 Meditationes, Praef., AT VII 9: “nisi tantum iis qui serio mecum meditari”. Seg. R., AT IX 123: “ie n’ay écrit que pour ceux qui se voudront donner la peine de mediter avec moy serieusement et considerer les choses avec attention.” [=AT VII 157: “ nisi cum iis qui mecum rem attente considerare ac meditari non recusabunt”]. 6 A *** (Shilon), finales de mayo de 1637, AT I 354: “non pas seulement de lire, mais aussi de mediter par ordre les mesmes choses que i’ay dit avoir meditées, en s’arrestant assez long-temps sur chaque point, pour voir si i’ay failly ou non”. 7 Discurso del Método IV, AT VI 31: “Ie ne sçay si ie doy vous entretenir des premieres meditations que i’y ay faites; car elles sont si Metaphysiques et si peu communes, qu’elles ne seront peutestre pas au goust de tout le monde” [“no sé si debo hablaros de las primeras meditaciones que hice, porque son tan metafísicas y tan poco comunes que no serán del gusto de todo el mundo”]; Seg. R., AT IX 123 ya citado en la nota 4. Es cuanto menos curioso que la reflexión sobre la escritura y los lectores del final de las respuestas a las segundas objeciones (AT VII 157-159) no figure en las primeras ediciones de la traducción francesa. 5 50 Sobre la escritura de la filosofía de l’âme (153). Haciéndolo se ciñe a un público, excluyendo aquellos que “se preparan más a la búsqueda de las razones que destruyen la verdad que a las consideraciones de las razones que la producen” (ibid.). Descartes rechaza la manera de hacer filosofía que se le ofrece porque ve “una manera equivocada de investigar y poner de manifiesto la verdad” (ibid.). Debe oponerse a la manera recibida de tratar sobre las cosas que quiere tratar, porque quiere separarse de la habladuría que rodea aquello sobre lo que él ha conquistado el derecho a expresarse con seguridad. En este punto, la frontera escolasticismoantiescolasticismo, más o menos encubierta por la frontera medievalmoderna, es fundamentalmente perturbadora. De hecho, nada coherente como “antiescolasticismo” ofreció a Descartes unas formas de expresión filosófica reconocidas y estables, sino que se encuentra en la tesitura de construir una forma nueva de expresión para lograr formar al lector mediante una operación. La operación que la escritura cartesiana reclama para posibilitar la comunicación filosófica es la necesaria meditación del lector que re-sigue el particular itinerario del filósofo. Esto pasa a menudo inadvertido: meditar es abrir, en el espíritu, el ámbito de claridad donde las razones ordenadas resultan demostrativas. La escritura permite acompañar al lector por el camino que conduce a la apertura de tal ámbito de claridad. Una filosofía primera se comunica a aquellos “que querrán tomarse la molestia de meditar conmigo seriamente y considerar las cosas con atención”, según sostiene Descartes en sus Meditationes (AT IX 123). Los “meditativos” no son una contingencia o curiosidad poética o histórica a clasificar como “cartesianos” o “modernos”. Lo mismo podríamos decir de los “platónicos” si no fuera que todos estos calificativos no tuvieran un marcado cariz peyorativo. Del mismo modo que el diálogo platónico, la escritura cartesiana es una invitación. Sólo se abre tras una tarea seria y atenta, supone una audacia precavida y de ella tampoco puede decirse con toda propiedad que fuese un invento cartesiano sino, mejor, una variación significativa y excelente de una forma popular. Se ha notado repetidamente la educación de Descartes en el colegio jesuita de La Fléche como fuente de conocimiento de los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola. Los estudios cartesianos han aportado, incluso, el eslabón entre tales ejercicios y el joven Descartes: el manual de meditaciones que la Ratio studiorum jesuita prescribía y que publicó en 1608 el padre François Veron, por entonces profesor del joven Descartes (Thomson, 1962:64). El manual en cuestión se titulaba Manuale sodalitatis beata Maria Virginis in domibus et gymnasiis societatis Iesu toto Cristiano orbe institutae, miraculis dicta sodalitate illustratum y la descripción que Veron hace de la meditación parece constituir el intermediario entre la meditación religiosa ignaciana y la meditación filosófica cartesiana. Copiamos la cita del Manuale para prestar atención a la referencia a la escritura: meditar lo 51 Josep Monserrat-Molas que se escribe quiere decir “escribir aquello que se presenta al espíritu no inmediatamente sino después de una consideración atenta y prolongada”; la meditación sobre un texto, añade, consiste en “leer, releer, remarcar su artificio, sus figuras y periodos” (Thomson, 1962:64). Recordemos ahora que hemos trabajado desde la premisa de investigación de no admitir una separación entre la forma históricamente contingente y el fondo intemporal de los escritos. Descartes, reclamando con su escritura seriedad y atención, también procuraría con la forma de su escritura la formación de un mundo de lectores: confiado al común sentido común, el lector común se sobrepone al lector profesional (Lastra, 2000b:17) siempre que lea atenta y seriamente. 5. Consideraciones finales. En carta a Clerselier del 12 de enero de 1646, que sirve de réplica a una selección de las principales instancias que Gassendi publicó contra las respuestas de Descartes a sus objeciones ––las quintas en la edición de las Meditaciones–– Descartes escribe en el contexto de la discusión de la regla de la verdad: “aunque los ignorantes actúen bien siguiendo los juicios de los más capaces sobre las cosas difíciles de conocer es necesario, no obstante, que sea su propia percepción la que les enseñe que son ignorantes, y que aquellos de quienes quieren seguir los juicios puede que no lo sean tanto, pues de otro modo harían mal en seguirlos, y actuarían más como autómatas o bestias que como hombres” (AT IX 208).8 Desde el reconocimiento de nuestra ignorancia ––o sea, que todo tenemos que aprenderlo— el “tiempo contra el tiempo” que es la meditación puede, como toda forma, repetirse como formación. Formación que va dirigida a “servirse lo mejor posible del espíritu para conocer aquello que debemos hacer o no hacer en todas las ocurrencias de la vida” (A Elisabeth, 4.8.1645, AT IV 265).9 La abstención, que es la duda, y la orientación que resulta de la fundamentación y limitación de unos saberes humanos posibles incluye, en la medida que es filosofía comunicada, la eficacia de sus posibles recepciones. Sea, pues, como el diálogo platónico o como la meditación cartesiana, o en cada caso o variación, todas estas consideraciones tienen sentido si puede existir algo así como una “comunidad” filosófica e, incluso, para el noble ideal de una democracia, pues todo ello reclama que no nos comportemos ni como bestias ni como autómatas y que asumamos nuestra capacidad de comprensión desde la 8 AT IX 208: “Encore que les ignorants fassent bien de suivre le jugement des plus capables, touchant les choses difficiles à connoitre, il faut neantmois que ce soit leur perception qui leur enseigne qu’ils sont ignorans, et que ceux dont ils veulent suivre les iugemens ne le sont peut-estre pas tant, autrement ils seroient mal de les suivre, et ils agiroient plutost en automates, ou en bestes, qu’en hommes”. 9 A Elisabeth, 4.8.1645 (AT IV 265), retomando las máximas de la moral provisional del Discurso del método en una carta que es un comentario al De vita beata de Séneca: “qu’il tasche tousiours de se seruir, le mieux qu’il luy est possible, de son esprit, pour connoistre ce qu’il doit faire ou ne pas faire en toutes les occurrences de la vie”. 52 Sobre la escritura de la filosofía condición de ser humano racional e ignorante como simple ciudadano y elector. La primitiva democracia americana, observada por Alexis de Tocqueville, tenía su “gloria” en la iniciación de todos sus ciudadanos en la cultura universal a través del espíritu de igualdad mantenido por las sanas costumbres de la discusión pública. La confianza en la discusión pública de los problemas reales de una sociedad como fuente de vitalidad política es una dimensión a explotar y a rescatar, aun siendo conscientes de la real magnitud de su eficacia y del reiterado fracaso de su universalización banal. Reflexionar sobre la comunicación filosófica, incluso en su forma escrita, puede proporcionarnos alguna aclaración sobre ello pues, precisamente, la filosofía puede y debe colaborar en la definición crítica de los conceptos sobre los que discuten y con los que discuten los ciudadanos de una democracia. Universitat de Barcelona* Facultat de Filosofia Grup de Recerca “EIDOS. Hermenèutica, Platonisme i Modernitat” Carrer Montalegre, 6, E-08001 Barcelona (España) [email protected] BIBLIOGRAFÍA Altini, Carlo. Leo Strauss. Linguaggio del potere e linguaggio della filosofía. Bologna: il Mulino, 2000. ------- “Ermeneutica e storia della filosofia in Leo Strauss”, en Ricerche di filosofia. Insegnamento, contemporaneità, tradizione. L. Handjaras, A. Marinotti, C. D’Amat. Firenze: Alfani, 1998. Baillet, Vie de M. Descartes, 1691, vol. II, 483-484 [consulta en línea, Biblioteca Nacional de Francia, http://gallica.bnf.fr]. Bosch-Veciana, Antoni; Monserrat-Molas, Josep. Philosophy and Dialogue. Studies on Plato’s Dialogues, vol. I. Barcelona: Institut d’Estudis Catalans, 2007. Gadamer, Hans Georg. Verdad y método. (Fundamentos de una hermenéutica filosófica). Salamanca: Sígueme, 1977. [Warheit und Methode, Tübingen, 1975 (4a. ed.)]. Gaiser, Konrad. Platone come scrittore filosofico (Saggi sull’ermeneutica dei dialoghi platonici). 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Barcelona: Anthropos, 1991. 54 55-67 JUSTICIA, TEOLOGÍA Y TEORÍA CRÍTICA EN LA OBRA TARDÍA DE MAX HORKHEIMER: REFLEXIONES SOBRE POLÍTICA RADICAL1 Justice, Theology and Critical Theory in Max Horkheimer’s latest work: reflections on radical politics Nicolás del Valle* […]La crítica a la religión es la premisa de toda crítica Karl Marx ¿Remitirnos a Dios? No podemos. No podemos afirmar que exista un Dios bueno y todo poderoso. No podemos decir cómo ha venido el bien al mundo. Nosotros podemos hacer solamente una cosa: en lugar del Dogma de Dios Suscitar el anhelo de que el horror no sea la última palabra. Max Horkheimer Resumen Se aborda la noción de “justicia” como eje para tematizar la relación entre “teología” y “teoría crítica” en la obra tardía de Max Horkheimer, pues, aunque no le dedicará una obra específica a este problema, se ocupará de ello en varias ocasiones transformándolo en uno de los puntos medulares a tener en cuenta cuando se pregunta por la teoría crítica, por cuanto el giro teológico de su pensamiento mostrará la radicalización de su idea de justicia y ayudará, además, a esbozar algunos lineamientos generales para una política radical. Palabras clave: Teoría crítica, teología negativa, justicia, Horkheimer. Abstract These reflections treat the notion of “Justice” as a topic to stress the relationship between “theology” and “critical theory” in Max Horkheimer’s latest work. Eventhough he didn’t develop an specific work in regard to this issue, he empasises on it in several times turning it into one of the central points when time comes to wonder about “critical theory”. In regard to the author’s thesis, the theological turn of Horkheimer’s thinking will show the radicalization of his idea of “Justice” and, furthermore, it will help to draw some general insights for a radical politics. Key words: Critical theory, negative theology, justice, Horkheimer. 1 Este artículo forma parte del Proyecto Fondecyt N° 1085238 “Nietzsche, Biopolitics and the Future of the Human”, investigación sobre la relación entre hombre y naturaleza en la Escuela de Frankfurt desarrollada en el Centro de Análisis e Investigación Política (CAIP), Santiago de Chile. Nicolás del Valle INTRODUCCIÓN Si atendemos a la obra de Max Horkheimer luego de la vuelta a Alemania en 1949, la relación entre “teoría crítica” y “teología” es una cuestión central. Y aunque no le dedicará una obra específica a este nudo problemático, se ocupará de él en varias ocasiones transformándolo en uno de los puntos medulares a tener en cuenta a la hora de preguntarse por la teoría crítica.2 A diferencia de lo que han afirmado gran parte de los comentaristas de Horkheimer, sostengo que esta relación es patente ya desde los inicios de su carrera y no implicaría un vuelco conservador o una disonancia con su proyecto inicial. En efecto, teoría crítica y teología tendrán una relación indisoluble, pero no por ello menos problemática. Me parece que una de las primeras entradas para tematizar la relación entre “teología” y “teoría crítica” en Max Horkheimer es la idea de “Justicia” que, en su obra tardía, será acompañada por la noción de “anhelo”. Y sostengo que su idea de justicia sufre una radicalización luego de ver pasar ante sus ojos el horror de la modernidad diagnosticado en Dialéctica de la Ilustración.3 La justicia comenzará a abrirse, progresivamente, a lo que está fuera del pensamiento humano, coincidiendo con lo que llamó ––junto con Theodor Adorno–– “lo radicalmente Otro”. El pesimismo, invocado tantas veces por él y por sus comentaristas,4 respondería a esa experiencia mundana de “horror e injusticia”. En lo que sigue, trataré de vislumbrar cómo la noción de “justicia” en el pensamiento de Horkheimer puede ser una de las entradas para abordar el problema entre teología y la propuesta teórica relacionada con la Escuela de Frankfurt, enfatizando su relevancia para una política radical. Como veremos, el “anhelo de justicia” presentado por Horkheimer será el contenido teológico de toda política que pretenda romper con la lógica inmanente de la historia. Según Horkheimer, la situación social que tienden las sociedades occidentales 2 Las reflexiones sobre religión podrían encontrarse en sus primeros textos sobre metafísica de 1933 (Horkheimer, 1999); pero sólo luego de casi 30 años esta línea se pronuncia, cuando Horkheimer vuelve al problema de la teología y la influencia de Schopenhauer. Esta línea de argumentación puede ser rastreada en publicaciones aisladas, fragmentos de escritos filosóficos, aforismos, entrevistas y conferencias. Publicaciones que destacan esta trayectoria: Schopenhauer y la Sociedad (1955); La relevancia de Schopenhauer (1961); Teísmo y Ateísmo (1963); Religión y Filosofía (1967); Pesimismo hoy (1971). En habla española se publicaron algunas entrevistas, aforismos y escritos filosóficos con el título de Anhelo de Justicia. Teoría Crítica y Religión (2000). En inglés pueden encontrarse algunas de estas contribuciones en Dawn & Decline: notes 1926-1931 and 1950-1969 (1978); Critique of Instrumental Reason: Lectures and Essays Since the End of WWII, (1974). 3 La primera publicación fue de un modesto tiraje en 1944 y, luego, con algunas modificaciones considerables, fue nuevamente publicada en 1947. Trad. Española (1998). 4 Sobre el pesimismo y el pensamiento de M. Horkheimer y la Escuela de Frankfurt, Cfr. Werner Post (1971), Mansilla (2008), Molinuevo (1987-88). Sobre la relación entre teoría crítica y religión, Cfr., Horkheimer, Max (2000), Mansilla (2007), Salcedo (2008), Panea (1996). 56 Justicia, teología y teoría crítica en la obra tardía de Max Horkheimer modernas ––el mundo administrado–– es resultado del desarrollo histórico propulsado por el dominio de los hombres sobre la naturaleza. Su propuesta da cuenta del estatus biopolítico de la civilización,5 al presentar la dominación de la vida, la relación entre hombres y naturaleza, como el motor de la historia. Así, toda política radical frente al mundo administrado tendría un fundamento teológico y, a su vez, significaría una política de vida que pretende transformar las relaciones de dominio sobre la naturaleza. TEORÍA CRÍTICA: EL ANHELO DE JUSTICIA Desde su nacimiento, la “teoría crítica” se inquietaba por el avance de cierta “concepción de mundo” (Horkheimer, 2002:34), que se identificó con la teoría tradicional y, más tarde, con la racionalidad instrumental. Ya en los inicios de su trayectoria, los diagnósticos de Horkheimer sobre las sociedades modernas apuntaban a establecer una discrepancia explícita con esa concepción que funciona a favor de una sociedad de la administración capitalista.6 Las sociedades occidentales y modernas han sido marcadas por la injusticia, haciendo necesario, para toda teoría crítica de la sociedad y política revolucionaria, pensar la posibilidad de la justicia en el mundo. En su Teoría tradicional y teoría crítica (1937), el primer texto dedicado minuciosamente a la cuestión de la teoría crítica, el otrora Director del Instituto de Investigación Social de Frankfurt establecería una estrechez entre su teoría crítica de la sociedad y la idea de justicia.7 Tal como afirma, el interés general de la teoría crítica era la “supresión de la injusticia social”; de hecho, su misma “esencia la remite al cambio histórico, a la instauración de justicia entre los hombres” (2002:77). De manera que el interés de la teoría crítica es la realización de una comunidad de hombres libres, la instauración de la justicia, mediante un cambio histórico. Esta concepción de la sociedad se contrapone a la racionalidad instrumental que desarrolla una teoría al igual que un “sistema de símbolos puramente 5 Para una lectura biopolítica de la teoría crítica de Horkheimer, Cfr., Del Valle, (2009), Lemm (2010). 6 Esta crítica de la sociedad capitalista no sólo proviene de su Teoría tradicional y teoría crítica (1937), sino que se remonta a las influencias marxistas del Instituto de Investigación que Horkheimer dirigió. Dentro de los textos que muestran este problema: The Present Situation of Social Philosophy and the Tasks of an Institut for Social Research (1931), Observaciones de Ciencia y Crisis (1932), Egoísmo y movimiento liberador (1936), Acerca del problema del pronóstico en las Ciencias Sociales (1933), Art and Mass Culture (1941), entre otros muchos. Para una buena selección de ensayos sobre el periodo temprano de su trabajo, Cfr., Horkheimer (2003; 1993). Para la crítica del capitalismo en la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, Honneth (2009). 7 Sobre esta relación entre teoría crítica y justicia en otros filósofos de la escuela de Frankfurt, Cfr., Panea (2001). 57 Nicolás del Valle matemático” y como “resultado de la abstracción”, sostiene Horkheimer (2002:2325). Al contrario de esta “teoría tradicional de la sociedad”, que comprende a la realidad social dividida en átomos o partes, la racionalidad crítica construye una teoría orientada a la emancipación de los hombres y a la “transformación de la totalidad”, agrega (2002:43), pensando a la sociedad integralmente como un todo. Toda aproximación a la justicia, desde la concepción instrumental, pasa por una reducción al mero cálculo matemático o económico, denotando que la idea de justicia defendida por la teoría crítica se opone a una noción de justicia distributiva o económica. De hecho, uno de los grandes problemas de la teoría tradicional, donde el positivismo es el emblema, es que, debido a sus pretensiones de neutralidad, difícilmente puede proveer una reflexión moral o de justicia al analizar las problemáticas sociales (Horkheimer, 1989:105; Adorno y Horkheimer, 1969:13). Sin embargo, luego de su Teoría tradicional y teoría crítica —donde la posibilidad de la instauración de la justicia entre los hombres era patente— la visión de Horkheimer se desliza hacia una crítica aún más radical, ya no sólo del capitalismo, sino de la civilización humana en su totalidad. El diagnóstico de la sociedad moderna, luego del ascenso del fascismo, demuestra que la justicia se hace imposible, pero necesaria desde un punto de vista crítico, en el mundo terrenal. En efecto, mientras que en el primer momento de la teoría crítica existía un optimismo explícito respecto de los logros de la teoría crítica y de la política radical, luego de la Dialéctica de la Ilustración (1944-47) las posibilidades de abolir la injusticia son cada vez menores. En este momento de su obra, el mundo de los hombres, lo existente, se halla regido por la injusticia y la dominación. En este escenario, si bien Horkheimer se pregunta por la realidad existente, una teoría de la sociedad con pretensiones críticas no trabaja al servicio de ella, como lo haría la versión tradicional, sino que tiene como meta pronunciar su secreto (2002:51). Ciertamente, el horror y la injusticia reinan en el mundo de los hombres, pero la teoría crítica se inclina por pensar que ambas no tienen la última palabra. El teórico crítico tendrá como horizonte pensar lo Otro que ha sido mitigado a lo largo de la historia de la civilización. Esta actitud es la que, para Horkheimer, coincide con la religión: el horror y la injusticia que atraviesan este mundo no tienen, necesariamente, la última palabra. La diferencia, en todo caso, estriba en que la religión presenta a la justicia como mandato, mientras que la teoría crítica como un anhelo de que no quede todo definitivamente en la injusticia (2000:217). TEOLOGÍA NEGATIVA Luego de las múltiples declaraciones de Horkheimer sobre la religión, las críticas a sus propuestas no tardaron en aparecer. Las acusaciones sobre su preocupación por la religión oscilarán desde tildarla como la “resignación del típico intelectual revolucionario” hasta un “retroceso conservador” (Estrada, 58 Justicia, teología y teoría crítica en la obra tardía de Max Horkheimer (1990, 1989, 1987; Molinuevo, 1987-88), ambas contradictorias con su obra temprana. Contrariamente a esto, intentaré esbozar las líneas de fuerza que coinciden con su primer proyecto, distinguiendo la noción horkheimeriana de la teología, pues, como veremos, la religión que reivindica se dirige al núcleo detrás de toda religión, pero que, luego de la hegemonía del cristianismo y la modernidad, ha tendido a desaparecer. Ciertamente, las nociones de teología y religión que reiteradamente utiliza en su pensamiento tardío no se corresponden con gran parte de las opiniones de la tradición revolucionaria. Horkheimer reconoce fuertemente el rol de dominación social que precedió al arribo de la modernidad y que ha permanecido en las religiones en la historia de las sociedades occidentales; sin embargo, no será el único sentido que verá luego de su deconstrucción de la teología. De hecho, como él mismo distinguiría en uno de sus aforismos titulados ¿Qué es Religión? (2000) hay que diferenciar los sentidos de la religión; uno auténtico y otro no auténtico, una religión en buen sentido y otra en mal sentido. En el fondo, el malentendido que hay tras la resignación y conservadurismo que se achaca al giro ético-teológico de Horkheimer radica en la distinción de los sentidos que cohabitan en su noción de religión. Horkheimer intenta revelar el secreto que se encuentra al interior de la religión, pero cautivo desde el avance del cristianismo. Siguiendo la tradición revolucionaria, hace ver en varias oportunidades lo falso de las religiones, asintiendo el gran problema de toda teología positiva. El cristianismo, por ejemplo, dice mucho sobre Dios, lo presenta “como dogma positivo” y como “objeto de saber y de posesión” (2000:136) al describirlo (potencialmente, al menos) por un conjunto de características o al afirmar tajantemente su existencia (ya sea por convicción o por medio de hechos o evidencias constatables). Esta “religión no-auténtica” afirma la “vana mentira de que el mal, el sufrimiento, el horror tienen un sentido”, enfatiza (2000:226) y, en ella, la función social de Dios es actuar como un “mero disgregador” (2000:136). Por otro lado, el sentido “auténtico” de la religión que rescata es la que plantea “el inextinguible impulso, sostenido contra la realidad, de que ésta debe cambiar, que se rompa la maldición y se abra paso a la justicia” (2000:226). Esta es la noción que debería contener toda teoría crítica y política radical. Contrario a las posturas más tradicionalistas, según Horkheimer, hay que salir de aquella visión de la religión que la endosa necesariamente con el conservadurismo y a la imagen de la autoridad, pues, según su manera de ver no se tiene en cuenta lo poderosamente revolucionaria que puede ser la referencia a “Dios” ––aunque siempre haya preferido referirse a lo “radicalmente otro”–– luego de un análisis crítico. He aquí el punto de contacto entre la teoría crítica y su noción de teología: la 59 Nicolás del Valle contribución al debate teológico político que hace Horkheimer, como él mismo lo acepta, es la referencia a ese “anhelo de justicia” El Anhelo de que la realidad del mundo con todo su horror no es lo último que une y relaciona a todos los hombres que no pueden o no quieren resignarse a la injusticia de este mundo (2000:136). He aquí cómo su concepto de teología es acompañado por su noción de “anhelo” en contraposición al “dogma”, pues, mientras éste ultimo se pronuncia y asiente sobre la existencia de lo absoluto (ya sea negando o afirmando la existencia de Dios, como ocurre con el ateísmo o el teísmo respectivamente), la teología de Horkheimer tiene la esperanza de ello, pero nunca la seguridad y la certeza. En consecuencia, contrario a varios de sus comentaristas, al dar cuenta del giro teológico de la filosofía Horkheimer no se caería en una regresión conservadora sino, más bien, revelaría que ya en la teología encontramos una posibilidad radical. La teología, tal como la define, es el anhelo de que “la injusticia que atraviesa este mundo no sea lo último, que no tenga la última palabra” (2000:106). En este periodo de su pensamiento, en Horkheimer la idea de justicia ya tiene un matiz teológico, aunque sólo al ser acompañado por su noción de anhelo, termina por concretar su idea negativa de la teología. A diferencia del “dogma”, el “anhelo” no describe positivamente ese estadio absoluto de justicia. Siguiendo las huellas de la fenomenología, Horkheimer sostiene que los humanos son seres finitos y sólo tienen acceso a esa finitud, haciendo imposible cualquier conocimiento del “Absoluto”; como máximo, los seres humanos podrían acceder a lo que “Dios” no es. De ahí la apelación a la teología negativa. La influencia del judaísmo en el pensamiento del teórico se hace evidente, pues Dios, al igual que la justicia, es irrepresentable en el mundo de los hombres.8 Horkheimer recuerda que la Biblia dice: “no debes hacerte ninguna imagen de Dios” (2000:195). Los hombres son finitos y el mundo en el cual se desenvuelven es una representación histórica socialmente condicionada, es decir, relativa; mientras que, al contrario, la imagen de Dios coincide con un “radical afuera” imposible de representar y que Horkheimer identifica con lo infinito y absoluto. De ahí que Adorno y Horkheimer hayan decidido hablar de lo “totalmente Otro” (2000:195). Esta táctica permitirá concebir a “Dios” como una alteridad radical, fuera de la razón representacional y el lenguaje 8 Las menciones a los judíos y al judaísmo son innumerables a lo largo de su obra y, sobre todo, luego del fin de la Segunda Guerra Mundial. Para una relación entre Justicia, lo Otro y los judíos, Cfr., Diner (1993:335-363). 60 Justicia, teología y teoría crítica en la obra tardía de Max Horkheimer humano.9 De hecho, si es que existe algo así como Dios es una alteridad que no puede ser comprendida o absorbida por la racionalidad del sujeto. Contrario a lo que Jürgen Habermas ha planteado (2001:122-134), Horkheimer no cae en una postura metafísica con su giro teológico. Al contrario, su pliegue hacia el léxico de la teología y metafísica occidental es motivado por su pretensión crítica de declararla contradictoria y, por ello, imposible para la vida humana y su mundo. Horkheimer no afirma la existencia de una potencia trascendente, más allá del mundo.10 Más bien, intentará demostrar que caer tanto en su afirmación como en su negación es apresarse en el dogma. No se pronuncia sobre la existencia de Dios pero, sí, sobre nuestra experiencia como seres humanos en el mundo. Toda la argumentación de Horkheimer se dirige a extirpar el dogma y la imagen positiva de Dios y ubicar al anhelo en el centro de la religión. El motivo es claro, tal como lo aprecia Adorno en su correspondencia con Horkheimer: una de sus inquietudes centrales es pensar la justicia y su realización en un mundo tan injusto como el de los hombres.11 Uno de los resultados de la Ilustración, de aquel weberiano “desencantamiento del mundo” (Weber, 2003:167-188; 234-236), es que con la extinción de la religión a manos de la razón, se declara la carta de defunción del pensamiento de la justicia. EXCURSO SOBRE POLÍTICA, AMOR Y TEOLOGÍA EN EL ANHELO DE JUSTICIA DE MAX HORKHEIMER En el contexto de la discusión sobre la obra de Horkheimer, la acción moral consiste en hacer algo bueno por el otro con la esperanza de que aquella acción haga más bella nuestra existencia. La acción moral es, ante todo, para y por el otro, demostrando que el cuidado de éste ya implica el cuidado de sí mismo. Esto no se debe a que una instancia superior o trascendente recompensará la buena acción, sino que deriva de si el otro encuentra alegría 9 En dicho estadio de justicia consumada se encontraría la “verdad última” que “no puede traducirse al lenguaje y mundo conceptual humano”, Horkheimer (2000:135-136). 10 En un discurso con motivo del centenario de la muerte de Arthur Schopenhauer, Horkheimer sostendrá que la actualidad de su doctrina radica en que, sin caer en la resignación, “priva al mundo del engañoso fundamento dorado que le confería la vieja metafísica” (56, la cursiva es mía) y “no se deja nublar la mirada por nacionalismos fanáticos o por teorías de una justicia trascendente” (57). Incluso afirma que “ninguna calamidad será compensada en un más allá”, pues, si es que existiera algo así como una compensación de la calamidad, correspondería a los hombres (2000:56-57). Ciertamente el fundador de la teoría crítica no desecha nociones como lo Eterno, Infinito, Absoluto o Trascendente, pero, según nuestra lectura, no lo hace, pues se propone, a través de su uso, mostrarlas imposibles para la realidad humana. Sobre la obra tardía de Horkheimer y esta postura postmetafísica, Cfr. Sánchez (2001:223-246). 11 “Lo primero en ti fue la rebelión contra la injusticia”. T. Adorno, Carta de 14 de febrero de 1965 en Horkheimer (1996:594. Mi traducción). 61 Nicolás del Valle en dicha acción. En consecuencia no es el pensamiento de Dios lo que cualifica una acción como moral, sino que es “sencillamente el hecho de que mi vida, aun cuando deba sacrificarse por el otro, es embellecida por las reacciones de éste” (2000:113). El lema diría algo así como “Si el otro es feliz, también yo lo soy”. La idea de Justicia que se encuentra en el último Horkheimer se radicaliza a tal punto que se enlaza con la imagen misma de la comunidad impolítica, como es el amor. De manera que toda política que presente a la Justicia como su horizonte, hunde sus raíces en el anhelo del otro, en el anhelo de la persona amada (2000:113). El problema es que las sociedades modernas transitan hacia un mundo administrado que no conoce el amor, negando al otro y a la Justicia. Horkheimer esgrime, siguiendo a Schopenhauer, que en el mundo de los hombres, donde impera el horror y la injusticia, reina el pecado original; vale decir, la afirmación del propio yo y la negación de los otros (2000:109). Entonces ¿Cómo salvar su idea de justicia entre los hombres? Como vemos, las sociedades no conocen la justicia, puesto que se niega al otro y sólo se busca la autoconservación y afirmación del yo. La vía entregada por Horkheimer estriba en la posibilidad de una práctica teórica y política que apele a lo diferente y sostenga el anhelo de que la transformación de nuestras sociedades hacia un “mundo Otro” es posible. Su gesto apunta, también, a rescatar cierto rasgo teológico pues, sin ello, toda política sería absorbida por la racionalidad instrumental del cálculo y la administración. En palabras del propio Horkheimer: “Una política que, aunque sea de forma refleja, no contenga en sí la teología, se reduce ––por hábil que sea–– en último término, a negocio” (2000:105). Esto será muy bien desarrollado en el conjunto de conferencias dictadas por Horkheimer en 1944 que fueron publicadas bajo el título de Eclipse of Reason o Crítica de la razón instrumental.12 En su fase tardía, el avance de aquella formalización de la razón resultará en que nuestro mundo administrado “puede apropiarse incluso de la crítica, del arte negativo, de la resistencia y usarlos como ornamentos” (2005:60), reduciendo toda política a simple racionalidad instrumental. Es el contenido teológico, la apelación a lo imposible, “anhelar la justicia”, lo necesario para toda política que pretenda transformar la totalidad de las relaciones humanas y consumar la justicia entre los hombres. Si bien no es posible afirmar o negar la existencia de lo imposible (pues se caería en el dogma), lo cierto es que la justicia se muestra como necesaria e imprescindible para toda política emancipatoria. 12 La primera edición del libro fue en 1946, pero trabajamos aquí con la segunda edición alemana de 1967. Trad. española (1973). 62 Justicia, teología y teoría crítica en la obra tardía de Max Horkheimer En rigor, aquella política de la que hablamos se hace cargo del núcleo de la religión: el anhelo de la justicia absoluta, infinita y universal, pero teniendo siempre claro lo imposible de su realización. Imposible, pero necesaria. La cuestión que plantea Horkheimer sobre la justicia es crucial, pues, aun reconociendo que el lugar de la justicia es el de lo imposible, ésta debe erigirse como una exigencia tanto para vivir con los otros como para el mismo teórico crítico. Su noción de justicia se juega siempre entre los hombres y hacia el otro. Un anhelo de justicia que, traducido teológicamente, se ha comprendido como el “Amor al prójimo”13 La conciencia de la injusticia procede (…) en último término de la teología, de la religión; pues allí se dice: “Ama al Prójimo como a ti mismo”, allí se establece la justicia como una exigencia (2000:217). Consecuentemente, cualquier persona que no cree en Dios, pero trata al otro con amor y justicia, es también religioso, lo cual demuestra que el rol de la religión es necesario si se vive en comunidad. Sólo de este principio de “amar al prójimo” puede desprenderse una moral humana y una noción de justicia, lo cual señala que si queremos vivir con otros este componente religioso debe estar presente. El problema de las sociedades contemporáneas es que en ellas domina una racionalidad que cosifica al otro o que existen formas teológico-metafísicas positivas que rinden culto dogmáticamente a un Dios trascendente, negando, ambas, toda posibilidad de justicia. “El amor y la amistad ––argumenta Horkheimer–– descansan en la idea de la propia finitud” pero, a su vez, se orienta a lo absoluto (2000:204). La política que podría desprenderse de acá es siempre desde la finitud, pero abriéndose hacia el afuera del mundo humano. EL MUNDO ADMINISTRADO Y LA DOMINACIÓN DE LA NATURALEZA El giro teológico en el que se encuentra el pesimismo que ha caracterizado al pensamiento tardío de Max Horkheimer responde ––como lo notará Foucault más tarde–– a las reflexiones sobre su presente.14 La impresión que tenía de la situación social de su tiempo sería la de un tránsito, la de una “sociedad en transición” (1986) cuyo motor es el progreso de la racionalización formal a partir de la dominación de la naturaleza. Al pensar su presente, Horkheimer lo caracteriza como “fase de transición hacia la sociedad absolutamente 13 “Es posible que la traducción “Ama a tu prójimo como a ti mismo” no sea correcta, que más bien debería decir (…): “Ama a tu prójimo; él es como tú”, Horkheimer (2000:108). 14 Me refiero al gesto hacia Hegel, Nietzsche, Weber y la escuela de Frankfurt cuando discute la pregunta kantiana ¿Qué es la Ilustración?: “Una ontología de la actualidad (del presente) es una forma de filosofía que desde Hegel a la escuela de Frankfurt, pasando por Nietzsche y Max Weber, ha fundado una forma de reflexión en la que intento trabajar”, Foucault (1991:207). 63 Nicolás del Valle racionalizada” (2000:205), lo que llamó el “mundo administrado”. Como bien lo supo, su presente, al estar entrecruzado por el pasado, procede ya antes que el surgimiento del capitalismo. Este juicio se ubica en la así llamada “ruptura” con el proyecto original de la teoría crítica de comienzos de la década del 30’ y que se reconoce en la Dialéctica de la Ilustración (1998) escrita en conjunto con Theodor W. Adorno. Aquí, desde sus inicios, el problema central de la civilización humana ha sido el hombre como dominador de la naturaleza, el núcleo donde aparece el problema político de la vida: el desarrollo de la humanidad ha sido un gran proceso civilizatorio que ha negado la vida de la naturaleza para proteger y conservar la vida humana. Tal argumento se encuentra en los orígenes de la civilización con la historia de Odiseo develando el miedo a la naturaleza, miedo a lo otro, como piedra angular de dominio y punto constitutivo de la subjetividad occidental: En la base del mito de la Ilustración se aloja el miedo a la “naturaleza”, a la dominación que ésta podría ejercer sobre el hombre (1998:97-128). Por tal razón, la emancipación del hombre ––según el iluminismo–– sólo se logra con la dominación de la naturaleza. El hombre de ciencia, en tanto dominador de la naturaleza, se relaciona con las cosas en la medida que las manipula y administra, siendo éstas un simple sustrato de dominio. La dialéctica es consumada con la dominación del hombre por el hombre. La dominación sobre la naturaleza (ya sea la “naturaleza externa” del mundo circundante, como la “naturaleza interna” al sujeto) resulta en la propia auto-dominación de los seres humanos, erigiendo un mundo injusto que administra la vida humana y natural.15 Esta dominación sobre la vida de la naturaleza empuja a las sociedades hacia un estadio de vigilancia y administración16 que garantice la autoconservación de la especie humana. Al interpretar de esta manera la obra de Horkheimer, la dominación de la naturaleza es constitutiva a la injusticia del mundo administrado. La dominación de la naturaleza, y la injusticia, tiene una dimensión global que abarca desde el medio ambiente hasta la sociedad en su conjunto, mercantilizando la vida de la naturaleza y de los hombres al ser absorbida por la racionalidad instrumental. En definitiva, con la llegada de la modernización toda sociedad concluiría en una sociedad de la administración donde la especie humana se enseñoree, 15 Un ejemplo: “Con la píldora, la industria farmacéutica moderna ha convertido a la fuerza reproductiva humana en una fuerza manipulable; un día necesitaremos también una administración de nacimientos”, Horkheimer (2000:115). 16 “Con la ciencia y la técnica ha sometido el hombre bajo sí las inmensas fuerzas de la naturaleza. Si queremos que estas fuerzas no actúen de manera destructiva, deben ser puestas bajo la vigilancia de una administración central verdaderamente racional”, Horkheimer (2000:205). 64 Justicia, teología y teoría crítica en la obra tardía de Max Horkheimer pero, también, donde el individuo singular no signifique nada, donde el individuo sigue “convencionalmente todas las órdenes y toda las reglas” (2000:216-217), demostrando el ocaso de libertad del individuo y la afirmación de la masa pasiva y regularizada. En estas sociedades donde el mercado reina, la relación entre los hombres y de ellos con la naturaleza es reducida al negocio y a la conveniencia, sentenciando a la moral y la política a su muerte. El pesimismo se hace patente. Luego del horror vivido en todo el siglo XX, al filósofo se le hace imposible pensar a la Justicia entre los hombres. En nuestro mundo reina una forma de pensar y de actuar que niega al otro y la vida de la naturaleza y justifica un conjunto de tecnologías que tienen como objetivo el control, la vigilancia y la administración de la vida. Frente a esto, lo único que nos queda es anhelar lo Otro, esa idea de justicia y verdad última que se aloja fuera de lo humano. Lo poderoso de esta cuestión es que la justicia no se corresponde con el mundo humano sino que, al final de su pensamiento, Horkheimer la ubica fuera de lo posible. Una de las salidas que propongo a este juicio crítico de Horkheimer es una política que busque transformar las sociedades modernas mediante una práctica teórico-política que anhele la realización de la justicia y luche contra la dominación de la naturaleza. Una de las posibles políticas ––a partir de este punto–– consistiría en la afirmación de la vida en su totalidad mediante la problematización de la frontera entre hombre y naturaleza. Mientras que la racionalidad instrumental del sujeto establece un corte en la continuidad de la vida entre hombre y naturaleza, para lograr su auto-constitución, la racionalidad crítica y sustantiva excedería toda subjetividad abriéndola hacia una “alteridad radical”. La dominación sobre la vida de la naturaleza podría ser limitada con la liberación del pensamiento crítico y el recuerdo de ello; es decir, una política de la naturaleza que fecunde la vida y se abra al otro. En contraste con esa racionalidad instrumental que avanza junto a la mercantilización de la vida, la política de la que habla Horkheimer, se construye sobre una racionalidad sustantiva que piensa la totalidad de la vida que excede a la especie humana. La política de la naturaleza que se podría desprender de la propuesta teológica de Horkheimer consiste en una lucha contra la “realidad dada”, lucha que pretende su transformación hacia un estadio de Justicia y conciliación ––siempre imposibles–– entre hombre y naturaleza pero, al mismo tiempo, un duelo por la injusticia que cruza la historia de las sociedades.17 Con todo, un atisbo de una política radical que anhele una sociedad mejor, es decir, que haya superado la injusticia. 17 “Aun cuando una sociedad mejor haya superado la injusticia presente, la miseria pasada no será reparada ni superado el sufrimiento de la naturaleza circundante”, Horkheimer (2000:111). 65 Nicolás del Valle Universidad Diego Portales* Instituto de Humanidades Res.: Ejército 278, Piso 1 (patio interior), Santiago (Chile) D. P. 8370056 [email protected] BIBLIOGRAFÍA Adorno, Theodor; Horkheimer, Max. Dialektik der Aufklärung. Frankfurt, AM: Fischer, 2001. ------- Dialéctica de la Ilustración. 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Abstract Furthermore, the main thesis of this work will affirm that the lacanian notion of “the real” or “primordial repressed”, reformulated by Žižek, would rearrange the theoretical limits of the Habermasian communicative action and, at the same time, would allow setting up a hypothetical but still universal truth, essential for a new critique of ideology. Key words: Ideology, communicative rationality, truth, universality, the real. LA APROXIMACIÓN INTERSUBJETIVA DE HABERMAS A LA VERDAD Una de las tesis centrales de la teoría de la acción comunicativa de Habermas es aquella que sostiene que el orden social se asienta en una base inter-subjetiva, que estaría explicada por el destino natural con que el lenguaje estaría revestido para lograr el entendimiento entre quienes lo ejercitan. Como el propio Habermas lo ha señalado: “la construcción de entendimiento es el telos inherente del discurso humano” (2004:287). El punto central en la aproximación de Habermas es asumir que la función básica del lenguaje es ayudar a los individuos a coordinar sus acciones, a través de la movilización de significados compartidos y aceptados. Se trataría de una función pragmática e intersubjetiva antes que esencialista y objetivista. Por lo tanto, el significado de cada declaración lingüística estaría dado por su razón subyacente, la que podría ser aceptada (y, por lo tanto, conocida y compartida) o no, por todos los individuos que interactúan en una acción comunicativa. Más aún, Habermas ha establecido que en cada acto de discurso siempre están involucradas ciertas demandas de validez, las que pueden ser conceptualizadas como una suerte de compromiso que el hablante asume para justificar racionalmente su discurso. Una demanda de validez ––nos dice Habermas–– debe estar fundada en la experiencia y “debe (además) ser capaz de sostenerse a pesar de todos los contra1 Este artículo es fruto del proyecto de investigación posdoctoral Fondecyt Nº 3090028. http://www.conicyt.cl/bases/fondecyt/proyectos/03/2009/3090028.html Ricardo Camargo Brito argumentos que se le formulen y lograr el asentimiento de todos los participantes potenciales de un discurso” (2001:89). Estas demandas de validez son de tres tipos: de sinceridad, de verdad y de corrección.2 En otras palabras, en cada acto de discurso, el hablante debe estar en posición de dar razones (lo que implica que debe haber razones) para justificar que es sincero en su comunicación, y que lo que está diciendo es verdadero y correcto. Vale la pena hacer notar que la validez de las razones referidas sólo es alcanzada cuando el oyente las acepta como un fundamento satisfactorio del discurso y, por tanto, la coordinación de acciones movilizadas por el significado de la declaración tiene efectivamente lugar.3 En otras palabras, aunque Habermas establece que existe un fundamento racionalista tras una acción comunicativa, la noción de racionalidad que usa se asume sólo como una construcción pragmática intersubjetiva (2004, Vol. I:308-309). Esta noción de racionalidad está lejos de la tradicional concepción de una razón individual ilustrada, lo que, en los hechos ––como lo ha sugerido Thomas MacCarthy–– define con Habermas un cambio en el enfoque de la teoría social contemporánea que transita desde un declinante “paradigma de la consciencia a un (emergente) paradigma del lenguaje” (MacCarthy, 2007:XI). La consecuencia directa de esta matriz intersubjetiva es que la demanda de validez de verdad, esto es, el compromiso del hablante para ofrecer razones que justifiquen la verdad de su declaración, sólo llega a ser una Verdad (con V mayúscula) ––pragmáticamente hablando–– si es aceptada por el oyente sobre la base de las razones dada por el hablante. Incluso más sugerente en este respecto, es la distinción hecha por Habermas entre dos tipos de validez: Gültigkeit (que conceptualmente trasciende el espacio y el tiempo) y Soziale Geltung (“basada meramente en costumbres establecidas o amenazas de sanciones”) y la primacía que Habermas otorga a esta última (1996:20-21). En efecto, Habermas no es ajeno a la tesis que sostiene la existencia de un hipotético tipo universal de validez (Gültigkeit) que “excedería todos los contextos”, una suerte de objetiva y universal noción de verdad, pero ––como él arguye–– debido a que “nadie tiene acceso directo a las condiciones no interpretadas de validez” (1996:14) su explícita preferencia es a favor de una noción contextualizada de validez, una “validez probada para nosotros”. La razón para preferir esta opción más pragmática es que para Habermas, ésta sería la única vía por medio de la cual una demanda de validez de verdad podría 2 La primera formulación de esta distinción fue hecha por Habermas en su quinta clase Gauss en la Universidad de Princeton en 1971, cuando distinguió entre inteligibilidad, verdad, corrección normativa y sinceridad (2001:88). Luego, tal distinción fue introducida en la forma presentada en este texto (2004:305-306). 3 Como Habermas lo ha establecido, con el propósito de aceptar como válido un discurso, éste debe estar “en concordancia con nuestra concepción de estado de cosas existentes, o con la propia concepción de experiencias subjetivas del hablante” (Habermas, 2004:308). 70 Žižek avec Habermas: El problema de la verdad y la ideología “soportar la carga de la integración social generada por una contextualizada práctica diaria” (1996:21).4 De esta forma, Habermas es capaz de erradicar cualquier remanente de una noción esencialista de verdad, desde su matriz de acción comunicativa, reemplazándola con una teoría consensual de la verdad. Esta teoría mantiene como criterio principal de validez una suerte de “tasa estadística de éxito”, atribuido al acto de discurso en su declarado objetivo pragmático de alcanzar un acuerdo intersubjetivo entre todos sus participantes potenciales (2001:89). Aunque los resultados de esta tesis son muy atractivos para una era en que cualquier afirmación que aluda a la existencia de una verdad universal resulta difícil de sostener plantea, sin embargo, nuevos problemas referidos precisamente al lugar y el estatus de la verdad intersubjetiva en la constitución de la sociedad. Consideremos separadamente algunos de estos principales problemas. LO “IDEAL” VERSUS LA “REALIDAD”: LA OBJECIÓN CLÁSICA Habermas emplea la expresión Verständigung para referirse al concepto de adquisición de entendimiento, que puede ser asumido como un proceso de construcción de acuerdo (Einigung) entre los sujetos hablantes y oyentes (2004, Vol. I:286-287). Más aún, a lo que Habermas se está realmente refiriendo cuando habla de la “adquisición de entendimiento” es a un proceso dirigido a lograr un acuerdo que cumpla con las condiciones de un asentimiento racionalmente motivado (Zustimmung) sobre los contenidos de una declaración (2004, Vol. I:287). En otras palabras, Habermas alude a un tipo de acuerdo (Einverständnis) que se funda en convicciones comunes, esto es, “el acto de discurso de una persona es exitoso sólo si el otro acepta la oferta contenida en él, asumiendo ––aunque implícitamente–– una posición de “sí” o “no” sobre una demanda de validez que es en principio criticable” (2004, Vol. I:287). Por lo tanto, para Habermas el proceso de adquisición de entendimiento exige que ambas partes de la acción comunicativa logren una comprensión compartida de las razones que fundan dicha acción, la que entonces ––y sólo entonces–– podría dar lugar a un acuerdo racional (rationales Einverständnis). Tómese por ejemplo la siguiente situación: Juan (el hablante) le pide a Pedro (el oyente) reducir la luz que ilumina una habitación que en ese momento comparten ambos (e.g. la sala de espera de un hospital). Para que Pedro esté en posición de alcanzar un entendimiento de la declaración emitida por Juan, Pedro 4 Para un análisis crítico de la distinción entre Gültigkeit y Soziale Geltung, Cfr. Callinicos, (2006:26-29). 71 Ricardo Camargo Brito tiene que conocer la razón que funda su petición.5 Imaginemos que Pedro inquiere por la razón del requerimiento de Juan. Entonces Juan explica que sufre de un problema a los ojos, que es exacerbado por la excesiva luz artificial (una demanda de validez). Pedro está ahora en posición de entender las razones que justifican la petición de Juan y ambos pueden alcanzar un acuerdo racional para reducir la luz. Para Habermas este sería un caso de una acción comunicativa en el que el acto de discurso presenta un efecto de ilocución, por cuanto su finalidad sería lograr un consenso racionalmente motivado. Más aún, se trataría de un acción inscrita dentro de lo que Habermas ha llamado el “mundo de la vida”, definido como un ámbito de la esfera social en el que las interacciones son reguladas por consenso, asumido como un concepto complementario a la acción comunicativa (2004, Vol. II:130). Sin embargo, la objeción más obvia a este modelo proviene de la alegación que sostiene que el “mundo real” no funciona de tal forma, siendo la experiencia diaria de nuestra vida la mejor prueba de dicha objeción. En efecto, normalmente observamos que en una relación intersubjetiva lo que predomina no es una acción racional comunicativa, si no diferentes tipos de acciones forzadas que dan lugar a una relación clásica de dominación, en la que el más fuerte se impone sobre el más débil. En tal caso, la coordinación final de acciones o el acuerdo alcanzado por las personas involucradas no se lograría por medio de un entendimiento compartido de las razones (Verständigung) que fundan la petición de hablante. Por el contrario, el acuerdo se obtendría por la mera imposición de voluntad, motivada por miedo o ignorancia (en nuestro ejemplo, por el miedo ––imaginemos–– a la amenaza que Juan hace a Pedro de romperle la nariz si no acepta bajar la intensidad de la luz de la sala de espera). Esta es, sin embargo, una objeción que en alguna medida ha sido aceptada por Habermas. Más aún, Habermas es capaz de reconocer que el ámbito del “mundo de la vida” ––el reino de las acciones comunicativas–– ha sido incrementalmente colonizado por otro ámbito llamado “el sistema” (2004, Vol. II:196-305-311-312). Allí, el acto de declaración del hablante (el habla), lejos de ejercer un efecto de ilocución, presenta más bien un efecto de perlocución, esto es, no apunta a alcanzar un entendimiento racional ni un consenso, sino sólo el logro de un acuerdo en la acción final motivada por dicha declaración. En otras palabras, se trata de un ámbito de acción instrumental y/o estratégica en que el factor verdaderamente relevante es el acuerdo final alcanzado antes que el proceso de adquisición de dicho entendimiento. Esto es así, porque en muchos 5 Cabe hacer notar que el conocimiento de la razón que funda la acción comunicativa se da, a menudo, implícitamente. Cuando se exige la explicitación de las razones envueltas se da lugar al discurso explicativo que es la hipótesis que analizamos en el ejemplo. 72 Žižek avec Habermas: El problema de la verdad y la ideología casos, en verdad, sólo existe una “razón” individual y privada detrás de dicho acuerdo y no un entendimiento compartido de éste. O si se prefiere, el hablante no tiene nada, ninguna razón para convencer al oyente, sino sólo un interés privado que imponerle. Sin embargo, el punto a destacar acá es que de esta forma, aceptando ambas esferas ––el sistema y el mundo de la vida–– como dos ámbitos válidos, pero diferenciados de la vida social, Habermas logra mantener inalterada su tesis que asume la predominancia de la acción comunicativa en el orden social. Es decir, de esta forma se resguarda el estatuto privilegiado que Habermas reserva para la acción comunicativa, como un tipo de acción dotada de una disposición natural ––debido a su enraizamiento en el telos comunicativo del lenguaje–– para alcanzar entendimiento. Dejemos la revisión de la racionalidad comunicativa de Habermas hasta este punto para resumir alguna de las conclusiones que el estatus de la verdad poseería en su teoría. Para nuestros propósitos, el punto importante a retener es que la matriz de Habermas de la acción comunicativa versus la acción instrumental y/o estratégica, antes considerada, asume implícitamente que es sólo dentro de la primera (la acción comunicativa) que la verdad podría tener un papel en la constitución del orden social. En efecto, la función del ámbito de la acción instrumental y/o estratégica en la tesis de Habermas parece estar más relacionada con la necesidad de destacar a la esfera de la acción comunicativa como una dimensión regulatoria ––la esfera de la comunicación verdadera–– antes que describir con pulcritud cómo el proceso de comunicación (comunicativo o instrumental-estratégico) tiene lugar en las sociedades. El proceso de comunicación parece ser, en verdad, un asunto mucho más complejo que el que se deriva de la matriz de Habermas, como veremos más adelante. Por ahora, sin embargo, es suficiente señalar que de la estructura bipolar propuesta por Habermas: acción comunicativa versus acción instrumental y/o estratégica, podemos colegir tres premisas relativas al problema de la verdad, a saber: a) La verdad es asumida como una noción anti-esencialista, circunscrita a un esquema formal, contingente e intersubjetivo pragmático. b) En tal forma definida, la verdad se asume como una condición suficiente y necesaria para lograr un entendimiento racional entre las partes de una acción comunicativa. c) Por lo tanto, y a contrario sensu, no existiría espacio para una noción universal de la verdad en la teoría de la acción comunicativa de Habermas. En las próximas secciones, las premisas a) y b) antes indicadas son discutidas tomando en cuenta la crítica formulada por Žižek, y en la sección final, la premisa c) es reformulada sobre la base de las conclusiones derivadas de la crítica antes señalada. 73 Ricardo Camargo Brito CINISMO Y FANTASÍA EN LA TEORÍA DE ŽIŽEK O CÓMO LA RACIONALIDAD COMUNICATIVA SE CONVIERTE EN FALSIFICACIÓN DE LA VERDAD Žižek ha distinguido primeramente entre la versión clásica de ideología, que asume que los individuos están impedidos ––por la ideología–– de aprehender la realidad en la que actúan, de la versión más sofisticada de la teoría crítica que percibe a la realidad misma como ideológica. Sin embargo, una vez aclarada dicha distinción Žižek se concentra en lo que va a ser su tesis central en este respecto. En efecto, finalmente afirma que aunque las dos versiones de ideología son diferentes, ellas comparten una premisa común: ubicar el carácter engañador de la ideología en el fuero interno de los individuos. En otras palabras, mientras en la versión clásica el engaño del sujeto se debe a una suerte de anteojo defectuoso que le obstruye el acceso a la verdadera realidad, en la teoría crítica el sujeto desconoce la realidad misma de forma tal que si viera (conociera) la realidad “tal cual es”, dicha realidad se disolvería en la nada o, más precisamente, se transformaría en otra realidad (1989:28). Para Žižek, el problema con estas dos versiones de ideología es que ponen el acento en la dimensión del conocimiento (interior) antes que en el accionar práctico (exterior), de modo tal que devinienen en obsoletas y/o ingenuas en un mundo (post-moderno) donde los individuos saben muy bien qué están haciendo, pero aún así, continúan haciéndolo. En efecto, en un mundo post-moderno el individuo pareciera que ya no es asimilable a la caricatura de un personaje engañado que necesita ser objeto de una crítica ilustradora para darse cuenta de la realidad en que habita. Por el contrario, el accionar del individuo ahora se equipara más al actuar de un cínico, quien la mayor parte del tiempo sabe, muy bien, la falsedad de la situación en que se encuentra o el interés particular que se encubre detrás de un aparente discurso universal, pero aún así, insiste ––en su práctica–– en actuar en conformidad con dicha situación y/o interés (1989:29). Entonces, si lo ideológico ––afirma Žižek–– se ubicara en el lado del conocer, como la teoría clásica y crítica de la ideología afirman, la noción de una falsedad ideológica aparecería como obsoleta, en un mundo que es ahora descrito como un lugar en que los individuos siguen las prescripciones indicadas por una razón cínica. Sin embargo, aclara, si la ilusión no estuviera localizada en el lado del conocer sino en el del hacer ––como de hecho finalmente afirma que sucede–– experimentaríamos una falsedad ideológica, aún cuando fuéramos conscientes –– como ocurre la mayor parte del tiempo–– de que no es más que una ilusión la que estructura lo que asumimos como realidad. Pero, ¿Cómo tiene lugar esta nueva delusión ideológica? La respuesta dada por Žižek alude a dos mecanismos ideológicos operando conjuntamente. Primero, a través de la acción de los aparatos simbólicos althusserianos que, 74 Žižek avec Habermas: El problema de la verdad y la ideología por interpelación, buscan vincular la identificación del sujeto con el sistema simbólico (reconocimiento/falso reconocimiento). Segundo, por la operación previa ––en el sentido de que opera antes de que el aparato de interpelación simbólica–– de un mecanismo de construcción de fantasía por el cual el sujeto es atrapado ideológicamente. En efecto, la fantasía, lejos de ser concebida como una ilusión para escapar a la insoportable realidad, en los hechos, la reafirma o, si se quiere, estructura la realidad. Retorno a nuestro primer ejemplo referido a aquellos dos individuos que logran un acuerdo racional en apagar la luz de una pieza común. Nuestro propósito es observar cómo la perspectiva de Žižek pudiese significar una crítica a la teoría de la acción comunicativa de Habermas. Siguiendo la tesis de Žižek, el ejemplo ya descrito puede, perfectamente, ser explicado ahora dentro de una estructura formal de acción comunicativa, la que está, sin embargo, regida además por una lógica de razón cínica y de construcción de fantasías. Supongamos ahora que Pedro sabe que el motivo de Juan para solicitar que se apague la luz —a pesar de ser formalmente verdadero debido a la evidente infección en los ojos que le afecta— es también exagerado debido a su conocido carácter melodramático. A pesar de ello, Pedro decide validar la demanda de verdad de Juan (su problema en los ojos) porque, secretamente, cree que de esta forma está siendo fiel a los requerimientos de su autoimpuesto estándar de civilidad (basado en una creencia religiosa o moral) que le ordena comportarse como ciudadano ideal. En otras palabras, Pedro otorga validez racional a la demanda de Juan porque ha construido una fantasía que sustenta dicho asentimiento. Entonces, el compromiso de Pedro de apagar la luz estará basado tanto en una razón cínica (Pedro sabe muy bien que a pesar del hecho de que la petición de Juan es verdadera, es también exagerada y, por lo tanto, no totalmente verdadera, pero racionalmente asiente en ella, como si fuera incuestionablemente verdadera), así como en una fantasía (su sueño de llegar a ser un ciudadano ideal algún día). Por lo tanto, a pesar de que Pedro conoce muy bien que el acuerdo racional alcanzado con Juan es una “falsificación de la verdad” no está ––subjetivamente hablando— ideológicamente engañado. Sin embargo, como Pedro asume en su práctica dicho acuerdo como racional ––motivado por su fantasía— en los hechos no está afectado por una delusión. Más aún, vale la pena hacer notar aquí que la distancia cínica que permite a Pedro darse cuenta de la ilusión ideológica que opera en la relación social que mantiene con Juan, es una forma ––“una de las muchas formas”, afirma Žižek–– que otorga eficiencia, antes que obsolescencia, al poder estructurante de las fantasías ideológicas (1989:33). En el contexto de este trabajo, el punto importante ilustrado por el ejemplo antes mencionado es que, desde una perspectiva como la de Žižek, es muy posible concebir una hipótesis de acción comunicativa en la que —aunque todos 75 Ricardo Camargo Brito los requerimientos formales para lograr un entendimiento compartido de un acuerdo racional están presentes— todavía existiría la posibilidad de que dicho acuerdo sea no-racional, incluso ideológico. En otras palabras, podríamos tener una situación en que una demanda de validez de verdad esté presente, actuando como una razón pública y compartida por ambas partes de la comunicación (situación de libre discurso: racionalidad comunicativa) para alcanzar un entendimiento y acuerdo racional pero, a pesar de ello, podría ser posible imaginar a un individuo que al interior de dicha situación alcance un acuerdo racional ––en el sentido de Habermas— basado en una razón cínica y/o en una fantasía construida.6 En los hechos, esto cambiaría el estatus de la verdad, presente en la acción comunicativa desplegada por Juan y Pedro, a otra categoría que no sería más que una mera falsificación de la verdad. Vale la pena destacar que una crítica como la de Žižek a la acción comunicativa de Habermas, como la presentada acá, no está inscrita dentro del campo de la clásica objeción que disputa la prioridad dada por Habermas al lenguaje como un medio naturalmente predispuesto para el logro de entendimiento ––el modo original del lenguaje— en oposición a su uso instrumental parasitario (2004, Vol. I:288), comúnmente citado.7 Por el contrario, la postura de Žižek resulta mejor entendida como una crítica dirigida en forma directa en contra de la esfera del consenso motivado de manera racional (Zustimmung) propiamente tal, que ahora es observado como el lugar privilegiado para un tipo más sofisticado de delusión. En efecto, la falsificación de la verdad tiene lugar no porque Pedro (el receptor del mensaje) no sepa que la petición de Juan no está justificada en su totalidad (él no está engañado de forma subjetiva), sino porque Pedro sabe que aunque el requerimiento de Juan es formalmente verdadero y aceptable como una base racional para un acuerdo, sin embargo, no es por completo verdadero. Por lo tanto, Pedro otorga una validez sincera, pero superpuesta con su práctica, a dicho acuerdo, comportándose “como si” realmente creyera (o pretendiera creer) sin ninguna duda la demanda de validez de Juan; todo ello basado en una fantasía construida ad-hoc para tal efecto. Esto es posible, debido a que la idea de verdad sostenida por Habermas dentro de la esfera de la acción comunicativa (premisa a) descansa demasiado en un ejercicio público y formal de razón discursiva. Se trata de una suerte de “racionalidad delgada”, que podría hacer perfectamente compatible un entendimiento compartido y por consecuencia un acuerdo racional 6 Nótese que la fantasía es compatible con la demanda de validez de sinceridad postulada por Habermas, porque lo que está en juego no es un cinismo ex profeso sino un “solipsismo práctico”, esto es, la fantasía opera en la efectividad de la práctica, independientemente de lo que piensen o dicen los individuos, Cfr. Žižek (1989:45-47). 7 Por ejemplo, Porter (2006) ha desarrollado una crítica deleuziana de la tesis de Habermas acerca del “modo original del uso del lenguaje”. 76 Žižek avec Habermas: El problema de la verdad y la ideología sobre una coordinación específica de acciones, con una razón cínica y fantástica, dando lugar a una delusión ideológica en la práctica de los individuos. La conclusión resultante de esta reflexión es que una demanda de validez de la verdad ––dentro de la acción comunicativa— no es siempre suficiente, para lograr un acuerdo racional ––en un sentido no-ideológico–– entre individuos (premisa b). En efecto, un acuerdo racional, debido a la racionalidad “delgada” demandada por la matriz de Habermas, parece estar muy a menudo (más a menudo de lo que de hecho reconocemos) acompañada por una demanda formal de validez de verdad que en los hechos resulta ser no más que una falsificación de la verdad. LA POSIBILIDAD Y NECESIDAD DE UNA NOCIÓN UNIVERSAL E HIPOTÉTICA DE VERDAD Finalmente, abordaré el problema de una noción universal de verdad dentro del campo de la acción comunicativa (premisa c). Es conocido que una noción universal de verdad ha sido el principal objeto de denuncia dentro de un ethos post-estructuralista, el que asume que estamos viviendo en una suerte de mundo “post-metafísico”: un mundo desprovisto de significados intrínsecos (Norval, 2000:313). El post-estructuralismo presupone, como una premisa central, la imposibilidad de acceder a un conocimiento verdadero y definitivo desde el cual pudiera ser posible discernir lo ilusorio o falso de una declaración o discurso político (Rorty, 1991:XXXIX). Si el acceso al lugar de la verdad definitiva ––comúnmente aceptado como una precondición para una crítica de la ideología— ya no resulta posible, entonces la posibilidad misma de la crítica de la ideología deviene en obsoleta. Esto es, dentro del ethos postestructuralista no hay ya espacio para asumir un punto de Arquímides ––un point d”appui— desde el cual la crítica de la ideología resulte viable, ya sea como empresa intelectual o como práctica política. ¿Significa esto, sin embargo, que tenemos que excluir todo intento por afirmar una noción más universal de verdad, que sortél las objeciones presentadas por la aproximación de Žižek a la matriz de Habermas de la acción comunicativa, como la que aquí nos hemos referido? Una respuesta cauta, incluso realista, diría: “¡Así es!”. En efecto, tras un siglo caracterizado por la defensa política y filosófica de una “racionalidad gruesa” y de “grandes verdades”, las que a menudo condujeron a las más dramáticas confrontaciones y atrocidades alguna vez conocidas en la historia de la humanidad, la mesura pareciera ser la actitud más sensata a asumir. Pero ¿Es ella la respuesta más adecuada? Más aún, como la historia reciente ha comenzado a exhibir no hay ninguna garantía, en una época regida por el mantra de que “no existen las verdades absolutas” (repetido, sin cesar, ya sea motivado por un auténtico sentido de tolerancia o por un sentimiento de temor o de culpa) que atrocidades como las 77 Ricardo Camargo Brito cometidas en Auschwitz puedan excluirse por completo de la historia de la humanidad.8 Claramente, este es un punto que no puede ser resuelto aquí. En vez de ello, y teniendo en cuenta la aproximación de Žižek para evaluar la matriz de Habermas, resulta ahora valioso reevaluar el problema de una noción universal de verdad, desde una perspectiva que asuma que el problema con dicha noción estaría en su asociación con la metáfora de Arquímides, más que en la imposibilidad de asumir una cierta noción universal de verdad.9 Al respecto, Žižek se pregunta: “¿No envuelve la crítica de la ideología un lugar privilegiado, de alguna forma exceptuado de los avatares de la vida social que permite a algunos agentes-sujetos percibir los mecanismos ultra ocultos que regulan la visibilidad y no-visibilidad social?” (1994:25). Sin embargo, la conclusión aparentemente inevitable, alcanzada por ––entre otros–– los autores posmodernistas, de que la única posición no-ideológica estaría dada por la renuncia a cualquier dimensión extra-ideológica, para Žižek es ideología per excellence (1994:4). Más aún, Žižek reacciona contra esta nueva moda intelectual ensayando dos soluciones a esta aparente paradoja: Primeramente, despoja de todo carácter “representacionalista” a la noción de ideología. En este sentido, para Žižek la ideología, lejos de estar relacionada a una ilusión o a una errónea representación de sus contenidos sociales, es parte de la realidad (2005:262). Si la ideología es parte de la realidad, no se requiere ningún punto externo ni trascendente al margen de ella (la realidad) para observar su falsa representación, como la concepción clásica de la crítica de la ideología ha sostenido siempre. El problema, sin embargo, sigue siendo aún saber cómo podemos darnos cuenta que existe una ideología operando alrededor nuestro si nosotros somos también parte de dicha realidad. En otras palabras ¿Cómo podemos reconocer que la realidad es en sí misma ideológica, si la ideología ––digámoslo así— es parte del aire que diariamente respiramos? La segunda parte de la tesis de Žižek intenta responder a las preguntas anteriores. En efecto, afirma que aunque la ideología se confunde con la realidad, “ella no es toda la realidad”, por cuanto aún es posible concebir al interior de la realidad una dimensión extra-realidad desde donde lo ideológico y lo noideológico podrían ser identificados. Este lugar extra-realidad es asumido, sin 8 La referencia más actual es la cárcel de Guantánamo, erigida como respuesta defensiva de excepción ––se nos ha dicho–– de la “democracia” en contra del “terrorismo religioso”. Pero también, son los campos de inmigrantes que varios países europeos, elocuentemente antiGuantánamo, han erigido complacientemente en sus bordes que mantienen con el África amenazante. 9 Un ángulo diferente para observar estos problemas en los trabajos de Žižek y Eagleton, en los que se explica la posibilidad de la verdad universal sobre la base de un “giro estético”, puede ser encontrado en Sharpe (2006:95-120). 78 Žižek avec Habermas: El problema de la verdad y la ideología embargo, no como una dimensión simbólica, ni tampoco como una mera ilusión que flota en el aire del registro imaginario, sino como “lo real”,10 lo que a condición de no ser ideológico (juicio indefinido) debe “permanecer vacío”, libre de cualquier “realidad positivamente determinada” (1994:17). Para nuestro propósito, el punto importante a destacar acá, es el carácter ambiguo de “lo real”. En efecto, lo real” en los trabajos tardíos de Lacan no es una materialidad sino un pozo (un vacío) que está al centro de la constitución de la subjetividad. Más aún, como Ian Parker ha señalado, “el real” lacaniano es “el límite estructuralmente necesario de la representación que es resistente a una simple re-codificación” (2004:64). En otras palabras, “lo real” permite la emergencia de la subjetividad simbólica pero a su vez le coloca sus más impenetrables límites. Žižek, siguiendo este sentido tardío que Lacan le atribuye a la noción de “lo real”, lo define como el “reprimido primordial” (de la sociedad), la X irrepresentable en cuya represión la propia realidad está fundada” (1994:21). Viene a representar el antagonismo original de la sociedad,11 una traumática división social que no puede ser simbolizada y que no es por tanto parte de la realidad pero, sin embargo, la instituye (1989:45; 2005:262).12 Por lo tanto, Žižek logra así ofrecer una concepción de ideología en la que la distorsión no está ya localizada en la estructura epistemológica clásica de ilusión versus realidad. Existe ahora una estructura tripartita operando, compuesta por lo simbólico, lo imaginario y “lo real”. En efecto, la realidad (la dimensión simbólica), estructurada por una fantasía (el campo de lo imaginario), es ofrecida como un escape de “lo real”. “Lo real”, entonces, no puede ser simbolizado en la realidad, pero, en vez de ello, aparece como un espectro en la fantasía hecha por el sujeto. De este modo, el estatus ideológico (o no-ideológico) de una posición política dada, estaría determinado por el ocultamiento (o el develamiento, en el 10 “Lo real” es una noción originalmente desarrollada por Jacques Lacan. En los primeros años de la década de 1930, usaba la noción de “lo real” para referirse al concepto filosófico de ser absoluto, que era asumido como presente, en cuanto ser, más allá de las apariencias. En la década del 1950, el concepto perdió sus trazos filosóficos y fue usado como uno de los tres órdenes que Lacan identificó como constitutivos del concepto de sujeto: lo simbólico, lo imaginario y “lo real” (este último significando una materialidad indivisible que existiría previa a toda simbolización). Fue, sin embargo, desde 1959-1960 en adelante, cuando Lacan en su seminario La Ética del Psicoanálisis, al discutir el carácter del inconsciente en los trabajos de Freud, enfatiza el significado de “lo real” como un núcleo del inconsciente, que siempre permanece in-simbolizable, pero que es la causa de la pasión más fundamental (Lacan, 1992:97). Este núcleo in-simbolizable lo llama Das Thing, o el representante de la representación. 