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gedia explica el contenido de términos centrales en el proceso de razonamiento legal.
De esta forma, otorga particular énfasis al
problema de la cólera (orgê) y su campo de
aplicación en Demóstenes, Esquines, Esquilo
y Eurípides. Se detiene luego en la relación
entre la cólera, el castigo y la ley, focalizando su análisis en algunos breves pasajes
de Prometeo de Esquilo, Edipo en Colono
de Sófocles y Suplicantes de Eurípides.
En el estudio siguiente, «Law and Political
Theory», Josiah Ober orienta su trabajo al
análisis de las teorías y de las prácticas arcaicas del derecho, especialmente en Hesíodo
y Solón. Se detiene luego en Tucídides y el
derecho internacional y finalmente completa su trabajo con la revisión de las teorías platónicas y aristotélicas acerca de las cuestiones de la ley y la ciudadanía.
Cierra el volumen el estudio de A. A.
Long «Law and Nature in Greek Thought»,
en el que se explican los alcances legales de
las nociones de nomos y physis y la conexión entre ambos, toda vez que se trata de
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analizar los conceptos de «natural law» y
«law of nature». Long, reconocido especialista en el estudio de la filosofía helenística,
otorga particular atención al modo en que
ambos términos son usados en diferentes
contextos, desde Hesíodo y los presocráticos a Platón y Aristóteles.
Completan la edición una extensa y
exhaustiva bibliografía, seguida de un índice de autores y pasajes citados. En síntesis,
se trata de una obra cuyo tema de estudio se
torna cada vez más necesario para la comprensión de la cultura griega, como lo son
las teorías y las prácticas del derecho y sus
diferentes vinculaciones con otros campos
de la vida pública de la polis. Cada uno de
los trabajos que compone el volumen constituye un aporte enriquecedor, reflejo de una
gran erudición, que orienta el estudio del
derecho hacia nuevas y prometedoras perspectivas de análisis.
Viviana Gastaldi
Universidad Nacional del Sur
RATHMANN, Michael. 2005.
Perdikkas zwischen 323 und 320. Nachlassverwalter des Alexanderreiches oder
Autokrat?
Viena: Verlag der Österreichischen Akademie der Wissenschaften,
Philosophisch-Historische Klasse Sitzungsberichte, 724. Band, 100 p.
La historia la escriben siempre los vencedores, y de esa contingencia fatal no se libró
tampoco Perdicas, el administrador de la
herencia de Alejandro Magno. Nuestras
fuentes para este caso son, fundamentalmente, un fragmento de Dexipo (FGrHist.
100 F8), el T( μετ( Αλξανδρον de
Arriano de Nicomedia, Quinto Curcio,
Pompeyo Trogo/Justino, Diodoro de Sicilia,
Plutarco y un apócrifo testamento de
Alejandro en el PseudoCalístenes, en el que
Perdicas es designado como rey de Egipto,
autores todos ellos muy lejanos en el tiempo
de aquel escenario decisivo de la historia del
helenismo en el que los Diádocos se enfrentaron al dilema de optar entre el unitarismo
o el particularismo, entre mantener, por un
lado, la unidad del legado de Alejandro, eligiendo a un regente o tutor (!πτροπος) de
la diadema hasta la mayoría de edad del
sucesor en la realeza (δι.δοχος τ1ς
βασιλεας) y protegiendo, por tanto, la
συμβασιλεα de Filipo III Arrideo (CURT.
10.7.2) y del nasciturus de Roxana
(CURT. 10.6.9), Alejandro IV Aegos, o dar
rienda suelta, por otro, a sus ambiciones personales, bien luchando por ser reconocido
como heredero único de Alejandro, bien
defendiendo la repartición del imperio, aspirando, como Ptolomeo, a convertir en un
nuevo reino una antigua satrapía aqueménida (PAUS. 1.6.2). Como en el caso de los
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otros Diádocos, del aciago mal de la voluntad de poder también fue víctima Perdicas,
pero es necesario analizar escrupulosamente todas las variables de su carrera entre junio
del 323 y el verano del 320 aC para desvelar
si fue un honesto y escrupuloso albacea del
testamento de Alejandro, salvaguarda, por
tanto, de la unidad del imperio, o un general ambicioso más, con aspiraciones a ceñir
sobre su cabeza la corona de la casa
Teménida, denominada desde época helenística de los Argeadas por creer que provenían de Argos.
