Testimonio: entretejiendo el ser "sal de la tierra" y "luz

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Testimonio: entretejiendo el ser "sal de la tierra" y "luz del mundo"
Ser més Església, servir més el món - Congrés del Laïcat a Catalunya 2 i 3 d’octubre 2015
“Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras
sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios.”
(Papa Francisco, EG 259)
La autenticidad de un camino espiritual se manifiesta en la capacidad de promover santidad: testigos del
misterio pascual que irradian la presencia del Resucitado por doquier. La espiritualidad, ese estilo de vida
integral y particular orientado radicalmente hacia Aquel que nos sustenta y trasciende, en la tradición
cristiana tiene como horizonte la plena transfiguración del creyente: transparencia, con tonalidad propia,
que irradia la luz de Cristo; pura presencia nutriente que se pierde para fecundar y dar sabor a los bienes de
la tierra.
Por eso es importante e ineludible, en un congreso sobre el laicado, reflexionar juntos sobre nuestro
testimonio de vida como hombres y mujeres del siglo XXI, como cristianas y cristianos en tiempo de
pluralismo. ¿Qué evocan mis gestos y actos, mis palabras y silencios? ¿Soy consciente del estilo y tipo de
testimonio que voy manifestando en mi cotidianidad? ¿Mi vida, contagia o repele, irradia o controla? ¿Soy
testigo de algo, de alguien? ¿De qué doy testimonio con mi vida?
Más que maestros o proclamadores, testigos
Si queremos “ser más Iglesia, para servir más al mundo”, hemos de hacernos estos interrogantes con
serenidad, profundidad, autocrítica y creatividad. Un camino ineludible para “ser más Iglesia” es ser “más
testigo”. Como ya diría Pablo VI, «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los
maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos».
El testimonio refiere lo que alguien o varios han visto y oído. El testigo informa sobre unos sucesos en los
que ha participado, sobre personas u hechos. Por eso el testimonio se basa en una experiencia ocular o
auricular. Al atestiguar esos hechos, el testigo se declara a favor o contra alguien y de este modo
compromete su palabra, se compromete a sí mimos con plena libertad. No sólo “habla de”, sino que se
“implica con”.
El cristiano ha de atestiguar y dar testimonio de ese desbordante e inconmensurable Amor paternomaterno, Amor que es plena acogida y donación Filial, en la libertad y fecundidad del Espíritu. Es testigos de
un encuentro que cambia la vida. Como dijo Benedicto XVI, “no se comienza a ser cristiano por una decisión
ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.” (DCE1)
El eje de la profundización desde el atestiguar a ser testigo es el compromiso. El testigo, con su testimonio
puede, llegar a sellar su adhesión a la causa que defiende, asumiendo todas las consecuencias. De hecho, y
la historia guarda ejemplos, la entrega de la propia vida será la prueba viviente de la convicción interior y
consagración del testigo a la causa que defiende. Mientras que la demostración sobre todo apela a la
inteligencia, el testimonio compromete en niveles diferentes la voluntad y al amor. Apela a la confianza,
asumiendo la integralidad de la persona.
Ejemplo de testimonio cristiano es la comunidad jóanica: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos
oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la
Palabra de vida, -pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos
la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó-, lo que hemos visto y oído, os lo
anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en
comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo.” (1
Jn 1,1-4) Esta comunidad, luego de casi 2000 años, sigue atestiguando y trasmitiendo la transformadora
experiencia con Jesús, de forma elocuente y potente, para revivirla en quien la recibe. Son discípulos,
testigos del amor de Jesús hasta dar su vida. Por eso Jesús es el Cristo, testigo del amor del Padre en el
Espíritu.
¿Cómo desarrollar este renovado testimonio en contextos de pluralismo y secularidad? Tal vez las
metáforas del ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”, son útiles para abordar dos modos de testimonio.
