asamblea legislativa de la república de costa rica proyecto de ley

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ASAMBLEA LEGISLATIVA DE LA
REPÚBLICA DE COSTA RICA
PROYECTO DE LEY
REFORMA DE LOS ARTÍCULOS 75 Y 194 DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA
VARIOS SEÑORES DIPUTADOS
EXPEDIENTE N.º 17.511
DEPARTAMENTO DE SERVICIOS
PARLAMENTARIOS
PROYECTO DE LEY
REFORMA DE LOS ARTÍCULOS 75 Y 194 DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA
Expediente N.º 17.511
ASAMBLEA LEGISLATIVA:
“Convencido de que la religión es asunto que recae exclusivamente entre el hombre y su
Dios; de que aquél no responde a nadie más por su fe o por su culto; y de que los
poderes legislativos del Estado alcanzan solo a las acciones y no a las opiniones,
contemplo con soberana reverencia esa declaración de todo el pueblo americano que
estipula que su Congreso ‘no dictará ninguna ley relativa al establecimiento de una
religión, o que prohíba su libre ejercicio’, construyendo así un muro separador entre
Iglesia y Estado.”
- Thomas Jefferson, “Letter to the Danbury Baptists” (1802).
El presente proyecto de ley, que las y los suscritos(as) acogemos para su
trámite, ha sido preparado por el denominado “Movimiento por un Estado Laico en
Costa Rica”, una alianza informal de organizaciones y personas interesadas en
impulsar una mejor adecuación del texto constitucional tanto al derecho
internacional comparado de los derechos humanos -en punto a los temas de
libertad religiosa, libertad de conciencia y separación de Estado y religión- como a
la realidad social de la Costa Rica del siglo XXI. Dicho movimiento agrupa a
instancias como la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión de la
Universidad Nacional, la Universidad Bíblica Latinoamericana, la Iglesia Luterana
de Costa Rica, el Centro de Investigación y Promoción para América Central de
Derechos Humanos (Cipac), el Movimiento Diversidad, la Agenda Política de
Mujeres, la Colectiva por el Derecho a Decidir y la Asociación Costarricense de
Humanistas Seculares, así como a un importante número de personas no
organizadas formalmente y que han venido aportando de modo individual al tema.
Por ende, se tiene la plena certeza de que la propuesta responde a una reflexión
profunda y seria, así como al análisis de los antecedentes históricos del actual
texto de la Constitución Política, los instrumentos internacionales de derechos
humanos suscritos por nuestro país y otros insumos no menos enriquecedores.
Nos anima la esperanza de que se entienda que la reforma de los artículos
75 y 194 constitucionales no busca perseguir, menospreciar o demeritar en modo
alguno a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Lejos de ello, lo que se intenta
es asegurar que todos los credos y convicciones religiosas que cultiva la sociedad
costarricense -incluyendo, desde luego, al catolicismo- vean asegurado, en un
plano de respeto e igualdad de derechos, la posibilidad de que sus fieles y
seguidores practiquen sus elecciones en esta materia con libertad y sin
interferencias externas, especialmente la del Estado.
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Del mismo modo, se pretende también que aquellas personas que, con
igual convicción, han decidido no afiliarse a ninguna organización religiosa o,
incluso, no adoptar ninguna convicción religiosa del todo, vean respetada a
plenitud esa elección, libres del temor de sufrir discriminación o persecución.
Para introducir la propuesta de reforma constitucional, se hará primero un
breve repaso del origen de la redacción actual de los artículos de referencia1.
Después, se brindará una justificación de la necesidad de la reforma de dichos
textos, para -finalmente- explicar los alcances de las modificaciones propuestas.
Origen de los actuales artículos 75 y 194 constitucionales:
Artículo 75.El numeral 75 de la actual Constitución Política de 1949 es el heredero de
una sucesión de preceptos más o menos similares, que han estado presentes en
todos los textos fundamentales de la historia constitucional del país.2
En el “Pacto Social Fundamental Interino de Costa Rica” o “Pacto de
Concordia”, de 1 de diciembre de 1821, encontramos esta norma, que es una
copia casi literal del artículo 12 de la Constitución de Cádiz de 1812: 3
“Artículo 3.- La religión de la provincia es y será siempre la católica
apostólica romana, como única verdadera, con exclusión de cualquier
otra.”
Asociado a dicho artículo existía otro, el 4, que establecía que si un
extranjero “de diversa religión” llegaba al país por motivos comerciales o de
tránsito, se le protegería “siempre y cuando no procure seducir en la provincia
contra la religión o el Estado, en cuyo caso será expulsado inmediatamente”.
En el “Primer Estatuto político de la provincia de Costa Rica”, de 17 de
marzo de 1823, así como en el “Segundo Estatuto” de 16 de mayo siguiente,
encontramos dos normas idénticas, que decían:
“Artículo 7.- La religión de la provincia es y será siempre exclusivamente la
católica apostólica romana.”
