Problemas actuales del derecho procesal civil de Córdoba. Posibles

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PROBLEMAS ACTUALES DEL DERECHO PROCESAL CIVIL DE CÓRDOBA. POSIBLES
REFORMAS
Dr. JULIO FONTAINE1
I) PALABRAS PREVIAS
Me es muy grato venir a disertar en este ciclo de conferencias en homenaje
al Dr. Jorge Carranza, con quien tuve el honor de colaborar hace ya unos cuantos años
cuando él desempeñó el cargo de Vocal del Tribunal Superior de Justicia de la Provincia y
yo era relator de la Sala Civil del Cuerpo. Tengo de él un recuerdo inmejorable, tanto por
su sensibilidad humana como por su profunda formación jurídica.
En el breve tiempo durante el cual Carranza ejerció ese cargo dejó su
impronta en numerosos fallos trascendentes. Uno de los más importantes fue el fallo
dictado en la causa “Bracco, Andrés c. Martinotti, Daniel” de fecha 08/05/1984 (LL-1984C-518). En este fallo se sentaron las bases de lo que hoy llamamos control de la
motivación en el recurso de casación, algo que en aquella época no existía en la
jurisprudencia de Córdoba, ni tampoco en los textos de la ley, que fueron modificados a
posteriori mediante disposiciones que establecieron el deber de los tribunales de dictar
sentencia con “motivación lógica y legal”. Tal es el caso de los arts. 155 de la
Constitución de la Provincia de 1987, y 326 del Código Procesal Civil sancionado por la
ley 8465 de 1995. Ese fallo incluso fue premonitorio porque se anticipó a lo que después
la Corte Suprema de Justicia de la Nación, establecería en forma obligatoria en los
célebres casos “Strada” y “Di Mascio” (Fallos: 308:490 y 311:2478, respectivamente). En
“Bracco c. Martinotti” se planteó la doctrina según la cual los tribunales superiores de
provincias no pueden omitir, aunque las leyes locales no les dieran competencia para
ello, el control de las cuestiones constitucionales, incluida la arbitrariedad. Este criterio
modificó profundamente el concepto de “tribunal superior de la causa”, que lo era la
cámara de apelaciones hasta entonces y pasó a serlo a partir de esos fallos la Corte o
Tribunal Superior de Provincia. Tal vez alguno de ustedes recuerde que antes de estas
decisiones se podía llegar a la Corte Suprema Nacional directamente desde la Cámara a
través del recurso extraordinario federal, sin pasar por el Tribunal Superior de Provincia.
Pero establecido este cambio por la Corte, el examen de la regularidad de la sentencia
quedó confiada inicialmente al tribunal superior local. Pues bien, el Dr. Jorge Carranza,
1
Vocal de la Excma Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Tercera Nominación de la
ciudad de Córdoba.
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en el citado fallo de la causa “Braco c/ Martinotti” se adelantó a esta nueva mecánica,
permitiendo que a través del recurso de casación el Tribunal Superior de Justicia realizara
el control de la motivación de las sentencias de las Cámaras, algo que hasta entonces era
impensado.
II) INTRODUCCIÓN
Realizada la semblanza anterior, ingresaremos al tratamiento del
tema
que se me ha asignado: los “problemas actuales” del Derecho Procesal Civil de la
Provincia de Córdoba y sus posibles reformas. Me ha parecido provechoso, antes que
hacer un balance en términos generales y universales del estado actual de la legislación y
de la práctica del proceso, limitar la temática al análisis de los problemas que en mi
criterio plantea el Código Procesal local y que justificarían su reforma.
III) EL JUICIO ORDINARIO
El primero de ellos está en el mismo juicio ordinario, que no debería existir
a esta altura de los tiempos. El ordinario es un procedimiento muy antiguo, que tiene su
origen en las Leyes de Partida, que son anteriores al descubrimiento de América, no
obstante lo cual, si bien algo “tuneado” como se dice ahora, conserva su estructura
prácticamente inalterada. Y esta estructura ya no se adapta a la dinámica de la vida
actual, que no tolera procesos tan lerdos y pesados. Se explica por eso que en casi todas
partes el juicio ordinario haya sido ya abandonado y reemplazado por procesos de diseño
más ágil, más o menos semejantes a lo que es nuestro juicio abreviado. Así, por
ejemplo, el incidente de la ley de concursos, que tiene una estructura semejante a la del
juicio abreviado, es el procedimiento común a través del cual se sustancian todo tipo de
pretensiones.
