Artículo sobre: Sonata de invierno. Ramón del Valle − Inclán. Las Sonatas de Valle − Inclán son el más logrado cuerpo de la prosa modernista en España. Se publicaron en los primeros años del siglo, sucesivamente y sin guardar el orden de las estaciones: 1902 (Estío), 1904 (Primavera), 1905 (Invierno). Las Sonatas tienen ascendencia francesa. Cada Sonata pretende encerrar en sus páginas un estado de ánimo, una peripecia vital, dentro de un marco (el de la estación: clima, luz, movimiento) de evocación poética, sentimental. Cada Sonata alegoriza un episodio, un estado de ánimo en indisoluble correspondencia con la edad del personaje y la época del año. Hay una clara interferencia entre lo sensual y lo psicológico. Las Sonatas son, dentro del total armonioso de las cuatro, un libro de memorias, voluntariamente mutilado. Valle − Inclán nos presenta las memorias como una mano tendida hacia el pasado, en un gesto de ternura jugosa. Valle − Inclán vuelve su vista al ayer y quiere entresacar del pasado cuatro episodios amables, amorosos, sin más pretensión que la de una elegíaca añoranza. La unidad entre las cuatro Sonatas se mantiene sólo por el hilo del personaje y por leves asomadas de rostros familiares. Valle − Inclán utiliza las Sonatas como un instrumento para realizar una escritura irónica. Esta escritura irónica iba dirigida contra los tópicos del simbolismo y el decadentismo europeos, y contra los ideales o ideas predominantes a finales del siglo pasado. Toda la obra de Valle − Inclán se halla condicionada por el diabolismo, procedente de la literatura decadentista europea. Tal diabolismo se presenta en diferentes grados: va desde las bromas inocentes del trasgo gallego, hasta un particular donjuanismo con recuerdos de Zorrilla y Tirso, de Casanova y el Marqués de Sade. El carlismo tiene carácter recurrente en la obra de Valle − Inclán. Desde sus primerísimos cuentos hasta Voces de gesta (1911), se puede rastear su presencia como una constante que va adquiriendo progresiva amplitud y profundidad. Las Sonatas, si se exceptúa la de Primavera, no desmienten ese manifiesto y creciente interés de Valle por dicho tema, por el contrario, lo corroboran. Si en la Sonata de otoño (1902) y en la Sonata de Estío (1903) Bradomín ya es presentado como carlista y esta faceta ocupaba un lugar episódico en ambas, en la de Invierno (1905) su vinculación al carlismo y a la causa de Don Carlos jugará un papel fundameltal en el relato. Aunque la Sonata de Invierno enlaza y continúa las Memorias del Marqués de Bradomín, por su temática y ambientación tiende un puente con las novelas de La Guerra Carlista, que, a su vez, reiteran personajes y temas de las Comedias Bárbaras. De manera que la última Sonata se convierte en una obra clave en ese largo y continuado proceso de sedimentación literaria, que va configurando un prisma de caras complementarias a través del cual Valle − Inclán ofrece su visión del carlismo. Con la Sonata de Invierno el escritor se enfrenta por primera vez a la historia y aborda con amplitud desusada hasta entonces la de la última guerra carlista. El argumento de la Sonata de Invierno se compone de un reducido número de episodios de carácter bélico sobre las que se dibujan las últimas aventuras amorosas del declinante y donjuanesco Marqués de Bradomín. Aunque en la Sonata de Invierno hay un predominio de la historia personal de Bradomín, no se puede infravalorar la presencia del tema carlista que, indudablemente, no es gratuita. La Sonata de Invierno no presenta una exposición programática del ideario carlista, sino una perspectiva histórica del carlismo mediante un sutil entrecruzamiento de hechos y personajes, ficticios y 1 reales. Llama la atención de cualquier lector el aire de frustación, fracaso y nostalgia que recorre la Sonata de Invierno, lo cual se traduce en inactividad y desmoralización generalizadas. Es evidente que esta atmósfera no puede asociarse con el período anterior al segundo semestre de 1874, cuando el carlismo cosecha sus máximos triunfos militares, al apoderarse de la práctica totalidad de las provincias Vasco − Navarras. Bradomín es un Don Juan. Como al famoso tipo literario, le asaetea un constante erotismo alocado. El Modernismo supone como elemento primordial de su estructura un ininterrumpido combate contra el vulgarismo. Bradomín ha de escapar a toda norma: es admirable. Es feo, católico y sentimental. Tres cualidades en absoluto contraste entre ellas mismas y el tipo tradicional donjuanesco. Bradomín se nos ha presentado como un católico. Hace una preliminar confesión de fe. Con motivo del donjuanismo, observamos que su convicción