Origen y formación de la biblioteca del general

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PAPELES OCASIONALES
Occasional papers
Origen y formación
de la biblioteca del general
Bartolomé Mitre
PAPELES OCASIONALES = OCCASIONAL PAPERS
Biblioteca del Museo Mitre
 2008 Museo Mitre
Biblioteca
San Martín 336
1004 Buenos Aires
Teléfonos y fax (54-11) 4394-8240/7659
[email protected]
www.museomitre.gov.ar/biblioteca
Origen y formación de la biblioteca
del general Bartolomé Mitre
por
JUAN ANGEL FARINÍ
Conferencia pronunciada en el Club Oriental
el 30 de noviembre de 1943.
REIMPRESIÓN DE LA EDICION ORIGINAL PUBLICADA POR
LA EL DIARIO LA NACION EN 1944
El general Mitre en su biblioteca (1888)
Gabinete de estampas (Biblioteca del Museo Mitre)
O R I G E N Y F O R M A C I Ó N D E L A B I B L I O T E C A
D E L G E N E R A L B A R T O L O M É M I T R E
U
no de los primeros hombres que dedicaron su vida a coleccionar libros
y documentos americanos fue un sudamericano nacido, según se
afirma, en Lima, llamado Antonio de León Pinelo. No voy a
excederme en su biografía; solamente voy a consignar que fue él quien publicó el
primer catálogo metódico de libros americanos bajo el título de Epítome de la
Biblioteca Oriental y Occidental, Náutica y Geográfica, impreso en Madrid en 1629
y reeditado en facsímil por la Sociedad “Bibliófilos Argentinos”.
El general Mitre, en el ejemplar que poseía de esta rarísima obra, existente
hoy en la que fue su biblioteca, anotó un juicio sobre esta joya bibliográfica y al
referirse especialmente a los motivos de su publicación dice, después de dar detalles
sobre la forma en que su autor la presenta: “Es el primer catálogo razonado de
libros sobre América, que aun hoy mismo tiene su importancia, además de ser una
preciosidad bibliográfica. La confección de esta obra tuvo su origen en que
habiendo el Duque de Medina de la Torre (a quien es dedicada) pedido a León una
lista de los libros que tratasen de las Indias, con el objetos de reunirlos, y teniendo
el último ya acopiados y organizados los materiales de una bibliografía completa de
ambas Indias, formó un compendio metódico de ellos o “suma de Biblioteca
Mayor”, como él dice, “acabando en pocos días (son sus palabras) lo bosquejado
en muchos años, y de aquí el título de epítome que le puso.
“Comprende las obras de más de mil autores, además de los anónimos,
acompañando algunos de sus artículos con anotaciones.
“Harrisse, investigador tan sagaz como exacto, dice; “Parece que Pinelo
hizo la descripción de los libros en presencia de ellos, excepto en pocos casos, en
1
que sus títulos fueron tomados de los catálogos de Balduanus y otros que cita”. Sin
duda, no se ha fijado lo que el autor dice en el prólogo”.
En 1713 el inglés White Kennet publicó un catálogo de las principales
colecciones de viajeros referentes a América, entre los que se incluían los de los
hermanos Bry, los de Hergavius, Ramusio y de Kakluyt, que fundara más tarde en
Inglaterra una sociedad para la publicación de las relaciones de sus viajes.
Con la aparición del catálogo de Lenglet de Fresnoy, en 1716, se daban a
conocer los títulos de 60 libros sobre América y otros tantos anotaba el jesuita
Charlevoix.
Mas adelante el historiador William Robertson publicaba la lista de los libros
y documentos que le sirvieron para la edición de su “Historia de América”.
Siguieron a Robertson, entre otros, el padre Clavijero, en México, y el abate Molina,
en Chile, etc.
El entusiasmo por el libro americano crecía con rapidez insólita en Europa
como en este continente. Algunos libreros, entre los que puede citarse a Rich, de
Boston, como el iniciador de la ciencia bibliográfica pura, llegaron a acopiar
cantidades de libros, hicieron de ellos metódicas clasificaciones y los vendieron a
precio de oro a millonarios norteamericanos e ingleses, que alcanzaron a poseer
bibliotecas fabulosas por sus riquezas, como la de Peter Force, en Washington, y
James Lenox, en Nueva York. Dice Harrisse que Rich facilitó materiales por él
reunidos a los historiadores William Prescot y Washington Irving. Harrisse publicó
en 1886, en Nueva York, su obra Biblioteca Americana Vetustíssima. El juicio de Mitre
sobre esta obra es categórico. “Se describen en ella, dice, 304 libros raros relativos a
América, publicados entre 1492 a 1551, empezando por la primera epístola de
Colón y terminando por la primera edición de la Colección de Ramusio, haciendo
la historia del libro, de los autores, de los editores y citando cuidadosamente sus
autoridades”. “Ha sido calificada de historia –continúa-, sin cuyo auxilio ningún
futuro historiador americano podrá desempeñar debidamente su tarea”.
