Democracia Emancipatoria

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Democracia y participación ciudadana:
la herencia de la cultura política griega
Ignacio Medina Núñez
Este es un escrito publicado como capítulo de un libro colectivo con el título
“Democracia Emancipatoria”, coordinado por Robinzon Salazar Pérez y Paula
Lenguita, páginas 13 a 57. Colección Insumisos latinoamericanos, de la
editorial Libros en Red, en Buenos Aires, Argentina. ISBN: 1-59754-102-8 2005.
El término y la idea de democracia provienen de un período tan
antiguo como la Grecia del siglo V a. de C. Sin embargo, la
democracia en su sentido moderno encuentra su origen en un
período tan relativamente cercano como es el del surgimiento de los
Estados liberales a partir de la revolución francesa.
(Jáuregui, 1994: 17)
Especialmente en América Latina, durante las décadas de 1970 y 1980, la
aspiración por sistemas democráticos se extendió en la mayor parte de la
población de nuestros países; se estaba transitando por la etapa crítica de las
dictaduras militares, y en algunos países se había llegado a la situación
terrible de confrontación bélica entre gobiernos y movimientos insurgentes.
Pero el contexto cambió de manera clara en la última década del siglo XX,
para mostrarnos un continente en donde casi todos los gobiernos fueron
presididos por civiles surgidos de procesos electorales. El mismo gobierno
estadounidense, que en largos períodos había llegado a apoyar abiertamente
dictaduras militares como las de Somoza y Pinochet, se congratuló de la
llamada democracia en la región, señalando únicamente la excepción de
Cuba, acusando al gobierno de la isla de rechazar la democracia e
impidiendo que se le incluyera en los proyectos de las sucesivas cumbres de
las Américas.
La discusión sobre la democracia como modelo y como forma de gobierno ha
continuado en el debate de las ciencias sociales, aunque a fi nal del siglo XX
y hasta el momento presente se puede percibir un cierto desencantamiento
de la población, cuando el concepto se ha circunscrito solamente a la
realización de procesos electorales sin llegar a mejorar las condiciones de
vida: nos podemos preguntar sobre la eficacia del modelo cuando ha
empeorado el nivel de vida de gran parte de la población. Una encuesta
realizada por Latinobarómetro, en Chile en el 2000, en 17 países
latinoamericanos, concluyó que el apoyo a la democracia en la región era
todavía fuerte con un 60% de opiniones que la preferían frente a cualquier
otra forma de gobierno; sin embargo, solamente 37% de las opiniones se
manifestaban conformes con la forma en que estaba funcionando la
democracia de sus países en la práctica. La realidad es que, al entrar el siglo
XXI, América Latina está experimentando un agravamiento de los índices de
pobreza y extrema pobreza, y en algunos casos específicos ocurre un
crecimiento del abstencionismo en los procesos electorales.
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El presente escrito es un ejercicio de sociología histórica, a partir de algunas
fuentes de la civilización griega, en donde surgieron dos palabras que han
sido de una trascendencia extraordinaria para las sociedades occidentales:
“política” –derivado de la polis– y “democracia“ –como una forma específica
de relación entre los ciudadanos y su respectivo gobierno–. Castoriadis ha
dicho con razón que Grecia es “el locus social histórico donde se creó la
democracia y la fi losofía“. Se desarrollan, primero, varios puntos que
creemos relevantes alrededor del surgimiento de las formas de la democracia
griega, para terminar en diversas consideraciones sobre los puntos positivos
y negativos de la herencia general de los griegos para las sociedades
contemporáneas, en especial lo relacionado a la complejidad del modelo
democrático que practicó Atenas en determinados momentos de su historia y
que solamente fue retomado hasta la época moderna del siglo XX.
Se inicia con un apartado que incluye consideraciones sobre la mitología
griega en torno al origen de la democracia; se aborda luego la transición
hacia la época de oro en Atenas, que es donde encontramos el surgimiento
del llamado poder del pueblo con Solón, Clístenes y Pericles. Nos detenemos
en la guerra del Peloponeso, porque fue el inicio de la decadencia de Atenas
para llegar al siglo IV a.C., época de Platón y Aristóteles, que es el momento
del debate teórico sobre los diversos modelos de gobierno. Por último, se
hacen unos comentarios generales sobre los elementos positivos y negativos
de la herencia política de la cultura griega en general antes de presentar
las consideraciones fi nales sobre la democracia moderna.
. La democracia en la mitología
Gran parte de la mitología griega está basada en una visión pesimista del ser
humano sometido al destino inexorable de los dioses: todo está determinado
en el Olimpo, por más que los hombres traten de evadir lo que les está
prescrito. Sin embargo, dentro de los grandes eventos decididos por los
dioses, existen decisiones constantes de los seres humanos que hacen
grandes movimientos en la historia; por mucho tiempo se consideró que sólo
los grandes personajes y héroes eran capaces de realizar los grandes
sucesos, sin que apareciera propiamente el pueblo en general. La Ilíada y la
Odisea son un buen ejemplo del contexto estructural en donde la victoria está
decidida por las pugnas de los dioses del Olimpo pero el escenario está
compuesto por las acciones también decisivas que hacen Paris, Agamenón,
Aquiles, Héctor, Ayax, etc. En todo este contexto, vamos a resaltar solamente
dos ejemplos mitológicos de la práctica de una democracia incipiente en
donde se vislumbra tanto su genialidad como su complejidad.
Según la mitología, Cecrops fue el primer rey del Ática, gran señor y héroe,
nacido de un dragón. Cuando se estaba formando la ciudad alrededor de lo
que hoy es el Partenón, la protección de la nueva comunidad fue disputada
por dos de las grandes deidades del Olimpo: por un lado, Atenea quería ser
la guardiana de la ciudad, pero, por otro lado, Neptuno también quiso
intervenir y que su nombre quedara como símbolo. Ambos dioses, con
grandes favores, incitaban al rey a decidir pronto el nombre de la ciudad
porque ambos deseaban que llevara su imagen.
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Cecrops le tenía mayor devoción a Atenea pero temía la ira de Neptuno. Por
ello, con el objeto de evitar la posible furia contra él y la contienda entre las
dos deidades, quiso evitar aparecer él como responsable de la decisión frente
al dios perdedor; Cecrops propuso que la población decidiera; juntó a toda la
gente del pueblo (ciudadanos hombres y mujeres, pero no los esclavos) y
puso los dos nombres de los dioses en una urna para que la población
acudiera uno por uno a señalar el de su preferencia. En aquellos primeros
días, las mujeres votaban igual que los hombres porque todos eran
ciudadanos. Según el género, las mujeres votaron por Atenea, y los hombres
por Neptuno. El resultado fi nal fue la victoria de Atenea, debido a que en la
ciudad las mujeres eran un poco más numerosas que los hombres.
A pesar de la votación mayoritaria del pueblo, en un conflicto postelectoral,
Poseidón se puso furioso y quería arrasar la ciudad, inundándola; pero
Atenea contuvo la furia del dios del mar debido al argumento fundamental de
que había sido precisamente una decisión mayoritaria del pueblo, que los
dioses mismos deberían respetar. Los hombres de la ciudad, sin embargo,
también quedaron inconformes con el predominio femenino, pero tampoco se
atrevieron a revertir la decisión, avalada por las deidades, y aceptaron la
protección de Atenea para siempre. Sin embargo, para evitar la hegemonía
de género en futuros debates sobre los asuntos de la ciudad, viendo que eran
minoría ante las mujeres, hicieron luego su propia asamblea de ciudadanos y,
argumentando el desconocimiento de las mujeres en asuntos públicos y su
naturaleza inferior, decidieron quitarle en adelante el voto a las mujeres para
cualquier otra decisión sobre la vida pública (Hamilton, 1969: 269). De esta
manera, quedaba establecida la forma de la democracia como modelo
deseable para evitar disputas en los asuntos públicos, pero quedaron
claramente excluidos de la ciudadanía tanto los esclavos como las mujeres.
Otro ejemplo relevante se encuentra durante el reinado del rey Teseo en
Atenas, durante el contexto de la guerra contra Tebas, otra de las ciudadesestado vecinas hacia el norte. La fuente de estas anécdotas la encontramos
en las tragedias griegas Antígona, Las Suplicantes, 7 contra Tebas. Teseo
fue siempre uno de los héroes más queridos entre los atenienses y entre los
griegos en general. Su historia se remonta a la transición de la época minoica
(basada en el predominio de Creta sobre todo el mar Egeo y la parte
continental) hacia la época micénica, en los principios del segundo milenio
antes de Cristo, cuando se dirigió a Cnosos, la capital de Creta para matar al
minotauro; después se convirtió en rey de Atenas.
De acuerdo con la historia de las tragedias, Polynices, hijo de Edipo, había
sido sepultado por Antígona contra las órdenes del rey Creonte; Antígona
pagó esta desobediencia con su vida. Sin embargo, los otros jefes que
habían venido con Polynices en contra de Tebas permanecían insepultos, por
órdenes del mismo rey Creonte. Uno solo de los siete jefes había quedado
con vida: Adrasto, quien entonces vino con Teseo, rey de Atenas, a suplicarle
que influenciara a los tebanos y a Creonte en particular para que le
permitieran enterrar los cuerpos de los otros jefes derrotados. Con Adrasto,
venían las hermanas, esposas e hijos (las suplicantes) de los hombres
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muertos.
Aethna, la madre de Teseo, vino a aconsejar al rey de Atenas: “Estás
obligado a enfrentar a aquellos que han errado... Frente a esos hombres
violentos que rechazan el derecho de los muertos a ser sepultados, tú estás
obligado a inducirlos a obedecer la ley. Es un derecho sagrado en toda
Grecia“. Teseo le contestó: “Lo que dices son palabras ciertas, pero yo solo
no puedo decidir sobre este asunto. Yo he sido puesto como señor de esta
ciudad con un voto igual a todos. Si los ciudadanos están de acuerdo,
entonces yo iré contra Tebas“. Se reunió entonces la asamblea de
ciudadanos de Atenas y votó a favor de mandar una delegación para decirle
a los tebanos que Atenas deseaba ser un buen vecino, pero que la ciudad no
podía soportar el gran error que se estaba cometiendo en Tebas, al
desobedecer una ley general para todos los griegos. Con ello, Teseo, siendo
el rey, solamente consintió: “En esta ciudad hay un señor; Atenas es libre; el
pueblo es el que manda“.
