Reseñas Aaron V. Garrett. Meaning in Spinoza’s Method. Cambridge: Cambridge University Press, 2003. 252 p. El problema del método en Spinoza es uno de los temas ineludibles en los estudios sobre su filosofía. Por lo general, su tratamiento puede ir desde unas cuantas páginas hasta varios capítulos en las diversas obras que se han producido en recientes años. Sin embargo, salvo artículos en revistas especializadas de filosofía, era difícil encontrar un estudio dedicado exclusivamente a explicar los alcances, el significado y las limitaciones del método spinociano. El libro de Garrett viene a suplir ese vacío bibliográfico con un estudio que integra las interpretaciones clásicas sobre este asunto de autores como Gueroult, Matheron y Wolfson, con otras interpretaciones más contemporáneas, como las que proponen Bennett, Curley, Bartuschat, De Dijn y otros estudiosos. Todo ello reunido en un cuidadoso análisis de los principales tópicos de la filosofía de Spinoza, y de un examen de las distintas teorías del método desarrolladas por aquellos pensadores que influenciaron de una u otra manera su pensamiento sobre el problema del método; lo que permite que la propuesta del autor esté fundada en un contexto filosófico de la época, y no tanto en categorías filosóficas contemporáneas que se arriesgan a caer en un anacronismo. No obstante, hay que advertir desde el comienzo que este estudio sólo aborda el problema del método de Spinoza desde la perspectiva del mos geometricus, es decir, del método usado en la Ética, y a pesar de que el autor maneja una gran cantidad de fuentes primarias del corpus spinociano, como el Tratado teológico político (TTP), la Correspondencia (Ep), el Tratado breve (KV) y el Tratado de la reforma del entendimiento (TIE), los datos obtenidos de estas obras se dirigen exclusivamente a sostener una interpretación de dicho método. Procediendo de esta forma, la propuesta de antemano queda limitada, porque no se establece una relación con la teoría del método desarrollada, por ejemplo, en el TTP, donde las exigencias epistemológicas están más ligadas a una concepción de un método científico a la manera de Bacon que, en principio, no permite alcanzar fundamentos verdaderos sino hipotéticos, y cuyo valor descansa en su punto de partida: las Historias naturales y no en principios como las definiciones y los axiomas que exige el mos geometricus. En este sentido, la propuesta de Garrett se inserta en aquellas que consideran que el único método utilizado y defendido por Spinoza es el método geométrico de la Ética, dejando a un lado una posible teoría alterna que defienda una posición no tan exigente, pero que está dirigida, nada más y menos, que a un problema social como lo es la religión, y en cierta medida muestra una concepción de método para la filosofía natural más apegada a los estándares de la naciente idea de ciencia en el siglo XVII. Ahora bien, el libro está dividido en siete capítulos que integran una estructura argumental básica para comprender la propuesta del autor. Los capítulos 1, 2 y 3 están dedicados a señalar los temas claves de la Ética y la discusión de algunos conceptos básicos que se encuentran en ella. En esta primera fase quiero señalar dos aspectos de la discusión que me parecen relevantes en la elaboración de la propuesta del autor: a) la relación parte / todo. Esta relación es clave © IDEAS Y VALORES Nº 128 AGOSTO DE 2005 BOGOTÁ, COLOMBIA 123 RESEÑAS no sólo para entender la filosofía de Spinoza, sino para entender la función del método geométrico, ya que señala dos fuertes limitaciones a las que se debe enfrentar el entendimiento humano, a saber, la percepción errada de múltiples totalidades, las cuales en realidad, son partes de un Todo; y la infinitud de la Naturaleza contrastada con la finitud de la mente humana (46). La solución a estas dos limitaciones es conocer el mundo a través de los principios metafísicos que lo rigen, algo así como la comprensión adecuada de la relación sustancia-modos, donde el conocimiento adecuado de una cosa infinita (la Sustancia), permite derivar el conocimiento de lo finito, pero no al revés. De este modo, “These principles when properly recognized undermine many of the pretensions humans have about their importance in the world” (49). En otras palabras, conocer por medio de principios, tal como procede el método geométrico, permite suplir las limitaciones naturales del nuestro intelecto y alcanzar un conocimiento universal (leyes, axiomas, etc.) del mundo. b) La interpretación que se hace del TIE. Garrett considera que esta primera obra de Spinoza, a pesar de las discusiones que genera, involucra dos hechos aceptados sin mayores dificultades: i) que allí se trata una discusión lógica/metodológica; y ii) la importancia dada por Spinoza al TIE a lo largo del desarrollo de sus ideas filosóficas anteriores es algo que se mantiene (74). Si bien este segundo punto parece problemático porque no hay mucha evidencia textual que lo respalde, la mayoría de intérpretes no lo cuestionan, por lo que Garrett pasa mejor a mencionar un tercer elemento, éste más interpretativo, según el cual, el objetivo del TIE es doble: por un lado, se desarrolla una teoría de la definición donde se recalca su importancia para el método, y por 124 otro, esta obra se puede considerar como un proceso de enmendación, de