El trabajo de Michael Rathmann, profesor de historia antigua en el Seminar für Alte
Geschichte mit Papyrusabteilung de la
Rheinische Friedrich-Wilhelms-Universität
de Bonn y especialista también en vías romanas1, analiza exhaustivamente ese momento crucial del helenismo, y aunque, a buen
seguro, todavía habrá quien, tras la lectura
de este minucioso estudio, dude sobre cuáles fueron las verdaderas intenciones de
Perdicas, cualquier juicio de valor futuro
sobre el particular no podrá desatender el
riguroso examen que se nos brinda en este
trabajo sobre el debate que una convergencia
de intereses antagónicos suscitó tras la muerte de Alejandro, imprescindible para la comprensión de la historia del helenismo, y en
donde unos hombres, humanos, demasiado
humanos, se debatieron entre la lealtad a la
casa de los Argeadas o la ambición personal. Con este Perdikkas se subsana también
otra carencia historiográfica, a saber, la de
un trabajo de síntesis que radiografiase el
retrato de un personaje histórico muy mal
visto, no tan sólo por las fuentes clásicas,
sino también por la historiografía posterior.
Entre los historiadores de nuestro país,
no es habitual el mostrarse atento a aspectos institucionales que, en la historiografía
germana, sería casi un sacrilegio desatender. El trabajo de Rathmann, fiel a esa vene-
1.
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rable y sabia tradición, se inicia con un capítulo sobre el anillo-sello de Alejandro y su
entrega a Perdicas, una cuestión compleja y
a la vez nada banal, si queremos desentrañar qué función quiso atribuirle Alejandro
a su quiliarco, y si tal gesto debía de ser
interpretado como expresión de la designación. A favor de la misma, podríamos argüir
que la posesión de insignia regalia, como el
anillo, la diadema, los vestidos y las armas,
podrían ser una muestra inequívoca de que
Perdicas fue elegido por Alejandro para una
misión, sin duda, importante, aunque sin
tener que ver en ello a un sucesor, sino, quizás, simplemente a un tutor o regente. En
contra, podríamos argumentar que nada se
dice de la diadema, la vestimenta y las armas
y, lo más importante, y éste es un argumento decisivo para certificar que Perdicas en
cualquier caso no era más que un tutor, la
tradición de la casa Teménida decantaba la
sucesión a favor del consanguíneo más próximo, argumento utilizado por Meleagro a
favor de Filipo Arrideo, sobre todo por el
hecho de que el nasciturus de Roxana no
pudo ser reconocido por su padre, imprescindible para ser nombrado sucesor, y nada
se sabía obviamente sobre si sería o no un
varón, si bien en Curcio leemos que tanto
Perdicas como Leonato fueron nombrados
tutores del nasciturus de Roxana por stirpe
regia genitos (CURT. 10.7.8). Es posible que
Perdicas recibiese, pues, el anillo macedónico (CURT. 10.5.4; cf. PLU., Alex. 9.1), en
su calidad de primus inter pares y para ejercer la función de simple tutor por su parentesco con la casa real y por su antigüedad
en el entorno del rey, como en el caso de
Leonnato, aunque no sabemos si también
recibió el anillo de Darío III usado por
Alejandro para sellar las cartas enviadas a
Asia (CURT. 6.6.6), y, por tanto, puede quedar un resquicio para la duda sobre el ámbito territorial del poder de Perdicas. No obs-
Véase su Untersuchungen zu den Reichsstraßen in den westlichen Provinzen des Imperium
Romanum, Beihefte Bonner Jahrbücher Bd. 55, Mainz 2003 (= Diss. Bonn 1998) o las voces sobre
vías romanas en el Der Neue Pauly.