11 Žižek, por cierto, en esto está refiriéndose a la noción de antagonismo social desarrollada por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (1985). 12 En un libro más reciente, Žižek desarrolla una nueva noción de “lo real”, el real de paralaje, alejándose así de la noción lacaniana (estándar) de “lo real” (2006:26). Cfr. Porter (2006:65-71) y Kay (2003). 79 Ricardo Camargo Brito caso del estatus no- ideológico) que dicha posición política tienda a producir, en “lo real” (los “antagonismos”, de la sociedad). Aunque Žižek reconoce que no existe una clara distinción entre ideología y lo que experimentamos en la realidad, afirma, sin embargo, que vale la pena mantener la “tensión que mantiene la crítica de la ideología viva” (1994:17, cursivas desde el original). Más aún, es este primordial antagonismo reprimido (la X irrepresentable) ––una realidad no-simbolizada— lo que constituye el punto de referencia extra-realidad que haría posible la crítica de la ideología (1994:25). En efecto, el nuevo rol reservado para una verdadera crítica de la ideología “postmoderna” sería el “designar los elementos dentro de un orden social dado que apunten hacia el carácter antagonístico del sistema, y por tanto que nos “distancie” de la auto-evidencia de su establecida identidad” (1994:7). De allí que para Žižek, la perspectiva no-ideológica sea comúnmente expresada en una posición “falsa en los hechos” ––una ficción, una ilusión— que, precisamente debido a su carácter ficticio, es capaz de apuntar en forma directa a lo real.13 En suma, lo que tenemos acá es un lugar extra-realidad (pero al interior de la realidad, como un vacío) que difiere de la tradicional noción de punto de Arquímides en los siguientes rasgos: a) Desde un punto de vista teórico, mientras en la matriz clásica la identificación de lo no-ideológico no puede evitar asumir un punto de ventaja, en la perspectiva de Žižek existe un lugar ––”lo real”— que no es parte de la realidad (de la esfera simbólica) ni de lo imaginario, pero que está en el centro de una realidad simbolizadamente fallida (2006:26). Por lo tanto, esta perspectiva, así entendida, no da lugar a una idea “contradictoriamente coherente”,14 como la denunciada por Derrida y aparecería así en teoría más consistente. b) Por consiguiente, mientras en la matriz clásica el punto de Arquímides da lugar a una oposición entre realidad e ilusión, en la perspectiva de Žižek tanto lo ideológico como lo no-ideológico son parte de la realidad, aunque siempre fallida. Más aún, lo noideológico está constituido por un lugar extra-realidad (dentro de la realidad) ––“lo real”— que se ubica al centro de la realidad fallidamente simbolizada. “Lo real”, a su vez, finalmente permitiría la determinación de lo que es ideológico y lo que es noideológico a través de la crítica de la ideología. De esta forma, Žižek logra superar el problema de la perspectiva del punto de Arquímides que se centra demasiado en dibujar una línea de separación entre la “verdadera” realidad y las ilusiones (o fundar la ilusión en la realidad), cuando en realidad el punto importante a destacar es que lo que experimentamos como 13 Žižek se refiere con esto a la tesis lacaniana, según la cual la verdad tiene la estructura de una ficción (1994:7). 14 Una idea deviene en contradictoriamente coherente, para Derrida, cuando se asume que ella estructura una estructura dada, escapando, sin embargo, al proceso de estructuración (1978:279). 80 Žižek avec Habermas: El problema de la verdad y la ideología realidad solamente emerge si algo es excluido (2005:262-263). En otras palabras, la “condición de posibilidad” de la realidad, la cual siempre intenta presentarse completamente simbolizada, es la exclusión de algún resto que no puede ser simbolizado (en la realidad) y que por ello (esto es, debido a que no puede ser simbolizado) retroactivamente deviene en la X que determina el fracaso de una completa simbolización de la realidad. Pero ¿Puede la noción de “lo real” ––de la forma definida por Žižek— tener alguna utilidad para resolver los problemas de la teoría de la acción comunicativa generados como consecuencia de su “racionalidad delgada” que le subyace? Sugeriría que si ––en cuanto críticos de la ideología— evitamos otorgarle a la noción de “lo real” un estatus material, esto es, si rehusamos ubicarla dentro de un registro simbólico o imaginario (en otras palabras, si seriamente la consideramos como “lo real”) y si, en cambio, la concebimos como una hipotética noción universal de verdad, podríamos reavivar la posibilidad de la crítica de la ideología. A su vez, la crítica de la ideología, como ya hemos dicho, resulta conceptualmente necesaria para discernir lo ideológico de lo no-ideológico sin quedar atrapados en un hoyo negro arquimideano. Una noción hipotética da lugar a una suerte de lógica de “posibles explicaciones. Nozick, refiriéndose al uso de la fábula o mito del “estado de naturaleza” para explicar la emergencia de la sociedad política, ha señalado: “Aprendemos mucho observando cómo el Estado pudo haber emergido, incluso si no emergió de esa forma” (1974:9). Por lo tanto, podemos ahora agregar una característica final, aunque esta vez se trata de un rasgo no considerado directamente por Žižek, a aquellos dos puntos antes mencionados, que distingue un lugar extra-realidad ––según Žižek–– de una noción tradicional de punto de ventaja arquimideano, afirmando que: c) “Lo real” puede ser asumido como una noción hipotética y universal de verdad que permitiría distinguir lo no-ideológico de lo ideológico. Más aún, dicha noción universal de verdad podría no sólo ser posible, sino también conceptualmente necesaria para asegurar que un orden social dado —al modo de Habermas— pudiese, de hecho, tener lugar sin verse afectado por una falsificación de la verdad. CONCLUSIONES ¿Confrontados con un mundo sin significados fijos, podremos aún rescatar una cierta noción de verdad universal que permita el despliegue de una crítica de la ideología? Lo que he tratado de sugerir en este trabajo es que de haber una forma, ella implicaría el abandono del clásico paradigma del punto de ventaja arquimideano. Más aún, he sostenido que usando una noción de “lo real” o “reprimido primordial”, tomado de una lectura fundada en Žižek, se lograría revitalizar la empresa intelectual de la crítica ideológica. Ello ocurriría, puesto que el real lacaniano, debido a su carácter tanto de límite como de condición de posibilidad de toda significación, permitiría asumir una noción de verdad que, 81 Ricardo Camargo Brito aunque dejando de lado sus rasgos objetivistas y asumiendo un carácter hipotético, mantendría intacta su condición universal para la situación en que opera. La verdad universal no aparecería —habría que insistir— como una categoría objetiva que tiene que ser revelada por los críticos de la ideología, como en la teoría realista en la que la verdad permanece como una función entre una declaración y la dimensión objetiva (extra-lingüística) que tal declaración refiere. Tampoco sería una pura cuestión de coherencia armoniosa entre un discurso y un contexto específico, como la teoría de la correspondencia establece. Por el contrario, la verdad sería ahora siempre (pre) asumida, aunque hipotéticamente, por los críticos de la ideología. Una presunción que requiere ser axiomática, si de lo que se trata es de mantener viva la crítica de la ideología como empresa política que demanda siempre un punto de vista particular —pero que deviene en universal— para existir. Pero también se trata de una presunción que permitiría observar los límites de los postulados de la teoría de la acción comunicativa de Habermas. En efecto, la verdad no sería sólo posible sino también conceptualmente necesaria como una condición que podría hacer realizable la existencia de un campo de acción comunicativa en el cual una “demanda de validez de verdad” pueda ser distinguida de una falsificación de la verdad. En otras palabras, la existencia de una verdad universal respecto a la cual una demanda de validez producida dentro de una esfera de acción comunicativa pueda ser contrastada, permitiría evitar el riesgo de permanecer atrapado –debido a la racionalidad delgada de la matriz de Habermas— en una delusión ideológica, como aquella denunciada por Žižek. Así, el real de Lacan devenido en una verdad universal pero hipotética, salvaría o, al menos, mostraría los límites de ese acuerdo racional —según Habermas— siempre en riesgo de quedar atrapado dentro de un mero formalismo vacío. Ello, debido a que las convicciones que lo sostienen —observadas desde la óptica žižekiana— se aparecen como demasiado febles, siempre presas del cinismo y de la fantasía. En tal sentido, el entrecruce final entre Žižek y Habermas ensayado aquí nos reconduce a la premisa que Žižek destaca en toda su obra, a saber: que la existencia de una realidad pareciese ineludiblemente ligada a la presencia de un resto, una excepción, lo que Žižek denomina el “reprimido primordial”. Constituiría una labor de la crítica de la ideología situar dicha exclusión, no para simbolizarla (tarea imposible) sino para exponer sus configuraciones, sus supuestos, sus fronteras y, en tal medida, sus posibilidades abortadas, abriendo así nuevos posicionamientos (emancipadores) para con “lo real”. Universidad Diego Portales* Instituto de Humanidades Ejército 238, Santiago (Chile) [email protected] 82 Žižek avec Habermas: El problema de la verdad y la ideología BIBLIOGRAFÍA Callinicos, Alex. 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Cambridge, MA: The MIT Press, 2006. ------- “Between Symbolic Fiction and Fantasmatic Spectre: Towards a Lacanian Theory of Ideology”, en R. Buttler and S. Stephens (Eds.). Slavoj Žižek, Interrogating the Real. London and New York: Continuum, 2005:249-270. ------- “Introduction”, en S. Žižek (Ed.). Mapping Ideology. London and New York: Verso, 1994:1-33. ------- The Sublime Object of Ideology. London: Verso, 1989. 84 85-102 LOS USOS DE “TÚ” Y “UD.” EN LOS ACTOS DE HABLA: UNA APROXIMACIÓN A LA PRAGMÁTICA DEL BILINGÜE The Uses of “tú” and “Ud.” in Speech Acts: An Approximation to the Bilingual’s Pragmatics Carolina Gutiérrez-Rivas* Resumen La presente investigación versa sobre el uso de los pronombres de tratamiento “tú” y “Ud.” en la formulación de peticiones, por parte de bilingües cubanoamericanos, de segunda y tercera generación, residenciados en el área de Miami, Florida. Un análisis cualitativo determinó que el uso explícito de los pronombres dentro del acto de habla cumple con una doble función pragmática: 1) la de ensalzar al oyente y expresarle empatía y 2) la de marcar distanciamiento con el interlocutor. Palabras clave: Cortesía, pronombres de tratamiento bilingües cubanoamericanos. Abstract This paper explores how second and third generation Cuban Americans from Miami, Florida, use the address pronouns “tú” and “Ud.” when formulating speech acts such as requests in Spanish. A qualitative analysis shows that the explicit use of the pronouns when uttering a speech act fulfills a double purpose: 1) to flatter the hearer and express solidarity towards her/him, and 2) to establish distance towards the interlocutor when the speaker is in a position of power. Key words: Politeness, address pronouns bilingual Cuban Americans. INTRODUCCIÓN Nuestro objetivo es describir la variación, alternancia y funciones pragmáticas de los pronombres de tratamiento “tú” y “Ud.” en actos de habla1 tal como ocurren en las peticiones por parte de bilingües cubanoamericanos. A través del análisis cualitativo de los datos, se mostrará que, en referencia a los actos de habla, los bilingües del área de Miami insertan uno u otro pronombre de tratamiento en la petición como estrategia para mostrarse solidarios o distantes en situaciones muy específicas, y que su uso de los pronombres se diferencia, en ciertos aspectos, de la norma monolingüe (tal como ha sido descrita en varias regiones del mundo hispánico) así como, también, converge en otros. Se verá que la dicotomía deferencia/solidaridad, expresada a través de los pronombres de cortesía, adquiere patrones particulares dentro de esta comunidad de 1 Se parte aquí de la definición dada por Searle sobre los actos de habla: “las unidades básicas o mínimas de la comunicación lingüística” (1975:16, mi traducción). Explica Searle que la unidad lingüística de la comunicación no es meramente el símbolo, la palabra o la oración, sino la producción de todos ellos combinados en la emisión de un acto de habla, que puede tener forma de afirmación o pregunta y usarse para dar direcciones, pedir cosas, dar las gracias, etc. Carolina Gutiérrez-Rivas habla2 (por ejemplo, la alternancia de uno u otro pronombre dentro de un mismo acto de habla para proyectarse, más o menos, distante ante un oyente determinado). Se infiere que tales patrones de uso (que se verán expresados a lo largo del trabajo), podrían deberse, entre otros factores, a un cambio en marcha, no sólo del español hablado en los Estados Unidos, sino del mundo. Además, se revelará la diferencia que existe entre la autopercepción del bilingüe sobre su propia (in)formalidad a través del uso de estos pronombres y la producción que hacen de éstos en la realidad. Asimismo, esta investigación ofrece una perspectiva nueva sobre el tema, al describir el comportamiento de una comunidad de habla cuyo uso (alternado) de los pronombres dentro de los actos de habla responde a variables distintas de las que influyen el habla monolingüe. Dichas variables están determinadas en gran medida por el nivel de competencia lingüística y la frecuencia de socialización de los bilingües en la segunda lengua, es decir, el español. REVISIÓN DE LA LITERATURA Estudios históricos sobre el uso de los pronombres de tratamiento revelan que en latín el “tú” se usaba, al igual que en la actualidad, como una forma de tratamiento singular informal, que no ha variado con el tiempo (Cfr. Penny, 2002). El “Ud.”, por el contrario, evolucionó de “vuestra merced”: “(...) en el siglo XV, la forma de cortesía deferencial deriva en vuestra merced, con un verbo en tercera persona del singular, vuessa merced y, en el siglo XVII, usted” (Uber, 1985:388. Mi traducción). Brown y Gilman afirman que, así como en español, en francés e italiano siguen activos dos pronombres de tratamiento singulares que derivaron del latín “TŪ” y “VŌS”. Partiendo de la base de que las relaciones humanas son asimétricas, es decir, se basan en una jerarquía que se refleja en la lengua, Brown y Gilman argumentan que ambos pronombres están estrechamente relacionados con los conceptos de poder y solidaridad. Los autores denominan a este proceso “semántica del poder” y afirman que es esta dinámica la que va a determinar el uso de los pronombres “tú” y “Ud.” en la conversación: “(...) la semántica del poder sólo prescribe el uso entre superior e inferior y propone una estructura social en la que cada individuo se ubica en un rango único de poder” (1997:256. Mi traducción). En toda comunidad de habla donde exista el uso de más de un pronombre de tratamiento, la semántica del poder funciona de modos diferentes. Por ello, la alternancia de las formas pronominales está estrechamente relacionada con la intención del hablante de mostrar deferencia o solidaridad ante su interlocutor, en algunos casos, independientemente de variables externas, como la edad y la distancia social con el interlocutor. En el presente estudio se pone de manifiesto que la asociación rígida de 2 Usamos el concepto de comunidad de habla tal como lo definen Gumperz y Hymes: “Una comunidad que comparte reglas de la conducta e interpretación del discurso y reglas para la interpretación de, al menos, una variedad lingüística” (1972:54. Mi traducción). 86 Los usos de “tú” y “Ud.” en los actos de habla un pronombre u otro con la deferencia (“Ud.”) o la solidaridad (“tú”) resulta errónea al aplicarla a ciertas comunidades lingüísticas. En algunas variedades monolingües del español de América se observan variaciones respecto a la alternancia de los tres pronombres disponibles en esta lengua, a saber “tú”, “Ud.” y “vos”. Por ejemplo, en su investigación sobre las formas de tratamiento en Bogotá (Colombia), Uber asegura que existen dos tipos de Ud. en esa región: el “Ud.” de no solidaridad se usa generalmente con desconocidos (policías, meseros, etc.) y el de solidaridad se usa con personas cercanas (miembros de la familia, etc.). El “tú”, por su parte, ocupa un lugar intermedio: “puede utilizarse para denotar cierta familiaridad o confianza, pero aún así implica cierta distancia” (1985:389. Mi traducción). Las observaciones de Uber la llevaron a concluir que el “tú”, a pesar de no ser la forma de más solidaridad, es la que se está expandiendo más hacia ambos extremos del continuo, y que el uso del pronombre deferencial será menos frecuente en el futuro. Igualmente, en otro estudio sobre el habla de Colombia, Murillo encontró que en el área de Popayán el uso del pronombre “vos” predomina sobre el del tuteo y el ustedeo. En Costa Rica, Hasbún y Solís hallaron una gran asimetría en las formas de trato, ya que “en Costa Rica, pareciera existir un uso dual del ‘usted’: uno que refleja formalidad y respeto y otro que implica una mayor intimidad y que es determinado por la situación” (1997:145). Igualmente, Rey analizó el uso del “vos” y el “Ud.” en Managua, Nicaragua, y encontró que el voseo cumple diferentes funciones en esta comunidad: solidaridad, intimidad y familiaridad “superficial” (1996:113). En Cuba, Lipski observó que el ustedeo no es un rasgo lingüístico predominante, tal como lo es en otras culturas hispánicas como la costarricense, la hondureña, la mexicana o la colombiana. Lipski nota que: “el español de Cuba emplea de modo uniforme tú como pronombre familiar. En el uso actual, este tratamiento se extiende a las personas que se acaba de conocer en circunstancias donde el usted sería más común en otros dialectos del español” (1996:258). Por su parte, lo encontrado en los datos de esta investigación sugiere que los bilingües se están apartando de la norma para hacer uso de los pronombres de una manera que se adapte más a las necesidades de su contexto comunicativo y a la vez sea perfectamente aceptable dentro de su propia comunidad de habla. Existe además, en el español moderno, un fenómeno lingüístico conocido como “polimorfismo” que consiste en utilizar “varias formas de tratamiento con un mismo interlocutor y en un mismo acto comunicativo, con una intención comunicativa determinada” (Murillo, 2003:11). En su estudio, Murillo se refiere a la mezcla y uso explícito de los tres pronombres de tratamiento disponibles en el habla colombiana, a saber, “tú”, “vos”, y “Ud.”. Es así como se considerará el concepto de polimorfismo en el presente estudio, aunque incluyendo sólo los pronombres “tú” y “Ud.”, ya que este fenómeno se asemeja en muchos aspectos a lo observado en la comunidad de habla de cubanoamericanos de segunda y tercera 87 Carolina Gutiérrez-Rivas generación de la ciudad de Miami, punto sobre el cual se volverá más adelante. No se consideran como polimorfismo los casos en que se alteran los pronombres con las formas verbales de segunda o tercera persona, puesto que tales casos no fueron considerados ni incluidos en la noción de polimorfismo ofrecida por Murillo. En lo referente a la cortesía y el estudio de sus pronombres se entiende que su uso está estrechamente relacionado con el trato y el tipo de relación entre hablante y oyente, así como con las intenciones del uno para con el otro en el marco comunicativo. En las lenguas en las que se cuenta con dobletes pronominales (o en el caso de algunos dialectos del español, tripletes) se produce una especie de proceso de retroalimentación en el que, en un contexto dado, el estatus de ambos interlocutores influenciará al hablante en la elección de un pronombre sobre otro; pero a la vez, el uso del pronombre elegido fungirá como marcador de distancia social entre ambos. De igual modo, las formas pronominales de trato se usan para moldear la propia imagen, o la que se pretende tener, ante el interlocutor de turno. Brown y Levinson postularon que, durante el curso de la interacción comunicativa, los hablantes que necesiten la aprobación de su interlocutor intentarán salvaguardar su imagen positiva o usar las fórmulas de solidaridad, y los hablantes que deseen lograr el respeto del oyente se dedicarán a salvaguardar su imagen negativa con el uso de fórmulas deferenciales.3 Respecto a las formas de tratamiento, los autores, refiriéndose a lenguas como el francés, arguyen que la cortesía es el principal motivador para el uso de ciertas formas pronominales. En español también se han llevado a cabo algunos estudios respecto a la variación de los pronombres en correlación con variables como solidaridad y poder (Cfr. Ardila, 2005; Blas-Arrollo, 2005; Lavandera, 1984; Turell, 1989; Stewart, 2003; etc.). Sin embargo, al parecer aún no existen estudios que determinen qué uso dan a los pronombres de tratamiento las comunidades bilingües de español e inglés de los Estados Unidos (en especial, la escogida para esta investigación). LA METODOLOGÍA Y LOS PARTICIPANTES La muestra de la presente investigación proviene de veinte hablantes que se escogieron intencionadamente tomando en cuenta factores como la edad, el lugar de nacimiento y el lugar de residencia actual. La labor de reclutamiento de los participantes y las entrevistas se llevaron a cabo en la ciudad de Miami, Florida. Luego de contestar un cuestionario con su información personal (con datos como los 3 Según Brown y Levinson (1987) las estrategias de cortesía positiva son las usadas para satisfacer los deseos de aprobación del oyente y las estrategias de cortesía negativa son las que se usan para satisfacer la necesidad de respeto al espacio propio del oyente. Además mencionan otros tres tipos de estrategias que no fueron observadas en los datos. Por su parte, Scollon y Scollon (1983) establecen que las estrategias de Brown y Levinson pueden denominarse estrategias de solidaridad para referirse a la cortesía positiva, y estrategias de deferencia para referirse a la cortesía negativa. Usaremos ambas terminologías indistintamente. 88 Los usos de “tú” y “Ud.” en los actos de habla enumerados en las líneas anteriores), los participantes hicieron dramatizaciones de situaciones específicas (role-playing), las cuales fueron grabadas en audio. Posteriormente, realizaron una prueba de autoevaluación oral sobre su percepción del uso de los pronombres “tú” y “Ud.”. Las situaciones a dramatizar fueron diseñadas siguiendo los parámetros (Intercultural Comunication) propuestos por Scollon y Scollon (2001), quienes afirman que existen tres sistemas de cortesía aplicados a las normas pragmáticas: jerarquía, deferencia y solidaridad. Estos tres sistemas pueden observarse en variados contextos y se basan principalmente en las diferencias de más o menos poder (+P o –P) y más o menos distancia (+D o –D) entre los participantes.4 En este trabajo se toma en cuenta el concepto de bilingüe tal como lo define Silva-Corvalán, quien considera bilingüe a todo individuo que (…) tiene un cierto grado de competencia en el uso de dos lenguas como vehículos de comunicación, sin que este grado de competencia tenga necesariamente que ser igual al que posee un hablante de la variedad estándar de las lenguas en cuestión (2001:270). Como se mencionó, los veinte hablantes bilingües de segunda y tercera generación se seleccionaron tomando en cuenta el lugar de nacimiento (Cuba o Estados Unidos) y la edad en que llegaron a los Estados Unidos en covariación con la edad cronológica. El primer grupo, constituido por hablantes de segunda generación, estuvo comprendido por cinco mujeres (RR2, MJ2, MR2, GB2, LK2) y cinco hombres (LJ2, JG2, AP2, EL2, RS2) entre 40 y 53 años de edad. En este grupo se incluyeron a aquellos bilingües que nacieron en Cuba pero llegaron a Miami antes de la edad de 12 años, o que nacieron en los Estados Unidos de padres cubanos. El segundo grupo, constituido también por diez hablantes, cinco mujeres (EL3, DZ3, KS3, LM3, LP3) y cinco hombres (DR3, AR3, DP3, GD3, AC3), se conformó de personas nacidas en Miami, quienes tienen al menos un padre o una madre de segunda generación. En este grupo se incluyó a personas entre los 18 y los 28 años de edad. Cabe destacar que, a pesar de que todos estudiaron español en algún momento de la escuela primaria, secundaria y/o superior, ninguno de ellos asistió a escuelas bilingües. Los números 2 y 3, añadidos a los códigos de identificación de los participantes, indican si son de la segunda o la tercera generación respectivamente. Como ya se acotó, en el presente estudio el uso del término “generación” se correlaciona directamente con edad y, posteriormente, se verá cómo la variable 4 Situaciones planteadas a los participantes para la dramatización: Situación 1. Sistema de cortesía deferencial (-Poder, +Distancia): Debe hacer que su vecina/o lo lleve al aeropuerto. Situación 2. Sistema de cortesía de solidaridad (-Poder, -Distancia): Debe hacer que su comadre/compadre o mejor amiga/o le preste dinero. Situación 3. Sistema de cortesía según la jerarquía (+Poder,+/-Distancia): Debe hacer que su empleada/o se ponga a trabajar en un proyecto que está pendiente. 89 Carolina Gutiérrez-Rivas externa de la edad es un factor influyente en la elección de una forma pronominal sobre otra, fenómeno que ya ha sido observado también en otras regiones de habla hispana (Cfr. Blas-Arroyo, 1994). Dado que la meta de esta investigación era determinar el uso de las estrategias pragmáticas de los bilingües teniendo en cuenta variables sociales como jerarquía, deferencia y solidaridad, se usaron principalmente dos de los métodos más aceptados en la recolección de enunciados que contienen actos de habla, a saber, la dramatización de situaciones específicas y el protocolo de autoevaluación oral. Es preciso aclarar que los participantes realizaron la dramatización pensando en un oyente imaginario, ya que el propósito del trabajo se limitó sólo al análisis del pedido y no a las respuestas. Se prefirió usar el método oral frente al escrito (o el Discourse Completion Test usado por BlumKulka; House y Kasper; Curcó; Curcó y De Fina; Félix-Brasdefer, entre otros), puesto que se pensó que los hablantes tendrían menos tiempo de monitorear su propio discurso y hablarían, por ello, de manera más espontánea. Por su parte, el protocolo de autoevaluación oral es una técnica que ayuda a sustentar la investigación pragmática al examinar el proceso de pensamiento que siguen los hablantes al producir los diálogos, y consiste en pedir al participante su propia opinión acerca de los enunciados que ha producido. Con esta prueba se tiene una mejor idea de lo que piensan los hablantes acerca de las estrategias y técnicas que utilizan para hacer pedidos, y de si se perciben a sí mismos como individuos (in)formales a través del habla. RESULTADOS Y DISCUSIÓN Blum-Kulka, House y Kasper sostienen que el grado de distancia social y poder entre los hablantes determina en gran medida la variación de los actos de habla. Ardila (variables sociopragmáticas) señala que en buena parte de la bibliografía sobre las formas pronominales se afirma que los hablantes suelen emplear el tratamiento formal para personas de rango superior o igual cuando existe una relación distante, mientras que el tratamiento familiar lo aplican a los interlocutores de rango social igual o inferior. Sin embargo, al observar la producción de los pronombres de tratamiento por parte de los bilingües cubanoamericanos de Miami, se hizo evidente que la teoría que se sustenta en el habla monolingüe pierde su carácter estricto cuando se aplica al habla de los bilingües. A continuación se detallan algunos casos en que los hablantes bilingües alternaron los pronombres “Ud.” y “tú” con las formas verbales de la segunda persona, en las distintas situaciones en que se encontraban en una relación vertical respecto al oyente; es decir, cuando entraban en juego las variables 1) más distancia, menos poder; y 2) más poder en referencia al oyente. En los casos en los que tenían igual distancia e igual poder que el interlocutor, el uso explícito de los pronombres fue más uniforme, con una tendencia (aunque no exclusiva) a usar el pronombre informal 90 Los usos de “tú” y “Ud.” en los actos de habla “tú”, o a hacer omisión de este pronombre y a usar las formas de segunda persona. Se debe destacar, antes de entrar de lleno en la reflexión, que los pronombres que se consideraron para el análisis son los que se encuentran cercanos al núcleo del acto de habla, es decir, de la pregunta con que se formula el pedido propiamente dicho. Las formas de tratamiento periféricas al núcleo del acto de habla se consideraron como parte de los movimientos de apoyo a la petición misma. DRAMATIZACIÓN DE LA SITUACIÓN 1: MÁS DISTANCIA/ MENOS PODER En este apartado se muestran los enunciados obtenidos de los participantes de segunda generación en la situación 1 (+distancia/-poder). En esta situación los hablantes debían pedir a su interlocutor, en este caso una vecina o vecino con el que tuvieran poco trato, que los llevara al aeropuerto. Dada su posición de desventaja, se observa cómo LK2 recurre al uso del pronombre “Ud.” para enfatizar respeto hacia el oyente, a la vez que lo intercambia con marcadores del discurso en segunda persona (ej.: “mira”). MR2 omite el uso del pronombre al formular el pedido la primera vez, y aunque usa una forma verbal en segunda persona, hace un intento por mostrarse formal al usar el posesivo en tercera persona (ej.: “su carro”), y acaba por hacer explícito el pronombre formal al replantear la idea. MR2 muestra consideración e intenta reducir el peso de la imposición al sugerir que sea el interlocutor quien decida si puede prestarle el auto o llevarla al aeropuerto (1) LK2: Carlos, mira, tengo esta situación que se me ha presentado, que el carro no me está encendiendo y, me gustaría que Ud. me hiciera el gran favor de llevarme hasta el aeropuerto, que tengo que recoger a alguien. (2) MR2: Carlos, por favor, tengo una emengencia [sic], el carro mío no me, no me prende. Por favor, ¿me puedes hacer el favor de... prestarme su carro? O Ud. mismo me puede llevar al aeropuerto, porque de urgencia tengo que ir a buscar mis amistades, familia, que llegan de un viaje. En el ejemplo (3), más adelante, se observa un caso similar a los primeros dos, ya que RR2 refuerza su pedido con la repetición del pronombre formal para mostrar deferencia hacia su interlocutor y, posteriormente, vuelve a hacerle el pedido usando el pronombre informal “tú”. RR2 produce lo que en el habla monolingüe se consideraría “polimorfismo”, o uso explícito de varios pronombres con un mismo sujeto, con el propósito de mostrar respeto al plantear el caso y empatía al hacer el pedido. En el ejemplo (4), EL2 alterna entre fórmulas de respeto formales e informales, como “disculpe” y “perdóname”, atenuadores que le sirven para moderar el grado de imposición, pero se decide finalmente por el pronombre de solidaridad “tú” para hacer el pedido. En ambos casos, los pronombres se usan como estrategia positiva5 para mitigar el impacto a la imagen 5 Dice Johnstone (2005) que algunas maneras de expresar mitigación en la cortesía positiva son proclamar un terreno común, usar marcadores de identificación con el grupo, expresar aprobación o 91 Carolina Gutiérrez-Rivas (3) RR2: Mire, Carlos, ¿Ud. cree que Ud. me pudiera hacer el favor de recoger cierta persona? Me urge recogerla. La persona no tiene cómo llegar aquí, y entonces no tengo carro, mi esposo no me puede llevar, no tengo nadie que me pueda llevar, ¿tú crees que me pudieras recoger, me pudieras llevar a recoger el carro? (4) EL2: María, disculpe y perdóname, pero tengo una emergencia, y por favor, no se sienta mal si no puedas, pero si puede, me harías un gran favor. Necesito ir al aeropuerto en este momento, aquí en el aeropuerto de Miami. Tengo unos familiares que me están llegando y el carro no me está funcionando en este momento. ¿Tú me harías el favor de dejarme, por lo menos, y después yo me ocupo de traer, de venir en un taxi? Al pasar a la tercera generación, sin embargo, se constató en ocasiones la omisión de los pronombres, como en el ejemplo (5), página siguiente, a pesar de que las formas verbales y los títulos de tratamiento (ej.: “señora”) se correspondían con la tercera persona. La escasa competencia en español de DZ36 la llevó a compensar la falta del pronombre con otras estrategias, como las explicaciones (“tengo unos familiares que me van a estar esperando…”, “mi automóvil no enciende”, etc.), los atenuadores (“perdón”, “me da mucha pena”, “por favor”) y el compromiso de hacer un último esfuerzo por poner a funcionar su propio auto, todas éstas, estrategias de cortesía negativa. Ervin-Tripp (1972) menciona que, en lenguas con más de un pronombre de tratamiento, es necesaria una exposición intensa y prolongada a la lengua para conocer bien las reglas de alternancia por las que se rigen los dobletes pronominales, si es que se quiere lograr total competencia comunicativa en este aspecto. La autora menciona que existen casos en los que los individuos bilingües pueden emplear el cambio de códigos para evitar el uso de las formas de tratamiento. Sin embargo, a pesar de la poca exposición a la norma, la hablante logró su objetivo de mostrarse formal ante el oyente usando el español compasión y complacer los deseos, intereses y necesidades del oyente. Las estrategias de mitigación de la cortesía negativa son evitar hacer presuposiciones sobre el interlocutor, demostrar deseo de no imponer nada al oyente, ser indirecto, disculparse, minimizar la imposición y hacer preguntas en vez de afirmaciones. 6 Con los hablantes de todas las generaciones se mantuvo una conversación informal después de realizar las dramatizaciones con el propósito de estimular la producción de léxico y observar el uso de la concordancia a todos los niveles, además del manejo de las formas verbales. Las faltas de concordancia gramatical, densidad léxica y capacidad de elaborar oraciones complejas en español hicieron concluir que de todas las participantes de la tercera generación, DZ3 era la que menor nivel de suficiencia tiene en español. Para medir el nivel de suficiencia se siguió lo hecho en investigaciones anteriores, como la de Said-Mohand (2006): observar y tener en cuenta los errores o violaciones a los tres aspectos mencionados anteriormente, considerando que “error” es todo aquello que difiera del español normativo. Estudiosos como Zentella (1997) y Lynch (1998) afirman que un debilitamiento en el sistema verbal refleja, también, una disminución en la capacidad de uso de otros aspectos del habla (entre ellos, el lexical y el morfosintáctico). 92 Los usos de “tú” y “Ud.” en los actos de habla (5) DZ3: Mira, señora, perdón, me da mucha pena, pero tengo unos familiares que me van a estar esperando en el aeropuerto y mi carro no enciende. Primero voy a chequear si mi carro tiene algo con la batería o algo pa’ arreglarlo. Por favor, si tiene un chance para llevarme al aeropuerto. En general se observó que los hablantes de tercera generación prefirieron el uso del “tú”, para dirigirse a un oyente con quien estaban en disparidad de poder y con quien tenían más distancia, como se observa en los ejemplos (6) y (7). La excepción se encuentra en el enunciado (8) en el que la hablante sí demostró manejo de la forma deferencial como en el habla estándar (6) AC3: María, yo tengo unos familiares que vienen a visitarme por primera vez y me hace falta que… me hace falta llegar al aeropuerto, pero el carro no me arranca. Entonces, si tú me haces ese favor, te lo agradecería. (7) DP3: María, yo tiene un problema, mi familia viene, ellos están en el aeropuerto, mi carro no está funcionando, si, por favor, me puede dar... hacerme un favor y me lleva al aeropuerto a coger mi familia. Y tú tienes un carro que está, tú sabes, tiene suficiente espacio pa’ mi familia. ¿Tú me puedes llevar? (8) LP3: Ay, Carlos, es que tengo que ir al aeropuerto y, ah, el carro no me enciende, si Ud. puede llevarme o, quizá si me puede prestar el carro se lo traigo pa’ atrás. DRAMATIZACIÓN DE LA SITUACIÓN 2: MÁS PODER/ MÁS O MENOS DISTANCIA En la situación 2, (+ poder/+/-distancia), los hablantes debían pedir a su interlocutor, en este caso un empleado bajo su tutela, que acelerara el proyecto en el que se encontraban ambos trabajando. Cabe acotar que, según Scollon y Scollon (2001), cuando los hablantes tienen más poder que el oyente, la distancia entre ambos no juega un papel importante. Se observó en la segunda generación que el uso del pronombre “Ud.” sirvió para enfatizar la posición de poder del hablante y coaccionar al oyente, como se ve en el ejemplo (9). Igual es el caso del ejemplo (10), donde si bien el pronombre no aparece implícito en la petición, su uso dentro del enunciado es estratégico y cumple con la función de ratificar la jerarquía del hablante frente al oyente (9) JG2: Carmen, lo siento mucho, pero Ud. tiene inmediatamente que empezar a hacer este trabajo y terminármelo, no hay opciones. Tiene que estar terminado y hay que terminarlo y si no, no se puede ir para la casa. Y si se va, tan amigos. (10) LJ2: Eh, mire, Carmen, estamos en, en una situación que el proyecto se tiene que terminar y veo que... Ud. está un poquito atrasada. ¿La pudiera ayudar para terminar o, o puede conseguir a alguien que la ayudara a terminar el proyecto? 93 Carolina Gutiérrez-Rivas En el ejemplo (11), abajo, la hablante comienza su enunciado siendo informal y emplea primero el pronombre “tú”, pero como se verá, inserta el pronombre formal en los momentos en que desea acortar la distancia con su interlocutor y mostrarle que se identifica con sus problemas. Como se observará, la repetición continua del pronombre “Ud.” a lo largo del enunciado sirvió de objetivo doble a la hablante: el de reforzar su posición de autoridad ante el oyente, y a la vez hacerle entender que existe un lazo de empatía entre ambos (11) LK2: Héctor, ¿cómo estás? Mira, Héctor, tú sabes que este proyecto es algo importante, y yo estoy de verdad lo más embullada de poder trabajar con Ud. Yo sé que Ud. tiene buenas intenciones, yo sé cómo es la vida en Miami, que todo el mundo está extremadamente ocupado, pero mire, le voy a decir la verdad, me estoy preocupando un poco, porque todavía no, no ha podido presentar los materiales y de verdad que ahora me urge que Ud. por favor, eh, eh... me traiga los materiales, porque ya la fecha se aproxima, y quiero saber de qué forma yo puedo facilitarle para que Ud. me traiga lo que me hace falta, porque así podemos seguir adelante con el proyecto. Es preciso resaltar en este punto que, tal como refleja el ejemplo (11), algunos de estos bilingües están haciendo un uso de los pronombres de tratamiento que no concuerda con lo afirmado por Ardila (2003) para quien el pronombre “Ud.” está reservado a personas de rango superior o igual. Es decir, que en el español normativo, se esperaría encontrar el uso de “tú” frente a un subalterno o alguien de rango igual o inferior. En este ejemplo en particular, el uso de los pronombres tampoco se compagina con lo documentado por Lipski (1996) quien afirma que el tuteo ocupa el lugar del ustedeo en circunstancias de tipo formal en el español monolingüe de Cuba. Contrariamente, en este caso, el uso del pronombre formal se asemeja a lo documentado por autoras como Uber (1985) y Hasbún y Solís (1997), quienes describen un uso dual del pronombre “Ud.” con el propósito de reflejar formalidad con ciertos oyentes, e identificación y solidaridad con otros. Por su parte, los hablantes de tercera generación mostraron preferencia por el pronombre de solidaridad “tú”. Si bien hubo un intento por parte de DZ3, en (12), de mostrarse formal con el interlocutor al emplear el pronombre “Ud.” en función de vocativo, optó por realizar su pedido usando el pronombre “tú” (12) DZ3: Mira, Ud., esto es muy importante y necesito que tú me hagas esto. En el ejemplo (13), el hablante emplea el pronombre informal y hace una repetición enfática del pedido a la vez que ejerce coacción sobre la oyente e impone su jerarquía o superioridad ante ésta. En el ejemplo (14) se incluye el enunciado de otro participante que también elige formular su pedido con el pronombre “tú”. En ambos casos, el “tú” funciona como un intensificador, estrategia usada cuando el riesgo a perder la imagen es muy bajo. Cabe 94 Los usos de “tú” y “Ud.” en los actos de habla destacar que, probablemente, el uso de los pronombres en estos dos ejemplos sean los que más se asemejen a la norma monolingüe del español de Cuba (13) DR3: Carmen, tú tienes que trabajar un poquito más porque este proyecto es muy importante para mí y para la comunidad y, estoy un poquito bravo ahora, porque tú no estás trabajando nada. Si tú puedes ayudarme un poquito... I’d appreciate it... Lo voy a apreciar muchísimo. Y si no, yo tengo que encontrar a alguien que pueda hacer el trabajo, porque ahora tú estás un poquito preocupada y desorganizada. (14) EL3: Carmen, ¿tú puedes darme el proyecto? Lo necesito ahora. DRAMATIZACIÓN DE LA SITUACIÓN 3: MENOS DISTANCIA/MENOS PODER En la situación 3, los hablantes no se encontraban en una posición de desventaja ni de distancia con su interlocutor. En este caso, debían pedir a su comadre, compadre o mejor amiga o amigo que les prestara un dinero hasta finales del mes. Las relaciones no verticales parecieron promover, entre los hablantes de segunda generación, tanto el uso explícito del pronombre personal “tú” (ejemplo (15)), como de las formas verbales de la segunda persona y/o la omisión del pronombre (ejemplos (16) y (17)). De igual manera, tal como se observa a continuación, en ninguno de los tres casos se dio la alternancia de formas gramaticales de la tercera persona con las de segunda, como sí se vio en las situaciones en las que los hablantes presentaban más distancia y menos poder que el oyente. Nótese que, aparte del uso del pronombre de solidaridad y de las formas de segunda persona, los hablantes también crearon nexos de empatía con el interlocutor a través de las explicaciones, justificaciones y atenuantes (como “por favor”, etc.), con los que buscaban moderar la imposición del pedido (15) LK2: Ay, María, mira, mira lo que me ha pasado. Tú sabes que yo soy maestra y yo no trabajo en el verano y estamos un poco cortos, eh, eh... con respecto a la situación económica en este momento y me da mucha pena, pero me has, tú te has brindado en el pasado a ayudarme si se me presenta alguna situación económica difícil, y ahora se me ha presentado, y yo empiezo a cobrar en septiembre. Yo te agradecería mucho porque tengo un pago ahora que tengo que pendiente, que tengo que pagar y no tengo el dinero en este momento, si tú me harías el gran favor de, eh, de prestarme el dinero hasta que yo comience a trabajar. Tú sabes que yo soy buena paga. (16) RR2: Mira, tengo este problema donde tengo que pagar esta cuenta, eh, hoy es el último día que lo puedo pagar, no tengo dinero, a lo mejor cobro el viernes y el viernes te doy el dinero para atrás. ¿Me pudieras para poder pagar la cuenta? (17) EL2: Gabriel, penosamente te voy a pedir un favor. Mira, en este momento yo he pagado una cuenta y se me ha sobregirado la cuenta de ahorros. Son cien dólares, a mí me pagan el viernes. Por favor, si está a 95 Carolina Gutiérrez-Rivas tu alcance, ¿me pudieras prestar cien dólares hasta el viernes para que esa cuenta no me sobregire? En la tercera generación se observó preferencia por el pronombre “tú”, como en (18), o por la omisión del pronombre y uso de las formas gramaticales correspondientes a la segunda persona (ejemplos (19) y (20)). En estos últimos dos ejemplos se llega a la atenuación por medio de las explicaciones y las promesas (18) EL3: Carlos, mira, necesito dinero porque... tengo ¿una deuda? Una deuda y necesito dinero. ¿Tú puedes darme cincuenta pesos? (19) LM3: ¡Lizzie, Lizzie, por favor! Tengo un problema, que tengo que pagar unas deudas y no tengo dinero, y yo sé que su, tú, tú eres una buena amiga mía y... tú sabes que yo te lo pago en, la semana que viene o cuando quieras, pero por favor si me lo puedes prestar te lo agradezco mucho. (20) AC3: Tú sabes que yo nunca te pidiera dinero, y solamente una situación que no tengo otra opción, si me lo pudieras prestar y yo te lo devuelvo cuando pueda. Sin embargo, se observó un caso, el (21), en el que, a pesar estar tratando con un interlocutor de igual rango, la hablante empleó el pronombre de deferencia “Ud.”, alternado con formas gramaticales de segunda y tercera persona. En este ejemplo, la hablante no sólo intenta salvaguardar su propia imagen, sino que da muestras de consideración hacia su interlocutora al ofrecer explicaciones y concretar una fecha para devolver el préstamo, puesto que comprende el peso que impone su petición sobre la oyente (21) DZ3: Kika, otra vez, me da pena, pero mira, que tengo esto que tengo que pagar... la deuda, lo que sea, si me lo puede prestar, y mira, me van a pagar esta semana y vamos a ver si con tiempo te pago, entre dos meses o lo que sea, si Ud. lo tiene ahí..., pero si lo tiene sin usar, if you have it at hand, si me lo puede prestar para esto y yo te pago entre lo que sea el tiempo. En general, en sociedades más solidarias, como la cubana, se esperaría encontrar el pronombre formal con personas con quien se tiene una relación vertical (+/-poder), pero no en situaciones donde la distancia y el poder son iguales. Blas Arroyo ha hecho notar que el corolario del poder en su aplicación al sistema pronominal es la elección de formas diferentes según la jerarquía relativa del interlocutor: “el superior dirige T al inferior mientras recibe V de éste” (1994:24). Asimismo, el autor señala que variables sociales como las de relaciones de parentesco y las afinidades de grupo (sexo, edad, nacionalidad, aficiones, afiliaciones) promueven el trato de solidaridad. Lo que se observa en este grupo de bilingües es que, por poseer una dimensión psicosocial diferente, su uso de los pronombres de tratamiento en español responde básicamente al contexto particular de habla (muy diferente al monolingüe) en el que éstos interactúan. Por la falta de 96 Los usos de “tú” y “Ud.” en los actos de habla lo que Blas Arroyo llama “experiencia intuitiva previa” (1994:28), los bilingües usan el pronombre de deferencia para atenuar la petición ante un interlocutor con el cual no tienen distancia social, pero frente a quien, dado el peso de la petición, sienten un enorme riesgo a perder la imagen. Hay que recordar que Miami, como una de las urbes más cosmopolitas del mundo, es una ciudad cuya economía ha florecido gracias a las industrias turísticas, televisivas y disqueras, donde se da importancia a las tiendas, la moda, las compras, a las mansiones de lujo de ricos y famosos y donde, por ende, el dinero y las apariencias ejercen mucho peso, culturalmente hablando. Por lo tanto, no es de extrañar que los bilingües que se han criado en ella sientan la preocupación de proteger la apariencia y salvaguardar la imagen frente a los demás, incluso ante personas que les son cercanas, cuando se trata de asuntos como el financiero. INFORME SOBRE EL PROTOCOLO DE AUTOEVALUACIÓN ORAL Al finalizar la dramatización de las situaciones específicas, se realizó, con cada hablante, un protocolo de autoevaluación oral, en el que se les preguntó a los participantes si al dirigirse a personas con quienes tuvieran poca confianza lo hacía usando el pronombre “tú” o “Ud.”. Se usó sólo la variable de más distancia social en la pregunta asumiendo que con menos distancia el uso del “tú” sería invariable, dado lo que se ha discutido anteriormente sobre la tendencia hacia la cortesía de solidaridad de la sociedad cubana, apoyado en autores como Lipski (1996) y Ruzicková (1998, 2006, 2007). Los resultados obtenidos ayudaron a enriquecer el análisis con una perspectiva sobre lo que opinan estos hablantes de su propio uso de los pronombres, y fueron los siguientes: 60% de los encuestados afirmó que, al tratar con personas con quienes tienen poca confianza, usan siempre el pronombre “Ud.”, 30% afirmó usar el pronombre “tú”, y 10% contestó que no sabe. Las cifras sugieren que estos bilingües se perciben a sí mismos como más formales, ya que creen usar más el pronombre de deferencia, “Ud.”, que el pronombre de solidaridad, “tú”. Sin embargo, al cuantificar el número de actos de habla en los que aparece el “Ud.” y en los que aparece el “tú”, se observó que la tendencia es hacia el uso de este último. Posteriormente, al comparar estas cifras con las de los enunciados que presentan omisión de pronombre, pero en los que A) predominan las formas verbales de segunda persona, o B) predominan las formas verbales de tercera persona, se concluyó que, en general, la tendencia de este grupo de hablantes es a mostrar solidaridad a través del pronombre “tú”, o las formas verbales que concuerdan con este pronombre. A continuación se muestra, en la Tabla 1, la contabilización de los enunciados en los que se produjo cada pronombre, más la omisión de los mismos con las formas verbales de la segunda o la tercera persona. Se entiende por enunciado todo el discurso que contiene, comprende y rodea al acto de habla. 97 Carolina Gutiérrez-Rivas TABLA 1 Cuantificación del uso u omisión de los pronombres “tú” y “Ud.” por parte de los bilingües cubanoamericanos de segunda y tercera generación Enunciados Uso explícito de “tú” Omisión de “tú” (Uso de las formas de solidaridad) Uso explícito de “Ud.” Omisión de “Ud.” (Uso de las formas deferenciales) Segunda Generación n (%) 30 (50) Tercera Generación n (%) 30 (50) Total n (%) 60 (100) 3 8 (13) 11 (18) 14 (23,3) 19 (32) 33 (55,3) 5 (8,3) 2 (3,3) 7 (11,6) 8 (13) 1 (1,6) 9 (14,6) (5) Como se observa en la Tabla 1, los porcentajes reflejan que, en el continuo generacional, la tercera generación presenta las frecuencias más altas de uso del pronombre “tú”, así como la omisión del mismo, pero con un elevado índice de formas gramaticales correspondientes a la segunda persona. La segunda generación, sin embargo, presenta poca diferencia entre el uso de los pronombres “tú” y “Ud.”, aunque también muestra cierta tendencia a usar más las formas de solidaridad, es decir, las que corresponden a la segunda persona. De igual modo, al comparar lo obtenido en el conteo con lo informado por los hablantes en el protocolo de autoevaluación oral, se observó discrepancia entre la percepción de estos bilingües sobre su propio uso de los pronombres con la producción real. Como se mencionó, un 60% de los entrevistados considera que usa siempre el pronombre “Ud.” con personas con las que la distancia social es mayor, pero el análisis cuantitativo reveló que estos bilingües utilizan el pronombre “tú” y las formas gramaticales correspondientes a la segunda persona en un 73% de las veces. Un análisis tabular bivariado con Chi cuadrado, con un nivel de significancia predeterminado en 0,05 reveló que el valor de P no es significativo entre las dos generaciones (P = 0,20). RESUMEN Y REFLEXIÓN FINAL Hemos descrito la variación del uso de los pronombres de deferencia y solidaridad, “Ud.” y “tú,” para efectos de empatía y distanciamiento en los actos de habla, por parte de un grupo de veinte bilingües cubanoamericanos residenciados en la ciudad de Miami, Florida. En un esfuerzo por ilustrar una faceta de la situación pragmática actual de esta comunidad, se incluyó una cantidad sustancial de enunciados que mostraban que la inserción en la petición del pronombre deferencial 98 Los usos de “tú” y “Ud.” en los actos de habla “Ud.” y, en algunos casos, las formas verbales de tercera persona, sirven tanto de atenuadores como de intensificadores y tienen una intención específica: ayudar al hablante a establecer su estatus frente el oyente. En otras palabras, en el discurso de los bilingües, este pronombre cumple con una doble función pragmática: la primera es la de ensalzar al oyente y expresarle empatía y consideración, sin importar si las relaciones son de tipo simétrico o asimétrico. La inserción del pronombre formal en puntos específicos del discurso se debe más a la necesidad pragmática y la intención de fijar una postura de respeto y consideración frente al oyente (recuérdense ejemplos como el (2), el (11) y el (21)); o la de marcar distancia con el interlocutor cuando se está en una posición de autoridad (como por ejemplo en (9) y en (10)). En cuanto al pronombre de solidaridad, “tú”, y las formas verbales correspondientes a la segunda persona, se observó que los bilingües los usan con más libertad en los casos en los que la distancia no es importante, o bien porque el hablante tiene más poder, o bien porque ambos interlocutores tienen una relación no vertical. El uso del pronombre informal sigue teniendo la función de mostrar solidaridad y empatía (como se vio en ejemplos como el (12), (15) y (18), entre otros). Igualmente, se produjeron casos que, en español monolingüe, serían considerados como “polimorfismo”, y que consisten en el uso de ambos pronombres con un mismo sujeto. Sin embargo, la alternancia de ambos pronombres, así como de las distintas formas gramaticales de segunda y tercera persona, no se puede atribuir exclusivamente al polimorfismo observado en el habla monolingüe, debido a que el español de los bilingües se ve afectado por factores externos que poco interfieren con el habla monolingüe, tales como un contexto sociocultural con una lengua dominante distinta al español y la poca frecuencia de uso del segundo idioma. Al respecto, Blas Arroyo (2005) ha comentado que si bien los empleos de “tú” o “Ud.” responden a maneras de actuar ritualizadas que han sido postuladas innumerables veces por la tradición gramatical como una dicotomía conceptual (lo solidario y familiar vs. lo distante y cortés), tales usos pueden diferir entre las diversas comunidades de habla, o incluso dentro de una misma comunidad de habla, con sociolectos diferentes. Lo observado en la presente investigación sustenta la noción de que lenguas como el español, cuyas gramáticas reflejan las diferencias pragmáticas y sociales de sus hablantes, son objeto de cambio lingüístico constante. Estos bilingües usaron explícitamente las formas de tratamiento dependiendo de su posición frente al interlocutor y su deseo de salvaguardar su imagen o de crear un nexo con éste, sin acatar necesariamente la norma de “tú” = (-deferencia/+solidaridad), “Ud.” = (+deferencia/-solidaridad). Se infiere que una razón de peso para el uso alternado de los pronombres y las distintas formas gramaticales se debe en gran medida a que la socialización de los hablantes de segunda y tercera generación ha ocurrido en los Estados Unidos, donde han recibido toda la escolarización en inglés (lengua que además consiste de un solo pronombre de tratamiento para la 99 Carolina Gutiérrez-Rivas segunda persona (“you”)), y donde predomina más el inglés que el español en contextos y dominios socialmente formales (la educación, el gobierno, la prensa). Por último, también se concluye que la variable externa de la edad también es otro factor que puede estar contribuyendo al favorecimiento de la forma pronominal informal, “tú”, sobre la formal, “Ud.”. Como se recordará, los bilingües de tercera generación (de edades comprendidas entre los 18 y los 28 años de edad) tendieron a usar mucho más el pronombre de solidaridad, lo cual puede deberse a un cambio en marcha propio del español, que también se está observando en otras regiones del mundo hispano. Blas Arroyo (Tú y Usted) explica que sus datos: “confirman que el avance de la forma pronominal de solidaridad máxima (tú) se desarrolla principalmente a partir de los grupos de edad más jóvenes” (33). Más adelante, el autor afirma que este fenómeno “es una prueba de los cambios latentes que en torno a este fenómeno sociolingüístico se están produciendo en la sociedad española actual” (39). Debido al auge que han cobrado últimamente los estudios sobre los actos de habla y cortesía dentro de la lingüística hispánica, se sugiere que para futuras investigaciones se indague más sobre el uso de los pronombres de tratamiento en otras comunidades de habla bilingües, así como también sobre otras diferencias pragmáticas que presentan los bilingües de origen hispano en los EE.UU. Universidad Simón Bolívar (USB)* Departamento de Lengua y Literatura Edif. EGE, oficina 306-A. Edo. Miranda, Apartado 89000 Valle de Sartenejas, Caracas (Venezuela) [email protected] BIBLIOGRAFÍA Ardila, Alfredo. “Spanglish: an anglicized Spanish dialect”, en Hispanic Journal of Behavioral Sciences 27-1, (2005):60-81. Ardila, J.A.G. “Variables sociopragmáticas de contextualización y niveles de concreción de la cortesía en castellano e inglés”, en Revista Electrónica del Departamento de Español y Estudios Internacionales, Instituto de Lenguas y Estudios Interculturales 3 (2003):1-21. 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Para el análisis se utilizan referencias contextuales tomadas de la biografía del autor y del período histórico en el cual vivió Vallejo, en particular las referencias a la filosofía existencial y marxista. Así mismo, se parte de las nociones de hombre-Adán y hombre-Cristo como expresivas de la visión personal que se manifiestan en el idiolecto poético de Vallejo. Palabras clave: Vallejo, isotopía, conciencia trágica, Dios, infancia, mujer. Abstract We analyze the collection of poems titled Los heraldos negros by César Vallejo, with the object of determining the fundamental isotopies which articulate the vision of the world expressed in these poems. From the isotopy we have named “tragic conscience”, the poetic text generates three new thematic isotopies (God, childhood, woman) which appear as a response to the absurd perception of life. For this analysis we use contextual references taken from the author's biography and the historic period in which Vallejo lived, particularly the references of Existential philosophy and Marxist philosophy. We also base this analysis on the notions of man-Adam and man-Christ as expressions of the personal vision which is manifested in Vallejo's poetic idiolect. Key words: Vallejo, isotopy, tragic conscience, God, childhood, woman. INTRODUCCIÓN El análisis de los poemas de Los heraldos negros (1918), de César Vallejo,1 debe enmarcarse en el descubrimiento, por parte del poeta, del sentimiento absurdo de la vida. 1 César Abraham Vallejo Mendoza (Santiago de Chuco, Perú, 1892; París, Francia, 1939). Durante los años anteriores a la publicación de Los heraldos negros, Vallejo sufrió terribles momentos que sin duda marcaron su personalidad y que, de modos diversos, se trasmutan en su palabra poética: “Perdió su puesto como profesor después que se negó a casarse con una mujer con la que había tenido una aventura amorosa, su novia murió después de un aborto fallido al que él la había inducido, su madre murió en 1920, y luego fue encarcelado durante 105 días después de su regreso a su casa en Santiago de Chuco, donde esto encendió un escándalo” (Biographybase, www). A partir de ahí se presentan tres soluciones en las cuales la sensibilidad poética busca satisfacción para su situación real, en este caso, desgarrada y trágica. Publicó, José Enrique Finol Ninguno de los aspectos que intentamos destacar se encuentra desligado de los otros: la unidad esencial viene dada por la unidad del ser-enunciador y la unidad de la obra, pues Los heraldos negros muestra una profunda coherencia temática. Sin embargo, las contradicciones aparentes de algunos poemas o, mejor, las diferentes soluciones que la palabra presenta, no son sino la búsqueda propia de una conciencia ultrasensible, característica del poeta, y de un compromiso con la unidad misma que exige una solución final, sin que ésta deje de ser transformada y transformante. Hemos querido destacar tres isotopías2 ––Dios, la infancia y la mujer–– principales que se desarrollan a partir del descubrimiento de la conciencia trágica, el sentimiento de lo absurdo de la vida, que caracteriza al poemario. Como afirma Carretero Gramage, “la conciencia trágica es el límite aquí y ahora, una previsión de que la eventualidad trágica pueda ya haber comenzado a andar, lo cual relativiza todo contexto vital en sus facetas de solidez y seguridad” (en línea). Se trata, sin duda, de esa concepción trágica y pesimista de la vida que impregna la filosofía y la estética de Schopenhauer (Silveira Laguna, en línea), pero que para Möller se define como “Exigencia de síntesis, de unión de los contrarios, esta es la esencia de la conciencia trágica” (en línea). En los siguientes poemarios Vallejo encontrará otras soluciones y transitará otros caminos. Para los objetivos del presente trabajo esos caminos nos interesan en menor medida que los presentados en Los heraldos negros. Luego de analizar los tres aspectos que nos hemos propuesto ––Dios, retorno a la infancia, la mujer––3 trataremos de lograr una solución total, producto de la lectura entre líneas de las sutiles relaciones que unen a cada uno de los versos con los otros y a cada uno de los poemas con el resto. Es decir, trataremos de formular, con base en los resultados obtenidos, una metáfora global que permita, por lo menos, alcanzar algunas de las estructuras semióticas que articulan el poemario. Como veremos, existe una relación directa entre la búsqueda desesperada de Vallejo, enunciador de una felicidad perdida, el retorno a la infancia y el deseo/temor de la muerte. También entre éste y su visión de la mujer y de Dios. también, Trilce (1922), Escalas melografiadas y Fabla salvaje (1923), la novela Tungsteno y el cuento Paco Yunque (1931), la obra de teatro Lock-out (1932), Sermón de la Barbarie (1937), Poemas humanos (1939) y España, aparta de mí este cáliz (1940). Contra el secreto profesional y El arte y la revolución, escritos en 1930-1932, se publicaron en 1973. 2 Greimas define la isotopía como “la recurrencia de las categorías sémicas, sean éstas temáticas (o abstractas) o figurativas” (1979:198-199). 3 “La crisis de Vallejo no podía acabar, por ende, sino en tres soluciones: 1) la religión, pero su contacto con ella no le mostró proyecciones totalizadoras, 2) el suicidio, que gracias a Dios no cometió y 3) el comunismo, es decir, la ideología política entendida como instrumento de acción” (Escobar, en línea). Esta visión de Escobar, que abarca la obra general de Vallejo, ignora, en nuestra opinión, las otras dimensiones de la búsqueda del poeta peruano: la mujer y la infancia, cuya fuerza marca decisivamente la visión del mundo que se expresa en Los heraldos negros. 104 Los heraldos negros de César Vallejo Esta búsqueda del poeta-enunciador, según veremos finalmente, encuentra en la acción y en la poesía el compromiso completo con sus percepciones de la realidad. Si Vallejo en Los heraldos negros da a la poesía dimensión redentora, posteriormente confiere a la acción política la forma concreta práctica de su compromiso. Sin embargo, no abandona la poesía. Por eso su redención es por la palabra; visión desgarrada inicial que culmina con un compromiso real y sincero. Vallejo es no sólo un poeta, es el poeta del hombre, de la solidaridad humana. Sin embargo, en Los heraldos negros Vallejo es también confusión y, más que esto, es búsqueda de una unidad ausente y de una felicidad perdida. LA CONCIENCIA TRÁGICA: LA MUERTE Según nuestra hipótesis, el descubrimiento del ser-para-morir constituye la isotopía general, subyacente que genera, anima y motiva numerosos poemas de Los heraldos negros. Para una personalidad cuya infancia estuvo marcada por lo 4 religioso, la situación que provoca el encuentro con esta realidad necesariamente se orienta hacia una angustia constante. Vallejo se dobla ante esos “golpes” que “abren zanjas oscuras / en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte” (“Los heraldos negros”, 9). La crisis espiritual producto de esas “caídas hondas de los Cristos del alma” se refleja directamente en la obra poética. Sensibilidad de introvertido, Vallejo deja caer, sutilmente, sus angustias y tensiones en sus versos. Si nos atenemos a las explicaciones existencialistas, la soledad, como principio de la angustia, da inicio a las preguntas que el hombre se hace sobre su origen y destino, sobre su esencia, sobre su papel en la vida. Es después del enfrentamiento con un mundo hostil, lacerante, que se interpone entre el ideal y el hombre, lo que inicia, en la reflexión solitaria, la llamada duda existencial. Vallejo es, en no poca medida, el resultado de una angustia llevada creativamente hasta sus últimas consecuencias. Y en cierta forma, sus poemarios se adaptan a ciertas etapas de la vida, sin que por ello abandonen nunca el permanente lamento y el dolor por la desgraciada suerte del hombre. Proveniente de una familia de escasos recursos, Vallejo desarrolla un gran sentido de solidaridad con el hombre. La unidad del ser se rompe a partir del choque entre los ideales y la realidad cotidiana. Surge allí la angustia que inquiere del mundo una respuesta que éste no puede darle o que, por el contrario, la respuesta que le da es el anuncio permanente de un destino fatal, donde la muerte es, inevitablemente, el destino final previsto, a cuyo puerto es imposible no anclar. En las primeras décadas del siglo XX Vallejo descubre, al igual que Camus, Sartre (“la existencia precede a la esencia”), Heidegger y los demás existencialistas no teístas —herederos de Kierkegaard— que el destino necesario de la vida es la 4 Los biógrafos de Vallejo señalan que la carrera sacerdotal fue una de las primeras opciones de vida que tanto su familia como él se plantearon desde su edad más temprana. 105 José Enrique Finol muerte, que su nacimiento no tiene otra finalidad que el deceso, que la vida es, en tal sentido, un absurdo. Esta angustia se trasluce en numerosos poemas. Igualmente, este descubrimiento provoca la conciencia trágica, fatídica, que Vallejo vierte con fuerza desgarradora en sus versos. Es el alma descubierta dentro del mundo alienado, del hombre asesino del hombre, del homo homini lupus. Esta conciencia del absurdo lleva a Vallejo a mantener la muerte siempre presente Cerca de la aurora partiré llorando; y mientras mis años se vayan curvando, curvará guadañas mi ruta veloz. Y ante fríos óleos de la luna muriente, con timbres de aceros en tierra indolente, cavarán los perros, aullando, un adiós (“Sauce”).5 En el poema se toma, entonces, conciencia de un destino trágico y sobre ello se regresa una y otra vez; se constituye en leitmotiv obsesionante He soñado una fuga. Un “para siempre” suspirado en la escala de una proa (“Medialuz”, 19). ¡AUSENTE! La mañana en que me vaya más lejos de los lejos al Misterio, como siguiendo inevitable raya, tus pies resbalarán al cementerio (“Ausente”, 21). Vallejo se constituyó en lo que podríamos llamar el hombre-Adán. En efecto, el poeta se siente abandonado de Dios; sus culpas le han provocado la expulsión del Paraíso. Es el hombre pecador, poseedor de las culpas, que Vallejo interpreta como pecados contra el propio hombre y no contra Dios. Esta misma expulsión del Paraíso, que no es otra cosa que el mismo desarraigo del mundo, lo lleva a la solidaridad humana y de hombre-Adán se convierte, además, en el hombre-Cristo, redentor o, mejor, portador en sí mismo del sufrimiento de todos los 6 hombres. La poesía revela el grado de solidaridad con el hombre que sufre. La conciencia del absurdo no sólo le lleva a sentirse expulsado de la felicidad, del goce, sino a aliarse con todos los hombres que sufren. Es una solidaridad cósmica con el sufrimiento, con el hombre. Este fenómeno alcanza dimensión religiosa, una dimensión en la cual Vallejo se siente Cristo, concentrador de los pecados de la humanidad. Pero, además de esto, se siente usurpador de la justicia del hombre, siente que su presencia en el mundo ocupa el lugar de otro, que come lo que corresponde a otro 5 Cesar Vallejo. Los heraldos negros. Buenos Aires: Losada, 1961:20. Citaremos por esta edición. Martínez señala que esta identificación se realizará en dos direcciones, “bajo el dolor —Cristo doliente— y bajo el pecado —Cristo pecador––”; lo primero porque “en Vallejo (el dolor) es una constante no sólo vivida, sino asumida, pensada y reelaborada poéticamente” (1997:199). 6 106 Los heraldos negros de César Vallejo Todos mis huesos son ajenos; yo tal vez los robé yo vine a darme lo que acaso estuvo asignado para otro; yo pienso que, si no hubiera nacido, otro pobre tomara este café Yo soy un mal ladrón… a dónde iré (“El Pan Nuestro”, 72-73). Ni siquiera el refugio de lo humano, de su propia existencia, le pertenece. El poeta sufre su ser como el que podría pertenecerle a otro. Su lugar en el mundo podría corresponderle a otro. Su comida y su vestido, hasta sus huesos, son ajenos. La angustia de Vallejo va más allá de su condición de desarraigo, de expulsado del Edén. Para él no sólo basta la creencia fatídica y el convencimiento de que su vida no es otra cosa que un viaje inevitable hacia la muerte. Va aún más allá. Llega a plantearse su vida como daño para la comunidad humana. Siente que mastica lo que no le corresponde, que su alimento podría salvar la vida de otro pobre. Inmediatamente busca la manera de satisfacer el daño que hace, de reparar su culpa Se quisiera tocar todas las puertas Y preguntar por no sé quién; y luego ver a los pobres, y, llorando quedos, dar pedacitos de pan fresco a todos. Y saquear a los ricos sus viñedos con las dos manos santas que a un golpe de luz volaron desclavadas de la Cruz (“El Pan Nuestro”, 72-73). El poeta se enfrenta a la injusticia humana dispuesto siempre a defender a los que sufren en contra de los que hacen sufrir. Se ha convertido en el hombre-Cristo, redentor humano. Pero este Cristo es válido en cuanto tiene de liberador del hombre y no en lo que implica como persona divina. El poeta toma el lugar del Nazareno en la Cruz para cargar con los pecados del hombre; se trata del pecado percibido y sentido como parte de una dimensión cósmica que es profundamente humana. Podemos concluir, en consecuencia, que Vallejo, en primer término, busca una satisfacción que no encuentra a su desarraigo interior, a su conciencia de lo absurdo, a su Dasein, como Heidegger diría. Son varios los efectos que producen en el poeta su situación de desheredado de la gracia de Dios y de ser condenado a la muerte; lo obsesiona la idea de la partida: “Toda su poesía está dominada por ese rapto de la partida y de la huida. Vallejo es el desarraigado; pero a la vez que lo dispersa, el desarraigo lo concentra en sí mismo, lo ensimisma” (Sucre, 1967). Este ensimismamiento es lo que le permite buscar una salida a la crisis existencial que satisfaga sus exigencias. Una de esas primeras soluciones es la idea de Dios, quizá, ya desechada desde el comienzo pero siempre presente. 