Dos estilos de compromiso y coherencia de vida con la “Buena Nueva” del Dios hecho hombre. Modos que
han configurado espiritualidades y formas de cristianismo. Estilos que se han de equilibrar y armonizar,
entretejer, a partir de esa tendencia a ser “sal de la tierra” o “luz del mundo” que está presente en cada
creyente. Es más, estilos que en la propuesta del papa Francisco de la “mística del encuentro” se
complementan y enriquecen mutuamente, tanto a nivel personal como comunitario.
Lo que sigue, más que una reflexión teológica espiritual, es compartir en voz alta intuiciones y
sedimentación de mi caminar espiritual. Acogedla como tal. Como una invitación en clave existencial a
revisitar nuestro estilo testimonial y empezar a recorrer los senderos que nos va señalando papa Francisco.
El testimonio en un contexto de pluralismo y secularización
Aunque de modo breve y conciso es necesario tener pinceladas del actual cambio de época en el cual
estamos inmersos desde hace tiempo. Un cambio de paradigma que va evidenciando el pluralismo como
matriz y característica fundante de la nueva época emergente. Es ineludible y ante todo es un cambio
radical, de raíz, en el modo de ver al diferente.
Si en la etapa aislacionista de conciencia-mentalidad tribal el otro es negado, mientras que en la etapa
expansionista de conciencia-mentalidad imperialista el otro es asimilado, en la creciente etapa de la
reciprocidad de conciencia-mentalidad pluralista, el otro ha de ser reconocido. Reconocer su plena dignidad
humana que se manifiesta desde la total diversidad. Invitación a ir convirtiendo nuestra percepción del otro
como alius (ajeno, amenaza, enemigo) a mirarlo y contemplarlo como alter (prójimo, compañero,
oportunidad).
Dentro de este cambio paradigmático, el fenómeno religioso actual es posible caracterizarlo en tres rasgos
principales (Cf. Casanova 2013):
a) una enorme diversidad de sujetos, prácticas, creencias, instituciones y vivencias religiosas, con la
dificultad de definir un órgano regulador global sobre la validez o no de estos fenómenos religiosos;
b) la enorme fuerza creativa, pero también destructiva, presente en el hecho religioso;
c) por tanto la urgencia de reconocer esta irrupción de lo espiritual y generar un diálogo a todos los
niveles para facilitar la convivencia global.
Esta “metamorfosis de lo sagrado”, en palabras de Juan Martín Velasco (1999), exige una renovada
inculturación del Evangelio, una novedosa encarnación del cristianismo, desde tres claves:
a) Recuperar la dimensión mística desde un cristianismo personalizado, sustentado en la experiencia
personal de Dios:
 “creyente que, en medio de la vida, hace la experiencia personal de su fe”
 “se asienta sobre el centro de la vida cristiana -la experiencia y la vida interior-“
b) Promover una institución que tiene como modelo la fraternidad
 “comunidad de hijos del Padre común, iguales en dignidad y en derechos; todos activos y
corresponsables, dotados de diferentes carismas y destinados a diferentes ministerios”
c) Ahonda en la dimensión ética desde la lucha contra la injusticia social
 “porque la experiencia de Dios, que es el eje de la vida cristiana, está inseparablemente
ligada a la experiencia efectiva del amor al prójimo”
Todo esto también transforma e invita a un reconfiguración del testimonio cristiano. A una coherencia de
vida menos agresiva, expansiva y absorbente de la diversidad, y más respetuosa, dialogante y atrayente
desde la propia plenitud de vida. En términos cristianos, el contexto actual, nos interpela a una
proclamación del Evangelio
-
desde un anuncio dialogante y testimonial: menos unidireccional y expansivo para ser más
intersubjetivo; menos discursivo, doctrinal y teórico para ser más concreto, vital y sapiencial;
que hace del diálogo en sí un testimonio de vida y no sólo un recurso para algo más, un diálogo que
por que es tal, también anuncia verbalmente la convicción vital del amor del Padre en Cristo;
para consolidar un testimonio de que es posible dialogar con la diversidad, en todas su formas y
variantes, sin por ello dejar de anunciar desde la vida la propia plenitud experimentada en Cristo.
El testimonio cristiano como compromiso por la Vida, de entretejer estilos diversos
Nuestro testimonio, en una sociedad pluralista y secularizada, ha de ser un compromiso por infundir
sentido e irradiar vida en el mundo. Vida conforme con el Evangelio, signo de Resurrección ante la muerte.