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tante, éste fue además nombrado quiliarco
—una denominación griega de un término
institucional persa (hazarapatish) que designaba al «custodio de palacio o jefe de la
guardia»—, como antes Hefestión, y eso le
confería un poder casi absoluto, como administrador del imperio tanto económica como
militarmente, algo que no pudo más que despertar el recelo de sus iguales. Para vigilar
las ansias de poder, se estableció lo que algunos han llamado «una especie de triunvirato avant la lettre»: Perdicas, quiliarco —quizás fue demasiado lejos Diodoro (D. S.
18.2.4) al calificarlo de regente (!πιμελητ3ς),
aunque de hecho actuó como tal al tener a
Filipo Arrideo y Alejandro IV en sus
manos—, Antípatro, στρατηγς, Crátero,
προστ.της de los dos reyes y, por tanto, con
un gran poder sobre el ejército y las finanzas —prostasía que después recayó sobre
Perdicas tras la conquista de Anatolia—,
aunque dándose la circunstancia de que ni
Antípatro ni Crátero se hallaban presentes
en Babilonia cuando se tomó tal decisión,
aspecto analizado también detalladamente
por Rathmann con la ayuda de una útil prosopografía de los actores implicados. Es
importante también destacar, como apuntó
Schachermeyr, que ninguno de ellos recibió
oficialmente el título de regente o tutor
(!πτροπος), más allá de la mención de
Curcio, seguramente porque se sabía que esa
titulatura confería al poseedor una soberanía plena, y planearía sobre el ambiente el
recuerdo, todavía muy cercano, de Filipo II
y Amintas IV.
Tras analizar las consecuencias del reparto babilónico, Rathmann lleva a cabo un análisis pormenorizado sobre todo lo que sucedió después: la ejecución del hiparco
Meleagro, los alzamientos en las satrapías
superiores, los conflictos en Asia Menor, en
definitiva, la conjura generalizada de todos
los Diádocos para suplantar, como señaló
Droysen, el derecho hereditario de la casa
real macedónica por el derecho de conquista, los νμιμα ancestrales sobre la sucesión
por el derecho que otorgaba la fuerza de las
armas, cambio que sólo podía conducir a la
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disolución del imperio. Como leemos en
Curcio (CURT. 10.9.1), «eran muchos los que
solicitaban el poder real, que es indivisible
(insociabilie est regnum)», pero, como
Rathmann señala repetidas veces, parece que
ese mal haya sido atribuido a Perdicas con
más insistencia que al resto de los Diádocos,
así, por ejemplo, Will, que describió al quiliarco como el primero en dejarse seducir
por la ambición de convertirse en heredero
del trono Argeada.
Del Perdicas administrador de la herencia del imperio de Alejandro, pasamos pronto en las fuentes al Perdicas autócrata que
actuó como un déspota y compró o vendió
fidelidades como medios justificados por un
fin: reinar. Para afianzar los pactos, se entretejió toda una política de enlaces conyugales,
analizada también en dos capítulos por
Rathmann, sabedor de la importancia de la
presencia femenina, por activa y por pasiva,
en la historia política del mundo helenístico: con Nicea, primero, la hija del leal
Antípatro, el estratego nombrado por
Alejandro que permaneció en Europa tras el
inicio de la conquista del imperio persa, y,
por tanto, todopoderoso en el seno de la
monarquía macedónica; con Cleopatra, después, la hija de Olimpíade, y a iniciativa de
la reina madre que veía en Perdicas al mejor
situado para garantizar la unidad del imperio, y cuyo odio ancestral hacia Antípatro la
impulsó a abortar cualquier intento de reconciliación entre los dos grandes del reino.
Perdicas no desatendió a corto plazo el ofrecimiento de la madre de Alejandro, ya que
vio en su matrimonio con la hermana del
difunto rey un mecanismo de legitimación
inapelable, mucho más firme quizás para
persuadir al ejército que la candidatura de
un bastardo deficiente mental, Filipo III
Arrideo, o la de un semibárbaro, el semiiranio Alejandro IV, era algo que no podía gustar a la falange macedónica, formada fundamentalmente por campesinos apologistas
de las tradiciones patrias. Era la primera vez,
aunque no la última, que las mujeres pasaban
a ser un factor decisivo de la historia política helenística.