107 José Enrique Finol DIOS, EL AUSENTE En principio, podría decirse que Dios, el Dios que Vallejo conoce, es un ser ausente de la realidad humana, incapaz de comprender el enorme sacrificio del hombre. En tal sentido, Jesucristo es diferente a Dios, pues mientras a éste lo percibe como un actor cercano de lo humano, a aquél lo concibe como ajeno y alejado, como distante y ausente. Para Vallejo, finalmente, Dios se encuentra como sempiterno observador del hombre que jamás ha sufrido lo que él. Por eso afirma Dios mío, si Tú hubieras sido hombre, hoy supieras ser Dios: pero Tú, que estuviste siempre bien, no sientes nada de tu creación. Y el hombre si te sufre: el Dios es él (“Los dados eternos”, 90-91). El refugio que Vallejo podría encontrar en Dios es desde el mismo comienzo una solución negada. En buena parte se encuentra dentro de esa caída de valores propia de la crisis existencial inicial. Vallejo, de espíritu religioso, sufre en mayor grado aún esa “caída honda de los Cristos del alma”. Mosto de Babilonia, Holofernes, sin tropas en el árbol cristiano yo colgué mi nidal; la viña redentora negó amor a mis copas (“Pagana”, 89). Vallejo, como decía anteriormente, no ha encontrado lugar en la mesa divina, se siente expulsado, ajeno completamente a “la vida redentora”. Es el resentimiento contra ese Dios inhumano, el que hace que el poeta lo increpe duramente, echándole en cara su indiferencia ante el hombre. En el poema “Espergesia” (107-108), Vallejo habla claramente de su distancia de Dios, de su no filiación divina, de su pertenencia a la raza humana. Yo nací un día que Dios estuvo enfermo, grave. Y Dios que abandonó al hombre no podrá ya jamás conquistar su favor; no podrá jugar más con él Dios mío, y esta noche sorda oscura, ya no podrás jugar, porque la Tierra es un dado roído y ya redondo a fuerza de rodar a la aventura que no puede parar sino en un hueco, en el hueco de inmensa sepultura (“Los dados eternos”, 90-91). Para el poeta, Dios se ha convertido en el azar, en el destino, no rige nada ni maneja los destinos de nadie. Dios se ha disfrazado de suertero para aparentar aun 108 Los heraldos negros de César Vallejo su presencia en el mundo. El hombre no cree en él sino por la superstición, por la esperanza de que el azar lo premie algún día. El poema “La de a mil” contiene la concepción de Dios como destino, como azar Pasa el suertero que atesora, acaso nominal, como Dios, entre planes, tentálico, humana impotencia de amor (“Los dados eternos”, 90-91). La impotencia de amar de Dios y la incapacidad de su realización concreta han hecho que éste sólo sea un disfraz que engaña al hombre. Vallejo, como anotamos, es el hombre “ya lejos para siempre de Belén” (“Comunión”,11-12), necesariamente desarraigado del amor divino y, al mismo tiempo, obsesionado por la idea de la muerte. En cierta forma culpa a Dios de ese destino que lo condena a reptar hasta llegar a “la pared / de enfrente de la vida /” (“Santoral”, Parágrafos, 93). La abundancia del lenguaje religioso demuestra el íntimo enlace que el espíritu del poeta peruano guardaba con ese elemento. Vallejo evidenció desde el comienzo un espíritu místico, afecto a la reflexión interior. Sin embargo, a pesar del profundo desarraigo que Vallejo siente ante la idea de Dios, no puede su espíritu dejar de elevarse hacia algo que está más allá de él. Es la manifestación típica del espíritu religioso, lo que se expresa también en el casi centenar de veces que este sustantivo aparece en los versos de Vallejo (Zilio en Martínez, 1997:195), y que lleva a Martínez a afirmar que “el sentimiento de lo divino es primario en Vallejo” (1997:196). A pesar de lo inhumano que la idea divina representa para él, no puede dejar de sentirlo, de palpar su presencia aun dentro del sufrimiento interior. Es algo más que una presencia universal o panteísta. Vallejo concibe al ser divino como algo personal, propio, de relación directa y única. Por eso cuando habla de él lo hace en esa forma directa, como se habla a un amigo con quien, después de la más agria discusión, se vuelve a ser siempre el más amistoso. En sólo uno de los poemas de Los heraldos negros se encuentra esa confesión directa y sencilla. Se trata de Dios Pero yo siento a Dios. Y hasta parece que él me dicta no sé qué buen calor, como un hospitalario, es bueno y triste; mustia un dulce desdén de enamorado: debe dolerte mucho el corazón (“Dios”, 96). Pero, también, como cualquier amigo, el poeta llega hasta el compañero en desgracia, ya no como enemigo, sino como refugio. La soledad tiende necesariamente hacia una salida: la comunicación. Y Vallejo busca la comunicación con un ser pretendidamente cósmico, universal. Por eso vierte en la palabra poética la sensación del vacío más extraordinario. Por eso busca refugio en Dios sólo cuando puede ser un amigo 109 José Enrique Finol Oh Dios mío, recién a ti me llego, Hoy que amo tanto en esta tarde; hoy Que en la falsa balanza de unos senos, Mido y lloro una frágil creación (“Dios”, 96). Pero Dios, a pesar de todo, no puede ser el que satisfaga en plenitud el alma desesperada y absurda del hombre; él no podría llenar el enorme vacío interior que representa el destino trágico, la conciencia de lo absurdo. Después de la expulsión del Paraíso el hombre no puede volver los ojos a Dios, se ha convertido en ausente. La idea del ser divino es antagónica al hombre una vez que éste, en el seno de la soledad interior, se ha percatado de su destino trágico, de su signo fatídico. Los ojos del poeta no pueden adentrarse sino en el mundo que le es hostil. Y Vallejo es en gran medida un escudriñador del mundo, un mundo en el cual la solidaridad con el otro es no sólo la expresión de una actitud y una práctica política sino, más profundamente, la expresión de una manera de concebirse a sí mismo y al hombre universal. Las locuciones coloquiales, como lo destaca Buxó (1968), apuntan hacia una compenetración con el mundo familiar, entendido como una expresión del mundo humano. En las Canciones del hogar, por ejemplo, “se expande un modo de sentir y reanimar el ambiente de la casa paterna, la figura de la madre, la infancia, y la medida del mundo y de la vida que en ellos se condensa” (Escobar, en línea). En el lenguaje propio de ese ambiente familiar, Vallejo incorpora una serie de giros propios del habla, que en ocasiones trastoca pero que no escapan a la lectura detenida. Muchas expresiones son propias de un lenguaje nacional y hasta regional y Vallejo, salido del mismo seno de este lenguaje nacional, no puede eludirlas y configuran parte de su idiolecto poético No te hagas la que estás durmiendo (“Lluvia”, 94). Oye hermano, no tardes En salir. ¿Bueno? Puede inquietarse mamá (“A mi hermano Miguel”, 103-104). Aún será año nuevo. Habrá empanadas; y yo tendré hambre (“Enereida”, 105-106). Será dentro del mundo que el poeta conoce y dentro de las inclinaciones de su propio ser, donde Vallejo buscará entonces una satisfacción a su espíritu, una compensación al desgarramiento interior, una justificación de su vida y, de allí, una inserción militante en el mundo. O, como dirían los existencialistas, una forma de asumir su situación en el mundo. Si la idea de Dios no puede satisfacerle, el espíritu busca otros caminos. Vallejo, por fortuna, puede desbordar en la poesía el caudaloso torrente de su furia metafísica, de su desarraigo espiritual. En ocasiones se entrega deliberadamente al solaz en la expectativa de la muerte. Esta idea obsesionante no se aleja ni siquiera en el goce erótico, sensual. Por eso ––lo veremos más adelante–– la mujer representará, también, una forma de la muerte y, antitéticamente, una posible forma de resurrección. 110 Los heraldos negros de César Vallejo En la parte que hemos denominado “El retorno a la infancia”, veremos que la búsqueda del Paraíso,7 ––entendida en su doble sentido humano, retorno al vientre materno, y divino, retorno a la gracia religiosa–– no está emparentada con la idea de Dios sino con la de la inocencia. Dios queda en el plano del ser a quien se puede dirigir el hombre en la ausencia, pero sólo como oyente y en ningún momento, al menos para Vallejo, como compañero capaz de satisfacer la necesidad espiritual y el gran sentimiento de culpa que implica el sentirse pecador contra los humanos, de quienes él se siente extraordinariamente solidario. A veces la situación de desarraigo dentro del mundo interior y exterior lleva al poeta a la evasión. Y en no pocas oportunidades escribe poemas de evasión. Las añoranzas de un viaje son escapatorias de un gran deseo de salir del mundo que le rodea en esos momentos, de cambiar la situación. Hay muchos poemas donde la obsesión de la fuga y de la partida, como lo anota certeramente Sucre, son imágenes perennes, obsesivas. Esta fuga no es sólo el deseo de un cambio de lugar, como se ha dicho, más que otra cosa es una fuga metafísica: hacia la muerte Tus fríos capitanes darán orden; y quien habrá partido seré yo… (“Bordas de hielo”, 15). Te he soñado una fuga (“Medialuz”, 19). Yo digo para mí: por fin escapo al ruido; nadie me ve que voy a la nave sagrada (“Retablo”, 88). 8 Incluso los poemas de marcado tinte modernista manifiestan un sentido de escapatoria hacia lo exótico y lo extraño. Igual que muchos de los modernistas, Vallejo también utiliza la poesía como un medio de evasión. En Los heraldos negros son varios los poemas que han sido hechos pensando a lo modernista y varios otros registrando influencias del propio Rubén Darío. Algunos de ellos son “Deshojación sagrada” (10), “Nervazón de angustia” (13-14), “Nochebuena” (16), “Ascuas” (1718), etc. 7 “Nuestro comportamiento de incesante búsqueda parece confirmar que debimos de vivir en un estado más feliz que el actual. Puede que nuestra profunda memoria nos recuerde que nos merecemos una felicidad mayor, y por ello no cesamos de buscarla. Aunque también podrían ser los mitos sobre el paraíso perdido una justificación literaria de la fantasía de nuestros ancestros para un instinto de búsqueda innato en el ser humano; una entre tantas ocasiones en que la mitología escenifica en sus cuentos fantásticas explicaciones de los complejos impulsos humanos” (Marín, 1999, en línea). 8 Incluso los poemas de marcado tinte modernista manifiestan un sentido de escapatoria hacia lo exótico y lo extraño. Igual que muchos de los modernistas, Vallejo también utiliza la poesía como un medio de evasión. En Los heraldos negros son varios los poemas que han sido hechos pensando a lo modernista y varios otros registran influencias del propio Rubén Darío. Algunos de ellos son “Deshojación sagrada” (10), “Nervazón de angustia” (13-14), “Nochebuena” (16), “Ascuas” (17-18), etc. Oviedo ha analizado la influencia modernista en Vallejo y su condición de poeta vanguardista, prefigurador del surrealismo en América Latina (1988). 111 José Enrique Finol Podemos concluir, entonces, que la primera salida que el alma vallejiana busca a su situación de ser absurdo es una salida fallida. Dios no puede llenar el vacío interior que caracteriza el absurdo de la existencia. Buscará, entonces, unas nuevas salidas. Esta tendencia a encontrar una respuesta a su situación real parte del dinamismo propio del espíritu de Vallejo. EL RETORNO A LA INFANCIA Otra de las soluciones que se plantean al poeta dentro del devenir angustiado de su gran conflicto interior, es el retorno a la infancia. Como anota Sucre y han afirmado muchos psicoanalistas, el hombre frustrado, angustiado, enfrentado a lo absurdo de su vida, busca a menudo en el retorno a la infancia la felicidad que el tiempo presente le niega. Esta estrategia de evasión, que se realiza gracias a mecanismos de evocación y memoria del pasado y de la niñez, la inocencia por excelencia, permite al hombre convertir esa etapa de su vida en tiempo mítico, entendido en el sentido de originario y eufórico. De este modo, la dimensión paradisíaca que la infancia adquiere se transforma en una evasión temporal caracterizada, en su nivel profundo, por un doble mecanismo semiótico de extrañamiento y separación de la realidad cotidiana, propio de la estructura paratemporal de los ritos (Finol, 2009), y simultáneamente, uno de identificación y 9 conjunción con la infancia recuperada. La infancia es la época por antonomasia de la inocencia y Vallejo se siente nostálgico por esa inocencia y muchos de esos poemas son reveladores de esa búsqueda paradisíaca. En un sillón antiguo sentado está mi padre. Como una dolorosa, entra y sale mi madre. Y al verlos siento un algo que no quiere partir (“Encaje de fiebre”, 100). Se trata de valores fundamentales en la búsqueda memoriosa de la infancia y del hogar materno, valores que configuran su visión/búsqueda del pasado: “distancia, ausencia, despedida, añoranza” (Escobar, en línea). Vallejo, además, se siente expulsado del Paraíso religioso. Es decir, busca en la infancia lo que no puede encontrar en Dios, lo que puede dar una idea de la dinámica espiritual del poeta que escribe Los heraldos negros. Esta dinámica, que se refleja en el vigor de su poesía, es la que permite el poeta mantenerse impertérrito sobre la escritura. Vallejo se ha volcado sobre la poesía y en ella vierte toda la angustia de su 9 La serie de novelas En busca del tiempo perdido (1913-1927) de Marcel Proust es un clásico de este retorno a la infancia, del recuerdo y la memoria. Este retorno, sin embargo, no implica sólo una añoranza sino que involucra, además, una nueva vivencia, un re-vivir y, por eso, es tiempo mitificado en el cual se busca el reposo tranquilo del espíritu. “Este mundo permanece, pues, no por la simple virtud creadora de la memoria. Es un presente vivo y victorioso contra el que no pueden ni el tiempo ni la muerte. Mundo intacto, se nutre de lo originario del yo” (Sucre, 1967: s/p). 112 Los heraldos negros de César Vallejo ser-para-morir y, a pesar de todo lo que tal situación trágica implica, no puede jamás llevar al escritor fuera de la palabra. Es en ella donde Vallejo ha anclado su soledad y su angustia, su destino trágico y su sentimiento de pecador. El retorno a la infancia se plantea, decíamos, como una búsqueda que quiere culminar en una satisfacción plena de la dinámica espiritual. El poema “Enereida” marca claramente la evocación consciente y la consecuente mitificación temporal del pasado infantil Mi padre, apenas, en la mañana pajarina, pone sus setentiocho años, sus setentiocho ramos de invierno a solear. Hoy hace mucho tiempo que mi padre no sale Una broma de niños se desbanda (105-106). El hogar peruano, junto con su padre y su madre, representa un lugar y un tiempo que se ha separado de la historia y se ha llevado a la categoría de mito. Vallejo se ha planteado, al igual que lo ha hecho con Dios, el retorno a la infancia como salida a su gran angustia espiritual. Sin embargo, y esta es la gran tragedia de Vallejo, en la infancia su presencia es también desgarrada y dolorida. Cuando evoca a su familia se da cuenta entonces que aun para sus padres constituye un trago amargo. Esta nostalgia de la familia y del hogar va siempre manchada de la desazón que no podrá abandonarle jamás. Mi padre duerme. Su semblante augusto figura un apreciable corazón; está ahora tan dulce… si hay algo en él de amargo, seré yo. Mi padre se despierta, ausculta la huida a Egipto, el restañante adiós. Está ahora tan cerca; si hay algo en él de lejos, seré yo (“Enereida”, 105-106). 10 El deceso de un familiar cercano ––el de su hermano Miguel–– es la primera vez que la muerte toca de cerca a Vallejo. El poeta se da cuenta entonces de que también la muerte puede tocarle a él y a su familia. Esto acentúa el temor/deseo que tiene de ella. Es precisamente esta idea de la muerte en la infancia la que, quizás, impide que Vallejo encuentre en ésta la escapatoria a su conciencia trágica y a la absurdidad de la vida. Miguel, tú te escondiste una noche de agosto, al alborear; 10 Vallejo nació en una familia muy grande, tuvo diez hermanos y era el menor de todos. 113 José Enrique Finol pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste. Y tu gemelo corazón de estas tardes extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya cae sombra en el alma (“A mi hermano Miguel”, 103-104). Esta “sombra en el alma” es la que empaña el sentimiento puro que el poeta tiene de su infancia. Tampoco la infancia puede ser el reducto de su crisis interior porque también allí llega la muerte. Si Dios no puede ser considerado por Vallejo como medio de plenar su alma, es porque éste no llega a obtener la categoría humana que el poeta exige, pues se trata, según Granados, de “un Dios derrotado y permanentemente en pena” (2004, en línea). Sin embargo, en el caso de la búsqueda de su infancia, se encuentra con que también ella está penetrada por la muerte. Esta muerte de Miguel enturbia, si se quiere, toda la mistificación de su pasado infantil que Vallejo ha venido haciendo en anteriores poemas. LA MUJER: SALVACIÓN POR EL AMOR La tercera salida que Vallejo busca en este primer poemario es la de la mujer. En los primeros poemas del libro, sobre todo, hace una serie de alusiones a la mujer, muchas de las cuales implican símbolos religiosos cristianos trasmutados en símbolos paganos del amor y del sexo. Sin embargo, lo más importante que debemos decir en torno a la concepción de la mujer en César Vallejo, específicamente en Los heraldos negros, es que ella presenta no sólo una evasión por el amor erótico, sino que, además, su amor es de naturaleza cósmica y universal, pues Vallejo encuentra no sólo el amor de la mujernovia, sino que, además, contempla el amor de la madre. Esta reunión de un gran sentimiento de amor no pocas veces confunde a la amante y a la madre, en cuyas existencias el poeta busca su Paraíso perdido. La mujer, pues, será amante y madre, a veces alternativamente, a veces simultáneamente. La mujer es también la gran compañera del hombre, aunque esta compañía sea como madre o como amante: Vallejo se da cuenta que esta unión es inseparable. 11 Desclávame mis clavos. ¡Oh nueva madre mía! (“Nervazón de angustia”, 13-14). 11 Vallejo tuvo varias relaciones sentimentales. En Francia se enamoró de Henriette Maisse, a quien conoció en el café de la Régence, frente a la Comedia Francesa, con quien convivió hasta 1928 y, luego, en 1934, se casó con Georgette Philippart. “Ella tenía 16 años, él 33. Transcurrían los finales del año 1925. Georgette y César Vallejo apenas vivieron 9 años juntos. Un alero muy breve y escaso para tanta eternidad. Fue desde que se unieron hasta la muerte de él, a los 46 años de edad. En ese tiempo nunca se separaron. Trece años después de su muerte ella emigró al Perú, donde lo sobrevivió 33 años, que sumados a los 13 de Europa hacen 46. Y se quedó para siempre aquí en nuestro suelo” (Sánchez Lihón, 2007, en línea). 114 Los heraldos negros de César Vallejo En otro poema Vallejo convierte el acto amoroso en un rito de sacrificio, donde la mujer se convierte en sacerdotisa. Allí, la mujer es concebida antes que en su castidad y virginidad, como torturadora, como sujeto cruel antes que como pudorosa Prenderé para Tilia, en la tragedia, la gota de fragor que hay en mis labios; y el labio, al encresparse para el beso, se partirá en cien pétalos sagrados. Tilia tendrá el puñal, el puñal floricida y auroral (“Ascuas”,17-18). En cierta forma, la mujer es también, de nuevo, la búsqueda del origen, es allí cuando la novia se confunde con la madre. Vallejo busca en la mujer no sólo la salida erótica, sino también la salida maternal. Partiendo de la perspectiva antes señalada ––la tragedia interior, metafísica–– la búsqueda de la mujer, madre y novia, se plantea en Los heraldos negros como una forma nueva de salida y escapatoria. Es una fuga persistente que Vallejo busca y no encuentra, que le hace revolverse en su interior enfrentándose a un mundo totalmente sumido en el caos He soñado una fuga. Y he soñado tus encajes dispersos en la alcoba. A lo largo de un muelle, alguna madre; y sus quince años dando el seno a una hora (“Medialuz”, 19). En su delirio angustiado el poeta confunde la presencia de la madre y la novia, refugio del hombre.12 En efecto, la mujer representa una forma de reconciliación universal con la raza humana, de la cual Vallejo no puede dejar de sentirse extraordinariamente solidario pero, a la vez, extraordinariamente separado. Más aún, el poeta busca no sólo la reconciliación con lo humano, sino consigo mismo, busca la unidad perdida, la destrucción de su /fuera-de-lugar/, semiosis que esquematizamos de la manera siguiente Vida (Ser-para-morir) Hombre (hombre-Adán, hombre-Cristo) Mujer (Muerte, resurrección, origen) Mundo (Desarraigo) Infancia (Paraíso perdido evasión) Muerte (Temor/deseo) Dios (Anti-Destinador) 12 El uso reiterativo de los símbolos bíblicos lo emparientan ––como habíamos anotado–– con la mitología cristiana y, por ello, cuando se refiere a la amada, no puede evitar asimismo relacionarla con ese tema. Son muchos los poemas donde la mujer adquiere el síntoma propio del rito pagano. Sin embargo, es dentro de la identificación madre-novia donde puede encontrarse el significado esencial de la mujer en este poemario. “Y es que, de algún modo, la mujer es para Vallejo la madre, el ser de la reconciliación cósmica” (Diez Echarri, 1966:159). 115 José Enrique Finol Si intentamos relacionar las isotopías mencionadas con la filosofía marxista veríamos que para Vallejo, un hombre de una gran sensibilidad humanista y social, la concepción política de la vida no está separada de su concepción de las relaciones personales. Según esta hipótesis, la vida personal, familiar y social son también parte de su concepción del mundo, lo que le permite transitar, sin mayores obstáculos, entre la primera y esta última. De este modo, lo que Vallejo ve y siente como el deber ser en lo político y social es lo mismo que ve y siente en la vida personal y familiar. En este terreno, como veremos, la concepción marxista se cruza y se alimenta de la filosofía existencialista. EXISTENCIALISMO Y MARXISMO. HOMBRE Y MUNDO Como hemos visto, el ambiente filosófico existencialista es una de las corrientes tributarias del pensamiento poético de Vallejo, no sólo expresada en obras filosóficas, sino también, a través de la literatura (Camus, Sartre, Marcel), probablemente la vía más cercana a las lecturas del poeta peruano. Por otra parte, la filosofía marxista tendrá igualmente en el pensamiento de Vallejo una influencia dominante, lo que lo lleva, después de un viaje a la URSS, a romper con el partido Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) peruano, a afiliarse en 1931 al Partido Comunista de España y a fundar la “Célula Marxista Leninista Peruana”, en París. No obstante, en su famoso artículo de 1929, en el cual se identifica con el trotskismo, Vallejo había calificado de “pigmeos” intelectuales a “los marxistas gramaticales, aquellos que persiguen la realización del marxismo al pie de la letra obligando a la realidad social a comprobar la teoría del materialismo histórico aun desnaturalizando los hechos y violentando el sentido de los acontecimientos” (1929, en línea); lo que es coherente con lo que dijera a su amigo Abril de Vivero: “Voy sintiéndome revolucionario y revolucionario por experiencia vivida más que por ideas aprendidas” (Antorcha, en línea).13 En sus difíciles, tormentosas y agitadas relaciones con el mundo, tanto en Perú como en Europa, Vallejo no cesa de buscar salidas que vayan más allá de la acción política. La poesía es la que, a nuestro juicio, explica mejor esa relación con el mundo y esos intentos fallidos por construir, en él y con él, una relación de bien-estar. En tal sentido, Los heraldos negros expresan una visión del mundo que, en particular, es expresión de sus vivencias en Perú; síntesis de un origen mestizo y humilde. CONCLUSIONES Vallejo divide los poemas principales de Los heraldos negros, a nuestro juicio, en las cuatro isotopías que hemos señalado: la conciencia trágica (la muerte), Dios, el 13 Ambas filosofías se integran en el pensamiento de Vallejo y, desde allí, se expresan, en una relación dinámica, en toda su obra escrita, pero también, en su praxis política, en particular en los trabajos donde, como periodista, reseña las dificultades de la transformación revolucionaria que esperaba ver en la Rusia de Lenin. Esa múltiple relación podría representarse como una lucha dialéctica que explica la extraordinaria riqueza intelectual, poética y política de la vida de Vallejo. 116 Los heraldos negros de César Vallejo retorno a la infancia y la mujer. Quien haya leído detenidamente el poemario, podrá darse cuenta de que Vallejo no ha encontrado el gran tema de su vida que a la vez le sirva para enfrentar, con posibilidades de triunfo, su tremenda angustia espiritual. El poeta no encuentra ni en la muerte ni en Dios ni en la infancia y menos en la mujer, el sentimiento profundo que puede dar plenitud a su espíritu. Sin embargo, en muchos de sus poemas aparece vislumbrada la esperanza a través de su solidaridad cósmica, luego hecha solidaridad política, con el ser humano, con sus sufrimientos y sus luchas, con su angustia y sus dolores. Ese sentimiento no lo encontrará, finalmente, sino hasta llegar a Poemas humanos (1939) y a España aparta de mí este cáliz (1940). Es allí donde Vallejo encuentra la plenitud de su ser. Es la lucha por lo humano. Ese es el gran tema de Vallejo: lo humano. Numerosos poemas ya lo anuncian en Los heraldos negros. En varias oportunidades hablamos de la solidaridad que Vallejo manifiesta para con los hombres, y esa solidaridad desemboca en una poesía integralmente humana, plena de la vitalidad y el dolor que el poeta sabe imprimirle porque su sentimiento es humanamente puro y profundamente propio.14 Universidad del Zulia* Facultad de Ciencias Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Antropológicas Apartado 526, Maracaibo (Venezuela) [email protected] BIBLIOGRAFÍA Anderson Imbert, Enrique. Historia de la literatura hispanoamericana. México: F.C.E., 1966. Antorcha. César Vallejo (1892-1938). http://www.antorcha.org/ liter/cvallejo.htm. Consultado: 17 abril 2009. http://www.biographybase.com/biography/Vallejo_Cesar.html. Consultado: 16 de abril 2009. Buxó, José Pascual. “Uso y sentido de las locuciones en la poesía de César Vallejo”, en Anuario de Filología 6-7. (1967-68):34-48. Carretero Gramage, Ricardo. “La individuación y la muerte: variaciones sobre la tragedia”. (Conferencia). 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Consultado: 17 de abril 2009. 118 119-130 LECTURA DEL GUIÓN VIAJE A LA LUNA DE FEDERICO GARCÍA LORCA Y DE LA ADAPTACIÓN FÍLMICA DE FREDERIC AMAT Federico García Lorca’s Viaje a la luna’s Script Reading and Frederic Amat’s Film Adaptation Macarena Roca Leiva* Resumen El presente estudio establece las divergencias producidas en la recepción del guión Viaje a la luna (1929) de Federico García Lorca y la adaptación cinematográfica realizada por Frederic Amat (1998). Tanto el guión como la película presentan disparidades en su actualización, debido a las diferencias entre lector y observador, desplazamientos que serán analizados a partir de los conceptos esenciales de la teoría de la lectura de W. Iser y los niveles estructurales de R. Barthes. Palabras clave: Guión literario, relato, adaptación fílmica, procesos de recepción. Abstract The present study seeks to establish the divergences produced in the reception of the script Viaje a la luna (1929) from Federico García Lorca and the cinematographic adaptation carried out by Frederic Amat (1998). Both stories-written and cinematographical-present dissimilarities in their actualization due to the difference between reader and observer. The displacements between both productions will be revised from the essential concepts of Wiser’s theory of the reading and R.Barthes’s structural sequences. Key words: Literary script, story, film adaptation, reception processes. CONFIGURACIÓN DE OBRA LITERARIA: TEXTO Y LECTOR La teoría de la recepción postula que en una obra literaria se debe considerar tanto el texto actual como los actos de su recepción. Esta premisa atiende a que la verdadera actualización de una obra literaria será el momento de la concreción dada por la lectura. De esta condición referida por Iser (1989) se desprende que la obra poseerá siempre dos polos: el artístico creado por el autor, y el estético, entendido como la concreción realizada por el lector de acuerdo a los enunciados presentes en el texto. A la luz de estas consideraciones se establece que la dinámica del texto no puede ser reducida a uno de los polos, sino que dependerá de la realidad del texto y de las disposiciones que constituyan al lector al momento de su actualización. Este proceso de interacción está regulado por ciertas estructuras sistémicas que permiten revelar la verdadera capacidad de alcance de una obra escrita. El alcance de esta cooperación encuentra su estructura en los llamados objetos representados y lugares de indeterminación, Macarena Roca Leiva fenómenos promovidos por la actividad lectora que posibilitan la participación, de acuerdo al horizonte enciclopédico del sujeto lector. Ingarden (1989) establece como objetos representados aquellos que el texto narra explícitamente y que se articulan mediante la lectura del texto actual. Éstos, que pueden ser personajes, situaciones, objetos u otras disposiciones descritas por los enunciados, tienen algunas caracterizaciones imprecisas que exigen ser llenadas o completadas por el lector. Los aspectos y detalles que permiten perfilarlos recaen en la tarea constructiva de éste, quien mediante las condiciones dadas por la narración puede concretar el objeto en su mente, dotado de una guiada subjetividad personal. Este proceso de concreción se enfrenta a momentos en los que la obra literaria no nos entrega la suficiente información mediante sus enunciados para llenar los vacíos que se encuentran. Estos son los llamados lugares de indeterminación “(es decir), cuando no es posible señalar si cierto objeto o situación posee cierto atributo” (Ingarden, 1989:36). Esos lugares indeterminados por los sintagmas del texto, requieren de la actividad memorística e imaginativa del lector, ya que cuanto más avezado en experiencias sea éste, el lugar de indeterminación será no sólo completado sino que, además, adquirirá un mayor valor en cuanto a significado. Iser, a partir de los conceptos lingüísticos trabajados por Ingarden, construye un estudio fenomenológico sobre la conducta representativa del lector. Señala que la visión imaginaria, a diferencia de la visión óptica o perceptiva, presupone la ausencia material de lo visto. Esta distinción postula dos modos de acceso al mundo: la percepción implica la preexistencia del objeto observado, mientras que la representación consiste, constitutivamente, en su relación con algo no dado o ausente. El paralelismo entre ambos tipos de visión ––imaginaria y óptica–– permite problematizar las distinciones que se suscitan entre texto literario y adaptación fílmica. Para Iser, hay cierta decepción en las adaptaciones cinematográficas debido a la relativa pobreza de las percepciones. La imagen resultante del proceso de lectura parece ser más rica que la dada por la proyección fílmica y la diferencia estriba en que en la película hay una percepción óptica con preexistencia del objeto; en otros términos, asistimos a la previa concreción de un lector (trabajo de dirección). Los objetos percibidos tienen, en comparación con las imágenes mentales u objetos representados, un grado superior de determinación, lo que no permite niveles de concreción como los elaborados en el proceso de lectura. Es precisamente esa determinación la que se recibe como una decepción o empobrecimiento. Nuestras imágenes mentales no tienden a hacer vivir físicamente personajes del texto literario ante nuestros ojos. Su pobreza óptica se traduce en no hacer aparecer al personaje como objeto sino, más bien, como portador de una significación. En general, no leemos la descripción del personaje en tanto que descripción pura y simple, sino que nos preguntamos por lo que tal representación puede significar. Por consiguiente, la ausencia del objeto 120 Lectura del guión Viaje a la Luna de Federico García Lorca no constituiría la diferencia esencial entre representación y percepción, sino la validez —en cuanto significación— que el objeto instala en su manifestación La imagen (de un objeto representado) no cesa de transformarse durante la lectura, el reflejo proyectado de una faceta en otra nos obliga a matizar y reestructurar la representación que vamos imaginando. Este proceso surge cuando el personaje presenta un comportamiento disímil, las facetas se entrechocan y debemos revisar nuestra representación (Ingarden, 1989:156). Para Iser, de este proceso se concluyen dos diferencias entre texto literario y adaptación fílmica: Primero, mediante la representación producimos una imagen del objeto que, a diferencia de la percibida, no está dada y, segundo, en la película, el agente humano no tiene tarea de producción. La imagen proyectada me excluye del mundo de cuya formación previa no he participado. La versión fílmica de un texto literario neutraliza la actividad de composición propia de la lectura; en otras palabras, no se produce el proceso de lectura o el trabajo de concreción. Al pensar los modos de recepción del relato, la lectura no se muestra como un acto exclusivo de la literatura. Siguiendo a Barthes, si por relato entendemos todo aquello que puede ser soportado por “el lenguaje articulado, oral o escrito, por la imagen, fija o móvil, por el gesto y por la combinación ordenada de estas sustancias” (1966:65) ,1 la posibilidad efectiva de producir lecturas centradas en el cotejo de los niveles de significación (Gimferrer, 2005) o analogía (Sánchez Noriega, 2002) entre una obra literaria y su adaptación cinematográfica es totalmente posible. ANTECEDENTES DE VIAJE A LA LUNA DE LORCA PARA LA LECTURA DEL GUIÓN La escritura del guión Viaje a la luna se inserta en el nuevo proceso estético que vive García Lorca durante su estadía en Nueva York. Es cuando conoce al pintor y cineasta mexicano Emilio Amero, con quien comienza a trabar una amistad y nuevos impulsos artísticos2 de donde, se arguye, surge la escritura del guión cinematográfico. 1 En un relato se encuentran niveles de lectura y de organización que permiten hallar la descripción y el sentido de lo descrito. Es así como en su estructura se imbrican dos planos: el horizontal que entrega, mediante la concatenación de las frases, las informaciones descritas, y el vertical que entrega el sentido último del relato en sí. A partir de esto, encontramos dos tipos de relaciones en todo relato. La primera es la distributiva, la cual se produce si las relaciones entre las unidades de lenguaje están en un mismo nivel, y la segunda es la integrativa, la que se produce si las unidades de lenguaje son captadas de un nivel a otro. Cfr. Barthes 1977:76-78. 2 Siguiendo algunas consideraciones de Gubern, podría haber cierta vinculación con el filme experimental 777 recientemente realizado por Amero (1999:449). 121 Macarena Roca Leiva Estudiosos de la obra y vida de García Lorca han señalado que Viaje a la luna es una respuesta al filme Un perro andaluz (1929) de Luis Buñuel. Sin embargo, Ian Gibson (1998) en un trabajo biográfico sobre Lorca establece que no fue posible que el poeta viera el filme durante su breve paso por París. Lo más plausible, antes de la redacción de Viaje a la luna, es que haya escuchado comentarios de la película de Buñuel e incluso que haya leído el guión en Nueva York en alguna de las revistas que lo editaron.3 Viaje a la luna cuenta con semas recurrentes que permiten articular la existencia de un mundo simbólico en su interior: ranas, peces, serpientes, gusanos, luna, arlequín, rombos, ojos, piernas, manos, cabezas, vómitos, alambres, pasillos, escaleras; elementos que exponen un mundo en ruinas, violento y, por momentos, incluso sádico. Para Gubern, es necesario no olvidar esta simbología Aunque Lorca escribió Viaje a la luna cuando rebasó su etapa neopopulista para adentrarse en la surrealista, muchos elementos de aquella persistieron todavía, y su guión ha de conectarse con la sensibilidad mostrada en El público y en Poeta en Nueva York, pero sin romper con su humus poético original (1999:451). Aun cuando esta nueva etapa estética sea considerada como la más rupturista en el poeta, su escritura sigue emparentada con el universo mítico presente en toda su producción literaria anterior. Gustavo Correa (1970) en su estudio sobre el universo mítico en la escritura de García Lorca señala que existe un sustrato simbólico que nutre toda la obra, por lo cual sería posible fijar vínculos entre ellas a partir de la presencia —y oposición— de sus símbolos. Correa señala que Poeta en Nueva York “plantea el problema de la doble visión poética de la realidad: una visión plástica y una visión simbólica” (171). A la vez, recalca que este texto responde a la ausencia o muerte del mito, debido a la permanente presencia de símbolos negativos, como “cadenas y ruidos”, “aguas podridas”, “negras palomas”, “inmensas escaleras”.4 La presencia de estos símbolos, articularían el término del mito en la poesía lorquiana y la “significación de la pérdida del ser” en el hablante (172). De este modo, se nos revela un mundo poético en pugna entre dos tiempos y espacios: infancia y adultez. El análisis establecido por Correa permite reflexionar sobre semas que también están dispuestos en la escritura del guión de Viaje a la luna. Por ejemplo, en “Poema doble del lago Eden”, el poeta nos dice: “Dejarme pasar la puerta/ 3 La revista surrealista belga Varietes (julio), y las francesas Revue du Cinéma (noviembre) y La Révolution Surréaliste (diciembre). (Cfr. Gubern, 1999:449). 4 Podemos ver en el poema “La Aurora” ––de Poeta en Nueva York— un nuevo locus desde donde enuncia el poeta. Se eliminan las posibilidades de vida natural y humana y se imprime un tono apocalíptico en versos como éstos: “La aurora llega y nadie la recibe en su boca/ porque allí no hay mañana ni esperanza posible” (119). 122 Lectura del guión Viaje a la Luna de Federico García Lorca donde Eva come hormigas y Adán fecunda peces deslumbrados” (123) puerta, hormigas, peces —que hemos marcado con cursiva— son símbolos que también emergen en el guión dándole un carácter poético, lo cual es intensificado en la adaptación de Amat. A su vez, “Paisaje de la multitud que vomita” es un texto que, mediante la imagen metafórica de una mujer obesa, denuncia la gula de consumo que arrasa con la sociedad; una imagen antropomórfica del poder y la corrupción del dinero. En la sección final del poema encontramos versos como los siguientes que enfatizamos con cursivas Llegaban los rumores de la selva del vómito con (…) camareros incansables que sirven platos de sal bajo las arpas de la saliva. Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! (103) Esta representación en la visión imaginaria del lector también es parte de los objetos representados en Viaje a la luna. Lorca desde su corriente de imágenes mentales ha logrado configurar en el poema y en el guión la representación de su universo simbólico. En las secciones (50) y (55) del guión, encontramos 50 (…) varios muchachos vestidos de esmoquin. El camarero les echa vino pero no pueden llevárselo a su boca. Los vasos se hacen pesadísimos y luchan en una angustia de sueño (…) el camarero llena sin cesar los vasos, que ya están llenos (…) / 55. Aparece una cabeza que vomita. Y en seguida toda la gente del bar que vomita (179-80). Estas intertextualidades entre Poeta en Nueva York y Viaje a la luna muestran que el guión de Lorca requiere ser leído a partir de las producciones poéticas surgidas en el ciclo neoyorquino. Además, en Poeta en Nueva York la doble visión poética de la realidad ––plástica y simbólica––5 debe ser entendida como un trabajo proveniente de la asimilación de lo popular y de lo moderno en el poeta. El ciclo del 29 evidencia una comprensión e integración de la vanguardia de una forma perspicaz y tamizada, ajena a la gran mayoría de excesos y experimentaciones de la época. PERCEPCIÓN DE LA CONCRECIÓN: EL RELATO DE FREDERIC AMAT Se ha apuntado que el trabajo de adaptación de Amat,6 respeta completamente la intención surrealista del texto lorquiano y que posee una secuencia visual bastante 5 Las imágenes surrealistas poseen esa cualidad plástica y simbólica para Correa, ya que no son sólo un simple material visual, sino una correcta proyección de lo onírico. 6 Frederic, Amat. Dir. Viaje a la luna. (CD), España, 1998. Guión: Federico García Lorca; música: Pascal Comelade; producción: OVIEDO TV, duración: 19’10’. 123 Macarena Roca Leiva apegada a las 72 secciones del guión. Sin embargo, el trabajo del pintor se hace notar, sobre todo, en la teatralidad con que fue proyectado y en que las elecciones de la producción dieron como resultado un filme altamente estético y plástico. El cromatismo de los planos, la música escogida para las secuencias y la gestualidad en los cuerpos de los actores, demuestran una puesta en escena perfectamente trabajada desde la comprensión integral de las artes escénicas. El relato secuencial de Amat nos enfrenta a un trabajo de lectura que, siguiendo a Barthes, no sólo significa Seguir el desentrañarse de la historia, (sino que) también reconocer estadios, proyectar los encadenamientos horizontales del hilo narrativo sobre un eje implícitamente vertical, (ya que) leer un relato no es sólo pasar de una palabra a otra, es también pasar de un nivel a otro (1977:71). Si el guión Viaje a la luna presenta dificultades de interpretación debido a que el todo sistémico que nos presenta el texto es de marcada configuración poética, la adaptación ––y proceso de lectura–– de Amat recoge y amplifica esos núcleos de significación. La lectura del guión lorquiano exige, mediante sus funciones de expansión, una relación integrativa para su correcta y fecunda interpretación. Otro aspecto a considerar es que García Lorca entrega escasa información en las secciones del guión referentes a la representación de los objetos enunciados (personajes, escenarios, sentimientos). Esta situación no es exclusiva del caso particular estudiado, sino de la ambigüedad del guión como género. Éste al ser un paso intermedio, es visto sólo como “un proyecto de soporte para el filme” (Gimferrer, 2005:141) y aunque representa un híbrido literario7 y un estadio previo a la película, requiere ser analizado desde su condición sui generis en cuanto relato. La intervención de Amat reside en el actualismo con que, mediante los sistemas cinematográficos contemporáneos, lleva a cabo las imágenes mentales surgidas en el poeta. De todo el proceso destacan algunas secuencias de secciones que reflejan una interacción mayor entre Amat y el guión lorquiano. Revisemos algunos casos que permiten reflexionar sobre los procesos de lectura y los niveles integrativos en los relatos Secuencia (19 / 21): 19. Dos niños avanzan cantando con los ojos cerrados. 20. Cabezas de los niños que cantan llenas de manchas de tinta. 21. Un plano blanco sobre el cual se arrojan gotas de tinta (177). 7 “Viaje a la luna es un texto instrumental y transitorio, una matriz literaria preliminar para un proyecto de film, es decir, una larva o embrión textual para su ulterior desarrollo audiovisual, en un sistema semiótico muy distinto” (Gubern, 1999:451). 124 Lectura del guión Viaje a la Luna de Federico García Lorca En la adaptación de Amat corren hacia la cámara dos niños iguales (tal vez gemelos), brincando desnudos y abrazados. La imagen es filmada en blanco y negro y con muy poca definición de los cuerpos. Se escucha una melodía de cuna como música de fondo. Poco a poco, la tonada comienza a desafinar provocando en el espectador una sensación de temor e inseguridad. La secuencia termina con una imagen que emula el término de una cinta o rollo fílmico. Estas secciones anticipan al observador a la irrefutable pérdida de la inocencia. En esta secuencia nos encontramos con variaciones entre objeto representado y objeto percibido: los niños saltan enlazados entre ellos y no escuchamos sus cantos, ya que la música de fondo está “narrando” la escena. La producción de Amat ha impreso en esta secuencia un tono trágico inminente que no es posible de representar en la lectura del guión mediante la información entregada en los enunciados del texto. Inmediatamente, la secuencia (23/26) refrenda la angustia percibida por el espectador en el cruce de la imagen cándida de los niños y la música distorsionada 23. Sale un hombre con una bata blanca. Por el lado opuesto viene un muchacho desnudo en traje de baño de grandes cuadros blancos y negros. 24. Gran plano del traje de cuadros sobre una doble exposición de un pez. 25. El hombre de la bata le ofrece un traje de arlequín pero el muchacho rehúsa. Entonces el hombre de la bata lo coge por el cuello, el otro grita, pero el hombre de la bata le tapa la boca con el traje de arlequín. 26. Gran plano de manos y traje de arlequín apretando con fuerza (177). En la sección 23, el guión sólo nos refiere a “cuadros blancos y negros”, los que son percibidos en la adaptación fílmica como una imagen del tablero de dama en el diseño del traje de baño del niño. El lugar indeterminado que Lorca deja en aquella información representa una retención que, propiciada por la lectura de la sección 3 que describe “Pies grandes corren rápidamente con exagerados calcetines de rombos blancos y negros” (176), se integra al objeto representado del traje de arlequín, el cual por definición posee losanges de distintos colores. De ello, se permite pensar que, aunque las indicaciones en el guión sean escasas, hay informaciones subrepticias que se activan mediante una lectura integrativa del texto literario. Pero Amat realiza una insistencia en la lectura de la secuencia. En la sección 24, la cámara se acerca a la entrepierna del niño, lugar en donde se sitúa el pez para la “doble exposición”. El pez, símbolo fálico, es exacerbado en la imagen óptica con su movimiento ondulante, el cual intensifica la percepción de lo lúbrico. Así también, la sección 25 ofrece en la adaptación al espectador la percepción subjetiva de pederastia, la cual en la sección 26 es extremada a sodomía, ya que el niño es flectado sobre una mesa por el adulto en bata. 125 Macarena Roca Leiva Hasta la sección 29 ––antes de la aparición del letrero Viaje a la luna–– se ha hablado de una introducción al cuerpo de la obra; similar, por lo demás, a lo acontecido en Un perro andaluz. Sin desmedro de ello, estas 29 secciones se perciben en la adaptación de Amat como una breve biografía infantil: juegos pueriles, llanto de niño, peces, pies y piernas como símbolos de miembros viriles y objetos punzantes (Gubern, 1999:450 y ss) tratados con musicalización y técnicas audiovisuales que promueven el pensamiento del receptor hacia esa dirección. Luego, en la secuencia (39/42) Lorca nos entrega un acercamiento de cámara a la mujer española tradicional, la arquetípica, como la matriarca en La casa de Bernarda Alba (1936) 39. Una mujer enlutada se cae por la escalera. 40. Gran plano de ella. 41. Otra vista de ella muy realista. Lleva pañuelo en la cabeza a la manera española. Exposición de las narices echando sangre. 42. Cabeza boca abajo de ella con doble exposición sobre un dibujo de venas y granos gordos de sal para el relieve (179). Nuevamente, hay un cambio entre objeto representado y objeto percibido. En este caso no responde a la ocupación de los espacios vacíos del guión, sino a un giro premeditado en la elección del director. La española enlutada en la adaptación lleva su cabello rizado y suelto, por eso, es más cercana al personaje de Adela, mujer que se rebela ante la autoridad de la madre en función de su ser pasional. Esta relectura o reivindicación promovida por Amat es sinécdoque del proceso de lectura que éste hace de la obra y vida del poeta. La secuencia (45/47) nos entrega imágenes muy emparentadas con el poema de la sección 29: animalitos inválidos o muertos y, sobre todo, la luna que cambia su significado8 45. Ya en la calle nocturna hay tres tipos con gabanes que dan muestras de frío. Llevan los cuellos subidos. Uno mira la luna hacia arriba, levantando la cabeza y aparece la luna en la pantalla, otro mira la luna y aparece una cabeza de pájaro en gran plano a la cual se estruja el cuello hasta que muera ante el objetivo, el tercero mira la luna y aparece en la pantalla una luna dibujada sobre fondo blanco que se disuelve sobre un sexo y el sexo en la boca que grita. 46. Huyen los tres por la calle. 47. Aparece en la calle el hombre de las venas y queda en cruz. Avanza en saltos de pantalla (179). 8 En “Luna y panorama de los insectos (poema de amor)”, Lorca resemantiza el vocablo luna. Ésta ha dejado de ser la celadora de la noche, la imagen de fecundidad cósmica ante los elementos naturales: “Son mentira los aires. Sólo existe/una cunita en el desván/que recuerda todas las cosas. Y la luna. Pero no la luna” (158). 126 Lectura del guión Viaje a la Luna de Federico García Lorca En la sección 45, el sexo sobre el cual se disuelve la luna y aparece la boca gritando es una vulva. Esta elección de Amat entronca con otras determinaciones escogidas en la adaptación que están en el orden del tono biográfico-sexual de la historia, como también con la lectura integrativa que realiza. Luego, en la secuencia 46, los tres hombres huyen por la calle, pero la vía no es más que el cuerpo del hombre con venas. Todos corren a lo largo de su cuerpo y en dirección a su sexo. La secuencia finaliza con la llegada de los hombres a la zona del vello púbico, incorporación que hace perceptible la retribución que Amat inscribe en la adaptación. Revisemos la secuencia (65/67) 65. Vuelven a salir las palabras Elena, elena, elena, elena. 66. Estas palabras se disuelven sobre grifos que echan agua de manera violenta. 67. Y estos grifos sobre el hombre de las venas muerto sobre periódicos abandonados y arenques (180-1). La sección 67 finaliza en la adaptación con una visión óptica de los objetos representados en el guión. Se muestra una larga calle con “periódicos abandonados y arenques”, para terminar, la cámara, enfocando un larga y alta chimenea. Estos dos elementos (larga calle y alta chimenea) se insertan en los registros ya encontrados en el trabajo de Lorca: peces, piernas, pies. Dos nuevos símbolos fálicos que, icónicamente, Amat escoge e incorpora a la puesta en escena para incrementar la lectura sexual que ha realizado de Viaje a la luna. La secuencia (68/69) revela ––álgidamente— la compensación histórica que la adaptación proyecta sobre la humillación vivida por Lorca 68. Aparece una cama y unas manos que cubren un muerto. 69. Viene un muchacho con una bata blanca y guantes de goma y una muchacha vestida de negro. Pintan un bigote con tinta a una cabeza terrible de muerto. Y se besan con grandes risas (181). Los lugares de indeterminación presentes en los objetos representados “muchacho con una bata blanca y guantes de goma” y “muchacha vestida de negro”, en la visión óptica de la adaptación concluyen en la presencia de un médico y de una viuda. Luego, los enunciados que informan del dibujo sobre el rostro del muerto son completados en escena mediante la elección de unos bigotes dalinianos sobre la mortaja. El lugar de indeterminación es cubierto con un dibujo extratextual con la imagen de Salvador Dalí; sin embargo, no es con la sola imagen con que se genera el diálogo, sino que esta reminiscencia nos lleva a establecer puentes con la relación entre Dalí y Lorca desde sus años en la Residencia de Estudiantes de Madrid. La amistad que Lorca creó con el pintor catalán desembocó en un amor no correspondido y en el posterior distanciamiento 127 Macarena Roca Leiva entre ambos, sin olvidar que existen registros artísticos que establecen una dinámica de creación entre ellos.9 SOBRE LA CONFRONTACIÓN DE VIAJE A LA LUNA Y EL SIGNIFICADO DEL PROCESO DE LECTURA Viaje a la luna representa el cambio de una sensibilidad y de una estética en García Lorca. Como señala Gustavo Correa (1970), asistimos a la muerte del universo mítico de Lorca en la producción correspondiente a su viaje a Nueva York. Lo más interesante de este texto híbrido ––como todo guión–– es su carácter experimental, en donde se permite apreciar un trabajo poético icónico; el cruce o desplazamientos de disciplinas que, a partir de la vanguardia, comenzaron a entreverarse, como por ejemplo, palabra e imagen.10 Por otra parte, el vocabulario fílmico que Lorca muestra en la redacción de éste (“pasillo recorrido por la máquina”, “gran plano de”, “doble exposición sobre un dibujo de venas y granos gordos de sal para el relieve”) y la visualización cinematográfica de las escenas (“la cámara baja con gran ritmo acelerado”, “luna dibujada en la pantalla sobre fondo blanco”), nos permite concluir que la concepción del arte de avanzada o de ruptura no estaba presente sólo en su producción poética, sino que también en la manera de intelectualizar, a través del arte, el universo de la novedad y de la conjunción de disciplinas propuesto por la vanguardia histórica. Sobre el trabajo realizado por Amat podemos indicar que es una adaptación fiel a las secuencias y descripciones del guión de Lorca siendo, además, una adaptación correcta o adecuada. Esto significa, en términos de análisis adaptativo, que el extremo apego al texto original —la entendida fidelidad— no conduce en 9 En la Residencia de Estudiantes de Madrid, tanto Lorca como Dalí desarrollaban un macabro juego: uno actuaba su muerte y el resto de los amigos asistía a su velatorio. Esta costumbre se inicia en 1918 junto a los poetas “rinconcillistas”, con quienes Lorca rodó, fotográficamente, el filme La historia del tesoro en el que actuó la muerte del personaje principal. También hay antecedentes de estas representaciones mortuorias en el viaje de Semana Santa a Figueres y Cadaqués (1925), donde Dalí pintaba a Lorca como cadáver, mientras su hermana Ana María, lo fotografiaba (Gubern, 1999:227-8). A esto hay que agregar “Oda a Salvador Dalí” (1926), El casamiento de Buster Keaton (Da1í, 1925) y El paseo de Buster Keaton (Lorca, 1928), obras que abren interesantes miradas a la comprensión de la sexualidad de sendos artistas. Es tan proteica la conexión intelectual y los mensajes cifrados que ambos se remiten en esos años que Gubern ha señalado, como condición para la comprensión de la gestación de Viaje a la luna, el conocimiento y lectura de todos los antecedentes recién señalados. 10 En la sección 38 del guión lorquiano, se dice: “Doble exposición de barrotes que pasan sobre un dibujo Muerte de Santa Rodegunda” (178). Esta alusión directa a su propio trabajo de dibujo se hace parte de la noción planteada sobre la comprensión de las artes vanguardistas en el poeta. Gregorio Prieto, en el estudio recopilatorio de los dibujos de Lorca, se refiere a que: “Federico componía sus dibujos como algo que lo divertía. Era como rellenar los huecos del cajón atestado de su poesía” (1949:25). La cursiva es nuestra. 128 Lectura del guión Viaje a la Luna de Federico García Lorca este caso a un producto mecánico y frío desprovisto de la subjetividad del lectordirector.11 Es un trabajo fiel, pero, por sobre todo, una adaptación correcta, ya que el nivel de significación logrado es análogo en ambas formas; es decir, el polo estético o receptor recibe mediante esta lectura (del guión y de la película) un mensaje análogo.12 Del análisis establecido, se identifican tres aspectos esenciales en la adaptación de Amat. En primer lugar, cuenta con la incorporación de conocimiento paradiegético. Se anexa, a partir de pequeñas modificaciones de las secuencias, referencias a la obra y a la imagen cultural del poeta granadino, lo cual nos sitúa ante una adaptación que ha integrado y personificado lo “lorquiano” como símbolo temático de la película. Por ello, la lectura integrativa en la secuencia del relato, nos arroja —en la adaptación de Amat— un conocimiento que excede los límites del guión. En segundo lugar, la adaptación está icónicamente cargada de sentidos otorgados por Amat a partir, en la mayoría de los casos, de los lugares de indeterminación presentes en el guión. Es decir, Amat finaliza ––u ocupa–– los espacios vacíos que se presentan en Viaje a la luna (tarea que es propia de toda adaptación) sumándoles, mediante técnicas del lenguaje cinematográfico, emociones y sensaciones que no se desprenden fácilmente de la lectura del guión. La emoción sugerida en el relato cobra mayor intensidad en los momentos cuando la violencia es ópticamente percibida. Por ejemplo, vómito de los hombres en el bar, manos que estrujan hasta la muerte al pez, a la rana y al pájaro, azote de la madre al niño, agresión del hombre de la bata. La focalización de la cámara, las elecciones de sonidos y melodías, las estrategias de montaje en la edición, la distorsión de las imágenes, la utilización de color y blanco y negro, dan como resultado una nueva forma de satisfacer aquellos espacios indeterminados, en la lectura del texto literario original. 11 Pere Gimferrer establece que no es posible cotejar un texto literario con su adaptación fílmica, ya que al poseer lenguajes distintos (escritural-visual), la comparación entre ellos se vuelve ineficaz. Si dos producciones intelectuales corresponden a géneros distintos, lo único comparable entre ellas es el nivel de significación logrado. “Los problemas de adaptación pueden ser fundamentalmente de dos orígenes: problemas de equivalencia de lenguaje y problemas de equivalencia del resultado estético obtenido mediante el lenguaje” (2005:55). 12 Podemos indicar que el concepto “mala adaptación” nunca surge del nivel de fidelidad o infidelidad al texto original, sino de la “escasa entidad artística de las películas o por la desproporción existente entre el nivel estético del original y el de la adaptación” (Sánchez Noriega, 2002: 56), aspectos que están muy superados en la lectura adaptativa de Amat. Ante esto, el teórico establece que “[si] el efecto análogo suele vincularse a la fidelidad, al espíritu de la narración literaria; (…) con ello se indican dos hechos íntimamente ligados: el resultado estético equivalente y la capacidad del autor de cine para realizar, con su versión fílmica, la misma lectura que han hecho la mayoría de los lectores del texto literario. Es decir, una adaptación no defraudará si, al margen de suprimir y/o transponer acciones y personajes, logra sintonizar con la interpretación estándar de los lectores de la obra de referencia” (2002:56). 129 Macarena Roca Leiva Tercero; Amat responde, mediante su adaptación, a la ofensa dirigida a Lorca en Un perro andaluz.13 Esta hipótesis surgida de la revisión de la película se refuerza ante los dichos del mismo director a la prensa en 1998, quien consideraba que “el guión neoyorquino es, a muchos niveles, una cumplida respuesta al agravio” (Gubern, 1999:450). Sin embargo, la adaptación de Amat imprime mayor fuerza a esta contra-ofensa del guión, potenciada con objetos percibidos que surgen de su propia “corriente de imágenes”. Universidad Adolfo Ibáñez* Departamento de Literatura Balmaceda 1625, Recreo, Viña del Mar (Chile) [email protected] BIBLIOGRAFÍA Barthes, Roland (1966). “Introducción al análisis estructural de los relatos”, en Comp. Silvia Niccolini. El análisis estructural. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1977:65-101. Correa, Gustavo. La poesía mítica de Federico García Lorca. Madrid: Gredos, 1970. García Lorca, Federico. “Viaje a la luna (Guión Cinematográfico)”, en Revista de Occidente 211. 1998:176-81. ------- Poeta en Nueva York. Barcelona: Losada, 1998. Gibson. Ian. Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca. Barcelona: Plaza y Janés, 1998. Gimferrer, Pere. Literatura y cine. Barcelona: Seix Barral, 2005. Gubern, Roman. Proyector de luna. La generación del 27 y el cine. Barcelona: Anagrama, 1999. 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Sin embargo, muchos exégetas no lo creyeron, así como tampoco el poeta. 130 131-146 IMÁGENES DE AUTOR E IMÁGENES DE LA PATAGONIA: TRELEW DE MARCELO ECKHARDT Images of author and images of Patagonia: Trelew by Marcelo Eckhardt Luciana Andrea Mellado* Resumen Trelew (1997) del escritor argentino Marcelo Eckhardt está compuesto por ensayos, relatos y una novela que se desarrollan de modo intercalado. Caracterizado por la mixtura genérica, así como por una insistente descripción del espacio geográfico y cultural de la Patagonia, Trelew despliega la mitografía de la ciudad homónima a la vez que construye la del propio autor que expande y diversifica su enunciación en otras voces, convirtiendo el texto en un texto plural no sólo en cuanto a las formas sino, también, en cuanto a las voces que lo configuran. Palabras clave: Narrativa patagónica, mitografía del espacio, imágenes de autor, literatura argentina. Abstract Trelew (1997) of the Argentine writer Marcelo Eckhardt is composed by essays, stories and a novel that they develop in an inserted way. Characterized by the generic mixture, and by a insistent description of the geographic and cultural space of the Patagonia, Trelew develops the mitografìa of the city homonym simultaneously that constructs that of the own author who expands and diversifies his speech in other voices, turning the text in a plural text by the forms and by the voices that form it. Key words: Narrative Patagonian, mitografìa of the space, images of author, Argentine Literature. I. ENTRE LA FICCIÓN Y EL TESTIMONIO. EL PERSONAJE-NARRADOR COMO IMAGEN DE AUTOR La importancia que tendrá la escritura del yo en la organización discursiva de Trelew es adelantada en el prólogo del libro, donde al autor describe y resume su experiencia con la escritura de un espacio y su experiencia en el espacio de su escritura. En ese texto liminar, la Patagonia argentina, específicamente la ciudad de Trelew, aparece tironeada por antagonismos semánticos que en ella se resuelven en una síntesis dialéctica. Trelew es “(l)iberación y maldición, ida y regreso, novedad y presencia, sentido y azar, hola y adiós”.1 El lugar, sin embargo, no adquiere existencia real “si no están sus habitantes, sus memorias y sus voces” (9). La localidad, consecuentemente, manifiesta un triple carácter social, histórico y discursivo. 1 Marcelo Eckhardt. Trelew. Buenos Aires: Paradiso, 1997:9. Citaremos por esta edición. Luciana Andrea Mellado La ciudad se vive, se recuerda y se narra. Este conjunto de prácticas conforma los pilares de la experiencia del sentir desde donde el autor configura las imágenes del espacio local y regional. En Moi aussi, Philippe Lejeune explica que la autobiografía “puede pertenecer a dos sistemas diferentes: a un sistema referencial real (donde el compromiso autobiográfico, incluso si pasa por el libro y la escritura, tiene valor de acto) y a un sistema literario, donde la escritura ya no pretende la transparencia, sino que puede perfectamente imitar, movilizar las creencias del primer sistema” (Citado por Miraux, 2005:85-6). La novela se mueve entre estos dos sistemas: mientras que en los apartados titulados “Fragmentos” el narrador privilegia sus vínculos con una lógica testimonial y extraliteraria, en el apartado que lleva por título “Trelew, una novela” opta por inscribirse de modo específico y explícito dentro de las fronteras del campo literario. El apartado “Trelew, una novela”2 se desarrolla de modo discontinuo y desplaza la responsabilidad de la enunciación hacia Francisco, cuya narración se supedita a la reflexividad metadiscursiva de su propia voz y de un narrador extradiegético, cuya presencia frecuentemente enmarca o interrumpe su discurso. En el inicio de este apartado se produce el traspaso de una autoridad narrativa de estatuto no ficticio a otra, cuya naturaleza sí lo es. Sin embargo, la distinción de estas figuras se neutraliza, en parte, por la presencia del lector como un destinatario en común al que recurrentemente el libro, como una unidad escritural, se dirige. En última instancia, los interlocutores de Francisco son los lectores de Eckhardt. Entre estas dos instancias narrativas existen ostensivas similitudes. Las más obvias son aquellas referidas al contexto de producción. Francisco escribe “Trelew, una novela”, en la ciudad homónima “durante 1996 y 1997” (16) y Eckhardt, que reside en esta ciudad patagónica, publica su novela en 1997. Ambos comparten una gramática de producción que, por un lado, se solaza en la polifonía y en la intertextualidad y, por otro, exhibe una acentuada autoconciencia de marginalidad respecto a las leyes del campo literario nacional. Trelew, precisamente por la mixtura de formas expresivas que incorpora, se instala en una ambigua zona discursiva que dificulta establecer una definición genérica del libro al que, sin embargo, puede reconocérsele una matriz de escritura de particular pregnancia: la escritura del yo, la auto-bio-grafía. Lo más común en Trelew, es ––especialmente en el discurso de Francisco–– que se articule la figura del lector con la de autor; de ahí la evidente dispersión de un sistema de citas y referencias literarias que hacen ostensivo el carácter intertextual del discurso. El personaje-narrador, además de manifestar una aguda conciencia de sus prácticas escriturales es, reiteradamente, un teorizador descriptivo 2 En dos ocasiones este título es modificado por los de “Trelew, una novela. La autoayuda” (25) y “Una novela” (90). 132 Imágenes de autor e imágenes de la Patagonia y programático de la literatura, en general, y de la literatura argentina, en particular. Sobresalen en sus descripciones el reconocimiento de la literatura nacional como una organización familiar, en términos de fratrías textuales, la vinculación entre historia, política, relatos sociales y literatura y la crítica al dominio del mercado en el establecimiento de las reglas del juego literario. Por su parte, dentro del programa discursivo sobresale la necesidad de pluralizar el relato, de promover la horizontalidad de narradores y narraciones, de conocer y analizar la literatura regional desde parámetros no regionalistas. En “Liturgias y profanaciones”, Nicolás Rosa recuerda que “(l)as filiaciones organizadas metafóricamente en la línea de sucesividad elaboran genealogías sobre el repertorio de antecesores y sucesores” (1998:71). Este mismo modo de ordenar las relaciones entre los escritores nacionales es la que utiliza Francisco en el segmento textual que es “Trelew, una novela”. Allí, luego que transcribe la narración espontánea de Ediberto Molina, sostiene que “(l)a familia del relato argentino es vasta y solidaria, memoriosa y fabulosa” (62) y una página después, todavía realizando una exégesis del relato de Molina, dice que “(d)e abuelo o abuela a nieta o nieto pasa la cosa literaria, el relato de la patria. Los nietos reales o literarios serán los encargados de continuar y de renovar la historia de las historias” (63). La idea de continuar ––y, conjuntamente, rehacer los relatos–– legados reaparece páginas más adelante cuando este narrador explica que “(n)uestras voces hilos remontan las historias nuestras, antiguas, familiares, zonales; no nos damos cuenta pero fue nuestra abuela la que anudó su relato al nuestro para que lo continuemos, lo re-hagamos” (77). Las citas dejan ver que la filiación narrativa no se reduce a la filiación literaria y que los padres y abuelos que se recuperan no son ni exclusiva ni principalmente escritores. Eckhardt privilegia las relaciones extrapoéticas y, a través de distintas voces narradoras, desplaza la paternidad de los predecesores y la hermandad de los contemporáneos —en ambos casos, con representantes nominados a lo largo del libro— hacia fuera de la parcela literaria, de sus tradiciones y cánones. Al realizar tal desplazamiento que es, más bien, una expansión de las genealogías discursivas (literarias y no literarias) también se modifican los agentes con que se relaciona Francisco como voz que proyecta ––manifiesta y parcialmente–– la del autor. Francisco que ––como dijimos–– narra la novela que, transgresora de las leyes del género, se incluye en el libro, toma como voces referentes, de las que se manifiesta respetuoso y admirador, no sólo a “algunos excelentes escritores” (118) como los repetidamente nombrados “Joyce, Nabokov, Fernández, Tournier, Connolly, Berger” (118) sino, también, a otras voces predecesoras cuya autoridad narrativa recupera: las de personajes periféricos y lejanos al mundo letrado como Ediberto Molina y Josefa Lienqueo. 133 Luciana Andrea Mellado La incorporación de personajes como narradores transitorios en el relato a cargo de Francisco forma parte de esa expansión genealógica de la familia narrativa de la que venimos hablando y, a la vez, visibiliza cierta voluntad de desmontar algunos términos que con frecuencia se presentan como antinómicos, por ejemplo, oralidad y escritura, literatura alta y literatura baja, ficción y realidad. Molina es un peón de campo que rememora algunas de sus faenas e historias y costumbres de su familia tehuelche, incorporando detalles del espacio y de la vida rural en las mesetas patagónicas. Lienqueo es una mapuche que recuerda escenas de su vida y reivindica la cultura materna y su lenguaje, ligados también a una identidad regional silenciada. Las narraciones de ambos son intersticiales en varios sentidos. Primero, se hallan entre lo oral y lo escrito, son testimonios expresados oralmente en el marco de una entrevista que, luego, son desgrabados y transcritos por el narrador e interlocutor. Segundo, se encuentran entre dos mundos: el indígena y el blanco. Los personajes son mestizos culturales que reivindican la cultura autóctona y materna y dan cuenta de un presente que tiende a la aculturación, la marginación y el olvido. Tercero, en ellos se problematiza el lenguaje como vehículo comunicativo y refugio de una identidad subalterna. Ediberto Molina desciende de familia tehuelche pero aprende “a hablar la lengua como a los quince años” (61). Lienqueo debe dejar de expresarse en su lengua materna al ser escolarizada porque “el idioma mapuche era totalmente prohibido de hablar” (74). Más que figuraciones fantasmáticas con las que se teoriza un conflicto social que en este caso involucra ––entre otras cosas–– el choque entre una lengua vehicular y otra materna, estos dos personajes y circunstanciales narradores —al igual que otros que aparecen en el texto— emergen como voces testimoniales y no ficticias. Son parte del relato de los hechos que narra una voz ficcionalizada. Josefa Lienqueo, el personaje dentro de la invención, efectivamente existió y dirigió —en la década del 90 hasta su fallecimiento en el año 2002— la escuela de mapuche o mapuzungun “Tata Ancamil”, en la ciudad de Trelew. De Molina, así como de otros personajes descritos desde este registro testimonial, desconocemos su estatuto ontológico y no podemos aseverar a ciencia cierta su existencia en la realidad extraliteraria, sólo lo podemos asegurar como una posibilidad. Y esto último es así no sólo por el registro realista con que se componen estos personajes sino porque su representatividad es simultáneamente mimética, social y teatral. Son representativos de “lo real” en este triple aspecto. Este modo de desestabilizar las fronteras entre lo real y lo ficticio ––de expandir y pluralizar las autoridades narrativas–– junto con el proliferante ejercicio de metaescritura a cargo tanto del enunciador responsable y responsabilizado de “Trelew, una novela”, como del de los pasajes más bien ensayísticos, presentados bajo el título “Fragmentos” son ––además de procedimientos de composición–– huellas de cómo el artista imagina y despliega su subjetividad en tanto escritor. 134 Imágenes de autor e imágenes de la Patagonia Como observa María Teresa Gramuglio, los escritores por lo general construyen figuras de escritor que “suelen condensar, a veces oscuramente, a veces de manera más o menos explícita y aún programática, imágenes que son proyecciones, autoimágenes, y también anti-imágenes o contrafiguras de sí mismos” (1992:37). Francisco es, en este sentido, una imagen constitutiva de la figura de Eckhardt. Él se encarga de definir y de difundir una visión discursivista de la realidad o, más precisamente, narrativista. En varias ocasiones sostiene la idea de que todo es relato. Por ejemplo, cuando afirma que somos “bienes relatados, culturales, aproximados; no nos valoramos por estar entre libros sino entre relato y relato” (87) o cuando señala que “(u)no está hecho de carne, cielo, huesos, luz, tierra y relatos. El agua mental bulle de relatos. Somos relatos, nos hacen y nos deshacen” (118). De lo que se trata es de describir la naturaleza narrativa de las identidades sociales. Así, mientras los relatos, en un sentido amplio, propenden a propagarse como componentes básicos y constitutivos de una dinámica y horizontal semiosis social, el narrador comprueba que los relatos —en un sentido restringido y específicamente literario— se producen, circulan y se consumen de acuerdo a cuestionadas reglas arbitrarias, verticalistas y constrictivas. Se trata de las normas y valoraciones de un selecto grupo de escritores nacionales innominados que evidencia “la intolerancia de los sofisticados intelectuales de la Escritura hacia los escritos nuestros, comunes, ordinarios, masificados, sentimentales, nacionales” (83). Se trata de los dictámenes de “los que trabajan en los diarios, en las secciones de cultura y venden semana a semana lo que se debe leer y lo que no tanto” (85), operando en espacios de crítica absolutamente sesgados por un interés comercial, puesto que ellos “ya están pre-establecidos por las editoriales que pagan sus buenas sumas a los suplementos literarios y debido a esta única y definitiva razón muy difícil les será a ellos, los críticos, hablar mal de quienes literalmente les dan de comer” (85). Se trata, en definitiva, de la predominancia de las reglas del arte según los gustos y las necesidades del mercado y de la fetichización del arte en tanto mercancía. El orden de cosas antedicho afecta ––según Francisco–– no sólo las prácticas de escritura y la aceptación o rechazo en este estado de cosas, también influye en el tipo de lector y de lecturas promovidos. Al respecto, se señala que lo bueno es “lo que le sirve al mercado, a los consumidores medios; lo fácil y directo de leer, nada de rebusques, fintas o ideas raras. Se necesitan historias simples, redondas como una pelota de fútbol” (85). Por el contrario, lo malo es “lo pobre, lo que no da dinero, lo difícil, lo rebelde, lo loco. Y se sabe, a los locos se los mata con la indiferencia” (85). La disyuntiva planteada entre las motivaciones artísticas y los intereses del mercado lleva a que Francisco se pregunte 135 Luciana Andrea Mellado ¿Por qué no hay democracia aún en este año de mil novecientos noventa y siete a los veintiún días del mes de enero en la literatura argentina? ¿Por qué usted o yo no podemos expresarnos libremente en los verdes campos de la literatura nacional? ¿Hay dueños de esos campos? ¿Quiénes son? ¿Hay capataces? ¿Quiénes son? (85). Las preguntas encadenadas se enmarcan en un mismo movimiento que apunta a impugnar el elitismo y el autoritarismo en el campo literario nacional contemporáneo y explorar la identidad y legitimidad de los señores y vasallos literarios. Esta indagación, presentada como “saludable y necesaria” (85), se articula con un subtexto que problematiza la distinción entre escritores mayores y menores y polemiza con la idea de crestomatía ligada a un canon hipercodificado. Nicolás Rosa reconoce dos procedimientos básicos para la canonización de obras y autores. Por un lado, es necesaria la invención “de una nomenclatura de autores como la del repertorio de santos medievales” (1998:72); y, por otro lado, la puesta en juego “de un proceso estableciendo las relaciones entre autores y entre clases de literatura” (72). Ambos mecanismos se cuestionan en Trelew, en general, y a través del discurso de Francisco, en particular. No son escritores investidos con una santidad medieval a los que Francisco se refiere, sino a “rufianes selectos por una Voluntad Divina en el Sagrado Templo del Mercado” (92). La religiosidad del consumo es quien le imprime ahora al canon su carácter dogmático. Por su parte, las relaciones que se entablan entre los escritores y las obras literarias no responden tanto al modelo filial de las narraciones sociales, antes descrito, sino a un modelo de clasificación dicotómico que distingue a los autores viejos y conocidos de los nuevos y desconocidos. Esta distinción no se ciñe a categorías cronológicas ni a pertenencias etarias. De hecho, Francisco, un septuagenario que se presenta a sí mismo ––en una ocasión–– como “un viejo gagá” (91) se reconoce como parte del grupo de “escritores nuevos para la vieja literatura nacional” (85). La distinción, en realidad, alude a las disímiles jerarquías dentro del canon, a los asimétricos grados de notoriedad social alcanzada y, también, a las desiguales estrategias de escritura. Por un lado —sostiene Francisco— están los derechos de los consagrados defendidos por la tradición o el mercado y, por otro, los “de los escritores desconocidos, frágiles entregados en sus escrituras” (91) cuyas poéticas deben cumplir “lo que piden (vaya uno a saber qué y quiénes)” (91) para no ser “condenadas al olvido total” (91). Precisamente, a partir de la identificación y descripción de esta tensión entre escritores y modos de escribir es como el carácter programático del discurso de Francisco se hace visible e insistente. Su proyecto es coincidente con los valores que la voz autorial da a conocer en las partes ensayísticas del libro y, directa o indirectamente, se carga de modalidades deontológicas referidas a la práctica artística y social de la escritura. Aparecen, entonces, 136 Imágenes de autor e imágenes de la Patagonia enunciados referidos a lo que debe o debería ser la literatura. Se sostiene, por ejemplo, que “(e)n realidad, lo bueno y lo malo en literatura deberían acontecer socialmente, poseer otro registro valorativo y no las arbitrarias y zonzas leyes del mercado” (85). A la necesidad de cambiar los criterios axiológicos, se añade la necesidad de modificar el monologismo de las narraciones. Por ello, a los múltiples relatos prójimos, aunque sean diferentes, “debemos hacerlos coexistir” (83), señala Francisco. Los textos, desde esta perspectiva, “deben ser solidarios, fuertes, puentes rápidos para lentas islas nuevas y ya viejas, uniones prácticas para las voces” (83). De este modo, los escritores y lectores “deben aprender el arte del diálogo y el de la solidaridad” (92) pero, también, “deben aprender el arte de la diferencia y de la divergencia literaria donde todas las escrituras y todas las narraciones jueguen las velocidades de sus propias dinámicas” (92). Estas pautas para transformar o renovar la concepción de la literatura, y el modo como se la valora, son incorporadas a la organización de las ideas y de la materia narrativa por Francisco y, también, por otras instancias discursivas a cargo de las partes tituladas “Fragmentos” y “Relatos”. Todas estas piezas que componen la novela comparten la pluralización de voces y de narraciones, la disolución de las jerarquías y el emborronamiento de las fronteras entre la invención y la referencia, entre lo imaginado y lo fáctico, mostrando que Trelew —entendido como una unidad— visibiliza la idea de Amar Sánchez, quien sostiene que “(l)a movilidad de las fronteras de lo ficcional muestra siempre una compleja interacción entre la ficción y el mundo real” (1992:31). ESCRIBIRSE E INSCRIBIRSE EN EL ESPACIO La importancia del lugar en la constitución de las subjetividades discursivas es frecuentemente tematizada a lo largo del libro, pero, más explícita e insistentemente en el Prólogo y en los breves pasajes —de rasgos ensayísticos— de “Fragmentos”, a los que nos referiremos con exclusividad, pues, se presentan como productos de una instancia de enunciación no ficticia. Se trata de textos solidarios con la imagen del escritor como sujeto histórico, a quien nos referiremos como el enunciador o, directamente, mediante su nombre. El Prólogo adelanta la relevancia que tendrá para el texto la reflexión sobre los espacios físicos y simbólicos de la ciudad. Allí se despliega información del hito fundacional y se trazan y rememoran los inicios de la ciudad. “Se dice que Trelew ––Pueblo de Luis–– surgió de un error (o azar topográfico)” (13). Aunque no se manifiesta certidumbre respecto de esta versión del origen, sí la hay respecto de los galeses, actores fundacionales, quienes, además, son los encargados de imprimir a la ciudad —a través de su cultura— la especificidad de esta localidad patagónica. “La ciudad hecha por los galeses es distinta ––por 137 Luciana Andrea Mellado definición–– a la fundada por Roca y sus secuaces” (13) y esa diferencia se debe, según el autor, a una desigual relación con el espacio y con los grupos nativos que lo habitaban. Mientras la campaña del desierto, con su presupuesta expansión del progreso, debe vaciar los espacios ya ocupados por los nativos como parte de un proyecto que presupone la expansión del progreso argentino, la colonización galesa se realiza “en los límites de la expulsión” (13), en la periferia espacial que comparten con los habitantes originarios. “El diálogo entre galeses e indios es entre expulsados y les brinda una nueva mirada” (13). Esa nueva mirada permite una horizontalidad entre los grupos inédita para las gestas de colonización en el sur de la república y opera como una interrupción del relato nacionalista y sus versiones de epopeya militar, “desde Río Colorado y Río Negro” (14) y de epopeya estanciera, “hasta Río Gallegos” (14). La ciudad, acuática por antonomasia, no responde al modelo ideológico decimonónico “del orden y del progreso, de la civilización y de la barbarie” (13). Las propiedades espaciales de la ciudad no son inherentes a su territorio o geografía y se encuentran afectadas por un control y uso de los espacios ideológicamente motivado. Así, se reconoce que la ciudad “es un vaivén urbanístico” (14) que, por ejemplo, los militares “utilizaron como nexo territorial desde la base Almirante Zar y desde la cárcel (unidad seis) como depósitos de tránsito de soldados y de presos” (14). La ciudad militarizada es frecuentemente aludida. También aparece apuntada en los “Fragmentos” donde, por ejemplo, se advierte cómo permanece en la memoria colectiva el recuerdo de “ese cielo puro sobre una ciudad amordazada en sus ventanas y con circulaciones sofocadas cuando la guerra (una terrible metáfora de la dictadura militar, que en su estertor, se camuflaba de protección civil)” (30-1). El terrorismo de Estado dejó su huella en la ciudad que visibiliza “la cicatriz de sus soldaditos muertos, mutilados, solos, históricos” (31). Este pretérito presente no se agota en las fronteras de lo local sino que se articula con un espacio regional. “Trelew es una de las ciudades patagónicas marcadas por la guerra de Malvinas” (31).3 Esta inclusión dentro de una realidad regional con la cual la ciudad se unifica y diversifica es uno de los procedimientos descriptivos del espacio más reiterados en los “Fragmentos”. En uno de ellos, Trelew llega a fundirse con Rawson. “Trelewrawson” (46) es la extraña palabra que forma la ruta veinticinco que une estas ciudades. Pero también, como un puzzle, incorpora elementos de otras localidades patagónicas, “acumula en sus diversas calles, también, fragmentos de 3 En este punto, podríamos decir que Trelew realiza la puesta en discurso de una memoria colectiva y local del terrorismo de Estado, las experiencias traumáticas de una comunidad que —como el texto sugiere varias veces— minimiza el ejercicio del recuerdo “productivo”, es decir, según Huyssen, aquel que no sólo da un anclaje espacio-temporal sino que, también, permite resignificar el presente (2001:13-39). 