Signo que la plenitud de Vida ya está entre nosotros. Presentarnos como un ser sano, ‘feliz en su pellejo’,
que irradia gozo y paz a pesar del sufrimiento y de la muerte.
Por su estilo de vida más que por sus discursos, el cristiano atestigua la presencia de amor de Dios en el
mundo. Su manera “original” de vivir las situaciones comunes, puede suscitar en los que le rodean
interrogarse por el espíritu que lo inspira. Este encuentro puede suscitar el deseo de participar de esa
plenitud de vida.
¿Cómo avanzar en este testimonio-compromiso? En el evangelio según san Mateo hay dos parábolas que
se presentan juntas y expresan dos modos de estar en el mundo: el ser luz del mundo y sal de la tierra.
Luego de las Bienaventuranzas, Jesús, continúa el Sermón de la Montaña con estas palabras:
“Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Ya no sirve para nada
más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No puede
ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la
ponen debajo del mueble, sino que sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la
casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen
a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mt 5,13-16)
Comentando estas parábolas, el ex superior general de los jesuitas afirma que manifiestan el “problema de
la tensión entre la vocación a ser luz que brilla en el mundo y la invitación a ser la sal que desaparece en la
tierra para fecundarla. ¿Hay que interpelar directa y sistemáticamente, como lo hacen tantos movimientos
en torno nuestro, o favorecer la presencia discreta y paciente, como en los medios científicos y marginales?
¿Hay que proponer la fe de manera que impacte, o trabajar primero en hacer contactos y encuentros con
vistas a un testimonio más silencioso?” (P.H. Kolvenbach, 2005).
Ambas parábolas subrayan modoso diversos de establecer la relación del cristiano con el mundo. De
consecuencia generan diversas espiritualidades con sus estilos de testimonio y evangelización. Tal vez en
tiempos pasados se han opuestos y visto como irreconciliables, tal vez es tiempo de armonizarlas y
entretejerlas para que se enriquezcan mutuamente. De este modo nuestro compromiso con el mundo,
desde la experiencia de fe, será más auténtico, dialógico y sobre todo armónico: capaz de integrar cabezamanos-corazón para decirlo de algún modo, o cuerpo-mente-espíritu per decirlo con otro lenguaje.
Cada parábola evoca universos, símbolos, actitudes y acciones diferentes. Invertiré el orden de las
parábolas para desglosar mínimamente lo que abren estos símbolos.
Ser luz del mundo
“Luz del mundo”: nos remite al sentido de la vista. Sin luz no hay visión, esa visión que contempla pero
también busca comprender y entender. La luz muestras las cosas como son, manifiesta la verdad o
posibilita caminar hacia ella. Por eso orienta el camino al mismo tiempo que irradia y atrae a sí misma. La
luz evoca una presencia trascendente, verticalidad: el sol, símbolo del divino, ilumina desde arriba. La luz no
puede dejar de ser luz. Puede reducirse y llega la tiniebla, puede apagarse y aparece la oscuridad, de ahí su
importancia. Pero el riesgo de la luz es ser auto-referente. Atraer a sí misma, en vez de atraer hacia la
Fuente de sí y hacia lo que ella ilumina. Soberbia e iluminismo. Creer poseer la verdad en vez de
experimentarse poseído por la verdad.
Veamos algunos modos importantes de testimonio desde el ser “luz del mundo” para ofrecer alternativas
integrales de vida, abiertas y en diálogo con la pluralidad.
