la logica subjetiva del amor en la epoca contemporanea y su

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LA LOGICA SUBJETIVA DEL AMOR EN LA EPOCA CONTEMPORANEA
Y SU RELACION CON LA CRISIS DEL DESEO
Por, Diego Armando Ramírez Parra
La experiencia del amor de los hombres y mujeres transcurre dinámicamente mientras
acontece. Es una experiencia contingente a modo de un encuentro teñido por el paso y la
influencia del tiempo, por ser en un punto de coincidencia y darse alrededor de las
disposiciones ciertamente similares de los amantes, un amor que además se complejiza por
la intervención de los ideales que vienen a soportarlo, al mismo tiempo que se levanta
sostenido por diques, leyes y prohibiciones particulares que demarcan la presencia de una
lógica ética del amor y de una dinámica particular del deseo como falta en ser.
El amor que acontece en nuestra época se está configurando como un amor distinto a los
clásicos y convencionales, un amor que sucede en un tiempo en que el discurso actual se
construye influenciado por el capitalismo y el neoliberalismo de una sociedad de líderes
impotentes que no rigen u organizan, prohíben e influyen en la cultura, es un amor que se
ha fraguado empujado por una época sin ideales consistentes que privilegian radicalmente
al individualismo, al goce desmedido y a la ruptura del lazo social implicando mucha más
importancia a lo que es del orden contingente, momentáneo, fugaz, comercial, inversionista
y competitivo, es decir, un amor en medio de la fragmentación de los ideales en una cultura
donde la liquidez define lo contemporáneo (Bauman, Z. 2004).
El encuentro amoroso en nuestra época no está trastocado por la urbanidad y gentileza del
amor cortesano y romántico de siglos pasados, tampoco por los principios de un amor
clásico y ni siquiera regido, por lo menos no fuertemente, por los mandamientos católicos
que también gobernaban el amor. Y es que el discurso griego o antiguo cesó en su vigencia
y el cortesano igualmente, dejaron de escribirse cuando precisamente el discurso clerical
comandaba las riendas de nuestra cultura a través de los mandamientos, las escrituras y el
temor a Dios. Al discurso de la iglesia también se le ha puesto en jaque mientras viene
escribiéndose el discurso de nuestra época, uno donde se releva el amor que fue instituido
en algún momento por los discursos clásicos, eclesiásticos y cortesanos para patrocinar un
amor líquido según Zygmunt Bauman (2004).
El amor actual es un amor tildado de ser y estar desatado en la medida en que acontece
por fuera del lazo entre los amantes donde muchas de las veces hay un cortocircuito de la
palabra y se prefiere el encuentro silente; actualmente se recusa el compromiso de amarse
bajo el ideal romántico que reza la eternidad del amor y sus funciones de complementación
y compensación que simultáneamente alimentan mitos como el del príncipe azul que resulta
de los sapos besados por una princesa, el mito de las almas gemelas o las mitades de una
naranja, mitos que tienen una lógica particular vinculada con la forma en que se vivía el
amor antiguamente, por ello “Recordemos que el amor romántico nos planteaba un
desarrollo lineal: el deseo de encuentro, el encuentro y la felicidad para siempre, tal como
se muestra en los cuentos infantiles, por ejemplo: Cenicienta, La Bella Durmiente,
Blancanieves” etc. (Calvi, B. 2009: 4).
El amor actual aparece como un amor que prefiere los contactos momentáneos que no
impliquen ningún tipo de permanencia, linealidad, obligación y/o responsabilidad con el
Otro. Es un amor caracterizado por suceder en el registro de la contingencia, es una
experiencia fugaz y el encuentro amoroso, por un lado, aparece como un topetazo donde
los amantes se chocan sólo para repelerse, no sin antes asegurarse su paso por lo real del
goce sexual y regresarse a la ‘indiferencia’.