138 Imágenes de autor e imágenes de la Patagonia las demás ciudades que, con sus caminos, une y comunica: un par de galpones donde uno se encuentra, de repente, como en Puerto Pirámide, o se reconoce algo de Gaiman o de Dolavon, algo de Playa Unión o Puerto Madryn. O de Comodoro Rivadavia” (80). A la diversidad económica de estos lugares, diversidad predicada explícitamente, le corresponde un similar destino disfórico: “En los tempranos cincuenta empieza la primera explosión económica y la segunda se produce en los convulsivos setenta. En Comodoro fue el petróleo, en Madryn el aluminio. Luego, la fiesta terminó. Y muchas casas quedaron mudas, vacías, rotas” (50-1). Mientras la Patagonia se presenta como un espacio real de referencia geográfica y cultural para la ciudad, como una cartografía compleja en la que Trelew es conjuntamente parte subordinada y constitutiva, la nación aparece como un espacio virtual, centralista y expulsivo que no sostiene relaciones de reciprocidad ni verdadero diálogo con la región. “Como el centro cultural y socioeconómico está en Buenos Aires y en el primer mundo, todos aquellos que demuestran determinadas habilidades intelectuales y artísticas deben, inexorablemente, irse de aquí” (120) señala el autor, quien distingue así un mapa nacional fragmentado e identifica la tensión entre un centro y una periferia lejanos geográfica y culturalmente. El centro está en la metrópoli porteña, a la que se le reconoce una amplia riqueza simbólica y letrada; la periferia la constituye una región y una ciudad que se presentan como espacios de la carencia y de la pobreza intelectual. Trelew, como un aquí de la enunciación concreto, se torna expulsivo “debido a la falta de posibilidades y de ofrecimientos laborales o de capacitaciones” (120). Trelew expone diferentes migraciones desde y hacia la ciudad patagónica. Los que se van son varios actores y pertenecen a varios grupos. Pero a todos “(s)e les nota igual el signo del viento y del horizonte. En sus frentes. Hay que mirarles sus frentes. Allí está la estrella de soledad, de sal y de distancia” (30). Los que llegan, también tienen diversos perfiles identitarios que complejizan la homogeneizadora idea de una población “nyc”, “nacidos y criados en un entrañable aquí” (21) que poseía antiguamente una unidad de pueblo que se ha perdido. “Razones históricas, sociales, quizás” (21) causan esta modificación poblacional, sostiene Eckhardt, la que no sólo incrementa cuantitativamente sino que se modifica en forma cualitativa, repercutiendo en una también complejización de apropiaciones y desplazamientos espaciales. En el presente de la enunciación “varios circuitos se superponen, se plasman y se cierran: zonas, barrios, isobaras, modos, modas, conjugan y conjuran una identidad clara y definida”, esa identidad es multicultural. “(I)ndios, galeses, italianos, españoles, árabes, chilenos, norteños, litoraleños, cuyanos, porteños, bonaerenses, santacruceños, rionegrinos, neuquinos, etc. (los formadores de la Patagonia actual son muchos y muy variados)” (65). La enumeración muestra las variadas procedencias de origen de los inmigrantes, cada uno de los cuales “trajo su cultura, su voz, su narración, su recuerdo” (65). 139 Luciana Andrea Mellado Trelew funciona, así, como un receptáculo activo que recibe una diversidad de culturas cuyas diferencias proliferan y convergen en los espacios materiales y figurados de la ciudad. La multiplicidad enriquece y complejiza la definición del espacio de pertenencia que es, para los inmigrantes provenientes del exterior o del interior de las fronteras nacionales, un objeto de deseo o una meta también plural. “El sur fue utópico, fue bárbaro. En el sur se hizo patria, se hizo dinero, se hizo literatura. Ir al sur fue condena, exilio o liberación. De todos lados vinieron al sur a buscar dinero, olvido, lo anónimo, paz, una nueva oportunidad. Una familia” (17). La enumeración traza los diferentes mapas vitales que incorporaron la Patagonia como destino preferido u obligado. Dichos mapas son ––como quienes los configuran–– diversos y, en ocasiones, antagónicos, y no se corresponden exclusiva o principalmente con los países o regiones de procedencia de quienes encuentran en Trelew un espacio de residencia, una morada. Opera con más fuerza en la constitución de diferentes cartografías dentro de la misma ciudad por los distintos estratos socioeconómicos que la componen y (des)componen. Mientras la inmigración pluraliza el espacio cultural de Trelew, la segmentación socioeconómica de su población lo fragmenta en, al menos, dos ciudades: una central y la otra marginal. La escisión del espacio urbano es insistentemente abordada en esta novela: “(l)os viejos y nuevos pobres (desclasados, ex-campesinos, lúmpenes) están confinados en la periferia, en los anillos, estratos geológicos de la pobreza” (17). Lanzadas hacia los márgenes de la ciudad, las clases más bajas espacializan en sus casas, en sus barrios y sectores las fallas e inequidades de la máquina económica productiva local.4 El centro de la ciudad va a proteger “a la clase media y media alta (no hay alta burguesía y sí nuevos ricos) de ver, a diario, la miseria” (17). Allí los afortunados del sistema se guarecen de los miserables a la vez que los hacen invisibles a sus miradas. Pero el centro y la periferia no se presentan como polos estáticos e inalterables de distribución socio-económica de la población. Hay desplazamientos y reestructuraciones. Así, por ejemplo, “las antiguas zonas tabúes (la loma, barrio Corradi), a través de los años, se legalizan, se blanquean, se anulan alrededor del centro de Trelew” (17). Todos estos movimientos y superposiciones de los espacios explican la idea de que “(s)i es cierto que en toda ciudad es posible hallar un fin y un centro del mundo, en Trelew, el fin es posible percibirlo en cualquier calle desnuda y el centro ¿En dónde está?” (30). Cierta indiferencia sobre los espacios sociales cristaliza en un esquema del sentir extendido en la ciudad. Allí, “(l)o que no se desea ver, se olvida, se lo deja 4 Por ejemplo, en “las casas de ladrillos amarronados que literalmente chocan contra la loma, contra el desierto, están como enterradas, como varadas en la grieta. Protegidas en el desamparo total. Son naufragios para la memoria de los que no tienen hogar. Zonas de nada y de nadie. Derrumbes de vértigo” (22). 140 Imágenes de autor e imágenes de la Patagonia estar, se lo arruina. Se llega a la ruina a través de la desidia, la negligencia y la ignorancia” (17). Esta indolencia afecta la imaginación social productiva que no logra resignificar algunos espacios simbólicos históricos e identitarios.5 Sucede que “cuando las fuerzas sociales se abandonan en el continuum histórico, el origen (cementerio galés), el desarrollo (edificio San David, Parque Industrial), el cambio violento (aeropuerto viejo), son símbolos últimos que se desgastan en sí mismos” (17). Los espacios y los edificios históricos agotan su significatividad y se convierten en fósiles enmudecidos por y para la memoria pública y colectiva. Estas observaciones de Eckhardt abonan la hipótesis de que “(e)n tanto categorías de la percepción de raíz histórica y fundamental contingencia, tiempo y espacio siempre están estrechamente ligados de manera compleja” (Huyssen, 2001:14). En esta ligazón compleja sobresale una tensión de la que se hace cargo el texto, la que se da entre la tendencia a la supervivencia de un pasado pueblerino, con una predominancia de espacios naturales acondicionados para la pequeña producción, y el crecimiento de un paisaje urbano donde sobresalen los lugares del anonimato y el consumismo. El Trelew del cultivo supervive en las “casas de chacra y de campo” (21) que aún pueden encontrarse en las afueras de la ciudad. “Están ahí, extrañas, quedadas en geografías idas, distintas” (21), sostiene Eckhardt, quien las reconoce inmóviles, afuera ya del dinámico paisaje modernizado de la ciudad, de su vorágine. “Tamariscos, patios de tierra dura, plantas y árboles, paredes gastadas, techos bajos y planos, insinúan la ciudad que podría haber sido si no hubiese predominado la actual arquitectura” (21-2). Arquitectura anárquica de los espacios que no es el fruto concsiente de un modelo organizativo racional. Se sabe, dice al respecto el autor, “que Trelew no tuvo mucho orden en su crecimiento urbano; se hizo para donde le deparó el azar” (49). Lo que se remarca es la falta de planificación ordenada del “espacio público”, conceptualizado de un modo implícito como “una dimensión que media entre la sociedad y el Estado” (Gorelik, 1998:19) que, se infiere, estuvo ausente en la construcción de una cartografía cohesiva y coherente para la ciudad cuyo crecimiento, además de caótico, fue extensivo e intensivo.6 El pueblo se transformó en ciudad y al gran crecimiento demográfico se le sumaron nuevos modos de producción, la tecnificación y la masificación de la sociedad, entre otros rasgos pertenecientes a lo que Jameson llama la “lógica del 5 Entendemos —siguiendo a C. Castoriadis— que la imaginación productiva o creadora se manifiesta en la conformación de un universo de significaciones articulado con el mundo material y en función del cual se constituye y organiza el mundo social. Según Castoriadis, “(e)l imaginario debe entrecruzarse con lo simbólico, de lo contrario no hubiese podido ‘reunirse’, y con lo económico funcional, de lo contrario no hubiese podido sobrevivir” (1993:227). 6 La idea de “espacio público” carga con una radical ambigüedad: nomina lugares materiales y remite a esferas de la acción humana; remite a una forma y a una praxis ciudadana. 141 Luciana Andrea Mellado capitalismo tardío”. Signos espaciales de esta modernización vertiginosa son la proliferación de grandes supermercados, “potentes imanes que atraen a la gente de los barrios más distantes” (39). Su seducción radica en avivar los deseos de consumo y promover la satisfacción vicaria que brindan las mercancías. Mucha gente, observa Eckhardt, va “a pasear entre las góndolas de mercadería. La antigua vuelta del perro muta, de a poco, en el suplicio de los anhelantes” (39). Esta mutación en los desplazamientos espaciales implica, además, un cambio de lugares físicos, del espacio público del paseo pequeño y gratuito al espacio privado del itinerario más o menos errático que exige entablar una relación comercial y realizar un desembolso monetario, el pasaje de un paisaje del ocio a uno del neg-ocio. Trelew ingresa en una despersonalizada escenificación del consumismo que tiende a borrar localismos; sin embargo no pierde su vínculo con la naturaleza y con el mundo económico en que se ancla y la modelan. “La ciudad utiliza la metonimia para identificarse con los elementos naturales y productivos: una cigüeña petrolera pequeña sobre una vereda, un molino de viento en el techo de una casa, un pingüino, un mínimo galpón de chapa, barcos pequeños y varias rosas de los vientos” (68-9). De este modo, diversos objetos con particulares valores de uso entraman, en conjunto, un valor de signo que connota una identidad específica y diferencial que se disemina y hace visible, en pequeños rasgos y huellas, un paisaje social propio. Al proceso de unificación de un mapa simbólico de la ciudad le subyace otro proceso, ya señalado, de escisión y multiplicación del mapa social. Dicho proceso, en Trelew, alude a características fácticas e históricas de la ciudad que se testimonian pero, también, apunta a las rupturas y proliferaciones de cartografías según las diferentes y móviles focalizaciones de los observadores. La ciudad de Trelew, además de ser vivida, recordada y narrada, es observada. Recorrida rápidamente “(a) vuelo de pájaro, es una ciudad nueva compuesta por comerciantes, estancieros, empleados públicos, profesionales, obreros textiles, albañiles” (14). Vista en profundidad, desde una focalización móvil, descendente y terrestre, puede advertirse que “si el pájaro visual se zambulle en la superficie cólica, se verá una ciudad lateral, paralela, superpuesta, autónoma” (15). Esta ciudad paralela es una ciudad “otra” que no se corresponde principalmente con un espacio específico y propio de la periferia social o económica sino con una perspectiva epistemológica y vivencial, con un modo de conocer y vivir Trelew. “(A)hí está la diferencia del cronista que añora la wiskería, sin canción y sin ángulo; o los que van y vienen y prueban la distancia o las bandas metal mapuche y más, los que no se dan a conocer” (15). Estos habitantes transitan los sitios ocultos y marginales de la ciudad pintoresca y turística y constituyen personajes singulares dentro de una población más o menos uniforme. El modo como se vinculan con el espacio da cuenta de las experiencias de la existencia social extramuros, la que nadie se encarga de 142 Imágenes de autor e imágenes de la Patagonia rescatar y de narrar. Beatriz González Stephan sostiene que la civilización es un acto de intramuros, de espacios cerrados que la escritura ha cuidado en delimitar y que “(l)a vida que transcurre extramuros, fuera de la polis, es el espacio de la “barbarie”, la superficie lisa aún no estigmatizada por los signos de la escritura disciplinaria” (1996:37-8). Esa superficie no disciplinada por el Estado ni sujetada por la escritura es la que rescata Eckhardt, en Trelew, de modo metonímico a través de unos actores particulares. Se lee la ciudad de otro modo, a través de signos no oficiales, de prácticas comunicativas alternativas como, por ejemplo, la escritura de graffitis. Inmediatamente después de apuntar a quienes se fueron de Trelew y vieron que “(n)o se consiguió mucho o se perdió casi todo y la voluntad, a veces, es un revólver de arena” (15), señala que “se lee en los paredones: ya fue/ el dolor no se puede comparar” (15). Las experiencias vitales se socializan, así, en el espacio público que se no se agota en una delimitada territorialidad ni en la folcklorización de su cultura. El “progreso” de la ciudad y la tecnificación de sus espacios ––señalada repetidas veces–– no anula, sin embargo, la fuerte presencia del mundo natural de cuya amplitud y aridez física no se infiere un paisaje vacante o incompleto. Sucede que “(e)l desierto que circunda y traspasa a Trelew no es vacío sino lleno. El desierto está lleno de uno” (19). Y esa plenitud no surge desde una perspectiva esencialista ni telúrica sino de una que privilegia los procesos de significación de la experiencia humana y personal. La humanidad del actor, observador y participante de los mapas y recorridos de la ciudad —así como de sus connotaciones y axiologías— se traslada muchas veces hacia la geografía y otros elementos naturales de la Patagonia, en general, y de Trelew, en particular. Por ejemplo, se sostiene que “(e)l salitre es el sueño del mar de Trelew” (21), estado nocturno y fantasmático que se oculta en la vigilia diurna, cuando “la ciudad, para no oler a sal, se lava con el agua dulce del río Chubut” (21). El océano, referente natural, cercano y lejano a la vez, se ofrece en sinécdoques, pero su presencia es pura ilusión porque “cuando llega la brisa del mar, Trelew es una fiesta de marineros que ya no están” (21). “¿(A) que huele la ciudad?” ––se pregunta Eckhardt–– e inmediatamente contesta: “(a) animal neutro cansado de tanto hacer y andar, hacer y andar y todavía estar igual, igual que ayer, que hoy, que mañana” (21). La animalización, más que un efecto de deshumanización, provoca un énfasis de la frustración humana por la infructuosidad de sus actos. El agotamiento de la ciudad-animal no se restringe a la monotonía y el aburrimiento de la vida pueblerina —marcada en ocasiones— sino que alude, también, al efecto negativo de una inmovilidad de tipo social que se rechaza. La falta de cambios en la ciudad, su estatismo, es varias veces criticada. Para transformar y subvertir este estado de cosas se plantea como necesario que “Trelew entero se movilice como sociedad”, para lo cual “hace falta que su contradictoria clase media se sienta parte de la historia” (30). 143 Luciana Andrea Mellado Este constante señalamiento de las tensiones y fragmentaciones socioeconómicas en la ciudad, así como el reconocimiento de una pluralidad identitaria dinámica y compleja, permite a Eckhardt relativizar la “argentinidad” tanto de Trelew como de la Patagonia, en general. El tema comienza a ser asediado, como muchas otras veces, desde una pregunta definitoria: “¿Qué es el Sur?”, interrogante al que seguidamente se responde: “(l)a pantalla de TV supone una conexión directa con la vena rioplatense (argentina) pero la isobara latinoamericana corta en dos a Trelew y la nacionalidad se impone como un problema que no se quiere ver ni resolver. Hay Latinoamérica en Trelew” (17). Lo que se señala aquí es una distancia y una presencia. La ciudad patagónica está lejos del mundo rioplatense (y, bonaerense, más puntual, ya sea de manera geográfica como simbólica, aun cuando la televisión componga de modo artificial la imagen de una “comunidad imaginada” de endeble unidad.7 Simultáneamente hay un reconocimiento de una presencia latinoamericana en la geocultura patagónica, la que se manifiesta, por ejemplo, en la multiplicidad y diversidad de identidades que la versión más oficializada de la escritura de “lo nacional” no asume. La descripción de la ciudad que se desarrolla en Trelew es validada por el conocimiento personal que brinda la experiencia, por un lado, y la reflexión y la lectura, por otro. Entre la ciudad vivida y la ciudad escrita y leída se da una tensión dialéctica que permite la pluralización del espacio por la polifonía trabajada (que conjuga voces testimoniales con voces inventivas e inventadas) y la fluidez y apertura (hasta la idea, incluso, de lo inasible) de un espacio que ninguna escritura agota, en tanto su práctica se prioriza como un ensayo, una tentativa de acercamiento al mundo descrito más que como su construcción o su versión definitiva. Una de estas aproximaciones se refiere a la Patagonia y a Trelew como espacios de producción, circulación y recepción literaria. “La zona patagónica de Trelew posee, como en los estudios geofísicos, alta factibilidad de excelente literatura. La forma estética flota en los fondos azules del desierto, brilla en el viento” (45) —se sostiene— describiéndose las condiciones naturales del territorio como inherentemente estéticas y adjudicándoles un papel activo y propicio para las prácticas de escritura que lo ronden. En suma, advertir esta inmanencia estética no es original, se reconoce en el texto. “Está. Chatwin lo supo, sin dudas. Y otros tantos excelentes escritores viajeros que pasaron por estas lábiles huertas la vislumbraron y la captaron en 7 En la Introducción a Comunidades Imaginadas, Benedict Anderson sostiene que la nación es un artefacto cultural particular, una construcción social específica. Se trata de “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana” (1993:23). La nación es imaginada porque ni siquiera los integrantes de la más pequeña de éstas conocerán nunca a la mayoría de sus compatriotas, no lo verán y ni siquiera oirán hablar de ellos, a pesar de lo que “en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión” (1993:23). 144 Imágenes de autor e imágenes de la Patagonia exquisitos fragmentos” (45). El resbaladizo espacio patagónico, plagado de líneas de fuga, puede ser capturado en la escritura del viajero cuya extranjería no le impediría ser parte del complejo llamado “literatura patagónica”, puesto que el nacimiento o la residencia en la región no son criterios excluyentes para definir esta literatura. Así como este rasgo no es definitorio ni concluyente, tampoco lo son otros ––explícitamente identificados como “ejemplos falaces”–– para determinar quiénes son escritores patagónicos. Así, no “(s)on escritores patagónicos todos aquellos que escriben sobre temas plenamente sureños” (65); tampoco “todos aquellos que se piensan como tales” (65). Los parámetros para identificar quiénes son escritores patagónicos no son geográficos, temáticos, ni de auto-representación. La residencia de los escritores no es explicativa de la literatura regional ni excluyente para su producción. Esta idea, que amplía los contornos del mundo simbólico patagónico del que pueden apropiarse y reapropiarse tanto los locales como los foráneos, puede vincularse con un hecho estrictamente biográfico: Marcelo Eckhardt nació en Salta, una ciudad del norte argentino y, junto con su familia, se trasladó a la Patagonia a la edad de 7 años. Esta condición de “llegado” o de “venido” se actualiza, de un modo oblicuo, cuando indaga cómo podrían definirse a los escritores patagónicos. Al respecto, se pregunta: “¿(P)or antigüedad en la zona? ¿Por fidelidad al contexto socio-cultural? Y si así fuera ¿Cuál es el ambiente netamente patagónico?” (65). Los interrogantes, que van mostrando la profunda complicación del tema, llevan a que establezca una hipótesis general sobre la cultura patagónica, que entiende debería definirse “no por la tosca identidad sino por la sutil diferencia” (65). Establecer esa diferencia en la literatura es una labor a realizar, no un logro consumado. Las hipótesis enunciadas al respecto son varias: “(e)s un atributo, una nueva ficción, otra textualidad en y sobre el texto literario” (66). Todas respaldan la idea de que lo patagónico “es otra textualidad correspondiente al imaginario cultural dominante de la zona” (66). Ese imaginario regional, como matriz discursiva, se percibe como un hecho histórico novedoso. “Quizás, la Patagonia de antaño fue más, cómo decirlo, universal y, por lo tanto, la literatura encontró en estas vastedades luminosas una zona de libre y de compleja producción”, plantea Eckhardt, valorando positivamente esta universalidad en la literatura patagónica que debería pensarse no ya en términos globales sino “según indicios, detalles y variaciones” (66). Universidad Nacional de la Patagonia* Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Ciudad Universitaria. Ruta 1. Km. 4 Comodoro Rivadavia. Chubut (9005) (Argentina) [email protected] 145 Luciana Andrea Mellado BIBLIOGRAFÍA Anderson, Benedict. Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: D.F.: F. C. E., 1993. Amar Sánchez, Ana María. El relato de los hechos. Rodolfo Walsh: testimonio y escritura. Rosario: Beatriz Viterbo, 1992. Castoriadis, Cornelius. 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Rosa, Nicolás. “Liturgias y profanaciones”, en Cella, Susana. Dominios de la literatura. Acerca del canon. Buenos Aires: Losada, 1998. 146 147-161 MISTICISMO Y DEMONOLOGÍA: TERESA DE JESÚS Mysticism and demonology: St. Teresa of Jesús María Jesús Zamora Calvo* Resumen Análisis de la influencia que ejerce el diablo en el proceso de autoconocimiento que Sor Teresa de Jesús experimenta a través de la mística. La dura lucha que con él mantiene desencadena reacciones que ella consigue enfrentar, controlar y superar antes de acceder a la unión mística de su alma con Dios cuando se le presenta Satanás. Se establecen las necesarias diferencias entre las vivencias propiamente espirituales de aquellos otros fenómenos extraordinarios que no deben ser interpretados como tales. Palabras clave: Misticismo, Teresa de Jesús, Demonología, Literatura Siglo de Oro Española. Abstract St. Teresa of Jesús is one of the best-known authors of Spanish mystical literature. But despite the amount of scholarship on her writing, the influence that the Devil exercises on St. Teresa in her autobiographical account of her journey toward self-knowledge has scarcely been explored. In her difficult battles with him, she manages to face, control and overcome the Devil before surrendering her soul to mystical union with God. In this article, I propose to examine the ways in which Satan appears to St. Teresa of Jesús, making the distinction between what were considered actual mystical experiences, and those that were extraordinary—but not mystical—phenomena. Key words: Mysticism, St. Teresa of Jesús, Demonology, Golden Age of Spanish Literature. INTRODUCCIÓN Entre 1500 y 1650 la mística española vive su periodo de máximo esplendor. A ello contribuye una serie de acontecimientos que marcan un antes y un después en la Historia occidental. Teólogos, moralistas y místicos convierten sus escritos en espejos donde se reflejan las transformaciones espirituales y mentales propias de su tiempo. El pensamiento renovador de Erasmo cala inmediatamente en la España del Renacimiento. Con el estallido de la Reforma se rompe la unidad de la cristiandad a comienzos del siglo XVI.1 Aparecen los primeros focos de alumbrados y luteranos, perseguidos duramente por la Inquisición. Todo ello da origen a una ebullición religiosa que envuelve la cultura y la sociedad hispanas. Crece el número de beatas que se meten en los conventos. La 1 Historiadores como Teófanes Egido consideran que tal vez la Reforma sea el problema más característico del siglo XVI, ya que este movimiento no se reduce sólo al ámbito religioso, sino que también determina divisiones profundas en la sociedad europea de la Edad Moderna (Léonard, 1967; Chaunu, 1975; Egido, 1993; Delumeau, 1985). María Jesús Zamora mayoría son jóvenes, entre veinte y treinta años. Su origen es rural, hijas de labradores y frecuentemente solteras. También es notable el número de viudas que ingresan en diferentes congregaciones (Sarrión, 2003). Las mujeres discretas y piadosas llevan una vida retirada; las más exaltadas en sus manifestaciones espirituales llaman la atención de la Inquisición.2 Esta situación denota una crisis religiosa y espiritual. Se critica aquella mentalidad cristiana que sólo está preocupada por las obras externas, las ceremonias, los ritos y las supersticiones. Se cuestiona, también, la teología escolástica como única vía de acceso al conocimiento de Dios. Las fronteras del pensamiento se abren resquebrajando categorías fijas y rígidas. Esta amplitud de mira ya no es unidireccional. El pensamiento y la experiencia pueden discurrir por regiones ambiguas y tentadoras que genera un desasosiego espiritual pero, también, da lugar a un espacio creativo propio y personal, tal y como Teresa de Jesús muestra en sus escritos. Erasmo critica el cristianismo oficial. Reprueba que se centre en lo externo, en lo ceremonioso y en prácticas supersticiosas. En contraposición defiende la espiritualidad y la necesidad de potenciar el mundo interior. Aboga por una vida basada en unos principios morales, que sea imitación de la vida de Cristo, asentada en auténticas virtudes cristianas. Para Erasmo, el conocimiento ha de mejorar el sentido y la vida, pero se da cuenta que esta concepción nada tiene que ver con la que propugnan los teólogos de su tiempo, a quienes dedica duras críticas en su Elogio de la locura3 Mejor fuera pasar por alto a los teólogos, y no agitar esa charca, ni tocar esa hierba pestilente. Gente tan puntillosa e irritable pudiera caer sobre mí en tromba con seiscientas conclusiones, obligándome a cantar la palinodia, y casi de negarme, me llamaría a voces hereje […]. Están tan pertrechados de definiciones escolásticas, conclusiones, corolarios, proposiciones explícitas, conocen tan bien todos los subterfugios, que ni las mismas redes de Vulcano serían capaces de atraparlos (1995:103, cursivas nuestras). 2 Sevilla, Granada, Jaén, Jódar y Úbeda acogen a beatas y beaterios. Baeza tiene unos 20.000 habitantes de los que 2.000 son monjas, es decir, casi el 30% de las mujeres casaderas. Los lugares donde se concentra un mayor número es en Badajoz, Zagra, Talavera, Frexenal, Fuente del Maestre, Llerena y Fuente de Cantos. Se documentan ocho beaterios en Toledo, cinco en Plasencia, once en Ávila y doce en Trujillo. También los hay en comunidades menores como en El Toboso, Camarena, Uclés, La Solana, Villamayor de Santiago, Griñón, Villaescusa de Haro, Daimiel, Villanueva de los Infantes, etc. Su número crece tanto que la Inquisición cursa una carta “acordada” a todos los tribunales para atajar los problemas que su aumento ocasionan (Huerga, 2º t., 1978:237). 3 El pensamiento de Erasmo influye decisivamente en la Europa de los siglos XVI y XVII. Cala entre los humanistas que se cuestionan el rumbo que la Iglesia estaba siguiendo (Bataillon, 1995). 148 Misticismo y demonología: Teresa de Jesús Sectores de la Iglesia demandan una renovación espiritual que conduzca a un cambio de hábitos no sólo eclesiásticos sino, también, sociales. Como respuesta a esta necesidad se produce el florecimiento de la mística en España y su proyección más allá de los conventos.4 Durante el Siglo de Oro se considera que la mística es una experiencia individual transformadora. Por medio de ella el sujeto llega a la unión con la divinidad. El camino discurre a través del amor, considerado como el mayor bien alcanzable por el ser humano. Así lo recoge Juan de la Cruz al comienzo de su Cántico espiritual ¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido. Pastores, los que fuerdes allá por las majadas al otero, si por ventura vierdes aquel que yo más quiero, dedidle que adolezco, peno y muero (1994:127). En consecuencia, nos proponemos estudiar la experiencia mística que vive Teresa de Jesús y los estadios por los que va pasando su alma hasta alcanzar la unión mística. Diferenciaremos las experiencias propiamente religiosas de aquellos otros fenómenos extraordinarios que no deben ser interpretados como tales. Descubriremos cómo, gracias a la mística, Teresa de Jesús consigue una autoridad social y eclesiástica que por otras vías nunca hubiera podido adquirir. Y, por último, nos centraremos en analizar la dura lucha que esta mujer mantiene con el diablo, cómo se le manifiesta, de qué formas intenta tentarla, cómo la atormenta, las dudas que genera en su alma y finalmente cómo logra vencerlo y qué repercusión tiene esto en su vida espiritual y literaria. TERESA DE JESÚS Y SU EXPERIENCIA MÍSTICA El espacio por donde discurre la experiencia mística es el del afecto, no el del intelecto. La meta se encuentra en la unión con Dios, pero el camino por el que se accede a esta unión es el del sentimiento. Se trata de una ciencia no especulativa sino sensitiva. El lugar del encuentro con Dios es el interior del individuo pero, previamente, hay que prepararlo. Ha de ser vaciado de toda 4 Para evitar equívocos, desde un primer momento hay que distinguir entre la ascética y la mística. La diferencia es importante. Desde un prisma cristiano la ascesis es un ejercicio para llegar a Dios por la práctica de las virtudes. La mística es una experiencia del encuentro con lo divino, que tiene lugar en el interior del hombre. Y la teología mística es la reflexión sobre esta experiencia que conserva un carácter personal incomunicable. 149 María Jesús Zamora imagen, incluso desposeído de sí mismo. La experiencia mística es un desafío personal, una exaltación del sujeto. Pero, también, exige la propia anulación. La mística se inicia con el éxtasis. Tomás de Aquino lo define como una salida de sí mismo y Teresa de Jesús como la “suspensión de todas las potencias” (1967:84). El hombre ha de limpiar su cuerpo, su mente, su espíritu, porque sólo desde el vacío, sólo desde la nada, se configura un espacio mucho más receptivo, tal y como Juan de la Cruz precisa De donde [para llegar a] aquel amor, alegría y gozo que le hacen y causan las tales visiones al alma, conviene el que tenga fortaleza y mortificación y amor para querer quedarse en vacío y a oscuras de todo ello, y fundar aquel amor y gozo en lo que no ve ni siente ni puede ver ni sentir en esta vida, que es Dios, el cual es incomprehensible y sobre todo. Y, por eso, nos conviene ir a él por negación de todo, porque si no, dado caso que el alma sea tan sagaz, humilde y fuerte, que el demonio no la pueda engañar en ella ni hacerla caer en alguna presunción, como lo suele hacer, no dejarán ir al alma adelante, por cuanto pone obstáculo a la desnudez espiritual y pobreza de espíritu, y vacío en fe, que es lo que se requiere para la unión del alma con Dios (1964:379). En Las moradas del castillo interior, Teresa de Jesús describe el proceso hasta alcanzar la unión mística (Sainz Rodríguez, 1984). El alma ha de recorrer tres vías. La purgativa (ascética) se desarrolla en las tres primeras Moradas, fase en la que el mal tiene que ser ahogado por la mortificación de las inclinaciones. Es el primer comienzo. En las cuartas Moradas discurre el segundo periodo, la vía iluminativa, cuando las potencias del alma (entendimiento, memoria y voluntad) se vuelven pasivas. Un recogimiento que también me parece sobrenatural, porque no es estar en oscuro ni cerrar los ojos, ni consiste en cosa exterior, puesto que, sin quererlo, se hace esto de cerrar los ojos y deseas soledad; y sin artificio, parece que se va labrando el edificio para la oración que queda dicho; porque estos sentidos y cosas exteriores parece que van perdiendo de su derecho por que el alma vaya cobrando el suyo que tenía perdido (1967:387). Y ya en las quintas Moradas nos presenta la última etapa, la vía unitiva que denomina “oración de quietud”. Para Teresa de Jesús, la oración designa la plegaria, pero sobre todo la meditación, una introspección que ha de ser discursiva antes que contemplativa. Es la elevación del alma hacia Dios durante, a veces, sólo un instante, momento cuando se produce el desasimiento de todo. Es un recogimiento profundo que precede a la unión transformadora en la que el alma se diviniza Allí no hay más dar y tomar, sino un ver el alma, por una manera secreta, quién es este Esposo que ha de tomar; porque por los sentidos y 150 Misticismo y demonología: Teresa de Jesús potencias en ninguna manera podía entender en mil años lo que aquí entiende en brevísimo tiempo (1967:402). En las sextas Moradas describe la unión mística de la manera siguiente […] lo que yo entiendo en este caso es que el alma nunca estuvo tan despierta para las cosas de Dios ni con tan gran luz y conocimiento de Su Majestad. Parecerá imposible, porque si las potencias están tan absortas que podemos decir que están muertas, y los sentidos lo mismo, ¿cómo se puede entender que entiende ese secreto? (1967:414). Por último, en las séptimas Moradas define como matrimonio espiritual la experiencia de la unión con Dios, una unión que transforma a quien la vive […] porque siempre queda el alma con su Dios en aquel centro […], es como si cayendo agua del cielo en un río o fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua del río, o lo que cayó del cielo (1967:441). Por su parte, Juan de la Cruz describe un tránsito nocturno del alma hasta alcanzar la unión divina En una noche oscura, con ansias, en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura!, salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada […] ¡Oh noche que guiaste! ¡oh noche amable más que la alborada!; ¡oh noche que juntaste Amado con amada amada en el Amado transformada! (1967:483-4). En el estadio superior de la vivencia mística se recupera, a otro nivel, todo lo que en el camino había sido negado. Dentro del individuo, sus potencias dejan de estar “suspendidas” y quedan en un estado de constante quietud y sosiego. También, los sentidos y el mundo sensible son reafirmados en un retorno que no conduce a la inmovilidad. Al llegar a este punto conviene aclarar que algunos fenómenos extraordinarios, a veces, son interpretados como manifestaciones místicas: revelaciones, visiones, levitaciones, estigmas, es decir, gracias gratis dadas. Pueden aparecer en las primeras fases o no hacerlo nunca. Teresa de Jesús describe los arrobamientos, éxtasis o “vuelos del espíritu” en su Libro de la vida. Y los distingue de la unión sustancial 151 María Jesús Zamora En estos arrobamientos parece no anima el alma en el cuerpo, y así se siente muy sentido faltar de él el calor natural; vase enfriando, aunque con grandísima suavidad y deleite. Aquí no hay ningún remedio de resistir, que en la unión, como estamos en nuestra tierra, remedio hay: aunque con pena y fuerza, resistir se puede casi siempre. Acá, las más veces, ningún remedio hay, sino que muchas sin prevenir el pensamiento ni ayuda ninguna, viene un ímpetu tan acelerado y fuerte, que veis y sentís levantarse esta nube o este águila caudalosa y cogeros con sus alas (1967:90). Dentro de los fenómenos místicos que tuvieron repercusión directa en el cuerpo de Teresa de Jesús, el más famoso es el de la transverberación,5 es decir, sentir cómo el corazón queda traspasado. Esta experiencia mística la describe de forma muy expresiva Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal [...] no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido, que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todo se abrasa. Deben ser los que llaman cherubines […] Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto (1967:131). LA MUJER MÍSTICA Y LA TEOLOGÍA ESCOLÁSTICA Mística y escolástica se encuentran en polos opuestos: sentimiento frente a raciocinio, transformación en Dios frente a conocimiento de Dios. En Exercitatorio de la vida espiritual ––una de las primeras obras sistemáticas de la mística castellana–– se nos dice que: “esta sabiduría es por ignorancia conocida […], ca allí donde reina sola afección de amor, el seso ni el entendimiento no tiene cosa que hacer” (Andrés, 1996:25). Pronto surge el enfrentamiento abierto entre los teólogos escolásticos y los místicos. Francisco de Osuna describe la enorme distancia que separa sus dogmas y principios morales […] la primera teología [la escolástica], que se llama escudriñadora, usa de razones y argumentos y discursos y probabilidades según las otras 5 Nóvoa Santos (1932) fue uno de los primeros médicos en estudiar la patología de la transverberación. Se da cuenta de que el primer éxtasis le pasa a la mística cuando ésta tiene cuarenta y tres años. Le sigue un periodo de visiones y arrobamientos, hasta llegar al traspasamiento del corazón. Analizándolo todo diagnostica que es probable que sufriera una angina de pecho, causante de los dolores materiales y orgánicos. 152 Misticismo y demonología: Teresa de Jesús ciencias; y de aquí es que se llama teología escolástica y de letrados, la cual, si alguno quiere alcanzar, ha de menester buen ingenio y continuo ejercicio y libros y tiempo, y velar, trabajar teniendo enseñado maestro […]. Así como es más de desear tener piadosa afición y devota al Señor que no entendimiento agudo y frío solamente con estudio alumbrado, que los herejes y demonios lo tienen, así es más de desear la escondida teología que no la especulativa (1980:200-1). Con anterioridad a Osuna, I. Gerson estudió la distinción entre la teología mística y la escolástica en su libro Sobre la teología mística especulativa (1958). Según Gerson, los escolásticos se centran en el estudio de los efectos externos de Dios, en tanto que a los místicos les importan más las huellas de Dios en el interior de los seres humanos y su búsqueda, pero a través del amor disciplinado. Incluso, dentro de los teólogos místicos existían varias corrientes. Una tradición –– asociada a Agustín, Bernardo, Buenaventura y Gerson–– habla del abrazo del alma y Dios (Hamilton, 1993:33). Otra rama ––derivada de Dionisio e identificable en Eckhart–– se fija en la unión con la que el alma se hace Dios, como una gota de agua se hace el mar (Russell, 1995). Pero, mientras Dionisio hacía hincapié en el ansia y el deseo recíprocos de Dios y el alma en términos abstractos, los místicos de finales de la Edad Media ya se centraron en el amor como acto de voluntad pero, también, como anhelo emocional. A principios del XVI la escolástica se diferencia casi de manera definitiva de la mística, ya que la segunda se ofrece como una posibilidad abierta a todos los fieles, sin distinción de sexo o de nivel cultural o estamento social: “La teología mística aunque sea suprema y perfectísima noticia, puede, empero, ser habida de cualquier fiel, aunque sea una mujercilla e idiota” (Osuna, 1980: 354). En cambio, la teología escolástica pretende ser un saber exclusivo de eclesiásticos con preparación intelectual. En 1559, Melchor Cano reprocha el desprecio que la nueva espiritualidad parecía tener hacia la teología […] el que ora consultándole por sí mismo a Dios, luego excluye el magisterio de hombres doctos y prudentes […]; [luego se persuaden de] que los teólogos escolásticos no son los profetas por quienes han de consultar a Dios, sino los varones espirituales, que ellos dicen que por experiencia y gusto saben las cosas divinas […]. Esta proposición tiene manifiesto saber de alumbramiento, porque significa que a quien se da a la oración, Dios le da noticia de cielo y tierra, y aun prudencia para obrar, más que por ninguna escuela, ni trabajo, ni ejercicio de letras, ni consejo de hombres. Y si esto es verdad […], cerremos los libros, perezcan las universidades, mueran los estudios, démonos todos a la oración (Caballero, 2º t., 1995:575-6). El Índice de libros prohibidos de Valdés, también publicado en 1559, censura un buen número de obras de espiritualidad y mística, pertenecientes a 153 María Jesús Zamora autores como Juan de Ávila, Luis de Granada, Bernabé de Palma o Francisco de Borja. También ordena que este tipo de libros fueran escritos y publicados en latín, cuyo dominio recae casi, exclusivamente, entre el estamento culto: altos eclesiásticos y nobles (Hamilton, 1992:111). Con esta medida, la Iglesia quiere que el saber sea algo exclusivo y excluyente. Teresa de Jesús se vio afectada por esta disposición6 a la que hace referencia: “Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos y yo no podía ya, por dejarlos en latín” (1967:117). Pero, lo que asusta a la jerarquía eclesiástica es la posibilidad de que la mujer alcance independencia espiritual y se apropie de espacios que, desde siempre, le han sido vedados. De ahí que Melchor Cano advierta del peligro que supone dar “la ciencia de los sacerdotes, jueces y prelados de la Iglesia a las mujeres” (Caballero, 2º t., 1995:538). Su parecer es totalmente misógino: “Porque la experiencia ha enseñado que la lección de semejantes libros, en especial con libertad de leer la Sagrada Escritura, o toda o gran parte de ella, y trasladarla en vulgar, ha hecho mucho daño a las mujeres y a los idiotas” (Caballero, 2º t., 1995:537). En contraposición, la mística no ataca con tanta dureza a la mujer. Para ellos el único criterio de autoridad reside en la experiencia. A partir de ahí se reconoce en la mujer la capacidad de amar, pero no la de pensar o dirigir su propia existencia. La misma Teresa de Jesús afirma Hay muchas más [mujeres] que hombres a quien el Señor hace estas mercedes, y esto oí al santo fray Pedro de Alcántara (y también lo he visto yo), que decía aprovechaban mucho más en este camino que los hombres, y daba de ello excelentes razones (1967:186). Gracias a las experiencias místicas, Teresa de Jesús consiguió una autoridad social y eclesiástica que por otras vías nunca hubiera podido adquirir. Sólo la comunión directa con Dios era válida para ella. Creó un espacio donde no tenían cabida la opresión jerárquica, la subordinación institucional, el ritual cerrado, lo formal de un sistema que la alienaba y 6 Es difícil establecer un catálogo con las lecturas que moldearon su intelecto. La biblioteca de su padre abunda en libros de orientación erasmiana. La biblioteca monástica tiende, también, hacia una literatura denominada de veritate. Víctor G. de la Concha (1978) toma las referencias que aparecen en la obra de Teresa. Las estudia y esboza tres vías en los gustos literarios de esta autora. Por un lado se sitúan las novelas de caballerías, entre las que destaca Las Sergas de Esplandián. En segundo lugar se encontrarían las Flos Sanctorum que le proporcionarían modelos espirituales. Y, por último, se aficionó a las obras de los más importantes autores religiosos entre las que destacan Confesiones de san Agustín, Morales de san Gregorio Magno, The Imitatio of Christ de Kempis; Vita Christi de Ludolfo de Sajonia. Destacan los textos de mística franciscana como Arte para servir a Dios de Alonso de Madrid; Tercer abecedario espiritual de Francisco de Osuna; Tratado de la oración y meditación de Pedro de Alcántara, y Subida al monte Sión de Bernardino de Laredo. 154 Misticismo y demonología: Teresa de Jesús anulaba como persona y como mujer. Se alejó de unas normas establecidas, dirigidas e interpretadas por los hombres. Se buscó, a sí misma, a través de la mística. Diseñó un mundo íntimo que no se ajustaba a los esquemas de la época y para darlo a conocer desarrolló un lenguaje propio. En su escritura, encontramos una palabra femenina que ella misma opone a la de los letrados (G. de la Concha, 1978). A través de esta palabra, siente la necesidad de transmitir sus vivencias, lo que despierta el recelo de los eclesiásticos más radicales que querían mantener la religión al margen de cualquier contagio herético (Hamilton, 1992:121-3). Por ese motivo, en 1588, fray Alonso de la Fuente denunció las obras de Teresa de Jesús ante el Consejo General de la Inquisición en estos términos A mis manos ha venido un libro que se intitula Los libros de la Madre Teresa de Jesús […], hallo en él escripta la secta masaliana con ramalazos de otras sectas, especialmente de los herejes extáticos, alumbrados y dexados […]. El autor del dicho libro lo vende y encomienda por doctrina revelada a Dios e inspirada por el Espíritu Santo; que, si en efecto fue la monja ––como suena el título de él–– es negocio praeter naturam y cosas enseñadas por ángel, porque excede la capacidad de mujer. Más no fue posible ser ángel bueno, sino ángel malo y el mesmo que engañó a Mahoma y a Lutero y a los demás heresiarcas (Huerga, 2º t., 1978:615-6). TERESA DE JESÚS Y EL DIABLO Los místicos consideran al diablo como el mayor obstáculo en la unión con Dios. Interfiere en la oración, la plegaria y la meditación, impidiendo llegar a la culminación de la experiencia mística. Incluso, llega a retorcer y pervertir la contemplación misma, manchándola con la soberbia, la prepotencia y el envilecimiento del individuo. El místico se desenvuelve en una dura lucha. Durante los estadios por los que va atravesando su alma, el diablo puede apoderarse del cuerpo del hombre y de su sensibilidad interna para influir sobre el espíritu (Moreno, 1991). Según Pedro Sainz Rodríguez La vida espiritual está solicitada por dos poderes contrapuestos: el divino, inspirado por el amor, y el diabólico, por el odio y la venganza. Para salir triunfante en esta lucha, y para lograr, además, el hombre el triunfo sobre sí mismo, la vida espiritual precisa de una higiene y de remedios para sus caídas o enfermedades; esto constituye el contenido de la Teología moral, y el conocimiento de cómo se llega a ciertos estados especiales nos lo proporciona la Ascética y la Teología mística (1984:20). El diablo puede conseguir despertar el orgullo en el hombre ante sus éxitos espirituales, haciendo que se crea superior a otros, causándole falsas sensaciones de calidez o induciendo alucinaciones visuales o auditivas. Cuando las sensaciones o 155 María Jesús Zamora las visiones del hombre procedan de Dios, Satanás intentará distraerlo para evitar que llegue a la comunión divina. Los ataques del diablo contra los místicos van desde la sugestión espiritual hasta la agresión física. Buenaventura cuenta que el diablo persiguió a Francisco de Asís con tentaciones de lujuria, gula, miedo y desesperación. Julian of Norwich tuvo atisbos aterradores de Lucifer, quien intentó matarla asfixiándola El demonio acercó su cara a la mía. Era como un joven alto y muy flaco, rojo como el ladrillo recién cocido y con manchas negras. Tenía el cabello rojo como herrumbre y largos mechones le colgaban a ambos lados. Con una mueca de astucia a modo de sonrisa, me mostró los dientes y me pareció todavía más feo. No tenía ni el cuerpo ni las manos bien formados, pero usó las garras para asirme del cuello, y me hubiera cortado el aliento y matado, pero no pudo (Russell, 1995:331). Los místicos creen que su intensa sensibilidad a las experiencias espirituales los desprotege con respecto al diablo. Por eso sufren tormentos y distracciones. Satanás les susurra al oído sugerencias que parecen buenas, pero que sólo producen amargura y repulsa. Les tienta al placer, la murmuración, la difamación, el rencor, la envidia, la vanidad y la soberbia. Si Dios muestra a los místicos la luz de la verdad, el diablo emite falsos destellos para engañarlos. Para saber si la experiencia viene del bien o del mal, el místico ha de plantearse si se siente excitado o confuso (un signo claro del mal) o alegre, tranquilo y en armonía (un signo del bien). Los místicos, por lo tanto, han de mantener una vigilancia constante para rechazar las distracciones que el diablo les ofrece en su intento de alejarlos de una vida de plegaria y amor. Teresa de Jesús experimentó a Satán directamente, como un espíritu en contacto con el otro (Lépée, 1952). También se le apareció ante sus ojos en formas horrendas y con frecuencia la golpeó. Teresa de Jesús lo nombra en singular o plural unas ciento cincuenta veces a lo largo del Libro de la vida. Nos los describe con cuernos y nos dice que es muy propenso a zarandear a los humanos con “garfios grandes” (1967:176). Los califica de “espantajos”, “malditos y cobardes” (1967:138-9). Alude a los tormentos a los que la sometían en muchas ocasiones: “eran grandes los golpes que me hacía dar sin poderme resistir, con cuerpo y cabeza y brazos. Y lo peor era el desasosiego interior, que de ninguna suerte podía tener sosiego” (1967:137). De hecho, solía tener siempre junto a ella agua bendita porque “no hay cosa con que huyan más para no tornar” (1967:137). Este miedo sólo desapareció cuando Teresa de Jesús alcanzó la primera experiencia de unión mística. Gracias a ella adquirió un gran dominio sobre los demonios: “Quedome un señorío contra ellos bien dado del Señor de todos, que no se me da más de ellos que de moscas” (1967:115). Teresa de Jesús comprendió que la presencia del demonio era un obstáculo para acceder a la 156 Misticismo y demonología: Teresa de Jesús unión con Dios; obstáculo, incluso, potenciado por sus confesores y directores de conciencia que utilizaban este terror para imponerse a los fieles […] ¡una higa para todos los demonios!, que ellos me temerán a mí. No entiendo estos miedos: “¡Demonio! ¡Demonio!”, adonde podemos decir: “¡Dios! ¡Dios!”, y hacerle temblar. Sí, que ya sabemos que no se puede menear si el Señor no lo permite. ¿Qué es esto? Es sin duda que tengo ya más miedo a los que tan grande le tienen al demonio que a él mismo; porque él no me puede hacer nada, y estotros, en especial si son confesores, inquietan mucho, y he pasado algunos años de tan gran trabajo que ahora me espanto cómo lo he podido sufrir (1967:116). Teresa de Jesús experimentó muchos vuelos místicos, denominados también sancta dementia y en sus raptos alcanza esferas desconocidas, incluso, para sus confesores. Crea su propio y particular espacio místico, pero sus personales transfiguraciones divinas acaban siendo frenadas por su temor a la Inquisición. Cuando supo que este Tribunal estaba rebuscando en su Libro de la vida quedó sumida en una profunda depresión de la que sólo salió cuando, según ella, Dios mismo la tranquilizó con la comunión (Márquez Villanueva, 1968:182-3). A Teresa de Jesús se le llama “beata de Ávila” o “la beata de la Encarnación”, incluso, algunos la tienen por loca: “Decían que yo estaba loca” (1967:521), escribe en las Fundaciones. Pero cabe la posibilidad de que le guste la idea de hacerse pasar por loca para desviar la atención de la Inquisición. En el capítulo XVI del Libro de la vida (1967:77-9) confiesa cómo “muchas veces estaba ansí como desatinada y embriagada” en un “desasosiego sabroso” diciendo “mil desatinos santos” y componiendo “de presto coplas muy sentidas”. Más aún: al declarar las “cosas muy subidas” que suceden al alma que alcanza el tercer grado de oración dice: “Yo no sé otros términos cómo lo de decir ni cómo lo declarar, ni entonces sabe el alma qué hacer; porque ni sabe ni hable, ni si calle, ni si se ría, ni si llore; es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se desprende la verdadera sabiduría. […] Cuando esto escribo no estoy fuera de esta santa locura celestial” Incluso, quiere que todos con los que ella trate “estén locos de amor”. Después de extrañarse de que haya muchas personas que todavía no gozan de este estado divino, cierra el capítulo con dos frases muy reveladoras: no están locos de amor “porque tienen mucho seso los que […] predican”. “¡Oh gran libertad, tener por cautiverio haber de vivir y tratar conforme a las leyes del mundo!”. Según sus consideraciones, los raptos la dejan virtualmente loca: después de un “gran arrobamiento […] quedan las dos potencias, memoria y entendimiento, casi con frenesí muy desatinadas”. El diablo la acecha día y noche, interfiriéndola en su vida diaria. Se le aparece en continuas visiones. Hasta duda si sus raptos son divinos o son diabólicos. Busca sin descanso la certeza, pero sus confesores la sumen en una incertidumbre más profunda. 157 María Jesús Zamora Amigos, monjas y religiosas ruegan al padre Álvarez que la exorcice, pues, la creen poseída por el demonio (Lisón, 1990:125-7). Teresa de Jesús conocía estos comentarios y se pregunta si “¿Era espíritu de Dios el que todos los demás decían era del demonio?” Confiesa que sufre en su carne “uno de los mayores trabajos de la tierra […] que es contradicción de buenos” (1967:132). Esto se debe a que la frontera que separa el éxtasis de la posesión es leve y en la mayoría de los casos muy confusa. El éxtasis, en su sentido más esencial, supone “un salir del alma, del espíritu, de la presencia vital de sí, en forma de experiencias muy variadas que se refieren a un ‘viaje del alma’ hacia el cielo y las figuras divinas, o hacia el mundo hipoctónico y las figuras infernales” (Di Nola, 1992:344). El cuerpo físico del estático queda como muerto, tanta es su rigidez que en algunos casos se confunde con la catalepsia (Lisón, 1990:124). Por el contrario, en la posesión, un espíritu maligno se apodera del cuerpo y la mente de un individuo e, incluso, puede provocar reacciones fisiológicas violentas —tales como agitaciones y paroxismos— hasta que el poseído se quede inmóvil. Entonces, comienza a hablar en diferentes lenguas, a expulsar objetos por la boca, a escupir y a blasfemar, etc. Es decir, el éxtasis se produce cuando el alma sale del cuerpo, mientras que en la posesión ocurre justamente lo opuesto: la ocupación no sólo del espíritu, sino también del cuerpo de la víctima (Screench, 1980; Reichard, 1966). La melancolía aterra a Teresa de Jesús. Considera este estado de ánimo como el más idóneo para permitir al demonio apoderarse de una criatura.7 Incluso, la oración mental ––la subida mística a la perfección–– puede avivarla, dando con ello mayor acceso al maligno. Teresa de Jesús no duda que el demonio “toma” este humor “por medianero” para apoderarse de la “pobrecita” que lo sufre. Una vez que el diablo la ha tomado como su posesión “las cosas que le pone” en su mente “y los clamores y las desesperaciones que dice el demonio” (1967:536) por medio de esos cuerpos pueden llegar a ser muy cruentos, por lo que el mal ocasionado llegaría a ser muy grave. CONCLUSIONES Teresa de Jesús supo caminar con prudencia y juicio entre la mística y la demonología. Consideró la clausura como el mejor camino de perfección cristiana, dedicando su vida a la oración y a la contemplación divina, lo que le llevó a experiencias místicas, potenciadas también por la situación vivida en 7 En esta época estar poseído o creer estarlo, conlleva una realidad espantosa: la persona se desdobla entre su propia individualidad y la del diablo. En la frontera marcada por su cuerpo cohabita un espíritu caótico, agresor, destructor, aniquilador de la intimidad, del carácter, de la misma esencia del ser humano. El demonio se convierte en el componente más odiado y rechazado de la identidad personal en un poseso. Ello da lugar a una gran confusión mental que conduce a la más extrema ambigüedad, duda, depresión, llegando incluso a rozar la autodestrucción (Zamora, 2008:411-45). 158 Misticismo y demonología: Teresa de Jesús los conventos femeninos de esta época, donde resultaban casi cotidianos los arrobos, las revelaciones, las visiones celestiales, las profecías y los milagros. Pese a la desconfianza que despertó en teólogos y moralistas, quiso evitar el riesgo de ser acusada de alumbrada o de heterodoxa. Por ello se perciben dos etapas muy claras en la espiritualidad que refleja en sus libros. La primera duró veinte años y estuvo marcada por la lectura del Tercer abecedario espiritual (1537) de fray Francisco de Osuna, donde conoció en qué consiste el recogimiento que se conseguía con un mero retiro en oración, desocupando la mente de las cosas materiales para que de este modo Dios pudiera llenarla por completo. A partir de este estado y a través de la perseverancia, Teresa de Jesús conseguía llegar a un punto de efusión de gracia, la “oración de la quietud”, que la conducía a la unión mística con Dios. El segundo periodo fue marcado por la dirección espiritual de sus confesores jesuitas quienes limitaron su vida contemplativa. Le aconsejaron que dejara la oración espiritual y que progresivamente pasara a una meditación vocal o coral. Al llegar a este punto, Teresa tuvo miedo a que el diablo se apoderara de ella a través de las puertas que quedaban abiertas llevando una vida contemplativa, reflexiva, de rezos internos, más dada a cavilaciones y tentaciones demoniacas que a prácticas más espirituales. Teresa de Jesús siente temor a ser engañada por el diablo, a ser declarada herética sin tener conciencia de tal. Por ello, busca una ortodoxia que encuentra en la figura de sus confesores jesuitas. Sin renunciar a la mística recondujo su espiritualidad hacia el ascetismo, una vía de comunión con Dios y de salvación más acorde con el momento histórico que le tocó vivir. Quedó con ello fuera de la sospecha de heterodoxia. Comprendió que la mística no admite modas sino exigencias que no todos pueden asumir (González Duro, 2004:24-33). Poco a poco, la frontera entre la mística y la demonología se fue diluyendo en una Teresa de Jesús que tuvo más miedo a la Inquisición que a los poderes de Satanás. Descubrió que los espacios por los que se encaminan ambas experiencias son intercambiables, ya que se encuentran fuera de uno mismo. Estos estados, en los que se experimentan éxtasis y posesiones, son formas de percepción de una realidad encaminada a la revelación de un universo de sensaciones sublimadas. El místico, para serlo, necesita salir de sí y dejar el yo como aposento del otro. Y justo en esta experiencia reside el gozo supremo que Teresa de Jesús refleja en sus escritos. Ella confiesa que “acaecido me ha algunas veces en este término de oración estar tan fuera de mí”, “el alma no quería vivir en sí”. La ausencia del yo es suplida por el otro que puede ser divino o satánico. Se da cuenta que es difícil vivir en el equilibrio y, aún consiguiéndolo, éste se puede romper por el mal que forma parte de la propia naturaleza humana (Fiore, 1988; Walker, 1981). Libertad versus represión, bien versus mal, cuerpo versus alma, finalmente, razón versus locura, son temas que la preocupan y atormentan. Esto nos lleva a plantearnos cuánto de inspiración divina o demoniaca marca no sólo los textos de Teresa de 159 María Jesús Zamora Jesús sino su propia vida, reflejo de una realidad donde sensaciones, sentimientos y experiencias se entrecruzan con el miedo, la represión y el tormento. Universidad Autónoma de Madrid* Facultad de Filosofía y Letras Departamento de Filología Española Campus Cantoblanco C.P. 28049 Madrid (España) [email protected] BIBLIOGRAFÍA Andrés, Melquiades. Los místicos en la Edad de Oro en España y América. Antología. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1996. Bataillon, Marcel. Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual del siglo XVI. Trad. Antonio Alatorre. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1995. Caballero, Fermín. Conquenses ilustres. Cuenca: Ayuntamiento de Cuenca, Instituto Juan de Valdés, 1995. 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En este trabajo nos aproximamos a develar el territorio en esta segunda condición, reseñando lo que en general entendemos por realidad epistémica y lo que nos parece ser el territorio en cuanto realidad epistémica e indicamos las correlaciones que se nos presentan entre ambas perspectivas. Palabras clave: Espacio, territorio, espacialidad, territorialidad. Abstract Territory is a reality which manifests itself through a plurality of areas and factions that we will call here perspectives. Two of them seem to us, theoretically, are always correlative: the metaphysical perspective and the epistemological perspective. According to the first, territory is a kind of effective reality, though not always in a concrete fashion, while the second is a notional reality, a concept, a theory. In this essay we approach territory through this second condition, reviewing what we generally understand as epistemic reality; and what territory seems to be to us in regard to an epistemic reality, and we indicate the correlations that appear between both perspectives. Key words: Space, territory, spaciality, territoriality. 1. APROXIMACIONES A LAS REALIDADES “EPISTÉMICAS”. La convicción de que no solamente vivimos cambios profundos a nivel de realidades de hecho (políticas, económicas, tecnológicas, morales, estéticas, etc.) sino que, también, esos cambios se evidencian en los modos de conocimiento, de comprensión e interpretación de ellas es una cuestión de lo más relevante en nuestra época; siendo muy significativo que tal cuestión se manifiesta como un fuerte cuestionamiento a las maneras tradicionales, modernas, de aprehensión de lo real, lo que se ha venido asumiendo con el llamativo título de cambio de paradigmas. 1 Esta publicación es producto de la ejecución del proyecto Fondecyt Nº 1080665 “Las sociedades litorales como sistemas de prácticas y saberes tradicionales y científicos: la caleta como modelo de imaginarios pesqueros y dinámicas de uso y apropiación de recursos marinos”. Nelson Vergara Un supuesto fundamental en este contexto es que ningún hecho puede ser entendido si no se lo sitúa en los marcos socioculturales en que acontece; de modo que los cambios paradigmáticos constituyen también realidades inseparables de esos marcos, a los que recursivamente contribuyen a formar. Partiremos, entonces, de este reconocimiento y de algunas preguntas iniciales como las siguientes ¿En qué consiste, epistemológicamente, el cambio paradigmático que estamos señalando?, ¿Qué efectos o alcances tienen estas transformaciones en la constitución de nuestros mundos, más acá de la Modernidad?, preguntas que intentamos responder en conjunto en esta primera parte. Al establecer las preguntas en dirección epistemológica, queremos reiterar que un paradigma trasciende esta dimensión cognoscitiva, esto es, que no se agota en ella, lo que hace que los cambios paradigmáticos sean siempre cuestiones bastante complejas; condición cuyo reconocimiento es, históricamente, reciente. Lo anterior se ve reflejado en el hecho de que, siendo lo epistemológico un asunto que en lo esencial trata de dilucidar las formalidades de los conceptos o teorías, esta dilucidación es imposible de realizar al margen de las circunstancias en las que se piensan los conceptos, de manera que, al concebirlos, nos vemos compelidos a pensar, también, las situaciones en que se dan y los distintos contextos que interactúan con ellos, por lo que debe ser posible leer en los conceptos, tanto las significaciones pertinentes a la realidad de sus referencias, como las condiciones en que dichos contextos se dan teórica y prácticamente, cómo se constituyen y cómo se desenvuelven, momentos que en la historia de los paradigmas se reconocen como períodos de normalidad o como períodos de crisis. Formalmente, desde Kuhn (1993) ––aunque en rigor es más antigua, ya que el concepto se usaba ya en el siglo XIX–– esta cuestión marca una transformación radical en la forma de concebir la historia de las ciencias, la que ya no puede ser entendida como en la modernidad, en términos acumulativos y lineales. La consecuencia inmediata de lo anterior es la convicción de que vivimos una situación marcadamente crítica. Resultado de esto es la creencia en la inestabilidad de los paradigmas, lo que se ilustra en la velocidad con que se van erosionando sus perfiles y promoviendo ya no tal o cual reforma en su configuración y práctica, sino que su sustitución, su reemplazo. Y no se trata, solamente, de cambios radicales en el interior de las disciplinas, sino de sus relaciones con otras disciplinas (dando lugar a relaciones inter, multi o transdisciplinarias) y con el mundo en torno (local, regional, global, etc.) que se acentúa, hoy día, por las condiciones de globalización socio-histórica que instituye contextos y situaciones como entornos insoslayables. De este modo, en la cuestión paradigmática, no sólo nos enfrentamos a nuevas ideas acerca de la realidad de los objetos que interesan a la ciencia y, en general, a todo saber ––incluidos los objetos del sentido común–– sino que, también, a las 164 Saberes y entornos: Notas para una epistemología del territorio nuevas ideas acerca de lo que es el saber o el conocimiento. Por esto, se ha afirmado con tanta convicción que estamos frente a realidades epistémicas que debemos asumir desde condiciones de alta complejidad las que, por lo pronto, rechazan toda idea favorable a la tradicional teoría moderna de los datos elementales como únicas bases seguras y ciertas, doctrina moderna que promueve y defiende a ultranza el positivismo y neopositivismo. Entre las condiciones más reveladoras de la complejidad epistemológica, interesa particularmente destacar tres cuestiones claves que, entre otros, Edgar Morin ha venido desarrollando en sus investigaciones (1982; 2006): a) la creciente decepción por la búsqueda de la simplicidad tal como la entendió la época Moderna; b) el abandono progresivo del ideal de autonomía disciplinaria en el sentido moderno del término; c) la búsqueda de un paradigma que se sostenga sobre principios que apuesten por la complejidad. En cierto modo, las dos primeras cuestiones constituyen aspectos de un mismo paradigma, que desde Descartes dominara toda la Época Moderna y que E. Morin (2006) denomina paradigma de la simplicidad. Cada aspecto, sin embargo, es significativo por sí, como es significativa su conjunción. Con más o menos variaciones este modelo de investigación ha llegado hasta el positivismo del siglo XIX y ha dominado, desde allí, una buena parte de la ciencia del siglo XX, incluido el neopositivismo y, en cierto sentido también, la variante radical del constructivismo contemporáneo, a lo menos en la línea de Heinz von Foerster y Ernest von Glasersfeld. Al respecto, según E. Morin (2006), dos son los asuntos que refieren, en términos de principios, a lo que denominamos la búsqueda de los datos elementales, siempre tan caros a la Modernidad: el principio de la distinción analítica y el principio de la reducción a lo elemental. Y en este plano, también estos aspectos principiales del paradigma de la simplicidad se reenvían y condicionan mutuamente: el análisis es, desde ya, reductor y la reducción sólo puede conducir a los datos requeridos por el análisis. Por esto, el programa de la Modernidad, sobre todo a nivel positivista, raya en lo dogmático al proponer a ultranza la condición absoluta y la proyección de sus verdades como incuestionables, con tal de que se sigan sus preceptos, esto es, de que se cumpla con sus requerimientos; y, entre ellos, junto con la herencia cartesiana del análisis y la reducción, la exigencia empirista de someter las ideas al escrutinio de la experiencia, en el sentido que para el positivismo tiene que someter algo a tal concurso. Ortega (1962, 1966), Popper (1992), Sartre (1967), Morin (1982, 2006), Castoriadis (2002, 2007), entre tantos, se han referido muy críticamente a estas exigencias, de las que dependió el encuentro y mantención de las certezas modernas, tanto científicas como políticas, haciendo de la simplicidad una fe y una doctrina. El Discurso del Método es, y ha sido siempre, el modelo que mejor ilustra el estado de espíritu propio de la Época Moderna, su sensibilidad y su 165 Nelson Vergara racionalidad. La propia burguesía, escribió Sartre (1967), puede ser definida por el uso que hace de ese espíritu dominado por la reducción analítica y que, notoriamente, trasciende el ámbito científico. Pero, no es solamente lo real efectivo lo que sufre el embate de la reducción analítica. También actúa sobre otras formas de lo real, como es lo real conceptual, esto es, el conocimiento mismo. De hecho, en este terreno, la Modernidad instala la dicotomía de sujeto y objeto y pretende darle validez en todo y para todos: el mundo, la extensión, queda de un lado; el pensamiento, la cogitatio, queda de otro, separados y distintos. Y así como lo extenso para ser comprendido tiene que ser separado en tantas partes como resulten necesarias, el pensar ––al someter a análisis lo que le es propio–– tiene que hacer lo mismo. Entonces, se instalan las disciplinas como una consecuencia del rigor del análisis y se consolidan, también, bajo la categoría de autonomía relativa. En la Modernidad, la ciencia y la cultura, en general, son disciplinarias y tienen su propia esfera de acción. Por esto, Descartes ––desde el inicio–– recomienda no con-fundirlas y, por esto, cada una de ellas entra en procesos de dominancia que significa reclamar para sí un determinado dominio de lo real, incluido el arte que ––según Heidegger (1960)–– cae, entonces, bajo el dominio de la Estética. Pero aun cuando las crisis se sostengan en determinadas decepciones como son las que terminan por poner en discusión e incertidumbre el valor de estos principios que, en otros ámbitos más recientes, se han conocido como la decepción por los grandes relatos, ninguna crisis ha podido sobrevivir y superarse sin un proyecto, sin un afán, a veces muy soterrado, de emociones y de sensibilidades que quieren construir lo nuevo desde nuevas bases. Así, a la crisis de los principios modernos y sus fundamentos en la Razón, el Progreso, en la linealidad de la Historia Universal, como los nombra G. Vattimo, le sigue una fase de propuestas que pretenden instalar nuevos paradigmas. En el contexto que estamos considerando, E. Morin llama a esto el Paradigma de la Complejidad (2006) cuyos principios más programáticos en su concepción son la dialogicidad, la recursividad, la hologramaticidad, principios que se resumen en la idea central que afirma que lo real es siempre un tejido, una trama, un entramado de diversidades y diferencias, tanto como de identidades, un complejo de relaciones, interacciones e inter-retroacciones entre hombres y ambientes (o entornos); entre efectividades, virtualidades, conceptos, imaginaciones, etc., es decir, un todo de partes que se interpenetran y codeterminan. Y esto es válido tanto en lo que se ha denominado lo ontológico como lo epistemológico y lo valórico, sea hacia fuera o hacia dentro de sí mismos. Por esto, sabemos ahora que Afuera y Adentro no son ya absolutos sino relativos uno al otro y que se requieren mutuamente, también. De este modo, categorías concebidas como dicotomías, por ejemplo, Subjetividad y Objetividad; Hombre y Mundo; Conciencia y Objeto; Razón y Experiencia; Apariencia y Realidad, etc. ––dicotomías que con tanta convicción revelaron a la 166 Saberes y entornos: Notas para una epistemología del territorio Modernidad— manifestaron siempre, desde el espíritu de la complejidad, su condición de asuntos definidos por coexistencia. Así dice Sartre, en un texto muy significativo (1965) no es en la intimidad donde vamos a encontrarnos, sino en el afuera, en lo otro que nosotros mismos, pero donde lo otro, de alguna manera, forma parte esencial de lo que somos. Según esto, la transformación más significativa en las realidades epistémicas se manifiesta, entonces, en el paso de la autonomía de lo elemental a la coexistencia de sus partes; de la determinación y dominancia de una parte sobre otra, a su interacción e interdependencia; de su influencia unilateral y lineal que revelaría su constitución simple, a sus influencias mutuas a través de inter-retroacciones y coexponentes de sus radicales complejidades. A partir de aquí, ya no nos es posible separar, aislar, al hombre de sus entornos, así como tampoco al saber de los suyos. Como lo está probando la historia actual de las ciencias, las consecuencias de este cambio epistemológico, junto con otros cambios, es de proporciones gigantescas. 