En cuanto a la América española cabe señalar los trabajos de algunos
estudiosos especialistas, que con los escasos elementos con que se contaba
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entonces cimentaron las bases de la bibliografía esencialmente americana. En
México, después de las publicaciones del padre Clavijero y otros, merece destacarse
a José María Andrade, que editó en París, en 1869, un catalogo en que describía
7000 piezas de su colección particular, formada en 50 años de labor y en base a la
biblioteca que fue del emperador Maximiliano; en Chile, el abate Molina, José
Toribio Medina, universalmente conocido por su copiosa bibliografía; Diego
Barros Arana, Ramón Briceño, los Amunátegui, Benjamín Vicuña Mackena, etc.;
en el Perú, Manuel de Odriozola, Paz Soldán, Mendiburu, autor del importante
diccionario histórico; en Bolivia, Gabriel René Moreno; en Venezuela, Arístides
Rojas y Ramón de Azpurúa; en el Brasil, el ilustrado emperador Don Pedro II, etc.
Nota bibliográfica de Mitre escrita en la obra de Henry Harrisse Biblioteca americana vetustissima: a
description of works relating to America published between the years 1492 and 1551. New York, 1866.
Biblioteca americana: 13.6.12
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El Río de la Plata, particularmente desde la Revolución de Mayo, ha contado
con un grupo selecto de coleccionistas y bibliófilos que son alto exponente de la
cultura de estos pueblos. Citaré, entre los eclesiásticos, al obispo Azamor y Ramírez,
al obispo Orellana, cuyas librerías sirvieron de fondo a la Biblioteca Pública, al deán
Funes, a José Luis Chorroarín, a Dámaso Larragaña, a Saturnino Segurola, etc; a
calificados próceres militares, como el general San Martín y el general Belgrano, que
también amaron los libros, y a diversos hombres públicos, como Bernardino
Rivadavia, Bernardo Monteagudo, Manuel Moreno, Florencio Varela, Pedro de
Angelis, Julián Álvarez, Andrés Lamas, Bartolomé Mitre, Juan María Gutiérrez,
Vicente López, Manuel Ricardo Trelles, Vicente G. Quesada, Francisco P. Moreno,
el general Ignacio Garmendia, Carlos I. Salas, Anjel Justiniano Carranza, Estanislao
Cevallos, etc.
Destacáronse entre ellos don Andrés Lamas, Juan María Gutiérrez y
Bartolomé Mitre, que formaron la esencia entre los estudiosos de historia y
bibliografía en la Plata. Sus trabajos son todavía importantes fuentes inagotables de
enseñanzas para quienes sigan sus pasos en esta ciencia.
II
Mitre, Gutiérrez y Lamas se hallaban unidos por una vinculación espiritual
que no se quebró jamás. Su amistad estaba sellada por una sola aspiración: la de
inculcar en las generaciones venideras el amor a los estudiosos americanos,
despertando el sentimiento patriótico de la juventud por el verdadero conocimiento
de los hechos trascendentales en la formación social de estos pueblos. La lectura de
su correspondencia, interrumpida durantes largos años, deba entrever sus desvelos y
refleja ampliamente su preocupación constante por el desarrollo de las letras, así
como por la paz y armonía de los países americanos. Mitre, por difíciles y amargos
que fuesen sus momentos, ya sea en la política o en la guerra, no dejaba de
escribirles, y siempre, después de tratar asuntos capitales, les acusaba recibo de algún
libro o les pedía el envío de otros, que ellos trataban de cumplir.
De los tres, fue Mitre la figura descollante, por ser el más metódico en el
trabajo. Por eso su obra ha pasado a la inmortalidad.
Gran lector desde su niñez, dotado de un amor más acentuado al estudio que
los dos y una memoria prodigiosa, llegó a adquirir en su larga existencia un caudal
insospechado de conocimientos generales y especiales que le dieron esa superioridad
moral que lo distinguía entre los hombres de su época, y cuya vastísima erudición no
ha sido posible superar hasta el presente. Supo acumular inteligentemente sus
conocimientos, que en todos los momentos de su vida aprovechó en beneficio del
país y de sus conciudadanos.
En su juventud, emigrado en Montevideo, donde tomó, a pesar suyo, la
carrera de las armas para luchar por su patria oprimida por el tirano, envainó en
ocasiones la espada para esgrimir la pluma, iniciándose en el periodismo. Fue poeta
e historiador, figurando más tarde entre los miembros fundadores del Instituto
Histórico y Geográfico del Uruguay, creado por don Andrés Lamas.