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No obstante, como se nos recuerda en un
lúcido capítulo final, los hechos pronto desmintieron las previsiones, a causa de que
eran muchos hombres de talento los que
pugnaban, ya fuese a favor de la unidad, ya
fuese en pro de la desmembración. Y es ahí
precisamente en donde Antígono y Ptolomeo
jugaron sus bazas más importantes, aunque
seguramente fue el Lágida el primero que
supo intuir que en el rico Egipto encontraría el humus sobre el que fecundaría la semilla de una nueva dinastía. Eso lo sabía muy
bien Perdicas y ahí está el motivo de su campaña egipcia, en donde encontró la muerte
a manos de sus propios e igualmente ambiciosos oficiales —Seleuco, por ejemplo—,
una escena que presagiaba futuras traiciones.
Como señala Michael Rathmann en la
conclusión, el retrato de Perdicas fue esbozado en las fuentes clásicas resaltando los
aspectos sombríos de su carácter y su ambición desmesurada, pero, tras la lectura de
este trabajo fundamental, uno descubre que,
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mal que le pese a buena parte de la tradición
historiográfica hasta tiempos recientes, las
ambiciones de Perdicas no fueron muy distintas de las de sus compañeros de armas,
prefigurando lo que sucedió después en la
historia política del helenismo: que eran
muchos, inspirándonos en Rostovtzeff, los
héroes que vieron en el derecho de las armas
la legitimidad para reinar. Cuánta verdad hay
en un pasaje revelador de Curcio sobre las
últimas palabras de Alejandro: «al preguntarle sus amigos a quién dejaba el reino, respondió que al más digno, pero que ya preveía él que, a propósito de la disputa por el
reino, se le deparaban unos magníficos juegos fúnebres» (CURT. 10.5.5). Fueron
muchos, no sólo Perdicas, los que se sintieron aludidos en las palabras de Alejandro de
que le sucediese el más apto. Un campo abonado, sin duda, para el violento choque de
fuerzas y la moralización de la historia.
Manel García Sánchez
Universidad de Valencia
SBLENDORIO CUGUSI, M. Teresa. 2005.
L’uso stilistico dei composti nominali nei Carmina Latina Epigrafica.
Bari: Edipuglia. Quaderni di «Inuigilata Lucernis», 143 p.
Hace ya algunas décadas que esta misma
autora se había ocupado del lusus anfibológico de los nombres propios en los CLE
(«Un espediente epigrammatico ricorrente
nei CLE: l’uso anfibologico del nome proprio. Con cenni alla tradizione letteraria»,
Annali della Facoltà di Magistero
dell’Università di Cagliari, n. s. vol. IV
[1980], 257-281), como un recurso explícito para llamar la atención sobre el nombre
del difunto y provocar así, más eficazmente, su recuerdo. Dicho trabajo analizaba,
metódicamente y con amplia documentación, las variadas técnicas empleadas por
los distintos autores, anónimos en su mayor
parte, para llevarlo a cabo, sin descuidar su
distribución geográfica, cronológica y diastrática.
Un trabajo igualmente riguroso, pero
mucho más ambicioso, nos ofrece ahora la
autora bajo este título (L’uso stilistico dei
composti nominali nei CLE), un avance del
cual tuvimos la fortuna de conocer el pasado 2004 en la II Reunión Internacional sobre
Poesía Epigráfica Latina, organizada por el
Grupo de Redacción CIL XVIII/2 y celebrada en Tarragona (sus resultados pueden
leerse en el volumen digital Temptanda uiast,
C. Fernández Martínez y J. Gómez Pallarès
[eds.] [2005], Bellaterra, SPUAB).
Independientemente de los hallazgos de la
investigación que aborda, resulta especialmente interesante y prometedor el anuncio
inicial de la autora de un trabajo futuro
(esperemos que no muy lejano) sobre la lengua de los Carmina Latina Epigraphica (en
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