Ordenación de Diáconos en el Seminario Mayor “Divino Maestro” V

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Ordenación de Diáconos en el Seminario Mayor “Divino Maestro”
V Domingo de Cuaresma, 13 de marzo de 2016
Mi querido Hermano en el Episcopado, querido D. Camilo Lorenzo.
Queridísimos Hermanos sacerdotes, tantos los concelebrantes como los que
estáis presentes en la celebración.
Miembros de la Vida Consagrada y de los Institutos de Vida Apostólica.
Seminaristas del Seminario Mayor “Divino Maestro”, del “Redemptoris Mater”
y del Seminario Menor de “A Inmaculada”
Familiares y amigos de los nuevos ordenandos
Hermanos y hermanas en el Señor:
En el marco litúrgico del V Domingo de Cuaresma, en el que estamos
celebrando el “Día del Seminario”, jornada que sería de desear se prolongase a lo largo
de todo el año, porque el Seminario siempre nos necesita; nos hemos reunido para vivir
esta Eucaristía en la cual recibirán el Orden del Diaconado dos de los seminaristas del
Seminario “Divino Maestro”: Hildebrando y José María.
La Liturgia de la Palabra nos ofrece unas sabias reflexiones para entender bien lo
que, por don de Dios, vamos a realizar. Permitidme que me dirija, de manera especial, a
los que en unos momentos les voy a conferir el Sacramento del Orden en su primer
grado. Con las palabras de la profecía de Isaías os digo: No recordéis lo de antaño, no
penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando ¿no lo notáis? (Is
43, 16-21)
Seguro que en lo más íntimo de vosotros mismos ya habéis notado, no sólo
ahora, sino en bastantes ocasiones a lo largo de estos últimos cursos, la gran novedad de
Dios en vuestras vidas, porque ¡ya no sois niños!. Volver la mirada atrás es cosa que
hoy se hace con frecuencia. ¡Lo vemos! Hay individuos y entidades determinadas que se
afanan por revolver en nuestra historia pasada – sobre todo en la de los hombres y
mujeres de Iglesia o en sus instituciones – buscan, indagan, tergiversan algunas acciones
¡hasta lo hacen con los santos! Recordad lo que salió en la prensa hace tan solo unas
semanas con ocasión de cierta correspondencia entre san Juan Pablo II y una profesora
de filosofía.
Vosotros, mis queridos amigos y hermanos ¡no temáis! El apóstol Pablo, de una
forma providencial nos ha dado la clave para nuestra actuación cristiana: Olvidándome
de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta,
hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús (Flp 3,8-14). Esto
es lo que nos aconseja el Apóstol, porque todos tenemos un pasado con luces y sombras,
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pero un pasado que ya no nos pertenece porque nuestro Dios lo ha cubierto con su
misericordia infinita, como lo hizo Jesús con aquella mujer sorprendida en flagrante
adulterio (Jn 8,1-11) ¡Así actúa el Dios de la misericordia!, lo hombres, en cambio,
siempre creemos tener razones y estamos dispuestos para apedrear a los hermanos y nos
cuesta mucho cubrir con la capa de la caridad los fallos y pecados que podemos
descubrir en la historia de nuestros contemporáneos. Nos olvidamos, como nos lo
recordó varias veces el papa Francisco, que una cosa es ser pecadores y otra corruptos
¡corruptos nunca!. No nos olvidemos de que nuestro pasado es de Dios y se lo hemos
confiado a su misericordia, de que nuestro futuro está en manos de su Providencia y, lo
más auténticamente nuestro es el instante concreto que debemos vivir con pasión de
eternidad, por eso los cristianos, al igual que san Pablo, san Agustín, san Juan de Dios, y
otros muchos, no podemos dejarnos atrapar por las oscuridades del pasado ni
amedrentarnos por el futuro ¡estamos seguros en las manos de Dios y nos fiamos de su
misericordia! Y lo hacemos porque cuando nos dejamos conocer y llamar por el Señor
todo lo consideramos pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor (Flp 3,8)
Todo lo nuestro, a través de los sacramentos de la misericordia, en especial la
Confesión y la Eucaristía, del cultivo de la oración diaria, del acompañamiento
espiritual, de la fraternidad vivida en comunión, nos ayudará y no nos impedirá caminar
en el ejercicio del ministerio, sino que al percibir nuestras pobrezas acudiremos con
prontitud a los cauces de la gracia. Así se persevera en la vida cristiana y,
evidentemente, en el ejercicio gozoso del ministerio ordenado. San Pablo nos invita a
adentrarnos constantemente en el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Pero ese
conocimiento no es solo una reflexión, o una abstracción filosófico-teológica, este
conocer supone un aspecto afectivo, íntimo y existencial, por eso el Apóstol, con una
fina ternura, termina hablándonos de “mi Señor”. Tratad a Jesucristo como si fuese ¡y
lo es! vuestro Señor, mejor como dice Pablo “mi Señor” y Dueño de nuestra vida de tal
modo que si actuamos así, podremos sentir y decir que todo lo consideraréis basura con
tal de ganar a Cristo y existir en Él.