Los tebanos recibieron el mensaje de Atenas y se sorpren- dieron
argumentando contra la democracia: “¿Cómo puede una ignorante multitud
dirigir sabiamente el rumbo de una nación?“. Pero Teseo les contestó:
“Nosotros en Atenas escribimos nuestras propias leyes, y luego somos
regidos por ellas. Sostenemos que no hay peor enemigo para el estado que
aquel que quiere la ley en sus propias manos... Nosotros no queremos
destruir el estado de Tebas; nosotros solamente queremos que los cuerpos
de los muertos sean regresados a la tierra“. Con ello y puesto que los
tebanos no cambiaban de opinión, los atenienses marcharon contra Tebas y
la vencieron. Pero no hubo saqueo; prevaleció la orden de Teseo: “Nosotros
venimos aquí no para destruir la ciudad sino solamente para reclamar el
derecho de los muertos“ (Hamilton, 1969: 266).
Un elemento explícito apuntado en esta historia es la visión de una
ciudadanía griega que sobrepasa la de cada una de las ciudades-estado con
leyes comunes. La misma Antígona le decía al rey Creonte: más que
obedecer las órdenes de un rey, es menester cumplir las normas no escritas
pero dictadas por los dioses para todos; se trataba del entierro de su
hermano, a quien, como escarnio, Creonte pretendía mantener insepulto para
ser presa de los perros.
El enraizamiento de una cierta tradición democrática desde tiempos antiguos
–por lo menos así quieren hacerla aparecer los escritores posteriores a través
de estos mitos– sirvió de justificación ideológica para numerosas prácticas en
diversas ciudades griegas, como lo veremos más adelante. Sin embargo, es
notable que con la aparición de los grandes fi lósofos –Sócrates, Platón y
Aristóteles– no se encuentra una justificación racional del modelo
democrático –sino más bien una desconfianza–, sobre todo cuando se la
compara con los otros dos predominantes en las constituciones de la época:
la monarquía y la aristocracia. Para Platón, la sociedad ideal es una república
gobernada por fi lósofos, que son los mejores, los que han descubierto el
mundo de las ideas y que pueden guiar a los demás grupos sociales –los
guerreros y los artesanos– al bienestar común. Aristóteles en su texto sobre
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“Política“ no da un juicio determinante en relación a las tres formas de
gobierno pero da a entender que tanto la monarquía como la aristocracia
pueden funcionar perfectamente en una sociedad, en tanto que ese uno o
varios gobernantes sean precisamente los mejores entre los hombres.
Sobre la opinión de estos filósofos y su desconfianza sobre la democracia
influyó necesariamente no una anécdota mitológica sino un hecho concreto:
la muerte de Sócrates en el año 399 a.C., sentenciado a beber un veneno
mortal, a partir de la decisión por parte de la Heliea, el tribunal de Atenas: de
un total de 556 votos, tuvo 281 en contra y 275 a favor, según se apunta en el
libro de la Apología, escrito por Platón. Sócrates fue acusado de corromper a
la juventud y condenado.
Después de Aristóteles, la democracia empezó a desaparecer como objeto
de debate en el análisis de las sociedades. Solamente Cicerón la incluye
como elemento constitutivo de la república romana, pero ya no como
democracia directa sino como representación de la voluntad popular a través
de los comicios en el senado; en ese momento del siglo I a.C., se estaba
resquebrajando la república, con la centralización del poder en Julio César.
Como propuesta de modelo de sociedad, la democracia solamente volverá a
aparecer de manera explícita en el debate social con Spinoza en el siglo XVII
d.C.
. El surgimiento histórico de la democracia en Atenas
En Grecia, la inconformidad con numerosas oligarquías en diversas
ciudades-estado hizo surgir la época de los tiranos, que es el contexto en que
surgieron los filósofos presocráticos y cuando comenzó la etapa de la
tragedia griega, entre el año 650 y 510 a.C. Los tiranos fueron gobernantes
que se impusieron sin consultar a los nobles o rebelándose contra ellos, pero
que, en varios casos, llevaron paz y prosperidad a las ciudades.
Estos autócratas rompieron el dominio de las aristocracias ancestrales sobre
las ciudades; representaban a los nuevos terratenientes y a una riqueza más
reciente, acumulada durante el crecimiento económico de la época
precedente y basaban su poder, en una medida mucho mayor, en las
concesiones hechas a la masa no privilegiada de los habitantes de la ciudad
(Anderson, 1999: 24).
Frente a las oligarquías tradicionales de los grupos que controlaban el
gobierno de las ciudades surgieron estos líderes que encabezaron la
inconformidad. Los tiranos eran normalmente unos arribistas de considerable
riqueza, cuyo poder personal simbolizaba el acceso del grupo social del que
procedían a los honores y las posiciones elevadas dentro de la ciudad. Su
victoria, sin embargo, fue posible generalmente sólo por la utilización que
hicieron de las reivindicaciones radicales de los pobres, y sus realizaciones
más duraderas fueron las reformas económicas a favor de las clases
populares que tuvieron que conceder o tolerar para asegurar su poder
(Anderson, 1999: 25).
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De hecho, entre los siete sabios más importantes de Grecia (Pítaco, Quilón,
Tales de Mileto, Cleóbulo, Periandro, Bias, Solón) en el siglo VI a.C., varios
fueron tiranos y sobresalieron por sus acciones a favor de los ciudadanos y
por su sabiduría. Una de las ciudades que llegó a ser la más floreciente e
importante del mundo griego de esta época fue Mileto, bajo el tirano
Trasíbulo. Ahí nació Tales de Mileto (624-546 a.C.), quien inició la fi losofía
presocrática y se destacó en astronomía, geometría y numerosas ciencias
físicas; llegó a predecir un eclipse de sol en el 585 a.C. y pensaba que el
agua podía ser el elemento clave de constitución y desarrollo del universo.
Pero su aportación más importante fue el surgimiento de la ciencia
propiamente dicha: Especuló sobre la constitución del Universo, sobre su
naturaleza y sobre su origen. Para ello, partió de dos supuestos. Primero,
afirmó que no había dioses ni demonios involucrados, sino que el Universo
opera por leyes inmutables. Segundo, sostuvo que la mente humana
mediante la observación y la reflexión, podía llegar a saber cuáles son esas
leyes. Toda la ciencia, desde la época de Tales, parte de estos dos
supuestos (Asimov, 1998: 66).
La filosofía presocrática estuvo centrada en el estudio de la naturaleza, pero
con ello le imprimió una autonomía al concimiento humano en un intento por
descubrir las leyes generales del universo y la sociedad. Con Tales,
nacióprecisamente la época de los presocráticos y con ellos las ciencias
naturales y la posibilidad de la ciencia social: el desarrollo del mundo puede
entenderse con sus leyes propias sin la intervención de los dioses. Esta
concepción será también la base de la época moderna naciente en la Europa
del siglo XVI, en donde resurgieron las ciencias naturales con Copérnico y
Galileo y en cuyo marco se empezó a combatir al estado absolutista para
hacer surgir el liberalismo de la Ilustración.
En 594 a.C., Solón fue elegido gobernante de Atenas: era noble, rico,
talentoso y poeta. Con él se simboliza el inicio de la época de oro de Grecia.
Empezó aboliendo todas las deudas; liberó a quienes habían sido
esclavizados por ellas; abolió la mayoría de las penas de muerte establecidas
por Dracón; creó tribunales populares; reorganizó el gobierno ateniense
creando una asamblea para elaborar las leyes con participación de miembros
de todos los ciudadanos: era el camino hacia el gobierno del pueblo, hacia la
democracia. “Solón había demostrado que había una alternativa a la
oligarquía diferente de la tiranía. Atenas ofreció la democracia como
alternativa” (Asimov, 1998: 81). El proceso había empezado lentamente
desde finales del siglo VII a.C., porque la masa de los ciudadanos llegó a
constituir una asamblea plenaria de la ciudad, con derecho a decidir sobre la
política que le presentaba el consejo de ancianos, que, a su vez, se convirtió
en un cuerpo electivo, mientras que los cinco magistrados anuales o éforos
tuvieron en adelante la suprema autoridad ejecutiva por elección directa de
todos los ciudadanos (Anderson, 1999: 29).
En lo económico, Solón impidió el crecimiento de las fincas nobiliarias para
establecer el modelo de las pequeñas y medianas propiedades; esto fue
acompañado de una nueva administración política: Solón privó a la nobleza
de su monopolio de los cargos al dividir a la población de Atenas en cuatro
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clases de rentas: a las dos clases superiores les concedió el derecho a las
supremas magistraturas; a la tercera, el acceso a los cargos administrativos
inferiores, y a la cuarta y última, un voto en la asamblea de ciudadanos, que a
partir de entonces se convirtió en una institución regular de la ciudad
(Anderson, 1999: 26).
Solón pudo reconquistar Salamina en 570 a.C. (la isla de Ayax en la Ilíada,
que la ciudad de Megara poseía, pero que los atenienses consideraban suya
por la relación entre Ayax y los atenienses), bajo la dirección de Pisístrato.
Sin embargo, después, éste mismo, con el apoyo de otros oligarcas, derrocó
a Solón apoderándose de la Acrópolis en 561 a.C.; Solón murió en el 560
a.C. El tirano Pisístrato gobernó Atenas por 40 años. Consolidó la formación
social de Atenas apoyando directamente a los pequeños y medianos
agricultores. La base económica de la ciudadanía helena habría de ser la
modesta propiedad agrícola... A partir de entonces, los ejércitos se
compusieron esencialmente de hoplitas, infantería pesada que constituyó una
innovación griega en el mundo mediterráneo. Cada hoplita se equipaba, a
sus expensas, con armas y armadura: una soldadesca de este tipo
presuponía un razonable nivel económico y, de hecho, los soldados hoplitas
siempre procedían de la clase media agraria de las ciudades... La condición
previa de la posterior democracia griega o de la extendida oligarquía fue una
infantería de ciudadanos que se armaban a sí mismos (Anderson, 1999: 27).
Pisístrato extendió el control de Atenas hacia la entrada del mar Negro
dominando ambos lados del Helesponto; editó los libros de Homero y
empezó a construir en la Acrópolis para convertirla en maravilla del mundo.