religiosa no es muy de fiar. Aunque el catolicismo de Bradomín no es de fiar, sí que existe, tal como nos dice esta cita: Después de una noche en lucha con el pecado y el insomnio, nada purifica el alma como bañarse en la oración y oír una misa al rayar el día. La oración entonces es también un rocío matinal y la calentura del Infierno se apaga con él. Yo, como he sido un gran pecador, aprendí esto en los albores de mi vida, y en aquella ocasión, no podía olvidarlo. El recuerdo de las cosas sagradas es para Bradomín un elemento más de autoexaltación y de decorativismo personalísimos. Así llueve sobre su destino perverso un tierno perfume de pureza. La superstición viene dada por la falta de religión verdadera. Es como un desahogo a las fuerzas del infierno: la hechicería, la brujería, el agüero, los sueños proféticos. Todo aquello que se escapa por los resquicios de la religión maltrecha. Bradomín, sin entregarse decididamente, cree unas veces en esta baratija, o, por lo menos, se deja influir por su clima trashumano. La búsqueda de la tierra española. He aquí el gran acicate de los hombres del 98. Y la forma primaria de ese afán es, naturalmente, mirar la tierra. Verla, encontrar el paisaje. Por primera vez en nuestra historia literaria el campo va a entrar en la página impresa. Todo el grupo del 98 se considera excelente catador y observador de paisajes. Valle − Inclán, es el que más aristocratiza, poetiza ese paisaje. Valle − Inclán, partiendo de unos elementos leales, cercanos (realidad estricta de la Galicia juvenil o del México apenas entrevisto), inventa el paisaje de las Sonatas, y elabora un fondo de jardín clásico, noble, antiguo. Los componentes de esta naturaleza son fundamentalmente pictóricos. Se percibe la interpretación de la naturaleza con valor decorativo. Es una tramoya más, dispuesta para que los personajes tengan un apoyo de cultura en la andadura general del libro. La Sonata de Invierno refleja una mirada hacia fuera. La tierra Navarra está vertida en la novela con un mínimo de elementos, también repetidos, manejados con sobriedad, que disimulan el desconocimiento del paisaje por parte del autor. La lluvia, la nieve, el aire invernizo, la desnudez de la estación, contribuyen a dar el ritmo al paisaje, reflejado en pocas pinceladas; en cambio, cuando se trata de paisaje encerrado (huerto, jardín), no es raro encontrar el verdor triste y sombrío de los jardines anteriores, a la vez que los mismos árboles. El inmoralismo que hemos analizado tiene, para el modernista, el lujo exquisito de un galardón: es un nivel superior, no emparentando con cualquier sensibilidad vulgar o realista. La última consecuencia va a estar precisamente en ese sentido no social que encierra el arte modernista, dominado por la obsesión del exclusivismo, de la individualidad refinadísima, reclusada en su alta torre y de superioridad: el más admirable de los Don Juanes, este Bradomín encerrado en sus memorias galantes. Una característica que encontramos en el Marqués de Bradomín, y que nunca podría tener un Don Juan es el sentimentalismo. Normalmente, la figura de Don Juan se ha caracterizado por narrar sus aventuras amorosas sin ningún tipo de rasgo sentimental hacia éstas. Este hecho no ocurre en el caso del Marqués de Bradomín, lo que lo aleja de la figura idealizada de Don Juan. 2 Una característica propia del Marqués de Bradomín y que si se cumple es la de tener una gran destreza verbal a la hora de narrar sus antiguas hazañas amorosas. Su gran capacidad verbalizadora se puede ver nada más empezar la Sonata de Invierno, cuando nos narra como ha sido su vida de Don Juan, de hombre conquistador. Otro de los elementos que también encontramos presente en las Sonatas de Valle − Inclán es el erotismo. En esta Sonata, la Sonata de Invierno, la única escena con un tono erótico que encontramos es aquella que el Marqués de Bradomín protagoniza con María Antonieta. Observamos en esta escena una gran utilización del lenguaje por parte de Valle − Inclán. En la descripción del cuerpo desnudo de María Antonieta, Valle − Inclán utiliza una serie de sustantivos combinados con adjetivos. Algunos de los adjetivos que combina con sustantivos son: senos palpitantes como dos palomas blancas, ojos nublados, boca entreabierta, fresca blancura de los dientes, rosas encendidas de los labios, belleza sensual y fecunda... Siguiendo con el episodio de María Antonieta, observamos que tiene un matiz característico del elemento donjuanesco. Me refiero al hecho de que María Antonieta está casada, y Don Juan desea conseguirla a toda costa. El Marqués obliga a María Antonieta a elegir entre su marido enfermo