Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe www.virgendeguadalupe.org.mx Versión estenográfica de la Homilía pronunciada por S. E. Mons. Oscar Armando Campos Contreras, Obispo de la Diócesis de Tehuantepec, con motivo de la peregrinación de su diócesis a la Basílica de Guadalupe. 23 de julio de 2014 Queridos hermanos, queridas hermanas, nuevamente nos reunimos en esta casa que nos recuerda a todos los mexicanos que somos una familia unida bajo el manto de la Virgen morena, nuestra madre Santísima de Guadalupe. Hoy hemos venido desde el Istmo de Tehuantepec trayendo el corazón de todos nuestros pueblos indígenas, mestizos, a todos los hombres y mujeres, campesinos, trabajadores, estudiantes, amas de casa, ancianos y niños, jóvenes y adultos, todos nos acompañan en el corazón de los que en esta ocasión tenemos el privilegio de caminar en peregrinación hasta este templo santo. Venimos a poner a los pies de esta bendita imagen nuestras vidas y a pedirle que nos enseñe a ser buenos hijos, a pedirle que nos tome de la mano y nos acerque al camino de la verdad y de la vida que es Jesucristo nuestro hermano. Y aquí en esta casa que es nuestra y es de todos, ante su imagen bendita, le confiamos nuestras penas y nuestras alegrías. De las alegrías damos gracias, de las penas, le pedimos fortaleza ante ellas. Ante ella, ante la Virgen Santísima ponemos nuestras ilusiones y nuestras esperanzas, pues somos parte de un pueblo que aun en medio de sus dificultades y sufrimientos, mantiene viva la esperanza de un cielo nuevo y una nueva tierra en donde todos podamos reconocernos como hijos de un mismo padre, en donde todos nos sintamos hermanos y tratemos de servirnos unos a otros, en donde todos nos preocupemos de los más necesitados. Ese ha sido el mandato de Jesús a sus discípulos. Esa es la tarea que tenemos quienes nos llamamos cristianos y nos gloriamos por tener a la Virgen como madre: ¡Vivir como hermanos! Por eso, porque queremos vivir como cristianos, nos apena y nos duele el sufrimiento de nuestro pueblo, especialmente el sufrimiento de quienes por años se han sentido abandonados en todos los sentidos, entre ellos está muy particularmente el sufrimiento de nuestros pueblos indígenas que carecen sobre todo de educación y de oportunidades de trabajo. Nos duele la migración de quienes tienen que salir a buscar el sustento lejos del hogar y lejos de la familia. Nos duelen las familias desintegradas y los hijos desatendidos por esta situación. Nos duele la violencia que se ha metido ya en el corazón y en la vida de muchas personas. Aquí estamos, Madre; pidiéndote que como en Pentecostés nos ayudes a orar para encontrar el camino. Queremos reconstruir esta tierra, construir una tierra nueva donde habitemos todos como hermanos, pero necesitamos encontrar el camino, encontrar a Jesucristo. Sabemos que él es el camino para hacer la voluntad del Padre, sin embargo, lo desconocemos cada día más. Tal parece que queremos vivir lejos de Él. Somos pueblos en donde se ha encendido la fe cristiana desde hace siglos, pero hay muchos vientos que quisieran apagarla. Por eso hemos venido, para orar junto a ti, para orar contigo, para que nos enseñes a orar y a esperar confiados el espíritu de tu hijo, Jesucristo resucitado. Queremos mantener encendida la llama de la fe cristiana en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestros pueblos. Necesitamos el fuego del Espíritu para mantener encendida la llama de la fe, esa fe que recibimos de nuestros padres, nos ha hecho conocer y descubrir el amor misericordioso de Dios, pero ahora hay quienes viven como si Dios no existiera. Esa fe nos ha mantenido unidos, pero hay quienes quieren ver desintegradas y divididas a nuestras familias y a nuestras comunidades. Esa fe nos ha mostrado el camino de la verdadera libertad, pero hay quienes quieren esclavizarnos, particularmente a nuestros jóvenes y niños en el alcoholismo, en la droga, en el narcotráfico, en el crimen, en la ignorancia. Esa fe nos ha señalado el camino del amor y nos ha enseñado a ser hermanos, pero hay ahora quienes alimentan cada día más el odio y la violencia. Madre de Jesús y madre nuestra, enséñanos a encontrar el camino. Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Él nos ayudará a construir una vida nueva a cada uno de nosotros. Él mantendrá encendido el fuego del amor en cada una de nuestras familias. Él fortalecerá el compromiso de todos los cristianos católicos para edificar una sociedad más justa y más fraterna. Tú has venido hasta el Tepeyac a entregarnos a tu hijo Jesucristo. Ayúdanos también a aceptarlo, ayúdanos a escuchar su Palabra como tú lo escuchaste. Tú estuviste dispuesta a obedecer lo que Dios te pedía cuando dijiste: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra, enséñanos a obedecer a esa Palabra que nos devolverá la vida. Necesitamos reconstruir la vida en Jesucristo, por eso aquí, ante tu imagen bella, sorprendidos como Juan Diego, queremos poner muy especialmente a nuestras familias, queremos consagrarte a nuestras familias para que cada una de ellas sea un santuario donde se cuide y se proteja la vida en cada una de sus etapas, desde el vientre de la madre hasta la ancianidad. Que sean nuestras familias las que nos enseñen a agradecer, a respetar y a valorar el maravilloso don de la vida, pues sólo quien respeta y valora su propia vida, aprende a respetar y a valorar la vida del prójimo y toda manifestación de vida como un don que debe cuidarse. Solo si nos respetamos a nosotros mismos, respetaremos y agradeceremos la naturaleza donde está la casa común que habitamos, esta naturaleza, maravilla de la creación amorosa de Dios. Madre, queremos consagrar ante ti nuestras familias, para que ellas aprendan, para que los niños aprendan desde pequeños a conocer y a amar a Dios. En ellas los niños deben aprender el amor a Dios. Que sean los padres de familia los primeros en hablar de Jesucristo a sus hijos, de esa manera serán los padres quienes señalen el camino que deben recorrer los hijos para no perderse y para que encuentren la verdadera felicidad. María, madre y maestra, tú sabes cuanta necesidad tenemos de una verdadera educación cristiana que forme a los futuros padres y madres de familia en la verdad y en el bien, en el amor a Dios. Así como tú educaste a tu hijo Jesús para que buscara con alegría estar en la casa de su Padre, haz que cada padre y cada madre de familia sean los verdaderos maestros de nuestra juventud. Queremos que tú estés en cada una de nuestras familias para que no se apague el fuego del amor entre los esposos, para que haya comunicación entre padres e hijos, para que se supere en la unidad las dificultades que en esta época amenazan su integridad. Dales la fortaleza necesaria para que no se derrumben nuestras familias ante los problemas económicos o sociales y que no se dividan por los problemas políticos. Que la familia tenga con tu presencia amorosa el lazo firme que los mantenga unidos en la búsqueda de su propia superación. Virgen Santísima, al consagrarte nuestras familias, queremos también pedirte que nos ayudes a ser familia participativa. Que participemos en nuestras comunidades en todo lo que vea al bien común. Que nuestra unidad ayude a defendernos de todo aquello que ataque la integridad de la vida de la familia, que no permanezcamos indiferentes ante lo que daña la vida social. Tú sabes que necesitamos una sociedad sana en donde crezcan los hijos y los nietos con seguridad y con valores cristianos. En ellos está el futuro, para ellos y con ellos debemos construir una sociedad que valore la dignidad de cada persona y que trabaje en unidad y armonía social, en el respeto y la tolerancia. Virgen, Madre de Jesús, nuestras familias tienen un gran compromiso social y una gran tarea. Intercede por ellas para que podamos construir el templo que tú pediste a Juan Diego y que no es otro que un país que viva en paz y trabaje en unidad para solucionar sus problemas. El templo somos nosotros. Tú quieres un México en donde la justicia, la honestidad, la paz se hagan realidad. Sabemos que ese es el templo que tú nos pides, queremos colaborar para construirlo. Madre, poner ante ti nuestras familias nos compromete a una tarea difícil, muchas veces, llena de preocupaciones y aun de lágrimas, ante una sociedad en donde la fuerza del mal quiere hacer cada día más daño. Sin embargo, tu cercanía nos fortalece y nos anima en el camino de nuestra vida cristiana a seguir a Jesucristo tu hijo, a eso hemos venido, pues tú como madre sabes enjugar las lágrimas de nuestros ojos. Tú nos devuelves la esperanza, con ella, con esa esperanza que tú nos das, queremos regresar. Tú nos enseñas a responder a la Palabra de Dios con la humildad necesaria para cumplir con alegría tu voluntad. Por eso queremos decirte también: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre Jesús. Amén.