Muchos poetas y dramaturgos del mundo griego llegaron a Atenas por el
apoyo y ayuda de otros tiranos, aun después de la muerte de Pisístrato en
527 a.C., con el gobierno de sus hijos Hiparco e Hipías. Hiparco fue
asesinado, e Hipías, rece loso, gobernó imponiendo el terror. Una rebelión
apoyada por Cleómenes, rey de Esparta, puso a Hipías en el exilio, y puso a
Clístenes como gobernante de Atenas, quien volvió a renovar el sistema
político de la democracia. Mogens Herman Hansen señala que fue Clístenes
quien introdujo la democracia directa en Atenas, en el año 507 a.C, al
derrocar al tirano Pisístrato e integrar un consejo de gobierno de 500
miembros, con lo cual estableció la primera forma de participación directa,
unifi cando la conciencia nacional en torno al Estado griego. Fue “una
auténtica forma de democracia directa, que alivió algunas de las tensiones
sociales y permitió realizaciones benéfi cas en todos los órdenes de la vida”
(UNAM, 1990: 76).
Años después, los atenienses pudieron derrotar a los persas en la batalla de
Maratón del 490 a.C. comenzando una hegemonía sobre todo el mar Egeo.
Después de Maratón, Atenas “dio nuevos pasos hacia la plena realización de
la democracia” (Asimov, 1998: 109); el más importante fue una votación
directa en la plaza donde los ciudadanos utilizaban pedazos de cerámica
(ostrakos), donde escribían el nombre de algún ciudadano no deseable; los
votos se colocaban en una urna y luego se contaban; la mayoría decidía que
determinado individuo fuera exiliado de la ciudad: el voto de destierro es
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llamado “ostracismo“. La primera vez que se usó el ostracismo fue en el 487
a.C. (contra un miembro de la familia de Pisístrato), pero la votación más
importante se dio cuando en 482 a.C. se utilizó para decidir entre Temístocles
y Arístides el Justo, sobre la manera de cómo hacer frente a la nueva
amenaza de los persas.
Pero la democracia directa, en muchas ocasiones, no resultaba en un
proceso simplemente espontáneo, debido a la influencia de los nobles o de
diversos funcionarios del gobierno, que querían hacer pesar su voz entre los
votos de los ciudadanos. La práctica popular directa de la constitución
ateniense se diluía en la práctica por el predominio informal sobre la
asamblea de los políticos profesionales, procedentes de las familias de la
ciudad tradicionalmente ricas y de alta cuna...
Atenas nunca produjo una teoría política democrática: prácticamente todos
los filósofos e historiadores áticos de alguna importancia tuvieron
convicciones oligárquicas. Aristóteles condensó la quintaesencia de sus
opiniones en su breve y significativa proscripción de los trabajadores
manuales de la ciudadanía del Estado ideal (Anderson, 1999: 34).
Ante la nueva amenaza de los persas que venían por tierra por la parte norte
continental, la sacerdotisa del oráculo de Delfos había dicho que “sólo la
muralla de madera quedaría sin conquistar”. Arístides pensó que se debería
construir una muralla de madera alrededor de la acrópolis. Temístocles
quería construir un nuevo tipo de barco, los trirremes, para hacer una flota
que fuera invencible; interpretaba que a eso se refería la sacerdotisa de
Delfos con la muralla de madera. Paralelamente, en el 483 a.C., se
descubrieron minas de plata al suroriente de Ática y con ello Temístocles
pregonó el uso de la plata para la construcción de los trirremes. El Ática tenía
en Laurión las minas de plata más ricas de Grecia. Extraído principalmente
por grandes grupos de esclavos –alrededor de 30,000-, el mineral de estas
minas financió la construcción de la flota ateniense que venció en Salamina a
los barcos persas. La plata ateniense fue, desde el principio, la condición del
poderío naval de Atenas” (Anderson, 1999: 35).
En el 482 a.C. se convocó a una votación de ostracismo entre Arístides y
Temístocles: Arístides perdió y fue desterrado mientras que Temístocles
quedó al frente de la defensa de Atenas. Jerjes en persona se acercaba con
un ejército de alrededor de 200.000 persas por el norte; había cruzado el
Helesponto, atravesó Tracia y llegó a Macedonia. “Mientras Jerjes
comenzaba la invasión, las ciudades griegas llegaron a unirse contra el
enemigo común como nunca lo habían hecho antes y como jamás volverían a
hacerlo. La unión griega se concretó en un congreso realizado en la ciudad
de Corinto en 481 a.C.” (Asimov, 1998: 114). Los fuertes de la confederación
eran Esparta y Atenas; el mando del ejército se le confi ó al espartano
Leónidas, quien para luchar contra los persas en pequeños contingentes los
esperó en el paso de las Termópilas, en Fócida, a unos 160 kilómetros al
noroeste de Atenas (ese paso, en ese tiempo, entre las montañas
escarpadas y el mar no tendría más de 15 metros). “En julio de 480 a.C., el
gran ejército de Jerjes se dirigió a las Termópilas; frente a él había solamente
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7.000 hombres bajo el mando de Leónidas, rey de Esparta” (Asimov, 1998:
116). Allí resistieron los griegos, pero los persas con ayuda de un traidor
focense descubrieron un estrecho camino por otro lado de la montaña y
acorralaron por detrás a los griegos. Leónidas dio la orden de huida para su
pequeño ejército, pero él y 300 espartanos y otros 700 beocios se quedaron y
murieron a manos de los persas. En el 480 a.C., “el ejército de Jerjes ocupó y
quemó la misma ciudad de Atenas.
Jerjes estaba en la Acrópolis” (Asimov, 1998: 117). Los atenienses habían
abandonado la ciudad; ellos y la flota de los trirremes estaban en el estrecho
entre el Ática y la isla de Salamina. Temístocles atrajo a la flota persa hacia
ese estrecho, y con ello los persas no pudieron utilizar todos sus barcos
contra la flota griega por lo angosto de las aguas, y por ello fueron hechos
pedazos por los trirremes. El rey persa se encontró con que en las aguas del
estrecho no podía usar toda su flota, sino que sólo podía enviar una parte de
sus barcos por vez. Los trirremes griegos eran mucho más ágiles y podían
girar, esquivarse y abalanzarse rápidamente, de modo que los barcos persas
fueron víctimas inermes de los griegos. “En la batalla de Salamina... (en el)
480 a.C. o alrededor de esa fecha, la flota persa fue destruida y Grecia se
salvó” (Asimov, 1998:119). Jerjes se volvió a Persia y dejó a su cuñado
Mardonio a cargo del resto de su ejército en Macedonia. Un año después, el
ejército persa de 150.000 hombres dirigidos por Mardonio se enfrentó a los
griegos dirigidos por Pausanias en la ciudad de Platea, en agosto del 479
a.C. Mardonio fue muerto y el resto de los persas huyeron y se volvieron a
Asia. Al mismo tiempo, también en la costa oriental del mar Egeo, los persas
fueron derrotados por los griegos; las ciudades griegas de Jonia recuperaron
su independencia como resultado de la batalla de Micala. El ejército
ateniense liberó toda la costa hasta la zona del Helesponto y el Bósforo en el
478 a.C., y con ello la guerra con Persia llegó a su fi n; todo el mar Egeo se
convirtió en dominación griega.
La fragilidad de las votaciones de ostracismo se llegó a mostrar cuando
algunos personajes fueron aclamados y tomados como héroes para
posteriormente, en otro momento, ser declarados traidores. Un ejemplo fue el
de Temístocles, quien, después de su gran victoria, fue perdiendo
popularidad y, en una votación de ostracismo frente a un nuevo líder, Cimón,
perdió y fue expulsado de Atenas; después, la misma ciudad de Atenas lo
declaró traidor y tuvo que abandonar Grecia; actualmente, sin embargo, se
encuentra una estatua suya en el Pireo. Semejante mala suerte corrieron
otros héroes griegos de esta época: Pausanias, rey de Esparta, quien había
derrotado a Mardonio y los persas en Platea, cayó en desgracia y fue
perseguido hasta su muerte por los propios espartanos; Leotíquidas, otro
héroe espartano en la batalla de Micala, fue encontrado culpable de sobornos
y desterrado; Milcíades, el gran héroe de Maratón, también cayó en
desgracia entre los atenienses después de la victoria sobre los persas.
También otro líder, Cimón, de Atenas, fue posteriormente desterrado con otra
votación de ostracismo en el 461 a.C. frente a Efi altes, quien subió al poder.
Las preferencias del pueblo, entonces, podían ser momentáneas para
convertirse, luego, en decepción y aborrecimiento.
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Desde el punto de vista social, hay que resaltar la contradicción entre, por un
lado, la constitución del nuevo imperio griego con la hegemonía ateniense en
toda la zona y, por otro, la persistencia del modelo democrático en
numerosas ciudades-estado.
El imperio ateniense que surgió a raíz de las guerras persas fue un sistema
esencialmente marítimo, destinado a subyugar coercitivamente a las
ciudades-Estado griegas del Egeo... El auge del poderío de Atenas en el
Egeo creó un orden político cuya verdadera función consistió en coordinar y
explotar las costas e islas ya urbanizadas por medio de un sistema de
tributos monetarios... En el momento de su esplendor, durante la década de
440, el sistema imperial ateniense abarcaba a unas 150 ciudades,
principalmente jónicas, que pagaban una suma anual en dinero al tesoro
central de Atenas y no podían mantener flotas propias (Anderson, 1999: 36).
Imperio y democracia pudieron coexistir en esa época. El sistema imperial
gozaba también de las simpatías de las clases más pobres de las ciudades
aliadas, porque la tutela ateniense signifi caba por lo general la instalación
local de regímenes democráticos, acordes con los de la propia ciudad
imperial, y la carga fi nanciera de los tributos recaía sobre las clases altas”
(Anderson, 1999: 37).
Frente a la posible amenaza de los persas, los atenienses tam- bién hicieron
importantes alianzas hasta llegar a la Confederación de Delos. El tesoro
central de la alianza fue depositado en Delos, a 160 kilómetros al sudeste de
Atenas; Temístocles seguía en el poder en Atenas y aplicó una nueva
interpretación a las “murallas de madera” del oráculo de Delfos: empezó a
construir murallas reales no en la Acrópolis sino alrededor de toda la ciudad y
fortifi có el puerto marino del Pireo, a 80 kilómetros de Atenas.