2. EL TERRITORIO COMO REALIDAD EPISTÉMICA Como hemos afirmado ––en una tesis ampliamente difundida y que comparten muchos autores–– se sostiene, con leves variantes, que vivimos una suerte de revolución epistemológica. Así, se dice que observamos el pasaje “de un gran momento de un imaginario logo centrado, centrado en la palabra a un imaginario que va a estar loco/locus centrado, centrado sobre el espacio” (Maffesoli, 2004). Años antes, en un texto que se ha vuelto emblemático, afirmaba Foucault (1999) que así como el siglo XIX había sido el gran siglo de la historia, “tal vez la época actual sea más bien la del espacio” señalando, así, el gran giro que se estaría produciendo en estas coordenadas fundamentales de la existencia humana socio-histórica. Este encuadre general epistemológico ––que en nuestro país y en Latinoamérica ha encontrado ecos también–– apuntaría no solamente a una característica de la época, sino que al hecho ya señalado que nada podría ser realmente pensado y comprendido si no se lo sitúa con relación a ese marco. Todo, en general, se estaría espacializando y, con mayor razón, esa evidencia se mostraría en aquello que tiene relación directa con el espacio. Tal es el caso específico del territorio. Esta tesis que en Foucault muestra una leve indecisión cuando dice “tal vez”, encuentra en Maffesoli una actitud más taxativa y amplia al proyectar sobre otros asuntos la revolución epistemológica en marcha. Y uno de ellos es el significativo asunto del retorno. Según esto, “la temática del territorio vuelve a estar a la orden del día” (Maffesoli, 2004, loc. cit.), así como en otros vuelven a estar a la orden del día el retorno de lo imaginario, el retorno del mito, la vuelta de los dioses, etc. Y esta afirmación de Maffesoli puede ser importante, a lo menos, en cuanto destaca dos cuestiones esenciales: el supuesto de que, alguna vez, el espacio y el territorio ya estuvieron a la orden del día y que por alguna razón dejó de estarlo, y el supuesto de que este retorno responde a una 167 Nelson Vergara tendencia que lo trasciende y que, por lo mismo, entiende el territorio en un marco de transformaciones paradigmáticas de otros fundamentos, lo que exige repensarlo desde la radicalidad teórica que impone el nuevo imaginario y que se ha llamado revolución paradigmática (Pires), paradigma de base (R. Echeverría), paradigma de la complejidad (E. Morin), nueva episteme (M. Foucault), etc. Sin considerar estas aproximaciones como recomendables en su estricta particularidad, preguntamos entonces: ¿Cómo se nos presenta el territorio hoy día en tanto realidad epistémica, teniendo en cuenta su situación en el contexto de la crisis de la modernidad? ¿Qué concepto o teoría del territorio es inferible desde esas aproximaciones? O, dicho de otro modo ¿Qué aspectos del territorio, en tanto concepto o teoría, son destacables en la situación de actualidad? Hay, al respecto, una serie de notas que nos parece que son significativas. Una primera nota es la que relaciona o entiende el territorio con o desde la noción o concepto de espacio. Lo que no es claro es la forma que asume esta relación en las discusiones contemporáneas. Veámoslo con detalle. Efectivamente, el territorio refiere una realidad de consistencia espacial. No se apunta, sin embargo, a una noción o a un concepto general de espacio, ni a una forma abstracta como el espacio geométrico; o concreta, física, como el espacio geográfico. Tampoco parece ser, primariamente, un espacio ficticio como el espacio metafórico. Es, más bien, el espacio en tanto forma parte estructural de un proyecto vital, o trayecto, en el que se articulan vidas personales y vidas colectivas con sus entornos, circunstancias o situaciones en las que el espacio-territorio funciona como el ahí donde se prevé o se espera la concreción de esos proyectos-trayectos, ya sea en un plano material, ya sea en un plano simbólico. Desde este punto de vista el territorio es, en primer lugar, la apropiación de un espacio en vista de transformarlo o transfigurarlo en algo propio, ya sea en el sentido de la adquisición como en el sentido de la identidad. De este modo, se ha dicho, el territorio es fundamentalmente un espacio de reconocimiento de sí, o de otro; el entorno donde podemos identificar lo nuestro, o lo ajeno, y tal parece ser el sentido que se quiere destacar cuando se dice el territorio como un espacio apropiado. En este contexto, nos parece que toda otra determinación espacial como es el paisaje, el lugar o no lugar, el sitio, la ocupación, etc., suponen el de territorio, como éste supone el de la espacialidad. Pero hay algo más: las nociones fundamentales de espacialidad y de territorialidad señalan, también, esa dirección, sólo que más radicalmente ––diríamos, metafísicamente–– y que el plano epistemológico no puede obviar, ya que los conceptos no se agotan en su condición semiótica, sino que refieren también una semántica, en el sentido que Paul Ricoeur da a esta expresión (2002). Epistemológicamente, entonces, esta primera nota del concepto de territorio, la propiedad identificatoria, nos ubica en su condición más intrínseca. 168 Saberes y entornos: Notas para una epistemología del territorio Una segunda nota clave es que tal condición identificatoria reclama ser considerada en términos de co-relación, co-respondencia o coexistencia, lo que discute el tradicional concepto de la disyunción impuesta por el pensamiento moderno, disyunción que sólo distingue y separa los términos y sus referentes, dibujando así, como se refirió en el primer parágrafo de este trabajo, un mapa de oposiciones, antagonismos y contradicciones que ponen en tensión los objetos entre sí y a éstos con sus sujetos. De este modo, el territorio queda, de un lado, lógica u ontológicamente, mientras el sujeto queda, de otro lado, sin posibilidades de encuentro ni compenetración sino de encuentro mecánico y de un modo que los presenta como separados y condenados a no ser más que aquello que el concepto enuncia o señala, sea del orden de la extensión o del pensamiento. Desde Descartes, el idealismo se nutrió de esta diferencia, la que instituida como incuestionable y definitiva es, por lo mismo, concebida como absoluta. Así, el espacio-territorio fue pensado y vivido siempre como lo otro absoluto del sujeto. Sin embargo, esta concepción epistemológica fue cediendo terreno ante la evidencia creciente de que lo otro es siempre otro desde alguien o para alguien; que el objeto lo es para un sujeto y viceversa, así como el mundo lo es para una conciencia y ésta para aquél, las circunstancias para un proyecto, etc. Del mismo modo, el territorio es tal para quien, individual o colectivamente pueda admitirlo como lo propio, cercano o lejano, vivido o concebido, asignado o conquistado, reconocido o desconocido, respetado o despojado, etc. De esta manera, el territorio es siempre algo de sí y algo para sí, más allá de toda determinación posterior en el orden económico o político. Podemos llamar a esta nota la condición correlativa o correlacional del territorio. Pero la complejidad que está inscrita en este concepto nos remite a otras notas. Una tercera, que nos parece muy conectada a la anterior, tiene que ver con la necesidad de la crítica a la idea matriz de la reducción a lo elemental propia de la modernidad y de su epistemología. Según esta característica ––reconocida por Sartre (1967), según indicamos antes y señalada por E. Morin (2006) como propia del paradigma de la simplicidad–– la Época Moderna, afanada en la búsqueda de las reglas que según ella regían el orden de las cosas y hallándolo siempre en las leyes que determinan sus comportamientos y que los explican, procede mediante la reducción de unas cosas a otras destacándose, en esto, la puesta al descubierto que la realidad última de lo que hay es siempre simple y elemental, representando esta simplicidad ese orden que se oculta tras las apariencias del desorden o el caos y que nos hacen pensar en complejidades inexistentes en tanto realidades y que el análisis se encargaría de conjurar, a condición, claro, de ejecutar el movimiento que el método señala y recomienda. Así, encontrado ese orden queda, entonces, establecido que la complejidad es aparente y, en lenguaje de E. Morin, recordando a Adorno (2006), la no verdad. Positivismo y neopositivismo representan a cabalidad este paradigma de lo 169 Nelson Vergara simple, así como también, de un modo evidente lo hace hoy el constructivismo contemporáneo, principalmente el llamado constructivismo radical. Como todas las cosas (concepto éste muy caro al idealismo moderno), espacio y territorio parecen adecuarse perfectamente a esta noción, por cuanto “cosa” es, en esa ideología, la máxima reducción que cabe hacer en este plano, sea material o simbólica, concreta o abstracta. Y como la reducción exige la mayor prolijidad en sus afanes reduccionistas, lo más elemental será siempre aquello que ya no puede reducirse a otro, lo fundamental; el fundamento o principio. Y así es como el territorio se va a reducir a la noción o concepto de espacio, pero no espacio cualquiera, sino aquél tan genérico que en sí no puede poseer otra determinación sino aquella en la cual las cosas se hallan o se encuentran, el receptáculo vacío de otras cosas menos elementales. Visto desde aquí, el territorio es también algo abstracto, separado, en sí y, en cierto modo, autorreferente. Pero sabemos que esta cadena de reducciones llegó a su final sin que lo real se encontrara allí como un dato. Al contrario, a poco de decepcionar este proyecto reduccionista moderno, se fue haciendo claro que lo que se llamó las cosas entendidas como datos se presentaban, más bien, como sistemas dinámicos; como tramas o entramados, como redes, y que en estas condiciones de interconexiones múltiples, ningún ámbito podía ser dominante, ni lógica ni ontológicamente, sino que tales interrelaciones se daban como interdependencias, correlaciones, coexistencias o inter-retroacciones complejas. En cada momento, una cosa era, entonces, lo que era con relación a otra, en una trama que tampoco resultaba definitiva, cerrada o aislada, ya que obedecía siempre a dinámicas constituidas e instituidas por su propio movimiento. De aquí que en el proceso de instauración y desarrollo de relaciones, de imaginarios, de identidades territoriales, etc., se hable, más bien, en orden a evidenciar procesos de construcción o creación de territorios o de espacios. Así, el territorio remite obligadamente a ese proyecto/trayecto de apropiación que lo va ordenando según sus tramas de complejidades ––económicas, sociales, políticas, culturales, etc.–– y sus constantes reenvíos de unos a otros y de ellas con sus sujetos territoriales. De aquí que, cada vez, el territorio se presente como un tejido de coherencias, pero también de incoherencias, de cercanías y lejanías; de armonías y desarmonías, de encuentros y desencuentros, de presencias y ausencias, de nostalgias y hastíos, de recuerdos y olvidos. Conciencia y memoria son parte significativa de esos tramados/entramados como también lo son las razones y emociones, la sensibilidad y la acción, la palabra y el silencio, etc. Pues bien, a esta nota de precisas influencias mutuas, podemos denominar la condición de reciprocidad del territorio. Íntimamente ligada a esta condición de reciprocidad encontramos la nota que parece complementaria y co-implicada con ella. Para ubicarnos con mayor propiedad, retrotraigámonos a la situación moderna, según la cual, en el contexto del idealismo, la reducción muestra claramente que a cada nivel de la cadena de 170 Saberes y entornos: Notas para una epistemología del territorio procesos le corresponde un grado de autonomía, alcanzando la realidad más elemental esta doble condición: a mayor autonomía, mayor realidad. Por esto, el afán moderno por descubrir las leyes generales que rigen los distintos órdenes, y a éstos entre sí, es en esa cualidad donde se aloja su ser por sí, su ser absoluto, la verdad. Probar, entonces, el grado de verdad que algo ostenta es equivalente a probar su mayor o menor libertad de ser o de sentido, lo que debía coincidir con la simplicidad de los datos elementales, sólo encubiertos por esa aparente confusión, producto de una complejidad también aparente. Poner en duda esa aparente simplicidad como signo de verdad conlleva, entonces, poner en duda y sospechar de la verdad de la autonomía. Desde ese momento, la sospecha abre el camino a la consideración de que las interdependencias impedían también las autonomías, fuesen éstas del tipo que fueran (lógicas, físicas, ontológicas, políticas, éticas o estéticas). Entonces, nada fue ya absoluto y definitivo, sino un ir dándose, constituyéndose, unos con relación a otros, unos respecto de otros. De modo que, contra toda apariencia, no hay sujetos territoriales autónomos e independientes de los territorios, ni éstos son sin aquéllos. Por tanto, no hay sujetos des-territorializados como no hay territorios sin sujetos territoriales. Fenómenos privilegiados que prueban este reenvío constante de unas cosas a otras, las hallamos hoy día en múltiples asuntos histórico-sociales, tales como el viaje (Augé, 2002), el ir de un lugar a otro, tanto en las crecientes migraciones como en el turismo pero, también, en las luchas desatadas en el rescate de territorios, efectivos o ficticios, que van poblando los múltiples imaginarios de nuestra época, ya nada moderna. Sin duda, podemos llamar a esta nota la condición de inherencia del territorio. Según ella, al territorio le es inherente serlo para quienes lo piensan y sienten, lo conciben y vivencian como parte de sí mismos, sin lo cual no lo serían, como tampoco lo sería el territorio, ya que la idea de territorio vacío, la nada de territorio como algo indeterminado, su remisión al vacío, es un absurdo. Pero no podemos concluir sin referirnos a la que, acaso, sea la característica más notable, la nota que sin duda atrae la atención actual como una revelación que puede atribuirse nuestro tiempo. Llamamos a esta nota la condición imaginaria del territorio y señalamos a continuación algunos hitos importantes de esta ideapercepción. Según ella, el concepto de territorio refiere la construcción de un proyecto-trayecto que no está dado sin más, sino que es construido, creado imaginativamente como un a priori que una comunidad tenderá a materializar, según las circunstancias histórico-sociales en que se crea o inventa el proyecto y su itinerario ideal, es decir, según y cómo lo dibuje su emoción y su utopía. En este sentido, el territorio es parte de un sueño colectivo en el que han de concretarse sus fines y valores porque cree en ellos. No se trata, entonces, de una opinión o de un sistema racional de ideas, sino de una idea-creencia en el sentido que Ortega entendía por convicción (1962); una fe, por lo tanto, algo que está más 171 Nelson Vergara cerca de la sensibilidad que de la razón como la concebía la Modernidad. Hay en ella mucho de emoción, de sentimiento vivo, de deseo; un afán casi irracional por superar un estado de cosas insatisfactorias y una búsqueda no menos emocional de identidad. Entonces, el territorio está en el corazón y en la geografía poética antes que en la geografía efectiva de un sitio o de un pedazo de tierra y, por esto, resulta inconmensurable con las medidas exactas de la geometría; sólo se le puede medir con la metáfora del horizonte que se desplaza con el movimiento de la mirada; más allá de la mirada misma. Pero ese más allá no es, propiamente, un afuera sino un dentro: el territorio es ––según esto–– algo que se lleva al tiempo que se es llevado por él. El territorio se produce como se produce lo poético: creándolo. Y como la utopía es una de las expresiones de lo imaginario, el territorio, también lo es. Sin embargo, esto es solamente una parte: la otra, “contradictoria” con ella, es la defensa, también irracional, de ese sueño colectivo, el elemento ideológico que sirve de marco justificatorio de la utopía. El territorio es, desde aquí, aquel espacio apropiado y no transable ni intercambiable por otros sueños. Tradiciones, mitologías, creencias, son funciones inequívocas que dan forma a ese imaginario y, al mismo tiempo, sus expresiones más sólidas. Cuando el turista compara otros territorios con el propio, o cuando el migrante lleva su territorio encarnado en materialidades que tienen para él un valor simbólico inequívoco, lo que hacen es situarse en lo propio, descubrirse en lo ajeno como aquello que les remite a sí mismo, inalienable y eterno. Por esto, el territorio es aquello Otro en el que uno ha de hallarse como Mismo y entenderse desde ahí. TERRITORIO Y METAFÍSICA Queremos, finalmente, fundamentar en forma breve y sólo como una tesis, esta relación en un apunte que persigue situarnos, también, en la tendencia más reciente y que afirma la no independencia de la epistemología respecto de la metafísica; la imposibilidad de que aquella sea considerada como disciplina autónoma. Y de todas las “razones” que cabe traer y tener en cuenta, hay una que nos conforma por su carácter de principio. Se trata de que los conceptos son un tipo de realidades que refieren, remiten o hacen alusión a otras realidades que resultan apuntadas en ellos, realidades efectivas, conceptuales o virtuales e imaginarias, por cuya realidad cabe, también interrogar y que deviene inseparable del concepto, si bien, perfectamente distinguible. Por esto, al discutir sobre esas realidades ––en este caso la realidad del territorio–– no se trata de una discusión sobre palabras o términos o conceptos, sino de aquello a lo que éstos hacen referencia, a lo que de verdad es el territorio en su condición más esencial y que puede ser dicho de distintos modos. El concepto, en las perspectivas más actuales, ha de referir y decir lo que el territorio es realmente; por eso las notas apuntadas lo son tanto de la realidad como del concepto. Desentrañar estas complejidades es, hoy por hoy, una tarea permanente de una teoría del territorio. Por esto, 172 Saberes y entornos: Notas para una epistemología del territorio nociones como espacialidad y territorialidad están siempre como a horcajadas entre la metafísica y la epistemología, del mismo modo que otras notas que se sitúan, al parecer, en la misma tensión epistémico-metafísica y que, por eso, no las hemos referido aquí, son las del territorio en tanto patrimonio y en tanto testimonio, realidades éstas que tienen en la actualidad un gran valor sociohistórico para la comprensión de identidades e imaginarios sociales. Epistemológicamente, forman parte también de esa trama de conceptos que Morin, Ortega o McLuhan gustan llamar galaxias, concepto según el cual las teorías son redes en las que ningún concepto está aislado o es autosuficiente. Con otras palabras, que hemos de entender que en esa galaxia debe ser posible visualizar y entender el carácter dialógico de los conceptos entre sí y con sus entornos, textuales y no textuales, visualizar y entender su condición de realidades determinadas por su recursividad en la que ellos son tanto productos como productores de significación y, también, que en uno cualquiera de ellos ha de poder comprenderse su relación con los demás, porque de algún modo contiene a los demás, es decir, es hologramáticamente los demás. Universidad de los Lagos* Departamento Humanidades y Arte Avda. Alcalde Fuchslocher 1305, Osorno (Chile) [email protected] BIBLIOGRAFÍA Augé, Marc. Los no lugares. Espacios del anonimato. Barcelona: Gedisa, 2002. Bachelard, Gastón. La poética del espacio. México: F.C.E., 1996. ------- La filosofía del no. Buenos Aires: Amorrortu, 1992. Boisier, Sergio. Modernidad y Territorio. Santiago: Cuadernos del Ilpes, 1996. Castoriadis, Cornelius. 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Silva, Armando (sf). “El territorio: una noción urbana”, en www.fastio.com 174 175-194 PABLO DE ROKHA Y JOSÉ ANGEL CUEVAS: DE LA NOSTALGIA DEL MUNDO RURAL AL SUJETO DE LA CIUDAD MARGINAL1 Pablo de Rokha and José Angel Cuevas: From the nostalgia of the rural world to the subject of the marginal city Naín Nómez* Resumen Este trabajo tiene por objetivo establecer una comparación entre la poesía de Pablo de Rokha (1894-1968) y la de José Angel Cuevas (1944), a partir de la representación que ambos poetas chilenos hacen de las identidades locales, nacionales, populares y urbanas. Estos rasgos permiten desarrollar un recorrido del imaginario que va desde la mitificación de la ruralidad popular y la degradación producida por el capitalismo urbano incipiente en Pablo de Rokha al sujeto marginalizado de la ciudad dictatorial que añora este mundo rural y urbano anterior, también mitificado en la obra de José Angel Cuevas. Palabras clave: Pablo de Rokha, José Angel Cuevas, identidad, ciudad, popular. Abstract This article proposes to establish relationships between Pablo de Rokha (19941968) and José Angel Cuevas (1944) poetry, through the representation that both Chilean poets make about local, nacional, popular and urban identities. These features develop an imaginary, that goes from the mitification of the popular rurality and the degradation produces for the initial urban capitalism in Pablo de Rokha, until the marginalized subject of the dictatorial city with nostalgia about the old rural and urban world, also mitified in José Angel Cuevas. Key words: Pablo de Rokha, José Angel Cuevas, dentity, city, popular. INTRODUCCIÓN Nuestro objetivo es establecer una comparación de la poesía de Pablo de Rokha (1894-1968) y José Angel Cuevas (1944), a partir de la representación que ambos poetas chilenos hacen de las identidades locales, nacionales, populares y urbanas. La producción de Pablo de Rokha, uno de los adelantados de la vanguardia chilena y latinoamericana de los años veinte del siglo pasado, se focaliza en un discurso poético de carácter híbrido que recibe traspasos de las vanguardias europeas, las ideologías de la época y el discurso oral de ciertos sectores campesinos de la zona central de Chile. En este sentido, cultiva una hibridez que tiene en una de sus vertientes una identificación estética y social con lo local-rural, lo nacional y lo popular, al mismo tiempo que realiza una crítica frontal a la vida en las grandes 1 Este artículo forma parte del proyecto Fondecyt Nº 1085255 (2008-2010) del cual soy coinvestigador. Naín Nómez ciudades del creciente proceso moderno de comienzos del siglo XX. Por su parte, la poesía de José Angel Cuevas, poeta que se inicia en los sesenta del siglo pasado y que publica en los ochenta, se construye desde la representación y la identificación con sujetos urbanos degradados y escindidos entre dos épocas, que se ubican en una marginalidad reflexiva y desencantada. Estos rasgos específicos, pero también diversos, permiten establecer un recorrido del imaginario que va desde la mitificación de la ruralidad popular y la degradación producida por el capitalismo urbano incipiente en la poesía de Pablo de Rokha al sujeto marginalizado de la ciudad dictatorial que añora un mundo bucólico rural y urbano de épocas anteriores, también mitificado en la obra de José Angel Cuevas. Rasgos y tópicos que se relacionan de manera frontal con las preguntas acerca del mestizaje cultural y la relación campo/ciudad en el descentramiento del sujeto de fines de la modernidad. Partamos de la presunción, un tanto subjetiva, de que en medio de nuestras vanguardias periféricas, híbridas o sincréticas, que se movieron históricamente entre la imitación y la originalidad, el caso de Pablo de Rokha representa uno de los fenómenos de mayor marginalidad o exclusión. Si bien el elemento central de la oscilación señalada anteriormente (“imitación” versus “originalidad”) debe situarse en una búsqueda que se relaciona con el amplio proceso de cambio social en que se gestaron nuestras vanguardias, la exclusión del poeta licantenino (así como la de su esposa, la poeta Winétt de Rokha) de nuestras producciones vanguardistas tiene más que ver con la mirada metropolitana de los críticos que con la lejanía estética del poeta de sus compañeros de ruta. La producción de Pablo de Rokha se focaliza desde sus inicios en una escritura de carácter híbrido que recibe traspasos de las vanguardias europeas (especialmente el Futurismo, el Cubismo y, más tardíamente, el Surrealismo), las ideologías políticas y filosóficas de la época y las prácticas orales de ciertos sectores campesinos de la zona central de Chile. Todo ello se puede apreciar en sus primeros libros desde Sátira en 1918 hasta Escritura de Raimundo Contreras en 1929, pasando por textos tan relevantes para lo que nos ocupa, como son Los gemidos de 1922, U de 1926 y Satanás de 1927. En los textos siguientes, el poeta va a reivindicar una y otra vez la utopía de un mundo social en retroceso, que se articula con los orígenes de una vida más auténtica y plena. Para el lugar que nos interesa destacar aquí, cultiva una hibridez que tiene en una de sus vertientes una identificación estética y discursiva con una expresión local de lo nacional-popular. Esta hibridez, necesaria y a contrapelo de las olas modernizadoras del continente, resulta una matriz indispensable a la hora de entender nuestra cultura sin tener como modelo absoluto el desarrollo de las vanguardias europeas. Como señala García Canclini, “no se trata de un trasplante, sobre todo en los principales artistas plásticos y escritores, sino de reelaboraciones deseosas de contribuir al cambio social” (1989:76). Agrega el autor que “lo popular es en esta historia lo excluido” y que en el teatro de la modernidad los únicos papeles que son asignados a los grupos populares son el ser artesanos o espectadores, al mismo tiempo que se establecen oposiciones de modo 176 Pablo de Rokha y José Angel Cuevas: De la nostalgia del mundo rural… maniqueo: moderno versus tradicional, culto versus popular, hegemónico versus subalterno. Lo popular se construye históricamente y un ejemplo de ello tiene que ver con los estudios de los últimos años focalizados en el folclor, las industrias culturales y el populismo político. En muchos casos se trata de visiones unificadoras que no aluden a la heterogeneidad, al hibridismo, a la mezcla de las dicotomías instauradas por la relación histórica entre tradición y modernidad. Pero “lo popular” no sólo nos interesa en el sentido que le da García Canclini, como la incorporación de un sector de la cultura marginado en la artesanía o la oralidad, sino como un elemento constitutivo de lo culto y lo ilustrado desde siempre, más en el sentido bajtiniano de enraizamiento soterrado bajo (y también “en” y “sobre”) todas las culturas hegemónicas. Pablo de Rokha se mueve en las antípodas de estas dicotomías si no disolviéndolas, por lo menos poniéndolas en jaque. Primero por el reconocimiento implícito que hace de las culturales populares, sus estrategias discursivas, la posición de sus sujetos, el escenario geográfico y físico y su situación histórica y social, sin dejar por ello de responder a su posición de autor letrado. En segundo lugar, por ser a la vez poeta marginal y marginado de las hegemonías de la cultura dominante. En tercer lugar, por situarse en una posición excéntrica frente a los discursos autoritarios y dominantes de cualquier sociedad represora. La puesta en escena de lo popular, en este caso, es sacada de la tradición rural y urbana típica, para transformarse en una estrategia textual de denuncia y crítica en que las partes de la dicotomía (lo tradicional, lo moderno, lo culto, lo popular, lo hegemónico, lo subalterno) se imbrican sin fijaciones esencialistas. Se trata de una identidad móvil que relaciona sucesos y acontecimientos a una historia siempre cambiante que da cuenta de la realidad desde unos bordes, desde una periferia, desde un margen que busca situarse en un movimiento pendular que es su propia manera de mostrarse críticamente en el mundo. Sujeto popular rural y sujeto popular urbano son sólo formas de acceder a ciertos personajes que dicen algo sobre el mundo sin saber ninguna verdad, pero insertos en una experiencia de vida que es su única carta de existencia frente a los poderes que gobiernan. Por su parte, los discursos poéticos de José Angel Cuevas también fluctúan entre las relaciones con la cultura occidental y latinoamericana y ciertas formas locales del mundo urbano, ligadas a la oralidad del sujeto marginal. Como muchos de los poetas de los sesenta, más atentos a las prácticas sociales que al reconocimiento literario, publica tardíamente y en forma artesanal algunos de sus libros, que luego serán recopilados en Adiós muchedumbres en 1989. Estos textos serán “Efectos personales y dominios públicos” (1979), “Introducción a Santiago” (1982), “Contravidas” (1983), “Canciones rock para chilenos” (1987) y “Cánticos amorosos y patrióticos” (1988). Posteriormente editará, entre otros títulos, 30 poemas del ex poeta (1992), Proyecto de país (1994), Poemas de la comisión liquidadora (1997), Diario de la ciudad ardiente (1998), Maxim (2000), 1973 (2003), Restaurante Chile (2005), Introducción a Santiago, 25 años después 177 Naín Nómez (2007), Álbum del ex Chile (2008) y la reedición de Adiós muchedumbres (2010).2 Entre ambos poetas ha transcurrido buena parte de la tradición literaria poética de Chile, que va desde 1916 hasta ahora ¿Qué los une y qué los separa? ¿Qué tiene que ver la ruralidad primigenia en que se inserta lo que aquí llamamos “lo nacional popular” rural en Pablo de Rokha con lo que podríamos llamar lo “nacional popular” urbano en José Angel Cuevas? Lo que queremos hacer es un viaje temporal y espacial entre ambas propuestas para establecer algunas ideas sobre el camino recorrido por nuestra modernidad en las representaciones de un imaginario poético que en sus vueltas, pliegues, despliegues y repliegues ha ido desplazándose de sus relatos totalizadores, entre los cuales ocupaba un lugar de privilegio la arcadia del mundo campesino, hasta la preeminencia de un mundo urbano, con algunos proteicos destellos de fundación utópica, pero que finalmente sólo ratifican la visión desencantada de un sujeto en continua fragmentación. LA ANTESALA: ANTECEDENTES A comienzos del siglo XX, es decir, en los inicios de nuestra modernidad poética, la poesía se debate en una contraposición entre el mundo rural y el mundo urbano; por un lado, una visión bucólica y nostálgica del campo (del campo de la zona central de Chile) y, por otro, la visión de una ciudad que es depositaria de la modernización y por lo tanto se articula al proceso creciente de la modernidad periférica de América Latina, pero también de sus lacras, excrementos y marginalidades situados en los bordes de la ciudad, en los suburbios, en la hacinación, la soledad y la fragmentación. Entre los autores que representan el proceso de modernización de la poesía chilena se puede citar a Pedro Antonio González, Antonio Bórquez Solar, Diego Dublé Urrutia, Víctor Domingo Silva, Pedro Prado y Carlos Pezoa Véliz. Diferentes voces que inciden no sólo en el desarrollo de un modernismo híbrido, diferente al del resto de América Latina por sus implicaciones con la poesía popular, la cuestión social y las rémoras románticas, sino también porque su matriz diferenciadora genera una génesis heterogénea que no tiene par en el resto del continente. Si la grandilocuencia de González cierra la postura romántica, imitativa y servil de Guillermo Blest Gana y de Salvador 2 José Angel Cuevas nació en Santiago de Chile en 1944 e hizo sus estudios de Filosofía en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Empezó a escribir alrededor de 1967 y en esos años perteneció al grupo “América” del cual formaban parte, también, Jaime Anselmo Silva, Cayo Evans, Bernardo Araya, Jorge Etcheverry y Naín Nómez. Ejerció como profesor de Filosofía por algunos años hasta que fue exonerado durante la dictadura. Obtuvo el premio de poesía de la Federación de Estudiantes en los años 1971 y 1972. Con posterioridad escribió prácticamente en el anonimato hasta la publicación de su primer libro, una especie de antología titulada Adiós muchedumbres en 1989. Hoy es considerado uno de los poetas más relevantes de los años sesenta y setenta por el carácter contestatario, denunciante y, especialmente, urbano de su obra. 178 Pablo de Rokha y José Angel Cuevas: De la nostalgia del mundo rural… Sanfuentes en el siglo XIX, también inicia una escritura nueva llena de exotismos, preciosista y sonora, que innova verbos y adjetivos y amplía las posibilidades de un sujeto intimista que se retrotrae para buscar una trascendencia en el propio yo (por ejemplo, en “El pacto”: “Tendía la Noche su lóbrego velo,/ cubriendo de luto la Tierra y el Cielo” o en el poema “Asteroides”: “Siento que mi pupila ya se apaga/ bajo una sombra misteriosa y vaga…/No sé quién de este mundo al fin me llama,/ ¡de este mundo que no amo y que no me ama”!) (Nómez, 1996:107). Por otro lado, Bórquez Solar, Dublé Urrutia y Pezoa Véliz enfatizan el sujeto colectivo relacionado con las luchas obreras y sindicales que ligarán la crítica social con un humanitarismo de nueva estirpe, entronizados en los efervescentes nacionalismos del siglo XX y a una interpelación directa al lector para que se conmueva con la situación de miseria del ser humano. Hay ya en estas voces algo más que la pura descripción del paisaje rural, que prima en los coetáneos, como son los casos de Samuel Lillo (en quien no se puede desconocer la crítica social), Augusto Winter, Abelardo Varela, Ernesto Guzmán, Carlos Mondaca, Jorge González Bastías, Max Jara, Carlos Acuña, Ignacio Verdugo Cavada o Jerónimo Lagos, en cuyas obras se mantiene con cierto carácter inmaculado la bucólica vida campesina que ha dado origen a estereotipos patrioteros que priman hasta el día de hoy. En cambio, los poetas primeramente citados establecen un campo literario (Bourdieu, 1995) complejo y disímil, que amplía su foco estético para hacer del mundo rural un receptáculo de la problemática social y popular que les interesa relevar. Así, por ejemplo, en Bórquez Solar el lenguaje narrativo impregna la descripción de los marginados, a pesar de un cierto retoricismo alambicado de cuño modernista, estableciendo fuertes ligazones con la poesía popular, que ya se anuncia en Juan Rafael Allende (por ejemplo, “Cuando rico y cuando pobre”: “Cuando yo tenía plata/ me llamaban don Tomás,/ y ahora que no la tengo,/ me llaman Tomás no más” (Ibidem: 74) o en “Los huelguistas” de Bórquez Solar: “Y allí van los veinte muertos/ cuyas sangrientas heridas/ para clamar por sus vidas/llevan sus labios abiertos;/ y aunque estén ya todos yertos,/ en la pupila que brilla/ hay un fulgor de cuchilla/ y hay amenazas de huelga” (Ibidem: 158). Por otro lado, Julio Vicuña Cifuentes, Diego Dublé Urrutia y Carlos Pezoa Véliz con distintas estéticas conformarán una sola matriz de vasta resonancia posterior entre lo popular, lo masivo y lo ilustrado. En Vicuña Cifuentes, los decires de la sabiduría pueblerina y la representación de las costumbres populares lo sacan de la hebra nostálgica de sus coetáneos (por ejemplo, en “Cantares”, “La ocasión” o “La mimosita”); mientras que en Dublé Urrutia la profusión de estilos anuncia ya una nueva estética en que conviven el modernismo (“En el fondo del lago”), el romanticismo (“Piedad”), las formas narrativas casi vanguardistas (“La procesión de San Pedro”), la cultura neoclásica (“Fontana cándida”), o la cuestión social (“El lanzamiento”, “Las minas”); y en Pezoa Véliz, una modernidad degradada que se cruza con algunos atisbos modernistas como en “El pintor pereza”, “Nada” o 179 Naín Nómez “Entierro de (en el) campo”. En todos ellos, el mundo rural existe, no en la forma nostálgica de un pasado al que se quiere volver, sino como una realidad que ha cambiado mostrando la verdadera cara del paternalismo. Ellos son los antecedentes directos de la representación de lo “nacional popular” en Pablo de Rokha. Muy pocos poetas alabarán las ventajas del proceso de modernización incipiente, traído al continente y al país por el capitalismo periférico. Mientras la propiedad de la tierra continuó casi inalterable desde la Independencia, los enclaves urbanos empezaron a generar un movimiento industrial en los rubros de la construcción, la vivienda, la alimentación, el transporte, la industria textil.3 Pero el desborde moderno trae consigo lacras, enfermedades, pobreza, habitaciones miserables, prostitución y alcohol, especialmente desde la frustración económica y política de los sectores populares. De la experiencia de conocer y representar esos márgenes sociales, surge un pequeño grupo de poetas menores, que mezclan los temas y formas del romanticismo, el simbolismo y el modernismo decadente, para representar de manera crítica los huecos que deja el proceso de modernización. Cabe citar aquí a Alberto Moreno (“Musa moderna”), a Enrique Ponce (“Vicio supremo”), Carlos Barella (“Cuadros del puerto”), Elías Arze Bastidas (“Fumadora”, “Flor de fango”), Alberto Valdivia (“Todo se irá…”), José Domingo Gómez Rojas (“Renegación”). En varios de ellos, también, se representa la visión de un sujeto que ve la modernización como un peligro que atenta contra el orden establecido, es decir, el orden oligárquico. Sin ser sus defensores, estos y muchos de los poetas anteriores sienten la amenaza de los cambios económicos, políticos y sociales y se aferran a una nostalgia de paisajes, lluvias y lagos por un lado, o a un decadentismo aristocrático y de supremacía social, por otro. Esta no será ni la mirada de Carlos Pezoa Véliz ni tampoco la de Pablo de Rokha. Si bien Pezoa Véliz no escribió muchos poemas relacionados con la miseria del mundo urbano, su mirada recorre todos los ámbitos en que las transformaciones modernas han aislado, fragmentado y alienado la existencia humana: el mundo 3 Hacia fines del siglo XIX surgía un comercio desbordante y aparecieron empresas como la Bolsa de Comercio (1893), la Compañía Sudamericana de Vapores (1872), los ferrocarriles que llegan hasta Puerto Montt en 1913 (hoy día en total decadencia) y una flota mercante de 87 buques. Se construyen edificios, redes de alcantarillado, calzadas y aceras; el alumbrado a gas se cambia por el eléctrico, aparecen los automóviles y las góndolas, la compañía de teléfonos y también una ampliación de la alfabetización necesaria para sostener la administración de un capitalismo y un Estado en alza. Se crean diarios, revistas y hojas impresas informativas que incorporaron la cultura popular, sobre todo en las zonas mineras y los lugares donde trabajan artesanos y obreros. Santiago pasa de 115 mil habitantes en 1865 a 500 mil en 1920; Concepción de 13 mil a 55 mil. El auge de la lectura y el debate creado por la situación misérrima de las clases populares en las barriadas de las ciudades y en los enclaves mineros, se desarrolla a partir de una multiplicidad de medios de difusión, entre los cuales el periódico pasa a ser fundamental: entre 1890 y 1900 había un promedio de 186 diarios en el país y todos los partidos políticos los tenían (el Partido Demócrata llegó a tener 20), así como muchos grupos sociales (Catalán, 1985). 180 Pablo de Rokha y José Angel Cuevas: De la nostalgia del mundo rural… rural idílico y su eclipse (“Pancho y Tomás”, “Fecundidad”), la aldea (“Entierro en el campo”), el pueblo (“Nada”, “El organillo”), la ciudad (“El perro vagabundo”, “El pintor pereza”, “Tarde en el hospital”). En este sentido, es el antecedente directo de Pablo de Rokha en cuya poesía también conviven todos estos cambios y todos estos mundos. PABLO DE ROKHA: ORÍGENES DE UNA ESCRITURA HÍBRIDA Ya en los textos primerizos publicados en la antología Selva Lírica en 1917, reeditados con el título de “Versos de infancia” en sus antologías, en Sátira, pequeño tomo de 1918, y en “El folletín del diablo” que apareció en la revista Claridad de la Federación de Estudiantes en 1920, Pablo de Rokha instala una escritura con una matriz muy amplia que va desde textos románticos (“La pobrecita de los ojos tristes”) y de estirpe simbolista (“Carne triste” y “Apunte” más tarde transformado en “Genio y figura”), pasando por el grotesco expresionista (“Prólogo”, también Sátira) hasta llegar a algunos escritos ya con cierto tono futurista como es el caso de “Sobre el cuerpo que todavía se mueve, ahí”. Si bien Julio Molina y Juan Agustín Araya —antologadores de Selva Lírica— lo rescatan, no pueden dejar de apegarse al canon, para decir que “Es un espíritu inquieto, tremante, convulsionado por cataclismos íntimos que han repercutido en actos cuotidianos, anormales, como anormales, desquiciadas y amorfas han sido sus últimas concepciones artísticas…¡Es tan lamentable seguir las huellas extraviadas del talento! Llámense conceptismo o eufemismo, llámense liberrismo a lo Carlos Díaz (si es permitido el término), estos rebalses del mal gusto han sido repudiados en todos los tiempos y ambientes” (218). Ya en esta antología, el poeta ha dejado su nombre real Carlos Díaz Loyola y su primer seudónimo de Job Díaz, para convertirse en Pablo de Rokha. Al margen del rechazo no desprovisto de cierta fascinación de parte de los antologadores de Selva Lírica, que publicaron estos textos, ya liberados si bien no totalmente del romanticismo y el simbolismo, pueden apreciarse en ellos los traspasos futuristas, la incrustación de técnicas narrativas y la fragmentariedad que rompe con la obra orgánica. En “Apunte”, que conserva la forma del soneto, se aprecia la influencia del expresionismo a través de hipérboles como “mi dolor chorrea de sangre la ciudad” o “el hipo de cien perros echados a morir”. El poema “Sobre el cuerpo que todavía se mueve, ahí” se plantea desde el título como un texto abierto a través del uso del punto y coma y del subtítulo que dice, donde cuerpo equivale a la máquina, a la automatización, a la velocidad, al movimiento, para luego traspasar esta fragmentación a la escritura enfatizándolo con puntos suspensivos y un lenguaje “sucio” que imbrica la seriación de elementos naturaleza y artificiales, así como la apertura total del texto al automatismo del inconsciente. Cito, como ejemplo, el último verso: “…claro, igual a un profeta, quizá a un sepulcro, a un querer, a un pan, anda con seriedad, y cuando grita se 181 Naín Nómez parece a Job; (…yo Pablo de Rokha, el simple, veíalo ir, continuar el mundo, tal vez)” (Ibidem: 201). Como puede verse en los primeros escritos de Pablo de Rokha, no es la ruralidad popular lo que prima, sino una personal asimilación de las primeras expresiones vanguardistas europeas enquistadas en una escritura que busca dar cuenta de las nuevas experiencias urbanas, incorporando los procesos de modernización, pero también expresando las diversas maneras en que el sujeto corporal se ve afectado por estos cambios. Esta percepción de entrañamiento y crítica exacerbada a la urdimbre de la urbe se ratifica, amplificada, en Sátira. A pesar de ser negado por el propio poeta, que no lo incorpora en su Antología de 1954, este pequeño libro de 26 páginas representa una transición importante hacia los presupuestos mayores de su articulación con la vanguardia, especialmente por su énfasis futurista y expresionista, pero también por ciertas aproximaciones al dadaísmo, especialmente referidos al humor corrosivo, la autoirrisión y un cierto nihilismo mordaz donde el vituperio exacerbado traza un cuadro social en descomposición, que alude fundamentalmente a los artistas y escritores coetáneos. Si algo define Sátira es su falta de refinamiento, falta querida e intencionada, porque se trata como dice el poeta de una obra de “higiene social” que busca romper con los cánones de la belleza modernista, y que desea un “lenguaje extraño, trunco, espantoso, deforme”. Prosaísmo y vulgaridad, dice René de Costa, que definen este libro (1985:V-XII).4 Sea lo que fuere lo que insta al poeta a escribir esta sátira como un “purgante”, una purificación contra el lenguaje “amurallado” al que imita a través de versos ripiosamente rimados, tenemos una ampliación de los registros literarios tradicionales formalizados en una serie de rasgos “estéticos” que clausuran la lírica anterior. Entre ellos, algunos de los anunciados por Pezoa Véliz como es el desprecio por la “poesía pura”, la ampliación del verso rimado al libre, la asunción de los temas cotidianos y el énfasis en una expresión marcadamente oral. Pero esta sátira virulenta, que es una verdadera arte poética del incipiente poeta, apunta también a desarrollar entre los destellos del optimismo tecnológico preconizado por los futuristas, un diálogo crítico con el proceso de la modernidad en ciernes, en que se contradice el optimismo tecnológico con una diatriba personal contra lo establecido. Frente a la nueva realidad degradada y fragmentada, el sujeto fluctúa entre el exabrupto apostrófico (“Hijos de cura, perros, rameras mendicantes, vendedores borrachos de una farmacia inmunda,/ que achacáis a los símbolos de esta vida insondable/ vuestra mentecatez, vuestro olor y vuestra hambre,/ vuestra caballería triste, pequeña y sucia”, 6); la crítica a la tradición romántica y realista (“¿por qué cantáis, oh brutos, a las carretas torpes,/ a los amores fáciles, a las casitas viejas,/ a las nenas de barrio, a los frailes, al hombre/ pacato, mantecato, jorobado y deforme/ y no cantáis la vida multiforme y compleja?”, 7); la alabanza del mundo del 4 Sátira. Reedición facsimilar de René de Costa, Madrid: América del Sur, 1985. 182 Pablo de Rokha y José Angel Cuevas: De la nostalgia del mundo rural… maquinismo no desprovista de cierto toque nietzscheano y trascendente (“El mundo se transforma, trabaja, piensa y ríe/ en la máquina actual, infinita y divina,/ en la ciudad moderna, que es trágica y no es triste,/ en el ilimitado Zaratustra de Nietzsche/ y no en vuestros minúsculos gritos de sabandijas”, 7); la creencia positivista en la ciencia y en la técnica (“Sólo la ciencia es grande en su valor, ¡oh! Vacas,/ en su valor humano, en su valor sangriento,/ porque la ciencia es libre como flor, como planta,/ porque la ciencia es humildemente honrada/ y porque da aeroplanos y no promete cielos”, 17); y por primera vez la valoración de la vida rural idealizada como opuesto a lo urbano (“Madres, la vida es buena, simple, liviana y pura;/ la realidad eterna es la razón del mundo;/ coged sencillamente en las manos la fruta/ del árbol y la flor blanca que se columpia,/ y tened hijos, como el árbol tiene frutos…”, 10). Entre líneas reaparece el viejo tópico de Antonio de Guevara, el de menosprecio de corte y alabanza de aldea, que se ampliará en Los gemidos de 1922, con un discurso híbrido e hiperbólico que representan su propia manera de entrar en las nuevas formas discursivas de la modernidad. DE LOS GEMIDOS A ESTILO DE MASAS O DE LA NOSTALGIA POR EL MUNDO RURAL A LO NACIONAL POPULAR Intentaremos caracterizar el desarrollo de la estética rokhiana en relación a la dicotomía mundo rural / mundo urbano. Si bien la crítica al mundo burgués que conforma parte importante de todo el discurso vanguardista en Europa y América Latina es un elemento central en la fragmentaria composición de Los gemidos, no es la única entrada de su contradictoria formalización discursiva y crítica. Se sabe que ciertos elementos generales articulan las vanguardias latinoamericanas con las europeas, especialmente la vinculación estética y política, su tendencia a plasmarse en manifiestos y revistas, su afán grupal que las lleva a crear ismos y adhesiones, su deseo de colectivización casi nunca resuelto a nivel de su producción personal, donde impera el individualismo más feroz, su ansia de libertad, su crítica a toda sujeción y la incorporación del juego y del humor como herramientas eficaces frente a la sacralización del burgués como “hombre serio”. Porque sobre todo el arte vanguardista se nos representa como un arte antiburgués. En Los gemidos (1922) aparecen las marcas de esta crítica al mundo y al arte burgués, incluyendo el uso del montaje y la fragmentación del texto que aluden a una ruptura con el arte de la belleza eterna, totalizadora y universal. Además del futurismo y el expresionismo, fuentes importantes en la escritura anterior del poeta, este libro incluye aportes del dadaísmo y del cubismo, pero a partir de una resignificación que tiene como blanco directo la propia lengua y los materiales de su situación cultural personal. Se podría decir que el sujeto rokhiano se construye y constituye a partir de una propuesta estética que se enraíza en lo particular de su situación, de su discurso, de su origen de clase, de su trasplante de la aldea a la urbe, de sus experiencias vitales y librescas, al mismo tiempo que 183 Naín Nómez universaliza lo regional de un modo casi provinciano. Su aspiración identitaria con una universalización intelectual se produce desde su especificidad y concreción enraizada en su tiempo y su lugar en el campo literario. De esta manera, Los gemidos con su vórtice de mosaico integrador que traspasa los moldes de la crítica es parte de un conjunto de textos que llegarán hasta Escritura de Raimundo Contreras (1929) y que se caracterizan por una ruptura con las viejas formas a través de la fragmentación, la fugacidad, la precariedad de la estructura, la evanescencia e irisación de lo real, la opacidad de lo evidente y la desagregación de la experiencia a través de lo urbano masivo (Casullo, 2001). Interesa, aquí, sólo relevar aquellos elementos que apuntan a la contradicción señalada más arriba. Por primera vez y, en forma clara, el mundo urbano, fragmentado, criticado, degradado, marginalizado, escenificado y consumido, coexiste con la representación “positiva” del mundo de la provincia, paradigma de una nostalgia de la tradición ruralista, ahora resignificada en una incipiente propuesta de lo “nacional popular”. Pero dentro de la propia representación negativa que se hace de la metrópoli (burguesía, capitalismo, consumismo, cuantificación de la realidad, residuos y artificios de la urbe o pesimismo de una época marcada por la reciente guerra mundial), se establece un equilibrio con el canto al automóvil, al hombre de acción, al revolucionario, al sportman y otros seres símbolos que reaparecen como una deuda nunca saldada con el futurismo. La oscilación dicotómica es clara cuando se contrastan estas representaciones con la carga negativa del capitalismo y la alienación mercantil en poemas como “Box”, “Paradoja del mercader contemporáneo”, “La ciudad”, “U.S.A. Company”, “New York”, “El dios yanqui” o “Salmo al estiércol”. La cuantificación de seres y cosas aparecen como puras formas de intercambio en un mundo tecnologizado, en que la amenidad y el consumo pasan a dirigir la vida de una metrópoli cada vez más masiva, como en el poema “Yanquilandia” “Nacimiento por teléfono, defunciones por teléfono, matrimonios por Teléfono, toda la epopeya, toda por teléfono, enamorarse radiotelegráficamente, vivir y morir en aeroplano, cien, doscientos klmtrs. Sobre el nivel de los viejos valores humanos, existir a máquina, conocer a máquina, recordar a máquina, ver a máquina” (20). Frente a este mundo urbano tecnologizado y alienante, se empieza a conformar la representación de otro mundo, cuya genealogía se remonta al espacio idílico del mundo rural vinculado a la reconstrucción que hace la memoria del mundo infantil y adolescente, pero también a experiencias concretas de la realidad del presente. Es también a través de la comparación con la naturaleza, que se representa metafórica y metonímica el despliegue del erotismo más trascendente. Una primera entrada aparece en el “Epitalamio” y en diversos fragmentos incrustados de la cadena del montaje discursivo que compone Los 184 Pablo de Rokha y José Angel Cuevas: De la nostalgia del mundo rural… gemidos. Este mundo es connotado siempre de una manera positiva, ya sea ligado a una felicidad perdida (el motivo del Ubi Sunt), ya sea relacionado con un proyecto utópico en que el amor y la solidaridad conforman un núcleo de sentido positivo, ya sea vinculado a un erotismo ancestral que devuelve al sujeto a las fuentes primigenias del placer. Por ejemplo, el mundo natural se hace extensión del estado de ánimo del sujeto: “Árbol sonante árbol armonioso y feliz al clarear el sol en las montañas de Chile, árbol sonante árbol, armonioso y feliz” (110) o se representa en el goce de los sentidos: “Hierve la cazuela aromática, el guiso de frejoles rojos y el filete de vapor, la malaya nueva con espárragos, con espárragos y el puré goloso y un pato imberbe, jovencito, perfuma el asador de maqui nacional; entona el agua útil sus errantes cantos errantes y la luz juega con los pájaros” (117). En el último sentido, anotamos esta descripción erótica acerca de la amada: “Frasquito de perfumes y semillas el vientre, frasquito de perfumes y semillas, copo de azahares doblado hacia la tierra inmensa, copo de azahares, copo de azahares a quien selló el amor con una rosa negra” (97). Con respecto al tópico del Ubi Sunt, se expresa más claramente a partir del libro Satanás y desde allí empieza a desplegarse como un lugar de reencuentro del sujeto consigo mismo y con su entorno, para consolidarse posteriormente como un Axis Mundi, un lugar-tiempo imaginario que se enraíza como salvación en el despliegue de la escritura poética, según esta cita procedente de su Antología Ahora yo me acuerdo de Licantén, orillas del Mataquito. Me acuerdo de la casa aquella, como de polvo, con duraznos, con membrillos, con naranjos, con un farol, sí, con un farol en la esquina de la noche y con palomas llorando más arriba del pueblo del sueño, me acuerdo de la tía Clorinda, oliendo a chicha florida y de don Custodio y de la Rosa y de la Flora Farías y de la beata doña Rosario y del Oficial Civil y del cura don Liborio, me acuerdo de los chicharrones y de los pigüelos y los causeos de don Vicho (1953:23). Es en Escritura de Raimundo Contreras (1929) donde esta vertiente singular, que se concentra en lo que hemos llamado lo nacional popular, se consolida como la fuente más original del poeta. Pablo de Rokha es el único que transforma la visión bucólica del campo en un mundo concreto que, a despecho de la nostalgia, se fija en imágenes de futuro, relevando a una serie de sujetos marginales, subalternos o degradados en la tradición literaria, para convertirlos en arquetipos de una identidad movible, que tiene que ver con espacios y situaciones continuamente cambiantes.5 5 Tomamos aquí el concepto gramsciano de lo nacional popular en un sentido mucho más amplio que el dado por su autor, en orden a representar una voluntad colectiva de unir diferentes fuerzas en lo político para converger en el estado nacional. En este proceso, aparece como fundamental el apoyo del campesino que debe cambiar su posición pasiva y formar parte de la voluntad colectiva. Aunque 185 Naín Nómez En Escritura de Raimundo Contreras las experiencias cotidianas se refieren fundamentalmente a los amores del personaje. También se repiten como en otros textos, experiencias gastronómicas, la descripción metafórica del paisaje, la visión idílica del pasado, referencias literarias, filiales y una vasta gama de imágenes que se montan una sobre otra en la cadena de montaje del texto. Pero el foco central está en el erotismo y la posesión amorosa en donde mujer y tierra adquieren caracteres de simbología universal, sin dejar de ser parte de una cultura ancestral ligada a la naturaleza El olor de la primera mujer uncido a la boca a la lengua a los huesos acerbos resbalándose entre lamentos entre plegarias entre quejidos infierno con incienso guatita de flor de la niña vecina desnudándose sus medias terribles (18). La situación del aprendizaje sexual del joven con la muchacha también se hace paradigma del conocimiento. Raimundo reconquista su propia identidad y se desprende del temor, la vergüenza y la ofensa a un Dios desconocido que tiene vergüenza de que tiene vergüenza ser lúgubre amontonado de timidez empuña su miedo de ese presente inútil circulatorio quemante de vinagre infinito con diablos pelados como sapos o como lagartos en las rendijas huracanadas y el costillar del infierno crujiendo (20-21). La posesión sexual se convierte así en experiencia del mundo, de sus sentidos, reconocimiento de su libertad, reconquista de sí mismo y descubrimiento de la otredad. La posesión erótica y la re-ligazón con el mundo natural produce una ruptura con las figuras vacías de la descripción retórica tradicional. Ellas se vuelven ahora códigos de descubrimiento de ese mundo con otro lenguaje, con otra visión, donde el estereotipo se hace arquetipo de lo universal, sin dejar de sumergirse en las formas propias, las que aquí llamamos nacional populares. En poemas posteriores como “Epopeya de las comidas y bebidas de Chile” (1949), “Los arrieros cordilleranos” (1958), “Rotología del poroto” (1961), “Campeonato de rayuela” y “Tonada a la posada de don Lucho Contardo” (1965), incluyendo “Los borrachos dionisíacos” (1966), el poeta va a revitalizar esta línea única en la tradición literaria nacional que va a culminar con su “vocabulario rokhiano” incluido en la antología Mis grandes poemas, que compuso poco antes de su suicidio y que fue publicada en 1968. Habría que señalar que “Canto del macho anciano”, un recuento brutal y conmovedor de un lo nacional popular describe fundamentalmente la idea de “bloque histórico” entre las aspiraciones nacionales y populares, es más un concepto cultural que se refiere a la posición de las masas en la cultura de una nación y aquí la usamos para explicitar la manera como aflora la cultura popular reprimida, identificada con ciertos rasgos heterogéneos, que han ido conformando al sujeto que vive en la zona rural de la zona central del nuestro territorio. 186 Pablo de Rokha y José Angel Cuevas: De la nostalgia del mundo rural… sujeto angustiado frente a la muerte, la decadencia del cuerpo y la frustración de los sueños incumplidos, aunque no es parte de los tópicos representados en las producciones citadas anteriormente, expresa en forma fehaciente la dicotomía que rige toda la producción del poeta. Por un lado, un presente degradado (por la decadencia corporal y la soledad: “así se está rígido, en círculo, como en un ataúd redondo… aserruchando sombra, hachando sombra, apuñalando sombra” (1995:256), que se simboliza cada vez más en imágenes de una ciudad en ruinas (“catástrofes de ciudades que murieron y son polvo remoto”), de una explotación capitalista cada vez mayor (“el hombre es el eslabón perdido de una gran cadena de miserias, el hombre expoliado y azotado por el hombre”, Ibídem: 168); por el otro, la nostalgia de un pasado esplendoroso cuya matriz se establece en la completitud del amor y el locus amoenus intocado por la modernidad: “como si fuera otro volveré a las aldeas de la adolescencia,/ y besaré la huella difunta de su pie florido y divino como el vuelo de un picaflor o un prendedor de brillantes,/ pero su cintura de espiga melancólica ya no estará en mis brazos” (Ibidem: 260). Si en Pablo de Rokha la ciudad tuvo siempre un tinte negativo a pesar de sus coqueteos con el Futurismo, en sus últimos escritos se ha convertido en el “despoblado del mundo” porque “la pobre gente pobre aúlla en las sucias mazmorras del capitalismo” y el centro de su poesía sigue estando en el paraíso perdido del mundo rural donde el ser humano y la naturaleza recobran una integración ancestral. JOSÉ ANGEL CUEVAS: DE LA CIUDAD LETRADA/POPULAR/COLECTIVA A LA CIUDAD EN RUINAS José Angel Cuevas, poeta de los años sesenta, publica sus primeros versos hacia fines de esa década, en los mismos años cuando Pablo de Rokha se suicida. Los poemas de su primera etapa, la que compila Adiós muchedumbres (1989), se desenvuelven —al igual que en Pablo de Rokha— entre dos tiempos, entre los cuales el sujeto central es un testigo cuyas esperanzas pasadas se han convertido en desencanto e infelicidad. El discurso es crítico, desgarrado, irónico, con un estilo conversacional y narrativo que busca aproximarse al testimonio y a la memoria y que tiene, como señala Soledad Bianchi, “un tono envolvente de nostalgia, melancolía y tristeza que tiñe el todo, verso a verso, poema a poema, volumen a volumen” (2003:163).6 En una entrevista en que rememora los años sesenta, Cuevas señala 6 La poesía de Cuevas es eminentemente urbana y de denuncia, especialmente en lo que se refiere a un ser humano indefenso frente a la automatización de la sociedad que se va transformando en un espacio despiadado y hostil. El poeta transita por una historia colectiva, que se extiende entre los años sesenta y fines del siglo XX, convertido en un transeúnte de la gran urbe que no le pertenece para añorar, con nostalgia, ciertos lugares y ciertas vivencias de un pasado remoto y cercano que se derrumba en la memoria. 187 Naín Nómez “Yo nací ––y siempre he vivido–– en Santiago, en el centro, en la calle Rozas: yo creo que de ahí nace como el estado poético mío. Yo vivía en una pieza chica, en un tercer piso, en unas casas viejas, pero muy bonitas, que ya demolieron. Entonces, cuando éramos chicos, como no nos dejaban salir a la calle ni nada, con mis hermanos nos sentábamos arriba de un ropero y desde ahí pasábamos horas y horas mirando hacia la calle, hacia la ciudad (…) Desde entonces hay algo de la ciudad en mí, como una gran imagen inconsciente de la lejanía, de la distancia, de la totalización de Santiago. Esto es una parte, unido los tangos, a la música de todos esos tiempos, y todo ese hilo que está metido en mí: por esto, de alguna manera, he tratado de reescribir esto. Después…empezó a bajar el mito de la música boliviana, de la música andina, y comenzó a pegar fuerte Violeta Parra. Como desde 1968 adelante, todos empezaron a ir a Bolivia. Yo también fui, como un sueño (Bianchi, 1995:102). Esta rememoración se enlaza con los temas de Adiós muchedumbres. La antología se inicia con un epígrafe, “A la inmensa y abrumadora mayoría de la población” que alude irónicamente, por un lado, a las grandes masas que coparon los espacios públicos en los sesenta e inicios de los setenta y por el otro a “la población”, es decir, el reducido espacio que se habita en el presente. Oscar Galindo señala que aquí se “retoma(n) dos célebres dedicatorias: la de Juan Ramón Jiménez (“A la inmensa minoría”) y la de Blas de Otero (“A la inmensa mayoría”) (2002:109). En “El costo de la vida”, especie de prólogo-manifiesto escrito en el mismo tono de los poemas, se produce la instalación de toda la antología: el sujeto se declara “Parado sobre un País que no sabe Adónde Va” (5), para luego establecer la línea divisoria entre lo que fue y lo que es. Lo que fue: “pertenezco a la gente del 70 (ese modo de producción)”; “íbamos abrazados a mujeres, compadres, masas hacia algo así como un Cambio de Vida, Ciudades Iluminadas o el mismísimo Reino de Dios” (5). En esa enumeración se inscriben de manera oblicua tres de los grandes proyectos utópicos: el de Marx, el de Rimbaud y el de Cristo. Lo que hoy es: “Todos saben que fue un chispazo y punto. Caímos bajo la muerte” (5), en donde el presente degradado, lo que es (el libro está publicado en los últimos años de dictadura) es lo que prima, aunque tamizado por la coyuntura de la transición, que hace decir al sujeto que escribe hacia el final del prólogo: “quizás venceremos” (6). Aun en la situación de caída y desprovista de utopías inmediatas, el sujeto establece su inscripción estética, política y vital al exclamar: “Pido perdón por no pertenecer a vanguardia ni postvanguardia alguna” (5), es decir, fuera de la Nueva escena que se situó en el país como una neovanguardia a partir del Colectivo de Acciones de Arte (CADA) conformado fundamentalmente por la escritora Diamela Eltit, el poeta Raúl Zurita, los artistas visuales Lotty Rosenfeld y Juan Castillo y el sociólogo Fernando Balcells desde fines de los setenta. No entraremos aquí en una 188 Pablo de Rokha y José Angel Cuevas: De la nostalgia del mundo rural… discusión acerca de la relevancia de estos artistas ni de su papel en el espacio dictatorial. Lo concreto del caso es la posición diametralmente opuesta de Cuevas, tanto en su postura estética como en los sujetos que crea su imaginario. Su objetivo es “lograr una mínima felicidad en la vuelta que viene”, una visión minimalista y modesta de las posibilidades de la historia venidera. En otro campo semántico del texto prima la utopía del Viaje, que será un leitmotiv en Cuevas: (se trata de alguien que) “pretende cargar una subjetividad llena de Yoes que van y vienen por el mismo escenario con sus montañas atrás y largas tardes de tomateras… dispuesto a emprender viaje en el primer tren que pase al Norte con mi V de Victoria” (6). La utopía del viaje está ligada a la cultura de los caminos, a las “road movies”, a la cultura beat nick, trasladada del ámbito norteamericano al chileno: James Dean, Elvis Presley, Peter Fonda; Gregory Corso, Allen Ginsberg, Jack Kerouac: “Habríamos de partir, así lo decidimos/ escondidos al país de James o en tren/ al otro lado de la Cordillera/ Y junto, o como Elvis, camioneroguitarrista/ con el camión vehículo cualquiera/ haríamos maravillas” (12). La poesía de José Angel Cuevas, en ese momento, se mueve entre dos imaginarios de la utopía perdida: la de la liberación a través del Viaje y la de la pertenencia a una ciudad emancipada, en que el espacio público pertenece a todos y en donde el paisaje es casi un locus amoenus que sirve de telón de fondo. Sobre lo primero, María José Barros señala que la imagen del “camión” y el “camionero guitarrista” Elvis son signo de “la clase de la cual provienen” y al mismo tiempo son “signo de movimiento, transformación, desplazamiento, ruptura” (2008:4). En cuanto a lo segundo, indica que “en la ciudad no hay restricciones que logren reprimir sus deseos juveniles. Instalan sus nuevos valores a la luz pública, desatendiendo la moral de los adultos…la ciudad es el espacio donde la utopía se puede concretar” (Ibidem: 4-5). En el poema “Mundial del sesentaidos”, al parecer escrito en 1969, se fija una situación deportiva como un enclave de la memoria que representa una especie de axis mundi, que temporal y espacialmente aparece como una metáfora de los sueños juveniles y políticos: “Todo salió a la calle caliente” (1989:9). El suceso deportivo da origen a una visión de mundo en que los espacios públicos y la vida colectiva, representan una extensión armoniosa de la existencia del sujeto: “dentro del Parque…donde se hacía el amor a la luz de un lejano Farol y las estrellas…revueltos con la hierba embriagadora a madera nueva de árbol” (Ibidem: 9). Todo confluye a esa visión de exaltación liberadora en que el juego se hace metáfora política: “amada mía tomo tus manos las aprieto en la memoria mientras ganamos y ganamos”; “en calle de gente enloquecida que izando bandera y bocina grita”; “qué perdidos estuvimos entre la gente el día del jolgorio” (10). Todo coincide con la revolución juvenil gestada en Estados Unidos y donde James Dean aparece como la contrapartida de ese Jack chileno, ese Juan “huérfano de 18 años Expulsado por robar el Libro de Clases y… nuestro tácito jefe” (12), que ahora usa un gastado 189 Naín Nómez uniforme gris de la ETC por un sueldo miserable. Como en de Rokha, Cuevas se remonta a un pasado glorioso, pero se centraliza en la imagen de una ciudad desolada donde los instrumentos de la modernidad que iban a hacer la felicidad se desmantelaron: “Juan/ ahora que las motos están desmanteladas/ los instrumentos en algún lugar del cachureo” (14); donde el sujeto quedó fuera del sistema: “Yo estoy sin trabajo, fuera de la Administración Pública y Privada/ paso, si vieras,/ la tarde dando comidas a las palomas” (14) y donde priman la fragmentación y la represión: “Muchos de los nuestros han muerto/ y los veo a veces por la calles pero/ dan vueltas los ojos hacia otros lados” (15). En el poema “Los últimos días de la década del sesenta” reaparece la utopía del viaje que se opone a la inmovilidad del sujeto en el presente: “Vivan los que recorrieron el territorio/ recostados sobre la carga de un camión! (…) El cielo era interminable,/ y desde los altos cerros un ruido/ de vientos y cuerdas remotas (…) Fui feliz,/ recorrí los caminos del Inca, dormí sobre el Alto La Paz, escuché los terribles lamentos (…) echados todo el día sobre el infinito” (18-20). Y de nuevo el cambio y el trastorno: “de pronto, se encendieron las luces, se desarmó el tablado…los Beatles nunca más llegaron a juntarse/ el Hombre no volvió a pisar la luna. Empezó el Estado de Emergencia…Mis amigos no están, murieron, se extraviaron, engordaron,/ y uno que otro, que anda por ahí,/ está muy ocupado” (20). En “Contravidas” (1983), incluido en la antología Adiós muchedumbres, destaca el poema “Un tipo de la época” que opera al modo de “Un hombre imaginario” de Parra, como una micro historia individual a través de la cual pasa la historia colectiva, en este caso la crisis generada por la caída del gobierno de Allende y dictadura que se instaura en 1973. Se vuelve a señalar el corte entre el antes y el después: “Un trozo de vida demos por terminado. Y levanten su mano los que han sido felices” (31). Como señala Galindo, “el sujeto de estos poemas opone la microexperiencia como espacio de la política y de la moral. La mirada personal como el lugar posible de una verdad en pequeña escala pero que inevitablemente opera ante el lector como su verdad” (2002:10). En el recuento que hace el sujeto se condensa toda la experiencia personal y colectiva que significa el cambio como trauma de un mundo que ha pasado de lo público a lo privado, de la libertad de trabajo a la dependencia y la desocupación, de la acción y la participación a la pasividad y la realidad como espectáculo y simulacro, de la generación de los cambios a la generación perdida: “Haré un recuento/ Setenta: una montaña se detiene junto a mi ventana/ Setentaiuno chispazos de alegría colectiva./ Setentaidós, un fantasma recorre el territorio/ gente se congrega en plazas públicas./ Setentaitrés la ciudad estalla, no me pertenezco ni a mí mismo./ Se hace un pesado silencio./ Cuatro, cinco, seis, estoy absolutamente solo/ y miro las nubes/ siete, ocho, nueve, borro de mí todo sueño etc. Soy un espantapájaros” (1989:31). La experiencia aparece, aquí, no como opuesta al saber intelectual, sino como un discurso testimonial que ofrece una imagen de la realidad a partir 190 Pablo de Rokha y José Angel Cuevas: De la nostalgia del mundo rural… de un saber relativizado por el posicionamiento del sujeto individual. El discurso de la derrota personal y colectiva tiñe no sólo las vivencias del sujeto sino, también, el contexto que de ámbito de la felicidad se transforma en un espacio asfixiante y aislado: “Yo entré puro al setenta/ y soy un ánima/ no me atrevo a alzar la voz si alguien fuma en el bus./ Tampoco hablo con desconocidos” (Ibidem: 32). El sujeto de estos poemas se degrada cada vez más, al mismo tiempo que ocurre la degradación de la ciudad que habita. Esta representación de los barrios populares de una ciudad de “conciudadanos”, del “rumor inconfundible de las masas” (52), es la que ya no existe en el texto, porque ahora “Santiago no es más que una aldea… (nadie da un peso por ella)” (53). Los retornos al momento anterior al trauma se hacen más esporádicos; son como destellos nostálgicos en la noche de los tiempos, aunque sigue habiendo en los textos, circunstancialmente, una visión utópica hacia los barrios que representan lo local, lo popular y lo social: “La Granja Conchalí Macul/ La Cisterna Maipú Quinta Normal Renca/ San Miguel Ñuñoa Peñalolén/ Estación Central/ Santiago Centro Pudahuel y San Ramón… Mirarnos Derechamente A Los Ojos… imagínatelo” (53). Frente al épico “Aquí estoy” del vate Neruda, que desafía a sus coetáneos y a su tiempo, el sujeto de estos poemas se instala en un lacónico “aquí estuve”, que se autofagocita en descripciones de minusvalía frente al exiliado y frente a sí mismo: “me quedé con mi historia pegada al pellejo/ y posiblemente no he aprendido nada de nada” (70). En Introducción a Santiago (1982), a la ruina y fragmentación de la ciudad, que en muchas ocasiones se transmite a sus edificios y monumentos (“tú Estadio Nacional mole de cemento abandonada/ No te conoces ni a ti mismo”), se suma la posición esquizoide del propio sujeto, cuyo afán testimonial lo salva de caer en el olvido total: “el suscrito habita en lo alto de la Plaza Bulnes y escucha/ el rumor de los barrios que empiezan a caer decapitados…Apenas un puñado de Edificios/ y Caracoles vacíos/ habría de quedar…12.000 personas /hora perdida al interior del Paseo Ahumada/ hablando solas…todo vacío y las calles muertas/ como la muerte?” (33-54). Frente a la ciudad ausente, el sujeto se describe: “Soy un pobre santiaguino de mierda/ hablo solo. El mundo ha cruzado mi propia casa yo no me he movido” (48). La calle se puebla de voces esquizoides: “el rumor de los barrios decapitados” (36) y los sueños de destrucción se hacen apocalípticos: “Ay si cayera la Torre Santiago Centro/ se desprendieran sus vidrios al atardecer” (37). En una ciudad ahora fantasmal y “atravesada por la pena” (62), la visión de este sujeto es definitivamente, como lo indica la antología de Cuevas, un “Adiós (a las) muchedumbres”. CUEVAS Y DE ROKHA: UN DIÁLOGO ABIERTO Una coda casi final. Frente a la desaparición de la propuesta de lo popular urbano, instalado en los años sesenta como parte de un proyecto político ahora 191 Naín Nómez añorado desde la ciudad en ruinas, a veces surge con fuerza en el discurso de Cuevas el deseo de retomar ese imaginario del campo chileno exaltado por de Rokha, en que lo popular, lo local, lo rural y campesino se enfrentan a una sociedad urbana cada vez más desmantelada por una esquizofrenia vital y virtual. En “Propuesta de chicha y empanadas” aparecen en forma relevante elementos que juegan intertextualmente con las entradas del poeta licantenino en ese territorio, con las debidas distancias que la ironía parriana ha puesto en los poetas que escriben desde los años cincuenta en adelante: “Fui arrastrado de pata en quincha/tumanimaná/ tumbamelá melá/ desde los cerros envueltos a eucaliptos pre-primaverales/ como un niño/ todos los pueblos iluminados en el cielo al revés y agüita fresca/ a mi vez soñaba con volar…ríos de chicha cristalina fluían por el firmamento/ Una enorme casa de adobe y tejas rojas/huasas a caballo…Quise que todos estuviéramos allí de alguna manera/ es lo que quise” (82). Pero, si aquí la imagen del mundo bucólico es un sueño, en Proyecto de país (1994) es una clausura, tal vez no tanto del pensamiento moderno, como ha señalado Galindo, sino como un cuestionamiento al neoliberalismo y la grisácea chatura de los nuevos sueños. Creo que aquí la alusión intertextual directa con “Epopeya de las comidas y bebidas” de Pablo de Rokha sigue teniendo un papel denunciatorio más allá del desencanto y la ruina: “Quién quiere ya ningún chancho asado ni ajo picantísimo bajo el atardecer lluvioso de Quirihue o las pataguas/ ni pavos grandazos/ ni caldo de Guañaca/ nadie quiere nada/ quieren estar solos y dormir” (36). O como indica el sujeto del poema más adelante, con ironía no exenta de nostalgia: “veníd todos a este parque/ aquí si hay asador de maqui/ en las riberas del boldo y la patagua/ y codornices ricas de río/ pejerreyes como teta de mujer/ en la oceánica” (41). De alguna manera, en esa nostalgia, el nuevo poeta desanimado y desencantado del escenario cambiante que le tocó vivir, redescubre su propio lugar y el de otros como él, ya que “esta poesía habla / de un pobre hombre de Chile/ una poesía nacional de pobre infeliz/ que lo único que levanta es la amistad” (40) o como resume el sujeto degradado, pero sublimado al retomar la cita bíblica: “Yo soy el que soy/ un pobre tipo de Chile” (1997:53). Aunque también, a veces aparecen chispazos de esperanza en los cuales el sujeto poético remonta el vuelo sobre la ciudad y exclama: “Cuando oscurece, miro el San Cristóbal/ y me digo a mí mismo: Alguna vez pasaré una noche entera allí/ al lado de la Virgen/ Santiago estará iluminado/ y veré amanecer/ y apagarse sus luces una a una/ ¡Pasaré una noche allí!