Los inconvenientes del ordinario comienzan con la citación de comparendo
como acto separado e independiente del traslado de la demanda, a diferencia de lo que
sucede en el abreviado en el cual esos dos actos están concentrados en uno solo. La
demora que esto genera es visible: se debe practicar la citación, esperar que el
demandado comparezca o que deje de hacerlo para pedir su rebeldía y para que ésta sea
decretada y notificada. Recién cuando todo esto está hecho se puede correr el traslado.
No parece que para garantizar adecuadamente el derecho de defensa del demandado sea
forzoso hacer este desdoblamiento. En todo caso, para superar algunas críticas que se
han hecho al abreviado en este aspecto, sería razonable que se amplíe el plazo que fija la
ley para comparecer y contestar la demanda en este proceso. Pero aun con esta
extensión del plazo mucho se ganaría si ambos actos se ejecutaran de una sola vez.
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También es un inconveniente la existencia de las excepciones
dilatorias con trámite de artículo previo que tiene el juicio ordinario. Este incidente
suspensivo,
cuya
sentencia
es
apelable,
es
causa
muchas
veces
de
inútiles
prolongaciones de este proceso. Una consideración estadística, que confirma la
experiencia común, revela que en el juicio abreviado son muy raras las excepciones
dilatorias. Y por qué lo son? Porque no abren un incidente suspensivo y no sirven para
hacer tiempo. Esta consideración justificaría que también en el juicio ordinario estas
excepciones tramiten y se resuelvan conjuntamente con el fondo, como ocurre en el
abreviado. Si se implementara una modificación de este tipo veríamos en qué medida se
reducen las dilatorias también en el ordinario.
Otro aspecto de este juicio que debería reformarse, pues tal vez sea
el que más profundamente contribuye a la prolongación de este proceso, es la posibilidad
prácticamente ilimitada de apelar las resoluciones anteriores a la sentencia, solo
condicionada a que esas resoluciones causen gravamen irreparable. Esto es un exceso, y
una suerte de desconfianza hacia el juez de primer grado, cuyos actos y decisiones
interlocutorias pueden ser controlados por la cámara casi en forma permanente, al ritmo
en que son dictados, si las partes se lo proponen. No hay ninguna necesidad de autorizar
este mecanismo que permite a los litigantes llevar un juicio ordinario a la cámara diez
veces antes de que llegue a tener sentencia. Más razonable, y sobre todo más conforme
con las necesidades actuales del tráfico jurídico, es que la cámara haga este control de
una sola vez, examinando en un solo acto tanto las formas del procedimiento o de la
sentencia, como el fondo del asunto, vale decir, la justicia de la decisión. Este es el
mecanismo que la ley establece para el juicio abreviado, cuya utilidad en términos de
tiempo no necesita ser destacada: con algunas salvedades que no tiene objeto recordar
acá, sólo la sentencia es apelable, pero esta apelación concentra todos los agravios que
las decisiones del juez, tanto la sentencia como las anteriores, hayan podido causar a las
partes. En todo caso el riesgo que tiene este mecanismo es que al hacer este análisis la
cámara encuentre un vicio en el procedimiento de primer grado, por causa del cual sea
necesario anular tanto la sentencia como el mismo procedimiento, para que éste sea
tramitado nuevamente a partir del acto vicioso. Pero también aquí la solución viene
impuesta por la estadística: son tan pocos los casos en que esto sucede en el juicio
abreviado, que bien vale correr este riesgo si su contrapartida es la economía que se
obtiene en la gran mayoría de los casos.
Una última reflexión deberíamos hacer para cerrar este tema del juicio
ordinario, y es la siguiente: preguntarnos si este proceso, con su estructura arcaica y
paquidérmica, garantiza la obtención de sentencias más justas de las que se pueden
conseguir con el abreviado. La respuesta no parece dudosa si se considera que el tiempo
constituye un ingrediente del valor justicia.