1
2
3
Los datos proceden de Peralta, Hernán G: “Las Constituciones de Costa Rica”. Instituto de
Estudios Políticos, 1962; así como de Rojas Araya, Flora: “Libertad de religión: igualdad
como norma, diferencia como hecho”. Tesis de graduación para optar al grado de licenciada
en Derecho. Universidad de La Salle, 2000, páginas 57-80.
Las transcripciones normativas que contiene esta sección se hacen en castellano moderno,
por razones de facilidad de lectura, cuando los textos originales empleen modalidades
arcaicas.
Es interesante anotar, de paso, que España -de la que recibimos el catolicismo en tiempos
de la colonia- abolió la confesionalidad del Estado y estableció su carácter laico desde hace
más de 30 años, con la promulgación de la Constitución de 1978.
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Había igualmente un artículo 8, similar al 4 del Pacto de Concordia, que
decretaba la expulsión del extranjero “que (trate) de diseminar sus errores o de
subvertir el orden social” en materia religiosa.
La “Constitución de la República Federal de Centroamérica”, de 22 de
noviembre de 1824, establecía:
“Artículo 11.- [La] religión [de la República] es: la católica apostólica
romana, con exclusión del ejercicio público de cualquiera otra.”
En la “Ley Fundamental del Estado de Costa Rica”, de 25 de enero de 1825
(que tenía carácter supletorio respecto de la normativa centroamericana), se dijo:
“Artículo 25.- La religión del Estado es la misma que la de la República, la
Católica, Apostólica, Romana, la cual será protegida con Leyes sabias, y
justas.”
En las reformas decretadas el 13 de febrero de 1835 a la Constitución
federal, se modificó el texto del artículo 11 por el siguiente:
“Artículo 11.- Los habitantes de la República pueden adorar a Dios según
su conciencia. El Gobierno general les protege en la libertad del culto
religioso. Mas los Estados cuidarán de la actual religión de sus pueblos; y
mantendrán todo culto en armonía con las leyes.”
Curiosamente, la “Ley de Bases y Garantías” de 8 de marzo de 1841, no
contiene ninguna disposición relativa a la libertad religiosa o a la relación entre
Estado y religión. En 1842 se declaró nula y se restituyó la Constitución de 1825.
La Constitución Política de 9 de abril de 1844 contenía la norma siguiente:
“Artículo 54.- El Estado libre de Costa Rica sostiene y protege la Religión
Católica, Apostólica, Romana que profesan los costarricenses.”
En este texto se había pretendido agregar al final la frase “y no persigue el
ejercicio de ninguna otra”, pero esto fue desechado a raíz de una fuerte reacción
negativa.
Notablemente, había también un ordinal 55 que rezaba:
“Artículo 55.- La potestad Eclesiástica en los asuntos que no sean de
conciencia, obrará siempre en consonancia con la civil, y la ley
determinará el modo y forma de verificarlo.”
La Constitución Política de 10 de febrero de 1847 presenta un evidente
retroceso en esta materia, al disponer:
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“Artículo 37.- El Estado profesa la religión Católica Apostólica Romana,
única verdadera: la protege con leyes sabias y justas y no permite el
ejercicio público de alguna otra.”
El artículo siguiente reiteraba lo dispuesto en el numeral 55 del texto
anterior, ya citado.
La reforma de 30 de noviembre de 1848 retornó a la línea de tolerar otros
cultos:
“Artículo 15.- La Religión Católica, Apostólica Romana es la de la
República: el Gobierno la protege, y no contribuirá con sus rentas a los
gastos de otro culto.”
Once años después, la Constitución de 27 de diciembre de 1859 mantuvo
una norma idéntica, solo que en su artículo 6.
En el texto constitucional de 15 de abril de 1869 encontramos este
precepto:
“Artículo 5.- La Religión Católica, Apostólica, Romana es la de la
República: el Gobierno la protege y no contribuye con sus rentas a los
gastos de otros cultos, cuyo ejercicio, sin embargo tolera.”
La llamada “Constitución liberal” de 7 de diciembre de 1871 (la más longeva
de nuestra historia) mantuvo inicialmente la misma disposición de la anterior.
Como se sabe, se la mantuvo en suspenso durante la dictadura de Tomás
Guardia, quien restableció su vigencia el 26 de abril de 1882, cuando se introdujo en cuanto interesa- la siguiente variante:
“Artículo 51.- La Religión Católica, Apostólica Romana, es la del Estado, el
cual contribuye a su mantenimiento, sin impedir el libre ejercicio en la
República, de ningún otro culto que no se oponga a la moral universal ni a
las buenas costumbres.”
La Constitución de los Tinoco, de 8 de junio de 1917, estipulaba:
“Artículo 8.- La Religión Católica Apostólica Romana, es la del Estado, el
cual contribuye a su mantenimiento, sin impedir el libre ejercicio de ningún
otro culto que no se oponga a la moral universal ni a las buenas
costumbres.
