Participación - Educando en Igualdad

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Palabras para regalar
Palabras para Regalar es un Proyecto de la Concejalía de Igualdad
del Ayuntamiento de Fuenlabrada.
Dirigido por Silvia Buabent, Concejala de Igualdad
Conversación con Lucila Corral el 15 de Otubre de 2012
en Hotel de Las Letras en Madrid
Idea original, diseño y realización:
Luz Martinez Ten
Rosa Escapa Garrachón
Mariel Bajo Hervás
Cristina Mochales Modroño
Con la colaboración de Laura Lopéz Machin
Ilustraciones, diseño y maquetación:
Mónica Carretero
participacion
Lucila Corral
Fuenlabrada me regaló la palabra participación y el feminismo la
complicidad. Con ellas he escrito una parte muy importante del
relato de mi vida.
Construir la ciudad y la vida...
En 1980 Fuenlabrada era un pequeño pueblo que saludaba con ilusión a
la recién estrenada democracia. Por distintas razones, fueron muchas personas las que se trasladaron a vivir a aquellos nuevos bloques que desafiaban
con orgullo el horizonte que se extendía tras los campos de trigo y cebada.
Y allí llegaron ellas, dispuestas a levantar la ciudad y la vida.
La mayoría eran muy jóvenes. Hacía poco que comenzaban a vivir en pareja y ya tenían hijos e hijas porque, en aquel tiempo, te casabas e inmediatamente y sin pausa te quedabas embarazada. Pero ellas querían mucho más.
Tenían sueños por cumplir que no entraban en el rol que tradicionalmente la
sociedad había otorgado a las mujeres. No podemos olvidar que era una
época donde las mujeres acabábamos de obtener la igualdad legal, lo que
nos permitía, después de cuarenta años de oscurantismo, imaginar todas
las posibilidades de una vida propia. Sin embargo, nada iba a ser fácil. La
migración de sus pueblos a la ciudad había significado la separación de sus
familias y del entorno social de referencia con lo que se encontraban solas y
aisladas en un lugar en el que todo estaba por hacer.
Hoy, paseando por Fuenlabrada, es difícil imaginarte las calles cubiertas
de barro, sin aceras, sin parques, ni prácticamente iluminación. Las tiendas
eran una anécdota en la soledad del paisaje urbano y encontrar una farmacia de guardia todo un desafío. El pueblo que dormitaba tranquilo de
espaldas al ajetreo de la vida urbana, en un periodo de tiempo muy corto,
se había encontrado con un crecimiento de población inesperada que le
llevaría a transformarse en una gran ciudad.
Con la entrega de las llaves del piso regalaban la experiencia de habitar
en una ciudad que entonces llamábamos dormitorio. Por la mañana los
hombres salían muy temprano, lejos de allí, rumbo a sus puestos de trabajo,
mientras que las mujeres se quedaban en aquellas viviendas que olían a
nuevo, a soledad y a vacío. Muy pocas mujeres trabajaban fuera de casa
y cuando lo hacían era para emplearse en el servicio doméstico en otras
ciudades teniendo que atravesar una verdadera carrera de obstáculos para
llegar a su destino, ya que en aquella época los medios de transporte eran
escasísimos. Resultaba impensable contar con un comedor escolar o una
escuela infantil. Para las mujeres era una ciudad, dura, dura, dura.
Hay una imagen que yo recuerdo con especial cariño y era cuando, en
los días de lluvia, las calles se inundaban y el barro te llegaba hasta los
tobillos. Entonces las mujeres guardaban sus zapatos de tacón en una bolsa
de plástico dentro del bolso, se calzaban las botas de agua y se echaban
a caminar por la vida dispuestas a llegar hasta donde se propusieran.
Fuenlabrada, paso a paso, comenzó a transformarse gracias a la participación de la ciudadanía en un lugar abierto y vibrante.
Los primeros raíles de la igualdad en
Fuenlabrada.