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IV) RECURSOS
También deberían introducirse modificaciones en nuestro Código en
aspectos relacionados con los recursos, algunos de los cuales están mal regulados, la
mayoría por haber traído la ley 8465 del Código Nacional instituciones más defectuosas
de las que tenía nuestro viejo ordenamiento. Por cierto, de estos aspectos que en mi
opinión deberían reformarse algunos tienen más y otros menos incidencia en la eficacia
práctica de los procesos, pero en cualquier caso su reforma está justificada si la
regulación de la ley es defectuosa.
Uno de estos aspectos es el de la apelación directa de providencias simples
o decretos dictados sin sustanciación, autorizada ahora por el art. 361 inc. 3, por cierto
solamente en el juicio ordinario y a condición de que causen gravamen irreparable. En el
viejo código la apelación directa de decretos dictados sin sustanciación era permitida
únicamente en dos casos que contemplaba el art. 1240: contra los decretos que
disponían la paralización del juicio y los que cambiaban el trámite que la ley asignaba a la
demanda (que en ese entonces y hablando de procesos declarativos, eran el ordinario de
mayor cuantía, el de menor cuantía y el verbal). Pues bien, fuera de estos dos casos, que
se explican por la entidad del gravamen que podían causar esas particulares
providencias, la apelación no estaba permitida contra decretos dictados sin sustanciación.
Era necesario interponer la reposición, con la apelación en subsidio en todo caso si se
quería llevar la cuestión a la segunda instancia. Pero lo que no se podía era apelar sin
usar la reposición, esto es, sin darle al juez la posibilidad de enmendarse antes de que la
cuestión fuera llevada a la Cámara, lo que es absolutamente lógico puesto que muchas
veces
el
gravamen
que
ocasionan
estas
resoluciones
proviene
de
una
simple
inadvertencia que el juez podría corregir en muy poco tiempo si le es señalada. Si en
cambio se saltea al juez y la cuestión se lleva directamente a la cámara, como lo permite
ahora el art. 361 inc. 3, es fácil imaginar las consecuencias que tiene esto en términos de
tiempo. Se puede decir que la nueva ley ha venido a darle en bandeja la chicana al
litigante que está interesado en prolongar el juicio.
Continuando con la materia de los recursos creo que sería provechosa una
aclaración de la ley acerca de la extensión que puede tener la apelación cuando es
propuesta por adhesión. Como es sabido, esta cuestión ha dado lugar a interpretaciones
diversas dentro del propio Tribunal Superior de Justicia, tanto porque no suelen coincidir
en su solución las distintas Salas, como porque dentro de una misma Sala se pueden
obtener decisiones en un sentido o en otro con solo recusar a uno de sus integrantes y
modificar su composición natural. Uno de estos criterios, el que se sostuvo siempre y es
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el correcto, sostiene que por vía de adhesión el apelado puede quejarse de cualquier
punto de la sentencia de primer grado que le cause agravio. En cambio, un nuevo criterio
que se abrió camino hace ya algunos años, y que no tiene respaldo ni en la letra de la
ley, ni en la historia, ni en la opinión de los autores, sostiene que por vía de adhesión el
apelado sólo puede agraviarse respecto de los mismos puntos sobre los que versa la
apelación principal, de suerte que, por ejemplo, si el apelante cuestiona los intereses
afirmando que la tasa es baja, el apelado sólo podría adherir sobre esos mismos
intereses, quejándose por hipótesis porque la tasa es alta. Se comprende fácilmente que
con esta interpretación la adhesión pierde virtualmente toda su utilidad práctica, puesto
que lo normal, lo que ocurre habitualmente, es que lo que perjudica a una de las partes
beneficie a la otra, y que no le cause agravio. De todos modos, sea como fuera, lo
importante, habiendo transcurrido ya muchos años desde que existe esta dualidad de
criterios en el órgano de Casación, es que la ley le ponga fin estableciendo una regla que
pueda aplicarse uniformemente en todos los casos.
