ACTUALIDAD APOSTÓLICA DE ENRIQUE DE OSSÓ

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ACTUALIDAD APOSTÓLICA DE ENRIQUE DE OSSÓ
UANDO en la celebración Eucarística de su Canonización, Juan
Pablo II habló de las dos grandes características de San Enrique,
oración y apostolado, elogiando la manera de haberlas integrado en
su vida, pensé que había captado el meollo de su carisma y de su vinculación
más íntima a la espiritualidad teresiana que nos infundió.
Y es que San Enrique de Ossó -como la mayoría de los santos- supo ir a
la raíz de las cosas. Tal vez por eso siempre será de actualidad, aunque sus
acciones con-cretas pertenezcan a otro siglo y a otra cultura.
En su caso, al ser un hombre muy influido por su época e inculturado en
ella, sus formas, y aún algunas de sus acciones concretas, pueden no ser
siempre las más apropiadas para nuestra época. Pero su actualidad radica en
algo mucho más profundo, en el fundamento de toda su acción apostólica.
Eso es lo que pretendo desarrollar en este breve artículo sobre la actualidad
apostólica de San Enrique.
“Conocer y amar a Cristo y hacerlo conocer y amar”
Querría centrarme en esta conocida y emblemática frase de San Enrique, la que mueve toda su acción
apostólica. Tal vez es, a mi entender, la que más identifica su personalidad espiritual y su actualidad. Y es
precisamente, en sus dos vertientes en donde quiero detenerme. Conocer y amar a Jesús será el punto de
partida y constituirá su vertiente contemplativa, y el hacerlo conocer y amar, será su vertiente apostólica, la
que le moverá continuamente a emprender nuevas y arriesgadas empresas.
La misión, entendida como un llama-miento de Dios, nos configura. Esto hace que no podamos hablar
propiamente de santos contemplativos y de santos activos, porque sólo se trata de una manera de vivir, ya
que siempre serán necesarias ambas cosas para cualquier misión a la que somos enviados.
Cuando hablamos de San Enrique de Ossó como de un apóstol, es necesario que profundicemos en cuál
fue la misión que Dios le confió y el modo cómo él la llevó a cabo, desde una perspectiva de hombre
«activo» , por decirlo de alguna manera, pero profundamente «contemplativo», hombre de oración.
Me gusta la expresión que acuñó hace años José Antonio García, s.j., en su libro «En el mundo desde
Dios»: «Místicos Horizontales» .Tal vez es éste el término que más le convendría a Enrique de Ossó.
Para José Antonio García, en los llamados místicos horizontales se da un viaje de ida, un encuentro y un
viaje de vuelta. Esto es, a mi parecer, lo que se da en toda la acción apostólica y en la vida entera de este
hombre de Dios.
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Para los hombres que saben conjugar bien la oración y la acción hay algo así como un primer momento
-no tanto en el tiempo cuanto en la manera de ser y actuar- en el que entran de lleno en el mundo y en la
sociedad en que viven, para conocer la realidad que les rodea y descubrir en ella todo su contenido humano.
De esta manera, el mundo viene a ser para ellos un lugar teológico en el que Dios ejerce su acción amorosa
y salvadora.
Esto es lo que se dio con creces en San Enrique de Ossó. Fue un hombre que conoció y amó a su
tiempo, entrando de lleno en las necesidades de sus hermanos, los de cerca y los de lejos. Así lo demuestran
sus escritos en la Revista Teresiana, sus inquietudes y desvelos desde la juventud, cuando se acerca a los
niños, a los jóvenes, a la mujer, al problema de la enseñanza, del ateísmo, de la familia o del trabajo. Los
grandes retos de su época. Y no ve simples acontecimientos políticos o sociales. Descubre en ellos algo
más, porque los mira con el corazón y siente la llamada de Dios que le ama y ama a los hombres...
Sólo con esa mirada tierna y humana hacia el mundo se puede encontrar al Dios de la humanidad;
cuando en medio de todo lo que nos rodea nos ponemos a disposición absoluta de Dios, le escuchamos y
nos sentimos interpelados.