corrección de nuestras ideas erradas que permite buscar ideas adecuadas. “Emendatione is therefore a particular procedure for ‘mending’ our minds, mending them according to a proper method in relation to a true idea” (87). Así descrito, este proceso de “reforma del entendimiento” (por utilizar la traducción castellana más común) es interpretado como una terapia que permite alcanzar una mayor o menor capacidad para entender adecuadamente, para formar el segundo o tercer género de conocimiento, pero no produce, ni genera nuevas ideas adecuadas (cf. 89). El intelecto humano simplemente “reforma” las ideas ya adquiridas por la imaginación, y emprende un camino que le permita saber desde una perspectiva más racional (la idea verdadera) el por qué de lo inadecuado de esas ideas; sin embargo, esto no implica estrictamente que se cambie lo inadecuado por lo adecuado, lo importante para Garrett es que mediante tal terapia el entendimiento poco a poco logra alejar la confusión y se prepara para buscar las esencias de las cosas, las cuales se manifiestan en las definiciones. De este modo, la teoría del método del TIE va más allá de lo epistemológico para incrustarse en el plano ético, una teoría que permita cambiar la conducta humana en función de una idea verdadera, que en el caso de Spinoza es la de Sustancia. Los capítulos 4 y 5 (y la parte final del tercero) conforman una segunda fase dedicada a examinar las diferentes teorías del método que pudieron haber influenciado a Spinoza. El autor examina primero los pensadores más conocidos que tuvieron una influencia directa en la idea del método, tales como Descartes, Bacon, Hobbes, y en el nivel de influencia histórica, se hace un interesante IDEAS Y VALORES RESEÑAS énfasis en un pensador renacentista, muy poco conocido en nuestro medio, pero que poco a poco distintos estudios han mostrado su importancia y relevancia: Zabarella. Luego analiza a dos autores que, si bien no son muy conocidos en las historias de filosofía, con sus ideas influenciaron directamente al judío de Ámsterdam, a saber, Maimónides cuya obra La guía de perplejos fue bastante criticada en el TTP y cuyo autor, junto con Descartes, fue citado en las obras spinocianas. El otro autor es Gersónides, pero en este caso no es muy clara la influencia, ni la relevancia de su obra para el pensamiento de Spinoza. En esta parte sólo quiero señalar un aspecto que me pareció no muy claro en elanálisis del contexto metodológico en el cual se sumerge la propuesta spinociana. Aunque debo aclarar, de antemano, que esta sección es para mí criterio uno de los aportes más interesantes del libro, porque ofrece una visión muy precisa de las teorías del método relevantes para nuestro asunto, me parece que se exagera la influencia en la filosofía de Spinoza de uno de los pensadores más influyentes del siglo XVII: Francis Bacon. El argumento principal de Garrett para mostrar dicha influencia se basa en que Spinoza acepta de buen grado dos rasgos del método baconiano: la refutación de los ídolos y las historias naturales -especialmente una historia de la mente-, al punto de que ambos métodos son compatibles (cf. 79). Si bien esto es plausible e intrigante, hay que hacer una aclaración. Spinoza aceptaría que un buen método exija primero deshacerse de prejuicios, opiniones y teorías falsas (tal como lo argumenta el autor, hay un paralelo del TIE con los primeros aforismos del Novum Organum), pero ese paralelo solamente incluye rasgos generales de las ideas de método muy frecuentes en el siglo XVII . Por ejemplo, Nº 128 AGOSTO DE 2005 las propuestas de una nueva forma de adquirir conocimientos, el rechazo a las tradiciones, la pretensión de hacer algo nuevo, etc., son temas que la gran mayoría de filósofos adoptó en sus teorías sobre el método, pero a la hora de su aplicación las diferencias significativas surgen inevitablemente por la sencilla razón de que involucran fundamentos epistemológicos y ontológicos totalmente diferentes. Esto es lo que ocurre con Spinoza y Bacon; mientras el primero se preocupaba por alcanzar una certeza con su método geométrico en el campo ético, porque allí se juega lo verdaderamente importante; el segundo es conciente de las limitaciones de la mente humana cuando estudia la naturaleza, proponiendo un método inductivo que exige un análisis cuidadoso, lento, experimental y casi por prueba y error, que permita postular las formas de la naturaleza, pero nunca con el ideal de alcanzar certezas. Las preguntas que surgen entonces son: ¿qué nivel de certidumbre esperaría alcanzar Bacon en cuestiones éticas si su método se aleja de las grandes pretensiones teóricas? ¿Cómo llevaría a cabo la aplicación de la teoría de los ídolos para cambiar la conducta de un ser humano? ¿Tal terapia no exigiría de antemano unos conocimientos sólidos para poder guiar al interesado? ¿Qué garantizaría que el investigador natural no se desvíe del camino y considere que lo realmente importante de la generación de nuevo conocimiento, especialmente el práctico como lo quiere Bacon, sea para alcanzar poder y lucro? Son temas que exigirían, por un momento, preguntarse por la relación método/ética en Bacon, para luego sí poder establecer un paralelo con un pensador como Spinoza que, como lo sostiene a lo largo de su libro Garrett, ve en esta relación una importancia clave en su filosofía. 