Al parecer, el amor que implica estar demasiado tiempo con el otro dentro de la lógica de
un amor rectilíneo, romántico y duradero regido por los mitos y los ideales corteses, se
perciba como una ‘perdición del tiempo’. Esa lógica del amor parece asfixiar a los amantes
actuales, recrea una fantasía ‘de atadura’ que parece generalizada y asociada al repudiado
pacto matrimonial, es una posición frente al amor en la que se rechaza su institucionalidad
y la posibilidad de hacerse legítimo por la vía de un ideal como el matrimonio o la familia,
frente a lo cual ha surgido en nuestra época la promoción de encuentros rápidos reducidos
a la satisfacción sexual a través de prácticas donde se suprime la palabra a favor del
silencio, donde se evitan los sentimientos y donde se privilegian prácticas de goce sádicas ,
masoquistas, voyeristas y de otros tipos en las que se expresa la voluntad de gozar a pesar
del Otro, lo que termina por mostrar no sólo el bache y la imposibilidad de acercar e
inscribir en un mismo punto al sexo con el amor, asociados respectivamente al goce sexual
y al deseo (Calvi, B. 2009), sino que hacen pensar en que “Nuestra fragilidad y la
vulnerabilidad que caracteriza la subjetividad actual parece ser el fundamento de un modo
de aproximación ligero, en el que los compromisos a futuro no molesten” (Calvi, B. 2009:
9)
En medio de todo esto aparece la escisión del amor y el sexo como dos experiencias
imposibles de unificar, dos veras del mismo camino que se caracterizan por transcurrir a
distancia. Por la orilla del amor se supone la presencia del deseo, un amor ligero y liquido
propio de una subjetividad agotada y tachada de desfondada que grafica la velocidad para
aparecer y desaparecer, para conectarse sin compromiso, sin ir más allá del aquí y ahora,
de la circunstancia y la coyuntura (Calvi, B. 2009: 4). Por el lado del sexo se supone es la
presencia del goce sexual y la apertura sin velo de una relación del sujeto con el goce a
través de prácticas sexuales donde la perversión de la sexualidad inconsciente se escenifica
trasgresoramente como una oposición a la prohibición del goce, a la instauración de límites
que cerquen y restrinjan la posibilidad de dar rienda suelta a la satisfacción pulsional que
corre por esta orilla, una de las caras del amor actual.
La escisión del deseo y el goce, desanudados a falta de un vértice que los una, se despliega
correlativa a la inoperancia del discurso del amo (Soler, C. 1998) que imponía
prohibiciones que no sólo sostenían el deseo sino que regularizaban el goce, sin embargo el
auge y la configuración del discurso actual ha desbordado las prohibiciones mismas y en
efecto se han reducido los marcos legales que implicaban un castigo o una culpabilización
por la trasgresión y los excesos de satisfacción prohibida. En este orden de ideas los ideales
se han desvirtuado y a la vez reemplazado para que el goce se erija respecto de la crisis del
deseo y su reducción a la dimensión de las necesidades, pero no por ello el sujeto se llena
y logra estar satisfecho, no por eso se amarra la metonimia del deseo y el sujeto se
completa, al contrario y paradójicamente, el sujeto a pesar de las abundancias y fáciles
accesos que ofrecen los sistemas de nuestra tiempo, sufre y se queja por la insoportable
insatisfacción, lo que podría pensarse como la objeción que hace el sujeto al discurso que
pretende sellar su punto de fuga, su punto discontinuo donde el deseo se desplaza sin
cansancio al infinito de su sola cualidad asintótica.
Del lado del amor se ubica el deseo, pero tras la propuesta de la comentada crisis del deseo
no es ingenuo pensar que el amor actual esté igualmente caracterizado por una crisis que
obedece de fondo a la ya dicha crisis del deseo, razón por la cual también se ha propuesto
a la subjetividad como desfondada y “post-institucional” (Cantarelli, M. & Correa, C. 2008:
2). Esto se apuntala en la idea de Colette Soler al momento de expresar que: “Cuando una
cosa no se puede alcanzar se la anhela. Pero si todo esta en la mesa, entonces tenemos la
crisis del deseo. […] Cuando todo es permitido las cosas deseables se hacen raras porque el
deseo se sostiene de manera doble, siendo una de ellas la prohibición” (Soler, C. 1998: 77).
La cultura actual autoriza el goce, por un lado, pero por otro el deseo es obturado por
efecto de la aceleración del discurso productivo de la ciencia y la tecnología que operan
como dispositivos cuyo fin es que el deseo sea hostigado o satisfecho para generar la
sensación de completud que en relación al deseo desata la crisis de la que se hablaba. El
amor entra en juego, porque precisamente para serlo requiere del deseo eternamente
insatisfecho que genera las búsquedas y maneras de arreglo parcial de esa insatisfacción,
ubicando de un lado al goce y del otro al deseo a través de la ley que articula y organiza la
subjetividad. El desorden del deseo como consecuencia de promocionar la abundancia,
obedece a un discurso que promueve la saciedad, la adquisición, el dar todo al sujeto, es
decir, colmarlo sin muchos requisitos.