V) NULIDAD DENTRO DEL RECURSO DE APELACIÓN
También en materia de recursos hay otro aspecto que no tiene
demasiada trascendencia práctica pero que merecería igualmente una reforma porque la
regulación de la ley incurre en un error de concepto. Me refiero al modo de
funcionamiento de la nulidad dentro del recurso de apelación. Ustedes recordarán que en
el Código anterior había dos recursos contra la sentencia de primera instancia: el de
apelación y el de nulidad. Hoy el nuevo Código suprimió el de nulidad y lo hizo absorber
por el de apelación, de suerte que ésta es ahora la única impugnación mediante la cual
se puede pasar de la primera a la segunda instancia. Este recurso comprende por lo
tanto la cuestión concerniente a la justicia de la decisión, al fondo del asunto -esta es la
materia genuina de la apelación- como la relativa a las formas, a las nulidades que
pudieran haberse cometido en primer grado.
Ahora bien, el art. 362 dispone que esta nulidad es solamente la de la
sentencia, la que puede afectar al fallo por ser intrínsecamente vicioso. Quiere decir que
no es materia de esta apelación la nulidad del procedimiento por vicios anteriores a la
sentencia, que debe ser denunciada ante el propio juez por vía del incidente de nulidad. Y
es aquí donde está el error, que nuestro Código no tenía y que ahora le ha sido
introducido trayéndolo del Código Nacional. Ese error es doble, tanto porque la nulidad
de la sentencia de primer grado es una cuestión inútil en apelación, como porque la única
cuestión que sí tiene interés en la segunda instancia, que es la nulidad del procedimiento,
ha sido sacada de la apelación y reenviada al incidente de nulidad ante el mismo juez.
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La cuestión de la nulidad de la sentencia del juez es inútil en la segunda
instancia porque la cámara a través de la apelación es llamada a juzgar la causa en el
fondo, y debe hacer este juicio con total prescindencia de que esa sentencia sea válida o
nula desde el punto de vista formal. Sea válida o nula, lo que tiene que resolver la
cámara es si es justa; entonces entra directamente a juzgar de la justicia sin detenerse
en el examen de las formas del fallo. Sucede así porque la cámara es juez del fondo
tanto como lo es el primer juez, de suerte que no necesita para entrar al fondo anular
previamente esa sentencia. Muy distinto es lo que ocurre en casación, porque el Tribunal
Superior de Justicia no es juez del fondo, y no tiene competencia para entrar en la
cuestión de fondo salvo que previamente haya anulado la sentencia de la cámara. Esto
no sucede en apelación en la cual la nulidad de la sentencia recurrida resulta ser una
cuestión completamente inútil.
Pero si la nulidad de la sentencia por vicios propios no tiene interés en
apelación, sí lo tiene en cambio, la nulidad del procedimiento anterior a esa sentencia.
Sin embargo, el art. 362 ha sacado esta nulidad de la apelación y la ha mandado al
incidente de nulidad que debe plantearse ante el mismo juez que dictó esa sentencia.
Este es el otro aspecto de ese error del que venimos hablando.
Pongámonos en situación: supongamos un pleito con varios demandados, a
uno de los cuales no le es notificada la apertura a prueba. Un buen día este señor toma
conocimiento de la sentencia en la cual es vencido, y allí advierte la existencia del vicio.
Como este vicio está en el procedimiento y no en la sentencia, debe denunciarlo ante el
mismo juez a través del incidente de nulidad. Este juez, naturalmente, comprobada la
existencia de ese vicio y la relación causal que tiene con el vencimiento, obvia si el
demandado no pudo ofrecer pruebas, no dudaría en anular su sentencia y mandar a
tramitar nuevamente el proceso a partir del punto vicioso, para que se dicte otra
sentencia supuestamente por un nuevo juez porque él ya habrá adelantado opinión sobre
el fondo. Finalmente, como esta segunda sentencia es apelable la decisión final
corresponderá a la cámara. Ahora bien, si esta nulidad del procedimiento se denunciara
no ante el juez por vía de incidente sino ante la cámara por vía de la apelación, como
ocurría en el código anterior y sucede en todos los códigos del mundo excluido el
nacional y los que lo siguen, el examen no quedaría limitado a esa pura conexión causal
entre vicio y vencimiento, el único que puede hacer el juez, sino que llevaría a indagar,
como se hace siempre que se juzga una nulidad, si ese vicio ha afectado realmente el
derecho de defensa o si, por el contrario, a pesar de él, el procedimiento ha llenado su
finalidad y ha sido útil para obtener una sentencia justa. Es que según el principio pas de
nullite sans grief las nulidades solo son relevantes cuando constituyen causas de
injusticia.