La declaración a que se refiere este artículo no afecta la legislación
existente, ni coarta en forma alguna la libertad de acción de los Poderes
Públicos respecto de cualesquier intereses nacionales.”
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Como es sabido, fue derogada el 3 de setiembre de 1919, restableciéndose
la Constitución de 1871, cuya vigencia precede inmediatamente a la actual. No
obstante, con las diversas reformas y adiciones efectuadas al 7 de diciembre de
1946, el artículo transcrito llevaba ahora como número el 66.
Al dar inicio la Asamblea Nacional Constituyente de 1949, el proyecto de
Constitución Política presentado por la Junta Fundadora de la Segunda República4
contenía tres artículos relativos al tema de la religión, a saber:
“Artículo 51. La religión Católica Apostólica, Romana, es la del Estado, el
cual contribuye a su mantenimiento.
Artículo 52. No se impedirá el libre ejercicio en la República de cualquier
otro culto que no se oponga a la moral universal ni a las buenas
costumbres.
Artículo 53. Queda prohibido hacer propaganda política invocando motivos
de religión o valiéndose para ello de creencias religiosas.”
En definitiva, sin embargo, el texto que fue aprobado resulta una
reproducción casi literal de la norma de 1871:
“Artículo 75.- La Religión Católica, Apostólica, Romana, es la del Estado,
el cual contribuye a su mantenimiento, sin impedir el libre ejercicio en la
República de otros cultos que no se opongan a la moral universal ni a las
buenas costumbres.”
Su adopción en la Asamblea generó una discusión mínima, según consta
en las actas correspondientes. Se prefirió evitar controversia y se optó
simplemente por retomar el texto anterior.5 Tan solo una moción del diputado
4
5
Disponible electrónicamente en http://www.cesdepu.com/actas.htm
De hecho, la Comisión Redactora del proyecto de la Junta Fundadora (nombrada mediante
decreto de 25 de mayo de 1948) participaba en buena medida de esta misma actitud. En
efecto, en la exposición de motivos del proyecto original (disponible electrónicamente
también en la dirección última citada) se lee: “Otro Capítulo especial de este Título es el
referente a la Religión, ya que creemos que la libertad religiosa, y junto con ella el
ordenamiento de las relaciones entre el Estado y la Iglesia que acogen en su seno a la
enorme mayoría del pueblo costarricense, debe ser uno de los principios fundamentales de
la reglamentación a los deberes y derechos individuales. / En este aspecto religioso, por lo
demás, la Comisión ha estimado indispensable mantener el más estricto apego al estatuto
que la República viene viviendo desde hace muchos años y que tan magníficos frutos ha
dado ambos poderes, el civil y el religioso. A excepción de poquísimos países en el mundo,
Costa Rica es casi la única nación que puede vanagloriarse de no haber tenido ningún
conflicto serio de carácter religioso en la historia de sus últimas décadas lo cual nosotros
atribuimos muy especialmente a la atinada política de quienes han manejado los asuntos de
ambas entidades y a la justa y moderada reglamentación que nuestra última carta
fundamental dio a esta materia. / No hemos querido, por tanto, ser nosotros los que
alteremos esa base Jurídico-Constitucional sobre la cual se ha asentado la paz religiosa de
que Costa Rica ha disfrutado por más de medio siglo.”
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Vargas Castro intentó evitar sin éxito, el evidente sinsentido de asignar una
religión a un ente incorpóreo como lo es el Estado, pero la iniciativa fue derrotada.6
Artículo 194.Esta norma también encuentra su antecedente en la Constitución de 1871,
que establecía:
“Artículo 138. El juramento que deben prestar los funcionarios públicos
según lo dispuesto en el artículo 21 Sección 1.a Título 3.° de esta
Constitución, será bajo la fórmula siguiente: ‘¿Juráis a Dios y prometéis a
la Patria, observar y defender la Constitución y las leyes de la República, y
cumplir fielmente los deberes de vuestro destino? -Sí Juro.- Si así lo
hiciereis Dios os ayude, y sino él y la Patria os lo demanden.’”
Es interesante notar que el proyecto de Constitución presentado por la
Junta Fundadora a la Asamblea Nacional Constituyente de 1949 no contenía un
texto explícito alusivo al juramento. Del tema se habló en solo dos ocasiones
durante ese proceso, que constan en las actas número 149 y 177. En la primera
simplemente se aprobó a tal efecto la redacción original del citado artículo 138 de
la Constitución de 1871, ratificándolo en la segunda oportunidad.
Justificación de la reforma constitucional:
¿Por qué modificar los actuales artículos de la Constitución?
Para comprenderlo el por qué de la reforma, es oportuno comenzar por
desagregar el artículo 75 en sus elementos básicos. En efecto, si tomamos el texto
vigente, podemos observar que contiene tres aspectos fundamentales:
La asignación de una confesionalidad específica al Estado (“La
Religión Católica, Apostólica, Romana, es la del Estado”).
