LA LIBERACIÓN ESPIRITUAL ES INDIVIDUAL, NO COLECTIVA. El primer instinto espiritual del individuo con conciencia es buscar un grupo al que pertenecer con el fin de desarrollar una identidad colectiva que le satisfaga. Comoquiera que lo más fácil es pertenecer a la religión en la que nacimos, cuando adolescente, la elección parece sencilla, al principio, hasta que empieza uno a desarrollar conflicto entre las creencias impuestas por el estamento dogmático religioso y la razón cabal desarrollada, en función del mundo empírico de la acción. Por eso, después de haberse uno expuesto, más o menos, fielmente durante varios años, a su credo en cuestión, realiza que no encaja, en virtud de que se ve envuelto mayormente en asuntos mundanos (políticos, económicos y sociales, etc.), los cuales, espiritualmente, le alejan más que le acercan a Dios. De ahí los cambios de una religión a otra o para cualquiera de los muchos cultos existentes. ¿Qué es lo que de verdad sucedió? Al muchacho desde un principio, la religión organizada no le invita a pensar sino a conformar, tomando prestado una identidad colectiva religiosa o de grupo que, a la postre, dista mucho de ser la suya propia. Al humano mediocre esto no le incomoda porque le dicen lo que tiene que hacer para obrar su salvación y así él no tiene mucho que preocuparse por buscar. Se pega al sacerdote de turno y reza sin reflexionar, conformando con el más mínimo detalle ritualista. Sin embargo, el ser intelectual o pensador, por ser de naturaleza inconforme, sigue yendo a su templo hasta que, en virtud del desarrollo de la mente crítica, cierto día descubre que su identidad es única, en línea con la unicidad de Dios, en función de que cada humano fue creado “…a imagen y semejanza del Creador del universo…”. Tan pronto como se educa bien en la disciplina teológica, se emancipa al realizar que sus puntos de vistas son distintos a los de todos los demás, aunque pueda estar de acuerdo en algunas cosas con algunos feligreses. En el fondo, se siente diferente porque es diferente, no porque perdió la fe, como argumentan incansablemente los sacerdotes de cualquiera de las religiones tradicionales. De hecho, los Diez Mandamientos fueron dirigidos a cada individuo en particular y no al pueblo de Israel en su conjunto. Además, el hecho de que el humano nazca y muera solo, enfatiza la individualidad sobre el conjunto. La razón le hizo cambiar, no la falta de fe, porque no es lícito ir en contra de la verdad y pretender que la fe llene totalmente el vacío espiritual e intelectual. La verdadera fe en Dios tiene poco que ver con la fe en cualquier dogmática religión de grupo. Creer, o más bien, descubrir los caminos de Dios, Creador del universo, consiste en intentar seria y profesionalmente considerar la verdad y el amor, amén de otras virtudes espirituales, en todo momento, aunque a veces resulte en detrimento de los intereses personales. La ascensión al monte santísimo, en cuya cúspide se encuentra el Dios vivo y verdadero, se tiene que hacer sólo y a pie, descalzo y paso a paso, con extremo celo y cuidado, por caminos tortuosos y pedregosos de sacrificio y de servicio a Dios, a través de la ayuda a uno mismo y al prójimo, en virtud del desarrollo de una conciencia en constante expansión, sabia y sensible al dolor ajeno más que al propio. Descubrir los caminos santos de Dios reclama un gran amor y devoción por él y no es tarea sencilla. Requiere de arduo empeño y de inquebrantable disposición, no sujeto a los avatares del tiempo ni a las circunstancias cambiantes de la vida. Sin embargo, no es tan difícil como lo ponen aquellos que pretenden que es sólo para los iniciados o para los sacerdotes. Cualquiera que practique regularmente el amor, la inocencia, que sea amante de la justicia y del juicio y que se esfuerce en vivir en función de la verdad, está garantizado el apoyo del Padre celestial, el cual le sale a su encuentro echándole una mano y reforzándole en su ascensión hacia Él, como dice el verso bíblico: o “…Cerca está Jehová de todos aquellos que claman a Él, de todos los que le llaman en verdad …”. ¿Por qué razón la subida a Dios ha de ser individual y no colectiva? ! Fundamentalmente, porque depende de la actitud y de las acciones individuales más que de los pensamientos o ideologías de grupo. Es cierto que al principio uno debe de conformar irremediablemente con lo que le dicen. Sin embargo, luego ha de desarrollar su propia identidad, en virtud del desarrollo de su propia conciencia. Cada cual debe de elegir su camino en este mundo en lugar de vivir conformando, al servicio de su ideal de grupo, por bueno que a él le parezca. En otras palabras, lo verdaderamente importante no es servir al ideal que uno cree que Dios debe de aceptar, sino a la verdad, al amor, al juicio y a la justicia que fueron creados por Dios para liberar al humano del yugo de su propio ego y del de los demás humanos como él. Por ejemplo, Caín fue el primero en presentar una ofrenda cualquiera a Dios y sin embargo, Dios rechazó a Caín y a su ofrenda, prefiriendo la de Abel, el cual emuló al hermano esmerándose en ofrecer para Dios lo mejor que él tenía. Servir al “diosito” que la religión tradicional manufactura, en función de fe, no es servir al Dios vivo y verdadero, el cual hay que descubrir a través de desarrollo espiritual, como reza en Jeremías 9, vs 22: "#$%&'(!) !)*+,%-./,0.(1.,0.2345($% 65# #(78.9:0;,$%<4*8 =;>(*?@:-); A o “…Solamente en esto se gloríe el que se congratule: En entenderme y en conocerme, en el sentido de que Yo soy Jehová, el que me compadezco en el juicio y en la justicia en la tierra ya que eso es lo que amo, palabra de Jehová…”. ¿Cómo poder sobrevivir socialmente si todos somos individualmente diferentes? La identidad social reclama vivir en la imposición de la tradición, incluso por encima de la verdad de nuestro tiempo, como reclama el Talmud. Sin embargo, en una sociedad libre, se debe de vivir, no por imposición, sino por libre participación y común compromiso, en el sentido de que todos han de cooperar conjugando diferentes perspectivas en aras de inspirar a los menos iluminados, de la mano de la verdad y del amor. De hecho, las virtudes universales bien entendidas y practicadas conducen hacia la unificación de la humanidad. Un ejemplo, es la democracia, en la cual se conjugan diferentes intereses, en un ambiente de libertad en vez de imposición. De hecho, el amor, la verdad, la virtud, etc., no pueden ser patrimonio exclusivo de ninguna religión o sistema humano, porque son de carácter universal. Finalmente, es preciso entender que la identidad colectiva no existe; es pura utopía porque todos somos, en muchos aspectos, diferentes. Este es el gran pecado de todas las religiones del mundo y de los sistemas de gobierno como el fascismo, el comunismo, el capitalismo, el socialismo y todos los “ismos” habidos y por haber. El día en el que se reconozca el valor individual, ya no se tendrá que “evangelizar” ni hacer proselitismo para convencer a nadie de pertenecer a ningún grupo o religión en particular. Todos cooperaremos con el reino de la verdad, del amor y de la virtud espiritual, proyectando nuestra identidad individual en el conjunto, enriqueciéndolo indefinidamente, en virtud de enriquecernos mutuamente.