El amor a la lectura fuese arraigando en su espíritu. Venciendo dificultades
de todo orden para conseguir diversas obras de autores clásicos y filósofos, que
incorporó a su incipiente biblioteca, llegó ésta a tener en 1845 cierta importancia.
<en una libreta de apuntes correspondiente a esa fecha, que se conserva en el
archivo del museo que lleva su nombre, Mitre proyectó una clasificación para sus
libros, que dividía en cuatro grandes secciones: la sección primera, Historia, la
subdividía en documentos históricos, historia sagrada y eclesiástica, memorias y
filosofía de la historia; la sección segunda, Ciencias y Artes, en mineralogía, física,
química, lexicología, matemáticas, filosofía, moral, derecho, legislación y política,
medicina y cirugía, geografía, agricultura, arte militar, historia natural y economía
política; la sección tercera, Bellas Letras, en poesía lírica, poesía épica, poesía
dramática y novelas, y la sección cuarta, Viajes.
En este mismo documento consigna la relación de libros prestados, y es
como sigue: A Jacobo Varela, obras de Michelet, 2° tomo; al Dr. Agrelo, obras de
Robertson, 1er. Tomo; al general Vedia “Campaña de 1812” y una geografía, 2
volúmenes; a Baratter, documentos de de Angelis, 3 volúmenes; a Eguía, obras de
Lamartine, 1 volumen; a Toribio Varela, “Revista Militar”, 2° Tomo; a Indarte,
“Principios de Maquiavelo”, 1 volumen; al general Vedia, obras de Voltaire, 2°
tomo, y, entre paréntesis, el día 7 de febrero de 1845; a Talavera, “Poesías de
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Heredia”, de Hernán Pérez del Pulgar, y “Cantos del trovador”, 4 volúmenes, y
nuevamente al general Vedia, “Filosofía”, de Víctor Hugo, y un diccionario inglés.
Salvo los tres volúmenes de la colección de documentos de de Angelis,
ninguna de estas obras figura actualmente en la biblioteca del Museo Mitre. No
quiero decir con esto que no hayan sido devueltas, sino que tuvieron posteriormente
otro destino, como se verá más adelante.
Vivía entonces en la calle recta (hoy San José, Montevideo) del Portón del
Mercado, una cuadra hacia fuera, en los alrededores donde hoy es la plaza
Independencia o antigua ciudadela. Cuenta la tradición que a través de la ventana se
le veía frecuentemente en su mesa de trabajo, enteramente rodeado de libros y
papeles.
En sus memorias espirituales o diario de su juventud, que redactaba entre el
retumbar del cañon durante el Sitio Grande, emite los primeros juicios sobre algunas
obras de Voltaire, Michelet, Willemain, etc., y en la “Biografía Universal” dice haber
leído las vidas de Madame Montespan, Luis XI, Luis XIV, Lauzan, San Vicente de
Paúl y Montesquieu.
Allí conoció a lo más selecto de aquella generación: Florencio Varela,
Esteban Echeverría, Rivera Indarte y otros distinguidos compatriotas y uruguayos,
aunque en esos tiempos no se hacían diferencias de nacionalidad: la patria era para
todos una sola: la libertad.
Obligado en 1846 a pasar a Bolivia, al Perú y después a Chile, sigue su
destino al lado de los libros y el periodismo, del que hace su medio de vida,
cultivando la amistad de historiadores y bibliófilos como Barros Arana, Vicuña
Mackenna y otros, con cuyo afecto fue siempre consecuente.
De regreso a la patria en 1852, no ceja con su dedicación a los libros ni a sus
estudios favoritos; muy al contrario, se robustece en él ese afán de investigador, y su
lema es el de querer saber y conocerlo todo.
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En carta a D. Andrés Lamas, fechada el 4 de marzo de 1853, “viviendo
todavía en medio de la tempestad y escrita en el silencio de la noche, único
momento en que soy dueño de mi persona”, le decía: “Soy a la vez diputado,
inspector de armas, periodista, editor de mis obras, revolvedor de todos los archivos
y sigo mis trabajos biográficos”. Mitre preparaba entonces la publicación de la vida
de Artigas y la primera edición de las “Rimas”. En esa misma carta le ofrecía algunos
números de la “Gaceta de Buenos Aires”, del “Agros”, de “El Censor” y de otros
periódicos, pidiéndole, por último, que amistosamente le retribuyera del mismo
modo su ofrecimiento.
Alcanzan a centenares las cartas con Lamas y otros bibliófilos sobre el tema
invariable: el de los libros.