A mediados del siglo V a.C., llegó Pericles al poder en Atenas; era un espíritu
apasionado por el modelo de la democracia. Pericles había nacido en el 490
a.C., el año de la victoria en Maratón; su padre había luchado en Micala y era
de la familia de los Alcmeónidas; uno de sus maestros fue Zenón de Elea.
Pericles duró 30 años en el poder; “durante su gobierno, Atenas llegó a la
cúspide de su civilización y conoció la edad de oro” (Asimov, 1998: 135).
Construyó los “Largos muros” entre Atenas y el Pireo, en el 458 a.C.;
fortaleció Atenas y la embelleció. Encargó al escultor Fidias la construcción
de un templo en la Acrópolis, dedicado a la diosa Atenea, guardiana de la
ciudad: el templo fue llamado el Partenón, que se inició en el 447 a.C. y se
terminó en el 432 a.C. Dentro de la Acrópolis, también Fidias hizo una gran
estatua de madera de Atenea, cubierta de marfi l como piel y oro en los
vestidos; hizo otra estatua para Zeus, que se convirtió en una de las siete
maravillas del mundo, frente a la cual se realizaron algunas ceremonias de
los juegos olímpicos.
La edad de oro se expresó de esta manera en el siglo V a.C., teniendo sobre
todo como centro propulsor la ciudad-estado ateniense. Atenas se convirtió
en el centro cultural del mundo griego. Y también la fi losofía tomó un nuevo
rumbo... En Atenas, el interés comenzó a centrarse en el ser humano y en el
lugar de éste en la sociedad. En Atenas se iba desarrollando una democracia
11
con asamblea popular y tribunales de justicia (Gaarder, 1999: 74)
. Guerra, política y democracia
La época de “plata” en Grecia constituye el inicio de un período de
decadencia de las ciudades-estado, a partir precisamente del fin de la guerra
del Peloponeso, la destrucción de Atenas y la continuación de otras guerras
entre las diversas sociedades griegas. De manera simbólica, la muerte de
Sócrates en el 399 a.C. coincide con el comienzo de otro siglo y con el
surgimiento de un nuevo período. La guerra del Peloponeso (del 431 al 404
a.C.), de manera particular, fue relatada por Tucídides, un general ateniense
que fue exilado en el 423 a.C. Atenas trasladó el tesoro de la Confederación
de Delos a la misma ciudad de Atenas; de hecho era la época del imperio
ateniense, sobre todo porque Pericles extendió su poder en los mares. Pero
Esparta se recuperaba y junto con sus aliados enfrentó a los atenienses, a
partir de que los éforos, en 431 a.C. le declararon la guerra a Atenas. Las
ciudades más oligárquicas de la Grecia interior fueron encabezadas por
Esparta para enfrentar el dominio ateniense. En tierra, Pericles concentró a
los atenienses en “los largos muros” entre Atenas y el Pireo, y en mar
dominaba con la flota. Los espartanos arrasaban el Ática pero no conseguían
hacer daños fundamentales a Atenas.
A un año de la guerra, en un funeral público por los muertos en la guerra,
Pericles pronunció una oración fúnebre, que es el gran himno a la
democracia y la libertad, como lo relata Tucídides: “... considerada en
conjunto, nuestra ciudad es la maestra de Grecia. Nuestras instituciones no
imitan las leyes de otros. No copiamos a nuestros vecinos sino, más bien,
somos un ejemplo para ellos. Nuestro sistema es llamado democracia porque
respeta a la mayoría y no a unos pocos; pero aunque la ley asegura la
igualdad a todos en las disputas particulares, el reclamo de la excelencia
también es reconocido; y cuando un ciudadano se distingue de alguna
manera, él es generalmente preferido para el servicio público, no por
rotación, sino por su mérito” (Tucídides, citado por Brophy, 1998: 138).
Sin embargo, dentro de los largos muros de su ciudad, los atenienses fueron
golpeados por la peste en el 430 a.C.: murió el 20% de la población
incluyendo el mismo Pericles. Esparta fue favorecida en la guerra; su poder
avanzó hasta la península Calcídica y llegó hasta Anfípolis, ciudad que era
defendida por Tucídides. Este no se encontraba allí en ese momento y fue
culpado de la rendición de la ciudad, su pena fue el exilio y con ello tuvo la
oportunidad de escribir la historia sobre la guerra. Fue una época de sangre y
sufrimiento para toda Grecia, hasta que se fi rmó en el 421 a.C. la paz de
Nicias, el nombre del principal negociador ateniense. Pero el tratado de paz
tuvo poca repercusión porque se reanudaron pronto las hostilidades en el 418
a.C.: Nicias encabezó a los atenienses para enfrentar a Agis II de Esparta. La
futura derrota de Atenas se fue elaborando a partir de que Nicias elegió como
general de sus fuerzas a Alcibíades, de la familia de los Alcmeónidas, quien
con sus erradas estrategias y sus continuas traiciones, fue hundiendo la
fortaleza militar de los atenienses. Las derrotas de Atenas provocaron que se
agitara el descontento contra Nicias. Alcibíades, entonces, convocó a la
12
última votación democrática de ostracismo, pero para su sorpresa, él mismo
la perdió.
La batalla decisiva entre las flotas de Esparta y Atenas se libró en
Egospótamos, en Tracia, a favor de Esparta, en el 405 a.C. Esparta se
apoderó entonces de toda la región del norte del Egeo y llegó al Pireo, en 404
a.C.: fueron destruidos los largos muros lo mismo que la ciudad de Atenas; a
la que se le permitió sobrevivir pero bajo la dominación espartana y con la
adopción de una forma oligárquica de gobierno.
Sócrates vivió en todo este período (469 - 399 a.C.) de la guerra del
Peoloponeso, sobre todo en diversos momentos de restauración de la
democracia. En medio de todo el desastre de la guerra del Peloponeso,
discutió sobre el signifi cado de la virtud y la justicia, buscando dónde reside
la verdadera sabiduría. Reunía jóvenes, pero en vez de explicar, interrogaba
(la maiéutica) llevando la discusión para que los jóvenes descubrieran ellos
mismos la verdad. El oráculo de Delfos había dicho que Sócrates era el más
sabio de los hombres. Aristófanes, el satírico conservador (en su obra Las
Nubes, en 423 a.C.), acusaba a Sócrates de poner en tela de juicio la vieja
religión, de ser impío y corromper la juventud. De hecho, esas fueron las
razones que llevaron a Sócrates a juicio en el 399 a.C., donde fue condenado
a muerte, en forma democrática, por el tribunal de Atenas. “Un fi lósofo
romano –Cicerón– diría unos siglos más tarde, que Sócrates hizo que la
filosofía bajara del cielo a la tierra, y la dejó morar en las ciudades y la
introdujo en las casas, obligando a los seres humanos a pensar en la vida, en
las costumbres, en el bien y en el mal” (Gaarder, 1999: 81). Por ello mismo,
llegó a ser enjuiciado y condenado.
La decadencia se había engendrado ya con la guerra del Peloponeso y la
destrucción de Atenas, y se prolongó por los posteriores conflictos internos.
Ello fue el contexto para el surgimiento del poder macedonio venido primero
con Filipo II, y posteriormente con Alejandro el Grande. Sin embargo, hay que
tomar en cuenta que en esa época precisamente surgieron también las
grandes fi losofías de Platón, discípulo de Sócrates, y luego de Aristóteles
(muerto en el 322 a.C.).
Platón tiene tres textos fundamentales para el análisis social de su época: El
político, La República y Sobre las leyes. En su texto sobre la “República”,
Platón propone los lineamientos de la ciudad-estado ideal para la convivencia
en comunidad, donde los hombres y las mujeres son iguales por naturaleza,
pero donde solamente unos pocos, los fi lósofos, pueden ser los
gobernantes. Posteriormente, en vida de Aristóteles durante la última parte
del siglo IV a.C. se extendió el poder de Macedonia sobre toda Grecia,
especialmente con Alejandro, quien formó el más grande imperio de la
antigüedad, extendiendo la influencia griega hasta el Oriente. Muchos fi
lósofos de esa época y en siglos posteriores dejaron la política y se dedicaron
al análisis de la vida personal de los individuos: Antístines, Diógenes, Zenon
de Citio, Aristipo de Cirene, Epicuro, Aristófanes, etc.
Aristóteles murió un año después que Alejandro: había nacido en el 384 a.C.
13
en la ciudad de Estagira, en la Calcídica; es tudió con Platón y estuvo en la
Academia del 367 al 347 a.C.; la dejó después de la muerte de Platón.
Cuando Alejandro subió al trono, Aristóteles se fue a Atenas y fundó una
escuela llamada lukeoin, en honor a un templo dedicado a Apolo, el matador
de lobos: el Liceo. Se dedicó a la ciencia natural pero también a la ética, la
crítica literaria, la política, la lógica; sus mejores escritos son los relativos a la
biología. La Política de Aristóteles –junto con Ética para Nicómaco– es el
mejor texto para el análisis de las diversas constituciones que existían en las
diversas ciudades griegas. A partir de su profesión de biólogo, le dio gran
importancia a la observación y al trabajo empírico, de tal manera que, de ahí,
podía inducir diversas generalizaciones. Las formas de gobierno en Grecia
las simplificó en tres grandes modelos: la monarquía, la aristocracia y la
democracia. Desde su concepción, la naturaleza del hombre era ser político y
por ello todos los ciudadanos debían participar alternativamente en el
gobierno de la ciudad; todo ciudadano tenía derecho a formar parte en la
Asamblea para decidir los asuntos colectivos; con ello, Aristóteles muestra
una inclinación teórica hacia la democracia: “Si la libertad y la igualdad son,
como se asegura, las dos bases fundamentales de la democracia, cuanto
más completa sea esta igualdad en los derechos políticos, tanto más se
mantendrá la democracia en toda su pureza” (Aristóteles, 1993: 166).