Un mandato de sostenimiento financiero (“… el cual contribuye a su
mantenimiento...”). Y,
La estipulación de una tolerancia respecto de otros credos (“… sin
impedir el libre ejercicio en la República de otros cultos que no se opongan
a la moral universal ni a las buenas costumbres”).
El análisis crítico de esos elementos permite aseverar lo siguiente:
La confesionalidad estatal es un evidente absurdo, dado el carácter
de ficción jurídica que tiene el Estado como persona. Optar por un
6
El texto que se proponía era el siguiente: “Todos los habitantes de la República gozan de
libertad de conciencia y del derecho de manifestar y propagar sus creencias religiosas y
ejercitar el culto, individual o colectivamente, mientras no se ofendan los sentimientos
morales de la sociedad.”
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determinado credo requiere de una conducta volitiva y consciente que las
personas jurídicas obviamente son incapaces de manifestar. Afirmar que
el Estado tiene una “religión favorita” es tan absurdo como -guardando las
distancias- pretender que tenga un equipo de fútbol preferido. Pero no solo
eso, sino que señalamientos de esta clase colocan a nuestro país dentro
de una exigua minoría de naciones -al menos del mundo occidental- cuyo
texto constitucional contiene una disposición semejante. En el mes de
enero de este año, Bolivia -que era otro de estos atípicos casos- optó por
abandonar la confesionalidad estatal, al triunfar el “sí” en el referendo
constitucional del 25 de enero.
La utilización de recursos públicos de cualquier índole (financieros,
materiales o humanos) para contribuir al sostenimiento de la Iglesia
católica constituye una conducta de privilegio y de una desigualdad tan
obvia que resulta ocioso desarrollar el punto en exceso. Es más que
evidente que los fondos públicos (así como los recursos materiales que se
compran con ellos y los salarios de los servidores públicos) provienen de
los impuestos que pagamos todas y todos los ciudadanos, sin distingos de
credo y para propósitos de bienestar común. El texto constitucional actual
deja a todas las personas que no profesan el catolicismo en estado de
impotente frustración, al observar cómo sus dineros benefician a esa
congregación en forma discriminatoria. La solución, desde luego, no
consiste -como ha propuesto alguno- en emplear esos recursos en
beneficio de todas las confesiones y opciones religiosas (primero, porque
son numerosísimas y, segundo, porque en tal caso persistiría la
discriminación respecto de las personas aconfesionales), sino en no
utilizarlas para ninguna. En efecto, el respeto pleno de los derechos
humanos con los que nuestro país está comprometido, exige que las
políticas, obras y servicios públicos sean dispuestos con independencia de
factores personales, entre los cuales destaca la opción religiosa.
La cláusula de tolerancia religiosa con la que concluye el actual
artículo 75, más que un beneficio real, representa una manifestación
condescendiente y sutilmente ofensiva, cuyo único propósito es el de
desviar la atención del favoritismo con el que el resto de la norma trata a la
religión oficial. Desde luego, la referencia a una “moral universal” (no
existe tal cosa) y a unas “buenas costumbres” (que se ignora cuáles son)
dice poco o nada, dejando la interpretación en el terreno de la pura
subjetividad. Además, la cláusula deja por fuera el aconfesionalismo (que
obviamente no califica como “otro culto”) como una elección plenamente
válida.
Cambios en el entorno social; llamados en pro de la reforma:
Las condiciones del entorno social costarricense han cambiado
notablemente desde la promulgación de la Constitución Política de 1949 y, con
mayor razón, desde la de 1871, en la que se originan los artículos 75 y 194
vigentes. El respeto que nos pueda merecer la Iglesia Católica no puede llevarnos
a desconocer que esta ya no posee el predominio de otros tiempos. Como
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muestra, los medios de prensa han dado a conocer, en enero del 2009, que los
matrimonios civiles cuadruplican a los católicos en nuestro país. Han surgido en
los últimos años diversas denominaciones cristianas, no católicas; mientras que el
número de personas que carece de afiliación religiosa o que se declaran ateas o
agnósticas alcanza alrededor del 10% del total de la población. Paralelamente, se
ha venido promulgando en el tiempo diversas disposiciones legislativas que
contradicen la confesionalidad estatal, retratándola como poco más que un
cascarón carente de sentido actual. Entre ellas, las normas que permiten el
divorcio y las segundas o ulteriores nupcias, así como el reconocimiento de los
efectos jurídicos de las uniones de hecho.
Por otra parte, tanto antes como con posterioridad a 1949, Costa Rica ha
suscrito una serie de instrumentos internacionales de derechos humanos que
también riñen con la confesionalidad y la preferencia religiosa del texto
constitucional, así como con las consecuencias que de ellas se desprenden. Entre
ellos:
La Declaración Universal de los Derechos Humanos (artículo 18).
El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (artículo 18).
La Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre
(artículo III).
La Convención Americana sobre Derechos Humanos (artículo 12).