/ Lo prometo/ y Uds. también prométanlo conmigo” (1989:9). En definitiva, esta incursión por las producciones poéticas de Pablo de Rokha y José Angel Cuevas nos lleva a considerar el trayecto de dos discursos que han deambulado por una de las sendas menos transitadas en la tradición poética nacional, pero que se integran en ciertos cruces relacionados con las identidades locales, populares, rurales y urbanas, y la manera como su construcción se ha 192 Pablo de Rokha y José Angel Cuevas: De la nostalgia del mundo rural… asumido desde los márgenes menos visibilizados. Del primero al segundo, se desarrolla toda la tradición moderna de la poesía chilena con sus quiebres, sus reinstalaciones, sus clausuras y sus rupturas. Muchos otros poetas han deambulado por las arcadias perdidas en busca de una realidad deseada que se proyecte hacia el pasado o el futuro, para exorcizar las traumáticas experiencias del presente. La genealogía va desde la producción de nuestros poetas ruralistas que no se conforman con asimilar los nuevos valores burgueses de la pujante ciudad capitalista, hasta el desfondamiento total de las utopías reales e imaginarias dejado por el paso de las nuevas construcciones neoliberales que subsumen la ciudad en el simulacro y el espectáculo y buscan resignificar las construcciones culturales de lo local y lo popular. Durante el viaje, la poesía de la comisión liquidadora ha ido transformando el imaginario que se busca, en discursos contradictorios, pero cada vez más alejados de las representaciones optimistas de la modernidad. Desde las epopeyas de los alimentos, las tradiciones pueblerinas o los espacios mitificados de Pablo de Rokha al “proyecto de país” de José Angel Cuevas, los actores de lo nacional popular han desaparecido o se encuentran subsumidos en el subterráneo de las historias ocultas, marginadas o borradas. En ese mismo viaje, el bardo tonante, el yo mesiánico, el sujeto desmesurado de Pablo de Rokha, en cuyo cuerpo erotizado —pero también angustiado— se instalan las primeras señales de la caída moderna: “crucifícame vida…trónchame… Quémame, párteme el edificio ruinoso, ruinoso del cerebro” (1922:384), se resignifica en el ex poeta de Cuevas, fracasado, marginado, delirante, escindido en forma múltiple (de la historia, del amor, de los espacios de la experiencia), un habitante fantasma en una ciudad fantasma (“un pobre diablo de Chile”). El macho anciano todavía cantaba su decadencia entre la ilusión y el desencanto; pero ahora, como señala el devaluado sujeto de Cuevas, sólo quedan los restos de la fiesta después de la matanza: “volver a creer en algo nuevamente” o beber en silencio en algún punto del territorio, sin identidad posible, porque “pronto ya no sabré ni como me llamo,/ no sabrás cómo te llamas/ y nadie sabrá cómo se llama/ en este País de Mierda” (1989:77). Universidad de Santiago de Chile* Facultad de Humanidades Departamento de Lingüística y Literatura Casilla 422, Correo 2. Santiago (Chile) [email protected] 193 Naín Nómez BIBLIOGRAFÍA Araya, Juan Agustín; Molina Núñez, Julio (Eds.). Selva Lírica. Santiago: Imprenta Universo, 1917. Barros, María José. “La ciudad dictatorial en Adiós muchedumbres de José Angel Cuevas”. (2008, inédito). Bianchi, Soledad. “Una meditación nacional sobre una silla de paja: desde Chile, José Angel Cuevas: una poesía de la época de la expansión global”, en Revista de Crítica Latinoamericana Año XXIX, N° 58 (Segundo semestre 2003, Lima, Hanover): 159173. ------- La memoria: modelo para armar. Santiago: Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, 1995. Bourdieu, Pierre. Las reglas del arte. Barcelona: Anagrama, 1995. Casullo, Nicolás et al. Itinerarios de la modernidad. Buenos Aires: Universitaria de Buenos Aires, 1999. 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Valdivia: Universidad Austral de Valdivia, 2005:94-99. 194 195-214 LAS POÉTICAS (NEO)BARROCAS DE DIEGO MAQUIEIRA Y TOMÁS HARRIS1 Diego Maquieira and Tomás Harris in (neo)baroque code Oscar Galindo V.* Resumen Este artículo analiza dos textos fundamentales de la poesía chilena de los años 80: La Tirana de Diego Maquieira y Cipango de Tomás Harris en clave (neo)barroca, para advertir la resignificación de algunas de sus problemáticas más representativas. Se trata de textos que ponen en tensión la idea de representación por medio del travestimiento, el disfraz barroco, en el primer caso, y el engaño de los sentidos, en el segundo, en el contexto de una discusión sobre la temporalidad histórica y el autoritarismo. Palabras clave: Barroco, neobarroco, Maquieira, Harris, La Tirana, Cipango. Abstract This article explores two fundamental texts of Chilean poetry of the 80s: Diego Maquieira´s La Tirana and Tomás Harris´s Cipango in (neo)baroque code, to suggest the redefinition of some of their most representative problematics. These are texts that stress the idea of representation by means of cross-dressing, the baroque costume in the first case, and the deceitfulness of the senses in the second, in the context of a discussion of historical temporality and authoritarianism. Key words: Baroque, neo-baroque Maquieira, Harris, La Tirana, Cipango. INTRODUCCIÓN Desde la publicación de Medusario. Muestra de poesía Latinoamericana (1996),2 la emblemática antología de Echavarren, Kozer y Sefamí, la utilización del término “neobarroco” se ha convertido en un espacio sugerente y abierto de reflexión, pero también un topos común, ambiguo e inestable para caracterizar una amplia zona de la poesía hispanoamericana. La razón: el afán por universalizar 1 Esta publicación forma parte de mi proyecto de investigación Fondecyt N° 1070208 “Migraciones y mutaciones en la poesía hispanoamericana actual del cono sur (Argentina, Chile, Perú. 19602000)”, en el cual actúa como coinvestigadora Claudia Rodríguez M. Al respecto, este artículo lee ampliando, resituando, reescribiendo otras páginas que he escrito sobre Harris y Maquieira. Es de esperar que adquieran un sentido nuevo. 2 Medusario: muestra de poesía latinoamericana. Selección y notas de Roberto Echavarren, José Kozer, Jacobo Sefamí; prólogos de Roberto Echavarren, Néstor Perlongher; epílogo de Tamara Kamenszain. La muestra incluye textos de 22 poetas latinoamericanos: Gerardo Deniz, Rodolfo Hinostroza, José Carlos Becerra, David Huerta, Mirko Lauer, Arturo Carrera, Marosa di Giorgio, Raúl Zurita, Marco Antonio Ettedgui, Tamara Kamenszain, Eduardo Milán, Osvaldo Lamborghini, Haroldo de Campos, José Kozer, Roberto Echavarren, Wilson Bueno, Néstor Perlongher, Coral Bracho, Reynaldo Jiménez, Eduardo Espina, Gonzalo Muñoz y Paulo Leminski. Oscar Galindo V. como un sello de la poesía hispanoamericana postvanguardista, una tradición específica que comparte, eso sí, muchos elementos con las llamadas poéticas de avanzada. Desde ese prisma, “neobarroco” ha pasado a significar mucho más que una tradición y se ha vuelto homólogo de otros términos también de difíciles fronteras como postvanguardia, neovanguardia o postmodernidad. Visto así, es asimilable a otras categorías con las que comparte las mismas poluciones y restos de la tradición experimental y vanguardista, la tendencia a la mixtura y mutaciones estéticas y disciplinarias, la representación de escenarios marcados por la inestabilidad y la ambigüedad y la presencia de sujetos obliterados, polifónicos, que semiotizan desde espacios de género, culturales o sociales irregulares. Inclinado por la textura del lenguaje, la crisis de la representación, la noción de simulacro y travestismo, la polifonía y la heterogeneidad, no es casual que “lo neobarroco” entre fácilmente en diálogo con las ideas de Foucault, Deleuze, Lipovetsky, Lyotard, Calabrese o Baudrillard (Figueroa, 2006). Algo antes que Medusario se había publicado en São Paulo, Caribe transplatino. Poesía neobarroca cubana e rioplatense (1991), edición “organizada” por Néstor Perlongher que incluye textos de Lezama Lima, Severo Sarduy, José Kozer, Osvaldo Lamborghini, del mismo Perlongher, Roberto Echavarren, Arturo Carrera, Eduardo Milán y Tamara Kamenszain. Ambos textos tienen en común el haber identificado un corpus de autores y de obras, en torno a una tradición específica que muestra las filiaciones y el devenir de una reflexión caribeña que se proyecta hacia otros escenarios latinoamericanos incorporando nuevos componentes y problemas. La publicación en el año 2007 de una nueva muestra, preparada por Eduardo Milán, Pulir huesos. Veintitrés poetas latinoamericanos (1950-1965),3 hace sistema con Medusario y complementa el desarrollo de la poesía hispanoamericana en décadas posteriores. Como recuerda Milán, Medusario no es una antología de autores neobarrocos, lo que busca es reunir a autores que tengan en común, entre otros elementos, una autoconciencia explícita del lenguaje, un desafío crítico al orden del mundo y un reconocimiento, sin filiación necesariamente, a actitudes de vanguardia (2007:21). El “neobarroco —término construido por Carpentier, Lezama Lima y Sarduy para referirse a una literatura latinoamericana que empieza a pensarse a sí misma— ha comenzado a utilizarse como característico de una “tendencia” literaria, cuyo éxito ha sido mayor, por las tradiciones específicas que lo 3 Esta interesante antología incluye poetas nacidos entre 1950 y 1965: Roberto Apratto, Eduardo Hurtado, Diego Maquieira, Paulo de Jolly, José Landa, Mario Montalbetti, Roger Santibáñez, Magdalena Chocano, Julio Eutiquio Sarabia, Reynaldo Jiménez, Tedi López Mills, Rolando Sánchez Mejías, Mario Arteca, Enrique Bacci, Hebert Benítez Pezolano, Roberto Rico, Francisco Magaña, Laura Solorzano, Edgardo Dobry, Silvia Eugenia Castillero, Fabián Casas, Jorge Fernández Granados y Mauricio Medo. 196 Las poéticas (neo)barrocas de Diego Maquieira y Tomás Harris constituyen, en Cuba, Argentina y Uruguay. Es con estos tres autores cubanos que se desarrollan los dos modos fundamentales y complementarios para comprender el arte neobarroco. Para Carpentier y Lezama Lima, el barroco es el arte propio de América, resultado del mestizaje de su población y de su espacio. Carpentier concibe el barroco como una constante universal y no como un estilo, como una consecuencia del espacio y de la cultura americana y no como sólo una estética propiamente eurocéntrica del siglo XVII. Así, América sería barroca desde los códices y desde las esculturas precolombinas hasta la arquitectura colonial. Asimismo, para Lezama Lima el barroco americano abarca todas las expresiones de la vida, desde el lenguaje hasta la gastronomía, desde las vestimentas hasta el amor y el sexo. Una de sus ideas más sugerentes es que el barroco en América será un arte de contra-conquista (no de contra-reforma como en España), huella de la identidad y personalidad propia del continente. Sarduy, por su parte, introduce una nueva variable, en tanto el neobarroco expresaría la ruptura de la homogeneidad, la inarmonía, la carencia de un logos.4 Sus rasgos constitutivos serían el artificio, por medio de los mecanismos de la sustitución, la proliferación y la condensación, y la parodia, con sus mecanismos de intertextualidad e intratextualidad. Por ello se constituiría como la expresión de una nueva inestabilidad.5 El uso de esta categoría creativa y explicativa ha tenido más éxito en el contexto caribeño por la insoslayable presencia de Lezama Lima y de Sarduy, pero también, en el Cono Sur ha dado lugar a una interesante discusión. En Argentina el neobarroco fue puesto en funcionamiento como categoría crítica y creativa por Néstor Perlongher, en su notable adaptación “neobarrosa”,6 y ha 4 En su conocido ensayo “El barroco y el neobarroco”, Sarduy señala que “… el barroco actual, el neobarroco, refleja estructuralmente la inarmonía, la ruptura de la homogeneidad, del logos en tanto que absoluto, la carencia que constituye nuestro fundamento epistémico. Neobarroco del desequilibrio, reflejo estructural de un deseo para el cual el logos no ha organizado más que una pantalla que esconde la carencia. (…) Neobarroco: reflejo necesariamente pulverizado de un saber que sabe que ya está “apaciblemente” cerrado sobre sí mismo. Artes del destronamiento y la discusión”. (1972:183). 5 Una buena síntesis de la poética de Sarduy se encuentra en el trabajo de Ignacio Iriarte “Introducción a la época de Severo Sarduy”, primer capítulo del libro que comparte con Nancy Fernández (2002). Asimismo, una interesante revisión del neobarroco latinoamericano como estética de lo sublime se encuentra en M. Wasen (2008). 6 Perlongher escribe diversos textos sobre el tema. Su obra antológica, publicada en Brasil, Caribe Transplatino. Poesía neobarroca cubana e rioplatense (1991) es un acierto de esta dimensión. Además de este texto Perlongher escribe uno de los prólogos de Medusario y varios artículos y críticas sobre autores considerados neobarrocos. Algunos de los principales ensayos sobre el tema se encuentran reunidos en Prosa Plebeya (1997) que incluye “Caribe transplatino”, “El deseo del pie” y “La barroquización” y Papeles insumisos (2004) que incluye, entre otros ensayos, “Ondas en el fiord-Barroco y corporalidad en Osvaldo Lamborghini”, “una saga de la desubjetivaciónLectura de “Los Tadeys” de Osvaldo Lamborghini”, “El neobarroco y la revolución” y “Nuevas escrituras transplatinas”. 197 Oscar Galindo V. servido para leer su propia poesía y la de autores relevantes como Arturo Carrera y Tamara Kamenszain. Ha dado lugar, también, a una polémica con algunos poetas de los 90, denominados “objetivistas” (Dobry, 2006). Pero la tradición de Perlongher no era sólo lezamiana, sino también deleuziana y lo mejor de su compleja escritura está lejos de quedarse sólo en la superficie, la cosmética y la parodia, o en el ensimismamiento con que D. G. Helder caracterizó el neobarroco argentino en un artículo publicado en Diario de Poesía (1987). En la construcción de una tradición neobarrosa rioplatense, Perlongher rescata a Osvaldo Lamborghini, un notable escritor argentino de los 50 e incluye, además de otros argentinos como Arturo Carrera y Tamara Kamenszaín, a los uruguayos Roberto Echavarren y Eduardo Milán. A esta compleja tradición poética podrían sumarse perfectamente narradores como Héctor Libertella y César Aira, que reconocen en sus escrituras el aporte de Osvaldo Lamborghini. Autor clave para comprender el desarrollo del neobarroco en Argentina es Arturo Carrera, desde la publicación de Escrito con un nictógrafo (1972), texto que reflexiona —desde el contraste de la página negra y la visibilidad de la tipografía en blanco— en la escritura y en el sujeto que la produce. Carrera se cruza en la tradición de Lezama Lima, Sarduy y Haroldo de Campos, cuya presencia, especialmente de este último, se advierte en Momento de simetría (1973). La poesía posterior de Carrera consolida una poética personal, autobiográfica e “ingenua” como se advierte en Arturo y yo (1983), Mi padre (1985) y Children’s Corner (1989), hasta la publicación de La inocencia (2006). La presencia neobarroca en Perú tiene una tradición distinta y es el resultado de los aportes de poetas como Rodolfo Hinostroza y “los nuevos”, pero, también, por la irrupción neovanguardista del movimiento Hora Zero. Así, no es casual que en Medusario figuren poetas como Rodolfo Hinostroza o Mirko Lauer. Pedro Granados ha destacado en un artículo de prensa un corpus de poetas de raigambre neobarroca que estaría constituido por Julio Ortega (1942), Vladimir Herrera (1950), Magdalena Chocano, José Antonio Mazzotti (1961), Gabriel Espinoza Suárez y Frido Martín (1963). Roger Santiváñez (1956) es otro de los autores que puede vincularse a esta tradición, como ha destacado Catalina Quezada Gómez (2006), pero, también, podríamos agregar a Mario Montalbetti (1953), por ejemplo. En el caso chileno el debate está prácticamente ausente, aunque Medusario incluye a Raúl Zurita y Gonzalo Muñoz, y Pulir Huesos, la antología de Eduardo Milán, incluye Diego Maquieira y Paulo de Jolly, a los cuales asigna en el “Prólogo” un rol fundamental para explicar procesos relevantes de la poesía latinoamericana. El empeño desmitificador e irónico en el primero y la cultura vista en el prisma del tiempo, en el segundo (Milán 2004:19). Entendemos, aquí, el neobarroco en su acepción más bien restrictiva, como categoría creadora y explicativa que, asumiendo su condición “neo”, dialoga con la tradición del barroco europeo y latinoamericano y con su respectivo corpus crítico. 198 Las poéticas (neo)barrocas de Diego Maquieira y Tomás Harris Nuestro interés, ahora, es analizar la escritura de Diego Maquieira (Santiago, 1951) y de Tomás Harris (La Serena, 1956), dos poetas clave de la poesía chilena de los años 80, no para sumarlos al canon neobarroco, sino para advertir en sus poéticas una dimensión que los acerca a una relectura de la tradición barroca por medio de la resignificación de algunos de sus tópicos más significativos. Ciertamente, dichos tópicos tienen sentido en la medida en que se trata de escrituras situadas y sitiadas por el contexto dictatorial y represivo, aun cuando sus referencias no siempre sean explícitas. De este modo, más que ciertas características que los identifiquen con la tradición (neo)barroca, importa el modo como se hace referencia a la tradición barroca para la construcción de la propuesta poética. LA TIRANA DE DIEGO MAQUIEIRA Disfraz barroco y claroscuro. La publicación de La Tirana (1983) de Diego Maquieira y una década más tarde de Los sea harrier7 supone la irrupción de una escritura desestabilizadora y, al mismo tiempo, una radical transgresión humorística y negra de las posibilidades del lenguaje poético. Metáfora del hibridaje mal avenido de la cultura, de la historia como esperpento gangsteril. El lenguaje de Maquieira recurre a los registros más vulgares y a los estadios más cultos, pero sin saber cuándo estamos en uno u otro espacio, pues relativiza todo lugar. Tal vez éste es uno de los elementos más sobresalientes de la escritura de Maquieira, pero también de una importante zona de la poesía chilena de los 80, que habla en el lenguaje de la tribu, pero no sólo para mencionar los asuntos de ella, sino también otros más serios, en una persistente carnavalización en la que “ya nadie sabe lo que yo hablo”, como dice La Tirana; es decir, una época en la que ya nadie sabe lo que habla. Se trata de una crisis barroca de representación, como ya había establecido Foucault para el siglo XVII, al destacar la ruptura de identidad entre “las palabras y las cosas” (2005). Si el neobarroco, según Sarduy, refleja estructuralmente la inarmonía y, por consiguiente, la ruptura de la homogeneidad y del logos, en el texto de Maquieira prima el desequilibrio, la carencia de todo centro cultural, teórico o lingüístico. Desde su mismo título, La Tirana remite a esas ambivalencias, a esas anfibologías que poseen determinadas palabras dentro de una cultura. La Tirana es la feminización de la figura autoritaria, del tirano en su sentido amplio, aunque 7 Además, Diego Maquieira ha publicado Upsilon (1975), Bombardo (1977) y un adelanto de Los sea harrier con el título Poemas de anticipo: los sea harrier en el firmamento de los eclipses (1986), que incluye diez poemas en una cuidada edición sin foliar. Todas las citas de La Tirana corresponden a la edición de 1983. Indicaremos preferentemente el título de los poemas a que se haga referencia antes que la página correspondiente. 199 Oscar Galindo V. no hay referencias históricas o contextuales cercanas que permitan una lectura más situada. Pero el título, para el receptor chileno, de inmediato se carga de otros sentidos: La Tirana es el nombre de un pequeño pueblo del norte de Chile y de un carnaval religioso-pagano homónimo.8 Pero, ambos sentidos se disuelven en el poema porque La Tirana de Maquieira es una vieja puta que se mueve en la santidad perversa de la ordinariez y no una virgen pagana convertida que habla en una lengua mestiza en cuya inestabilidad se entrecruzan las voces y los tiempos. Pero, también, porque la lengua reprimida de la transgresión se opone a la lengua del poder que la violenta. Porque los tiranos son de naturaleza transhistórica y se remontan al mismo momento en que la conquista de América lleva consigo las represiones inquisitoriales. En realidad, lo que Maquieira provoca con el título y con el personaje es una serie de asociaciones arbitrarias que van a depender de la competencia lectora y en este terreno el título es una delirante y humorística ampliación del verbo “tirar” (copular) que es, al fin y al cabo, la dimensión más visible de los semas que construye. Más allá de las profundas relativizaciones textuales y contextuales que produce, uno de los residuos semánticos del poema es que la acción sucede en Chile. Lastra y Lihn (1987) han planteado que “Desde un punto de vista retórico, la figura clave de esta escritura es el oxímoron; pero no se trata de la expresión de “un inefable” sino de un mecanismo que revela, en la profanación y en la herejía, la imagen de Chile como lugar ominoso”. La organización textual es otro aspecto a tener en cuenta. El poemario se encuentra dividido en tres partes. Al centro la sección “El gallinero” y, a ambos lados, la “primera” y la “segunda” docena de poemas (huevos) que la enmarcan. En un par de breves notas, Enrique Lihn ha destacado la filiación de La Tirana con la escritura barroca y tenebrista, con el humor negro de Quevedo y Góngora, con la poesía popular y con el a veces no menos poeta negro Nicanor Parra (1983;1984). El barroquismo, en su estética del claroscuro y el tenebrismo pictórico, en sus engaños de los sentidos —en sus sueños que se disuelven en los intersticios de la realidad— no es ajeno a esas contradictorias imágenes que nos ofrece la poesía de Maquieira o Harris, o aun, la de otros poetas del momento como Alexis Figueroa (Vírgenes del sol in cabaret. Vienbenidos a la máquina (1986) o Gonzalo Muñoz (Exit, 1981; Este, 1983) en esa saturación verbal y citacional que define una amplia zona de la escritura latinoamericana contemporánea. 8 Nombre con el que se conoce a la princesa atacameña que una vez muerto su padre, a manos de Diego de Almagro, realizó feroz guerra contra los españoles; pero “la tirana”, esa princesa guerrera, cayó en las redes del amor del prisionero portugués Vasco de Almeyda que la cristianizó y por esta causa fue ajusticiada por los indios. Su martirio, en aras de un amor celestial, dio sentido a esta fiesta pagana en la que el diablo y la virgen se unen por unos días en el desierto, en el carnaval sincrético de un violento origen. 200 Las poéticas (neo)barrocas de Diego Maquieira y Tomás Harris En La Tirana, Maquieira hace confluir un conjunto de elementos simbólicos en permanente disolución y desarticulación: el sujeto, si todavía cabe esta denominación para la figura desquiciada y esquizoide que se autodenomina como La Tirana, que ambiguamente trasviste su identidad genérica y sexual, en un permanente juego de disfraces barrocos; la lengua como producto heteróclito en el que coinciden los más variados registros y citas; el espacio, lugar de encierro, salón, teatro, hotel, casa de citas, de los encuentros de los personajes, de esa misa negra a la que de manera orgiástica y degradada los personajes concurren; y la historia como lugar sincrónico en el que los tiempos confluyen para su diferimiento.9 En la “Primera docena”, La Tirana es la hablante del texto. Es un personaje desenfadado y grotesco, vieja “culta y calentona”, de “familia conocida”, con accesos místicos, pero de “una ordinariez feroz” (“La Tirana I”, amante de Velázquez, a la que “se están pisando desde 1492” (“La Tirana II”). La figura de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, uno de los “personajes” centrales del poema, remarca la idea de una escritura vuelta sobre sí misma. El pintor barroco que se pinta a sí mismo tiene en el poemario otro Diego: el propio autor textual. El poema final concentra precisamente estas relaciones por medio de la reiteración del nombre: “Diego para / Para Diego / Para Diego / Puedes parar Diego?” (“La Tirana XXIV”). El disfraz barroco, el trasvestimiento, la máscara, se convierte en un lugar de distanciamiento entre el texto y el lector. La Tirana es —en esta dinámica— la lengua misma, la escritura, la historia de una escisión que define lo latinoamericano y lo chileno. Escritura de una lengua encerrada en espacios claustrofóbicos, en el hotel-salón-convento donde transcurre la misa negra. La fiesta es, en extremo, extraña pues a ella concurren —como a una casa de citas— los personajes y los textos más variados: La Tirana, Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, el conde duque de Olivares, un listado de las “peores amiguitas” (La Pío Nono, la Carla, la Reina María); algunos gangsters (Lucky Luciano, por ejemplo), Ricardo III, Ludovico el Moro, Zapata, etc. Pero, también, es la casa de citas del lenguaje: del registro chileno, de “los papeles de la Inquisición”, del poeta Ted Hughes, de quien traduce literalmente uno de los poemas de Cuervo (Cfr. “Examination at the Womb-door del Ted Hughes chileno”) o de E. Carnevali, otra cita que da razón a Sarduy al definir la intertextualidad como uno de los mecanismos paródicos del neobarroco. Historia y represión. En uno de sus registros más interesantes, La Tirana 9 Al respecto Adriana Valdés ha planteado que “El sujeto que habla en La Tirana es también ajeno por completo a la noción de “yo poético”: más bien, en cada texto se dan sujetos múltiples, voces distintas, discursos incompatibles entre sí, sólo ligados por el miedo. En los poemas hay personajes a los que se alude, pero que de repente se toman la palabra con ferocidad, como si se pelearan el espacio del texto” (1996:74). 201 Oscar Galindo V. desarrolla una mirada de la temporalidad y de la historia como lugar de la prohibición, del castigo, de la represión del cuerpo, particularmente en la sección intermedia titulada “El Gallinero”, compuesta por un conjunto de textos que constituyen la bisagra de la semanticidad que se articula entre las dos docenas que la enmarcan. Como ha planteado Emilio Orozco, la temporalidad es el elemento develador del barroco: “La visión de profundidad, la concepción del espacio continuo o la representación del movimiento, principales conquistas de la pintura barroca y del arte barroco, en general, nos conduce al sentimiento eje que las explica; el de la incontenible fuerza del tiempo, verdadero protagonista del barroco” (1975:57). Se trata de una escritura que no aspira a reconstruir la representación del curso histórico, porque éste aparece como la caótica versión de un acto fallido en “La vida privada / de la Historia de Chile” (“El Gallinero, II”). Ahora bien, diversos son los territorios desde los cuales Maquieira realiza su lectura de la historia: el sexo, la religión y el arte, para que por medio de la irrisión y la parodia emerjan las fuerzas reprimidas. La posición del hablante es la de la mala conciencia, de algo que pudo ser y no fue, de una radical desconfianza en la tradición y en su lenguaje; en la oposición entre la escritura como espacio de la liberación del cuerpo y el discurso de la represión de la “gente de orden” (“Mezzogiorno S. P.”). La imagen de la historia surge de una visión del presente como degradación, como retroceso. Esta percepción del presente —que en otros poetas tiene el signo de la refundación nacional impuesta por la dictadura— aparece, aquí, inserta en un contexto más amplio, aunque ciertos elementos se encuentran situados por este momento histórico. Quienes hablan, esas extrañas figuras parlantes, construyen su habla desde los signos de la derrota y del miedo: alguien pide que no la maten (Cfr. poema I); otra voz advierte, amenaza “nos rodeamos de la peor gente / alumbrados, ataques sorpresa y soplones” (Cfr. poema II). La lucha de las fuerzas inquisitoriales y dictatoriales parece tomarse el texto. El poema que da título a la sección “El gallinero”10 construye una imagen de la historia como involución, como negación del macrorrelato del progreso. Nos encontramos, así, con la introducción del componente religioso como lugar del poder, como espacio de negación de la sexualidad, como pedagogía de la negación del cuerpo y de los sueños. 10 El texto completo es el siguiente: “Nos educaron para atrás padre / Bien educados, sin imaginación / Y malos para la cama. / No nos quedó otra cosa que sentar cabeza / Y ahora todas las cabezas / Ocupan un asiento, de cerdo. // Nos metieron mucho Concilio de Trento / Mucho catecismo litúrgico / Y muchas manos a la obra, la misma / Que en esos años / Repudiaba el orgasmo / Siendo que esta pasta / Era la única experiencia física / Que escapaba a la carne. // Y tanto le debíamos a los Reyes Católicos / Que acabamos con la tradición / Y nos quedamos sin sueños. / Nos quedamos pegados / Pero bien constituidos; / Matrimonios bien constituidos / Familias bien constituidas. // Y así, entonces, nos hicimos grandes: / Aristocracia sin monarquía / Burguesía sin aristocracia / Clase media sin burguesía / Pobres sin clase media / Y pueblo sin revolución”. 202 Las poéticas (neo)barrocas de Diego Maquieira y Tomás Harris Consideremos, en primer lugar, la imagen de la educación como culto del pasado. La idea del saber ilustrado, de la educación como motor del progreso, es una constante ideológica fundamental para comprender el desarrollo de las repúblicas hispanoamericanas desde la independencia en adelante y, en el caso chileno, fue particularmente significativa para la generación romántico-ilustrada de 1842. “Nos educaron para atrás”, y esa educación es la causante de una derrota, de ese “sentar cabeza” que supone la ausencia de imaginación creadora, la falta de vuelo y creatividad y, en consecuencia, de una visión del presente como madurez incompleta o sólo formal. La crítica al rol educacional de la iglesia explica la visión inquisitorial que permea todos los niveles de la cultura e instala a la infancia como el lugar de la represión y del trauma; pero el trauma es colectivo, pertenece también a la historia de una nación. La “vida privada de la Historia de Chile” es una historia nada liberadora, por lo mismo, de todas las iglesias la menos libertaria, por cuanto es la que deriva del Concilio de Trento, la del catecismo litúrgico, la del repudio del placer. La mística erótica por la que se pronuncia el poema, desde sus silencios, explica en buena medida el rol axilar que juega la religiosidad negativa en la escritura de Maquieira. El texto habla desde el lenguaje del (la) profeta de la liberación; de la irreverencia de ese yo que clama en el desierto en busca de la libertad de su propia psiquis y de la psiquis colectiva desde el otro lado del poder. Este poema es, tal vez, el único de todo el texto en que se habla a partir de ciertas formas de asertividad contra la tiranía del pasado. El colonialismo convierte a los sujetos en víctimas de un orden social caricaturizado en el culto a una tradición desvitalizada y desgastada. La condición de los Reyes Católicos como prestatarios culturales, de ese sometimiento, perverso por elegido, otorga al texto una dimensión política. Por eso el “nos quedamos sin sueños”, es decir, sin una auténtica tradición. Si el sueño, la utopía, es el lugar desde el que se ejerce la lucha ideológica, la renuncia a los sueños implica la pavorosa imagen de un tiempo sin cambios. Así “hacerse grandes” no implica, de modo alguno, independencia y madurez política, sino “sentar cabeza” obligados por el “susto litúrgico”. Este segmento final sitúa el problema en una dimensión política, en la que se adivinan los restos desgastados de un discurso de cuño marxista de la historia, negada por este pueblo sin pasado y, por lo tanto, sin posibilidad de cambio y sin futuro. Imagen del “gallinero” histórico, donde siempre unos dejarán caer sus heces sobre otros, en una jerarquía sin tiempos y sin cambios. La relación entre periferia y centro acentúa sus polos conflictivos al situar ambiguamente la historia de Hispanoamérica (y de Chile) como continente eternamente inmaduro (y salvaje), frente a ese otro mundo, culto, centro del desarrollo y el poder. Vida y arte. Si el barroco en su etapa manierista, o el manierismo antes de ser barroco, se caracterizó porque, según Dubois (1980), el artista creaba “a la manera de” los modelos emblemáticos de la cultura, era porque para los manieristas la vida era un reflejo, imágenes de imágenes. Condenado ante la grandeza del arte sublime, el sujeto tiende a su desaparición en los laberintos del 203 Oscar Galindo V. mimetismo. Pero si el artista manierista huía hacia el dominio de las formas tras una identidad imposible, en La Tirana, el sujeto carece de modelos dignos de imitación y por ello recurre al plagio o a la carnavalización de la cultura por medio de la recurrencia a sus modelos lingüísticos y sociales más desprestigiados. Como el artista barroco que oscila entre la solemnidad contrarreformista (cuyo mejor modelo es Calderón de la Barca) y la cultura popular (Cervantes o Quevedo), Maquieira hace uso de todos los registros posibles, inclusive aquellos más degradados que le ofrece el repertorio de la modernidad. El conjunto de textos “Nuestra vida y arte” acentúa las posibilidades autorreflexivas y metaliterarias en un tono irónico al que concurren un conjunto de referencias extremadamente situadas y locales. “Yo y mis amigos” podría titularse el conjunto, pues Maquieira radicaliza una escritura de gestos puntuales inserta en la neovanguardista “escena de avanzada” (Richard, 1987). Así acentúa el rasgo neobarroco de una escritura centrada en la representación de la cultura y de la propia literatura. En el texto “I Castrati”, lo propio de “nuestra vida y arte” —dice el sujeto— es haber sido grandes copiones, sus aportes, escasos por cierto, radican en la inclinación por las apuestas radicales, por llevar a las últimas consecuencias las relaciones entre arte y vida.11 El enfoque de Maquieira apunta fundamentalmente al fracaso del proyecto vanguardista de construir un porvenir distinto. Los proyectos globalizadores que han definido la vanguardia poética, su radicalidad, sus ansias de transformación, vienen a ser en esta lectura deconstructiva no más que una empresa motivada por la mitomanía, pronta a ser derrotada por “los terribles dictados / De la tontona crítica oficial”. La crítica con “sus buenos oficios” (que es como decir con sus santos oficios) cumple la misión del Concilio de Trento, del catecismo litúrgico de “El gallinero”. Así, el radicalismo artístico resulta nuevamente derrotado, pues, 11 El texto completo es el siguiente: “Haber sido unos grandes copiones / Fue lo nuestro. Copiamos en ediciones Urtext / Y lo poco que hicimos, lo hicimos / A expensas de habernos volado la cabeza / Que se nos moría de hambre. // Quisimos ser iconoclastas mitómanos / Lenguas desatadas del porvenir / Pero nos pasó algo peor: / seguimos los terribles dictados / De la tontona crítica oficial / La que, con sus buenos oficios / Nos convirtió en perros falderos / Respetuosos de una ya larga tradición / Que venía recién saliendo del horno. / La eunuca, que no hace muchos años / Suprimió las peleas de gallos / Siendo que éramos gallos de pelea. // También no, nuestra monja superiora / Que sabía mucho de vida y arte / Inventó la homilía chilena contemporánea / Y nos dijo que la papa había que buscarla / En las grandes obsesiones religiosas / De los viejos místicos malditos. / No hay que olvidarse que al ateo Borges / Lo agarró la Inquisición un mal domingo / Y le dio cuatro latigazos en la espalda. / Contra eso no había nada que hacer / Y entonces todo acto creador / Nos produjo un aburrimiento muy nuevo. // Así nuestra vida y arte acabó afuera: / El pianista Arrau / Los franceses Matta y Raúl Ruiz / El neurocirujano panameño Asenjo / El autopoieta Humberto Maturana / El parisino Marqués de Cuevas / Y otras pastas muy cojonudas. // Pero no se aflijan mis doctos perros / Y chupemos juntos de este gran bombo / Aquí esta noche en el Teatro Municipal. / Pasa, pasa Derrida, estás en tu casa / Aquí no cuesta nada hacernos famosos”. 204 Las poéticas (neo)barrocas de Diego Maquieira y Tomás Harris convierte a los artistas en “perros falderos”; suprime el debate, el conflicto, por el respeto cuasi religioso a una “ya larga tradición”. El texto, poco a poco, cobra la dimensión de una irónica crítica al estado del arte en Chile, por medio de cifradas o explícitas alusiones a artistas e intelectuales de la escena actual. Una “monja superiora” (¿Zurita?) reclama por la vuelta a las grandes obsesiones religiosas como manera de escapar a la Inquisición. El resultado de esta escuela de la exclusión, de esta estética inquisitorial, es que “nuestra vida y arte” acabe afuera. Esta visión de Chile como lugar del desagradecimiento reelabora uno de los mitos “chilensis” (y universales) acerca la relación de los artistas con la sociedad para la que producen. Se trata de una desigual negociación que los excluye: Arrau, el pianista; Matta, el pintor; Raúl Ruiz, el cineasta, etc. Y “otras pastas muy cojonudas” perciben algo así como “el pago de Chile”, para hablar en jerga local. Estos juegos irónicos se proyectan a otros niveles: a la crítica oficial y religiosa encarnada en un tal “Mister Sotana”, detrás del que se adivina a Ignacio Valente, el sacerdote crítico de El Mercurio; a sí mismo (“Yo, la más Peckinpah de este convento”); o el autobombo, al arte como teatro de vanidades en el que “no nos cuesta nada hacernos famosos”. En fin, ya sabemos que estamos en el territorio de la muerte de los mitos modernos: “El hombre no era un noble salvaje/Sino un salvaje innoble, muy lejos / De la mentira romántica de Rousseau” (“III Lecturas negras”), en ese territorio donde Dios no es más que otro loco en el manicomio que se burla de los enfermos sin piedad alguna: “Oh, que feliz, alegre, chistoso viejo Director de Circo / es Dios” (“Sorrow’s Headquarter del Emanuel Carnevali chileno”). Escritura sin ningún centro, pues los lenguajes se disuelven en los orígenes traumáticos de “El antiguo testamento chileno” donde (según el P. Diego de Rosales), no hay escritura, ni tradición, sino “una grande variedad, que no puede faltar / entre tantos desvaríos”. Este criollismo a la postmoderna produce una extraña indagación sobre la “chilenidad”: colonialismo que niega a sus indios incluso la racionalidad (Cfr., “El antiguo testamento chileno”), inquisiciones variadas, catecismos litúrgicos, críticos sacerdotes, artistas corruptos, cafiches y otra “grande variedad”. Porque, al fin y al cabo, La Tirana es el lugar de múltiples acoplamientos que en la historia de una lengua confluyen. La Tirana, lengua madre que reprime al poeta-pintor y que lucha por sacar una oscura palabra pese a todo. Más allá del tono desacralizador y violento del poema, se leen los síntomas de una profunda autocensura que nombra la oscura disolución del lenguaje. Escritura culposa en tanto el origen es siempre un lugar vacío; un ominoso lugar hacia donde la mirada no puede volverse con tranquilidad. La escritura de Maquieira es el síntoma más radical de la represión y la censura en la poesía chilena de los ochenta, donde su carnavalesco y herético lenguaje 205 Oscar Galindo V. no es sino el lugar de una dolorosa escisión. En el fondo, se trata de una escritura que busca liberar los traumas de un sujeto y de un cuerpo social. CIPANGO (1992) DE TOMÁS HARRIS El engaño de los sentidos. La obra poética publicada en los años 80 por Tomás Harris12 se configura a partir de la noción del viaje como un elemento estructurador múltiple: viaje al interior de una ciudad al sur del mundo (Concepción y, más en rigor, el barrio de Orompello); viaje, también, temporal en que pasado y presente interactúan en una entidad indisoluble; viaje, en fin, por la escritura y los residuos de la literatura y de la cultura de la imagen. Desplazamientos paradojales al interior de una ciudad enclaustrada, sitiada por los signos de la violencia y de la degradación donde los personajes (el sujeto y sus amigos locos o ebrios) asisten al desconcertante espectáculo de sus espejismos. Espacios fronterizos entre lo literario y lo real. La laberíntica imagen de la ciudad tiene como correlato básico la no menos desestabilizadora experiencia de las empresas de descubrimiento: Polo y Colón. Cipango, Cathay, Tebas o Tenochtitlán, se imbrican provocando la incertidumbre del no saber si estamos frente a datos efectivos de lo real o a meros constructos de la imaginación, a alucinaciones en los “tiempos de la prohibición”. Fragmentos urbanos vistos desde una mirada saturada, enmarcados de modo cinematográfico, montados en un relato circular, siempre inconcluso. La fundación de América desde los relatos de la conquista (crónicas, historias y cartas de relación) sobrevive de manera esperpéntica en las urbes latinoamericanas, de las que el barrio de Orompello en Concepción (donde Harris vivía en el momento de la escritura de estos poemas) es la sincrética e inestable metáfora que la desdibuja. Escritura de viajes, pero desde su reverso. Obsesiva búsqueda de Cipango, del oro, de la promesa del amor, del paraíso, pero desde una versión degradada. El proyecto tiene algo de los viajes de Enrique Lihn en la imposibilidad del conocimiento como eje del desplazamiento. Sólo que ahora tal desplazamiento, en rigor, no existe. No hay tal sujeto autobiográfico que manifieste su desencanto de las ciudades a cuyo espectáculo asiste por exclusión. Simplemente, no hay viaje porque el sujeto jamás sale de su barrio ni de una ciudad al fin de mundo, enclaustrado entre los muros de la temporalidad. Por eso, no es casual que la primera sección “Zonas de peligro” de 12 Tomás Harris ha publicado los siguientes textos poéticos: La vida a veces toma la forma de los muros (1983), Zonas de peligro (1985), Diario de navegación (1986), El último viaje (1987), Alguien que sueña, madame (1988), Cipango (1992), que junto a otros textos reúne su producción anterior. Posteriormente publica Noche de brujas y otros hechos de sangre (1993), Los siete náufragos (1995), Crónicas maravillosas (1996), Itaca (2001), Encuentros con hombres oscuros (2001), Lobo (2007). Además ha publicado el libro de relatos Historia personal del miedo (1994). En estas páginas concentramos nuestra lectura en Cipango (Santiago: Documentos, 1992), citaremos por esta edición. Todas las citas de sus poemas corresponden a esta edición. 206 Las poéticas (neo)barrocas de Diego Maquieira y Tomás Harris Cipango se abra con un epígrafe de Gonzalo Rojas: “Orompello. Orompello. /El viaje mismo es un absurdo. El colmo es alguien / que se pega a su musgo de Concepción al sur de las estrellas” (10). La imagen de la ciudad que se construye en el poema de Rojas está alimentada por una relación conflictiva de amor-odio que no escapa, al parecer, a la tópica negativa de la ciudad configurada en la poesía escrita en Concepción: “Reflexionar sobre la poesía en Concepción significa, pues, hacerse cargo de algún modo de la fisonomía degradada, perversa, casi maldita con que el espacio penquista emerge en la conciencia de sus poetas”. (Alonso et alii, 1988:16). En entrevista con Pedro Pablo Guerrero, el mismo Harris ha destacado esta imagen de Concepción y su lluvia como un lugar espejeante, fantasmagórico, que desdibuja las posibilidades de aprehensión y conocimiento de la realidad Concepción es una ciudad pequeña, con un millón de habitantes, a la que considero una verdadera metáfora de la ciudad latinoamericana. Donde la lluvia es una presencia constante, que al mojar la calle duplica las cosas y convierte todo en reflejos, haciéndote creer que tienes dobles. Esa lluvia que fantasmagoriza la ciudad no se da en Santiago, ni los torrentes de barro, ni el detritus (1995:3). Concepción, lugar del detritus, de la putrefacción, espacio distópico y heterotópico, escenario de la conciencia alterada, lugar donde el placer se niega a los personajes que habitan sus callejones y encrucijadas. La poesía de Harris es entonces —y en buena medida— parte de esta tradición, pero la mirada del poeta obedece no sólo a una percepción negativa de una ciudad incapaz de producir mitos de consolación; también es producto de una manera de mirar la ciudad característica de la poesía contemporánea que va del Neruda residenciario a Lihn y a diversos poetas posteriores como Gonzalo Millán, José Ángel Cuevas o Carmen Berenguer. Pero, además, hay que agregar que la ciudad latinoamericana actual es el resultado de un sincretismo inestable, marcado por los múltiples hibridajes que impone a la ciudad industrial tradicional la cultura de la imagen, el esperpéntico resultado de lo sintético, de lo artificial, como señala el propio Harris en un ensayo sobre literatura y ciudad Es dentro de este contexto de indeterminación como las ciudades hispanoamericanas entran, homologadas, a un ámbito de despliegue literario y artístico, donde la urbe y la industria comienzan a funcionar estructuralmente en la sincrética realidad hispanoamericana como presencia y fantasmas a la vez; los manchones de concreto, de neón, de polución, el objeto sintético, la fibra sintética que oculta ––e insinúa perversamente–– a los cuerpos, la comunicación de masas, el imperio de la imagen y la publicidad llegan, como desechos, a nuestro mundo: llega el “otro mundo”, el Mundo (1996:126). 207 Oscar Galindo V. La reflexión sobre la ciudad latinoamericana se va acentuando en el desarrollo escritural de Cipango. Las dos secciones iniciales “Zonas de peligro” (1978-1981) y “La vida a veces toma la forma de los muros” (19801982) constituyen un recorrido por la ciudad como espacio de peligro y de encierro, como lugar baldío o campo de exterminio (“Zonas de peligro”). Los cinco segmentos que componen el poema “Orompello” insisten en la imagen obsesiva y contradictoria de ese barrio como lugar del “engaño de los sentidos”. Menciono el tópico porque no es el único elemento que remite a la estética barroca. Por esta cualidad, simultáneamente, Orompello aparece como símbolo de otra cosa (como metáfora de la realidad) y como negación de esa metáfora (como expresión de su pura inmanencia que no remite a nada más que a sí misma): “Orompello es un puro símbolo echado sobre la ciudad” (16) versus “No me van a decir que Orompello es un puro símbolo / echado sobre la ciudad” (18-19). Símbolo, o no, Orompello permanece allí desde siempre, “data del Paleolítico Superior de la ciudad” integrando los cuerpos, la vida, a sus muros y adoquines, comiendo la historia de sus habitantes, sedimentando eternamente el presente, negando la posibilidad de saber: “En Orompello jamás sabremos si fue verdad” (“Orompello V”, 21). El teatro del mundo. En “La vida a veces toma la forma de los muros”, Harris recurre a uno de los procedimientos característicos de su poesía para problematizar las relaciones entre escritura y realidad: la vida como teatro, representación tan cara a Calderón y a otros escritores barrocos. Sin embargo, como en el barroco, sabemos que se trata de un artificio, de un simulacro, pues a cada momento el sujeto —en un distanciamiento brechteano— nos recuerda que no estamos en el teatro. Aun así, la realidad aparece como un complejo inasible, no basta con saber que no estamos en el teatro para comprender los mecanismos del teatro. Toda escritura es teatro, una escena de la representación de la vida, sólo que nadie le recuerda a nadie que estamos en el teatro. En “Todos los muros eran encalados en nuestros pueblos fantasmas” (36)13 Harris invierte el proyecto de Genet: la advertencia de que estamos en el mundo de la ficción por la advertencia, el recuerdo, de que estamos en la realidad. De 13 El texto completo es el siguiente: “Era Tebas el lugar de la tragedia y no estábamos / en Tebas. Era Treblinka el lugar de la comedia y no / estábamos en Treblinka. Bajo la sombra de un muro / encalado y su tapiz de orín, de barro, de consignas / eróticas. (Yo entonces recordé que Genet quería que / la representación teatral de Las Sirvientas fuera / personificada por adolescentes pero en un cartel que / permanecería clavado en algún vértice del escenario / se le advertiría al público la investidura y la ficción). / No estábamos en el teatro: había neones charcos de aguas / muertas una esquina intransitable. Los cuerpos estaban / muertos los cuerpos no estaban muertos. El aviso luminoso / verde del Hotel King era el sol. Estábamos en nuestro / propio pueblo no estábamos en nuestro propio pueblo. / Los pueblos eran pueblos fantasmas. Los muros encalados / signos del silencio. Por las noches comenzábamos a ima- / ginarnos cosas: los miserables mecanismos del sueño / se oponen al horror, un cartel que permanecería clavado / en algún vértice del escenario se lo advertiría / al público”. 208 Las poéticas (neo)barrocas de Diego Maquieira y Tomás Harris ahí la insistencia en enunciados que se niegan simultáneamente. La teatralización de la realidad, los miserables mecanismos del sueño (de nuevo otro tópico barroco: la vida como sueño) se oponen al horror, al no saber. La vida teatralizada convierte la representación en el fantasma de la realidad, o, como advierte en otro momento: “Yo sabía que estábamos en Concepción, / es decir en ninguna parte” (“La corriente nunca nos dejó entrar a ella” (67). Este modo de comprender las relaciones entre escritura y realidad se proyecta hacia las secciones siguientes que constituyen indagaciones en el discurso histórico del descubrimiento, en la construcción de la utopía que surge desde sus evidentes vacíos. “Diario de navegación” (tercera sección) se abre con un epígrafe tomado de Alejo Carpentier: “desplegué, una vez, mi Retablo de Maravillas, mi aleluya de geografías deslumbrantes, pero, al oficiar de anunciador de portentos posibles, desarrollé, una nueva idea, madurada por lecturas recientes, que pareció agradar en mucho a mi oyente” (El arpa y la sombra, 45). La referencia al Colón de Carpentier no es casual y, en especial, a una novela que abre una opción paródica y carnavalesca para representar la historia. En su reconstrucción de la aventura colombina, desde la voz de un Colón cínico, Carpentier nos muestra esa otra cara que se oculta tras la sombra de la historia. El lenguaje del histrión, del Colón actor y falsificador, que en esa falsificación es constructor de una realidad que comienza a existir desde la mentira. El viaje registrado en “Diario de navegación” se construye, precisamente, desde la visualización de ese otro lado de las máscaras que supone el viaje por “las urbes del Sur” (“Mar de la desesperanza”, 47). El viaje es ante todo un desplazamiento por los recovecos de una imaginación trastocada, alimentada por una falsa utopía: “Nos habían dicho: Todo en sueños les será concedido” (...) “estas ciudades del Sur acaloran y enferman / la imaginación” (“Mar de la culpa”, 50-51). El escenario del viaje simula los mecanismos de la imaginación, pero el tratamiento es ambiguo: por una parte, el sueño es definido como pervertido, por otra, es la única manera de resistir el dolor: “y ante nosotros las ciudades eran el teatro del dolor, / pero nosotros sabíamos que los / pervertidos mecanismos del sueño / se oponen al dolor” (“Una indagación sobre esta pervertida manera de ver las cosas”, 52-53). El fin de la utopía americana. Las crónicas del barroco hispanoamericano nos narran el fin de la utopía americana. En su relación con el discurso cronístico (en cuya base está el viaje, la fundación, la utopía) los poemas de Harris “nos cuentan la pérdida del paraíso al revés, es decir, la “desfundación” del mundo del horror creado por las relaciones opresivas de todo tipo y, dialécticamente, la posibilidad de huir del “ruin cautiverio”, del regreso al reino del deseo y del ensueño” (Ostria 1997:113). Pero ¿Qué significa esta desfundación? Trata de un discurso fuertemente crítico que nos sitúa ante los residuos de esos proyectos fundacionales, ante el detritus cultural que afiebra 209 Oscar Galindo V. unas mentes embriagadas por el alcohol, las drogas, o la alucinación de la realidad. Por esta razón, la escritura no supone una reiteración del pasado, no hay afán de reconstruir la verdad histórica, porque esa verdad ha sido corroída por el tiempo, por la superposición de “fetiches, ritos/incomprensibles, altares, espejismos” (“Mar de la culpa”, 50-51). En este modelo el resultado no es la utopía sino la distopía. Herederos de una historia de violencia los personajes construyen a golpes esta “historia de sueños/pasión/y muerte” (“Mar de los besos rojos”, 57-58). La obsesión y la angustia ontológica nacen de saberse en los tiempos de la prohibición, del “Estado de Sitio” (“Argel”, 89-90). La imagen de la ciudad sitiada se construye de modo notable en “Mar de la ceniza”, que recoge la frase de Colón (Bartolomé de las Casas mediante): “Toda la noche oyeron pasar pájaros” (Diario de a bordo, martes 9 de octubre), en una obsesiva reiteración de las imágenes de la violencia y la represión: “Toda la noche oyeron pasar pasos sirenas bombas”, “Toda la noche oyeron pasar helicópteros perros sirenas”, “Todas las noches oyeron sirenas tanques detonaciones”, “Toda la noche oyeron pasar música mujeres gritos”, “Toda la noche oyeron pasar pájaros putas ráfagas” (77-78); pero, como en Colón, los pájaros son la metáfora de algo que todavía no es: “Sueños son éstos / y espejismos” (77-78). La escritura de Harris se construye como una “épica de la margina-lidad” (Nómez, 1998:10) o como una “gran parodia de los sentidos de la épica” (Gómez, 1998:3); es decir, como historia vista desde los residuos de la utopía, del fracaso fundacional de Hispanoamérica, donde Concepción-Cipango “tuvo que desfallecer, agonizar primero, / como el caballo amarillo que vimos llegando, / (agonizaba en la esquina del baldío de la calle Orompello) / para comenzar a Ser” (“Tebas”, 85-86). La clausura del viaje y de la utopía tiene un singular desarrollo en el poema que cierra “Diario de navegación”, me refiero a “La calle última” (95).14 Si leemos el poema en relación con el contexto del que participa podemos sintetizar varios de los elementos fundamentales de la poética de Harris. El texto se inicia con una mirada colectiva: “Nosotros tenemos una visión pegada a las pupilas” (95). El “nosotros” en su dimensión inmediata supone un acto de 14 El poema ha sido leído verso a verso por Jaime Giordano (1994). El texto completo es el siguiente: “Nosotros tenemos una visión pegada a las pupilas / Que data de nuestro primer año de vida / En este barrio sudamericano: / Como en la novela de Genet, todos los días, / Una carroza de pompas fúnebres atraviesa frente al / Frontis desquiciado del Yugo Bar. / El Yugo Bar es una esquina miserable, amarilla y / Triste / De Prat. / Pero no sabemos si son datos de la conciencia o restos / del sueño que permanecieron engañosos hasta las / primeras luces del día. / Nosotros tenemos una visión pegada a las pupilas: / Vemos cada hora, una carroza de pompas fúnebres / Descender lentamente por Prat; / Puede explicarse por ser Prat la calle de Concepción / Que conduce al Cementerio General. / Nosotros tenemos una visión pegada a las pupilas / Que data de nuestro primer minuto de vida en este / Barrio / Sudamericano; como en la novela de Genet, / Todos los días, minuto a minuto, / Se verá una carroza de pompas fúnebres descender por Prat, / La última calle de Concepción, / La que conduce al vacío”. 210 Las poéticas (neo)barrocas de Diego Maquieira y Tomás Harris enunciación en el que el yo se colectiviza: “nosotros”, puede ser yo y mis amigos, los mismos con los que deambula por las calles de Orompello pero, además, al situar la imagen de la ciudad en el contexto sudamericano, es evidente que el “nosotros” tiene un referente más amplio. “Nosotros”, los que nacimos en Sudamérica, tenemos una visión: “como en la novela de Genet, todos los días/una carroza de pompas fúnebres atraviesa frente al/frontis desquiciado del Yugo Bar./El Yugo Bar es una esquina miserable, amarilla y triste/de Prat” (95). La novela de Genet (seguramente Pompas fúnebres) reitera la imagen obsesiva de la muerte, como el “Yugo Bar” que los captura, los somete, los obliga a la permanencia en ese “frontis desquiciado”. El desquiciamiento es producto de una visión obsesiva, o a la inversa la visión es producto del desquiciamiento. He aquí el segundo elemento clave del poema: “no sabemos”. La conciencia y el sueño en esta visión desquiciada son una y la misma: “Nosotros tenemos una visión pegada a las pupilas: vemos cada hora, una carroza de pompas fúnebres/descender lentamente por Prat; /puede explicarse por ser Prat la calle de Concepción/que conduce al Cementerio General” (95). La explicación racional y verista de estos versos no basta, sin embargo, para explicar por qué algo que debería ser aceptado produce esa espejeante sensación de estar asistiendo a una escenografía de la muerte. “todos los días, minuto a minuto, /se verá una carroza de pompas fúnebres descender por Prat, /la última calle de Concepción, /la que conduce al vacío” (95). Podemos imaginar, entonces, quién es el muerto en este entierro, lo que se ve ahora se verá eternamente reiterado en el futuro. El Yugo Bar, Prat, Concepción todo conduce hacia la nada, hacia el vacío. La dolorosa imagen de los sueños camino a su entierro, que no es otra cosa que la vida de esos “nosotros” perdida, clausurada en este barrio sudamericano que desde el “primer año” hasta “el último minuto” se verá eternamente reiterada. La visión cíclica de la historia, la ausencia de evolución, niegan una vez más la tan mentada construcción de la historia como progreso. Este modo de comprender la temporalidad histórica es un principio consubstancial a la escritura de Harris que se reitera (porque la reiteración es una de las bases de esta escritura) en el poema “Finis terrae” que cierra Diario de navegación. El poema no sólo reescribe en su finalización “La calle última”, sino que sintetiza buena parte de “los sentidos del relato” (título del primer poema de la sección “Cipango”, 95). El sujeto se sitúa en el futuro, en el momento en que la ciudad, que dice pacientemente haber construido le sea “finalmente arrebatada”, entonces el “jefe, /condottieri, /virrey” no será más que un sueño, al igual que el sujeto deshaciéndose con las huellas de su nombre, entonces “puede que mi cuerpo travestido para siempre/vaya ya por Prat, /la última calle de Concepción, /hacia el vacío fétido / del que nunca debí/asomar”. De este modo termina, por el momento, de ratificarse esta 211 Oscar Galindo V. construcción de una utopía al revés, de una utopía en cuyo final se encuentra la disolución. Si la poesía (y la historia) ha sido, a veces, ese discurso que anhela un futuro distinto, la escritura de Harris se construye “en el sentido inverso de la creación”, “Lo primero fueron las costas de Cipango”. La negación del discurso épico tiene en su contrapartida la negación del discurso amoroso, de las posibilidades del amor como principio de reencuentro de la unidad perdida (de que hablaba la vanguardia). El poema “Las utopías son putas de miedo” (174-175) desestabiliza el proyecto épico de Ercilla (la negación del amor) en un aparente intento por negar los sentidos de la épica: “No las damas, amor, nos habían dicho”. Negación de la negación del primer verso de La Araucana (“No las damas, amor, no gentilezas”) para poner en su sitio no la afirmación del discurso amoroso (como hace Propercio) sino una nueva negación: el “amor perfecto” no es más que una “puta de miedo” en una “noche que nunca acababa”. Los distintos libros de Harris insisten reiterativamente en la idea del viaje, de la búsqueda de la utopía, del espacio del deseo, desde esos espacios fronterizos entre lo real y lo irreal vistos desde una perspectiva antiépica. Se trata de una escritura perfilada como una indagación en espacios enmarcados cinematográficamente, a la manera del cine expresionista. Arquitectura de seres fantasmagóricos, olvidados en los intersticios, borrados por la historia. Las obsesivas recurrencias textuales que nos llevan de un poema a otro a través de reiteraciones o variantes, sirven como metáforas o espejos de una ciudad circular en la que el sujeto ha perdido la ruta. Los títulos insisten, una y otra vez, en el carácter complejo e inestable de la realidad, en cuyo contexto el discurso de la historia es parte de esos sueños y espejismos. Desconfianza en los mecanismos de aprehensión de la realidad, pues el mismo lenguaje va disolviendo todo referente. Deseo y verdad, viaje y clausura, utopía y distopía se funden en estos perversos mecanismos de frustración y desencanto. La ciudad enclaustrada (la isla es también metáfora de la muerte y del olvido), el gesto grotesco y desgarrado en el que transcurre la narración nos hace ver que estamos frente a un discurso que problematiza la historia como relato de engañosas utopías, que se explican en su pura etimología, es decir, como un no lugar. La historia no es más que ese conjunto de ficciones que la han producido. El barroquismo de Harris es una consecuencia de esta versión engañosa de la realidad, de ese horror vacui, de esa necesidad de llenar el mundo con palabras. La poesía de los años 80 en Chile —pero en buena medida, también, en todo el cono sur hispanoamericano— muestra en una de sus líneas más complejas e interesantes una escritura que tiende a la saturación verbal y citacional neobarroca. En el caso chileno este proceso es parte constitutiva de las poéticas del contrapoder dictatorial. Y no se trata sólo de las evidentes o disimuladas referencias al contexto 212 Las poéticas (neo)barrocas de Diego Maquieira y Tomás Harris sociopolítico, sino también de una escritura que pone atención al modo como las subjetividades son tensionadas por la prohibición. Emergen, así, sujetos múltiples, voces cuyo origen cuesta reconocer, citas y referencias intertextuales que permiten hablar a través de otros. Pero, al mismo tiempo, resulta notable el diálogo que se establece con otros contextos culturales. En el caso de Maquieira y Harris, la tendencia a operar con modos de representación (neo)barrocas forma parte de una discusión sobre el autoritarismo, las políticas de la represión y las dificultades de representación de una realidad ominosa y oscura. Intentar cambiar el régimen comunicacional imperante abre la noción de discurso y cultura hacia otros espacios marcados por la heterogeneidad, la ambigüedad y la incertidumbre. Los textos se pueblan de márgenes sociales, culturales y estéticos. Las ciudades se pueblan de personajes excluidos. Desconfianza en la literatura y el arte; crisis de las estéticas miméticas y del saber ilustrado; ambigüedad en las relaciones entre texto y referente. Por lo anterior, los discursos se vuelven distópicos y los personajes textuales tienen al ocultamiento, al disfraz, metaforizando la pérdida de la oralidad por medio del trasvestimiento, testimoniando la tensión que se produce entre censura y autocensura, buscando un nuevo lugar para el sujeto y su representación. Universidad Austral de Chile* Facultad de Filosofía y Humanidades Instituto de Lingüística y Literatura Casilla 567, Valdivia (Chile) [email protected] BIBLIOGRAFÍA Alonso, María Nieves; Mestre, Juan Carlos; Rodríguez, Mario y Triviños, Gilberto. Las plumas del colibrí. Quince años de poesía en Concepción. Santiago: ImprodeCESOC, 1988. Dobry, Edgardo. “Poesía argentina actual: del neo-barroco al objetivismo (y más allá)” en Jorge Fonderbrider (Ed.). Tres décadas de poesía argentina 1976-2006. Buenos Aires: Libros del Rojas, 2006. Originalmente en Cuadernos Hispanoamericanos 588. 1999:45-58. Dubois, Gilbert. 1980. El manierismo. Barcelona: Península. 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Reelaborando los postulados de Seymour Menton y Fernando Aínsa, se proponen cuatro ejes fundamentales: la recurrencia de determinados tipos discursivos, la intertextualidad, la carnavalización y las redefiniciones de los conceptos de tiempo y espacio, mostrando en cada uno de ellos las distintas variantes estilísticas de este tipo de narrativa y reflexionando acerca de su particular visión de la historia, la que se aproxima notablemente a los planteamientos del “pensamiento de la liberación” latinoamericano, coincidente en el tiempo con la aparición de esta propuesta literaria revisionista. Palabras clave: “Nueva crónica de Indias”, tipos discursivos, intertextualidad, carnavalización, tiempo, espacio, pensamiento de la liberación. Abstract This article presents the transversal reading of 21 contemporary latin american novels, attending to define the basic features that this corpus presents as a sub-genre of the “nueva novela histórica” (new historical romance), which justifies the denomination of “nueva crónica de Indias” (new chronicle of Indias). The analysis is a re-elaboration of Seymour Menton and Fernando Aínsa’s works and proposes four main axes: (the) recurrence of determinated discursive types, (the) intertextuality, (the) carnavalization and (the) new definitions of the concepts of time and space, showing in each of them the different stylistic variations of this sort of narrative and reflecting on their particular vision of History, which is very close to the approach of the latin american “thinking of liberation”, that coincides temporarily with the emergence of this revisonistical literary proposal. Key words: “Nueva crónica de Indias” (new chronicle of Indias), discursive types, intertextuality, carnavalization, time, space, “thinking of liberation”. La pregunta retórica que da título a este trabajo es una cita tomada de la novela Maluco, del uruguayo Napoleón Baccino, publicada en 1989. Corresponde a una declaración airada de la voz narrativa, Juanillo Ponce, un bufón caído en desgracia que ha perdido su lugar en la historia y de paso su pensión estatal, a pesar de haber sido uno de los miembros de la titánica expedición alrededor del globo comandada por Hernando de Magallanes. Sus palabras constituyen una extensa carta a Carlos V, cuyo fin inmediato es recuperar su mísera pensión, pero cuyo Carolina Pizarro Cortés interés profundo es recontar corrigiendo, desde su posición de testigo y participante, lo mal dicho por los cronistas, esto es, lisa y llanamente volver a dar forma al pasado, haciendo caso omiso de la “historia oficial”. Su pregunta resume en esencia el espíritu de un grupo importante de obras latinoamericanas publicadas en los últimos 30 años y que la crítica ha identificado como “nuevas novelas históricas”. La expresión “nueva crónica de Indias”, que en este trabajo ocupamos para dar nombre más específico a un corpus particular dentro del amplio espectro de la nueva narrativa de tema histórico latinoamericano, fue acuñada por Alejo Carpentier en su discurso “La novela latinoamericana en vísperas del nuevo siglo”, y coincide temporalmente con la aparición de esta tendencia literaria. En sus palabras, el escritor exhorta a sus compañeros de oficio del siguiente modo El novelista latinoamericano habrá de ser el nuevo cronista de Indias en esta época profundamente atormentada, llena de mutaciones, convulsiones, revoluciones y transformaciones que se aproximan y que acabarán de darle un contorno más o menos definido ––más definido de lo que está hoy–– a este inmenso continente de América Latina que tanto amamos y que nos pertenece a todos por igual (1984:48). Hay que señalar que la proposición de Carpentier busca influir en la actitud que debieran asumir los narradores latinoamericanos de fines de milenio, sea cual sea el tema de sus novelas. Se refiere, en principio, a toda producción novelística contemporánea, no sólo la que dialoga específicamente con la historia, lo que nos enfrenta a la necesidad de hacer ciertas precisiones a propósito del uso que daremos al término “nueva crónica de Indias”. Los rótulos de “nuevo cronista” y “nueva crónica” aparecerán en el ámbito teórico unos años más tarde en los trabajos de Ernesto Livacic (1991), Fernando Moreno (1992) y Abel Posse (1992), aplicados sin hacer mayores distinciones a lo que también se conocerá como nueva novela histórica, corriente que ha sido definida con detalles por Fernando Aínsa (1991) y Seymour Menton (1993). Estos últimos, al igual que Posse, Moreno y Livacic, incluyen en sus definiciones las reescrituras del descubrimiento y la conquista, pero consideran, además, otras obras que hacen referencia a periodos históricos posteriores, lo que implica una visión de conjunto demasiado amplia. Con el fin de despejar una posible confusión, y no sólo por un afán de delimitación temática, proponemos una acotación del término nueva crónica al corpus particular que sostiene un diálogo con los antiguos textos cronísticos indianos o con las versiones históricas sobre estos periodos y que ––muy a su modo–– los rescriben. Fernando Moreno coincide con Seymour Menton al señalar como hito detonante, tanto de la nueva crónica de Indias como de la nueva novela histórica en general, la conmemoración del “momento del “encuentro” entre ambos mundos” (1992:151); pero donde Menton generaliza, identificando esta efeméride como una de las posibles causas, Moreno propone considerar este evento cultural como 216 Las nuevas crónicas de Indias como reescrituras del descubrimiento fenómeno inicial de una nueva narrativa, es decir, subordina el desarrollo de la nueva novela histórica a la aparición de la nueva crónica. La causa podría estar en la fuerza de este movimiento, que puede explicarse como una especie de semilla que brota en muy diversos sentidos. Partiéndose de un cuestionamiento de los inicios de la historia occidental de América se produce un contagio hacia otros periodos más cercanos ––como por ejemplo, a raíz de la celebración de los bicentenarios, la época de la independencia–– llenándose nuestra narrativa de un afán revisionista. La nueva crónica de Indias, sin embargo, no sólo implica la adhesión a determinados temas ––“descubrimiento” y “conquista”–– o, si se prefiere “problemas”, entre ellos la compleja constitución identitaria de lo latinoamericano, que en sus bases carga con el “cubrimiento” y la “usurpación”. En la lectura de un extenso corpus se ha podido constatar que, además de todas las características que la crítica atribuye a la nueva novela histórica,1 hay un punto de unificación que atraviesa todas las obras, y que es el diálogo con el documento, con la crónica de Indias original, lo que justifica el reciclaje de la expresión de Carpentier con un nuevo sentido. En palabras de Fernando Aínsa Escribir o reconstruir la historia de América a partir de las Crónicas es (...) una “ficcionalización” necesaria y creativa que requiere un constante reinventarse, una recreación en la que el sujeto tiene que adoptar una renovada posición estética al tener que ir enfrentando una realidad que no termina de asirse en su esencia (Invención literaria 121, sin cursivas en el original). Este trabajo intentará demostrar que existe un haz, como dice Derrida refiriéndose a la diferencia (1989) un momento de múltiples cruces en la narrativa latinoamericana actual, que se caracteriza por volver insistentemente a esas primeras versiones, textos que conforman la imagen inicial que Europa o el mundo “civilizado” recibe del nuevo mundo ignoto y convulso,2 y que conforman una máscara superpuesta sobre este continente, monológica y monolítica, que se hace necesario, después de 500 años, desmontar, porque como ya se ha expresado a propósito de la antigua crónica: “Los diversos rasgos de esta literatura condicionarán la visión ulterior de América (…)” (Goic, 1988:89). Volver a Colón y sus naves no es precisamente un ejercicio escapista. Coincidimos con la tesis de Posse que propone la necesidad de una especie de borrón y cuenta nueva.3 Hay que ir en la búsqueda del verdadero rostro y los 1 Remito aquí a los trabajos fundacionales de Fernando Aínsa (1991) y Seymour Menton (1993). La hiperbólica descripción natural y antropológica y los relatos de cruentas campañas de conquista suelen ser constantes en la antigua crónica. 