En su casa de la calle Representantes N° 271 empieza a tomar forma su
biblioteca, ya abundantes en volúmenes, entre los que había incluido los de su padre,
D. Ambrosio Mitre, traídos de Montevideo. Don Ambrosio no era simplemente un
modesto funcionario, como se le ha calificado y cree la generalidad. Había realizado
sus estudios de primeras letras en Montevideo y más tarde los de latinidad con los
padres franciscanos de aquella ciudad. Miembro de la Sociedad Patriótica y Literaria
de Buenos Aires en 1811 y posteriormente encargado del teatro público, su
ilustración era elevada para la época, como lo demuestra su redacción en cartas y
documentos públicos, de prolija letra y precisa ortografía, llegando a juntar en su
vida cierta cantidad de obras, especialmente históricas científicas, que a su muerte
pasaron a manos de su hijo primogénito y discípulo predilecto, Bartolomé.
En la biblioteca del Museo Mitre existen algunos libros que pertenecieron a
D. Ambrosio Mitre, como lo prueba el autógrafo de su firma que he observado en
algunos casos en la portada o en hojas preliminares de los mismos. Entre otros,
recuerdo el folleto de Florencio Varela sobre la Convención del 29 de octubre de
1840, desarrollo y desenlace de la cuestión francesa en el Río de la Plata, publicado
en Montevideo en ese año. Otra prueba de su preocupación por las letras es el
hecho de figurar en la lista de suscriptores a los tres tomos del “Parnaso o Guirnalda
Poética”, publicados en Montevideo en 1835.
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En 1854 Mitre funda el Instituto Histórico y Geográfico del Río de la Plata y
redacta sus bases orgánicas. Sus preocupaciones políticas aumentan, así como los
volúmenes de su biblioteca. Le llegan muchos libros de Chile, amén de los que le
envían sus amigos constantemente y adquiere con sus escasos recursos. En el
archivo del Museo Mitre me ha sido posible comprobar los precios pagados por
partidas de libros adquiridos a libreros y en remate. Citaré algunos, tomados al azar
entre la infinidad de facturas que el general conservó entre sus papeles: en 1852, $
1045, pagados a Tomas Gowland, por varios libros de la biblioteca del Dr. Agüero;
el 30 de marzo de 1853, $ 433, al mismo, por 70 libros; el 22 de septiembre de 1853,
$ 760, a Abel Ledoux, por varios libros; el 22 de diciembre de 1853, $ 1045, a la casa
de remates de Tomás Gowland, por 119 libros de la biblioteca del Dr. Agüero; el 27
de octubre de 1854, $ 1959, al mismo Gowland, por 237 libros; en 1856, $ 1649, a la
librería Victoria, por obras varias, etc. En cuanto a gastos de encuadernación, he
tenido a la vista facturas de B. Reinecke de $ 200 por encuadernación de varias
obras y una muy curiosa por su forma de pago; a Juan Muñoz, por encuadernación,
$ 565, que se pagaron, según nota del general al pie, de la siguiente manera: $ 400 en
dinero y $ 165 en libros y folletos, lo que demuestra su interés en tener conservados
sus libros. Esto lo hacía cuando realmente disponía de algún dinero; prefería poseer
el ejemplar, aunque a la rústica, y si lo mandaba encuadernar era en forma sencilla y
económica. Personalmente entregaba cada volumen con el texto correspondiente al
dorado del tejuelo, escrito en un puño y letra en un recorte de papel colocado
dentro del libro. No era afecto a las encuadernaciones de lujo, no pudiendo
establecer si lo hacía por principio o porque prefería invertir el importe en libros,
que es lo más probable. Esta observación puede comprobarse en la generalidad de
obras que se conservan aún con encuadernación de la época, en su mayoría en
media pasta, salvo las que ya compraba o así se las obsequiaban los autores y
amigos.
En 1861 Carlos Calvo, desde Montevideo, le adjunta la lista de los libros
comprados por su cuenta en el remate de la biblioteca de Villaderbó. Como se ve, el
general invertía casi todos sus haberes en estas adquisiciones y no se fijaba, sin
embargo, en el precio, cuando se trataba de una edición u obra que le era necesaria,
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ya para consultar algún punto o para satisfacer simplemente su fino espíritu de
bibliófilo.
Por otra parte, sus amigos le obsequiaron con algunas obras: Manuel Ricardo
Trelles, en 1856, los “Viajes de Jorge Juan Ulloa”, edición de Madrid, de 1748;
Mariano Varela, “Novis Orbis Regio”, edición de Basilea, de 1852, y diversos
autores, como Thomas Hutchinson y Martín de Mousy, sus obras sobre el Paraná y
la Descripción de la Confederación Argentina, respectivamente. Asimismo, llegan a
sus manos algunos libros de doble mérito por haber pertenecido a personajes de
actuación, como la “Historia de la navegación a tierras australes”, impresa en Paris
en 1756, de De Brosse, y el “Tratado de observaciones físicas, matemáticas y
botánica”, del Dr. Feuillé, Paris, 1714, que formaban parte de la biblioteca del Dr.