Entonces todo se convierte en un lugar sagrado, donde Dios habita y habla y en donde es necesaria
nuestra actitud de adoración y escucha. Y es aquí, en esta actitud, cuando Enrique de Ossó se siente
enviado por Dios para ser profeta, “apóstol, misionero de paz y amor”...
Esa llamada vivida en la oración, en el encuentro con el Señor, le lleva a responder en acciones
concretas y a lanzarse sin descanso a la misión.
Pero ahora vuelve con una mirada nueva, apasionada, como la del profeta Jeremías que se ve urgido
desde la seducción por el Dios vivo que le envía. Una mirada, llena de amor, llena de Dios.
Y como esta mirada del mundo desde Dios se da en la agitación, el ruido, la contradicción y la lucha,
tendrá que volver muchas veces al silencio de la oración y a purificar su mirada, alentar su pasión y
disponerse de nuevo para colocarse en la misma óptica de Dios.
Cuando Enrique de Ossó se mete de lleno a trabajar por sus hermanos, crecen las dificultades, las
tensiones, las «contra-dicciones de buenos», los malos entendidos...¿Qué hubiera sido entonces el apóstol,
si no hubiera estado arraigado en la oración, si no se hubiera acostumbrado, mediante ella, a mirar las cosas
desde la óptica de Dios? Creo que no hubieran salido de sus labios, en medio del famoso pleito, palabras de
serenidad como aquellas que todos conocemos de él: «Vosotras, orad, callad... No os dañará ninguna
adversidad, si no os domina la iniquidad.»
Cuando toda la actividad del apóstol se ve impregnada de la experiencia de Dios, la misión no es un
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imperativo ético o psicológico, sino la misma experiencia de lo que Dios ha sido para nosotros, la mirada
del apóstol es ahora la mirada de Dios...
Desde el principio de su vida vivió esta dimensión del
seguimiento de Cristo. Bien pronto se da cuenta de lo que Jesús era
para él en su vida. No tenemos más que algunos indicios de su
temprana entrega, porque era poco comunicativo. Pero son
significativas las palabras que dirige a la Virgen años después,
hablando de ésta época: “Vos me guiaste sin que yo recuerde
cómo... y al mostrarme a Jesús, fruto bendito de tu vientre, dije:
Seré siempre de Jesús, su ministro, su apóstol, su misionero de paz
y amor”.
Creo que estas palabras son importantes a la hora de juzgar
sobre su misión apostólica. Ha sabido emplear las más oportunas
para expresar su actitud en cualquiera de las tareas que emprendió.
Ministro hace referencia a ministerio, a misión recibida , a
aquello para lo que hemos sido “enviados”.
Apóstol tiene el mismo sentido pero con un cariz de testimonio.
Misionero de paz y amor hace alusión directamente a una de las
actitudes cristianas primordiales. Todo el que viene de Dios y actúa por Él es mensajero de paz y de amor.
De Amor, porque ser de Cristo y trabajar por Cristo si no es una tarea de amor no es de Dios. Y es el amor
el que engendra la Paz.
Características de su misión apostólica
Y llegamos al meollo de su actitud apostólica: “Extender el reinado del conocimiento y amor de
Cristo”.
Analizando estas palabras nos encontramos con dos aspectos importantes:
El Reino de Dios con todas las características que enseñó Jesús y que supone todo un cambio de
actitudes.
El conocimiento y amor de Cristo que es precisamente el fundamento de la oración y también de la
«vida eterna», como nos dice el mismo Jesús: «Ésta es la vida eterna: que te conozca a ti, Padre y a quien
enviaste, Jesucristo».
Desde estos presupuestos, me limitaré a hacer un breve recorrido por las características de su misión
apostólica.
1. La preocupación por el mundo en el que vive. La descristianización progresiva, que será el gran
problema del modernismo, se va apoderando de la sociedad. Es entonces cuando San Enrique estudia las
estrategias necesarias para seguir adelante en su deseo de extender el Reino de Dios. Debe hacer, como
Jesús, opciones preferenciales por las fronteras, por los más pobres y necesitados. y descubre dos grandes
necesidades en su época: los niños y su educación; la mujer y su promoción.