Como ejemplo de lo dicho, en 1994, la Comisión de Derechos Humanos de
la Organización de las Naciones Unidas (ONU) señaló lo siguiente con respecto al
papel protagónico que tiene la Iglesia Católica en materia educativa en el país:
“D. Aspectos que causan preocupación
[…]
9. Por lo que se refiere al artículo 18 del Pacto (de San José), inquieta al
Comité la preeminente posición otorgada a la Iglesia Católica Romana. El
Comité también observa con inquietud el hecho de que ciertas
disposiciones de la legislación de Costa Rica (entre otras la Ley de
Carrera Docente) confieren a la Conferencia Episcopal Nacional la
facultad de impedir efectivamente la enseñanza de religiones distintas del
catolicismo en las escuelas públicas y de prohibir que personas no
católicas enseñen religión en esas escuelas.
[…]
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E. Sugerencias y recomendaciones
[…]
13. El Comité recomienda que el Estado Parte adopte medidas para
asegurar que no haya discriminación en el ejercicio del derecho a la
educación religiosa, particularmente con respecto al acceso a enseñanzas
religiosas distintas del catolicismo. Las prácticas actuales que someten la
selección de instructores religiosos a la autorización de la Conferencia
Episcopal Nacional no están en conformidad con el Pacto.” 7
A este llamado se sumó, en el año 2003, una moción aprobada durante el
XIV Congreso Jurídico del Colegio de Abogados de Costa Rica, con el texto
siguiente:
“Que por medio de una reforma constitucional, que se deberá diseñar y
aprobar a la brevedad posible, se consagre el principio de la absoluta
neutralidad del Estado en materia de libertad de culto, suprimiendo
consecuentemente todas aquellas referencias insertas en el texto actual
(principalmente, aunque no únicamente, en el artículo 75) que den pie a
que se privilegie o discrimine a algún credo religioso en particular. Dicha
reforma explícitamente señalará la inconstitucionalidad de cualquier norma
jurídica de rango inferior que pueda tener ese mismo efecto y dejará en
claro que la decisión de practicar un denominado culto o bien de no
practicar ninguno, corresponde al fuero interior de cada persona, debiendo
limitarse el Estado a garantizar plenamente la vigencia y el ejercicio de
esa libertad.” 8
No han faltado tampoco las opiniones de calificados comentaristas,
expresadas por los diversos medios de prensa. Por ejemplo:
“¿Por qué el Estado costarricense debe ser católico, apostólico y romano?
No he visto una buena razón por la que a inicios del siglo XXI una
democracia de larga data como la nuestra deba tener una religión oficial.
Concuerdo con (…) la necesidad de una reforma constitucional que
establezca un Estado sin religión oficial, pero respetuoso de todas las
confesiones y garante de la libertad de culto.
(…)
Nuestra Constitución Política debiera definir el carácter y la arquitectura
democrática del Estado de la mejor y más congruente manera,
7
8
El
documento
completo
se
puede
consultar
en
http://humanrights.law.monash.edu.au/hrcommittee/spanish/costarica1994.html
Colegio de Abogados de Costa Rica, “Memorias del XIV Congreso Jurídico Nacional ‘La
Constitución Política del siglo XXI’”. Colegio de Abogados de Costa Rica, 2003, página 58.
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removiendo las intrusiones arcaicas (así como se removieron las
antidemocráticas). Habida cuenta de la pluralidad social, confesional y
política en nuestra sociedad, al Estado costarricense debe exigírsele en
materia religiosa una meticulosa neutralidad: nada más pero nada menos.
La religión oficial simplemente no calza, crea desventajas.”
- Jorge Vargas Cullel, “Enfoque”, en La Nación del 20/3/2008
“… al artículo 75 de la Constitución Política y al Estado confesional ya les
llegó la hora. Más bien, nos hemos rezagado en demasía.
(…)
El Estado confesional es lo menos que le sirve a la Iglesia. La tienta y ata.
El papa Juan Pablo II apuntaba, antes de su muerte, en relación con el
traumático principio de laicidad, a la francesa, de 1905, lo siguiente: ‘La
Iglesia está convencida de la necesidad de separar los papeles de la
Iglesia y el Estado, siguiendo la prescripción de Cristo: «Dad al César lo
que es del César, y a Dios, lo que es de Dios»’. El Concilio Vaticano II
explaya esta sentencia fundacional.”
- Julio Rodríguez, “En Vela”, en La Nación del 11/4/2008
Todo lo anterior lleva a la convicción de que el texto constitucional actual
está desfasado y conviene revisarlo para que responda con mayor fidelidad a la
realidad nacional y a los cambios que ha experimentado nuestra sociedad. Desde
luego, ello debe hacerse, además, para lograr un respeto apropiado a los
compromisos adquiridos en materia de derechos humanos después de 1949.