Saturnino Segurola. Citaré también una importante colección de folletos reunida por
el coronel Arenales, etc.
Llevaba apuntes en diferentes libretas y cuadernos de los números periódicos
que le faltaban, y era su costumbre anotar, con el primer lápiz que encontraba a
mano, así fuese de color, las entregas que iba consiguiendo, como también tildaba
en los catálogos, que en cantidad recibía del extranjero, los libros folletos de su
interés. Su minuciosidad llegaba al extremo de consignar en el mismo libro el precio
de costo, y en algunos casos, el de la encuadernación, el franqueo y la procedencia,
recortando del catálogo la descripción y pegándola en el lado interno de la tapa.
Si pasásemos revista por las diferentes secciones de la biblioteca, veríamos
infinidad de libros en estas condiciones y particularmente uno que mencionaré en
atención de su procedencia. Se trata de la Revolución de la Nueva España,
antiguamente Anahuac”, Londres, 1813. Obra dedicada al invicto pueblo argentino
en su Asamblea Soberana de Buenos Aires, por su autor José Guerra. Ejemplar con
encuadernación de la época, en pasta, con cantos dorados, como también el escudo
nacional y el sol de la moneda que lleva en sus tapas. A la vuelta de la portada, dice:
“Servando José der Mier Noriega y Guerra al Coronel D. Carlos de Alvear”
(presidente, entonces de la Asamblea). Mitre se lo compró a Quarich y lo pagó,
según la consabida anotación, 2 libras y 10 chelines, que significaban $ 350.
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Dedicatoria manuscrita del Dr. Servando José de Mier Noriega y Guerra
al coronel donCarlos Alvear, presidente de la Soberana Asamblea del año 1813.
Biblioteca americana: 3.5.10
Página con dedicatoria impresa de la obra Revolución de la Nueva España, antiguamente Anahuac,
escrita por Servando José de Mier Noriega y Guerra. Londres, 1813.
Biblioteca americana: 3.5.10
III
Entramos en un nuevo período de la vida de Mitre, que comienza en el
momento que es nombrado encargado del Poder Ejecutivo. Lejos de dejarse
vencer por las numerosas preocupaciones y responsabilidades de toda índole que
pesaban sobre sus hombros, continúa sus lecturas y sus estudios favoritos. Parece
que en esto encontraba el verdadero descanso espiritual y un bello aliciente para
proseguir con nuevos entusiasmos su grande obra de la organización del país. En
una extensa carta escrita a Sarmiento, el 18 de abril de 1862, le expresaba que estaba
leyendo a Montley e iba por el tercer tomo. “Es un libro que hace bien”, le decía,
“sobre todo en la posición que hoy me encuentro. Gran cuadro histórico, enérgico
y magistralmente tocado aunque sin pretensión y con sencillez hace amar la
libertad, subleva contra la injusticia y el crimen de gobierno, revela los recursos que
tiene un pueblo para salvarse cuando todo parece perdido, etc. Es, sin duda, la obra
más acabada que haya escrito un americano”.
Elegido presidente de la Nación, tomó un nuevo impulso el ingreso de
libros a su biblioteca. Las compras directas, los obsequios y envíos de los autores,
en su interés de “quedar bien”, sabiendo lo que el presidente apreciaba los libros,
aumentaron su caudal bibliográfico. En febrero de 1863 escribía nuevamente a
Sarmiento y le decía: “No descuido un instante el Gobierno y la política, y me
ocupo de ella con verdadero amor; no he perdido la afición a los libros viejos y a
los papeles históricos, lo que quiere decir que si Vd. Encuentra por ahí alguno de
estos artículos, le agradeceré su remisión”.
Debiendo marchar a la guerra con el Paraguay conduciendo nuestra tropas,
y más tarde con la responsabilidad de mandar como general en jefe los ejércitos
aliados, no descuidaba tampoco sus aficiones predilectas. Desde su tienda de
campaña escribía en altas horas de la noche, a los libreros y amigos sobre sus
acostumbrados temas bibliográficos. En otra carta a Sarmiento, fechada en el
cuartel general, en diciembre 20 de 1866, le reiteraba el pedido de libros en estos
términos: “Cuando encuentre un libro americano que merezca la pena,
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mándemelo. Veo que se ha publicado en Nueva York, en 1866, un libro que lleva
por título “Biblioteca Americana Vetustíssima”, por Harrisse. Aunque destinado a
circulación privada, tal vez le sería fácil obtenerlo”. En carta a su hijo Emilio desde
el Paraguay, en 1872, me ha referido Rómulo Zabala, le pide el envio de un
diccionario inglés, “pues he traído por distracción, dos alemanes, y un diplomático,
en cualquier parte del mundo, le decía, debía ser políglota”, y continuaba dándole
las señas de la ubicación de aquél en su biblioteca.