Sin embargo, la democracia implica la participación de todos, incluso hasta
de los ciudadanos más pobres e ignorantes que pueden no estar al tanto de
las tareas de un Estado. Es por ello que Aristóteles terminó inclinándose por
los gobiernos aristocráticos, entendidos como los gobiernos de los mejores
ciudadanos, que podrán con mejor sabiduría dar la conducción adecuada a la
polis: Este hermoso nombre de aristocracia sólo se aplica verdaderamente
con toda exactitud al Estado compuesto de ciuda danos que son virtuosos en
toda la extensión de la palabra, y que no se limitan a tener sólo alguna virtud
en particular. Este Estado es el único en que el hombre de bien y el buen
ciudadano se confunden en una identidad absoluta (Idem: 170).
Dentro de las grandes desigualdades prácticas que hay entre los ciudadanos
de las diversas ciudades, Aristóteles se inclina por la teoría de las clases
medias, cuya consolidación es el mejor método para dar la estabilidad a
cualquier estado: La asociación política sobre todo es la mejor cuando la
forman ciudadanos de regular fortuna. Los estados bien administrados son
aquellos en que la clase media es más numerosa y más poderosa que las
otras dos reunidas... Si quieren que haya un poder que represente el interés
general, sólo podrán encontrarlo en la clase media (Idem: 178-9).
Platón y Aristóteles no consideraron la democracia como una forma ideal de
gobierno puesto que manifestaron su preferencia hacia el gobierno de los
mejores, fueran éstos expresados en una forma monárquica o aristocrática.
Pero si tomamos en cuenta el gran número de constituciones que Aristóteles
analizó en el siglo IV a.C., buen número de ellas estaban caracterizadas
como democráticas, simbolizando una unión ideal entre pueblo y gobierno
pero que en la práctica había resultado como una manera instrumental, un
método para resolver pacíficamente las diferencias entre los mismos
ciudadanos y una manera de que la población incidiera en las acciones del
14
gobierno, aceptando la regla matemática de la prioridad de un número mayor
sobre otro menor de votos; se tenía también en consideración que una
mayoría de ciudadanos podía llevar a los gobernantes a poner atención sobre
ciertas necesidades que ellos desconocían. En este sentido, lo que empezó a
funcionar entre los griegos, en el tránsito del siglo VI al V a.C. –antes de
Platón y Aristóteles–, fue un método para resolver grandes diferencias entre
los ciudadanos sobre los asuntos pú blicos que, de otra manera, hubieran
llevado a una gran división y ruptura dentro de la ciudad; los resultados
posteriores de varias experiencias fueron ambiguos y variados, sobre todo
cuando contempla uno la derrota de Atenas en la guerra del Peloponeso.
Si la palabra demos expresaba el conjunto de personas que viven en
comunidad ligados por intereses colectivos que se expresaban en
instituciones aceptadas por todos, entonces cuando se inventa la palabra
compuesta demos y kratos (fuerza, poder) a través de la expresión
democracia, lo que tenemos es el deseo de una forma de gobierno de una
comunidad en donde la participación de los ciudadanos es la clave
fundamental del funcionamiento de la polis (el espacio donde vive la
comunidad). Este último concepto también significa una comunidad de
ciudadanos unidos por una constitución, una serie de ordenamientos que es
la organización de las instituciones que rigen la vida de la misma comunidad.
Con la palabra democracia, en Grecia se ligaba necesariamente el concepto
de ciudadano y su derecho a participar en las decisiones colectivas; en
conjunto, democracia y ciudadanía existían a través de la política, que era la
vida colectiva donde gobierno y ciudadanos coincidían a través de las
decisiones de la Asamblea del Pueblo. Entonces no existía, como en
nuestras sociedades modernas, una división radical entre sociedad civil y
sociedad política; dividirlas, para los griegos, no tenía ningún sentido porque
en su esencia la ciudad era la polis.
Sin embargo, se puede notar que, en la época de Aristóteles, empezaron a
aparecer formas de representación a través de una democracia indirecta:
Aristóteles menciona en La Política, en el análisis de 158 constituciones
griegas, algunos casos en que la Asamblea escogía a los magistrados, pero
luego ellos tomaban todas las decisiones políticas para el gobierno de la
ciudad.
Si ahora nos preguntamos qué elementos fundamentales llegó a incluir la
práctica de la democracia griega, podemos señalar actividades como las
siguientes:
a. Un proceso de elección dentro de las tribus para que la voz de los demos
estuviera representada en las discusiones y decisiones del Consejo del
Pueblo.
b. Un proceso de elección directa como voz de todos los ciudadanos para
poder defi nir si un líder debía irse o no al ostracismo en caso de que no
gozara con la simpatía de la colectividad.
c. Participación continua de los ciudadanos en los asuntos públicos a través
de mecanismos institucionales aceptados por toda la comunidad. La práctica
principal era el debate público con argumentos para poder llegar a persuadir
a los otros.
15
d. Las principales decisiones se tomaban por simple mayoría en asambleas
que eran conformadas por varios cientos o por varios miles de ciudadanos.
e. La participación ciudadana podía ser de una manera pasiva (escuchar y
votar) o de una manera activa (propuestas habladas con discursos
argumentados), y por eso tal vez, en tiempos de Pericles se llegó a aceptar
que en diversos casos los ciudadanos fueran pagados por su actividad
política.
f. En varios períodos de la historia del siglo V, las rivalidades de los líderes
fueron decididas no por elección sino por la suerte. Esto se daba en el caso
de las magistraturas, responsabilidades en la conducción de la corte del
Pueblo, en donde se armaba una lista fi nal, de la cual el designado salía
simplemente por decisión de la fortuna.
El nivel de participación de los ciudadanos de Atenas en las decisiones de la
polis no tienen paralelo en la historia humana; el nivel actividad política, por
esencia, le pertenecía a todo ciudadano, y por ello Aristóteles llegó a decir:
“el ser humano es social (político) por naturaleza”. El aporte filosófico de la
democracia de Atenas está expuesto en el discurso de Pericles referido por
Tucídides: “El nombre de la democracia está basado en un gobierno que no
está en manos de unos pocos sino en los de la mayoría”. Pero Aristóteles
enfatiza otro aspecto de la constitución democrática: la libertad. Solamente
en un sistema de este tipo pueden los seres humanos vivir verdaderamente
libres: no se está sujeto a la decisión de un tirano porque se trata de un
gobierno elegido por el pueblo; y si hay cosas o instituciones que se quieran
cambiar, todo ciudadano tiene la plena libertad de hablar y convencer para
lograr los cambios adecuados.
Sin embargo, los postulados fi losófi cos del siglo IV a.C. en materia social
realizaron fuertes críticas a los gobiernos democráticos, particularmente
sobre la base del reclamo de los tebanos al rey Teseo: “¿Cómo puede una
ignorante multitud dirigir sabiamente el rumbo de una nación?” Si, además,
para el caso específico de Platón, el símbolo de la democracia fue la
ejecución de su maestro Sócrates, condenado por mayoría de votos a beber
la cicuta, su ideal de gobierno no podía ser la democracia sino la monarquía
o la aristocracia ilustrada, suponiendo que los gobernantes hubieran
avanzado en la fi losofía al mundo de las ideas. El mismo Aristóteles,
analizando las tres formas principales de gobierno (monarquía, aristocracia y
democracia) parece preferir el gobierno de unos pocos, suponiendo que
pueden ser los mejores ciudadanos y no la generalidad de un pueblo que no
tiene alta educación.
Otro problema empírico fue la realización misma de la democracia a través
de una serie de manipulaciones posibles por aquellos que empezaban a
profesionalizarse en la política. La práctica popular directa de la constitución
ateniense se diluía en la práctica por el predominio informal sobre la
asamblea de los políticos profesionales, procedentes de las familias de la
ciudad tradicionalmente ricas y de alta cuna...
Atenas nunca produjo una teoría política democrática: prácticamente todos
los fi lósofos e historiadores áticos de alguna importancia tuvieron
16
convicciones oligárquicas. Aristóteles condensó la quintaesencia de sus
opiniones en su breve y significativa proscripción de los trabajadores
manuales de la ciudadanía del Estado ideal (Anderson, 1999: 34).
.
Luces y sombras de la herencia política de Grecia
Existe una gran herencia cultural de la civilización griega, que se muestra
sobre todo en los impresionantes monumentos, en las ciencias naturales, en
la literatura, en el pensamiento filosófico occidental y en numerosas
etimologías griegas dentro de diversos lenguajes modernos. Las palabras
griegas se entremezclan, por ejemplo en el español, para dejar un legado no
sólo en el aspecto lingüístico, sino también una carga cultural que todavía no
hemos asimilado en la profundidad de su contenido. Palabras de la
etimología griega como democracia, antropología, economía, teología, fi
losofía, diálogo, política, etc. nos recuerdan la herencia de esas sociedades
antiguas que todavía siguen presentes sobre todo en la cultura occidental.
Sin embargo, cultura en el sentido griego, como dice Werner Jaeger, no es
solamente la totalidad de manifestaciones y formas de vida que caracterizan
un pueblo, que sería un concepto descriptivo y trivial, sino paideia, como un
alto concepto del valor de la vida en sociedad y un ideal consciente. En forma
de paideia, de cultura, consideraron los griegos la totalidad de su obra
creadora en relación con otros pueblos de la Antigüedad, de los cuales fueron
herederos. Incluso el propio Augusto concibió la misión del Imperio romano
en función de la idea de la cultura griega. Sin la idea griega de cultura no
hubiera existido la Antigüedad como unidad histórica ni el mundo de la cultura
occidental” (Jaeger, 1957: 6).
La paideia griega permanece entonces no solamente como una herencia,
sino también como un ideal de humanidad en muchos de sus aspectos. La
civilización de Grecia, especialmente en su forma ateniense, estuvo fundada
sobre los ideales de libertad, optimismo, secularismo, racionalismo, belleza
mesurada, la glorificación del cuerpo y la mente y sobre una alta
consideración por la dignidad y el valor del individuo. La cultura de los griegos
fue la primera en el Occidente que estuvo basada sobre la primacía del
intelecto; no había temática de la que tuvieran miedo de investigar” (Lerner et
al., 1998: 121). Con la paideia se vincula también el concepto de polis, de
donde surge la politeia de Platón y la política de Aristóteles: un concepto que
proporciona la raíz de nuestra política contemporánea pero que difi ere
mucho en su signifi cado debido a las responsabilidades de todo ciudadano
griego en la conducción del gobierno de su comunidad, sin dejar tal
responsabilidad sólo a los gobernantes; en boca de Pericles, Tucídides pone
estas palabras en el siglo V a.C.: “todos cuidan de igual modo de las cosas
de la república que tocan al bien común, como de las suyas propias; y
ocupados en sus negocios particulares, procuran estar enterados de los del
común” (Tucídides, 1998: 85). De esta manera, se puede afirmar con mucha
claridad que muy mal va a funcionar una democracia y una república con
ciudadanos no educados en la paideia; en otras palabras, ciudadanos sin
educación muy poco podrán garantizar un modelo democrático.