Intentos previos de reforma:
La presente iniciativa no es el primer intento que se realiza para obtener la
reforma del ordinal 75 de la Constitución Política. En la investigación previa
efectuada, se logró determinar la existencia de al menos un proyecto anterior,
fechado noviembre del 2003 y que se tramitó bajo el expediente legislativo número
15452, iniciativa de las y los diputados Edwin Patterson Bent, Carlos Salazar
Ramírez, Martha Zamora Castillo, Federico Malavassi Calvo, Peter Guevara Guth,
Carlos Herrera Calvo, Ronaldo Alfaro García, José Francisco Salas Ramos, Carlos
Avendaño Calvo, Julián Watson Pomear y Epsy Campbell Barr. La propuesta
pretendía que se aprobara la redacción siguiente:
“Artículo 75.- Toda persona es libre de tener una religión y de profesarla.
No podrá impedirse el libre ejercicio de los cultos religiosos que no se
opongan a la moral universal ni a las buenas costumbres.”
Si bien dicho texto representa una clara mejora respecto del actual, no
contempla la opción de la aconfesionalidad como alternativa reconocida y no exige
al Estado garantizar las elecciones individuales hechas en este terreno. Por otra
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parte, retiene las vagas referencias -que ya hemos comentado- a una supuesta
“moral universal” y a unas desconocidas “buenas costumbres”.
La reforma constitucional conviene incluso a los católicos:
¿Por qué nos anima la esperanza de que incluso las personas que profesan
el catolicismo y, con ellas, la propia jerarquía de la Iglesia Católica costarricense,
puedan encontrarse a favor de una propuesta como la presente, a pesar de que
esto implicaría dejar atrás una redacción actual que les favorece de un modo tan
evidente?
Ya al inicio de esta exposición se indicó que esta iniciativa busca asegurar
que todos los credos y convicciones religiosas puedan ver garantizado, en un
plano de respeto e igualdad de derechos, la posibilidad de que sus fieles y
seguidores practiquen sus elecciones en esta materia con libertad y sin
interferencias externas. Esto, obviamente, conviene también a la Iglesia Católica.
Pero, además, un buen número de católicos consideran embarazosa y
racionalmente indefensible la posición de privilegio que les confiere el artículo 75
vigente; y preferirían no sufrir la exposición crítica que les produce.
Por otra parte, si bien hoy por hoy nuestro país continúa registrando una
mayoría de adherentes -aunque muchos lo sean apenas nominalmente- al
catolicismo, es claro que nadie puede asegurar que esta ecuación se mantenga
indefinidamente. Por ejemplo, el crecimiento exponencial de las otras
denominaciones cristianas podría conducir a que los católicos se sorprendan de
encontrarse un día en la minoría. Desde este punto de vista, pareciera prudente
apoyar desde ahora un texto constitucional que asegure que el tratamiento
preferencial no se revierta eventualmente a favor de otros.
Pero, quizás de mayor importancia que todo lo anterior, lo cierto es que la
propia doctrina católica sustenta una clara e indudable separación de Estado y
religión. Desde luego, esta tesitura encuentra sustento en el propio evangelio, con
las conocidas palabras “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de
Dios”. Pero diversos textos más recientes tampoco dejan lugar a dudas. Entre
ellos y solo a manera de muestra:
“La comunidad política y la Iglesia
76. Es de suma importancia, sobre todo allí donde existe una
sociedad pluralista, tener un recto concepto de las relaciones entre la
comunidad política y la Iglesia y distinguir netamente entre la acción que
los cristianos, aislada o asociadamente, llevan a cabo a título personal,
como ciudadanos de acuerdo con su conciencia cristiana, y la acción que
realizan, en nombre de la Iglesia, en comunión con sus pastores.
La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se
confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a
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sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter
trascendente de la persona humana.
La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas,
cada una en su propio terreno…
… Ciertamente, las realidades temporales y las realidades
sobrenaturales están estrechamente unidas entre sí, y la misma Iglesia se
sirve de medios temporales en cuanto su propia misión lo exige. No pone,
sin embargo, su esperanza en privilegios dados por el poder civil; más
aún, renunciará al ejercicio de ciertos derechos legítimamente adquiridos
tan pronto como conste que su uso puede empañar la pureza de su
testimonio o las nuevas condiciones de vida exijan otra disposición.”
- Encíclica Gaudium et Spes. Sobre la Iglesia en el mundo actual, 1965
(los subrayados no son del original).
Y en lo referente al tratamiento privilegiado de un credo religioso en
detrimento de otros:
“… puesto que la sociedad civil tiene derecho a protegerse contra los
abusos que puedan darse bajo pretexto de libertad religiosa, corresponde
principalmente a la autoridad civil prestar esta protección. Sin embargo,
esto no debe hacerse de forma arbitraria, o favoreciendo injustamente a
una parte, sino según normas jurídicas conformes con el orden moral
objetivo.”
- Encíclica Dignitatis Humanae. Sobre la libertad religiosa, 1965 (el
subrayado tampoco es del original).