Con relación a ello Bettina Calvi expresa que “esta época refuta la solidez y la durabilidad
de las emociones y los sentimientos. Lo sólido resulta insoportable y las leyes de la
economía de mercado exigen liquidez, velocidad y no estar atado a demasiado compromiso.
Dentro de la economía de mercado se enfatizan los atributos de los objetos y su
funcionamiento. De todos modos la oferta es muy grande y nada es para siempre.
Incrustadas estas leyes en la subjetividad también amores y objetos de consumo quedan
homologados” (Calvi, B. 2009: 3; Bauman, Z. por Calvi, B. 2009).
Aquello apunta a develar el estatuto actual del amor, su lugar en la vida cotidiana vigente y
la relación de los sujetos de esta época con el Otro y el amor (el Otro del amor). En
videncia queda el trato de objeto que se da al otro (Otro) y queda al descubierto el estatuto
del amor actual como posible de reducir a un encuentro momentáneo en el cual se
privilegia, casi como condicional, el goce sexual como opuesto al deseo.
El amor entonces se interpreta actualmente como un encuentro para la satisfacción sexual
pasajera en el que se han elidido los compromisos exigidos por la cultura, donde han
quedado abolidos los mitos de perdurabilidad y eternización del amor a la par de los mitos
sobre del amor cortés y caballeresco que proponían y legitimaban los ideales de la
virginidad, el matrimonio, la familia y el hogar, la prohibición de la infidelidad, la fornicación
y la vivencia de la vejez bajo la unión marital, ideales que si bien están amarrados a la
enseñanza cristiana no dejan de ser principios que durante mucho tiempo, incluso hoy
aunque en menor medida, regían el amor de las parejas.
Lo que se puede observar a partir de esa elisión de los mitos y la simbología del amor
cortés, parcialmente por lo menos, es que se privilegian los encuentros sexuales donde la
palabra es reemplazada por el silencio, las miradas silentes, el goce del cuerpo y una
autorización de la ligereza, la primacía de los encuentros sexuales donde los sentimientos
no intervengan y además se evita máximamente solidificar relaciones que puedan
comprometer, hacer depender, configurar apegos o relaciones estables, por el contrario se
refuta la solidez de las relaciones y se evade pactar con el otro una relación donde los
sentimientos puedan no sólo mediar sino unificar la satisfacción sexual con el amor, como
decir la unificación del goce y el deseo.
Sin embargo, esa unificación con relación a la postmodernidad resulta utópica a pesar de
las quejas subjetivas, pues el empuje del discurso parece tener como efecto abrir mas la
brecha que separa al goce del deseo, por tal razón se goza donde no se ama y viceversa,
conformándose modos de relación particulares porque no sólo se evita amar sino porque al
parecer surge la imposibilidad de amarrarse al otro, engancharse como pegándose a él,
esto en términos del campo del deseo.
Frente a ello podemos decir que “En la actualidad hay un incremento importante de modos
compulsivos o modos brutales de relación. Podríamos pensarlos como patologías de pérdida
de enlace al otro, y esto incrementa todas las formas de sadismo, de agresividad e
incrementa la paranoia en la medida en que se está viviendo en una sociedad donde no se
puede plantear el imperativo categórico como universal” (Calvi, B. 2009: 13). Lo que se ha
denominado como las patologías de la perdida del enlace al otro o las enfermedades del
lazo social (Soler, C. 1998: 66) permiten entender la declinación del amor –antiguo y
romántico- en la época postmoderna, pues son maneras de expresar que la relación al otro
es precisamente lo que se compromete hoy por hoy con las revoluciones discursivas
imperantes y capitalistas que se han unido al discurso de la ciencia y la tecnología.
El lazo social toca al amor en la medida en que su facultad puede resumirse con decir que
organiza al sujeto en su relación al lenguaje y al cuerpo, al goce y al deseo, a la ley y al
Otro, una organización que hoy se altera radicalmente porque los movimientos y
propuestas que se hacen fuera de los ideales y del Otro, imponen y proponen circuitos de
satisfacción distintos que se caracterizan no por la institución de limites y localizaciones del
goce sino que se diferencian por suprimir al máximo tales limites, gozando precisamente
por fuera del Oro. En ese torbellino de transformaciones también queda cautivo el amor,
dejándose a expensas del intenso cambio de sus presentaciones y no pudiendo ser para
algunos un recurso sintomático que opere como una salida del sujeto para almohadillar los
efectos de la inconsistencia del Otro, la emergencia de lo real de la angustia y del discurso
cuyo imperativo de goce toma cada vez mas fuerza.