17
Lo que hay que reconocer, sin embargo –y por ello nunca hay que acceder a
la historia en forma acrítica–, son los otros aspectos del mundo griego que,
desde la perspectiva del mundo contemporáneo, tienen que verse como algo
totalmente negativo cuando vemos, en muchas ocasiones, ciertas visiones de
la ciudadanía contemporánea en modelos democráticos. Algunos de esos
puntos negros pueden ser los siguientes: la esclavitud (a la que consideraban
como natural), cuyos miembros estuvieron sujetos a un tratamiento brutal en
las minas, por ejemplo; el sistema represivo de los hombres y los esposos
sobre las mujeres; la sujeción que ejercieron ciertas ciudades como Esparta –
e incluso la misma Atenas– sobre las comunidades vecinas. El mismo caso
de la muerte de Sócrates por la decisión de un juicio formalmente
democrático puede considerarse como un signo de intolerancia ante alguien
que expresaba y compartía sus ideas con los jóvenes atenienses; en este
caso dramático podríamos aplicar la versión de Tocqueville sobre la
“dictadura de las mayorías”. Por otro lado, entre los puntos negros de la
sociedad griega, se puede observar como tradición una profunda misoginia
en las distintas épocas. Un antecedente se encuentra en Semó- nides, poeta
griego del siglo VII a.C., que en su obra Dios hizo diferentes a las mujeres,
las compara con diversos animales (zorras, perras, cochinas y comadrejas) y
afi rma en su Poema sobre las mujeres: “las mujeres son la peor plaga que
Zeus ha creado... El hombre que vive con una mujer no puede pasar el día
completo con alegría” (Brophy et al, 1998: 129). Hesíodo, en Los trabajos y
los días, en el mismo período de tiempo, menciona que “quien se fía de una
mujer, se fía de ladrones”; el mismo Hesíodo encontró en el mito de Pandora
“la triste y vulgar creencia, ajena al pensamiento caballeresco, de la mujer
como origen de todos los males” (Jaeger, 1957: 70). Esquilo, en Las
Euménides, por boca de Apolo, llega a decir: “No es la madre la que
engendra al niño que da al mundo: nodriza solamente es, que recibe y nutre
el germen que en ella se siembra. Es el padre el que engendra al fecundarla.
Ella es una extraña que recibe el don que se conserva”. Opinión semejante
se conserva en uno de los personajes de la tragedia de Medea, de Eurípides:
“Convendría que los mortales procreasen hijos por otros medios, y que no
hubiese mujeres, y así se verían libres de todo mal...” El fi lósofo Demócrito,
por su lado, afi rma que “ser dominado por mujer es, para el varón, la injuria
más extremada” (García, 1991: 359). Se puede ver claramente que con este
tipo de educación y cultura, nunca podrá funcionar bien un modelo
democrático.
En este aspecto, también hay que señalar sin embargo, que, con bastante
fortuna y de forma contrastante con la misoginia generalizada en las
sociedades griegas, Platón, con otra visión, en su diálogo sobre la República,
se imaginó la ciudad ideal no sólo formada con hombres sino incluyendo
plenamente a las mujeres, considerándolas parte de la ciudadanía y
partiendo del elemento clave de la educación:
No hay propiamente en un Estado ninguna profesión que afecte
exclusivamente al hombre o a la mujer por razón de su sexo; que, habiendo
repartido la naturaleza las mismas facultades entre los dos sexos, todos los
empleos pertenecen en común a los dos... La naturaleza de la mujer es, por
consiguiente, tan indicada para la custodia de un Estado como la del
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hombre.... (Platón, 1991: 516). Pero el punto partida de cualquier sociedad
para su forma adecuada de gobierno se encuentra en la educación. Y
entonces, si todo en la sociedad es cuestión de educación, hay que adiestrar
a la mujer, lo mismo que al hombre, en música, gimnasia y fi losofía, como
fundamento para la participación igualitaria.
Por otro lado, paralelo al creciente uso de los esclavos, se empezó a imponer
la concepción del trabajo como algo degradante para los ciudadanos. Para
Platón, por ejemplo, “el trabajo es algo ajeno a los valores humanos y en
algunos aspectos incluso parece ser la antítesis de lo que es esencial al
hombre” (Vernant, citado en Anderson, 1999: 21). Se está refiriendo sobre
todo al trabajo manual y físico, que, por ello, era dejado para ser realizado
por los esclavos. La esclavitud fue esencial para el desarrollo de la
civilización griega; sin ella, no habría podido existir el ocio de los ciudadanos,
muchos de los cuales dedicaron el tiempo a la fi losofía y a las ciencias en
general; los gobernantes de las ciudades tuvieron que recurrir en muchas
ocasiones a la importación de esclavos –en su mayoría tracios, frigios y
sirios.
En el siglo V, durante el apogeo de la polis clásica, Atenas, Corinto, Egina y
prácticamente todas las ciudades de alguna importancia tenían una
numerosa población esclava que con frecuencia superaba a la de ciudadanos
libres... la esclavitud no era, por supuesto, una mera necesidad económica,
sino que era vital para el conjunto de la vida social y política de los
ciudadanos. La polis clásica estaba basada en el nuevo descubrimiento
conceptual de la libertad, posibilitado por la institución sistemática de la
esclavitud; frente a los trabajadores esclavos, el ciudadano libre aparecía
ahora en todo su esplendor. Las primeras instituciones democráticas de la
Grecia clásica aparecieron en Quíos a mediados del siglo VI; la tradición afi
rma también que Quíos fue la primera ciudad griega que importó en gran
escala esclavos procedentes del bárbaro Oriente (Anderson, 1999: 31). En el
siglo V quizá hubiera en Atenas de 80,000 a 100,000 esclavos por unos
30,000 o 40,0000 ciudadanos (Anderson, 1999: 33).
Dentro de la fi losofía política de Aristóteles, se llegó a considerar la división
entre amo y esclavo como algo surgido de la propia naturaleza, de tal manera
que el fi lósofo llega a aseverar, en su texto sobre la “Política”, que unos han
nacido para mandar y otros para obedecer. Sin embargo, si retrocedemos a
los tiempos de Hesíodo, a fi nales del siglo VIII a.C., la descripción que hacía
en Los trabajos y los días nos revela una gran valoración del trabajo en la
vida campesina de la época antes del crecimiento de la escla vitud. Para
Jaeger, sin embargo, en ese contexto, por ejemplo, Grecia fue “la cuna de la
humanidad que sitúa en lo más alto la estimación del trabajo” (Jaeger, 1957:
67); opinión que tal vez resulta un poco exagerada, puesto que el mismo
Hesíodo, conocedor de la pesadez de la vida de trabajo de los campesinos,
encontró en el mito de Prometeo “la solución al problema de las fatigas y los
trabajos de la vida humana” (Jaeger, 1957: 70).
A pesar de los puntos negros de la historia de Grecia, la pai- deia se sigue
reafi rmando más allá de veinticuatro siglos posteriores recorridos por la
19
humanidad. Ningún otro pueblo ha creado por sí mismo formas de espíritu
paralelas a la mayoría de las de la literatura griega posterior. De ella nos
vienen la tragedia, la comedia, el tratado filosófico, el diálogo, el tratado
científi co sistemático, la historia crítica, la biografía, la oratoria jurídica y
encomiástica, la descripción de viajes, las memorias, las colecciones de
cartas, las confesiones y los ensayos (Jaeger, 1957:50). Y habría que ponerlo
de manera explícita: fueron los griegos los que inventaron la palabra
democracia, que hoy en día se ha convertido en un modelo deseable para
numerosas naciones, aun sin entender con plenitud, en muchas ocasiones,
su o sus diversos signifi cados.
Grecia, después de su edad de plata, llegó a convertirse en una provincia de
Roma, cuando los romanos transformaban su república en un imperio con
Octaviano Augusto en el siglo I a.C. Pero la herencia de los griegos fue
conservada y cultivada por numerosos romanos, aun cuando la propia Roma
dejaba su propia secuela cultural a la posteridad.
De esta forma, los romanos hicieron tres grandes aportes a la civilización
occidental: primero, la forma como nos trasmitieron la paideia griega;
segundo, la experiencia histórica de la constitución de la república (del siglo
VI al I a.C.) con sus leyes y el desarrollo de los comicios y, tercero, la
propiaherencia cívico-cultural romana a través de personajes como Virgilio,
Horacio, Cicerón, Tito Livio, Séneca, etc., donde se manifiestan excelsas
expresiones literarias ligadas muchas de ellas a la concepción de una
“ciudad” vinculada estructuralmente a la comunidad de hombres y mujeres
regidos por las leyes para el bien común.
La civilización romana ejerció una gran influencia sobre las culturas
posteriores. La forma de la arquitectura romana fue preservada en la
arquitectura eclesiástica de la Edad Media... La ley de los grandes juristas
llegó a ser una parte importante del código Justiniano y se pasó luego a la
Edad Media y los tiempos modernos... Los sistemas legales de casi todos los
países del continente europeo han incorporado mucho de la ley romana. Este
tipo de ley fue uno de los más grandes logros de los romanos, reflejando su
genio para gobernar un extenso y diverso imperio... La organización de la
Iglesia Católica se adaptó a la estructura del estado romano... Pero una de
las más importantes contribuciones de Roma para el futuro fue la trasmisión
de la civilización griega a Europa Occidental... Roma trajo las ciudades
griegas y las ideas griegas, y sobre todo las concepciones de la libertad
humana de la autonomía individual que se desarrollaron acorde con el
desarrollo de la vida urbana, altamente diferenciada... La historia de Roma es
el comienzo real de la historia occidental (Lerner et al., 1998: 185-6).