En oportunidad que el rector Juan María Gutiérrez, fundaba la biblioteca de
la Universidad de Buenos Aires, probablemente a su solicitud o espontáneamente,
Mitre hizo la donación de 242 volúmenes. Al agradecerle, Gutiérrez le expresaba,
en febrero de 1864: “Si no me oprimiese tanto nuestro “farouche” espíritu
democrático, mañana mismo colocaría su retrato de usted sobre los estantes, como
el del verdadero fundador de un establecimiento que ha de ser útil”. Es de presumir
que estos volúmenes se referían a obras varias de humanidades coleccionadas
desde su juventud, de las que he hecho mención al hablar de los préstamos de
libros en 1845, o a otras obras históricas duplicadas que poseía, dudando de que
este rasgo de generosidad le obligara a desprenderse de un solo ejemplar de sus
series americanas. En otra circunstancia donó, sin embargo, a esta biblioteca, una
copia manuscrita del curso de lógica, por el doctor Francisco Sebastián, dictado en
la cátedra de filosofía del Colegio de San Carlos. La copia había pertenecido a
Raimundo González Gorostizú, uno de sus discípulos, como lo expresaba el
mismo en la carátula del cuaderno, que constaba de 117 paginas. He podido
establecer, además, otras donaciones de libros a la biblioteca de la expresada
institución, a la biblioteca pública y a la del Ministerio de Guerra.
Al dejar la presidencia de la Nación en manos de Sarmiento, le fue regalada,
por suscripción popular, la casa que alquilaba al Dr. Ángel Medina, hoy San Martín
336, y que ocupó hasta su muerte. En esa casa colonial, que hoy es templo
consagrado a su memoria, pudo realizar, sólo después de habitarla muchos años, su
anhelada aspiración de ver reunidos en un solo cuerpo sus libros y documentos
históricos, semidispersos en las diferentes habitaciones de la misma.
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Su probada honestidad, lo exiguo de sus entradas mensuales, la fundación
de su diario (La Nación) y otros pequeños gastos que demandaban la austeridad de
su vida, no le permitían ser pródigo en las adquisiciones de libros. En situaciones
difíciles y con sentimiento, tuvo que desprenderse de muchos ejemplares para
sufragar necesidades ineludibles. Con motivo de la revolución de 1874, preso en el
viejo Cabildo de la Villa de Luján y posteriormente expatriado en el Uruguay, su
esposa le escribía, y en una ocasión, después de darle noticias de sus hijos, le
comunicaba que, debido a la escasez de sus recursos, se vería en la necesidad de
vender algunos libros. El Museo Sarmiento posee una carta de Mitre en la que,
refiriéndose a los momentos amargos que atravesaba, se lamentaba de haberlos
solucionado vendiendo parte de su biblioteca, que en épocas mejores pudo
recuperar.
Fué a su regreso de Chile, en 1883, adonde había ido, entre otros motivos, a
realizar una inspección ocular a los campos de batalla de Chacabuco y Maipú, que
recibió la sorpresa de ver edificado el gran salón biblioteca, que bajo la dirección de
su hijo Emilio, se hizo construir sobre el comedor y otras habitaciones de la casa,
en el lugar que ocupa actualmente.
Allí instaló su biblioteca, que tituló americana, histórica, geográfica y
etnológica, dividiéndola posteriormente en secciones y en las materias de su
especialidad, como historia, viajes y lenguas americanas, bibliografía e historia
natural, etnología, y arqueología, códigos, documentos oficiales, cuestión de límites,
España y América, léxico, diccionarios, polígrafos y biografías. También dispuso
una sección Prensa Argentina y una Mapoteca. Completaba esta clasificación con
un archivo, donde guardo, en muebles especiales, los documentos autógrafos
americanos que reunió para escribir sus obras históricas, entre los que se hallaban
documentos de Belgrano, de Pueyrredón y el valioso Archivo del General San
Martín, que en 1885 le obsequiaron los descendientes del Gran Capitán.
Si bien esta clasificación hoy día no sería la perfecta ni adecuada para una
biblioteca pública de índole general, como organismo particular tenía, sin embargo,
normas apropiadas a su destino.