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Supongamos
que
el
demandado
del
ejemplo
hubiera
opuesto
la
prescripción en una acción de daños, y que el juez la hubiese rechazado haciendo lugar a
la demanda. Si este demandado pudiera apelar y llevar a la cámara la nulidad del
procedimiento porque no fue notificado de la apertura a prueba, la cámara sólo declararía
tal nulidad si coincidiera con el juez en la improcedencia de la prescripción. Pero si
considerara procedente la prescripción, no declararía la nulidad porque la privación de la
prueba no habría comprometido el derecho de defensa del demandado ni habría sido
obstáculo para dictar una sentencia justa. En una palabra, el control de la regularidad del
procedimiento de primera instancia cuando ya esta dictada la sentencia, sólo puede
hacerlo útilmente la cámara, la cual, porque tiene que juzgar de la justicia de esa
sentencia, es la única que puede apreciar si el vicio del procedimiento tiene influencia
sobre la decisión de fondo. El juez no puede a través del incidente hacer este análisis
porque la decisión final sobre la justicia no es suya sino de la cámara, de manera que él
no tiene la perspectiva necesaria para apreciar la incidencia del vicio. El nuevo art. 362
permite que esto ocurra: que a través del incidente se declare una nulidad sin objeto
práctico porque no tiene conexión con la justicia. El código actual en suma regula este
problema exactamente al revés de cómo debería regularlo.
VI) INCIDENTE DE NULIDAD DEL REBELDE
Otro
problema
que
tiene
el
código,
también
por
haber
copiado
innecesariamente al nacional, está en el incidente de nulidad cuando es planteado por el
rebelde que comparece y cuestiona la rebeldía, supongamos porque la citación fue
viciosa. En el código anterior esta impugnación tenía el nombre específico de rescisión, y
debía interponerse en un plazo de treinta días que se sumaba al término de la citación,
de suerte que si el rebelde estaba domiciliado en el mismo lugar del juicio este plazo era
de tres días más treinta. Tal vez este plazo era demasiado extenso y se justificaba
abreviarlo, pero el hecho es que teníamos un instituto específico que regulaba esta
situación. Pero como la rescisión no existe en el código nacional, y allí el rebelde debe
denunciar el vicio de la citación a través del incidente de nulidad, entonces acá tuvimos
que hacer lo mismo: suprimir la rescisión y canalizarla vía incidente de nulidad. Esto no
sería grave si fuera solamente un cambio de nombre, pero el problema es que la reforma
se hizo sin adaptar el plazo, de suerte que al rebelde se le aplica también el de cinco días
que la ley prevé con carácter general para el incidente. Como cualquiera comprende la
situación es completamente distinta: una cosa es el término que debe tener para
denunciar una nulidad un litigante ya comparecido, y otra cosa es el que se debe dar al
rebelde que toma conocimiento de la existencia de un juicio, para quien el de cinco días
es un término exageradamente breve, diría casi siempre inconstitucional, porque en la
mayor parte de los casos no permitirá un razonable ejercicio del derecho de defensa. Ni
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hablar si este rebelde esta domiciliado en un lugar lejano de donde tramita el juicio,
supongamos en Río Gallegos cuando el pleito tramita en Río Cuarto. En este caso la
citación se haría por no menos de veinte días, pero si el citado no se entera del juicio
porque la cédula fue a la otra cuadra, y un día le llega un oficial de justicia a su casa de
Río Gallegos a secuestrarle un auto para rematárselo, este sujeto tiene tan solo cinco
días para comparecer e impugnar la rebeldía, cuando el plazo de citación hubiera sido de
veinte.