Siguiendo este orden, puede decirse que a partir de la crisis del deseo aparece la crisis del
amor actual, una crisis matizada por lo que también podría denominarse la declinación del
amor en la época contemporánea. Una crisis del deseo que se postula a partir de la
saciedad que los discursos actuales pretenden con relación al deseo, su relleno y con
relación a la completud del sujeto. Una crisis que además se caracteriza por la crisis
paralela de la ley y la fragmentación del discurso del amo, el mismo que imperaba y
operaba en tiempos del amor cortés y romántico caracterizado por la resignación del goce
sexual versus el privilegio del amor blanco, inmaculado en tanto no se presenta el paso al
acto sexual sino hasta dado el sacramento matrimonial a la pareja.
Esto entonces muestra que la crisis del deseo está a la vez relacionada con el desasimiento
de las prohibiciones y los ideales de la cultura que han sostenido el deseo. Por un lado se
encuentran los límites que afincaban la satisfacción del goce infinito y por el otro lado la
declinación de los ideales como el matrimonio y la virginidad. Esta vía de la declinación del
amor, su crisis y la conmoción del deseo en la época contemporánea se anuda a la idea que
el discurso contemporáneo es uno angustiante en tanto su constante empuje a lo real del
goce (Soler, C. 2007: 63).
Si el discurso contemporáneo es angustiante es precisamente por los efectos que tiene
sobre el goce, como éste avasalla al sujeto y por las consecuencias que ello tiene en
relación al deseo. Es angustiante en relación a la inoperatividad de la causa del deseo, en
algunas de las veces, y la imposibilidad de la civilización actual para tramitar precisamente
al goce bajo la tradicional forma sintomática. Se trata del lazo social roturado que no puede
tramitar con igual éxito la pulsión por la vía del síntoma porque su rotura es la expresión de
un bache tan profundo que compromete la vigencia misma de las prohibiciones y los
diques, lo que provoca una avería en el circuito del goce y sus descargas bajo formas no
metaforizadas o veladas que si se lograban por medio de la producción de un síntoma que
objetaba precisamente a los ideales de la cultura, ideales que vale decir sostenían tanto al
síntoma como anudaban a la pulsión.
Este avasallamiento del goce tiene que ver con la emergencia de angustia en la actualidad a
raíz de la inconsistencia del Otro y del lazo social, aunque añadido a esto debe tenerse en
cuenta la presencia de un discurso que manda gozar y rebaja las restricciones para dar
todo al sujeto provocando un desorden del deseo y el devenir de la angustia caracterizado
por un no-desear que lleva al sujeto al máximo de dificultad.
El amor acá está comprometido al igual que el deseo, un amor alterado que se queda sin
modelo y al margen de los ideales antiguos que legislaban la pareja; frente a esto Colette
Soler dice: “Mi tesis es que ya no tenemos mitos del amor. Los amores míticos,
paradigmáticos que se produjeron en el pasado, están muertos para nosotros...ya no
tenemos el amor cortés...y si hay algo que se produce en una escena, es sin duda el amor
cortés, donde se juega el aplazamiento del encuentro al final...Ya no tenemos paradigmas
del Ideal del amor, ni del Ideal del Otro, y sin embargo aún tenemos amores en plural y mi
diagnóstico es éste: tenemos amores sin modelos...algo nuevo en la historia... y puede
pensarse que tal vez sea algo afortunado, porque podremos inventarlos caso por caso. Los
amores sin modelos son amores a merced de los encuentros...El amor esta ahora a merced
del azar” (Soler, C. por Stur, C. & otros. 2007: 5).
Partiendo de este contexto surge la pregunta por ¿Cuál es la lógica del amor en la época
contemporánea en relación con la crisis del deseo? una pregunta por el lugar del deseo en
el amor y también por el lugar del deseo y el amor en nuestra época. Es el interrogante que
busca develar la conexión entre época contemporánea, amor y deseo en el marco de lo que
es una crisis por efectos de las características del discurso actual.
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