3 En sus palabras: “Fueron los poetas y novelistas quienes lanzarían sus carabelas de papel para descubrir la versión justa. Empezaron a moverse en las entrelíneas de la crónica como cazadores furtivos. (...) Fueron los escritores los que ajustaron el disparate de la historia imperial, recogiendo incluso los pocos rastros de la versión de los vencidos” (1992:253). 2 217 Carolina Pizarro Cortés nuevos cronistas, como buenos dueños de casa que hacen la limpieza profunda, llegan a las raíces mismas del problema. El V Centenario es, sin duda, uno de los detonantes, sobre todo porque la discusión intelectual de Latinoamérica en esos años gira en torno al “evento”. La conmemoración, sin embargo, se produce en un determinado ambiente de pensamiento liberacionista, que comentaremos hacia el final, y que funciona a modo de soporte para la auscultación del pasado a partir de los textos que lo conforman. De allí que una reescritura ficcional de esta naturaleza implique un diálogo activo y directo con la realidad, con el pasado y el presente, y sea así un aporte al conocimiento histórico. Presentaremos, aquí, cuatro líneas transversales que se han revelado a lo largo de la lectura de las nuevas crónicas. Las conclusiones que se ofrecen, entonces, devienen de un proceso inductivo. Aquí nos hemos propuesto mostrar la puesta en sintagma de cuatro características que conforman verdaderos paradigmas, empresa que en su versión ampliada acude a un corpus extenso de obras que manifiestan los rasgos en discusión, señalando también sus matices y particularidades. Para efectos de este trabajo, sin embargo, habrá que limitarse a ejemplos modelo. Las cuatro líneas aquí propuestas, sin perjuicio de que existan otras, son: la recurrencia de determinados tipos discursivos (que comporta coincidencias en el modo de presentarse las voces narrativas), la intertextualidad (desde la literalidad hasta la ideología), la carnavalización literaria y las manifestaciones del carnaval y, finalmente, las conceptualizaciones del tiempo y el espacio. Esta caracterización se desprende del análisis de 21 novelas latinoamericanas contemporáneas, escritas en español y publicadas entre los años 1978 y 2003: Daimón (1989), Los perros del paraíso (1987) y El largo atardecer del caminante (1992) del argentino Abel Posse; 1492. Vida y tiempos de Juan Cabezón de Castilla y Memorias del Nuevo Mundo (1985) del mexicano Homero Aridjis; Diario maldito de Nuño de Guzmán (1990), Las puertas del mundo (1992), Invasores del Paraíso (1998) y Lluvia para la tumba de un loco (2003) del mexicano Herminio Martínez; El arpa y la sombra del cubano Alejo Carpentier (1989); Lope de Aguirre. Príncipe de la libertad del venezolano Miguel Otero Silva (1985); Vigilia del Almirante del paraguayo Augusto Roa Bastos (1992); El último manuscrito de Hernando Colón del español Vicente Muñoz Puelles (1992); Maluco (la novela de los descubridores) del uruguayo Napoleón Baccino Ponce de León (1992); El mar de las lentejas del cubano Antonio Benítez Rojo (1984); Ay Mama Inés (crónica testimonial) del chileno Jorge Guzmán (1993); Crónica del descubrimiento del uruguayo Alejandro Paternain (1980), Hijo de mí del chileno Antonio Gil (1992); El entenado del argentino Juan José Saer (1988); Esta maldita lujuria del argentino Antonio Elio Brailowsky (1991) y La invasión a un mundo antiguo de la chilena Rosa Miquel (1991). Es un corpus que incluye obras connotadas, que hoy por hoy forman parte de un canon, y también obras de circulación menor. Por otra parte, sus autores y autoras pertenecen a diferentes generaciones literarias; son oriundos de distintos rincones de Hispanoamérica e 218 Las nuevas crónicas de Indias como reescrituras del descubrimiento incluso hay un representante ibérico. Todas estas novelas tienen en común el referirse, si no en su totalidad, al menos en una parte mayoritaria a los fenómenos de descubrimiento y conquista, abarcando desde el polémico año de 1492 hasta los últimos gestos de la conquista, hacia fines del siglo XVIII. 1. Recurrencia de determinados tipos discursivos y voces narrativas. La nueva crónica de Indias suele ser una parodia de textos de la época que recrea, los que, en principio, no son estrictamente literarios. La crónica oficial (las cartas relatorias y las crónicas de expedición) y los documentos privados (como las memorias, los diarios de vida y las “confesiones”) sirven de modelo para relatos homo y autodiegéticos que se proponen a sí mismos como documentos, más aptos que los originales para el verdadero conocimiento de “lo que efectivamente pasó”. Estos textos no literarios son los modelos que configuran las pautas para los relatos apócrifos, que se hacen pasar por ciertos al imitar tipos discursivos pensados originalmente para otros fines. Según la hipótesis que González Echevarría plantea en Mito y archivo (2000) la novela se disfraza en estos casos de documento oficial para ingresar así en los espacios de los discursos de poder. En cierto sentido esta idea es aplicable a la nueva crónica, por cuanto tiene la pretensión ––por muy lúdica y ostensible que sea–– de ser un documento verdadero, aunque no se trate de un documento precisamente “poderoso”, y ello es una forma de subvertir los criterios de realidad y ficción. Atendiendo a un argumento numérico, sin embargo, hay que constatar que la mayoría de las novelas adhiere a un formato privado, lo que implica que no pertenecen al ámbito de lo estrictamente oficial (la retórica notarial, como dice el crítico). La utilización por parte de la novela ––interesada, evidentemente–– de formatos en principio no literarios, de formas convencionales de redacción, es un ejercicio de travestismo que le sirve para “colar” la ficción en la realidad, para situar a las novelas en un campo de verosimilitud que las conecte con la historia, esto es, simular otro tipo de fuentes documentales para la reconstrucción del pasado. En todos estos casos, oficiales y privados, es posible decir que hay un momento de la narración explícito ––que las más de las veces coincide con el momento de la escritura, pero en algunas obras simula oralidad–– y en algunas novelas también una ficción literaria que funciona como marco para el relato de una voz narrativa auto u homodiegética. La amplia mayoría de los textos que se han incluido en este corpus adhiere a una convención de este tipo. En los casos en que se produce una disociación entre los momentos de la narración y de lo narrado a veces hay la constatación de un extrañamiento, como en El largo atardecer del caminante, en donde Álvar Núñez, protagonista y narrador autodiegético, en el acto de recordar se desdobla, en una escena en que el viejo Álvar memorioso y el joven Álvar conquistador se miran frente a frente. En El entenado de José Saer la voz narrativa, yendo aún más lejos, literalmente revive desde la vejez la experiencia vivida entre los indios: “(...) las imágenes crecen, adentro, con tanta fuerza, que el espesor se 219 Carolina Pizarro Cortés borra y yo me siento como en vaivén, entre dos mundos: el tabique fino del cuerpo que los separa se vuelve, a la vez, poroso y transparente y pareciera ser que es ahora, ahora, que estoy en la playa semicircular” (1988:74). En los casos en que hay un “prólogo” (eminentemente ficticio) que crea una situación, por ejemplo, de manuscrito encontrado, se da la presencia de un narrador distinto que introduce el texto desde otro marco espacio-temporal. Significativo ejemplo resulta El último manuscrito de Hernando Colón, “encontrado” casualmente por el escritor valenciano Vicente Muñoz Puelles escondido bajo las solapas de un libro. El relato que se desarrolla a continuación de dichos marcos suele también distinguir entre la situación en que se gesta, especificándola, y el tiempo pasado que se rescata a través del acto de enunciar. Hernando también retorna desde la vejez a la “verdadera” historia de su padre, el Almirante. Otra constante en estas novelas es la presencia de un narratario, de un tú al cual el relato va dirigido, y al que la voz narrativa apela constantemente, sobre todo en las formas que imitan documentos oficiales destinados a algún superior jerárquico. La homodiégesis propia de estas versiones testimoniales se vuelca así hacia la heterodiégesis en segunda persona y los textos se impregnan de un carácter dialógico, aspecto que resalta al hacer una lectura transversal del corpus. Esta maldita lujuria y Maluco, por ejemplo, constituyen sendas cartas a la autoridad, dirigidas al Virrey de la Plata y a Carlos V respectivamente. La versión de Otero Silva sobre la vida y desventuras de Lope de Aguirre. Príncipe de la libertad, en otra variante, recrea de forma apelativa la trágica historia de Inés de Atienza. En una parte crucial de la novela, ella es protagonista y destinataria del discurso del sublevado Aguirre. Un grupo de novelas dará cuenta de una distancia mayor respecto del documento de época, proponiéndose como parodia del discurso histórico y sus procedimientos, resquebrajando así sus pretensiones de objetividad. El travestismo de la nueva crónica alcanza también a la narración histórica clásica; no sólo las fuentes son imitadas, sino también los discursos que las analizan. Se trata de novelas en donde la voz narrativa asume las características de un narrador historiador. El relato es heterodiegético, de focalización múltiple, pero nunca representa con exactitud un estudio histórico. Hay siempre una cuota de trasgresión, un asomo constante de duda o la pretensión irónica de una absoluta verdad que quiebran el formato de un relato histórico tradicional. Estos textos se mueven en una zona fronteriza entre homodiégesis y heterodiégesis, pues la voz narrativa va dejando huellas como constructora del relato que hacen entrever un yo desde el cual se narra, como se observa, por ejemplo, en Vigilia del Almirante, en el capítulo en que la voz narrativa reseña lo que “cuentan los cronistas”, haciendo uso y citando indirectamente una serie de fuentes documentales que le permiten reconstruir un hipotético pasado. 220 Las nuevas crónicas de Indias como reescrituras del descubrimiento En el orden de las influencias literarias, se observa también una presencia de los modelos de la novela picaresca y de los textos dramáticos españoles propios del periodo. Las obras de Homero Aridjis, por ejemplo, hacen uso de estos recursos. 1492, Vida y Tiempos de Juan Cabezón de Castilla, sigue el periplo de su protagonista ––un joven de familia judía conversa, huérfano y caído en desgracia, que inclusive hace las veces de lazarillo de un ciego–– por una España medieval, marcada por la decadencia y el grotesco. Memorias del Nuevo Mundo, por su parte, que es la continuación de las aventuras de Juan Cabezón, ahora en América, se “desnarrativiza” en ciertos pasajes cediendo el lugar a verdaderos parlamentos teatrales. 2. Voluntad intertextual. Posiblemente, esta característica ––expresa y ostensible— de los textos del corpus se engarza con un modo de discurrir el relato propio de las antiguas crónicas, ellas mismas transidas por otras obras ––historiográficotestimoniales o literarias–– o bien en discusión con diferentes versiones de lo verdaderamente sucedido en las empresas del descubrimiento y la conquista. Los textos indianos son en sí polémicos y confusos, más bien ambiguos como documentos, siempre parciales e influidos por intereses de orden muy distinto al de dejar constancia efectiva de los hechos. Servirán más tarde para propósitos monológicos, esto es, la construcción de una historia oficial, pero una parte importante de ellos es, en principio, manifestación de dialogicidad. Esta ambivalencia, muy rica al momento de disputar a dicha verdad oficial su posición monológica, es aprovechada por los novelistas contemporáneos, quienes quiebran así la uniformidad de un discurso lógico y coherente atravesándolo con distintas voces. La historia, la literatura y la filosofía son las tres fuentes directamente apeladas para la reescritura de una nueva versión sobre el pasado. Con la primera se establece siempre una relación polémica, las más de las veces abierta, y con las otras se observa un vínculo de apoyo o afirmación, considerándose sus proposiciones como mucho más válidas que las de la historia, tanto para la comprensión de los fenómenos de descubrimiento y conquista como para la constitución de una imagen más acertada de América. La historia en cuanto disciplina es constantemente increpada, en tono ácido o sarcástico, y juzgada como una excentricidad o una forma de aproximación al pasado más bien ineficiente. Así se aprecia en esta cita de Daimón de Posse, que da cuenta de la perspectiva americana frente a la manía hisoriográfica del Viejo Mundo: “[los europeos] organizaban sus delirantes visiones del tiempo bajo el nombre de Historia (una especie de metafísica pista de carreras)” (1989:28). Distinguimos al menos tres variantes en la compleja relación de estos textos con el discurso histórico oficial: las crónicas alternativas, que son versiones corregidas de crónicas ya existentes (la “verdadera” historia de lo sucedido que se recupera en nuevo relato); los testimonios de personajes históricos ––reales o ficticios–– que no dejaron huella documental o que posteriormente rescriben sus propias versiones sobre hechos relatados por otros; y los análisis históricos alternativos, que 221 Carolina Pizarro Cortés retomando las mismas fuentes en las que se basa el discurso histórico oficial construyen interpretaciones completamente diferentes. La literatura, por su parte, aparece avalada como una forma de aproximación a ciertas complejidades del pasado que la historia no es capaz de registrar. Recibe un uso magistral como modo de explicación, por ejemplo, en las novelas que dan cuenta de las motivaciones de descubridores y conquistadores en términos directamente quijotescos, apelando a la obra de Cervantes como una matriz ideológica explicativa que permite adentrarse en la conciencia de los personajes, en sus motivaciones y su visión de mundo. Esto sucede en El largo atardecer del caminante y Vigilia del Almirante, novelas en las que el caballero de la triste figura aparece confundido con su creador, en una amalgama quijotesco-cervantina de amplios alcances simbólicos. La filosofía, finalmente, aparece como base teórica que permite comprender, por una parte, la dinámica del acontecer pasado, y, por otra, la cosmovisión de las culturas americanas, que tienen una base muy diferente de la europea. Esta última variante encuentra un lugar preponderante en El entenado, novela que da cuenta de insalvables diferencias en la forma de estar en el mundo de indios y europeos. En el plano de lo literal, textos de los tres ámbitos son citados con o sin comillas, destacando el uso especial que se hace de la literatura culta y popular de los periodos históricos aludidos con el fin de constituir un escenario epocal, no ya a partir de descripciones, sino de textos, apelando a la materialidad del lenguaje como elemento otorgador de realismo. Los romances populares, los pregones marineros, La Celestina y El libro de buen amor, entre otros, se dan cita en la novela contemporánea para reconstruir la atmósfera del pasado. Las cuatro nuevas crónicas de Herminio Martínez Diario Maldito de Nuño de Guzmán (1990), Invasores del paraíso (1998), Lluvia para la tumba de un loco (2003) y, particularmente, Las puertas del mundo (1992), están llenas de resonancias en este sentido, que nos acerca a una mente colombina poblada de literatura. En un plano análogo, destaca la presencia de paratextos (prólogos, epígrafes, notas al pie y epílogos), que sostienen con la novela misma una serie de diálogos cruzados en los que se juega con las categorías de ficción y realidad. Las palabras preliminares de Augusto Roa Bastos en Vigilia del Almirante proponen, por ejemplo, la posibilidad de una ficción “impura” para relatar la vida y obra de Colón: “Podemos contar en lengua de hoy su historia adivinada; una de las tantas de posible invención sobre el puñado de sombra vagamente humana que quedó del Almirante; imaginar su presencia en presente; o mejor aún, en el no tiempo…” (1992:11). Las desconcertantes notas al pie de Los perros del Paraíso constituyen igualmente ejemplos notables de vinculación paratextual, todas al servicio de la desmitificación del 222 Las nuevas crónicas de Indias como reescrituras del descubrimiento conocimiento erudito y, por consiguiente, de la disolución de las barreras entre pensamiento racional y ficción literaria. Acerca de las particularidades del español de Colón, por ejemplo, se dice (1) Colón, como la mayoría de los argentinos, era un italiano que había aprendido español. Su idioma era necesariamente bastardo, desosado, agradablón y aclaratorio como el que abunda en la literatura del Río de la Plata. Colón decía piba, bacán, mishiadura, susheta, palabras que sólo retienen los tangos y la poesía lunfarda. En su relación con Beatriz de Arana, en Córdoba, se le pegó el famoso ché. (Véase: Nahum Bromberg, “Semiología y estructuralismo”, cap. IV: “El idioma de Cristoforo Colon”. Manila, 1974.) (N. del A.) (1987:59). El recurso del humor y la explicación inverosímil, en este caso, contribuyen a la deconstrucción carnavalesca de la historia. 3. El carnaval. En la nueva crónica, el carnaval se manifiesta como una forma de desestabilizar una serie de oposiciones binarias que caracterizan los discursos sobre el descubrimiento y la conquista. En estas novelas se manifiesta, en términos de Bajtín, una carnavalización literaria que, siguiendo a Eco, llamaremos carnavalización “en frío”, por cuanto implica una inversión que desencaja el orden normal de los dos factores en juego, impidiendo un retorno consecuente a la oposición establecida. Las díadas más frecuentes son descubridor-descubierto, conquistador-conquistado, civilización-barbarie, bondad-maldad y señor-súbdito. Un ejemplo ya clásico de la inversión descubridor-descubierto es Crónica del descubrimiento (1980) de Alejandro Paternain que se propone a sí misma como la relación oral que da cuenta de los pormenores de la primera expedición descubridora americana a Europa. Las canoas indígenas se cruzan con las carabelas de Colón en la niebla del Atlántico, para llegar después a un Viejo Mundo marcado por la tristeza y la decadencia, que se revela como perfecta antítesis de la cultura americana. La figura del conquistador-conquistado, por su parte, ocupa un lugar central en los relatos que destacan el protagonismo de figuras sombrías, de difícil interpretación para la historia oficial. Así sucede en Daimón y El largo atardecer del caminante, protagonizadas por Lope de Aguirre y Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el primero enemigo y el segundo permanente sospechoso frente al poder monárquico español. En ambas versiones el mundo americano acaba seduciendo y transformando a los conquistadores en pseudo-americanos. Una imagen análoga es la que se desprende de Hijo de mí, novela que se centra en el pensamiento de Diego de Almagro, permanentemente enfocado en el amor hacia su pareja india y la preocupación paternal por su hijo mestizo. La díada civilización-barbarie, tan cara al pensamiento latinoamericano desde la redacción del Facundo (1845) —pero que fue utilizada desde el principio del contacto europeo-americano como fundamentación de la conquista como guerra 223 Carolina Pizarro Cortés justa— es probablemente una de las dicotomías más fecundas para la nueva crónica de Indias. Se insiste en invertir esta valoración en prácticamente todas las novelas del corpus, acudiendo a diferentes estrategias narrativas: ya sea a través del testimonio directo o indirecto del pensamiento indígena ––y con ello promoviéndose una mínima representación ficcional de la perspectiva del “otro”–– o de la propia reflexión de personajes europeos, quienes logran valorar en otra dimensión la aparente barbarie del mundo americano. Ejemplo de la primera opción es la novela La invasión a un mundo antiguo, de Rosa Miquel, que ya desde su título evidencia una aproximación profundamente crítica a la historia: no hay “descubrimiento” o “conquista”, sino directamente invasión, y tampoco llegan los europeos a un “nuevo mundo”, sino que se inmiscuyen destructivamente en una cultura ancestral. El rescate de la perspectiva mapuche y su juicio a los usos y costumbres españoles es un esfuerzo por mostrar la rica cultura de los naturales, pero sobre todo por hacer evidente la barbarie de los “civilizados”. La segunda variante interpretativa es el fundamento de El entenado, novela que gira completa en torno a la descripción y consecuente valoración de una tribu de indios en extremo “primitiva”, por cuanto sus miembros cometían una vez al año, ritualmente, canibalismo. Después del recuerdo exhaustivo de la vida que llevó con ellos, las conclusiones del narrador son muy diferentes de la valoración europea: “(…) para mí no había más hombres sobre esta tierra que esos indios y (…) desde el día en que me habían mandado de vuelta yo no había encontrado (…) otra cosa que seres extraños y problemáticos a los cuales únicamente por costumbre o convención la palabra hombres podía aplicárseles” (1988:132-133). La dicotomía bondad-maldad está asociada a la pareja civilizaciónbarbarie. Hacemos la distinción, sin embargo, porque en este punto las novelas se permiten un juicio moral, alejándose de la pretendida objetividad histórica y reconociendo muchas veces abiertamente una opinión frente a los hechos del pasado. Sucede así en Lope de Aguirre. Príncipe de la libertad, que se permite en una extensa nota al pie una discusión bibliográfica potente con las versiones acerca del conquistador que se refieren a él como un desquiciado que cometió crudelísimas hazañas. El título de la novela, en resonancia con esta nota, marca la pauta de lectura de la historia que propone Otero Silva: sacar a la figura de Aguirre del ámbito psicopático-delictual y elevarla a la categoría de posible mártir del imperio español. Finalmente, en lo tocante a la desestabilización de las categorías de señor y súbdito, encontramos en las dos novelas del corpus que adhieren al formato textual de la carta el mismo principio activo adjudicado a la escritura. Maluco y Esta maldita lujuria proponen que a través de la comunicación íntima con sus distantes receptores se logra borrar el abismo jerárquico insalvable entre el humilde soldado y el poder regio o virreinal. Las nuevas crónicas, en este sentido, proponen una imposible democracia, sólo concretable en el espacio de la ficción literaria. 224 Las nuevas crónicas de Indias como reescrituras del descubrimiento Otra forma de manifestación del carnaval en la nuevas crónicas será la recurrencia de las escenas de desarrollo carnavalesco, que pueden darse, por ejemplo, como una conjunción improbable de personajes históricos y ficticios de todos los tiempos, como sucede en el tercer capítulo de El arpa y la sombra, en el juicio a Colón frente a la Sacra Congregación de ritos, al que asisten los fantasmas de sus biógrafos y críticos más destacados para entregar testimonio. Personajes como Leon Bloy, Lamartine y el padre Las Casas se hacen presentes y declaran a favor o en contra de la pretendida “santidad” del Almirante, al modo de un coro polifónico espectral. Escenas de manifestación carnavalesca son también las representaciones concretas del carnaval que se encuentran en las novelas de Aridjis y de Benítez Rojo; las escenas de travestismo, que implican un desdibujarse de la identidad a partir de las ropas del otro, como sucede en todas las nuevas crónicas de Abel Posse; y la descripción física de los muelles, esos lugares en esencia carnavalescos, en donde conviven sin orden ni concierto los objetos llevados y traídos sin ton ni son de una parte a la otra del orbe. Si bien este proceso de desmontaje de las verdades oficiales viene realizándose desde hace varios años por la propia disciplina histórica, por algún motivo, que probablemente se asocia a esta carnavalización, este movimiento es mucho más visible en las versiones literarias del pasado que aquí analizamos. La imaginación interviene sobre la realidad; la ficción, sobre los datos. La inversión de opuestos binarios, el “mundo al revés” que podemos apreciar en estas novelas, trastoca el modo de comprender los hechos históricos. Como se señalaba más arriba, la subversión no conduce a una mirada completamente opuesta de la historia, pero sí la relativiza, la pone un momento entre paréntesis, de modo que el retorno a la versión oficial de forma inocente ya no es posible. En este sentido ––muy acotado–– es posible hasta cierto punto identificar el movimiento que efectúan las novelas con una operación deconstructiva, por cuanto en varios casos la propuesta final será una lectura enriquecedora que pondrá en evidencia la parcialidad de la historia e incluso propondrá, como se observa a propósito de algunas de las inversiones, una nueva unidad englobadora, una archiunidad que supera el binarismo maniqueo. Hay que constatar, sin embargo, que en algunos textos el movimiento de inversión tiende hacia una dialéctica marxista en una línea más tradicional, dando cuenta, probablemente, de la poderosa influencia de dicha ideología en el pensamiento latinoamericano, que en este aspecto suele ser conservador. 4. Alteración de los conceptos de tiempo y espacio. En esta reconstrucción del pasado que polemiza con la historia se ven también cuestionados los conceptos de tiempo y espacio. No se trata sólo de un manejo especial de la temporalidad narrativa, sino de verdaderas redefiniciones de la idea abstracta de tiempo que se enfrentan a la imagen de este como una realidad lineal, secuencial. El pasado se abre así hacia el presente, a través de la anulación del devenir, de la propuesta de una circularidad temporal, de la presencia de alephs temporales y de una idea de 225 Carolina Pizarro Cortés tiempo mítico. Otros fenómenos que niegan la linealidad son la re-vivencia del pasado a través de pasadizos específicos, el fragmentarismo temporal, así como la presencia de anacronías, ucronías, anticipaciones y de la narración simultánea. Una influencia borgeana —también considerada por Menton— que ronda como una especie de metáfora matriz asociada al quiebre del devenir es el Aleph, punto del universo en el que confluyen todos los espacios en todos los tiempos. Hay varios ejemplos, fundamentalmente orientados hacia lo temporal, pero que necesariamente se traducen también en imágenes espaciales. Estos puntos suelen manifestarse en un espacio de agua, el mar, que se propone así como una metáfora del tiempo líquido, asociable a otras imágenes del devenir representado como fluidez, que pueblan el imaginario del ser humano desde la antigüedad hasta hoy (como el río de Heráclito o la expresión popular de que el tiempo se escurre “como agua entre los dedos”). Maluco, Vigilia del Almirante, Los perros del Paraíso y El entenado, hacen la relación explícita entre eterno presente y océano. Obsérvese, por ejemplo, esta cita tomada de Memorias del Nuevo Mundo de Aridjis: “Cada día apreciaba más la corporeidad del mar, cercano y lejano, ubicuo y en ninguna parte a la vez, moviéndose en el más completo silencio y en la música más espesa, entre lo futuro y lo pretérito, en el momento mismo del presente. El mar, sueño formal de la Divinidad informe” (1998:19). La lluvia como pasadizo temporal aparece en Hijo de mí, en Esta maldita lujuria, en Maluco, y en Lluvia para la tumba de un loco. En Diario maldito de Nuño de Guzmán de Herminnio Martínez, se la asocia de modo directo al recordar y, en esta operación, a la fuga del individuo hacia el pasado. Se le otorga un poder especial, de comunicación con lo que no tenemos frente a nuestros ojos, porque no existe o porque no lo podemos ver La miro perderse en la llovizna que, más que de agua, parece de recuerdos, aquí, al pie de nuestra mudanza. Y yo también me voy de mí con ella: de las calles de mi niñez a la Audiencia de México; de los brazos de María Engracia de los Santos al Mar de Lucifer (…) A todo me voy sin irme, pespunteando la relación, mientras siguen desfogándose las nubes, ¡y de qué manera! Quién sabe qué magia tiene la Lluvia que nos hace imaginar lo inimaginable y ver lo invisible (1990:198-199). En todas las manifestaciones de un concepto de tiempo en las novelas del corpus, podemos ver que este no es lineal, sino tensional, problemático o al menos problematizable. Este bien puede ser un punto de discusión conceptual con la historia, al menos con aquella que supone una secuencialidad en la manifestación de los hechos para poder postularse a sí misma como una lectura de lo real. Conviene prevenir respecto de una posible expectativa: esta discusión planteada por la nueva crónica ante un concepto de devenir lineal, secuencial, no pasa siempre forzosamente por una desestructuración radical de la sucesión de 226 Las nuevas crónicas de Indias como reescrituras del descubrimiento acontecimientos en el nivel del relato. La antigua fórmula de lo contado o narrado dota a varios de estos textos de una tendencia incluso hacia el movimiento contrario, esto es, el rescate de una cierta cronología general que ordena la cadena de hechos grosso modo según estos van sucediendo, como una narración relativamente simple, atravesada parcialmente por confluencias de tiempos distintos o desórdenes en la secuencia. Esta aparente simplicidad, en función de una cierta verosimilitud, se da con alta incidencia en los textos que parodian un tipo discursivo propio de las crónicas originales. La disposición cronológica se ve alterada de forma más evidente en aquellas novelas que optan por la yuxtaposición, en donde la historia es a veces afectada por saltos temporales, por idas y regresos. En cuanto al espacio, la nueva crónica se apropia de las imágenes de América que se proponen en los textos antiguos, pero no para refutarlas, sino para revalorizarlas como una forma efectiva de comprensión y presentación del mundo americano. La tierra primigenia, el lugar del mito, el Paraíso terrenal y la encarnación de la utopía son, en principio, máscaras europeas proyectadas sobre lo ignoto que la conciencia racional posteriormente ha negado a América, lo que no significa que no haya implementado otras. La nueva crónica refigura estas máscaras y las superpone sobre el continente para descubrir la verdad que ellas encierran. Los distintos matices que adquiere el espacio en la Nueva Crónica se hallan, como es esperable, referidos a América, a la forma como es percibida por los primeros europeos que acceden a ella. Dominan aquí las imágenes propuestas por los antiguos cronistas; la novela recoge y se apropia de los valores que ellos pudieron darle, desde sus categorías de “mundo conocido”, a aquello que se les aparecía como nuevo. De allí surgen la idea de América como un mundo primigenio, aún en formación, como sucede en El entenado; como el espacio para la realización de la utopía política, idea fundamental en Ay mama Inés; como la encarnación del mito, motivo esencial de Esta maldita lujuria; o como el verdadero Paraíso Terrenal, según plantea directamente Los perros del Paraíso. Todas son imágenes que se superponen a lo desconocido, a veces para ocultarlo (recordemos a propósito la tesis del “cubrimiento” o “encubrimiento”), pero a veces también con un valor invertido, esto es, una apropiación de esas imágenes falsas para poder decir como sí es América: un aparente desengaño que se vuelve acceso a una nueva realidad. REFLEXIONES FINALES Al momento de pensar un marco que permita comprender el fenómeno de la reescritura ficcionalizante del pasado, llama la atención la coincidencia de la propuesta de esta nueva narrativa con la relectura de la historia que plantean los subalternos indios a propósito de su propio pasado colonial. Algunas veces se ha aplicado este pensamiento como referente teórico para la lectura de la narrativa latinoamericana, lo cual es válido, en tanto hay resonancias importantes, y en 227 Carolina Pizarro Cortés cuanto, en principio, el análisis literario no debe comprometerse necesariamente a priori con ningún modelo.4 Pareciera, sin embargo, que si hay un trasfondo ideológico, un ambiente intelectual que hace de caldo de cultivo o de inmediato refuerzo a la ficcionalización re-visitadora del pasado, no es el pensamiento indio de los ochenta, que hasta hace una década recién comenzaba a circular por la América hispanohablante, sino las voces de protesta contra el eurocentrismo cuasi servil que eleva el pensamiento latinoamericano de la liberación, que viene desarrollándose con momentos de alta intensidad y también con depresiones, ya desde los años 70. La necesidad de rescribir la “Historia de las Ideas”, que es uno de los pilares del programa expuesto en la Declaración de Morelia (1981) ––manifiesto fundacional del grupo de pensamiento liberacionista latinoamericano–– se hace presente en nuestra literatura como una necesidad de rescribir directamente la historia, de socavar con la ficción (trágica o socarronamente) una pretendida objetividad, de efectuar, como bien dice Posse, un nuevo descubrimiento (1992:254). De allí la parodia o el travestismo y de allí, sobre todo, la relativización de las oposiciones binarias. Como señala Arturo Andrés Roig, a propósito de la díada civilización-barbarie, determinante en la constitución de nuestra identidad: es Carpentier en El siglo de las luces “(...) quien quiebra, en el campo de la narración novelada, este régimen categorial antitético, abriendo con su obra una nueva época en la historia de nuestras letras” (1994:165). He allí, quizás, el mayor aporte de la nueva crónica: incentivar a una lectura diferente abriendo nuevas perspectivas de interpretación para los orígenes de nuestra existencia occidental. Los nuevos cronistas se hacen eco de la arenga de Carpentier que citábamos al comienzo y dotan a su literatura de un sentido que la trasciende. Esto, evidentemente, no pasa solo por lo que dicen, sino por la manera como lo dicen: la materialidad del lenguaje se yergue como un instrumento de reconstitución de mundo. La nueva crónica declara así no atender a la historia que ha sido contada ni a la manera en como ha sido contada. Además, tampoco se ubica en el polo opuesto para invertir las categorías impuestas, ejerciendo una suerte de “vuelta de tortilla” que no tendría mayores consecuencias. La nueva crónica se inmiscuye en el interior de las oposiciones y desde allí las desplaza. En el caso de una voz homodiegética, podríamos resumir: soy el yo del descubridor y del conquistador; me apropio de un cuerpo y de una cosmovisión para hacerte ver las cosas de una manera distinta, presentando de otra forma las causas y las consecuencias de lo que registra la historia. Y cuando la voz narrativa juega al historiador, torciendo un poco sus reglas: voy dejándote gotas o goterones de 4 En la medida que un marco conceptual resulta una vía de acceso a la comprensión de la obra literaria, su utilización es pertinente. De allí que sea posible abordar un texto simultáneamente desde distintas perspectivas. La gracia estriba en permitir que sea la obra la que sugiera los modelos de análisis, evitando así una aplicación forzada. 228 Las nuevas crónicas de Indias como reescrituras del descubrimiento ficción en el camino; estoy diciéndote que tengas cuidado con tus certezas, porque lo que ves no es tal como lo ves, o puede ser visto de otra manera. Universidad Diego Portales* Facultad de Comunicación y Letras Vergara 240, Santiago (Chile) Universidad de Santiago de Chile Instituto de estudios avanzados (IDEA) Román Díaz 89, Providencia Santiago (Chile) [email protected] BIBLIOGRAFÍA Aínsa, Fernando. “Invención literaria y “reconstrucción” histórica en la nueva narrativa latinoamericana”, en La invención del pasado. (Ed.) Karl Kohut. Frankfurt am Main: Vervuert, 1997:111-121. ------- “La reescritura de la historia en la nueva narrativa latinoamericana”, en Cuadernos Americanos 28. (1991):9-31. ------- “La nueva novela histórica”, en Plural 40. (1991):82-85. Aridjis, Homero. 1942. Vida y tiempos de Juan Cabezón de Castilla. Madrid: Siglo XXI, 1985. ------- Memorias del Nuevo mundo. México DF: F.C.E., 1998. Baccino Ponce de León, Napoleón. Maluco (la novela de los descubridores). Barcelona: Seix Barral, 1992. Bajtin, Mijail M. Problemas de la poética de Dostoievski. México DF: F.C.E., 1993. Benítez Rojo, Antonio. 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Por su parte, Lastarria, a partir del afán fundacional y su concepción interpretativa de la historia, aporta la inscripción más fuerte y estable de la función interpretativa para los discursos crítico-literarios futuros. Palabras clave: Crítica literaria chilena, siglo XIX, historia de la crítica. Abstract This article examines the argument that locates the beginning of critical and literary discoursiveness in Chile in the consolidation of Latin American independence processes in the first half of the 19th century in the writings of Andrés Bello and José Victorino Lastarria. The study proposes that Bello’s criticism, as regards the relationship between the attachment to rhetoricity and his notion of historical knowledge, provides criticism with a project related to its emancipatory tenets as shown in the postulatory function of Bello’s criticism. On the other hand, considering his foundational zeal and his interpretative conception of history, Lastarria contributes to an emphatic and stable inscription of the interpretative function for the configuration of future critical and literary discourses. Key words: Chilean literary criticism, 19th century, history of criticism. LAS DOS HIPÓTESIS SOBRE EL SURGIMIENTO DE LA CRÍTICA LITERARIA CHILENA La consolidación de un sistema o discurso crítico no se produce como un proceso de continuidad o linealidad, ni como una configuración estable demarcada de una vez y para siempre a partir de una ruptura. El proceso de instalación se desarrolla en torno a acontecimientos que funcionan como niveles a veces coexistentes, en armonía o desarmonía con los hechos literarios y con otros tipos de discurso (discursos políticos y sociales, medios de comunicación de masas, etc.). Estos acontecimientos no corresponden a rupturas o transformaciones exclusivamente 1 Este artículo se inscribe en el marco de mi Proyecto Fondecyt N° 11070049 “Hacia una cartografía del espacio crítico-literario chileno (1887-1938)”. Darcie Doll Castillo “literarias” y forman parte de los cambios que se producen en el campo social o de poder. Teniendo estas ideas a la vista, dos propuestas parecen disputarse el sitio de “origen” o el momento del inicio de la discursividad “crítica literaria chilena”. La primera, ubica este origen a partir de la consolidación de los procesos de emancipación latinoamericana en la primera mitad del siglo XIX en los escritos de Andrés Bello y José Victorino Lastarria. La segunda, remite a finales de la década de 1880, en momentos de inicio del proceso de autonomización del campo literario y la formación del estamento de los escritores, “proceso que consiste en la ruptura de la dependencia directa de la literatura con el dominio de lo político” (Doll, 2007:93).2 En este texto nos interesa examinar la primera hipótesis, la que defiende el surgimiento de la crítica literaria chilena en el marco del proceso de formación de los estados nacionales. Se fundamenta en la centralidad que la literatura ocupa en la formación de las nuevas sociedades, como parte de los modelos culturales que serán los portadores de la expresión nacional y marcarán el inicio del campo literario moderno. El surgimiento del sujeto crítico se ubicaría en este momento de independencia y puesta en marcha de los nuevos estados-naciones, aunque, señala muy bien Víctor Barrera (en línea), como “sujetos críticos adelantados” cuya constitución se da a través de “la definición de las funciones públicas y políticas de la literatura”. Leeremos esta hipótesis, no como la afirmación perentoria de la instalación del discurso crítico-literario en su especificidad en ese momento, sino como el “adelantamiento” de unas individualidades que, no obstante, marcarán esta discursividad como autores (en el sentido de autoría fuerte o función autor foucaultiano). Los autores serían para Chile, Andrés Bello y José Victorino Lastarria, autoría que no corresponde al escritor ni al crítico, sino a la figura del intelectual o letrado del siglo XIX. Esta autoría funciona respecto del discurso crítico entendido como un espacio crítico-literario que comprende no sólo los textos que comentan, analizan o estudian textos considerados literarios o la obra de un autor o varios, sino de una discursividad compleja, que abarca el sistema de pensamiento sobre las Bellas Letras, e involucra también otras discursividades, y no sólo a la literatura como especificidad que atañe a las obras de ficción o literarias en el sentido moderno. ANDRÉS BELLO Y LA CRÍTICA LITERARIA Andrés Bello publica parte de sus críticas y sus ideas sobre literatura en el periódico El Araucano (1830-1877). Las llamadas campañas o conjunto de 2 La autonomización del campo literario en Chile respecto del campo social o de poder y la consecuente profesionalización de los escritores, en los términos de P. Bourdieu, se produce a partir de la década de 1880. Fue un proceso favorecido por factores como la emergencia de escritores que provienen de las clases medias, el aumento de diarios y revistas, la mayor estabilidad de los circuitos de circulación, las transformaciones en el consumo, etc., en el marco de un proceso de modernización de las instituciones públicas y culturales. Para una síntesis sobre este aspecto, Cfr. Darcie Doll (2007); Gonzalo Catalán (1985). 232 Discursos crítico-literarios en Chile temas que instala se estructuran en torno a un principio fundamental en Bello: “todas las verdades se tocan”, voluntad unificadora que se dirige a evitar la dispersión y la desintegración, señala Carlos Ossandón,3 y que se instaura también como mediadora entre las partes que se disputan el poder simbólico, representadas en el conocimiento y la religión, en el marco de la necesidad de instauración del Estado-nación y las instituciones públicas que le darán forma y estabilidad; su discurso corresponde a la instauración de la letra como lugar de un orden. Por otro lado, el pensamiento de Andrés Bello responde a un estado de cosas en que no existe una distinción entre el campo intelectual y la vida pública o Estado (campo de poder); el “sujeto fundador” equivale al “sujeto crítico adelantado” que señala Barrera. En su sistema, el concepto de literatura obedece al modelo hegemónico: “el concepto de Bellas Letras que postulaba la escritura “literaria” como paradigma del saber decir, medio de trabajar la lengua (en estado natural) para la transmisión de cualquier conocimiento”, en los términos de Julio Ramos (2003:61). La literatura aparece regida por el modelo retórico, entendido como un “depósito de formas, medios para la producción de efectos no literarios, no estéticos, ligados a la racionalización proyectada de la vida y (…) de la lengua nacional” (2003:62). El “saber decir” o elocuencia funciona como la base del proyecto disciplinario y racionalizador de la sociedad que se planea; las “letras”, “pulen el lenguaje y someten el extravío de la fantasía ––de todo lo “espontáneo”, a tal efecto–– a la regularidad de la razón” (2003:61-62-63). Este modelo, sintetizado desde el punto de vista de la relación discursiva saber-poder, se perfila en la práctica crítica de A. Bello y, por ende, se rige por el deseo de establecimiento de un orden y de la sujeción de los desbordes, pero ello no implica que el discurso se configure a costa de la reproducción (de preceptivas) sin más. V. Barrera sostiene en su defensa del componente estético de Bello, que, aunque la literatura era parte, evidentemente, de los asuntos públicos, la búsqueda estaba centrada en la construcción de una tradición, la enunciación “de un canon auténtico, representativo y original, la cual habría de nutrir a la literatura nacional, único material posible para la crítica” (Barrera, en línea). El objetivo estratégico era, además de producir un corpus antes que un canon, instalar la producción nacional “en el marco de las literaturas universales, hacer de nuestras letras una manifestación auténtica del espíritu americano”. Aunque la crítica ejercida por A. Bello, prosigue Barrera, “fue básicamente de 3 C. Ossandón examina en detalle el modelo de escritura en El Araucano. Observa que la influencia de Bello se relaciona con una percepción particular de la forma adecuada para redactar las leyes y, en general, un trabajo sobre las formas que —más que vehículo— constituyan una equivalencia entre el contenido y los objetivos. Para ello, la prosa resulta más adecuada que las diatribas versificadas de la prensa de barricada y se prefiere el ensayo o la “prosa de ideas” en lugar del “cuadro de costumbres” o la “crónica” (1998:40). 233 Darcie Doll Castillo carácter historiográfico, donde lo biográfico y la formación intelectual y política del autor eran factores determinantes”, al mismo tiempo poseía una concepción estética y criterios de valoración establecidos. A partir de la síntesis anteriormente expuesta, dos elementos claves se destacan en el sistema de Bello como paradigma ideal de este primer hipotético momento del discurso crítico: el primero, la retoricidad ligada a la elocuencia y a las Bellas Letras, y el segundo, la tendencia hacia la valoración del lugar del discurso histórico. La adjudicación a Bello de un discurso crítico-literario cuya función es sólo reproducir las preceptivas oscurece un sistema mucho más complejo que pareciera no tener fisuras. La crítica en Andrés Bello no encuentra su forma sólo en relación a la racionalidad (disciplinaria) y sus basamentos en la retórica y la elocuencia, aunque sí es el eje privilegiado sino, también, en la relación simbiótica con el discurso de la historia, que permite la inscripción del deseo de autonomía nacional y americana, de expresión propia y la vía hacia la modernidad. La centralidad de lo “histórico” y de los discursos históricos hacia 1840 remite a la tarea prioritaria, la fundación u organización del Estado-nación. Crece la necesidad de una mirada que contenga (en el doble sentido de portar y limitar) los proyectos, los modelos, los puntos de partida y de llegada. El campo cultural no se disocia del campo social o de poder, menos aún existe una noción de literatura diferenciada del resto de la discursividad. El pasado inmediato remite a la Colonia y el presente a la emancipación completa y la inserción en el mundo. La voluntad emancipadora y fundacional es el marco en el que la historia se inscribe como el discurso necesario y, de alguna manera, es la condición para leer el presente. El historicismo, señala B. GonzálezStephan (2002), alcanza a todos los modos de conocimiento, relativizando “los conceptos de valor absoluto y universal” dominantes, y se acentúa el interés “por formular leyes que permitiesen conocer las causas de la evolución y del progreso de todos los aspectos del quehacer social” (2002:33). El conocimiento histórico en Andrés Bello, en diálogo con la concepción histórica de Herder y del empirismo inglés, se rige por la investigación basada en el documento/hecho, como el paso necesario para la consolidación de una historia; establecer, primero, el conocimiento de los hechos, de modo inductivo. “Crear el horizonte de los hechos históricos” o “fundar la realidad empírica sobre la cual poder desarrollar las ciencias humanas” (2002:142). La propuesta histórica de Bello insiste en la necesidad de no reemplazar el conocimiento de los hechos con las conclusiones o teorías elaboradas por otros y aplicadas a otras realidades que, en el caso de América, tergiversan el conocimiento. Considerando las concepciones e importancia de lo histórico para Bello, se observa que en los comentarios o estudios críticos que tratan específicamente de un autor o una obra “literaria”, Bello sigue las tendencias generales de las reseñas críticas 234 Discursos crítico-literarios en Chile de su tiempo. El procedimiento general es la revisión de los textos (análisis) desde su ajuste o no a las preceptivas, destacando felices o desgraciados intentos de imitación, como corresponde a las normas epocales que no consideran un valor literario en sí mismo la novedad u originalidad. La operación descriptiva es el punto de partida, ejercitada con minuciosidad y detalle y las funciones interpretativa y valorativa remiten al ajuste de acuerdo a las categorías correspondientes a la retórica clásica canónica. Pero el componente más interesante que surge a partir de la descripción/ interpretación o, mejor dicho, parece ser la razón de la crítica, es la función postulativa4 que se manifiesta a través de recomendaciones e instrucciones concretas dirigidas a los autores, en especial cuando examina a autores contemporáneos, y culminando en una conclusión que pretende guiar al escritor hacia una mayor perfección o, en otros casos, examina con cautela las novedades. En el texto dedicado a revisar la producción de José María Heredia se muestra esta característica Como preservativo de estos y otros vicios, mucho más disculpables en el señor Heredia que en los escritores que imita, le recomendamos el estudio (demasiado desatendido entre nosotros) de los clásicos castellanos y de los grandes modelos de la antigüedad. Los unos castigarán su dicción, y le harán desdeñarse del oropel de voces desusadas; los otros acrisolarán su gusto, y le enseñarán a conservar, aun entre los arrebatos del estro, la templanza de imaginación, que no pierde jamás de vista la naturaleza y jamás la exagera, ni la violenta. Nos lisonjeamos que el señor Heredia atribuirá la libertad de esta censura únicamente a nuestro deseo de verle dar a luz obras acabadas, dignas de un talento tan sobresaliente como el suyo (1979:277). La postulación en la crítica, y así ocurre en los textos de Bello, consiste en el intento de construir un modelo para las ejecuciones literarias, un programa que aspira a la transformación de las situaciones culturales (la literatura) existentes. Esta orientación postulativa implica que el hecho literario es complementado por la realidad de las ideas y proyectos y la crítica tiene un fuerte carácter pragmático (de allí también que se destaque el afán pedagógico en Bello). Así, el hecho literario se presenta desde una perspectiva que conduce a un fin preciso, a partir de la posición de contemporaneidad del crítico, por ende, este proyectar-se corresponde a una actitud presentista hacia el pasado; considerando el hecho literario como pasado (lo que ya fue hecho), 4 Janusz Slawinski identifica cuatro funciones en la crítica literaria: la cognoscitivo evaluativa, postulativa, operacional y metacrítica. Las funciones son simultáneas, pero no tienen la misma relevancia en cada texto crítico concreto; una o más pueden ser dominantes y las restantes aparecen minimizadas o subordinadas, lo que otorga diferentes acentos e, incluso, permite realizar distinciones entre tipos de crítica (1994). 235 Darcie Doll Castillo y hacia el cumplimiento del modelo (aunque el modelo corresponda a una mixtura en la que el ajuste se hace según normas antes establecidas). Esto implica el examen atento de las novedades que presenten los textos y, cuando el caso lo amerite, según el ideario de Bello, aceptarlas como parte de esta proyección positiva a futuro. Por ejemplo, en la crítica del teatro realizada por el autor en los años 30,5 Bello escribe manifestándose contrario a quienes critican mal la representación de Los treinta años o La vida de un jugador, de Víctor Ducange Nosotros nos sentimos inclinados a profesar principios más laxos. Mirando las reglas como útiles avisos para facilitar el objeto del arte, que es el placer de los espectadores, nos parece que si el autor acierta a producir ese efecto sin ellas, se le debe perdonar las irregularidades. Las reglas no son el fin del arte, sino los medios que él emplea para obtenerlo. Su transgresión es culpable, si perjudica a la excitación de aquellos afectos que forman el deleite de las representaciones dramáticas, y que, bien dirigidos, las hacen un agradable vehículo de los sentimientos morales. Entonces no encadenan el ingenio, sino dirigen sus pasos, y le preservan de peligrosos extravíos. Pero si es posible obtener iguales resultados por otros medios (y éste es un hecho que todos podemos juzgar), si el poeta, llevándonos por senderos nuevos, mantiene en agradable movimiento la fantasía; si nos hace creer en la realidad de los prestigios que nos pone delante, y nos transporta con dulce violencia donde quiere, Modo me Thebis, modo ponit Athenis, lejos de provocar la censura, privándose del auxilio de las reglas, ¿no tendrá más bien derecho a que se admire su feliz osadía? (1833). En el sistema de creencias o postulados de Bello sobre lo “literario” se destaca el proyecto-modelo, los conflictos entre lo hecho y lo por hacer, aspecto que nos conduce hacia el proyecto autonómico y de emancipación nacional y americana propugnado por Bello, pues mediante la tendencia postulativa de la crítica se proyectan modelos de hechos literarios que no se sitúan del lado de la práctica literaria propiamente tal, sino que se proponen o formulan desde un punto de vista “externo”: las fuerzas sociales (Slawinski, 1994:22). Fuerzas sociales que en este caso corresponden al afán fundacional y emancipatorio, lo que a su vez se relaciona con la indeterminación de la literatura como discurso específico en el siglo XIX y su inclusión en los discursos político-sociales en general. En este sentido se entiende la declaración de Andrés Bello en el discurso pronunciado con motivo de la instalación de la Universidad de Chile 5 En el año 1833 aparecen publicados en El Araucano algunos textos muy interesantes de A. Bello, en cuanto remiten —en especial— a su opinión sobre el movimiento romántico, específicamente respecto del teatro. 236 Discursos crítico-literarios en Chile La Universidad, alentando a nuestros jóvenes poetas les dirá tal vez: “(...); si quereis que os lea la posteridad, haced buenos estudios, principiando por el de la lengua nativa. Haced más; tratad asuntos dignos de vuestra patria y de la posteridad. Dejad los tonos muelles de la lira de Anacreonte y de Safo: la poesía del siglo XIX tiene una misión más alta. Que los grandes intereses de la humanidad os inspiren. Palpite en vuestras obras el sentimiento moral. (...) ¿y cuántos temas grandiosos no os presenta ya vuestra joven república? Celebrad sus grandes días; tejed guirnaldas a sus héroes; consagrad la mortaja de los mártires de la patria (1970:40-41). De este modo se explica, también, que la crítica es aún proyecto, y que este sujeto crítico es un “sujeto adelantado”. Con ello se quiere decir que la tendencia a configurar un orden canónico, la virtud de la conservación de los modelos, funciona como una puesta en escena implícita de lo hecho y de lo por hacer, a través del énfasis postulativo. Refiriéndose a los poetas jóvenes, dice Bello Lo diré con ingenuidad: hay incorrección en sus versos; hay cosas que una razón castigada y severa condena. Pero la corrección es la obra del estudio y de los años; ¿quién pudo esperarla de los que, en un momento de exaltación, poética y patriótica a un tiempo, se lanzaron a esa nueva arena, resueltos a probar que en las almas chilenas arde también aquel fuego divino, de que por una preocupación injusta se las había creído privadas? (...) Hallo, en algunas de esas obras, una imaginación original y rica, expresiones felizmente atrevidas, y (lo que parece que sólo pudo dar un largo ejercicio) una versificación armoniosa y fluida, que busca de propósito las dificultades para luchar con ellas y sale airosa de esta arriesgada prueba (1970:40). EL PREDOMINIO DEL DISCURSO HISTÓRICO Y JOSÉ VICTORINO LASTARRIA Las ideas sobre la historia de Bello son interesantes en el contexto de una polémica sobre dos modalidades que debe asumir el conocimiento histórico, polémica que revela en el espacio letrado al llamado Movimiento del 42 y, probablemente, sea la primera disputa importante que atañe al campo de “las letras”. Tuvo lugar entre Andrés Bello y José Victorino Lastarria a raíz de las concepciones de la historia. En 1844, Andrés Bello —rector de la Universidad de Chile— pide a Lastarria la redacción de una memoria histórica. Lastarria en Investigaciones sobre la influencia social de la conquista y del sistema colonial de los españoles en Chile da curso a un proyecto que atañe a la literatura. Proyecto que intenta fundar una nueva historiografía que se basa en sus conceptos afines a la historia filosófica y contra el sistema colonial y la influencia española. La concepción de historia que defiende Lastarria, basada en una de las corrientes que se desarrollan en Francia entre 1800-1850 (Subercaseaux, 1997:65) como es la historia filosófica, propone que la historia debe sustentarse en una visión teórica y por lo tanto filosófica. Afirma la existencia de una naturaleza última de la 237 Darcie Doll Castillo realidad y de una naturaleza humana de índole moral que permite el acceso a ella. La Historia es una imagen del pasado que se fabrica y que debe ser útil al futuro. Su objeto son las causas y efectos de los hechos del pasado y para ello el historiador debe ser parcial. Para Lastarria, que funciona como el paradigma de estas ideas en Chile, la historia es un fenómeno dual que entiende la evolución histórica como naturaleza, desarrollo regulado por una racionalidad inminente, separada del hombre (la colonización española fue una empresa contranatura).6 Pero el desarrollo natural de la sociedad no es suficiente, se necesita el apoyo de la ilustración, del espíritu (tarea de la generación del 42). Si la gran ventaja del sistema que defiende Bello es el modo de conocimiento de la realidad de América Latina, en América o, en otros términos, permite la inscripción del conocimiento desde una perspectiva situada, el gran problema o desventaja, es que esta historia, llamada también “historia narrativa”, debe limitarse a resucitar los acontecimientos y los hombres del pasado, sin mezclar juicios y reflexiones del historiador con el testimonio de los propios hechos. Debe mostrar el pasado como una crónica detallada y objetiva para que los lectores deduzcan por sí mismos sus enseñanzas, sintetiza Bernardo Subercaseaux (1997). En forma opuesta, las críticas al modelo que defiende José Victorino Lastarria radican en que se minimiza la importancia de los hechos para poner en total privilegio las ideas o principios que se interpreta en ellos, y en que hace una “lectura moral de los acontecimientos, utilizándolos de manera selectiva en función de la imagen que se quería entregar del proceso histórico”, señala Beatriz González-Stephan (2002:50). El afán fundacional que acompaña el ideario del Movimiento del 42 ––que se propone como motor de un cambio sustancial y que toma a lo que hoy distinguimos como “literatura”, como instrumento o medio para contribuir a la “regeneración social”–– necesita, según el discurso racionalizador que propugna la construcción de un Estado-Nación, un discurso adecuado. El discurso que se impone en esas precisas circunstancias es el historiográfico, o el privilegio de la historización de los fenómenos. En este marco, la concepción de la historia es crucial, pues forma el entramado discursivo en el que se inserta lo literario, imposible de percibir como discurso autónomo en este periodo en que no existe división de campos específicos, como el literario. Las Letras configuran todo aquello referido a los distintos saberes y sus prácticas. Por otro lado, es interesante atender a que en ese momento particular la “historia”, más que como tipo discursivo o disciplina, se configuró en el campo de poder como formación discursiva que concentró en torno de sí los asuntos que se podrían observar como fenómenos literarios o estéticos. 6 Para un estudio detallado de las tendencias historiográficas en el pensamiento de Lastarria y de Bello, Cfr. B. Subercaseaux (1997) a quien hemos seguido en el desarrollo de este aspecto sobre Lastarria. 238 Discursos crítico-literarios en Chile En este contexto se instala el proyecto “literario”, del llamado Movimiento del 42 insertándose en una concepción historiográfica liberal que ve en la literatura un instrumento para el desarrollo de la sociedad (nacional). El impulso fundacional es doble: la fundación de la nación y de su literatura. La lectura del discurso de J. V. Lastarria en la inauguración de la Sociedad Literaria funciona como instauración de la “literatura nacional”, hecho que si bien tuvo escasa recepción afirmativa en el momento, ya en la década del 60 se registra como tal (los textos y discursos fundacionales funcionan a posteriori). Esta instauración performativa se entiende no como la existencia de unos fenómenos o hechos literarios concretos considerados nacionales, sino como el planteamiento de la inexistencia o carencia de una literatura nacional. La tendencia hacia la “historia” en la prosa y en la crítica se entroniza, siguiendo la idea que a “una época nueva debe corresponder una literatura nueva” y, con el énfasis en la relación Historia y Literatura presidida por el objetivo central: “la emancipación de la conciencia”, y que la historia, la política, el periodismo, la literatura, son medios para conseguirlo. Tal como en A. Bello, el discurso crítico de Lastarria, como segundo “sujeto adelantado” de la crítica y principal ideólogo de la concepción sobre la literatura y la historia que subyace en el llamado Movimiento de 1842, se configura como un sistema que incluye sus concepciones sobre lo literario y sus funciones. Desde el punto de vista de los comentarios críticos o estudios acerca de autores u obras, el modo de acercamiento de Lastarria a un texto es bastante similar al de Bello, como corresponde al modelo epocal. Ello puede observarse, por ejemplo, en los escritos de la Academia de Bellas Letras, en los que emite fallos como parte del jurado de concursos realizados en esa institución La tercera pieza presenta con viveza una de esas luchas entre la pasión y el deber, y en la cual sobresalen ciertos caracteres generosos que saben sobreponerse a todo antes que hacerse indignos. Hay en esta composición cierta fogosidad juvenil que conmueve. Si su autor cultiva con esmero las felices disposiciones de que parece dotado, evitará con acierto los errores en que ahora ha incurrido y hará obras que honren a la literatura nacional. Este drama puede considerarse un buen ensayo (1968:417). No obstante estas similitudes, la concepción sobre la historia de Lastarria se conjuga con una mayor posibilidad de interpretación respecto de las obras literarias, combinada con una poderosa función postulativa, en el sentido de que “toda interpretación constituye una proposición de un contexto para un hecho dado” y sitúa el objeto en “relaciones que sólo son identificables cuando se adoptan determinadas categorías interpretativas” (1994:13). Es decir, la interpretación, en este caso, se entiende como el “poner en situación” de modo más claro y explícito los textos. El énfasis que nos interesa destacar, es la puesta en relación de la obra y 239 Darcie Doll Castillo la sociedad, donde lo “exterior” se considera una clave esencial para entender las obras. En ese sentido nos referimos a una función interpretativa. Esto se puede apreciar con claridad en su concepción de la crítica literaria. Lastarria señala que la crítica debe confrontar, prácticamente como regla, la literatura y la historia, “comentará la una por la otra” y “comprobará las producciones de las artes por el estado de la sociedad” (1977:88). Las bases de su concepción de la “literatura” y de la crítica se observan jerarquizadas y sintetizadas en el siguiente texto La literatura moderna sigue el impulso que le comunica el progreso social, y ha venido a hacerse mas filosófica, a erijirse en intérprete de ese movimiento. “La critica, dice el juicioso Artaud, ha llegado a ser mas libre, hoi que los autores se dirijen a un público mas numeroso y mas independiente, y por consecuencia debe tomar otra bandera; su divisa es la verdad; la regla de sus juicios la naturaleza humana: en lugar de detenerse en la forma externa, solo debe fijarse en el fondo. En vez de juzgar las obras del poeta y del artista únicamente por su conformidad con ciertas reglas escritas, expresion jeneralizada de las obras antiguas, se esforzará en penetrar hasta lo intimo de las producciones literarias y en llegar hasta la idea que representan. La verdadera critica confrontará continuamente la literatura y la historia, comentará la una por la otra y comprobará las producciones de las artes por el estado de la sociedad. Juzgará las obras del artista y del poeta, comparándolas con el modelo de la vida real, con las pasiones humanas y las formas variables de que puede revestirlas el diverso estado de la sociedad. Deberá tomar en cuenta a1 hacer tal examen, el clima, el aspecto de los lugares, la influencia de los gobiernos, la singularidad de las costumbres y todo lo que pueda dar a cada pueblo una fisonomia orijinal; de este modo la critica se hace contemporánea de los escritores que juzga, y adopta momentáneamente las ideas, los usos, las preocupaciones de cada pais, para penetrar mejor su espíritu (1977:87-88). Este aspecto interpretativo no atañe, por supuesto, a una valoración estética de la escritura literaria, sino a evidenciar la relación entre la literatura y la sociedad ––lo que hemos mencionado antes como “poner en situación”–– a través de la interpretación desde una perspectiva histórica y la subordinación de la historia, a su vez, al estado de la sociedad. En el discurso histórico-crítico la obra constituye una cristalización de un valor con relación a su contexto cultural de origen, que fue reconstruido en la interpretación, entendido como un campo de valor “natural” para el objeto. Siguiendo las ideas de Slawinski (1994:240) al reconstruir (históricamente) el sistema se reconstruye, al mismo tiempo, el campo de valores sobre cuyo fondo evalúa el objeto dado. Lastarria, al destacar el deseo de simultaneidad de la escritura y la crítica, alude a la necesidad de otra contemporaneidad, y una mayor independencia de las normativas, no en el sentido del abandono de ellas, sino en la necesidad de establecer una confluencia entre la literatura de los autores nacionales y la crítica, 240 Discursos crítico-literarios en Chile y por lo tanto, otro modo de leer. Desde este elemento, a diferencia de Bello, la historia y la sociedad se ubican en un primer lugar respecto de las preceptivas literarias clásicas y canónicas. El pensamiento crítico o discurso crítico-literario de J. V. Lastarria se puede observar en uno de los temas más interesantes entre las preocupaciones de la segunda mitad del siglo XIX; el realismo en la literatura de América Latina y del país Sin embargo, se pretende hacer del realismo literario un sistema, y todavía, una escuela, estableciendo como novedad que “el realismo es el sentimiento de lo real y de lo verdadero transportada á las artes y á la literatura”. Pero ¿cuándo no se ha enseñado lo mismo? (...) Nosotros mismos ¿no hemos estado enseñando, desde cuarenta y cinco años á esta parte, que en toda obra de imaginación es necesario estudiar antes el suceso que se va á contar en su conjunto y en sus detalles, cuidando de copiar á la naturaleza y de imitar en la exposición la verdad de lo que sucede en la vida real, para exponerlo con arte? Y ¿qué hemos entendido por arte en literatura, sino la manifestación filosóficamente artística de la idea, esto es, la reproducción de lo que concibe nuestro espíritu, hecha de una manera propia y bella por medio de la palabra y haciendo prevalecer siempre el interés de la especie sobre sus instintos y sus vicios? (1887:83). Lo que Lastarria y sus seguidores anuncian es el camino hacia lo nuevo a partir de la interpretación histórica. Este paso es el que permitirá que la novela sea el género discursivo que reemplace a la poesía lírica en la segunda mitad del siglo XIX, al consolidarse como el vehículo adecuado para la expresión epocal.7 Más tarde, con los modernistas, la poesía tomará el relevo. Las posturas de A. Bello y J. V. Lastarria funcionan en el amplio marco fundacional de la literatura y los discursos crítico-literarios nacionales, aunque presentan diferencias y similitudes en sus preceptos, ambos son conducidos por el hilo del conocimiento histórico y el afán de construir una tradición literaria que se vierte hacia la crítica: en Bello la crítica se afirma en la preceptiva con vistas a seguir un modelo para proyectar una obra futura que debe recorrer la tradición; en Lastarria la crítica se instala desde una interpretación vinculada a los hechos sociales particulares de una sociedad. Ambos, sujetos críticos adelantados, funcionan como el hito que permite observar 7 La concepción de la literatura y la crítica en Lastarria (1817-1888) evoluciona en el lapso de más de cuarenta años, lo que favorece las opiniones que destacan una tendencia sociológica en su crítica, especialmente al atender a la relación entre la creación literaria, el estado de la sociedad y la belleza o valoración estética. No obstante, la relación sociedad-literatura pasa por la concepción de la historia y no por una concepción sociológica elaborada. La percepción estética cobra relieve en Lastarria a partir de la diferencia en la concepción epocal de la literatura que emerge con el inicio del proceso de autonomía del campo literario, hacia fines de 1880. Entre quienes defienden la tendencia sociológica y/o la evolución de Lastarria figuran Alejandro Fuenzalida Grandón (1903), John P. Dyson (1965), Bernardo Subercaseaux (1997). 241 Darcie Doll Castillo lo que serán los antecedentes para la configuración de los discursos críticoliterarios modernos: un primer momento de construcción de las “empiricidades” o de los fenómenos (literarios) que son condición necesaria de la práctica crítica y la configuración de los objetos que darán lugar en el futuro a las disciplinas asociadas a los estudios literarios. Universidad de Chile* Facultad de Filosofía y Humanidades Avda. Cap. Ignacio Carrera Pinto N° 1025, Ñuñoa, Santiago (Chile) [email protected] BIBLIOGRAFÍA Bello, Andrés. “Juicio sobre las poesías de José María Heredia”, en Obra Literaria. Caracas: Ayacucho, 1979:270-277. ------- “Discurso inaugural de Andrés Bello. Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile el día 17 de septiembre de 1843”, en Antología de Andrés Bello. Santiago: Fondo Andrés Bello, 1970:29-41. Barrera, Víctor. “La formación del discurso crítico latinoamericano (1810-1870)”. (Tesis para optar al grado de Doctor en Literatura Chilena e Hispanoamericana). Santiago: Universidad de Chile, 2005. http://www.cybertesis.cl/tesis/uchile/2005/barrera_v/html/indexframes.html Catalán, Gonzalo. “Antecedentes sobre la transformación del campo literario en Chile entre 1920-1980”, en José Joaquín Brünner y Gonzalo Catalán. Cinco estudios sobre cultura y sociedad. Santiago: Ainavillo, 1985:71-75. 