Alcances de la reforma propuesta:
El texto que se propone para el artículo 75 de la Constitución Política consta
de dos frases, cada una de las cuales toca un aspecto puntual, como se verá.
Como es propio de las normas de esta jerarquía, la redacción no intenta
desarrollar o resolver todos los temas y vertientes que derivan de la libertad
religiosa. Más bien sería de esperar que una reforma como ésta se vea
desarrollada posteriormente en una ley que de manera integral norme las diversas
aristas de un tema de suyo complejo.
a.- En cuanto a la libertad de conciencia y de culto
La primera frase del nuevo artículo 75 diría así:
“Toda persona es libre de adoptar y profesar una religión que sea
respetuosa de los derechos humanos, o bien de no adoptar ninguna.”
Como se puede notar, se prevé la libertad religiosa en sus dos
componentes básicos: la libertad de conciencia (dimensión interna o individual,
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representada en el verbo “adoptar”) y la libertad de culto (dimensión externa o
social, plasmada en el verbo “profesar”). Al respecto, importa hacer las siguientes
precisiones:
En vez de una insustancial referencia a la “moral universal” o a las
“buenas costumbres”, la propuesta establece un límite objetivo a la
posibilidad de elección de credo religioso de las personas: el respeto de
los derechos humanos. Así pues, no estaría tutelada la elección de un
culto que, por ejemplo, promueva la esclavitud, el genocidio, el odio racial,
etc.
La norma incorpora expresamente, por primera vez en nuestro
ordenamiento constitucional, la opción aconfesional como alternativa
tutelada.
b.- En cuanto a la neutralidad religiosa del Estado
El principio de separación de Estado y religión (o, como preferimos
denominarlo, el principio de neutralidad religiosa del Estado) es de larga data en el
derecho constitucional contemporáneo, encontrándosele explícitamente en textos
como el de la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de
América (donde se le conoce como la “establishment clause”) y que inspiró la cita
de Jefferson que hemos incluido al inicio. De hecho, algunos autores postulan que
el surgimiento y posterior desarrollo del Estado moderno se produce precisamente
a través de la separación Iglesia-Estado y es su premisa esencial.
En efecto, la concepción moderna del principio de laicidad del Estado exige:
La separación y autonomía orgánicas y funcionales entre estructuras
religiosas y políticas (o sea, la “separación entre iglesias y Estado”
propiamente dicha). Que haya una plena diferenciación jurídica entre
ambas comunidades.
Una fundamentación secular de la legitimidad del Estado, de sus
fines y valores constitucionales (aspecto axiológico del Estado).
Una inspiración secular de las normas legales, de la actividad
jurisdiccional y de las políticas públicas (aspecto normativo-positivo y
administrativo del Estado).
.
La imparcialidad valorativa del Estado hacia las creencias,
convicciones o concepciones que constituyen el pluralismo. Y, finalmente,
La inconcurrencia del Estado en manifestaciones de fe o de
convicciones ideológicas al lado de los individuos.9
Aunque nuestra Constitución no enuncia este principio de forma expresa, es
posible encontrarlo implícito en diversos artículos de la Carta Fundamental;
concretamente, en el que prohíbe la propaganda política en que se invoque
9
Huaco P., Marco Antonio. “Laicidad, legislación y justicia”. Diapositivas de la charla brindada
por el autor, 2008.
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motivos de religión o que se valga, como medio, de creencias religiosas (artículo
28); así como en los que exigen que el presidente de la República, los
vicepresidentes, los ministros y los magistrados de la Corte Suprema de Justicia y
-por extensión- del TSE, deban ser seglares (artículos 131, 142, 159 y 100,
respectivamente).
En la reforma propuesta, este principio de separación (y su consecuencia
fundamental) se enuncia en la segunda frase del texto, así:
“El Estado será neutral en materia religiosa, pero garantizará el
ejercicio de esta libertad, conforme a la ley.”
La neutralidad que se le exige así al Estado en materia religiosa, implicará
la prohibición de que cualquier órgano o entidad pública despliegue alguna
conducta, activa u omisiva, que persiga favorecer -entiéndase, promover o
fortalecer- o bien discriminar -entiéndase, debilitar o disminuir- a cualquier de los
credos religiosos admitidos bajo la regla de la frase primera. También incluye la
imposibilidad de emitir actos o normas que se fundamenten explícitamente en un
credo religioso (particularmente cuando persigan traducir un mandato o criterio
religioso en una política pública), efectuar nombramientos, destinar ninguna clase
de recursos o realizar otras clases de acciones que tenga esos efectos, o que
conduzcan a un desmedro o restricción ilegítima de las libertades señaladas al
inicio de la norma.
Es importante clarificar que el principio de neutralidad en modo alguno
impide a las y los funcionarios públicos adoptar y profesar un credo religioso en lo
personal. Dichos servidores -como ciudadanos que son- tienen, desde luego, las
mismas libertades que todos los demás, incluyendo participar activamente en
actos de culto, siempre y cuando no utilicen su cargo o los medios al alcance de
éste para producir alguno de los efectos prohibidos a que se aludió en el párrafo
anterior.