125 RESEÑAS Con respecto a las historias naturales la influencia es innegable, pero curiosamente Spinoza las aplica no en la Ética, sino en el TTP, una obra que por tratar un área del saber (la interpretación bíblica) que depende estrictamente de la experiencia y de la obtención de datos, se maneja más adecuadamente con un método como el baconiano, diseñado para trabajar con la diversidad de la naturaleza, y cuyo punto de partida no son los principios, sino los datos empíricos. La tercera fase argumentativa la componen los capítulos 6 y 7. Allí se aborda, con base en las conclusiones obtenidas en las fases anteriores, un análisis del mos geometricus haciendo énfasis principalmente en la teoría de la definición que se puede rastrear en obras como Ep, el TIE y la misma Ética. El autor destaca que una teoría de la definición como génesis, herencia principalmente de Hobbes, hay que interpretarla como el primer paso que hace posible el proceso terapéutico (180), sin que esto involucre necesaria y exclusivamente un proceso epistemológico de carácter deductivo. También cabe resaltar la conexión que Garrett establece entre dicha teoría y el tercer género de conocimiento, y la forma cómo este tipo de conocimiento permite comprender en un mayor grado los objetivos y compromisos del método geométrico. Esta última parte exigiría un mejor análisis de las tesis allí expuestas. Pero por el momento basta señalar que Garrett ve en la relación de los tres géneros de conocimiento, imaginación, razón e intuición un proceso de “mejoramiento” de un instrumento básico para el ejercicio filosófico, el entendimiento (220), sin el cual es imposible cualquier avance en el saber. Sólo en la medida en que esta herramienta mental desarrolle su poder en el tercer género del conocer, se alcanzará el poder de generar ideas adecuadas (esencias de las cosas) y 126 culminar con el proceso terapéutico, cuyo fin es que el lector alcance a entender lo adecuado de las definiciones, en otras palabras, que comprenda el por qué la definición de, por ejemplo, Dios, no puede entenderse de otra manera. En conclusión, el objetivo principal de Garrett en su trabajo fue el de examinar el problema del método desde una perspectiva amplia. Todos los rasgos que se pueden encontrar en una teoría sobre el método, ya sea en el siglo XVII o en nuestra época, no se pueden reducir exclusivamente a ofrecer una serie de proposiciones válidas, sino que el verdadero objetivo del método es que éste “debe construirse de tal manera que les permita a los lectores ver los modos en los que la filosofía impacte en sus vidas, y saber mirar el mundo desde una perspectiva diferente a la que ellos conseguirían de otra forma” [must be constructed in such a manner as to allow readers to see the ways that the philosophy impacts them and their lives, and to learn to look at the world from a different perspective than they might otherwise]” ( 6 ; cf. 222). De este modo, el examen del mos geometricus, tal como es aplicado en la Ética, girará en torno a los fines prácticos (éticos, como alcanzar la felicidad) que pueda alcanzar el lector, dejando a un lado de forma parcial el aspecto epistemológico que siempre había primado en los análisis sobre el método spinociano. JOSÉ LUÍS CÁRDENAS. UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA. IDEAS Y VALORES RESEÑAS XAVIER ZUBIRI. Dynamic Structure of Reality. Trans. Nelson R. Orringer. Urbana and Chicago: U of Illinois Press, 2003. En la página que abre su libro La aventura de curar: La antropología médica de Pedro Laín Entralgo (Barcelona: Galaxia Gutemberg; Círculo de Lectores, 1997), Nelson R. Orringer insistía una vez más en la evidencia de una España preocupada por su integración a Europa, pero que al tiempo olvida “sus tesoros locales.” Allí, uno de esos tesoros era Naturaleza, historia y Dios (1944), de Xavier Zubiri. Otro es, sin duda, La estructura dinámica de la realidad, nacido de las lecciones de un curso dictado por Zubiri en 1968. De nuevo, con la traducción de esta obra, Orringer pide la atención sobre el pensamiento filosófico de España y lo pone a disposición del público anglosajón. Esta traducción no es un simple ejercicio aislado en la actividad académica del traductor. Ella se inscribe claramente en un proyecto intelectual de largo aliento: explorar y dar a conocer la filosofía que ha tenido en España su geografía, vinculando esta filosofía desde sus fuentes con la filosofía hecha en Francia (pienso en el trabajo de Orringer sobre Eugeni d’Ors y Henri Bergson), o en Alemania (hay que recordar aquí dos libros centrales de Orringer: Ortega y sus fuentes germánicas, de 1979, y Unamuno y los protestantes liberales (1912): Sobre las fuentes de “Del sentimiento trágico de la vida,” de 1985). Es necesario coraje para emprender el desafío de traducir al inglés esta obra de Zubiri. Orringer sin lugar a dudas está a la altura de este desafío. Y ello por razones de tres órdenes: en primer lugar, el traductor sabe bien que esta obra de 1968 está en diálogo con el pensamiento mismo de Zubiri, en particular con otra obra suya, Sobre la esencia, de 1962, donde la crítica ha encontrado Nº 128 AGOSTO DE 2005 la exposición filosófica, menos de una realidad que es dinámica, que de un estatismo del ser. La tensión entre los dos libros es puesta a la luz constantemente en las notas