Para
resolver
en
alguna
medida
el
problema
que
genera
esta
inconsecuencia de la ley, los tribunales están sumando, por vía simplemente de
interpretación porque la ley no lo dice, a los cinco días del incidente de nulidad el plazo
que hubiese correspondido a la citación, de suerte que en el caso del demandado
domiciliado en Río Gallegos el plazo del incidente sería de 25 días. Pero me permito
insistir en esta situación porque la mayor parte de las veces los incidentes de nulidad
suelen llegar tarde y los tribunales deben hacer malabarismos para no declararlos
extemporáneos. Un prudente consejo entonces sería el de plantear el incidente alegando
a la vez la inconstitucionalidad del plazo, si éste resulta demasiado breve en las
circunstancias concretas.
VII) MEDIDAS PREPARATORIAS
Otro problema que tiene el código y que, creo yo, habría que resolver a
través de una reforma, se vincula con las medidas preparatorias. Saben ustedes que la
regulación del juicio ordinario comienza con una sección que tiene el nombre de Medidas
Preparatorias. Esta sección incluye dos institutos: las medidas preparatorias propiamente
dichas, reguladas en el art. 485 CPCCba, y las pruebas anticipadas previstas en el art.
486 del mismo código. Ahora bien, lo único que tienen en común estas dos diligencias es
que se pueden promover antes de la demanda, pues en lo demás no tienen
absolutamente nada que ver. Si se las ha aglutinado en una sola sección es por esto que
tienen en común, el de poder ser interpuestas antes de la demanda. Pero entonces lo
razonable hubiera sido dar a esa sección que aglutina a ambas una denominación que
definiera ese rasgo común, tal como medidas preliminares o medidas previas.
Pero
incomprensiblemente la reforma ha dado a toda la sección el nombre de “medidas
preparatorias”, designación doblemente errónea porque, por un lado, no expresa ese
rasgo que es común a ambos tipos de diligencias, y por el otro, designa con el mismo
nombre tanto a la sección como a uno de sus componentes, de suerte que hoy tenemos
una sección “medidas preparatorias” en la cual están comprendidas las “medidas
preparatorias propiamente dichas”.
No se crea que este problema es de orden puramente semántico, puesto
que también tiene consecuencias prácticas. El art. 415 CPCCba dispone que son
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aplicables al juicio abreviado todas las reglas previstas para el ordinario en cuando no
sean incompatibles, incluidas las medidas preparatorias. La cuestión entonces es a qué
medidas preparatorias se refiere esta norma, si a las propiamente dichas del art. 485 o a
la sección medidas preparatorias, que incluye también a las pruebas anticipadas. En mi
criterio se debe entender que la remisión alude a la sección, pero no siempre se ha hecho
esta interpretación y no faltan quienes han sostenido que se refiere a las medidas
preparatorias propiamente dichas, de suerte que las pruebas anticipadas no serían
admisibles en el juicio abreviado. Lo cierto es que esta controversia no habría tenido
lugar si el código hubiese sido más prolijo en el uso de los términos, dando a la sección
un nombre compatible con esa característica común que tienen los dos institutos
reunidos en ella. No había más que reparar en el léxico que el propio Código emplea en
una situación semejante. El art. 769 CPCCba, cuando se refiere a la primera etapa del
juicio de cuentas, dispone que esa etapa podrá obviarse cuando la obligación de rendir
las cuentas hubiese sido admitida por el obligado al ser requerido en la “diligencia
preliminar”. Esta diligencia preliminar es justamente la del inc. 11 del art. 485 del Código
de Procedimientos Provincial. Realmente no había razón para no usar este nombre, que
ya estaba en el código, para designar a toda la sección.