Finalmente, la redacción propuesta subraya igualmente que, a pesar de la
exigencia de neutralidad estatal en esta materia, toda persona debe poder exigir
del Estado la protección de su libertad religiosa, como puede hacerlo respecto de
cualquier derecho fundamental. Así pues, el texto deja en claro el deber que tiene
el Estado de garantizar que esta libertad pueda ser ejercida sin interferencia y sin
más límite que los fijados en la norma misma (el respeto de los derechos
humanos) o bien en el restante articulado constitucional (en particular, el numeral
28). Para ello -se insiste- deberá venir posteriormente un texto legal que defina
claramente la aplicación de estas limitaciones objetivas.
c.- En cuanto al juramento constitucional
El texto actual establece:
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“Artículo 194.- El juramento que deben prestar los funcionarios públicos,
según lo dispuesto en el artículo 11 de esta Constitución, es el siguiente:
‘- ¿Juráis a Dios y prometéis a la Patria, observar y defender la
Constitución y las leyes de la República, y cumplir fielmente los
deberes de vuestro destino?
- Sí, juro-.
- Si así lo hiciereis, Dios os ayude, y si no, El y la Patria os lo
demanden.”
De esta redacción se desprende que solamente aquellos creyentes en la
idea de un Dios unipersonal pueden ser funcionarios públicos, pues a quienes se
adhieran a credos politeístas (como ciertas corrientes del hinduismo), a credos
que no proclaman ninguna divinidad en particular (como el budismo) y a los no
creyentes, les sería imposible jurar, si quisieran conservar intacta su ética y
dignidad. Claramente vemos cuan discriminatorio y antidemocrático es este
artículo, que choca con derechos civiles consagrados en otros artículos de nuestra
Constitución, como los que bellamente sintetiza el artículo 33: “Toda persona es
igual ante la ley y no podrá practicarse discriminación alguna contraria a la
dignidad humana.”
Además, en el aspecto formal, el empleo de la segunda persona plural
(“vosotros”) resulta -en nuestro medio- un arcaísmo que nos aleja de la directa y
natural franqueza propia del talante republicano que se espera del ciudadano o
ciudadana que jura.
Como se sabe, el tema de los juramentos ha levantado gran polémica en
otras latitudes (por ejemplo, en España, con motivo de la toma de posesión del
actual gabinete del presidente Rodríguez Zapatero). En nuestra propuesta, la
reforma que se plantea para el artículo 194 constitucional busca subsanar esta
problemática, al tiempo que se modifica lo menos posible el texto vigente. De
hecho, lo sustantivo del cambio consiste únicamente en la supresión de la
referencia a “Dios”. Proponemos, en síntesis, un juramento práctico que permita a
cualquier costarricense ser funcionario o funcionaria pública, sin innecesarias
limitaciones derivadas de sus creencias religiosas, o ausencia de ellas.
Por los motivos expuestos, se someten a la consideración de los señores
diputados y de las señoras diputadas y para que sigan su trámite conforme con las
disposiciones del artículo 195 de la Constitución Política, las reformas de los
artículos 75 y 194 de su texto, según se indica.
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LA ASAMBLEA LEGISLATIVA DE LA REPÚBLICA DE COSTA RICA
DECRETA:
REFORMA DE LOS ARTÍCULOS 75 Y 194 DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA
ARTÍCULO ÚNICO.Refórmanse los artículos 75 y 194 de la Constitución
Política para que sus textos en adelante se lean así:
“Artículo 75.Toda persona es libre de adoptar y profesar una religión
que sea respetuosa de los derechos humanos, o bien de no adoptar
ninguna. El Estado será neutral en materia religiosa, pero garantizará el
ejercicio de esta libertad, conforme a la ley.”
“Artículo 194.- El juramento que deben prestar las personas que sean
designadas en los cargos de la función pública, según lo dispuesto en el
artículo 11 de esta Constitución, es el siguiente:
‘- ¿Jura por sus convicciones y promete a la Patria observar y
defender la Constitución y las leyes de la República; y cumplir
fielmente los deberes de su cargo?’
‘- Sí, juro.’
‘- Si así lo hiciere, que la Patria se lo reconozca; y si no, que ella se lo
demande’.”
Rige a partir de su publicación
Sergio Alfaro Salas
Maureen Ballestero Vargas
Ana Helena Chacón Echeverría
José Merino del Río
Alberto Salom Echeverría
Elizabeth Fonseca Corrales
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Luis Antonio Barrantes Castro
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José Rosales Obando
Gilberto Jerez Rojas
DIPUTADOS
7 de setiembre de 2009.
Nota:
Este proyecto se encuentra en la Secretaría del Directorio,
donde puede ser consultado.
Nota:
Este proyecto de ley se archivó según oficio SD-54-09-10 de
18 de setiembre de 2009.
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