de esta edición. Orringer puntualiza así la tensión: “The priority of reality to being is a main thesis of On Essence. In Dynamic Structure of Reality, Zubiri replaces the inert Aristotelian notion of substance with the dynamic concept of structure” (XIII). Esa realidad, antes que ser prioritariamente, deviene. O, en términos zubirianos, la realidad se entendería como estructura dinámica respectiva autodonante, lo cual parece sintonizar bien con el pensamiento anglosajón, tal vez más proclive a ver lo real como devenir que como ser. Esto puede explicar en parte que esta traducción ya sea leída en bibliotecas de Hong Kong, de Alaska o de Australia. En segundo lugar, Orringer no se arredra al enfrentar la profunda complejidad, quizá única, del pensamiento de Zubiri dentro de la tradición cultural hispánica. La filosofía de Zubiri nace bajo tres coordenadas cuya intensidad no tiene antecedentes: su conocimiento directo y frecuente de la teología/filosofía de corte escolástico, de la historia de la filosofía desde los griegos hasta Martín Heidegger, y de la ciencia, tanto moderna como contemporánea. Aquí el aparato crítico de las notas y de la introducción de Orringer se hacen indispensables, a tal punto que todo lector de la edición española estaría en la necesidad de recurrir a estos dos complementos. La introducción, las notas, la bibliografía y el índice (de conceptos y de nombres) son ejemplo de seguridad, concisión, pertinencia y erudición. Sirvan como ilustración las notas de Orringer al capítulo 4 de la obra. Los conocimientos enciclopédicos del traductor son necesarios, pues a menudo los desarrollos de Zubiri son demasiado apretados -incluso 127 RESEÑAS para un lector entrenado en filosofía y en ciencia. También Zubiri, muy pocas veces, se detiene en dar las fuentes bibliográficas con las que discute -piénsese en las páginas donde él presenta diversas doctrinas sobre el universo, desde Aristóteles hasta Albert Einstein y James Clerk Maxwell, pasando por la metafísica medieval. En tercer lugar, desde el punto de vista estilístico y de léxico, Orringer toma los cuidados necesarios. Hay mucho de oralidad en esta obra de Zubiri, lo que se expresa con frecuencia en frases de largos períodos. También abundan los neologismos técnicos de raíz latina. Orringer opta por cortar esos largos períodos, por un lado. Y, por otro, el traductor recurre generalmente, bien a paráfrasis para no caer en la tentación de dar un mero barniz inglés a esos neologismos, bien a cognados de uso en inglés. Orringer explica esta decisión en una nota preliminar luego de la introducción, y en las notas al final de libro. Sin duda alguna, buena parte de la originalidad y poderío del pensamiento de Zubiri está en esos neologismos. Por esta razón el traductor ha sido tan cuidadoso con ellos -los cuales son también origen de muchas de sus “tribulations” (XXI). Entre esos neologismos se cuentan respectividad, actuosidad, deviniente, subjetualidad, talidad y extructo. Sobre el primero, Orringer escribe estas líneas: “Another example of a term seeming to demand invention of a cognate is the major concept ‘respectivity’ (in Zubiri, respectividad), meaning referentiality of and between the forms and modes of reality; one mode of being real is in respect or reference to another form of reality. The word appears so often that along with its cognate I sometimes place the familiar word ‘referenciality’ in brackets” (XX-XXI). Un admirable trabajo académico es esta traducción de Orringer. Ella permite afirmar que la riqueza y 128 pertinencia de la filosofía de Zubiri es un mentís para quienes la filosofía en español nunca alcanzó el aliento de los filósofos canónicos, o para quienes únicamente la conocen por los trabajos de Miguel de Unamuno y de José Ortega y Gasset. Incluso el mismo traductor pone a sus lectores sobre la pista de sendas muy sugestivas para el pensamiento: al pasar de una metafísica de la sustancia a una ontología de la estructura en dinamismo, Zubiri lograría simpatizar profundamente con filósofos como Alfred North Whitehead y Maurice Merleau-Ponty -para quienes el cosmos ha de ser comprendido desde el concepto no estático de estructura. Con esta sugerencia, entre otras muchas, Orringer logra ser, no únicamente un traductor admirable, sino además un maître à penser. ANDRÉS LEMA-HINCAPIÉ [email protected] Mauricio Beuchot y Germán Marquínez Argote. Hermenéutica analógica y filosofía latinoamericana. Editorial El Búho, Bogotá, 2005, 105 páginas. “Este es el instrumento interpretativo que creemos puede servir para atacar el problema que nos ocupa, el de la identidad y la justificación de la filosofía latinoamericana. En cuanto hermenéutica, nos ayudará a interpretar el sentido de una filosofía latinoamericana y, en cuanto analógica, nos hará ver que en ella predomina el aspecto diferencial, lo propiamente constitutivo, pero sin perder la capacidad de vincularse coherentemente a la filosofía universal” (47). Con estas palabras termina Mauricio Beuchot el capítulo III del libro que reseñamos, y con ellas hemos querido IDEAS Y VALORES RESEÑAS comenzar, porque resumen muy bien el propósito central de la obra. Propósito que, como lo señalan los autores, se inscribe dentro de la propuesta que ha venido elaborando el llamado ‘Círculo de México’. Si atendemos a la bibliografía que sirve