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Las compras de libros continuaban considerablemente. Sus relaciones
comerciales con libreros del extranjero y sus corresponsales en el país en procura
de novedades, habían dado merecida fama a su biblioteca. No solamente se la
conocía aquí, sino que hasta de Europa y de todas las repúblicas del continente
americano le llegaban a diario libros que los autores, conocidos y desconocidos, le
dedicaban sometiéndolos a su consideración. Mitre en ningún momento dejaba de
contestar, agradeciendo y expresando algunas palabras de aliento o de elogio. Otras
veces se encargaba de hacerles llegar, por medio de la prensa, el juicio merecido de
las publicaciones que le remitían. Este sistema venía poniéndolo en práctica en
Buenos Aires desde la época que redactaba “Los Debates”. En este diario Mitre
estimuló en alguna ocasión a Pastor Obligado, y éste, transcurrido medio siglo, o
sea en septiembre de 1905, le enviaba un ejemplar de la cuarta serie de sus
“tradiciones argentinas”, y después de dedicárselo, afectuosamente le decía: “Pues
van a cumplir 50 años me alentaba su palabra benévola desde “Los debates a seguir
la carrera literaria de mi inclinación”. Las palabras benévolas de Mitre habían
quedado tan agradadas en Don Pastor, que volvía a recordárselas al dedicarle la
sexta serie de sus “Tradiciones”.
En La Nación dio a conocer con posterioridad juicios sobre las principales
obras aparecidas, en términos que ponían de manifiesto su gran preparación y lo
exacto de sus conclusiones. Uno de los más interesantes es el de la “Historia de
Rosas y de su época, emitido al Dr. Adolfo Saldías en una extensa carta que ha
servido de prólogo a una de sus últimas ediciones.
La opinión de Mitre es interesantísima por sus vistas sobre el período que
abarca y por sus conceptos sobre el tirano. Este juicio ha sido comentado en
algunas ocasiones, especialmente por Enrique de Gandía en una de sus
conferencias sobre “Mitre, Bibliófilo”, pronunciada en la Institución Mitre no hace
mucho.
Suman centenares los libros que se hallan dedicados por sus autores, así
como los que el general ha anotado o han pertenecido a personas de actuación.
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Mitre era muy generoso en la divulgación de sus conocimientos. Infinidad
de personas se dirigían a él solicitando informaciones de toda índole, que tenía la
particular satisfacción de contestar. Era algo que estaba dentro de su modo de ser el
poder servir de guía al incipiente historiador, en una fecha o en la exactitud de un
acontecimiento; al periodista, orientándole en el desarrollo de un tema, y al
legislador, dándole la solución de los problemas políticos, inspirado siempre en su
larga experiencia y en su sano patriotismo. Lo mismo sucedía con el arqueólogo,
con el numismático y con el lingüista, así como con cualquier otro ramo de la
ciencia. Son numerosas las cartas que se conservan en su archivo, de personas que
recurrieron a su saber para obtener la última palabra de esa especie de tribunal
superior que era Mitre.
Por otra parte, directores de periódicos y revistas le escribían de continuo
pidiéndole colaboraciones, “pues se verían muy honrados con un trabajo suyo”, a
lo que Mitre rarra vez se negaba, enviándoles una poesía o un artículo.
Cuando alguna persona le pedía audiencia para consultar personalmente una
obra, la recibía, por lo común, en la biblioteca, y allí, después de una corta
conversación, iba directamente al libro que necesitaba con una seguridad
asombrosa, y en su presencia, bajo su disimulada vigilancia, el lector podía
investigar, tranquilo y seguro, que en el libro entregado encontraría lo que buscaba.
Si bien, como queda dicho, Mitre era generoso en facilitar su material histórico a los
estudiosos, era también enemigo de prestar libros, lo que hacía únicamente con sus
íntimos. Tenía la experiencia de que libro prestado significaba libro perdido.
Su biblioteca había tomado el carácter de una institución pública, que
prestaba sus servicios al desarrollo de las letras y a la cultura del país. Citaré algunos
de sus primeros lectores: Samuel Lafone y Quevedo, Francisco P. Moreno, Félix F.
Outes y Luis María Torres, del grupo de los etnólogos; Ramón J. Cárcano, Anjel
Justiniano Carranza, Carlos María Urien y otros, del grupo de los historiadores;
Jorge A. Echayde y Alejandro Rosa, de los numismáticos, con quienes fundó, en
1893, la Junta de Numismática, llamada más tarde Junta de Historia Numismática
Americana, hoy Academia Nacional de la Historia. Tal es la brillante tradición de
esta institución, que Mitre presidió hasta su muerte.
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Los últimos años de su experiencia los pasó Mitre más entregado que nunca
a su pasión por los libros. Retirado por su voluntad de la vida pública, en la que
había militado más de medio siglo, desempeñando honrosamente todos los cargos
y distinciones que puedan dispensarse a un ciudadano en una nación libre, no tuvo
otra aspiración que la de la tranquilidad para seguir con afán encomiable sus
estudios históricos y bibliográficos.
Pasaba la mayor parte de las horas disponibles que le dejaba la dirección de
La Nación, ya absorbido en la lectura de los periódicos de la mañana, ya
preparando nuevas ediciones de sus obras históricas y de sus traducciones del
Dante y Horario, o sencillamente, resolviendo algún problema etimológico sobre
vocablos indígenas.