Habría que decir algo semejante a lo afi rmado sobre los griegos; la
admiración por la grandeza de la cultura romana no signifi ca una aceptación
unilateral de muchos puntos negros de su historia. El mismo Cicerón (Cfr. De
re publica; De legibus) lamentaba en el siglo I a.C. la terrible transición de la
república a la centralización de poderes en el César como una forma
autoritaria de poder sobre la sociedad, que debía ser rechazada. La práctica
romana de la conquista, explotación y opresión sobre los pueblos
20
conquistados tampoco puede ser alabada en los tiempos modernos, aunque
muchos analistas sigan estudiando y sacando provecho de su arte de la
guerra. La esclavitud también fue un sistema jamás cuestionado que continuó
a partir de la vida misma de los griegos, y que fue severamente reprimido
cuando existieron escasos intentos de flexibilización, a partir, por ejemplo, de
la rebelión de Espartaco.
.
De la democracia griega a la democracia moderna
En la historia de Occidente, los romanos, sobre todo en la etapa de la
República, rescataron el modelo del gobierno del pueblo después de que se
abolió la fi gura de los reyes. Todos los ciudadanos incluyendo la plebis
podían participar en la designación de los gobernantes y en la elaboración de
las leyes a través de los comicios. Del siglo IV al siglo I a.C., Roma vivió una
etapa gloriosa en la formulación del modelo republicano pero que fue
desterrándose, a pesar de las advertencias de Cicerón, a través de la
dictadura de Julio César y, de manera oficial, por Octaviano Augusto en el
año 29 a.C. para transitar a la etapa del Imperio. Sin embargo, el texto de
Cicerón De re publica, que nos ha llegado inconcluso, se ha convertido en un
modelo ideal donde el pueblo puede aspirar a ejercer el poder a través de sus
gobernantes.
Pero la historia olvidó por muchos siglos el modelo democrático de los
griegos y la república de los romanos, particularmente durante todo el periodo
del feudalismo en Europa, caracterizado por una visión vertical y autocrática.
Solamente la transición a la época moderna en el siglo XVI nos empezó a
ofrecer una nueva fi losofía social sobre la intervención del pueblo en los
asuntos del gobierno, en el contexto del surgimiento de las ciencias naturales
de Copérnico y Galileo. Primero apareció la visión de Maquiavelo sobre la
política y el Estado en donde una cosa son los príncipes o gobernan tes yotra
cosa son el pueblo y los gobernados. La política de Maquiavelo está lejos de
la concepción griega sobre el interés colectivo de la comunidad, para
convertirse en una lucha por el poder en donde todo se decide por la astucia
o la fuerza del príncipe; sin embargo, el mismo Maquiavelo no deja de
reflexionar sobre las décadas de Tito Livio y la vida republicana de Roma.
Sin embargo, fue Jean Bodin quien, a fi nales del mismo siglo XVI, habiendo
estudiado la época de la república romana, puso su atención por primera vez
en algunos ejemplos históricos de cantones suizos en donde el gobierno se
regía a través de asambleas; esas experiencias le recordaron el modelo de la
democracia griega. Sin embargo, aunque eran los tiempos del surgimiento
del humanismo, del protestantismo y de las ciencias naturales, también fue el
tiempo de la contrarreforma religiosa y de la inquisición.
En el siglo XVII, en Europa, encontramos finalmente el reencuentro con la
democracia griega en la época moderna. Hay quienes, por ejemplo, han
llamado a Francisco Suárez (1548-1617) el padre de la democracia moderna
debido a lo inspirador de su filosofía política, particularmente en su texto De
legibus, donde menciona que la autoridad para la ley civil viene de Dios pero
a través de la gente, y con ello enfrentaba la teoría del poder divino que
21
muchos le atribuían a los reyes; uno de sus textos Defensio fidei catholicae
fue quemado por orden del rey de Inglaterra.
Sin embargo, quien retomó de manera explícita el tema de la democracia
aplicándolo a las sociedades modernas –dominadas en ese tiempo por el
estado absolutista– fue Baruch Spinoza (1632-1677): se basaba en una
explicación racional y en el contexto de la experiencia histórica inglesa, en
donde la guerra civil entre el parlamento y el rey Carlos I, entre 1640 y 1648,
llevó a la derrota de éste último, a su juicio y a su decapitación.
Spinoza dice en su Tratado teológico-político: “Todo el mundo desea vivir en
la medida de lo posible en seguridad, más allá del alcance del miedo, y eso
sería enteramente imposible mientras cada uno hiciese todo cuanto le
agradase... los hombres tienen que llegar necesariamente a un acuerdo para
vivir juntos tan bien y tan seguramente como les sea posible”; el pacto social
descansa en el interés ilustrado. Los individuos entregan sus derechos
naturales al poder soberano, el cual impone mandatos; es en el poder donde
se apoya la autoridad política; si el poder desaparece, se esfuma la
pretensión de autoridad. Pero si bien, para vivir en sociedad, el ser humano
tiene que ajustarse a determinadas leyes, una vida conforme a la razón
jamás podrá justificar un gobierno tiránico: “nadie puede conservar mucho
tiempo un mando tiránico” (Spinoza, 1999). Él discute las tres formas
generales de dominación de un Estado que Aristóteles ya había mencionado
antiguamente: la monarquía, la aristocracia y la democracia, y afi rma que el
Estado más racional es el más libre. El fi n del ser humano es “vivir con pleno
consentimiento bajo la entera guía de la razón”, y esa clase de vida se
asegura del mejor modo en una democracia, la cual “puede definirse como
una sociedad que ejerce todo su poder como un todo”. La democracia es “de
todas las formas de gobierno la más natural y la más consonante con la
libertad individual. En ella nadie transfi ere su derecho natural de modo tan
absoluto que deje de tener voz en los asuntos; solamente los cede a la
mayoría de una sociedad de la que él es una unidad”. En una democracia, las
órdenes irracionales son menos de temer que en cualquier otra forma de
constitución, porque “es casi imposible que la mayoría de un pueblo,
especialmente si es una gran mayoría, convenga en un designio irracional”.
Sin embargo, el cuidado del bienestar público puede poner ciertos límites a la
libertad individual, aunque, en términos de libertad de expresión, la discusión
racional y la crítica hacen más bien que mal. “La libertad es absolutamente
necesaria pa ra el progreso en las ciencias y las artes liberales”; esa libertad
se asegura mejor en una democracia, que es “la más natural de las formas
de gobierno”, en la cual “cada uno se somete al control de la autoridad sobre
sus acciones, pero no sobre su juicio o su razón”.
Con estas consideraciones, la fi losofía se convierte en una propuesta
libertaria, especialmente en una sociedad dominada por el estado absolutista
que partía del principio de que el soberano monarca tomaba su poder terrenal
del poder divino de Dios. Este fue el planteamiento fundamental de la
Ilustración y del proyecto de la Enciclopedia de Diderot: al cuestionar que el
monarca y gobernante esté puesto por Dios, de manera racional hay que
22
preguntarse quién lo ha puesto en la cima de la sociedad. Si el gobernante
está puesto para gobernar a los ciudadanos, éstos de manera natural tienen
voz y decisión para influir en quién puede serlo.
La principal característica del pensamiento democrático se va a encontrar en
el valor de la libertad individual, que otorga a los ciudadanos de una nación el
derecho a decidir y dirigir sus propios asuntos, la igualdad de todos los
individuos ante la ley, la posibilidad de elegir a los gobernantes. Como
movimiento ideológico, el liberalismo democrático se expresó claramente en
los planteamientos de la Ilustración, en los documentos históricos de la
independencia estadounidense y en la declaración de los derechos del
hombre y del ciudadano posterior al estallido de la Revolución Francesa. Por
todo ello, la filosofía del liberalismo salió triunfante en el siglo XIX, logrando
pasar del estado absolutista a los actuales modelos europeos de la
democracia representativa. Con ello, se dio una superación trascendente en
relación a la práctica de la democracia griega: todos los hombres son iguales
por naturaleza y son considerados como ciudadanos iguales ante la ley,
incluyendo entonces tanto a quienes antes eran considerados como esclavos
como a las mujeres.
La democracia griega había sido muy selectiva: primero solamente podían
influir en las tareas públicas los ciudadanos varones que poseían un alto
grado de riqueza productiva, después limitaron ese derecho solamente a los
varones adultos, excluyendo totalmente a los esclavos y a las mujeres. La
democracia representativa moderna ha avanzado legalmente en términos de
igualdad de todos los seres humanos, incluyendo a los antes considerados
esclavos y las mujeres en un proceso que todavía está consolidándose en el
siglo XX y XXI. Sin embargo, el contexto de la lucha contra el estado
absolutista, fundamentalmente a través de la experiencia de la Revolución
Francesa, ha llevado a concebir la democracia solamente en el ámbito
electoral, posibilitando luego a todo ciudadano el voto sobre sus autoridades.
La democracia moderna ha avanzado notablemente en la igualdad de los
ciudadanos y en la necesidad de los procesos electorales para elegir a los
gobernantes. Actualmente, cuando se habla de que un país ha logrado una
transición a la democracia, se señala casi exclusivamente la realización de
elecciones.
Un ejemplo es el caso de América Latina, en donde hace treinta años casi
todos los gobiernos habían surgido de golpes militares; al terminar el siglo
XX, se menciona, el subcontinente ha entrado a la democracia debido a que
en casi todas las naciones hay gobiernos civiles surgidos de procesos
electorales. Pero el pensador hindú Amartya Sen nos recuerda que la
democracia contemporánea no puede reducirse solamente a procesos
electorales, sino que debe incluir el debate público y el fortalecimiento de las
capacidades de los sujetos; tanto él como Castoriadis insisten en otros
elementos fundamentales que practicaban los griegos: la participación
constante, la tolerancia y la necesidad de continuos debates para lograr
consensos, basados en la razón pública. Estas características coinciden con
una concepción que hemos perdido: que la vida ciudadana y la vida política
se identificaban. La sociedad civil para los griegos era lo mismo que sociedad
23
política debido precisamente a que la participación en las decisiones de la
comunidad surgía del concepto mismo de ciudadano; ser humano era ser
sociable, era ser político. Pero en el mundo contemporáneo la sociedad
política se ha alejado notablemente de la sociedad civil, a tal punto que el
nivel de la práctica de la política moderna provoca repulsión a los
ciudadanos; política parece sinónimo de corrupción y lucha de grupos por
porciones de poder, en donde lo que menos importa ya son los intereses de
la comunidad; los mismos partidos políticos, que se dicen representar a la
población, viven una situación de alejamiento de los intereses de la
ciudadanía. Aquí tendríamos que recoger la herencia antigua: los ciudadanos
tenemos que hacernos cargo de la política.