VIII) PERENCIÓN
Otra cosa que creo que sería positivo modificar en el código sería el modo
de funcionamiento de la perención, ya que el Tribunal Superior de Justicia ha establecido
en el caso “Fisco de la Provincia de Córdoba c. Loustau Bidaut, R.”, (LLC-2008- 1092),
que la perención puede funcionar como excepción. Y si bien inicialmente lo hizo con
fundamento en el abuso en que incurre el litigante que interpone la demanda y la notifica
mucho tiempo después, este fundamento fue perdiendo paulatinamente su importancia,
al punto de que basta el transcurso del plazo legal de la perención, y no mucho más,
para que se admita que ésta es oponible por vía de excepción. Muchos tribunales, jueces
y cámaras, resistieron durante largo tiempo esta doctrina del Superior por entender que
está reñida con la letra de la ley. Pero como el Alto Cuerpo fue revocando esas decisiones
que se oponían a su doctrina, hoy en general los tribunales inferiores han terminado por
acatarla. Si esto es así, y la caducidad introducida por vía de excepción ya está instalada
en la práctica, sería razonable que esa regulación esté claramente establecida en la ley.
IX) PLAZO DE HORAS
Y ya que estamos hablando de la jurisprudencia del Tribunal Superior a
propósito de cuestiones procesales, no está de más señalar la originalidad que tiene esa
jurisprudencia en lo que se refiere al plazo de horas. Entiendo que se debería incorporar
al código en una norma general esta clase de plazo, y establecer cómo debe ser
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computado. El Tribunal Superior sostiene que este plazo no está regulado en el Código
Procesal, algo que no es tan verdadero porque el art. 800 bis de dicho cuerpo, que
disciplina los procesos en los casos de ablación de órganos incorporó un plazo de ese
tipo, bien que sin indicar cómo se lo debe contar.
Lo cierto es que el Tribunal Superior considera que el plazo de horas debe
computarse como el de días, de suerte que el de 48 horas equivale o es igual al de 2
días, y el de 24 horas al de un día. Como ustedes podrán imaginar, esta cuestión tiene
gravitante importancia en el juicio de amparo, en el cual la apelación debe ser
interpuesta en 48 horas y la queja en 24.
La diferencia entre el plazo de horas y el de días no está en su extensión
sino en el modo de contarlo, porque mientras el de días comienza al día siguiente de la
notificación, el de horas arranca a la hora siguiente. Según esto, según como se lo
compute, un plazo de horas puede en la práctica extenderse por un día más del que fue
intención del legislador que tuviera. Entiendo por lo tanto que sería importante que la ley
zanjara esta discusión, establecido en normas positivas cómo se computan los plazos de
este tipo, algo que ya viene incorporado al nuevo Proyecto de Código Civil, en el cual el
plazo de horas está expresamente previsto, con la específica indicación de que corre a
partir de la hora siguiente al de la notificación.
X) INCIDENTE DE REDARGUCIÓN DE FALSEDAD
Otro aspecto en el que el Código debería ser modificado está referido al
incidente de redargución de falsedad, al que se ha dado una regulación defectuosa. El
art. 244 CPCCba señala: “La redargución de falsedad de un instrumento público tramitará
por incidente que deberá promoverse dentro de los diez días de realizada la
impugnación, bajo apercibimiento de tenerla por desistida. Deberá fundarse y ofrecerse
las pruebas tendientes a demostrar la falsedad. Será parte el funcionario público que
labró el documento. El incidente se resolverá en la sentencia definitiva suspendiéndose
ésta
mientras
se
encuentre
en
trámite
la
impugnación”.
En mi criterio hay aquí hay una gran contradicción del código.
Ustedes saben que un instrumento público puede ser redargüido de falso
por acción declarativa de certeza o por vía de incidente. En el primer caso la falsedad o
autenticidad constituye el único objeto de la demanda, y la sentencia debe hacer cosa
juzgada sobre este punto, cosa juzgada erga omnes naturalmente, porque un
instrumento público no puede ser falso para unos y no para otros. Consecuencia de esto
es que en el proceso en que tramita esta acción sean partes necesarias todos los sujetos
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que intervienen en el otorgamiento del documento, incluido el oficial público, pues la
sentencia tiene que producir efecto respecto de todos ellos.