La creación de la Casa de la Mujer coincide con una época en la que
el Partido Socialista gobernaba en casi todos los ayuntamientos del sur
de Madrid. Las mujeres del PSOE nos habíamos organizado en grupos
para proponer políticas y programas que garantizaran nuestros derechos y
terminaran con situaciones de discriminación heredadas de una época en
la que las leyes nos trataban como seres inferiores y dependientes. Ahora
resulta difícil imaginárselo, pero a mediados de los años setenta las mujeres no podíamos trabajar sin permiso del marido, presentarnos al carnet de
conducir o tener una cuenta corriente. Estaban prohibidos los anticonceptivos y el divorcio. Era raro encontrar a mujeres en determinados estudios
o profesiones porque nuestro trabajo más frecuente consistía en ser amas
de casa. Estaba todo por hacer, máxime cuando nos comparábamos con
los países del norte de Europa que nos llevaban años de ventaja con una
legislación y proyectos muy avanzados, sin embargo, a pesar de la inmensidad de la tarea y de nuestra inexperiencia, creíamos con tanta fuerza en
la razón de nuestra causa que nos embarcamos con todo el entusiasmo en
una revolución que aún hoy continua.
Nuestra llegada a Fuenlabrada fue lo más parecido al encuentro entre dos
galaxias situadas a años luz de distancia. Para nosotras, que acabábamos
de terminar la universidad, la lucha se había ido desarrollando entre las
protestas en la calle, reuniones interminables y asambleas donde discutía-
mos absolutamente todo. Para ellas, que hacía tiempo que habían formado
una familia y vivían en unas condiciones económicas y sociales muy difíciles, la lucha estaba en resolver los problemas del día a día.
Pero ellas y nosotras aspirábamos a tener nuestro propio lugar en el mundo.
Recordando aquellos años, no puedo por menos pensar en todo lo que
hemos aprendido desde entonces. Debatíamos hasta el infinito cómo lograr
la liberación de las mujeres ante la opresión del patriarcado. No creo
que estuviéramos equivocadas porque el tiempo nos ha dado la razón, y
hemos ido cumpliendo muchos de los objetivos que nos propusimos, pero
teníamos demasiada prisa. Nos podían las ganas de actuar y transformar
sus vidas sin pensar en sus circunstancias, en lo que ellas realmente necesitaban y en el enorme esfuerzo que las suponía desafiar un sistema que las
anclaba en el rol que tenían asignado. Por eso, cuando llegamos con nuestros eslóganes y consignas no nos entendieron. Hablábamos un lenguaje
que no era el suyo. Partíamos de posiciones muy abstractas que no tenía
nada que ver con hechos tan concretos como el problema de la guardería,
la falta de trabajo o la inexistencia servicios. Quisimos subirlas al tren de
los derechos, pero olvidamos que primero había que construir los raíles
sobre los que ellas, y no nosotras, deberían conducir la locomotora que las
llevaría a ser las protagonistas de sus propias vidas.
Las mujeres eran más listas que nosotras y en lugar de darnos la espalda, tuvieron la generosidad de acercarse para contarnos sus problemas, abrirnos
la puerta de su amistad, mostrarnos todo de lo que eran capaces y darnos
el principio de realidad que tanto necesitábamos.
Hubo empatía, entendimiento y una cercanía que poco a poco se convirtió
en complicidad y en compromiso. Fueron ellas, las mujeres, las que pusieron en funcionamiento el tren.
La Casa de la Mujer.
Desde el principio supimos que necesitábamos una casa abierta para el
encuentro, la participación y la atención de las mujeres. Pensamos que de
la misma forma que la educación tiene universidades y edificios escolares y
el sistema sanitario cuenta con centros de salud y hospitales, era necesario
construir un referente físico que simbolizara la concreción de unas políticas
de igualdad que acababan de comenzar y que, para la gran mayoría
de la población, no tenían ninguna razón de ser, porque la educación
franquista había dejado bien claro el lugar que le correspondía a la mujer.
¿Qué más podía desear una mujer que ser considerada el alma del hogar? ¿de qué podían quejarse las mujeres si eran tratadas como reinas?.