El catálogo razonado de lenguas americanas es el fruto de esa labor que con
voluntad inquebrantable llevó a cabo en sus horas últimas, en base al análisis y
comentarios personales de más de quinientas obras de esta sección de su biblioteca.
La muerte lo sorprendió en plena tarea, impidiéndole realizar el catálogo razonado
de las demás secciones, como lo había efectuado con la de lenguas americanas. El
fichaje general de sus libros estaba a cargo de su bibliotecario, don Serafín Livacich.
A poco de ocurrido fu fallecimiento, el diputado nacional Dr. Manuel
Carlés, interpretando la voluntad popular, presentó a la Cámara el proyecto de ley
para la adquisición de la casa que había sido su última morada, con el objeto de
formar allí, con la biblioteca, archivo, monetario americano y demás colecciones, el
Museo Mitre. Había sido voluntad del general, manifestada verbalmente en diversas
ocasiones a sus familiares, que estos bines pasaran, a su muerte, a poder del Estado.
El Dr. Carlés, en un elocuente y expresivo discurso, en el que ponía de
relieve las condiciones morales y el simbolismo del prócer, se refirió al significado
de la histórica casa en los siguientes términos: “Es una reliquia de la tradición de la
patria vieja, que nuestros abuelos nos narraban para estimularnos en el ejercicio de
las virtudes que consolidaron nuestra nacionalidad.
Nuestro pueblo asombra al mundo con su andar precipitado; pueblo de
alma sencilla, cuerpo de gigante y con energías devoradoras del porvenir. Sin
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detener su andar, rememorémosle, que se encuentran desprovistas de estatuas sus
plazas, sin monumentos de glorias pasadas sus calles; rememorémosle, que nuestra
historia es corta, pero digna, y que hubo próceres que, como el general Mitre,
supieron conservar siempre puro entre purezas, un amor entre amores: ¡ el amor
puro a la patria!”.
IV
Con una sencilla ceremonia, tan sencilla y austera como la vida del patricio,
el Museo Mitre abrió sus puertas al público el jueves 3 de junio de 1907, bajo la
dirección de D. Alejandro Rosa. Cuentan las crónicas de entonces, que los
visitantes, llenos de emoción, recorrieron las diferentes salas evocando su venerable
figura, y que al penetrar en el angosto y largo recinto de la biblioteca,
“amortiguaron las pisadas”, como si temieran perturbar la labor del gran anciano,
que crecían ver allá, al fondo, sentado en la mesa de trabajo, en que se escribiera la
“Historia del general San Martín”.
Hojeando las 700 páginas del catálogo inventario de la biblioteca, publicado
por el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, en 1907, puede tenerse sólo una
idea de la ímproba labor del coleccionista; pero, si recorremos una por una sus 25
secciones, deteniéndonos a observar los títulos semiborrados de los libros, la
vetustés de sus modestas encuadernaciones, sus anotaciones, etc. Veríamos cómo
se agranda la figura del eminente bibliófilo, que no obstante sus preocupaciones en
las tempestades de una larga época y los momentos difíciles de su vida, pudo
atesorar con acertado criterio personal las magníficas series bibliográficas que hoy
son el orgullo de la cultura nacional.
La dirección ha conservado la biblioteca en el mismo orden que tenía
entonces, así como las estanterías, muebles, cuadros y objetos que la adornan.
El número actual de volúmenes alcanza a 45.000, distribuidos en las
secciones correspondientes, y pueden ser consultados todos los días en el salón de
lectura.
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En los treinta y seis años transcurridos desde su creación, millares de
lectores, argentinos y extranjeros, han podido tener en sus manos, temblorosas a
veces, los libros que pertenecieron a Mitre, evocando a menudo su figura y vivifica
el recuerdo en los ancianos y estimula el ejemplo en las nuevas generaciones.
La formación de la biblioteca de Mitre se halla tan identificada con su
espíritu que sería necesario estudiar a fondo los diferentes aspectos de su vida
intelectual, para tener un perfecto concepto de ella. Es un caso típico de unión
entre el autor y su obra; como el árbol que revive bajo su propia sombra.
De todas las obras buenas que enaltecen la vida pública de Mitre, que hoy
son patrimonio de la historia nacional, ninguna refleja su personalidad con tanta
exactitud como su biblioteca; esta es la obra magna, real e inmortal de uno de los
hijos predilectos de la patria; del que fue poeta, para cantar sus glorias; del que, sin
vocación, fue militar para defenderla; periodista, para dirigirla con sus ideas, político
y legislador, para organizarla y darle sabias leyes; pero más que todo eso, fue
historiador y bibliófilo, no por ese egoísmo propio del coleccionista, sino con el
convencimiento de que el desarrollo de la cultura en una nación es la verdadera
trayectoria a seguir para verla figurar entre las más grandes del mundo.
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