de apoyo a la exposición de las tesis centrales del libro, podemos constatar la existencia de un número de filósofos que, en México y a partir del final del siglo pasado, ha venido reflexionando sobre la propuesta de una ‘hermenéutica analógica’ como el método más adecuado para interpretar los diversos fenómenos de nuestra cultura latinoamericana. Son ellos: Alberto Carrillo Canán, Hermenéutica, analogía y diálogo intercultural (1999); Alejandro Gutiérrez Robles, La Hermenéutica analógica hacia un nuevo orden de racionalidad. Círculo de Hermenéutica/Diálogos con Mauricio Beuchot (2000); Miguel Ángel Sobrino Ordóñez y Manuel Velásquez Mejía. Analogía e interpretación filosófica (2000); Luis Álvarez Colín, Hermenéutica analógica, símbolo y acción humana (2000); Jesús Antonio de La Torre Rangel, Derechos humanos desde el iusnaturalismo histórico analógico (2001); Dora Elvira García González, Hermenéutica analógica, política y cultura, (2001); Rodrigo Díez Gargari, Hacia una ontología analógica, acorde con una hermenéutica analógica (2001); Enrique Luján Salazar, Hermenéutica analógica, una propuesta contemporánea. Diálogos con Mauricio Beuchot, (2002); Napoleón Conde Gaxiola, Hermenéutica analógica, definición y aplicaciones (2001) y Hermenéutica analógica, humanismo e historia (2003); Víctor Hugo Valdés Pérez, Hermenéutica analógica y filosofía de la cultura (2002); Remedios Álvarez Santos, Hermenéutica analógica y ética (2003); Alejandro Martínez de la Rosa, La Hermenéutica analógica y la emancipación de América Latina (2003); Guillermo Hurtado Pérez, Hermenéutica analógica. Aproximaciones y elaboraciones (2003), y en el Nº 128 AGOSTO DE 2005 mismo año 2003 Mauricio Beuchot publica en Bogotá, Hermenéutica analógica, aplicaciones en América Latina. El libro que reseñamos, con una presentación atrayente, es un texto claro y pedagógico en el que se alternan, en seis capítulos, ensayos de Mauricio Beuchot y Germán Marquínez. Su contenido, como ya lo indicamos, gira alrededor de la ‘hermenéutica analógica’ como método, y de su pertinencia para interpretar los fenómenos latinoamericanos, en particular la producción filosófica. Esto nos lleva a centra la atención en los capítulos primero y tercero, donde el tema es desarrollado de manera más completa. En el capítulo primero Beuchot presenta el planteamiento del problema, y formula la pregunta: ¿Existe una filosofía latinoamericana, o sólo existe una filosofía universal a la que ésta debe plegarse? Según que la respuesta se incline a uno u otro extremo, tendremos a los universalistas, univocistas o eurocentristas por una parte, y a los equivocistas o latinoamericanistas a ultranza por la otra. El autor propone buscar una postura intermedia que, conservando la inserción en lo universal, pueda a su vez destacar las diferencias. Afirma que esto es posible si se aplica la analogía en las interpretaciones de esos fenómenos, porque tiene la ventaja de estar a medio camino entre lo universal y lo particular, lo idéntico y lo diferente, lo unívoco y lo equívoco. En el capítulo tercero trata de la Estructura y funciones de la hermenéutica analógica, mostrándola como “un instrumento cognoscitivo”, y enumera algunos de sus aportes. Con ello busca responder al problema planteado, evitando los extremos de la univocidad y la equivocidad. Conviene recordar aquí que “dos cosas son unívocas cuando pueden ser representadas por un solo concepto; y son análogas cuando, aunque puedan ser representadas por 129 RESEÑAS un mismo concepto, con todo la proporción entre el concepto y la una no es la misma que existe entre el concepto y la otra cosa. Este no ser la misma proporción es lo que llamamos diferencia; y son equívocos aquellos términos que se predican o dicen de varias cosas con significación totalmente distinta en cada caso”, nos dice Marquínez (81-82). Beuchot ve así en la hermenéutica analógica la forma de superar tanto la interpretación unívoca (en este extremo ubica la “positivista”), como la interpretación equívoca (que relaciona con la “romántica y postmoderna”). Convendría analizar con más detención estas interpretaciones, para comprender mejor su clasificación dentro de esos dos extremos. En todo caso, el propósito es mostrar cómo por medio de la analogía es posible superar la univocidad y afirmar con mayor énfasis la diferencia que la semejanza. Con lo cual se enriquece el análisis de la filosofía latinoamericana, porque se abren nuevos espacios para su comprensión científica, sin descartar una interpretación poética de la misma. Con ello se toca una veta de la mayor importancia, la de la mediación del lenguaje, gracias a la cual es posible avanzar de manera significativa en la comprensión del fenómeno. La analogía nos permite, a su vez, lograr un equilibrio entre la interpretación literal y la alegórica, entre la metonímica y la metafórica, y nos ayuda a captar el sentido sin perder la referencia. Estas oposiciones nos remiten a la retórica y a la semántica (Frege). Anota sin embargo Beuchot que en la línea del sentido hay tendencia a la equivocidad, pues el sentido resulta de cada mente, mientras que en la línea de la referencia hay tendencia a la univocidad. Buscando un equilibrio, la hermenéutica analógica ayuda a una interpretación tanto sintagmática como paradigmática (y aquí nos re- 130 mite al estructuralismo: Ducrot, Jakobson y Todorov). Como la hermenéutica analógica tiene como instrumento principal la distinción, conlleva por su misma naturaleza al diálogo, y, en una dimensión ética, supone la humildad ante el saber, actitud que combina igualmente la reflexión y el monólogo. Beuchot da un paso más, mostrando cómo la hermenéutica analógica viene a ser un instrumento adecuado para llevar a cabo una acertad reflexión sobre las diferencias culturales, que constituye uno de los elementos de mayor importancia para comprender la identidad de nuestro continente: “Ya que la analogía surgió para conmensurar lo inconmensurable -nos dice-, nos da la posibilidad de hacer conmensurables las culturas” (40). Con ello apunta a la interpretación de los símbolos respetando en ellos lo inefable, pero permitiendo sin embargo referirnos a ello de manera indirecta. Con una mirada interdisciplinaria se relaciona el método propuesto con diversos campos de la filosofía y de la ciencia, como la ontología, la filosofía del lenguaje, la hermenéutica, la retórica y la lingüística., llegando a afirma que “hay que ‘lingüisticar’ la ontología y ‘ontoliogizar’ el lenguaje”, y propone una “metafísica débil” en la dirección del ‘pensiero doble’ de Vattimo. En este orden de ideas cabe destacar algunas de las imágenes con las cuales Beuchot busca describir el método propuesto y lo que puede esperarse del mismo: “Manejar lo movedizo sin hundirnos en el pantano”; “Jugar, sin perder la prudencia que nos permita regresar a la orilla”; “Hincar el ancla de modo que no nos lleve la corriente, ni el remolino”. Considero que la obra constituye un aporte significativo a una ya larga discusión sobre el carácter de nuestro pensamiento, y las posibilidades que se abren para una comprensión de nuestra idiosincrasia IDEAS Y VALORES RESEÑAS como latinoamericanos. Buscando lograr una visión a la vez equilibrada y seria sobre los fenómenos culturales que caracterizan a nuestro Continente, la obra da pie para continuar una búsqueda, que es ella misma una colaboración al enriquecimiento del objeto de la misma. CARMENZA NEIRA FERNÁNDEZ UNIVERSIDAD SANTO TOMÁS - BOGOTÁ Lucy Carrillo Castillo. Tiempo y mundo de lo estético: sobre los conceptos kantianos de mundo, tiempo, belleza y arte. Editorial Universidad de Antioquia, 2002. La Crítica de la facultad de juzgar [CJ] es sin duda un texto polifónico, atravesado por diversas perspectivas y problemas: desde cuestiones que parecen concernir exclusivamente al ámbito de la estética, tales como el problema de la validez intersubjetiva de los juicios de gusto, la pregunta por el modo de ser de lo bello natural, de lo sublime y de la obra de arte, abordadas en la primera parte del texto (“Crítica de la facultad de juzgar estética”); hasta cuestiones sistemáticas que se le plantean a la filosofía crítica, como el enjuiciamiento de lo contingente y de la sistematicidad de la naturaleza, desarrolladas en la segunda parte de la obra (“Crítica de la facultad teleológica”); y el problema fundamental de la conciliación entre naturaleza y libertad, que se encuentra en el trasfondo de todo el texto. Para algunos de los comentaristas kantianos este carácter polifónico hace de la Tercera Crítica una colcha de retazos confusa y poco rigurosa, en la que la unidad entre sus partes y sus diversas temáticas es frágil y escasamente conseguida. Para otros, sin embargo, en la complejidad del texto reside justamente su riqueza; Nº 128 AGOSTO DE 2005 entre ellos se encuentran quienes enfatizan y profundizan en algunos de los asuntos que constituyen su trama argumentativa, y quienes intentan darle sentido a la obra en su conjunto, hilando los diversos problemas desde uno u otro enfoque de interpretación. Este último es, precisamente, el camino que toma la profesora Lucy Carrillo en su texto Tiempo y mundo de lo estético. De la mano con otros intérpretes que defienden una lectura global de la Crítica de la facultad de Juzgar, la autora sostiene que el texto puede ser comprendido desde una dificultad fundamental que daría vida a la obra en su conjunto y contribuiría a mostrar su unidad. Se trata del problema, ya mencionado, de la realización de la libertad en el ámbito de la naturaleza. Un problema que, desde el punto de vista trascendental, supone la dificultad de pensar la unidad de todas las facultades del ánimo, lo sensible que hay en el hombre con lo suprasensible que reside en él, a la vez que inquiere por la relación que pueda establecerse entre la subjetividad y el mundo. Desde la interpretación que propone Carrillo, este problema podría resolverse a través de un concepto que recorre la obra de principio a fin, que puede servir de hilo conductor para enlazar con su problema central las diversas temáticas que lo atraviesan, y que podría acentuar, consiguientemente, la unidad de todo el texto. Se trata del principio de “conformidad a fin de la naturaleza”. Si bien es cierto que otros comentaristas han insistido en la centralidad que adquiere este concepto en la Tercera Crítica, la mayoría lo ha interpretado a partir de las consideraciones teleológicas que se desarrollan en la segunda parte de la obra (por ejemplo, W. Bartuschat); Carrillo, en contraste, le hace justicia a la importancia que el propio Kant le asigna al juicio estético reflexionante, al considerar que la 131 RESEÑAS “Crítica de la