Desearía detenerme en esta reflexión paulina que es muy rica y profunda porque
nos da la clave de la verdadera espiritualidad de aquellos que somos conscientes de que
llevamos el ministerio ordenado en las vasijas de barro de nuestra existencia, no lo voy
hacer porque me alargaría más de lo deseado.
Hoy, por don de Dios, a través de la Iglesia, y por el ministerio de vuestro
Obispo, vais a ser ordenados diáconos. A partir de ahora no os pertenecéis, porque el
Diacono es sobre todo, un servir, y este servicio estáis llamados a realizarlo en esta
Iglesia concreta con una rica historia de fidelidad y de santidad avalada por el
testimonio de muchos de sus hijos e hijas, y también por muchos sacerdotes que con su
vida entregada y obediente en el ejercicio de su sacerdocio han sido y siguen siendo un
ejemplo elocuente de santidad; cierto, me diréis algunos, también ha habido y sigue
habiendo algunas sombras. Sí, ¡es verdad! no lo podemos negar, y por eso tenemos que
pedir perdón tantas veces por los escándalos y las infidelidades de los hombres y
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mujeres de la Iglesia – al igual que lo han hecho los últimos tres papas –, por eso,
aprovechando esta ocasión que me brinda la Ordenación Diaconal y en este V Domingo
de Cuaresma a pocos días de la celebración del Misterio Pascual, también yo, en
nombre de esta Iglesia particular, debo pedir perdón públicamente por las veces que los
consagrados no hemos sido fieles a nuestros compromisos, por los escándalos causados
al sencillo pueblo de Dios, también por esos daños dolorosos e íntimos que han podido
quedar enquistados en el alma de algunos de nuestros hermanos. Sí, necesitamos pedir
perdón porque una gran familia, como es nuestra Iglesia diocesana, que asume los
errores y pecados de sus hijos, y mucho más en este Año de la Misericordia, es una
Iglesia viva que quiere convertirse, renovarse y ponerse en camino para enfrentarse con
ilusión y esperanza a esta nueva tarea evangelizadora que hemos denominado Ourense
en misión. Os invito a todos a que recéis por mí y por todos nuestros sacerdotes, para
que seamos fieles servidores en la viña del Señor, que encomendéis cotidianamente la
obra de las vocaciones para el ministerio sacerdotal, para la vida religiosa misionera y
monástica. Que pidáis y que ayudéis al Seminario.
Mis queridos Hildebrando y José María sed fieles a vuestros compromisos,
manteneos unidos a nuestro Presbiterio Diocesano, luchad por vivir de forma operativa
vuestra comunión con el Obispo y con el Papa. Si así obráis, os aseguro que el
ministerio sacerdotal, cuyo primer grado recibís hoy, a través del Diaconado, será para
vosotros un camino de felicidad y de plenitud personal. En cambio, si os dejáis atrapar
por el espíritu de un simple funcionariado sacro, de la crítica contra todo y contra todos
que en ocasiones es una manifestación clara de dolorosas rupturas interiores, si permitís
que el poder y el dinero metalice vuestro corazón, o andáis mendigando cariños
humanos, traicionaréis a nuestro Señor y a su Iglesia, y seréis unos infelices. Creedme,
está comprobado por la experiencia de tantos sacerdotes, muchos de ellos santos, que
este estilo de vida que os ofrece hoy la Iglesia es un camino de plenitud y de felicidad.
Quisiera dirigirme a vosotros, queridos jóvenes que os encontráis hoy aquí, no
cerréis vuestro corazón a Jesús ni a su llamada, sed auténticos y pido para vosotros el
arrojo propio de vuestra juventud para que os lancéis mar adentro porque el Señor os
puede estar invitando para ser pescadores de hombres.
Como siempre, os invito a que volváis la mirada a Santa María Madre del
“Divino Maestro”, Madre de Misericordia para que ayude a estos ordenandos, a los
demás presbíteros y diáconos, y también me ayude a mí para que pueda ser fiel en el
servicio del ministerio pastoral en esta amada Iglesia ourensana.
Qué así sea!
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