y él. La resolución que se nos da al final del libro se aleja totalmente del modelo donjuanesco. El modelo que ofrece el Marqués de Bradomín es aquel en el que el Don Juan nunca es rechazado por la dama, ya que se supone que es irresistible para ella, para las mujeres en general. La ruptura con el modelo donjuanesco que establece el Marqués de Bradomín se produce con el rechazo hacia éste de María Antonieta. Otra escena en la que también podemos observar esa ruptura con el modelo donjuanesco es la escena entre el Marqués de Bradomín y la Hermana Maximina, que es monja. El Marqués acabará seduciendo a la monja, y consigue oír las frases: Si... ¡Le quiero!, ¡Le quiero!, pero no llegará a más con ella. El resultado de esa seducción es el mismo que consigue con María Antonieta: un beso. Referente al pasaje anteriormente mencionado, también en este pasaje se pone en duda, aparte de su irressistibilidad, su condición católica, ya que en este pasaje, el Marqués de Bradomín pretende que una monja abandone sus votos por él. Porque es Bradomín; mejor: Valle − Inclán, este Valle reclamador de títulos, el que nos habla ahora. Es la mejor voz del autor, su mirada más anhelante la que recoge esa ondulación de la vida, o la especialísima melodía de una voz. El gran triunfo (o la cabal lucha, quizá más exactamente) frente a las páginas de las Sonatas está en ese entrecruzamiento: el de la narración, ausente, soñada, diluida en clima de sueño inespacial, y el de esa realidad que siente − solamente− el narrador. Dicho de otra manera: traer a las Sonatas − amor de cuatro tiempos, bajo cuatro cielos dispersos − la propia vida anímica herida por el hostigo del diario, incesante prodigio del acaecer. Esto es lo que da − ya resuelta la lucha en libro − su delgada, exquisita alquimia a las Sonatas. Por esto Valle se alza al primer escalón de la literatura modernista, y logra, a pesar de las innegables lejanías que una manera estética impone, darnos una limpia sensación de vida. Nada más alejado de frías falsedades que las acotaciones de las Sonatas. Acción vana, sí, pedantescamente literaria, en la linde del ridículo en ocasiones, pero tamizada por una honrada experiencia de sentidos abiertos al mundo, en un generoso esfuerzo por aprehenderlo, y, lo más destacable, por transmitir esa pura llaga del espíritu a todo el que se acerque. Las Sonatas adquieren, por ese esfuerzo mantenido, un halo de inesquivable permanencia, de siempre renovada actualidad. Valle − Inclán ha salpicado las Sonatas, en varios lugares, de ritornelos, de repeticiones reiteradas, que tienen un claro valor musical, intencionalmente diseñado. Esas repeticiones insistentes resuenan, a veces, dentro de la prosa, con perfiles más o menos hirientes; a veces, con un simple papel decorativo. De todas formas, esa ansia de ritmo, de detenerse sobre una frase que reiteradamente nos está reteniendo y empujando a la vez, se acentúa en los momentos más intensos. La musicalidad de la prosa de Valle − Inclán es tan intensa a veces, que algún crítico ha pensado que la defectuosa puntuación era algo voluntarioso, empleado adrede a fin de exagerar el ritmo. 3 Aun dentro de la innegable diversidad, que se asoma de cuando en cuando, las Sonatas de Otoño e Invierno acusan también predilección por la simetría bimembre. Esta predilección se refleja en multitud de variantes: dos sujetos, dos verbos, dos períodos, dos incisos colocados equiparadamente entre los elementos centrales, etc. Por todas partes, obsesión de la doble vertiente. Las Sonatas se nos han quedado, a pesar de su estudiada arquitectura, muy lejos. Los giros del tiempo y de la sensibilidad las han desplazado a una imprecisa zona de desdén. La obra posterior de Valle − Inclán ha contribuido a ello. Las Sonatas se hicieron, de repente y sin aristas, arqueología, o mejor, pasado sentimental y definitivo. A nosotros mismos nos parecen ya pálidas, difuminadas. Las Sonatas se iban, víctimas de su sueño rozado, de su clima exageradamente unilateral y extra − humano. El asombroso acarreo de medios a que Valle − Inclán tuvo que recurrir está ahí, claro y manifiesto, puesta al desnudo su cotizable valía. La gracia, el orden entre esos cauces plurales, y la voz que los describe, ya son patrimonio exclusivo del escritor. VALLE − INCLÁN, Ramón del, (1905): Sonata de Otoño. Sonata de Invierno, Madrid, Editorial Espasa − Calpe, 199419. p. 169. VALLE − INCLÁN, Ramón del, (1905), Sonata de Otoño. Sonata de Invierno, Madrid, Editorial Espasa − Calpe, 199419, pág. 154. VALLE − INCLÁN, Ramón del (1905): Sonata de Otoño. Sonata de Invierno, Madrid, Editorial Espasa − Calpe, 199419, pág. 191. 4