facultad teleológica” debe entenderse a partir de la “Crítica de la facultad estética”, y no a la inversa. En efecto, la tesis central que la autora busca defender es que las hipótesis teleológicas, a través de la cuales la naturaleza aparece como si se tratara de un sistema de fines que resulta adecuado a la realización moral del hombre -esas ideas regulativas que permiten pensar la armonía entre el hombre como ser moral y el mundo natural-, sólo pueden tener sentido porque en los seres humanos hay la disposición para desarrollar esa mirada sobre el mundo; una mirada que se encontraría, justamente, en la facultad de juzgar estética. Así, desde esta interpretación, la parte teleológica explicaría cómo la naturaleza y la moralidad armonizarían a través de la reflexión teleológica, mientras que en la parte estética se mostraría cómo es que en el ser humano se daría la disposición para tal concordancia. En otras palabras, en la “Crítica de la facultad de juzgar estética”, que está dedicada a la “crítica del sujeto que juzga y de sus facultades de conocimiento” (CJ, B LII), se daría cuenta de esa disposición del sujeto para adecuarse, para abrirse al mundo, que sería anterior a toda consideración teleológica de la naturaleza. Sin embargo, la atención de Carrillo no se centra tanto en la relación entre la reflexión estética y la teleológica, en la cuestión de cómo la disposición estética puede fundamentar la reflexión teleológica, sino en examinar, especialmente en la primera y la segunda parte de su texto, esa apertura originaria al mundo que se daría a través de la experiencia estética y que identifica como “una fenomenología del ánimo”. Tal fenomenología, según lo reconoce la autora, ya se sugeriría en la Crítica de la razón pura con la noción de “autoafección”, de acuerdo con la cual, “sólo porque somos 132 afectados por nosotros mismos podemos apercibirnos del mundo” (87; 123), pero no sería abordada en ese texto, dado que allí, a su modo de ver, “la vida interior de la subjetividad” se termina considerando sólo en función del conocimiento objetivo, de una objetividad universal y necesaria (85-88). En contraste con ello, en la “Crítica de la facultad de juzgar estética”, a través de la experiencia de lo bello, se haría explícito cómo es posible que se tome conciencia del papel que juegan las propias facultades en el conocimiento, y no tanto la forma en que, gracias a esa concordancia, puede determinarse lo que se presenta como objeto de experiencia. Ello sería enfatizado por Kant cuando señala que, a través del placer estético puro, se toma conciencia del libre juego de las facultades, de la conformidad de una representación con las facultades del sujeto o conformidad a fin subjetiva; y cuando afirma que esta armonía indeterminada es condición de todo conocer en general. De esta forma, Kant estaría sugiriendo un tipo de comprensión pre-conceptual, originaria, que estaría a la base de todo conocimiento conceptual, y estaría reconociendo, según Carrillo, que antes del tiempo objetivo, de ese conjunto de relaciones temporales que están a la base del conocimiento, se daría un tiempo más originario, el tiempo que caracteriza nuestro modo de ser en el mundo. En ese sentido, desde esta lectura, en la experiencia estética se captaría “el tiempo mismo de la vida de nuestro ánimo”, el tiempo como “fundamento de la posibilidad de nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos” (XXI) como seres finitos. Aunque esta interpretación de la experiencia estética resulta bastante llamativa, se basa en consideraciones que, sin duda, pueden derivarse del texto kantiano. En parti- IDEAS Y VALORES RESEÑAS cular, desde este punto de vista, resulta decisivo el concepto de ‘desinterés’, pues es a partir de éste que se desarrolla la noción de ‘tiempo originario’ como apertura primordial de la subjetividad al mundo, anterior a toda determinación objetiva, conceptual. Aquí, la autora retoma algunos comentaristas (Biemel, Taminiaux) que siguieron la interpretación de esta noción sugerida por Heidegger. De acuerdo con esta lectura, el desinterés se refiere, en efecto, a una forma primordial de exponernos al modo de ser [Beschaffenheit] de las cosas, de apertura frente a lo que se presenta, en la que no se dispone de ellas, ni se las determina categorialmente, sino que se las acoge en su mero aparecer. En palabras de Heidegger, recogidas por Carrillo, se trata de “dejar en libertad lo que nos sale al encuentro […] y dejarlo ser y acogerlo en lo que a él mismo pertenece y en lo que él nos ofrece” (221). Esto significa que, desde esta perspectiva, lo estético no se reduce al ámbito de lo bello natural, ni del arte, sino que sería el modo de ser de nuestra pre-comprensión, de nuestro ser en el mundo, que sólo se constataría, que sólo se manifestaría en esas experiencias de lo bello natural y del arte. Así, en ellas se haría explícito lo que permanece implícito en otros tipos de experiencia. Se trataría, entonces, de experiencias privilegiadas “en la medida en que únicamente a través de ellas podemos comprender nuestra esencial relación con el mundo mismo” (191). Esto es algo que Carrillo intenta mostrar reiteradamente, en las partes tercera y cuarta de su texto, a través de la consideración de lo sublime, de lo bello natural y de la obra de arte, así como de ejemplificaciones