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Slawinski, Janusz. “Las funciones de la crítica literaria”, en Criterios 32, 1994:233-253. 242 243-255 LA IMAGEN DE CHILE Y DE LOS CHILENOS A TRAVÉS DE LOS ESCRITOS DE LA OFICIALIDAD NAPOLEÓNICA DURANTE LA INDEPENDENCIA: 1817-1830 “De mujeres hermosas y bondadosas a indios salvajes y sin virtudes”1 Patrick Puigmal* Raúl Núñez Muñoz** “El país al cual de todo corazón había ayudado a liberar era bello, sus hombres viriles, sus mujeres hermosas y bondadosas… Los indios, semicivilizados por los misioneros pierden de su estado salvaje toda su energía y no son buenos para nada… Estos salvajes son tan duros para morir que es necesario que las balas les rompan la cabeza para derribarlos del caballo”, Jorge Beauchef. INTRODUCCIÓN En sus memorias, el oficial napoleónico Jorge Beauchef es uno de los pocos en expresar, públicamente, sus opiniones sobre los múltiples aspectos de su vida en Chile, de manera franca y firme que ha resultado de una formación militar adquirida en los campos de batalla más que en las escuelas. Otros oficiales, de origen social más elevado, como Brandsen o Bacler d’Albe, dejaron también testimonios sobre este mismo periodo. Brandsen, mediante una serie de diarios; Bacler d’Albe a través de la correspondencia con su padre descubierta hace algunos años por nosotros gracias a uno de sus descendientes en Francia. Estamos, entonces, en presencia de documentos disímiles: el de Beauchef es un legado para el futuro; el de Brandsen un testimonio puntual y el de Bacler d´Albe no tenía como propósito la publicación. La naturaleza misma de estas informaciones es, entonces, incomparable pero permite, guardando las proporciones relativas a cada uno de los documentos, hacerse una idea general de los sentimientos que agitaron a estos hombres cuando descubrieron este país. La revelación de aquellos textos como también de cientos de cartas, documentos archivísticos oficiales o privados, elaborados por aquellos y muchos otros de sus compañeros europeos, ha permitido reforzar esta idea, precisarla y, en algunos casos, matizarla. Caemos en lo extremadamente clásico cuando afirmamos que la lectura constituye una herramienta de construcción de pensamiento, pero aspiramos, frente a aquellos documentos históricos, más bien a una reconstrucción refiriéndonos a los oficiales napoleónicos de principios del siglo XIX. Es decir, trataremos de entender su pensamiento tanto como de construir un pensamiento propio sobre su significación en base a una lectura constatativa, crítica y contextualizada, a doscientos años de los hechos, distancia temporal y cultural 1 Resultado del Proyecto Fondecyt N° 1080063: “Influencia militar y política napoleónica durante la independencia de América Central y Sur”, cuyo investigador responsable es el Dr. Patrick Puigmal. Patrick Puigmal y Raúl Núñez que permite analizarlos fuera del calor del debate y de la acción en la cual fueron producidos. No deja de ser ambicioso intentar descifrar ideas, impresiones o sentimientos expresados hace dos siglos pero, justamente, parece relevante, histórica e intelectualmente, saber captar si es el caso, la diferencia entre las intenciones de quien escribe y el entendimiento del lector. Lo que se pone en discusión es, también, cómo un conjunto de documentos de tipos diferentes y de autores diversos, originados en un mismo periodo, permite entender y/o determinar mensajes colectivos. Esto es uno de los desafíos de la prosopografía2 que nos permite entender movimientos colectivos a través de lo profundamente individual como son los actos y escritos de los seres humanos.3 Los oficiales napoleónicos fueron prolijos en la producción de escritos sobre el territorio, la población y el entorno que descubrieron en Latinoamérica en el siglo XIX, luego de llegar procedentes de una Europa extremadamente conservadora, sucesora de la Revolución Francesa y del Imperio Napoleónico. Esta intensa producción ha permitido, utilizando el método prosopográfico, elaborar una caracterización social y cultural individual de los miembros de este grupo aparentemente homogéneo. Si bien proceden de un mismo contexto, no pertenecen a las mismas clases sociales, no viven una misma experiencia, ni se insertan de manera similar en las sociedades locales y, finalmente, desconocen su destino individual. Pero lo más notable de aquellos escritos es que revelan visiones, impresiones, deseos o sueños de estos europeos, sin que ellos correspondan o no correspondan a la realidad que percibieron o vivieron. La distancia temporal nos permite elaborar estos juicios, los que, en ningún caso, afectan los sentimientos que expresan. A lo más, autorizan a caracterizar las ideas, entender los humores, revelar los errores y aceptar el imaginario desarrollado por estos oficiales. 2 Es dable señalar que este término tiene un significado distinto si lo usamos en el contexto de la literatura o de la historia: la primera lo entiende como el estudio exclusivo de la descripción física de las personas o de los animales; la segunda abarca un espectro mucho más amplio permitiendo abordar elementos de comprensión de la evolución social. 3 Desde el año 2000, hemos desarrollado una línea propia de investigación en torno a la influencia militar y política de los oficiales napoleónicos que se desempeñaron durante las guerras de la emancipación chilena. Esta línea, apoyada por la Universidad de Los Lagos y Conicyt-Fondecyt a través de varios proyectos, nos ha permitido relevar algunos aspectos, hasta ahora ignorados, de aquella influencia. Cfr. Puigmal (2001, 2003, 2005, 2006); Cartes y Puigmal (2008). Señalamos, como para contextualizar el entorno político-militar en el cual situamos el tema de este trabajo, la experiencia militar napoleónica puesta al servicio de los ejércitos nacionales, el rol de formadores en las escuelas militares creadas entonces y en la modernización de los ejércitos, la introducción de ciencias nuevas en el país (medicina militar, cartografía, topografía, ciencias naturales, estrategia y táctica militar, educación, entre otras), y la influencia filosófico-política a través de la creación de diarios políticos (de tendencia liberal, en general), la publicación de panfletos y libros, la creación y dirección de establecimientos educacionales, la pertenencia a movimientos como la masonería o el carbonarismo, todo lo cual, sin lugar a dudas, jugó un papel no menor, aunque poco revelado hasta ahora, en el marco de la creación del Estado de Chile. 244 La imagen de Chile y de los chilenos Cabe señalar que, en muchos casos, estos oficiales imaginan las nuevas fronteras que describen sin recurrir al concepto clásico de nacionalidad, concepto ya firme en Europa debido a la experiencia adquirida desde la Revolución Francesa, pero casi ausente en este continente. En este sentido, tampoco tiene relevancia el tema del territorio de origen como elemento fundador de tales fronteras. No debemos sorprendernos de ello teniendo en cuenta el origen geográfico disperso de los autores, quienes, además, se encuentran a miles de kilómetros de sus lugares de nacimiento, de formación y de experiencia de vida (Lacoste, 2004). Verlos primero definir su “patria” nueva con un régimen político ad-hoc, idear sistemas que no existen ni en Europa (la contrarrevolución monárquica representada por la Santa Alianza trata en aquel periodo, primero, de borrar cualquier recuerdo de la época revolucionaria y, segundo, de establecer un status-quo político definitivo), involucrarse en todas las disensiones sobre qué modelo de Estado se debe construir y, luego, verlos reaccionar frente a realidades que no entienden o a costumbres relacionadas con otras maneras de pensar (en particular, en este caso, pensemos en su incomprensión total del mundo indígena), hace pertinente penetrar en el cotidiano de cada uno, entender sus aciertos y contradicciones y apreciar sus virtudes y defectos. Varios de estos oficiales tratan de dar un contenido ideológico al concepto de fronteras utilizando ––probablemente de manera inconsciente o como un simple resultado de una educación impregnada por las luces y el siglo de la Ilustración–– los conceptos de etnocentrismo o eurocentrismo. En este sentido, este punto de vista racista prevalece sobre el concepto heredado de Rousseau a partir del cual “todo hombre nace naturalmente bueno, libre e igual a los otros”, dejando lugar al poderío, tanto intelectual como físico, del dominador, proveniente del extranjero, quien define y se define en función de su propio modelo de origen. Los oficiales napoleónicos no tienen por qué escapar de esta lógica; menos cuando son los descendientes directos de las aplicaciones, desaciertos y evoluciones de tales modelos a principios del siglo XIX. Esto no es un intento de disculparlos, sino destacar que actúan en función de un contexto filosófico afirmado, fruto de una experiencia que, si bien fue compleja y a veces llena de contradicciones, no dejó indiferente a nadie y cambió, hasta por lo menos nuestros días, la manera de ver el hombre y de organizar su relación entre pares. Proponemos, aquí, otro modo de apreciar o de entender lo dicho o escrito por los oficiales napoleónicos: definir el otro (aunque sea de manera caricatural, bajo la figura de seres extraños o distintos como, por ejemplo, aquella que dio origen a los gigantes de la Tierra del Fuego) constituye, también, una manera de incluirlo, de establecer un marco de comparación y de permitir, así, un tipo de relación con el otro. Las descripciones idílicas que se proponen sobre la geografía y la naturaleza del país, la excepcionalidad de sus habitantes y la riqueza de sus recursos, pueden haber sido emitidas, sin negar ––por supuesto–– la posible veracidad de aquellas impresiones, con la voluntad, tal vez, de obtener una más fácil integración respecto al otro. 245 Patrick Puigmal y Raúl Núñez Son múltiples las visiones presentadas por los oficiales napoleónicos y diferentes, también, las maneras de interpretarlas. En este sentido, resulta relevante darlas a conocer ––y, así, descubrir un Chile visto, expresado y/o soñado por estos extranjeros quienes, y esto constituye una de las razones más relevantes de la presentación pública de esos textos–– participan en la construcción del país y, en su mayoría, se radicarán definitivamente en él. UN IDEAL POLÍTICO AFIRMADO Hijos de la Revolución francesa, y del liceo público creado por Napoleón, los soldados, suboficiales y oficiales franceses que llegan a América tienen ideas políticas bastante claras, afines a los principios fundamentales de la Igualdad, Fraternidad y Libertad. Declara Beauchef, “Me retiraba después de haber servido la causa de la independencia de un país según mi conciencia liberal enemiga de las tiranías” (2005:267). Brandsen afirma, “Soy francés y aventurero. Desde Caracas hasta Chiloé y desde Chiloé hasta Buenos Aires, el suelo americano esta humeando con la sangre de los aventureros de todas las naciones que han perecido en defensa de su libertad. Yo vine voluntariamente desde Francia para buscar la aventura, pero esta aventura tenía como meta la independencia de esta gran región del mundo” (1910:53); Persat sostiene, “Yo vine para servir la causa de los independentistas” (1910:226); Robert, “Dejé Francia para vivir en un país independiente y libre” (en Rondeau, 1819:10). Mercher confiesa “Me entusiasmé por la independencia de América y dejé Francia para servir la causa de la libertad” (en Rondeau, 1910:14); Roul proclama, “¡Americanos! Cuando vine a sus regiones, tenía los mismos sentimientos que me habían caracterizado en los ejércitos franceses. Quiero pensar que nunca dudaron de mis sentimientos hacia su causa”; Deslandes en carta del 19 de abril de 1818, sostiene “Viendo la patria fuera de peligro, pienso que me puede ser permitido ocuparme de mis intereses personales después de haber cumplido con los intereses comunes”;4 4 Entre otras expresiones semejantes encontramos las de Blaye “Habiendo ya cesado los peligros de la patria por el resultado glorioso de la acción de Maipú a que asiste…”; Bacler d’Albe, “…Después de la victoria de Maipú, estamos preparando el gran golpe que dará la libertad a la América del Sur: la conquista de Lima” (Puigmal: 2003:91-92); Danel, “…y cuando al fin, Francia ya no era más la tierra de la libertad y yo soñaba con combatir por los pueblos oprimidos, me embarqué hacia estas tierras, junto con Bruix, Viel, Bardel, Brandsen y Rauch, que habían combatido al lado de Napoleón” (en Sabato, 1961:83); Cramer, “sobrepasado por el disgusto y las humillaciones, proscrito por los que deberían defendernos, tomé la penosa determinación de ir a América… para ofrecer mis servicios a la nueva cuna de la libertad” (en Rodríguez, 1956:68-69); Brayer, “Yo fui uno de estos hombres (haciendo acá alusión a los soldados de la revolución francesa quienes llegaron a ser generales) y vuelta a la América la revolución, aunque distante de su cuna, habiéndome conducido a estos países por una porción de desgracias, llegué a ella con los títulos que acabo de presentar” (en Puigmal, 2003:92). Sentimientos y declaraciones que Campos Harriet describió así: “Todos lucharon para la emancipación americana y mostraron a través de sus actos, cada uno a su manera, la influencia del gran hombre que los había formado” (1969). Eustaquio Bruix, gravemente herido cerca de 246 La imagen de Chile y de los chilenos Evidentemente, tales afirmaciones y sentimientos ––algunos públicos, otros privados, en particular, extractos de correspondencias personales no destinadas a ser publicadas–– se ven reforzadas por sus actuaciones, lo que tendrá como consecuencia su alejamiento momentáneo o definitivo de los acontecimientos público-militares. Benjamín Viel, José Rondizzoni, Eduardo Guticke o Pedro Chapuis perderán todos sus cargos o funciones después de la derrota de Lircay en 1830 por haber sido partidarios de los líderes liberales encabezados por Freire y Pinto. Viel, por ejemplo, escribe, entonces, “el militar que delibera por él mismo sobre temas alejados de su profesión está considerado como rebelde y perjurio: No existe Estado en el mundo en el cual esté autorizado. Si lo hace, es de hecho un gobierno militar” (1830:1), palabras que constituyen una condena directa a la rebelión militar que condujo a la victoria de los conservadores. No deja de ser interesante este involucramento político que podríamos calificar de revolucionario si consideramos el régimen en el cual se formaron estos oficiales: el Imperio Napoleónico, que si bien se fundamentó en los principios de la Revolución Francesa, no fue el mejor ejemplo de su aplicación, empezando por el modo de acceso al poder de Bonaparte: el golpe militar. Justamente, la declaración de Viel demuestra cierto alejamiento político de Napoleón lo que no se contradice con su admiración por el Emperador, alejamiento que confirma con esta frase “Francia, en nuestra época, liberada del poder monárquico a pesar de los formidables esfuerzos de toda Europa, volvió hacia él por haber caído bajo la férula del poder militar” (1830:2) Los oficiales napoleónicos se debatirán, constantemente, entre la obediencia a los dirigentes y la aplicación de sus principios ideológicos. Beauchef escribe a este propósito en el momento de la rebelión de los sargentos en Valdivia, en 1821, “estos eventos constituyen un atentado a todas las leyes humanas y, sobre todo, a la disciplina militar, base fundamental del ejército, de la seguridad pública y de todas las garantías sociales” (2003:23) y, luego, en el momento de pronunciarse entre ser fiel a O’Higgins o seguir a Freire expone: “Hablé sobre los deberes militares que, sin duda alguna, eran el obedecimiento pasivo al gobierno constituido. Pero, si la nación entera se había declarado en contra, reconociendo nulidad, tiranía, ilegitimidad, cualesquiera que fueran las razones, me parecía cometer grave imprudencia el tratar de sostenerlo” (2003:216-217). No obstante las dudas que así expresa, decidirá apoyar a Freire y dejar a O’Higgins y será nombrado para acompañarlo hasta Valparaíso donde se embarcará para su exilio en el Perú. Sentimientos políticos y valóricos como lo citados pero, también, militares, son frecuentes, particularmente en las opiniones ––en general desfavorables–– sobre los jefes. Brandsen se hace un especialista al respeto: “hasta entonces, Zapiola sólo hacía pruebas de su pusilanimidad” (en Cartes Montory, 2008:116); Nacimiento en 1819, vive sus últimos momentos acompañado por Beauchef, quien testimonia, “sus últimas palabras fueron para Napoleón y la independencia de Chile” (2005:115), excelente síntesis de lo ya expuesto. 247 Patrick Puigmal y Raúl Núñez “Concretamente, era bastante asqueroso ver un hombre de 45 a 50 años, en uniforme bordado y con la cruz en el pecho, tambalear sobre sus piernas, perder el control de sus palabras y dar el escándalo de un soldado borracho escondido bajo el uniforme de un general” (Idem, 105), encargado por el general Alvear de repartir los víveres tomados en Ituzaingó, poco antes de la batalla, contesta “Yo creí que me llamaban para junta de guerra y no para participar de un saqueo” (Idem, 43). Cuando se opone a una orden de Alvear en aquella batalla, este le contesta “Coronel Brandsen, cuando Napoleón daba una orden en el campo de batalla, ninguno de sus oficiales se quejaba aún si sabía que se iba a morir”, a lo cual Brandsen, ofuscado, responde “General, de acuerdo, sé que voy a morir, pero obedeceré a su orden” (Idem, 43). Orgullo del francés, celo de los americanos, sentimientos de superioridad debido a la experiencia napoleónica, varias son las explicaciones a estas oposiciones muy frecuentes tanto en los textos estudiados como en los informes militares o partes de campañas y de batallas. Cabe señalar que Brandsen, como lo había señalado tan directamente, morirá en la carga de caballería que, no obstante, decidirá la victoria del general Alvear contra las fuerzas brasileñas. DE “INDIOS SALVAJES Y SIN VIRTUDES…” Beauchef participó en un considerable número de campañas militares, pero resaltan las que tuvo que enfrentar en el sur del país, principalmente en Valdivia y en Chiloé, ocasiones en las que emite un duro y encarnecido discurso no sólo contra el bando realista sino, también, contra los pueblos indígenas con los cuales tuvo que enfrentar o relacionarse durante ese periodo. A estos últimos describe en estos términos Estos venían atestar la plaza. Semicivilizados por los misioneros, pierden de su estado salvaje toda su energía y no son buenos para nada; traen a nuestro medio todos sus vicios, acompañados de una excesiva flojera; están continuamente ebrios, sucios y enervados al punto de no poder obtener nada de ellos y no hacen otra cosa que consumir nuestros víveres. No obstante, era preciso alimentarlos, aunque no fuera más que por conveniencia política, ya que venían hasta nosotros antes de ir a engrosar las filas de los bandidos (2005:151). Beauchef desarrolla un discurso antojadizo y de desprecio contra los indígenas, lo cual ––a medida que pasa el tiempo y las batallas–– se acentúa hasta convertirse en un profundo odio hacia aquellos. Incluso, cuando busca el apoyo o el favor de los indígenas para la causa independentista, se expresa de forma muy particular Allí estaban reunidos todos los caciques que me habían visitado en Valdivia (…) tenían en su poder una gran cantidad de provisiones (…) después de una ceremonia usual y explicarles el motivo de mi visita (…) me ofrecieron dádivas, que consistían en corderos, ovejas y algunas vaquillas (…) A mi vez, los gratificaba con todo lo que le gustaba a esos salvajes, tales como espejos , chicherias, índigo, algunas cosas de plata para bridas del caballo y grandes alfileres de ese metal para las mujeres (2005:155). 248 La imagen de Chile y de los chilenos Estos y otros registros similares son abundantes en las memorias de Beauchef, fenómeno que fue muy común entre estos oficiales napoleónicos, tanto a este lado como al otro lado de la Cordillera de los Andes. En relación con esto, destaca la figura del Coronel Rauch, que encabezó entre 1825 y 1830 el genocidio indígena en Argentina. Bastan dos comentarios que utilizó para dar cuenta de sus “hazañas” (asesinatos de indígenas): “Hoy me siento feliz, hemos matado 15 animales” (en Mollano, en línea) o “Los ranquele no tienen salvación porque no tienen sentido de la propiedad” (en Correa, 2002:5) apreciación que indica su ideología personal en el marco de la creación del Estado-Nación a través del concepto de la propiedad privada. La visión de Beauchef con relación a los indios “alzados” se revela más dura aún Estos salvajes son tan duros para morir que es necesario que las balas les rompan la cabeza para derribarlos del caballo y a menudo se mantienen aun, sus piernas se crispan bajo la barriga del caballo, y éstos se los llevan siguiendo a los otros. Por lo demás, no abandonan nunca a sus muertos y muchos se exponen para sacarlos del terreno de lucha (2005:184). Ahora bien, el discurso de Beauchef se transforma radicalmente cuando se refiere a sus subordinados militares o a la sociedad a la que denomina como civilizada. Cuando decide formar (en 1820) dos escuadrones de caballería ––uno en Osorno y el otro en los Llanos–– Beauchef señala: “Por mi parte, me ocupé de la formación de mis treinta tiradores. Para ello, escogí treinta soldados bien dispuesto y los mejores jinetes, lo que era muy fácil, pues los chilenos lo son todos” (2005:162) y agrega: “Tuve el placer de ver hombres bien formados, todos jóvenes y robustos, bien dispuestos, bien montados” (2005:162). En relación a los aspectos de la sociedad y a la elite dirigente, Beauchef tenía generalmente una opinión favorable. Luego de su retiro del ejército fue muy cuidadoso (por lo menos, en sus Memorias) de inmiscuirse en temas políticos. Reconocía y asumía su subordinación como militar. La cita siguiente ––violenta con relación a las concepciones modernas del rol ciudadano y del lugar individual de cada uno de los miembros de la sociedad–– debe entenderse como una afirmación relativamente clásica entre los partidarios del liberalismo de principios del siglo XIX, un liberalismo propuesto y portado por una élite terrateniente que desea asumir el poder político, razón por la cual se limitó el acceso democrático a la toma de decisiones y al ejercicio del dicho poder Es un axioma tan viejo como el mundo civilizado de que una muy pequeña parte de la sociedad está destinada por la naturaleza a mandar, y la otra, muy grande, a obedecer. La igualdad es el delirio del republicano fanático y la libertad frenética, el sepulcro de las repúblicas. Por tanto, el ciudadano virtuoso que abriga en su alma el amor sagrado de la patria, debe tributar homenaje y obediencia a la ley, guardar respeto al gobierno y nunca ambicionarlo (Feliú Cruz, 1964:387). En 1824, Beauchef hizo públicas sus ideas sobre como organizar el ejército a partir de tres ejes principales: la administración, la creación de una policía militar, y la organización misma del ejército (Feliú Cruz, 1964:387-390). 249 Patrick Puigmal y Raúl Núñez A “MUJERES, HERMOSAS Y BONDADOSAS” Como Jorge Beauchef, otros oficiales napoleónicos, como Viel, Rondizzoni, Guticke, Bacler d’Albe, Arcos y también el inglés Tupper, se van a relacionar con la oligarquía chilena gracias al matrimonio, lo que podemos ver como el resultado de una política de Estado. Así ocurrió, por ejemplo, con la intervención de los Ministros Zenteno y Rodríguez en 1822 para facilitar el casamiento de Beauchef. Según Beauchef, “si dependiera de él (el ministro Rodríguez Aldea), este matrimonio se haría al momento, porque era necesario establecer hombres como yo en el país, que los necesitaba” (en Feliú Cruz, 1964:194). Esta intervención política, al más alto nivel del Estado, marca sin lugar a dudas un hito facilitador de la inserción social de aquellos oficiales en la sociedad chilena y les permite tener acceso a una clase a la cual les habría sido extremadamente difícil pertenecer en su Europa natal, siendo casi todos de extracción muy modesta. Un hecho va a transformar profunda tristeza la amargura mostrada por Beauchef al final de sus 5 Memorias, cuando entre 1831 y 1834, viaja a Francia. Aunque no hay documento, carta o testimonio sobre este viaje, salvo un texto muy corto escrito por Beauchef “en Francia, ya no hay nada de lo que vi. Todo ha desaparecido, familia, amigos, ideas, glorias y cuanto fue de mi tiempo. La soledad fue mi compañera de viaje. ¡Que turbación la que sentí! Era un extraño en mi patria” (en Feliú Cruz, XIII). Estas frases de decepción confirman los sentimientos republicanos y bonapartistas de Beauchef, su incomprensión frente a la evolución político-social de su país de nacimiento y su chilenización ya casi completa. Físicamente disminuido y sufriendo enormemente, Beauchef vive sus últimos años en Santiago donde fallece el 10 de junio de 1840. Uno de sus últimos testimonios es: “acerca del país al cual, de todo corazón, había ayudado a liberar era bello, sus hombres viriles, sus mujeres hermosas y bondadosas. Chile se hacía querer y yo lo quise desde el primer momento” (2005:267), cita que nos permite abordar un último tema derivado de estos documentos, como es la imagen de Chile, particularmente de su futuro, a través de los escritos de los oficiales napoleónicos. “CHILE JUGARÁ UN GRAN PAPEL EN AMÉRICA LATINA” Al lado de su rol militar, José Bacler d’Albe describe sus impresiones de viajes, sus contactos con los habitantes y expone sus análisis sobre los antiguos y nuevos regímenes, sus comentarios sobre la situación política de los tres países donde actúa: Argentina, Chile y Perú. Uno de los aspectos interesantes de señalar acerca de la imagen de Bacler d’Albe es como busca o, más bien, se adapta e integra dentro de la esfera social nacional, lo cual permite mostrar un lado más humano del oficial 5 En 1830 no había obtenido el rango de general probablemente a causa de su fuerte altercado con el general Freire durante la expedición de Chiloé en 1824 cuando algunos de sus compañeros ya habían alcanzado tal honor. 250 La imagen de Chile y de los chilenos francés. José Bacler d’Albe contrae matrimonio en 1820 en Valparaíso con Manuela López Borrego, otra evidencia de la intención política que buscaba integrar a estos oficiales a la elite nacional a partir de alianzas maritales.6 Consideramos una fuente extremadamente relevante al momento de reconstruir la impresión de Bacler acerca de Chile y sus ciudadanos, la constante correspondencia que mantuvo con su padre en Francia, entre 1817 y 1825. Respecto a su unión marital Bacler señala Me siento feliz e hice como muchos otros, me casé el 27 de julio pasado (25 días antes de embarcarme para esta campaña). Mi esposa es de Valparaíso, de una buena familia, 21 años, bastante guapa, bien educada y muy amable. La conocí en 1817 cuando era comandante de ingenieros en Valparaíso. Desde entonces, me había decidido pero deseaba dejar el servicio antes. No he podido hacerlo por reconocimiento por el país donde merecí la confianza del gobierno y donde me hice un nombre, como lo has podido ya saber (2006:112). Sus cartas revelan una descripción muy personal sobre un país en pleno nacimiento, revela su confianza en el nuevo régimen y en la capacidad de sus habitantes y confirma su desprecio hacia el sistema colonial español Chile es un país quien, un día, jugará un gran papel en América Latina, por su posición geográfica, o por el carácter de sus habitantes dotados de una gran inteligencia. Estoy sorprendido de los rápidos progresos que han hecho solamente en dos años. Todo estaba bajo el yugo español; uno ve que este gobierno buscaba solamente extraer el oro y mantener este generoso pueblo bajo la más horrible esclavitud (2006:83). Sin duda, el tema político-militar no estuvo al margen de estas reflexiones enviadas a su padre, pero aún en este caso, Bacler es mucho más significativo cuando aborda los tópicos de las relaciones sociales, de la convivencia entre nacionalidades distintas, del cimiento que lo une con sus compañeros de guerras ¡Diablos! No pensaba en Chile hace tres años. Algo más que extraño es el hecho de encontrarse aquí con muchos oficiales extranjeros (particularmente ingleses) contra los cuales yo hice la guerra en Europa. ¡Hasta conocí algunos en el sur! Y hoy, son mis amigos y compañeros... (2006:96). Bacler muestra, entonces, una visión favorable en relación a la naciente nación y, principalmente se reconoce como un actor histórico en este proceso. Es interesante como proyecta en forma auspiciosa el futuro de Chile, de sus habitantes y da un reconocimiento 6 María Graham señala la cercanía de Bacler con los más altos personajes del momento, hecho que experimentó en Valparaíso el 15 de octubre de 1822. “...Llegaron el Ministro de la Guerra, Zenteno, el general San Martín acompañados de la esposa y la hija, Dolores, el coronel d’Albe, su esposa y su hermana, el general Pinto, el mayor O’Carrol, el capitán Torres...” (1988:129). 251 Patrick Puigmal y Raúl Núñez a la clase dirigente en esta materia y, también, como grafica las relaciones diplomáticas entre el país y su vecino, las Provincias Unidas del Río de La Plata Es un país que ofrece muchos recursos, aún más cuando esté en paz. Pienso que me irá muy bien una vez jubilado. Chile es un país muy fértil, particularmente en el sur. Las minas son abundantes, particularmente de plata y cobre y dependen solamente de los brazos y hombres quienes sepan trabajarlas… Desde Valparaíso a Chiloé, hay solamente un millón de habitantes cuando el país puede contener y nutrir más de quince millones… …Su industria podría alcanzar el más alto nivel por los importantes recursos humanos, aún más cuando sean enteramente libres y cuando hayan sacudidos los prejuicios… Su gobierno actual es bueno, protege los extranjeros que llegan para establecerse. El Director Supremo, general O’Higgins, es un hombre que apoya las artes y todas sus acciones son para hacer felices a los chilenos... Chile es aliado con Buenos Aires por dos razones: primero, por reconocimiento porque este último le dio su libertad, segundo, por sus relaciones comerciales (2006:53-54). En el plano económico reconoce los problemas que han tenido que asumir, como por ejemplo el no pago de sueldos, común en ese entonces, lo que sin duda genera problemas, lo que no obstante es asumido con una franciscana resignación Hacemos grandes sacrificios, estamos todavía con los 2/3 de nuestros sueldos. Me deben casi 10 000 francos pero como todos estamos en la misma situación, tenemos que tener paciencia y hacer la guerra como verdaderos espartanos… (en Puigmal, Diablos, 55) La difícil situación económica atravesada por el país en sus primeros años de vida no dejaba indiferentes a los oficiales napoleónicos, los cuales notaron regularmente en sus cartas e informes los retrasos o ausencias de sueldos. La expedición a Chiloé en 1824 va a quedar en la memoria de Bacler como uno de los episodios militares más difíciles y peligrosos de su carrera americana. Constituye, de hecho, su última campaña activa. Nuestro Director hizo una expedición en esta parte de Chile todavía ocupada por los Españoles pero el clima nos fue fatal: ¡Un segundo volumen de la expedición de Rusia! Nuestra escuadra fue dispersada por un tremendo temporal... He sido levemente herido al tobillo derecho en un combate de dos horas cerca de Castro. Vencimos con 800 hombres a los 1400 enemigos y tomamos un cañón, pero el día después debimos retirarnos por la llegada de refuerzos enemigos y por el debilitamiento de nuestra tropa. Es un país horrible con caminos impracticables; caminamos siempre con agua hasta la cintura… (2006:144). En este caso, la asociación con la desastrosa campaña de Rusia, cuando en 1812 desapareció casi totalmente el ejército de Napoleón compuesto de más de 252 La imagen de Chile y de los chilenos 600.000 hombres ––probablemente más a causa de las intemperies que de la eficiencia militar del ejército ruso–– permite a Bacler minimizar el efecto de la “victoria” de Mocopulli, victoria reivindicada por los dos bandos, haciendo referencia al país y al clima “horribles” como causas de la conquista fracasada del archipiélago. Le da también la oportunidad de asociar simbólicamente las campañas de la independencia con las napoleónicas, referente indispensable no solamente por los oficiales franceses pero por muchos de los líderes militares de la independencia, como entre otros San Martín, Borgoño, Alvear, Sucre o Bolívar. CONCLUSIONES Definitivamente, la lectura de lo escrito por los oficiales napoleónicos mencionados aquí nos demuestra que nunca tuvieron miedo de expresar sus ideas aunque le costaría esto sus puestos, a veces sus carreras y, en algunos casos, sus vidas. Fueron observadores curiosos y atrevidos de la vida social, económica y política del país en formación. Se pronunciaron sobre los hombres y su actuar, sobre las riquezas, ventajas e inconvenientes del país y sobre los líderes tanto militares como políticos ¿Se equivocaron o acertaron en cuanto a lo afirmado? Lo importante es que nos permitieron, así, entender lo que buscaban, saber quienes eran, entrar en sus sueños y deseos, aproximar sus ideales y, finalmente, calificar y caracterizar sus acciones en Chile, entre 1817 y 1831. De hecho, sin el recurso de esta documentación ––variada tanto en su forma como en su origen–– no nos hubiera sido posible entender cómo aquellos oficiales pudieron pasar, de un simple rol militar, limitado al actuar clásico del mercenario, a un papel formador tanto política como militarmente y a una intervención, a menudo directa, en el debate en torno al modelo de Estado a construir para Chile. Sus escritos permitieron no solamente hacer conocer sus posiciones sino que, asimismo, incluirse en estas sociedades tan lejanas, participar en su conformación, relacionarse con las poblaciones y con las elites a las cuales se insertaron sin dificultad, y, finalmente, entrar en la creación de identidades nuevas tanto la del chileno como la postergada y excluida de los indígenas. Los escritos que hemos reseñados reflejan sus personalidades y, también ––principalmente deberíamos escribir–– el momento fundacional y emocional del nacimiento de una sociedad nueva: en esto reside la relevancia de sus escritos y pensamientos, reflejos todos, como lo escribía el reconocido historiador británico Simon Collier, de esta visión exterior tan importante para entender procesos nacionales. Es decir, podemos ––a partir de lo presentado–– caracterizar el proceso que condujo a la constitución del Estado de Chile, caracterización que puesta en paralelo 253 Patrick Puigmal y Raúl Núñez con los estudios más clásicos, con visiones más cercanas a las realidades locales, permite obtener una perspectiva más global, más diversa y, por lo tanto, probablemente más exacta de estos momentos. Finalmente, pensamos haber logrado determinar una visión común, colectiva de lo que puede haber sido el pensamiento de este grupo humano partiendo de lo individual, con sus diferencias intrínsecas, para ubicar transversalmente ejes temáticos y comportamientos grupales. Este ejercicio, no tan clásico en el campo del estudio historiográfico contemporáneo, nos parece necesario para, justamente, entender lo colectivo a partir de lo individual, este individual entendido como núcleo iniciador de las ideas, ideologías, estrategias y modelos característicos de la evolución de la sociedad humana. Universidad de los Lagos* Departamento de Ciencias Sociales Avda. Alcalde Fuchslocher 1305, Osorno (Chile) [email protected] Universidad de los Lagos** Departamento de Ciencias Sociales (c) Magíster en Ciencias Humanas, Mención en Historia Avda. Alcalde Fuchslocher 1305, Osorno (Chile) [email protected] BIBLIOGRAFÍA Brandsen, Federico. Diario de la campaña del sur de Chile o Bio Bio, desde el 5 de noviembre de 1818 al 1° de marzo de 1819. Buenos Aires: Federico Santa Colonia Brandsen, 1910. Campos Harriet, Fernando. “Soldados de Napoleón en la Independencia de Chile”, en Memorial del Ejército de Chile, N° 350, jul.-agosto, 1969. Cartes Montory, Armando; Puigmal, Patrick. De la Alsacia al Bío Bío, El oficial napoleónico Frédéric de Brandsen en las campañas de la independencia de Chile (1815-1819). Osorno. Concepción: Pencopolitana. Programa de Estudios y Documentación en Ciencias Humanas/Universidad de Los Lagos, 2008. Correa, Alberto. “La guerra en la frontera: las modalidades de avance militar en tiempos del coronel Rauch”. Conferencia de las IV Jornadas de Sociedades Indígenas Pampeanas. Mar del Plata, 24 de junio de 2002. Feliú, Cruz. “Memorias militares para servir a la historia de la independencia de Chile”. Epistolario, de Jorge Beauchef (1817-1829). Santiago: Andrés Bello, 1964. Graham, María. Diario de mi residencia en Chile (1822) y De mi viaje al Brasil (1823). Santiago: Francisco de Aguirre, 1988. 254 La imagen de Chile y de los chilenos Lacoste, Pablo. La imagen del otro en las relaciones de la Argentina y Chile (1534-2000). Santiago: Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago. Buenos Aires: F.C.E., 2004. Mollano, Andrés. El ajusticiamiento del Coronel Rauch en Las Vizcacheras en línea http://argentina.indymedia.org. Consultado: el 15 de Diciembre del 2005, 18:54. Persat, Maurice. Mémoires de Persat (1806-1844). Paris: Plon Nourrit, 1910. Puigmal, Patrick. ¡Diablos, no pensaba en Chile hace tres años! Cartas inéditas de Chile, Argentina y Perú (1817-1825) Joseph Albert Bacler D`Albe. Estudio Biográfico y Prosopográfico. Osorno: Colección Fuentes Documentales. Programa de Estudios y Documentación en Ciencias Humanas, Universidad de Los Lagos, 2006. ------- Memorias de Jorge Beauchef. Santiago: Colección Fuentes para la Historia de la República, Volumen XXIV, Centro de Investigación Diego Barros Arana, DIBAM. Reedición con biografía y estudio preliminar del autor, 2005. ------- Diálogo de sordos entre José de San Martín y Michel Brayer, Cartas, artículos y manifiestos argentinos, chilenos y franceses durante la independencia de Chile (1817-1819). Osorno: Programa de Estudios y Documentación en Ciencias Humanas/Universidad de Los Lagos, Colección fuentes documentales, 2003. Rodríguez, Andrés. “Ambrosio Cramer, un soldado de la libertad”, en Boletín de la Academia Nacional de Historia. Buenos Aires: 1956, tomo XXVII. Rondeau, José. Resumen documentado de la causa criminal seguida y sentenciada en el tribunal de la comisión militar de esta capital contra los reos Carlos Robert, Juan Lagresse, Agustín Dragumette, Narciso Parchappe y Marcos Mercher por el delito de conspiración contra las Supremas Autoridades de las Provincias Unidas y de Chile en Sud América. Buenos Aires: Imprenta De la independencia, 1819. Sabato, Ernesto. Sobre héroes y tumbas. Buenos Aires: Sudamericana, 1961. 255 Vanessa LEMM y Juan ORMEÑO (Editores). Hegel, pensador de la actualidad. Ensayos sobre la Fenomenología del espíritu y otros textos. Santiago: Universidad Diego Portales, 2010, 536 pp. Coincidimos con los editores en que Hegel, pensador de la actualidad supone un importante desafío pues los artículos de esta edición procuran argumentar acerca de la vigencia de su pensamiento e intentan trasladar planteamientos esenciales de Hegel a la terminología filosófica de hoy. Así es como ya la introducción a Hegel, pensador de la actualidad' hace referencia a los contenidos fundamentales de cada uno de los apartados y capítulos del libro, los cuales procedo a comentar brevemente, desde otro punto de vista, resaltando lo que es, a mi juicio, más relevante. En el capítulo 1, dedicado al saber absoluto, Robert Bernasconi ofrece diez consejos para comprender correctamente la Fenomenología del espíritu, entre los que se pueden destacar, por ejemplo, la necesidad de entender que la noción de “comunidad” en Hegel no posee una impronta griega, sino un carácter religioso, y la de tener presente que, en realidad, Hegel no polemiza contra Kant sino contra Schelling. A su vez, en el trabajo de Robert Pippin se apela al escepticismo que puede provocar, en ocasiones, el pensamiento de Hegel al pretender la unificación de lo opuesto, una unificación que permite aceptar tanto algo como su contrario más radical. Pippin centra, así, su análisis en el contexto y en una lógica basada en la experiencia. Por su parte, en opinión de Kristina Engelhard si bien el saber absoluto de Hegel supone una aceptación tanto del holismo como del fundacionalismo —si interpretamos la filosofía de Hegel desde una óptica esencialmente holística— podemos encontrarnos con las mismas dificultades con las que tiene que enfrentarse, en general, el holismo. Cierra este capítulo, un trabajo de Rolf-Peter Horstmann quien parece centrarse en la idea de que el monismo de Hegel pretende tanto derribar las bases conceptuales kantianas como ofrecer una teoría explicativa que sustituya el vacío dejado por su abolición del kantismo. En este sentido, la supremacía del todo frente a sus elementos constitutivos se traduce en que el conocimiento únicamente es válido como auto-conocimiento o, dicho de otro modo, en que sin el monismo no podemos entender el acto cognitivo. En el capítulo 2, el interés fundamental de las contribuciones corresponde al ámbito de la ética. Así, Carla Cordua alude a la contraposición que entre cuerpo y alma se estableció en la filosofía moderna. Su propósito es mostrar cómo Hegel se enfrentó a esta separación sustancial, para lo cual recurre a la Filosofía del derecho y señala que, según Hegel, la libertad debía asumir a su cuerpo como algo propio, para así transformarlo en un lugar adecuado para el espíritu. Tras marcar la diferencia entre la apropiación de un objeto material externo y la de la corporalidad del individuo, Cordua evidencia también, la distancia que existe entre la concepción hegeliana y la 257 Reseñas manera cómo, en la actualidad, percibimos esta problemática pues hoy tendemos a identificarnos exclusivamente con nuestros cuerpos. Luego, Michael Quante reflexiona acerca de la incidencia del ámbito social en la formación de una autoconciencia. Presenta, en este sentido, una interpretación de las tesis hegelianas que apuntan al hecho de que asume argumentos centrales de la filosofía de Fichte y nos introduce, igualmente, en interesantes análisis sobre dos tipos de relaciones que pueden dar lugar a que las autoconciencias sean tales: uno que apela a la sincronía y otro a la diacronía que nos puede ofrecer una relación causal. Ludwig Siep —recordándonos que, para Hegel, la razón es un concepto anterior, o un paso previo, al concepto de espíritu— analiza la manera como el sistema hegeliano puede afrontar temáticas éticas tan actuales como las relativas a las contraposiciones que pueden existir, por ejemplo, entre las costumbres de una comunidad, las normas de carácter universal y las conclusiones críticas del individuo concreto. No obstante, en opinión de Siep, se debe tener en cuenta que el contexto presente puede no ser totalmente compatible con la visión de Hegel y que, en su opinión, cabe la posibilidad de plantearse una vuelta del espíritu a la razón. Eso sí, también nos indica que, en ese caso, no nos serviría cualquier concepto de razón. Carolina Bruna se centra en la crítica hegeliana al dualismo kantiano, dualismo en el que profundizó Schelling. Se interesa por cómo Hegel problematizó las escisiones en la filosofía de Kant entre lo interno y lo externo, lo moral y lo jurídico, lo nouménico y lo fenoménico. En su opinión, a juicio de Hegel, la forma implica a la materia lo que significa que, por medio del concepto de responsabilidad o, según interpreto, de la necesidad por parte del sujeto de explicar por qué realiza una acción y no otra, es posible superar el conflicto y la tensión entre la moral individual y el derecho colectivo. Desde su óptica, parece que —en el marco de la filosofía hegeliana— los vínculos con la objetividad se consiguen cuando se entra en contacto con otros sujetos, contacto que abre el camino hacia la sociedad civil y el Estado. Finalmente, en el capítulo 2, Juan Ormeño, revisa las contradicciones que Hegel cree detectar en el kantismo y que apuntan a que en esa filosofía hay ciertos aspectos que no parecen estar muy claros, como los referentes a la realidad de la conciencia moral, a la identificación del mundo con el ámbito de la moral o a la autonomía de la conciencia moral con respecto a lo sensible. A juicio de Ormeño, la crítica de Hegel se dirige, en muchos casos, a tesis que verdaderamente no son defendidas por Kant o que no son fundamentales en su enfoque. A pesar de ello, Ormeño argumenta, que Hegel sí acierta cuando plantea la imposibilidad de sostener, al mismo tiempo, el dualismo kantiano y el carácter práctico de la razón. En el capítulo 3 —dedicado a la política— Miguel Vatter aborda la 258 tematización que Hegel realiza de la sociedad civil moderna a partir del ideal de libertad de los antiguos. Así, reflexiona sobre los peligros que Hegel ve en la supremacía de la economía y de los derechos sobre el Estado, la política y la libertad. El análisis de Vatter implica que, si lo deseable para Hegel es una igualdad total y márgenes nada estrechos de libertad en los individuos, el ámbito económico y el Estado deben controlarse mutuamente. El artículo de Renato Cristi observa claras diferencias entre el pensamiento de Hegel en su juventud y en su época de madurez: el Hegel maduro considera a Roma mucho más cercana al contexto liberal de la modernidad. A partir de esta interpretación cabe pensar que el problema más grave de la civilización romana fue un auge de intereses sumamente privados y una consiguiente secesión entre sociedad civil y Estado, siendo, en esta situación, ineludible una figura de férrea autoridad: César, para restaurar el orden. Por su parte, Jorge Dotti atiende al carácter ético que Hegel le otorga a las actividades bélicas. Sostiene que, desde la visión hegeliana, la guerra es un elemento necesario en las relaciones entre los Estados y que en ella el contrincante no es forzosamente considerado peor desde el punto de vista moral por el adversario. Implícitamente, Dotti critica este planteamiento de Hegel, por cuanto el sistema descrito por él no se ajusta a los acontecimientos que tuvieron lugar históricamente y a los que el propio Hegel se refiere para fundamentar sus tesis. Dotti releva que en las guerras revolucionarias el enemigo es detestado por ser injusto y que las guerras tienen un carácter universal en las que no se enfrenta, necesariamente, un Estado contra otro, sino un grupo que se cree representante de la justicia contra otro cuyos integrantes no son calificados por los miembros del anterior grupo como seres humanos. En el capítulo 4 se pretende interpretar situaciones actuales a partir del pensamiento de Hegel. Así, Fred Dallmayr propone qué elementos se deben revisar para que la filosofía hegeliana continúe siendo un instrumento de reflexión válido en el presente, entre ellos, ideas como la de negatividad y la de experiencia. Entiendo, así, que la propuesta de Dallmayr supone, mediante revisiones de esta índole, la aceptación de planteamientos fundamentales del hegelianismo, como la necesidad de vincular lo particular con lo común o la de no pensar en una ética alejada de la praxis, depurándolos de aspectos que hoy los tornarían inapropiados, como su percepción del final de la historia o su poca atención al pluralismo cultural. Angélica Nuzzo, por su parte, intenta comprender la realidad actual, en la que el cambio es complejo y los conflictos parecen desvanecerse, a la luz de la concepción hegeliana del desarrollo histórico. En la tesitura de nuestros días, no es fácil, en opinión de Nuzzo, que la razón pueda realizar su labor, pues, para ello, es necesario desenmascarar opuestos y elementos en conflicto, creando contradicciones. 259 Reseñas Finalmente, Sergio Rojas reflexiona acerca del arte moderno y del arte contemporáneo y de sus relaciones con la subjetividad y sus deseos de sobrepasarla. De este modo, analiza también nociones hegelianas como la “muerte del arte” y problemas como lo poco evidente, distinción entre significado y significante en el arte del siglo XX. El último capítulo del libro incluye textos que valoran críticamente tesis o planteamientos hegelianos. Cristóbal Durán problematiza sobre la visión que Hegel tenía de la música ––a la que consideraba indeterminada y vacía desde el punto de vista espiritual–– a partir de la noción de Wagner para quien la música era superior no sólo a la poesía, sino también a la religión y a la filosofía. Apoyándose en Lacoue-Labarthe, Durán intenta mostrar que esta concepción de Wagner hace referencia a un ámbito subjetivo que trasciende al propio sujeto en tanto la música puede otorgar significados a otros elementos. Luego, Luis Mariano de la Maza revisa la crítica que Heidegger ejerce contra la concepción hegeliana del tiempo y de la infinitud y llega a varias conclusiones. Destaca que, si bien Heidegger cree que Hegel se basa, fundamentalmente, en la visión aristotélica del tiempo, la verdadera noción del tiempo hegeliana es espiritual, que no podemos olvidar que Hegel distingue tres tipos diferentes de tiempo y que habría que estudiar con mayor detalle la verdadera influencia que Lessing y Schiller tuvieron en Hegel. De la Maza admite, explícitamente, que la opinión de Heidegger le parece más acertada en lo relativo a la discusión acerca de si el ser es finito o infinito. Christoph Menke —atendiendo principalmente a Herder— plantea una perspectiva genealógica para entender el espíritu en cuanto alternativa a la fenomenológica de Hegel. Menke considera que estas dos perspectivas podrían ser, de alguna manera, complementarias. Sin embargo, nos revela sus incompatibilidades mediante un análisis de las críticas que, desde la genealogía, se han presentado contra la fenomenología. De este modo, profundiza en la idea de que lo que puede diferenciar verdaderamente a las dos perspectivas es que entienden de distinta forma el modo como se relacionan el espíritu y la vida. Finalmente, José Santos postula la existencia de una relación ambigua entre el hegelianismo y la filosofía latinoamericana, ya que por una parte es fácil, encontrar influencias en los planteamientos de los pensadores latinoamericanos, pero por otra, estos últimos, generalmente, cuestionan las tesis procedentes de Hegel de las que parten. Observa cómo diversos autores de América Latina han polemizado con respecto a nociones hegelianas como que la filosofía debe ocuparse de lo universal o de lo eterno o que la filosofía sólo puede surgir de la libertad. Para Santos, estas críticas se basan en la defensa de planteamientos, por ejemplo, que la filosofía debe animar la generación de nuevas realidades o partir del sujeto históricamente situado. Como se puede apreciar, Hegel, pensador de la actualidad abarca diferentes temáticas abordadas por Hegel y en ello radica una de las características que le aportan un valor especial, puesto que, independientemente del aspecto concreto del 260 hegelianismo que le interese al lector, encuentra contribuciones que, de manera más o menos directa, inciden. Por lo mismo, recopilar trabajos sobre la filosofía hegeliana a partir de la celebración del bicentenario de la aparición de la Fenomenología del espíritu fue una idea muy necesaria y acertada. Miguel López Astorga Universidad de Los Lagos Departamento de Educación Avda. Fuchslocher 1305, Osorno (Chile) [email protected] Tim LEWENS. Darwin. London: Routledge, 2007, 290 pp. Darwin contiene nueve capítulos, y está estructurado de tal modo que los cuatro primeros tratan sobre: algunos aspectos biográficos de Darwin, las dos grandes ideas constitutivas de su teoría de la evolución (la selección natural y el árbol de la vida) y los aspectos metodológicos, inferenciales y evidenciales involucrados en la producción, presentación y soporte de sus ideas. Los cinco últimos, tratan sobre las consecuencias o implicancias que las ideas de Darwin y la disciplina que puso en marcha —la biología evolutiva— tiene sobre los tópicos mente, ética, conocimiento, política y filosofía. El capítulo 1 recorre la vida de Darwin enfatizando en algunos aspectos interesantes para un público filosófico: su cercanía e interés con la obra de Paley (autor de influyentes tratados en Teología Natural), sus lecturas y familiaridad con obras de grandes filósofos y, su contacto con las figuras filosóficas más ilustres de la época Victoriana. Algunos lectores, quizá, puedan sentir curiosidad por lo concerniente a la experiencia que tuvo Darwin con los indígenas fueguinos que recogió a su paso por Chile y que, luego de un par de años, finalmente devolvió a Magallanes. En “Selección Natural”, el capítulo 2, se examina y explica el aspecto mecanicista de la teoría evolutiva. Básicamente, dado un ambiente con recursos limitados y una población de organismos que presenta diferencias (variación) en ciertos rasgos, transmisibles a su descendencia (heredables), e incidentes en su viabilidad y/o fertilidad (los dos componentes del “fitness”, o aptitud biológica), tendrá lugar el proceso de selección natural: un cambio en la frecuencia poblacional de los individuos que poseen ciertos tipos de rasgos. Entonces, la, selección natural ocurre cuando hay variación heredable en la aptitud biológica. Esta es la forma simple y original de una teoría científica robusta y poderosa, medular a una de las áreas fundacionales de la biología. Lewens compara la idea de selección natural en sus albores, con la idea tal y como se considera en la biología evolutiva actual, y apunta algunas cosas importantes sobre los elementos que fueron imprescindibles para su fortalecimiento: el desarrollo de una teoría de la herencia, y la incorporación de un marco de análisis estadístico (los dos grandes elementos de la “síntesis moderna”). Dentro de este capítulo, la sección “Selección y Creatividad” parece 261 Reseñas realmente deficiente, siendo que el problema de la creatividad de la selección natural es uno de los importantes temas que se ha discutido de continuo, desde la aparición de El Origen de las Especies hasta hoy en día. “Especies”, el capítulo 3, trata sobre la idea del árbol de la vida. A saber, que todas las especies de organismos que existen hoy en día son descendientes modificadas de especies ancestrales comunes, las que a su vez son descendientes de especies ancestrales comunes, etc. y, por lo general, las similitudes entre los organismos de distintas especies actuales constituyen un indicio de sus distancias filogenéticas, o menos rimbombantemente, su grado de parentesco. Que el chimpancé y el hombre sean más similares entre sí, de lo que alguno de ellos es con un conejo, indica que provienen de un ancestro del que no proviene el conejo, y el hecho de que el hombre, el chimpancé y el conejo sean más similares entre sí, que lo que alguno de ellos es con una lagartija, indica que ellos poseen un ancestro común que la lagartija no, y así. En este capítulo, inter alia, se revisan aspectos relacionados con la realidad, el estatuto ontológico y el rol metodológico de las especies biológicas, así como las implicancias que estos asuntos guardan para temas tan globales como el de la existencia de una naturaleza humana. En breve: si las especies son individuos y no clases naturales, entonces no poseen propiedades esenciales, lo que parece implicar que ser humano no tiene que ver con ser racional, bípedo implume, etc., sino sólo con constituir la rama del árbol de la vida llamada homo sapiens. Así, si por un accidente cuántico en alguna parte un montón de moléculas se arreglan de tal modo que surge un individuo totalmente indiscernible de mí, de ti o de Kant, resulta que aceptar las tesis de las especies como individuos nos obliga a sostener que dicho individuo no es un ser humano, por el sólo hecho de no ser parte de nuestra cadena de ancestría-descendencia. “Evidencia”, el capítulo 4, examina distintos aspectos de la teoría de Darwin, e intenta persuadir de que presentó y defendió su teoría mediante un argumento abductivo, o inferencia a la mejor explicación. Se examina detalladamente la influencia de algunos filósofos de la ciencia sobre Darwin y finaliza con una discusión en torno al movimiento creacionista que propone la teoría del Diseño Inteligente como una alternativa a la teoría de la evolución. En el capítulo 5, “Mente”, Lewens muestra cómo la aproximación evolutiva de Darwin a la mente humana y animal procede apenas invocando la selección natural, lo cual contrasta severamente con la corriente más popular de la psicología evolutiva contemporánea, ortodoxamente adaptacionista, propuesta por Tooby y Cosmides (1992). Sin duda, el examen y discusión de esta corriente es una de las virtudes de este libro. En “Ética”, el capítulo 6, se analizan los prospectos de una ética normativa evolutiva y de una metaética evolutiva y se aborda el problema del egoísmo y el altruismo, respecto a si implica la selección natural la evolución preferencial de criaturas egoístas. Al respecto, se distinguen el egoísmo/altruismo biológico (nociones técnicas referidas a las consecuencias de ciertas conductas para los prospectos reproductivos de los agentes de dichas conductas) del egoísmo/altruismo psicológico (nociones con las 262 que estamos familiarizados, referidas no a las consecuencias, sino que a las motivaciones de las acciones). “Conocimiento”, el capítulo 7, se desarrolla en torno a tres ejes temáticos: la posibilidad del conocimiento innato, rechazada por los filósofos empiristas, reconsiderada a la luz de la teoría de la evolución; las epistemologías evolutivas de James y Popper y algunos modelos de evolución cultural. Pese a lo breve, el examen crítico de la “memética” está bastante bien logrado. Sin embargo, me parece injustificado el sesgo hacia modelos de evolución cultural exclusivamente humanos, existiendo una amplia literatura sobre cultura animal. En “Política”, el capítulo 8, Lewens comienza por notar que Darwin ha sido arrogado por miembros de virtualmente todos los sectores políticos, de derecha a izquierda. Ilustra la compleja relación entre Darwin, sus ideas, el darwinismo social y la eugenesia, pues, aunque no aprobaba moralmente un programa de control de natalidad, lo consideraba una medida muy eficaz. Lewens dice que a la luz de los conocimientos actuales, estamos en posición de negar además su eficacia. Sin duda, haber desarrollado más este punto hubiese sido meritorio. “Filosofía”, el capítulo final, es una especie de miscelánea temática donde, por ejemplo, se examina la idea, muy popular, de que la evolución implica progreso, y la cuestión de si hay necesidad o contingencia en el desarrollo de la historia natural. En la sección denominada “Naturalismo Darwiniano”, más bien parca, Lewens dice que si bien las ideas de Darwin son muy importantes para la filosofía, lo son en igual medida como muchas otras ideas científicas. Antes de finalizar esta reseña, que hemos hecho directamente del inglés, quisiera comentar algunos aspectos positivos y negativos del libro. Primero, los lectores relativamente inexpertos en filosofía de la biología estarán, sin duda, agradecidos de las distinciones que se hacen entre las ideas de Darwin, el darwinismo (o neodarwinismo) y el adaptacionismo, los desprevenidos extranjeros a estas materias suelen pensar que todas son la misma cosa. Segundo, uno de los aspectos más reprochables de este libro, según mi parecer, es el escaso y deficiente tratamiento del problema de la teleología o finalidad biológica. El breve espacio en que se trata el asunto (51-54) resulta, por decir lo menos, algo que deja perplejo. El problema de las descripciones y explicaciones teleológicas —tales como “el espermatozoide se mueve hacia el óvulo para fecundarlo”, o “el colorido plumaje del pavo real macho es para atraer a la hembra”— es que caracterizan y explican ciertos hechos, eventos o caracteres, en términos de sus consecuencias, es decir, en términos de hechos o eventos futuros. Y esto es problemático, dado que, virtualmente, nadie está dispuesto a aceptar retrocausación. Lewens, sin embargo, intenta legitimar las explicaciones teleológicas diciendo que ellas no implican causación desde hechos futuros sino, más bien, desde hechos condicionales: es el hecho condicional de que si los miembros de las especie S hiciesen o tuviesen el rasgo T, entonces ellos sobrevivirían y se reproducirían mejor, lo que explica y causa que los organismos de la especie S hagan o tengan el rasgo T. Siendo todo lo flexible que puede ser uno respecto del estatuto 263 Reseñas ontológico que los relata de la causación (cosas, eventos, estados, hechos, etc.), me cuesta trabajo imaginar que un “hecho condicional” pueda causar algo. Respecto de la finalidad en biología, es famosa la sentencia kantiana según la cual sería “absurdo para los seres humanos... abrigar la esperanza de que pudiese alguna vez surgir un Newton capaz de hacer comprensible, aunque sea, la generación de una brizna de hierba, por medio de leyes naturales que ninguna intención halla ordenando” (Kant 2000:271, traducción mía). Es decir, nunca será posible entender los fenómenos biológicos en términos no teleológicos, puramente mecánicos, invocando sólo la acción de causas eficientes. Soy de los que opinan que, legítimamente, podemos considerar a Darwin como aquel Newton de la brizna de hierba, y de todos los demás seres organizados, u organismos. En efecto, gracias a Darwin podemos explicar, por ejemplo, el colorido plumaje del pavo real, ya no invocando una finalidad (atraer a las hembras), sino que una historia evolutiva de causas eficientes: en el pasado, dentro de la población de pavos, un individuo desarrolló un plumaje colorido (por efecto de una mutación, quizás) y —dado que los colores causan una estimulación sensorial de tal y cual modo en las hembras— tuvo gran éxito reproductivo, y al ser el plumaje colorido un rasgo heredable, también su descendencia tuvo gran éxito reproductivo, y la descendencia de su descendencia, etc., de modo que después de un tiempo la población de pavos machos llegó a estar compuesta sólo de aquellos que poseen el plumaje colorido. Desde luego, para que este cuento se transforme en una hipótesis evolutiva científicamente respetable debe cumplir con bastantes y astringentes requisitos, pero la idea que expongo es clara: no es necesario ni correcto describir o explicar los fenómenos biológicos en términos teleológicos. Tercero, y por último, mirando más allá de sus virtudes y falencias particulares, este libro de Tim Lewens es valioso y recomendable porque muestra y enseña cosas importantes a distintas personas. Al filósofo profesional de hoy en día se le muestra muy claramente que no puede conformarse ya con un dominio de temas y saberes estrictamente filosóficos: debe ir más allá, y familiarizarse con el Estado y el desarrollo de las ciencias de su tiempo, pues, como se ilustra perfectamente con el caso de la biología evolutiva, éstas poseen importantísimas implicancias filosóficas. Es meritorio, igualmente, lo bien que ilustra cuando la determinación de dichas implicancias dista de ser un asunto sencillo o trivial. Por último, es un buen libro porque enseña al científico, cada vez más especialista, que no es posible lograr un entendimiento profundo del mundo ni de la misma ciencia si no se presta la suficiente atención a la filosofía. En suma, un libro que ilustra la indisolubilidad histórica y conceptual del conocimiento científico y la reflexión filosófica. Ramiro Frick Universidad Andrés Bello Facultad de Humanidades y Educación Departamento de Artes y Humanidades Fernández Concha 700, Santiago (Chile) [email protected] 264 INFORMACIÓN PARA LOS AUTORES Revista Alpha acoge artículos, notas, documentos y reseñas. 1. Los temas deben ser inéditos y apropiados para una revista de humanidades (literatura, lingüística, filosofía, artes, estudios culturales, teoría crítica) o temas que sin pertenecer exclusivamente a alguna de estas zonas del conocimiento constituyen puntos de encuentro de las mismas. 2. El tipo de trabajo puede ser en la modalidad de estudio, ensayo, documento, nota o reseña, escrito en español. Todas las citas tomadas de textos escritos en idioma que no sea el español, deberán traducirse al español. El autor del manuscrito decide si mantiene la cita en el idioma original en el cuerpo de artículo poniendo la traducción como nota al pie o a la inversa o, en su defecto, sólo consigna la cita en su versión traducida. En la bibliografía indicar el nombre del traductor(a) correspondiente. Si el propio autor del manuscrito realiza la traducción, debe indicarse con la expresión “Trad. mía” o “Mi traducción” entre paréntesis al fin de la cita. 3. Extensión recomendable de los artículos: 12 a 20 carillas mecanografiadas a doble espacio incluyendo bibliografía. Para las notas y documentos se recomienda entre 5 a 10 páginas. 4. Todos los trabajos, exceptuando las reseñas y documentos, deberán enviarse con un resumen (abstract) en castellano y en inglés, de una extensión de entre 5 a 10 líneas. Incluir traducción del título del artículo y entre cuatro a seis palabras claves, en español e inglés. Los resúmenes deberán aparecer inmediatamente después del título del artículo. Asimismo, al final del artículo deberá escribirse la dirección postal y electrónica del autor, indicando la institución a la que pertenece (si corresponde). 5. Los trabajos se publican sólo si son aprobados por unanimidad por el Comité de Redacción de la Revista. En los casos que corresponda será decisiva la evaluación de los Consultores Externos. Para efectos de la edición, el Consejo de Redacción se reserva el derecho de efectuar las precisiones que sean necesarias para mantener el estilo de Alpha. 6. Los trabajos deben enviarse a la Secretaría de Redacción o a la Dirección de la Revista por correo electrónico en archivo adjunto. La copia computacional deberá grabarse en word u otro procesador de texto usando el formato RTF. Si el manuscrito contiene tablas, gráficos, imágenes o esquemas, se recomienda enviar una copia de respaldo en formato PDF. Igualmente, si el autor lo desea, puede enviar por correo ordinario, una copia en papel del manuscrito y una copia digital del mismo en disco compacto (CD). No se admiten copias en diskette. Alpha N° 31 Diciembre 2010 7. A partir del Nº 22 (Julio 2006) Alpha ha sido indexada en el registro SciELO Scientific Electronic Library online. Precisamente, una de las consecuencias de este hecho es que Alpha a partir de 2006 se publica semestralmente. Asimismo, a partir del Nº 24 (Julio/2007) Alpha ha sido incluida en el Art and Humanities Index Citation de Thomson Scientific, pasando a incorporarse a (ISI) Web of Knowledge: http://scientific.thomsonreuters.com/cgi-bin/jrnlst/jlresults.cgi?PC=MASTER&Word=Alpha A la fecha Alpha ha completado la recepción de artículos destinados al N° 32 (Julio 2011) por lo cual las colaboraciones que se reciban a contar de noviembre 2010 serán programadas para su evaluación correspondiente al N° 33 (Diciembre 2011). Alpha cuenta con una versión impresa y también con una versión electrónica, según requerimientos de SciELO - Scientific Electronic Library online. 8. El aspecto formal de uso de citas y referencias debe ceñirse en lo esencial al estilo MLA (Modern Language Association). Las especificaciones básicas requeridas son las siguientes: 8.1. Citas de libros o revistas académicas en papel. Las citas directas breves deben ir entre comillas en el cuerpo del texto. Si son extensas (cuatro líneas o más), en renglón aparte, haciendo doble retorno a inicio y final de cita, con margen adentrado y sin comillas. En ambos casos, al fin de la cita, en paréntesis, se indica el apellido del autor y la(s) página(s) desde donde se extrajo la cita. Si se está trabajando con más de una obra del mismo autor, se indica el apellido del autor, el título abreviado de la obra citada escrito en itálica y la(s) página(s) desde donde se extrajo la cita. Si en el cuerpo del texto se anuncia la cita indicando el apellido (o nombre y apellido) del autor, al fin de cita en paréntesis sólo se indica la página (o el título abreviado de la obra y la página si se está trabajando con más de una obra del mismo autor); no se menciona el apellido del autor, pues, ya fue mencionado en el encabezamiento de la cita. Ejemplos (sólo se ejemplifica con citas breves): a) Según Nelly Richard, “los textos de crítica cultural serían textos intermedios que no quieren dejarse localizar según los parámetros institucionales que definen los saberes ortodoxos” (144). b) Se ha dicho también que “los textos de crítica cultural serían textos intermedios que no quieren dejarse localizar según los parámetros institucionales que definen los saberes ortodoxos” (Richard 144). c) “La sacralización del texto corresponde a la problemática de la concepción del texto como absoluto” (Carrasco, Nicanor Parra 95). d) “Para el antipoeta no sólo la escritura está en crisis; la sociedad entera lo está” (Carrasco, Para leer 88). Se procede exactamente de la misma manera si la fuente citada es de un autor institucional o corporativo (Naciones Unidas, Consejo de Libro y la Lectura). 8.2. Citas de fuentes en internet. En lo fundamental, se procede de la misma manera que con fuentes tomadas de publicaciones en papel. La diferencia es que en lugar de indicar página, se escribe la expresión “en línea”. Ejemplo: “La necesidad de preservar la biodiversidad se hace cada día más urgente, especialmente por los 266 Alpha N° 31 Diciembre 2010 graves cambios climáticos y, también, por la profunda saturación existencial a la que nos está llevando una modernidad contraria al orden natural del mundo” (Poland, en línea). 8.3. Citas tomadas de comunicaciones electrónicas (e-mails). Al fin de cita, en paréntesis, se indica el autor y se escribe “correo electrónico” y la fecha que corresponda. 8.4. Cita tomada de entrevista inédita realizada por el autor del artículo. Al fin de la cita, en paréntesis, se indica el apellido del autor, y luego se escribe “entrevista personal”. 8.5. Cita tomada de un programa de televisión. Al fin de cita, en paréntesis, se indica el apellido del autor (si procede), el título del programa y la estación que lo emitió. 8.6. Cita tomada de un film. Al fin de cita, en paréntesis indicar el apellido del director y título de la película. 9. Lista de obras citadas (o bibliografía citada). Al final del artículo se hace la lista de las obras de hecho citadas cuyas referencias básicas se han dado parentéticamente en el texto del artículo. Se ordena por orden alfabético tomando como base el apellido de los autores (excepto en los autores institucionales). Si se ha trabajado con más de una obra de un mismo autor, ordenar sus obras desde la más reciente a la más antigua. Se utiliza sangría francesa. Carrasco, Iván. Para leer a Nicanor Parra. Santiago: Cuarto Propio / Universidad Nacional Andrés Bello, 1999. ------- Nicanor Parra. La escritura antipoética. Santiago: Universitaria, 1990. Barrera, Andrés. “Re: Literatura modernista”. Correo electrónico enviado a autor. 15 Nov. 2000. (En este caso, se trata de una comunicación electrónica. Se indica el autor, título del mensaje si procede, indicación de que es un correo electrónico enviado a: puede ser al autor o a otra persona, indicar el nombre si es a otra persona, fecha del correo). Matus, Alberto. Entrevista personal. 13 de octubre de 2004. (En este caso se trata de una entrevista inédita hecha por el autor del artículo a Alberto Matus). Mogrovejo, Norma. “Homofobia en América Latina”. L`Ordinaire Latino Americain 194 (2003):109-115. (Corresponde este caso a un artículo aparecido en una publicación periódica). Paulsen, Fernando. “Toleranciacero”. Canal Chilevisión. Domingo 17 de octubre de 2004. (La fuente en este caso es un programa de televisión). Poland, Dave. “Defensa de la biodiversidad”. Roughcut. 26 Oct. 1998. Turner Network Television. 28 Oct. 1998. (En este caso, se indica el nombre del artículo, la fecha de publicación dado que es un artículo noticioso, el medio por el que se publicó el artículo, fecha en que la fuente de internet fue consultada, dirección URL). Richard, Nelly. “Antidisciplina, transdisciplina y disciplinamiento del saber”. Residuos y metáforas (Ensayos de crítica cultural sobre el Chile de la transición). Santiago: Cuarto Propio, 2001:141-160. (En este caso, se trata de un artículo independiente que forma parte del libro mencionado). 267 Alpha N° 31 Diciembre 2010 Wood, Andrés, dir. Machuca. A. Wood Producciones/Tornasol Film, 2004. (La abreviatura “dir.” corresponde a director del film citado). Para conocer más sobre el estilo MLA, se puede adquirir el manual correspondiente, editado por Modern Language Association de los Estados Unidos, o revisar también sitios de internet que publican instrucciones precisas al respecto. Buscar por google u otro buscador digitando MLA style o simplemente MLA. 10. Se recomienda se usen las notas al pie exclusivamente para agregar información o hacer comentarios cuyo texto no es conveniente que vaya en el cuerpo del artículo. Para mayor información, dirigirse al Secretario de Redacción de Alpha, Mg. Nelson Vergara Muñoz. Universidad de Los Lagos, Casilla 933, Osorno, Chile. Teléfono: (56-64) 333139; Fax: (56)-(64) 333298. Correo electrónico: [email protected]. Todos los envíos de manuscritos deben hacerse a esta misma dirección (postal y/o electrónica) a nombre del Secretario de Redacción, o del director de la Revista, Dr. Eduardo Barraza Jara (correo electrónico: [email protected]). También se puede hallar información sobre la Revista Alpha en: http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_serial&lng=es&pid=0718-2201 y en http://alpha.ulagos.cl Para efectos de facilitar el proceso de evaluación y edición de manuscritos, se solicita a los autores atenerse estrictamente a las instrucciones arriba indicadas. 268 Alpha N° 31 Diciembre 2010 Colaboraron especialmente para esta edición Aniversario: Mauricio Maureira Ahumada Samir Said Soto Katherine Barriga Cárdenas EDITORIAL UNIVERSIDAD DE LOS LAGOS AVDA. ALCALDE FUCHSLOCHER 1305 – OSORNO ANDROS IMPRESORES SANTA ELENA 1955 SANTIAGO 269