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Las consignas que da para la educación de los niños y su acción concreta en las Catequesis nos lo
muestran como un gran pedagogo, a la altura de los mejores de su tiempos. Para ellos crea una gran
asociación que moverá a miles de niños: los Rebañitos del Niño Jesús.
Para entrar en el mundo de la mujer empieza por las jóvenes y las entusiasma con la idea de ser
«apóstoles en su propio ambiente» .Una consigna que será la vida de la futura Acción Católica y el espíritu
de muchos movimientos laicos del siglo XX. La Archicofradía de María Inmaculada y Teresa de Jesús es
eso lo que pretende: formar auténticas cristianas, estén donde estén, en medio de la sociedad
descristianizada, y hacerlo desde un carisma muy especial, el de Santa Teresa de Jesús. y es que encuentra
en la mujer, tan despreciada o al menos infravalorada en su época, el primer eslabón para renovar la
sociedad. Con visión profética, reúne a unas 300 jóvenes y les hace un «Llamamiento» que constituye todo
un programa de vida. El tema es alentador: Se
ha apagado la llama de la fe, pero quedan algunas brasas ocultas bajo las cenizas. De la mujer, de aquellas
jóvenes entusiastas depende que se vuelva a encender: «¿Dónde está esa mano? ... ¿ Quién renovará las
brasas que se están apagando, y hará desprender de ellas chispas que incendien la tierra, llamas que lleguen
al cielo? Vosotras, hermanas asociadas... De vosotras depende». Desde entonces han sido muchas las
jóvenes que se han sentido llamadas a ser esa mano que enciende la brasa, han sabido que de ellas
dependía...
También se acercó a otras necesidades de la época, los jóvenes campesinos, los trabajadores, sometidos
a injusticias en un mundo en el que el proletariado empezaba a enfrentarse con el capitalismo, en el
periodismo, combatiendo con el arma de la pluma el ateísmo y la descristianización... Su actividad se
convierte en una vorágine de tareas todas al servicio del Reino y del ideal propuesto: «conocer y amar a
Cristo y hacerle conocer y amar».
2. La educación de la niñez y de la juventud. Ésta fue su
máxima preocupación. De la educación dependía, sin duda, el
futuro de la sociedad, su regeneración, utilizando una palabra
muy de su época. Tenía que prolongar su acción educadora y
sabía que eso no puede ser obra de una sola persona. Tampoco
de unas jóvenes entusiastas que hoy están en las parroquias y
en la Archicofradía y mañana desaparecen en su mundo
familiar o laboral. Sólo una Congregación con el carisma de
Santa Teresa pero fuera de los claustros de un convento, «en
medio del mundo», podría llevar a cabo esa tarea y prolongarla
en el tiempo y en el espacio.
Así nació la Compañía de Santa Teresa de Jesús. y nació de
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una oración profunda y desgarradora en medio de una noche de insomnio para dar solución a un problema
concreto: el de un grupo de jóvenes con quienes había emprendido la tarea de formarlas para la enseñanza.
Desde aquel 2 de abril de 1876, todos los desvelos de Ossó se proyectarán en su obra predilecta: en la
formación, consolidación y crecimiento de la obra educativa por excelencia.
3. El estar siempre «donde más peligren los intereses de Jesús...» Pero esta tarea de la educación la hará
desde una visión amplia, creativa, carismática y evangélica. Habéis de educar preferentemente a la mujer,
haciendo de las jóvenes otras Teresas de Jesús, les dirá a las teresianas, pero no ahorréis esfuerzos cuando
se trate de los «intereses de Jesús». Id a donde más peligren...
Fue esta característica la que hizo crecer a la Compañía, extenderse en campos de acción educativa muy
diversa y llegar hasta lugares difíciles y de frontera porque allí, entre los predilectos de Jesús, puede darse a
conocer y amar a Jesús y hacerle conocer y amar.
Hoy la obra apostólica de San Enrique de Ossó se extiende por cuatro continentes y por 23 países y vive
del carisma que le legó su fundador, un apóstol que se empeña en ser ministro de Jesús, su apóstol, su
misionero de paz y amor.»
Mª Victoria Molins, stj
(Artículo publicado en la Revista
Santa Teresa de Jesús)
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