Testigos que anuncian desde el respeto y el ejemplo: “Es el anuncio que se comparte con una actitud
humilde y testimonial de quien siempre sabe aprender, con la conciencia de que ese mensaje es tan rico y
tan profundo que siempre nos supera. A veces se expresa de manera más directa, otras veces a través de
un testimonio personal, de un relato, de un gesto o de la forma que el mismo Espíritu Santo pueda suscitar
en una circunstancia concreta.” (EG 128)
El testimonio como transparencia: No somos fuentes de Luz, hemos de dejarla traslucir la luz de Cristo que
está en nosotros y entre nosotros. “Este es el mensaje que hemos oído de él y que os anunciamos: Dios es
Luz, en él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas,
mentimos y no obramos la verdad. Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en
comunión unos con otros (1Jn 1,5-7). Transparentar Su Luz para que otros, aunque sin una intencionalidad
consciente, caminen en Su Luz. “Dichosos los puros de corazón porque verán a Dios” (Mt 5,8). Transfigurar
nuestra mirada, para recibir la “luz tabórica” como dirían la tradición oriental, para descubrir la presencia
de Dios en las personas y los acontecimientos. Es más, para mirar desde y como Dios mira, y desde allí
animar todos los gérmenes de vida resureccional que pujan por crecer en nuestra “casa común”. “La
lámpara de tu cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está sano, también todo tu cuerpo está luminoso; pero
cuando está malo, también tu cuerpo está a oscuras. Mira, pues, que la luz que hay en ti no sea oscuridad.
Si, pues, tu cuerpo está enteramente luminoso, no teniendo parte alguna oscura, estará tan enteramente
luminoso, como cuando la lámpara te ilumina con su fulgor.” (Lc 11,34-36)
Un testimonio comunitario desde el pluralismo interno de la Iglesia y las comunidades: “Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también
vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a
los otros” (Jn 13,43-35). Como ha dicho el papa Francisco, “a los cristianos de todas las comunidades del
mundo, quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y
resplandeciente. Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento
mutuamente y cómo os acompañáis. (…) ¡Atención a la tentación de la envidia! ¡Estamos en la misma barca
y vamos hacia el mismo puerto! Pidamos la gracia de alegrarnos con los frutos ajenos, que son de todos.”
(EG 99)
Ser testigos que es posible vivir el perdón y la reconciliación: “a los que están heridos por divisiones
históricas, les resulta difícil aceptar que los exhortemos al perdón y la reconciliación, ya que interpretan
que ignoramos su dolor, o que pretendemos hacerles perder la memoria y los ideales. Pero si ven el
testimonio de comunidades auténticamente fraternas y reconciliadas, eso es siempre una luz que atrae.”
(EG 100)
Ser sal de la tierra
“Sal de la tierra”: nos remite al sentido del gusto. Hay que tomar algo y llevarlo a la boca para saber de qué
sabe. La sal es un alimento vital, para la tierra y también para el ser humano. Sin alimento no hay vida. Pero
además de alimento, la sal permite saborear. Da sabor, da sentido. No a sí misma, sino a los demás. Realza
a otros bienes de la naturaleza. La sal evoca una presencia inmanente, horizontalidad: lo divino se pierde en
lo “terreno” para informarlo de divino. Para realzarlo y darle sabor “a cielo”. No genera algo nuevo,
distinto, único, sino lo mismo de siempre pero con otro sabor. Como esa sabiduría que viene de la vida y es
para la vida. La sal deja de ser sal, cuando pierde su sabor volviéndose insípida: no fertiliza es tierra.
Mundanidad. Pero también la sal pierde su razón de ser cuando está solo entre sal. Un salar puede ser
bello, pero no permite vegetación, vida.
Ahora quisiera delinear un modo testimonial de ser “sal de la tierra” para alimentar la transformación
sociocultural desde relaciones interpersonales de calidad y profundas. Parto del principio que Jesús “tomó
los valores de su tiempo, en toda su variedad, y los volvió del revés. Estuvo empeñado en una revolución
social, no en una revolución política; una revolución social que exigía una profunda conversión espiritual.
Una revolución social es la que vuelve del revés las relaciones sociales entre las personas en una sociedad.”
(Nolan, 2007) Por tanto, testimoniar que Jesús sigue vivo hoy, es transformar las relaciones sociales.