En cambio, cuando la falsedad es propuesta por vía de incidente, el objeto
del juicio es otro, el que constituye la materia de la acción principal. Aquí la falsedad
pasa a ser nada más que un antecedente lógico –el valor de una prueba- que el juez
tiene que examinar para resolver otra cuestión. La sentencia por lo tanto va a hacer cosa
juzgada sobre la materia de la acción principal, no sobre la falsedad que no constituye el
objeto del juicio. A tal punto no hace cosa juzgada sobre esto, que el incidente es
resuelto en la propia sentencia de la causa, lo que significa que el juez va a pronunciarse
o no sobre la falsedad según que esta cuestión sea o no conducente o imprescindible
para resolver el fondo.
La cuestión entonces es ésta: si la sentencia no va a hacer cosa juzgada
sobre la falsedad, es más, si el problema de la falsedad puede eventualmente no ser
juzgado porque no tiene utilidad para resolver el fondo: ¿para qué se debe citar al
funcionario público que labró el documento como lo establece el art. 244 CPCCba?.
Solamente tendría sentido esta citación si la sentencia debiera hacer cosa juzgada sobre
la falsedad.
Planteando alternativas prácticas pregunto: supongamos que el juez decide no
juzgar la falsedad por resultar inconducente para resolver el fondo. No podría en tal caso
el escribano exigir un pronunciamiento sobre la falsedad, aunque este pronunciamiento
sea irrelevante para el juicio sobre el fondo de la causa? No tendría derecho el
funcionario a hacer este planteo si ha sido llevado al juicio y obligado a litigar y
defenderse? Cómo podría decírsele que no hay interés en la cuestión de la falsedad y
despacharlo con un argumento tan liviano; y en tal caso, quién debería pagarle las
costas? O debería soportarlas él mismo luego de haber asumido sin ninguna culpa su
defensa en un proceso que a la postre termina siendo inútil?
Estos interrogantes nacen de la contradicción que hay en el código. Por un
lado dispone que el incidente es juzgado en la misma sentencia, lo cual sugiere que
puede no ser resuelto, y obviamente no hacer cosa juzgada sobre la falsedad si esta
cuestión no tiene relevancia para el fondo; pero al mismo tiempo ordena la intervención
necesaria del funcionario, medida que parece responder a la idea contraria, esto es, que
la sentencia debe hacer cosa juzgada sobre la falsedad.
Es la misma situación que se suscita a propósito de la simulación. Si ésta
es planteada por acción principal y el objeto de la demanda es solamente la simulación,
la sentencia debe hacer cosa juzgada sobre este extremo, y todas las partes del acto
simulado deben intervenir en litisconsorcio necesario. En cambio, si la simulación es
planteada en forma incidental, por ejemplo por el demandado por vía de excepción, la
sentencia hará cosa juzgada sobre la materia de la acción principal, no sobre la
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simulación que no constituye el objeto del juicio, y lo que se resuelva sobre éste tendrá
valor solamente entre las partes. Consecuentemente, no hay aquí litisconsorcio
necesario.
XI) CITACION A REBELDE EN TERCERIA
Para terminar quisiera reparar en otra situación en la cual la regulación de
la ley me parece francamente defectuosa, y no se trata aquí de un defecto introducido
por la reforma; es originario del Código anterior. Es el caso del art. 440 del Código de
Procedimientos Provincial cuando dispone: “Si el ejecutado estuviera rebelde no se le
hará nuevo emplazamiento”, o en otras palabras que al demandado rebelde no se lo
debe citar nuevamente si se interpone una tercería.
Son situaciones muy distintas. Bien podría ocurrir que el demandado no tenga interés en
oponerse a la demanda, pero de esto no se puede inducir que no tenga tampoco interés
en defenderse en la tercería. Una cosa es dejarse condenar al pago de una deuda,
tolerando incluso un embargo sobre un bien de nuestra propiedad, y otra aceptar que ese
bien pertenezca a un tercero y que su producido en remate no sirva para satisfacer el
crédito del embargante. Parece claro que el derecho de defensa del demandado resulta
gravemente afectado si no se lo cita para ejercer su defensa en la tercería.
Revista del Colegio de Abogados de Río Cuarto - 2012
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