La III Cumbre de Jefes de Gobierno de América Latina y el Caribe con la
Unión Europea (ALCUE), por ejemplo, realizada en Guadalajara a fi nales del
mes de mayo de 2004, nos ha dejado numerosas interrogantes para los
procesos democráti- cos. Europa se llevó una gran preocupación: una gran
cantidad de latinoamericanos se está sintiendo decepcionada de la
democracia y desearían gobiernos totalitarios con tal de que les
proporcionaran mayores niveles de bienestar social. La época de los
gobiernos militares dictatoriales fue sufriendo una lenta transformación de
transición a la democracia en donde podemos observar que, al llegar el siglo
XXI, el continente tiene gobiernos casi en su totalidad procedentes de
procesos electorales. Ello, sin embargo, no ha producido estabilidad ni a
nuestras instituciones ni a nuestras economías; esta realidad es la que
actualmente preocupa hondamente la mentalidad contemporánea con
grandes interrogantes: ¿pueden los modelos democráticos ser sinónimos de
un sistema deseable que repercuta en benefi cios tangibles para la
población? Pasar del estado absolutista o del presidencialismo y militarismo a
gobiernos electos democráticamente ¿puede estar significando una gran
decepción de la democracia, cuando vemos que gobiernos como el de
Argentina en 1999, el de México en 2000, el de Perú en 1990 y en el 2001, el
de Ecuador en 2003 etc.... fueron electos con la participación de cerca del
70% de la población y sin embargo están cayendo en un gran descrédito y
desconfianza con el paso de los años?
El gran reto del momento presente es la profundización de la democracia al
estilo de la concepción griega en donde signifi caba, más allá de las
elecciones, un espíritu de debate público y participación ciudadana en las
decisiones del estado. Ya no debemos tomar en cuenta las grandes
limitaciones griegas propias de su tiempo, al haber dejado fuera a esclavos y
mujeres; hay que atender mejor al gran legado histórico que es la identifi
cación del ciudadano con la política, y la necesidad de que éstos estén mejor
educados para poder tomar las mejores decisiones; hay que reafi rmar la
participación en procesos electorales porque no podemos permitir que
lademocracia se convierta en el método pacífi co mediante el cual las elites
escogen a quienes deben seguirse enriqueciendo. El gran signifi cado de la
democracia estaba en la responsabilidad colectiva de cada ciudadano para
influir en las decisiones de sus comunidades.
.
Consideraciones finales
24
Resaltando especialmente las luces de la civilización griega en lo relativo a la
ciudadanía y la práctica de la democracia, y haciendo relación con la parte
positiva de la herencia romana –considerando el texto De re publica, de
Cicerón–, podemos decir que hay un legado muy antiguo que todavía está
por construir en nuestras sociedades contemporáneas: la democracia y la
república no son solamente un ideal platónico sino una experiencia histórica,
aunque con grandes lagunas. En las experiencias históricas tan variadas de
las sociedades contemporáneas, el modelo democrático todavía tiene
numerosos aspectos que deben llevarse a la práctica porque no se trata
solamente de una “democracia sin adjetivos”: la actual lucha por la autonomía
de poderes, el esfuerzo por la realización de comicios legítimos y creíbles, el
deseo de que la sociedad se rija de manera efectiva por las leyes, la
intervención de la población en ciertas decisiones que afectan el destino de
toda la nación, una repartición más equitativa de la riqueza, etc. La
concepción y práctica de la democracia griega y el tema de la construcción
de la república en Roma nos ofrecen todavía hoy un elemento propositivo
para el debate sobre la forma democrática de las sociedades modernas que
queremos construir en el mundo del siglo XXI.
Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que el legado democrático de los
griegos no está propiamente en un idealismo democrático sino en una
“democracia real”, utilizando esta diferencia de conceptos que hace José
Antonio Crespo (Cfr. Crespo, en Metapolítica, 2001: 39). Aunque existe
ciertamente ese elemento importante de ciudadanía aplicado por igual a los
hombres y mujeres en la sociedad ideal de Platón –que debe rescatarse en
los tiempos actuales como parte del realismo democrático–, una de las
mayores aportaciones de los griegos se centra en la democracia directa,
aplicada no solamente para la elección de los gobernantes sino sobre todo
para las decisiones que afectaban constantemente el destino cotidiano de la
ciudad. Hay que tener en cuenta que ello era posible sobre todo a partir de la
existencia de comunidades con un número de ciudadanos no demasiado
grande; cuando las comunidades fueron numerosas y dispersas como lo fue
el caso de los romanos (en la etapa de la república), tuvo que aparecer la
democracia representativa (de las tribus, de las centurias, etc.), aunque
eventualmente aceptaban también la fórmula del plebiscito que ellos
inventaron.
La democracia directa de los griegos tenía sus grandes pro- blemas y
complejidades. A pesar de la afi rmación tan tajante de Aristóteles sobre la
cualidad “política” de todo ser humano, era necesario tener en cuenta la
desigualdad de facto entre los ciudadanos tanto en riqueza y poder como en
habilidades particulares. Una manera de subsanar esa realidad eran
ciertamente, por un lado, las medidas públicas del estado para favorecer a
las clases medias y, por otro, la insistencia fundamental en la educación de
todos los individuos reconocidos por la comunidad (la paideia entendida
como cultura y educación).
Pero, en la práctica, no se pueden dejar de tener en cuenta las múltiples
maneras de algunos para influir en la opinión general de los ciudadanos en
25
los momentos cuando se acercaban las votaciones. De la misma manera,
con la decisión mayoritaria sobre la sentencia de muerte a Sócrates, tampoco
se puede dejar de pensar que las mayorías, aun las que estudian seriamente
y con cuidado los asuntos del Estado, pueden ciertamente equivocarse de
una manera tan contundente. Además, durante la guerra del Peloponeso,
diversas decisiones sobre la ciudad continuaron siendo tomadas a través de
la democracia directa, pero ello no quita lo equivocado que resultó la
prolongada guerra fratricida entre los griegos. En este sentido, si vale la
extrapolación hacia el tiempo contemporáneo, la guerra contra Irak decidida
por el gobierno de los Estados Unidos en el 2003, cumplió, al interior de la
sociedad estadounidense, las reglas de la democracia formal, al tener
también el respaldo mayoritario de los ciudadanos norteamericanos y las
instituciones del país; sin embargo, es muy difícil afi rmar –sobre todo fuera
de los Estados Unidos– que el mundo de la posguerra con Irak es más
seguro con la dominación estadounidense y mucho menos de que ha
resultado en benefi cio explícito de toda la población norteamericana y
mundial. En la mitología griega, cuando los hombres de Atenas se reunieron
después de decidir el nombre de la ciudad, también decidieron
democráticamente entre ellos que en adelante las mujeres serían excluidas
de las decisiones posteriores sobre los asuntos de la ciudad; hay, entonces,
mayorías que pueden convertirse en tiránicas.
Actualmente, a diferencia de las preferencias teóricas de Platón y Aristóteles
a favor del modelo aristocrático, podemos decir que el sistema democrático
de gobierno ha ido ganando un consenso cada vez más grande en la
comunidad de naciones, aunque exista en muchos casos la necesidad de
ponerle algún otro adjetivo para que la discusión nos aclare lo que se quiere
decir con este modelo. Con los griegos, sin llegar a la discusión sobre el
problema de los valores, podríamos quedarnos con la democracia en sus
rasgos fundamentales de funcionamiento: estamos hablando de “una
determinada forma de gobierno, es decir, un determinado modelo de
regulación de la convivencia política de una sociedad concreta, que se manifi
esta en una serie de normas, instituciones y actividades políticas” (Jáuregui,
1994: 19). Como tal, habría que aceptar mínimamente que las autoridades de
un gobierno nacional, de una comunidad, no pueden imponerse de manera
arbitraria sino mediante la consulta y decisión de los ciudadanos; para ello,
debe existir una serie de instituciones que garanticen que realmente los
ciudadanos puedan votar y que exista un sistema de conteo creíble de los
votos. Siguiendo la experiencia griega, habría que decir también que la
democracia no se reducía solamente a la fecha de la elección de los
gobernantes sino sobre todo a los momentos de las grandes decisiones del
Estado que afectaban la vida de los ciudadanos en tiempos de paz y en
tiempos de guerra. Este último rasgo ciertamente no se ha manifestado de
manera uniforme en las sociedades modernas puesto que solamente
tenemos en algunas de ellas la aceptación de foros de consulta, la iniciativa
popular, el plebiscito y el referéndum, el juicio político, etc.
Dice Crespo que “la democracia real es la que mal que bien ha operado en
varios países a lo largo de la historia, y la que pese a sus defectos y
limitaciones contribuye mejor que otras formas de gobierno a prevenir,
26
contener y, en su caso, castigar el abuso del poder por parte de gobernantes
y autoridades” (Metapolítica, 2001: 39). Conforme a este postulado,
quedémonos en este momento, a partir de la experiencia de los griegos, en
algunos pocos adjetivos de la forma democrática de una sociedad: signifi ca
tener elecciones legítimas de los gobernantes por una comunidad de
ciudadanos; significa también que hay que buscar formas de participación de
los mismos ciudadanos en las decisiones importantes del Estado que afectan
el destino de la población; significa, en tercer lugar, también una atención
prioritaria del Estado para que los ciudadanos se puedan ir educando,
adquiriendo una mejor cultura política de participación en los asuntos
públicos; significa, sobre todo, una democracia social en donde se aminoren
significativamente las desigualdades de la población en cuanto distribución
de la riqueza social, combatiendo efi cazmente la pobreza. Comprometerse y
luchar por estos objetivos no es una tarea menor para las sociedades
contemporáneas del siglo XXI. Si en la historia moderna, la democracia
liberal ha llegado a derrotar al estado absolutista y el autoritarismo, ahora el
eje central de la lucha es la transformación de una democracia formal
representativa expresada solamente en el ámbito electoral hacia una
democracia participativa emancipatoria en el plano social.
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