Al escuchar el texto de ser “sal de la tierra”, desde hace años, me evoca la presencia de María. No una
relación devocional con María, sino María de Nazareth como el modelo de vida cristiana, de cada cristiano:
laica, madre, esposa, hija. El simbolismo de la sal me evoca María, porque su presencia es como la sal: no se
ve pero está. Alimenta y da sabor. Desde la cotidianidad va generando una revolución: acogiendo la
invitación del ángel, acompañando a su hijo, estando en pie en la cruz hasta acoger a algún discípulo y estar
en el cenáculo con los discípulos. Veamos brevemente su ejemplo, que nos puede dar pista a un testimonio
mariano:
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Apertura al misterio: no sus planes sino los de Dios
Salida de sí: ir a visitar a María, amor concreto
Acogida profunda: ante cosas que las “sorprenden”, guardaba todo en su corazón
Saber leer las necesidades más humanas: en la boda los novios se quedaron sin vino
Una más sin por ello dejar de ser quien es: discípula y madre, porque hace la voluntad de Dios, no
por otros méritos o situaciones. Nos abre la posibilidad de todos ser madres y hermanos de Jesús
Capacidad de “estar”: no hablar, no gritar, estar viviendo al 100% lo que toca
Abre su casa: para recibir al desilusionado, para mantenerlo en pie
Acompaña sin tomar riendas: a los discípulos en el cenáculo
La “mística del encuentro” como compromiso de ser sal y luz
“La vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no
alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora. Así, pueden
advertirse en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo,
una crisis de identidad y una caída del fervor. Son tres males que se alimentan entre sí”
(Papa Francisco, EG 78)
Concluyo retomando algunas palabras del papa Francisco en la Evangelii Gaudium, que ayudan a reenfocar
un aspecto central de cualquier espiritualidad laical: la experiencia espiritual en medio del mundo, en el
encuentro cotidiano y desafiante con cada persona con la cual interactuamos en el día a día. En la hoja de
ruta de Francisco, encontramos esta hermosa intuición e interpelación:
“Sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de
encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que
puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una
santa peregrinación.” (EG 87)
Se invita al creyente a “salir de sí mismo para unirse a otros” ¿Por qué´?, porque hace bien, por la simple
razón que “encerrarse en sí mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia”. El “evangelio invita a
correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro”. Por eso, en una auténtica espiritualidad “la solución
nunca consistirá en escapar de una relación personal y comprometida con Dios que al mismo tiempo nos
comprometa con los otros”.
Para realizar este encuentro, “el modo de relacionarnos con los demás que realmente nos sana en lugar de
enfermarnos es una fraternidad mística, contemplativa” (EG 92). Y ¿cómo se hace? Algunas actitudes
esenciales son: saber mirar la grandeza sagrada del prójimo; saber descubrir a Dios en cada ser humano;
saber tolerar las molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios; saber abrir el corazón al amor
divino para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno; saber que el único camino
consiste en aprender a encontrarse con los demás con la actitud adecuada, que es valorarlos y aceptarlos
como compañeros de camino, sin resistencias internas. Por todo esto, repite el papa, “¡No nos dejemos
robar la comunidad!”
Por eso “desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte
compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que
transforme el corazón. Esas propuestas parciales y desintegradoras sólo llegan a grupos reducidos y no
tienen fuerza de amplia penetración, porque mutilan el Evangelio” (EG 262). En otras palabras, el obispo de
Roma recuerda que siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al
compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de
diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido. Al mismo tiempo, se debe rechazar
la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la
caridad. Por eso, aprendamos de los santos que nos han precedido y enfrentaron las dificultades propias de
su época.
En definitiva, “cuando vivimos la mística de acercarnos a los demás y de buscar su bien, ampliamos nuestro
interior para recibir los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que nos encontramos con un ser
humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios.” (EG 272) Al vivir éste tipo
de mística, que nada tiene de replegamiento intimista, se nos abren los ojos para reconocer al otro; se nos
ilumina más la fe para reconocer a Dios; nos hace más sensibles para reconocer la acción del Espíritu; nos
saca de nuestros esquemas espirituales limitados. Y entonces sí que alcanzamos plenitud cuando
rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres. Esa apertura del corazón es
fuente de felicidad, porque «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35)
Lucas Cerviño
[email protected]
Barcelona, octubre 2015
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