bastante sugestivas, por medio de las cuales pretende destacar la pertinencia del enfoque kantiano para comprender el modo de ser del arte. Nº 128 AGOSTO DE 2005 Pero la noción de desinterés también resulta fundamental para mostrar cómo en la experiencia estética sale a relucir cierta posibilidad de concordancia del hombre con el mundo. Pues esta actitud es la que permite que el sujeto pueda tomar conciencia de la armonía en que se encuentran sus facultades ante un objeto sensible que se capta como bello y, por ende, la que posibilita que el hombre pueda sentir que el mundo sensible se conforma a sus fuerzas de conocimiento. En esa medida podría decirse que el tratamiento que se le da a la mirada desinteresada resulta decisivo para establecer cómo es que en la experiencia estética se muestra cierta conformidad entre naturaleza y hombre. Y esto, de acuerdo con lo dicho, resulta fundamental desde el punto de vista de Carrillo, para pensar, a través de la reflexión teleológica, en la posible realización de la libertad en la naturaleza. Podría decirse, entonces, que la profesora Carrillo ofrece, en Tiempo y mundo de lo estético, una lectura novedosa de la Crítica de la facultad de juzgar, que no sólo resulta plausible y sugestiva, desde un punto de vista exegético, sino que logra iluminar aspectos poco evidentes que pueden derivarse de sus temáticas, lo que se espera de toda buena interpretación. En ese sentido, constituye un aporte apreciable en la exégesis de una obra difícil, que, aunque ha sido objeto de numerosos comentarios, continúa retando con sus enigmas. Justamente, antes de concluir, quisiera destacar algunos de los interrogantes y de las cuestiones que pueden quedar abiertas a partir de esta interpretación: En primer lugar, teniendo en cuenta la preeminencia que se le concede en esta lectura al desinterés, podría resultar pertinente reflexionar más detenidamente sobre la idea de “lo bello como símbolo del bien ético” (cf. CJ §59), para 133 RESEÑAS pensar en la posible interrelación entre naturaleza y libertad a través de la experiencia estética. A la luz de ella, en efecto, resulta fundamental la consideración de que el placer por lo bello, en tanto desinteresado, se siente como superior, como más elevado que los otros placeres, como un placer espiritual, a través del cual parecería que se pudiera sensibilizar lo inteligible, lo que trasciende el mundo sensible. En ese sentido, a través del placer estético puro, y frente a un objeto que se presenta sensiblemente, se podría sentir la presencia, la huella de lo inteligible, de lo no sensible que hay en el hombre, con lo cual el sujeto podría sentir la compatibilidad entre lo sensible y lo inteligible que reside en él. A partir del análisis de este tramo de la “Dialéctica de la facultad de juzgar estética”, podría reiterarse, entonces, esa idea de que la experiencia de lo bello es una experiencia de conformidad entre hombre y mundo, que resulta tan importante en el análisis de Carrillo. En segundo lugar, queda abierta como pregunta hasta qué punto resulta satisfactoria la respuesta kantiana para fundamentar la intersubjetividad de los juicios de gusto. Como se hace claro por la interpretación de Carrillo, en principio, esta pretensión quedaría justificada al suponer que la experiencia estética se basa en la disposición anímica que se daría con el libre juego de las facultades, que, en tanto se reconoce como condición constitutiva de toda experiencia humana, debe atribuirse a todos los hombres en tanto cognoscentes. Sin embargo, esto último, que el libre juego de las facultades deba considerarse no sólo como condición de posibilidad, sino como condición necesaria del conocer, constituye uno de los puntos más problemáticos del texto kantiano, que quedan abiertos para alimentar la discusión entorno a él. 134 Pero además, junto a este problema puede plantearse la pregunta por la forma en que deba entenderse el asunto mismo de la intersubjetividad del gusto, una vez que se relaciona con el concepto de ‘sentido común estético’. Pues, por una parte, éste es presentado reiteradamente por Kant, y como lo ha subrayado la lectura de Carrillo, como una facultad constitutiva del ánimo que sería condición necesaria del conocer; pero, por otra parte, y como lo sugiere la misma autora en algunos momentos de su argumentación, este sentido común estético puede entenderse también como una mera idea que regula nuestros juicios (140), como “la mera propensión a hacernos comprender” mutuamente (cf. 244). Habría que ver, entonces, hasta qué punto estas dos lecturas resultan compatibles o se excluyen entre sí, y cómo ha de entenderse la pretensión de intersubjetividad de los juicios de gusto desde cada una de ellas. Así mismo, y en relación con esto, cabría preguntarse por los vínculos que puedan establecerse entre sentido común estético y sentido común lógico, que varios autores como Hannah Arendt y la misma Carrillo han asumido como viable. Para finalizar, quisiera destacar el cuidado de la edición de Tiempo y mundo de lo estético, que se caracteriza por una presentación muy agradable para el lector, además de incluir una revisión del copioso material bibliográfico relevante, así como un índice onomástico y analítico bastante detallados. LAURA QUINTANA UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA IDEAS Y VALORES