Las feministas, éramos locas rabiosas que iban en contra de los hombres,
alterando el orden natural de las cosas.
Para comprender este momento es preciso recordar que la primera Conferencia Mundial de la Mujer se celebra en México en 1975. La aprobación
de la constitución sobre la que se asienta el marco jurídico que legisla la
igualdad entre mujeres y hombres fue aprobada en 1978 y Carlota Bustelo
funda el Instituto de la Mujer en 1983. En un periodo de tiempo muy breve
las políticas nacionales y locales incorporan los derechos de las mujeres,
comenzando a desarrollar programas específicos contra la exclusión y la
discriminación. Y claro, era necesario hacer mucha pedagogía para que
tomaran conciencia de sus derechos y para que acudieran a servicios
como la planificación familiar, denunciaran los malos tratos o se encontra-
ran en unos espacios diseñados para la organización y participación en
asociaciones de mujeres.
Y fue así como creamos la Casa de la Mujer contando con el apoyo de
muchas personas, colectivos e instituciones. Recuerdo, por ejemplo, a Manuel de la Rocha, que entonces era el alcalde Fuenlabrada, cuando los
vecinos acudían, todos los jueves, a hablar con él y se formaban colas tan
largas que había que repartir números. Había días que llegaban las seis
de la tarde y no habíamos comido. También el Instituto de la Mujer fue una
institución imprescindible que, desde el inicio, realizó estudios para analizar la situación de la mujer y proponer medidas, programas y acciones
específicas, que luego adaptábamos e implementábamos en la realidad
local.
La Casa de la Mujer se ha consolidado como un referente para toda la
población. Es el lugar al que acudimos cuando necesitamos ayuda. El espacio donde intercambiar opiniones, aprender a organizarnos en asociaciones y participar. Es la casa de todas, donde quedamos a conversar. De
alguna forma simboliza la fotografía de la igualdad. La casa de la Mujer
y el Centro Ocho de Marzo han abierto interesantes líneas de formación,
publicaciones, investigación y cultura demostrando que los servicios e instituciones de la mujer son imprescindibles para luchar contra la discriminación y seguir avanzando en las políticas de igualdad.
Este fue el inicio de mi viaje a Fuenlabrada y sigo convencida de que,
para que el mundo cambie, es fundamental escribir la hoja de ruta desde
un planteamiento global, y hacerlo realidad en el espacio local, con la
participación activa de mujeres y hombres en la defensa de la igualdad.
Corriendo hacia la igualdad.
Para conmemorar el ocho de marzo decidimos organizar la carrera de la mujer. Un acto que, en principio, parecía tan inocente, resultó ser toda una revolución entre el vecindario, que no dieron crédito cuando vieron a treinta “locas”
corriendo por las calles con el símbolo feminista. A pesar de que nos llovieron
críticas y comentarios de lo más desagradables, conseguimos que a partir de
entonces, todo el mundo conociera el significado del Día Internacional de la
Mujer Trabajadora y se conmemorara, por todo lo alto, en Fuenlabrada.
Año tras año las mujeres se han ido sumando y sumando a la carrera y hoy
corren más de ocho mil mujeres.
El deporte nos facilitó muchísimo el contacto con las mujeres, porque sus
maridos las ponían menos objeciones y era fácil convencerles para que
les dieran permiso para ir a hacer gimnasia de mantenimiento o a correr.
Gracias a la complicidad del Patronato de Deportes comenzamos a encontrarnos y muy pronto las actividades se fueron ampliando a cursos, salidas,
conferencias o viajes. Plantamos árboles, realizamos excursiones y hasta
fuimos a Estrasburgo invitadas por el Parlamento Europeo. Cómo solo nos
daban financiación para dieciséis billetes de avión, los canjeamos por un
autobús en el que podíamos triplicar el número de participantes. Fue una
paliza de viaje, en el que tuvimos que llegar hacer hasta noche en el mismo
autobús, pero estábamos muy felices por la aventura. Para muchas era la
primera visita al extranjero.
Fuimos pioneras en la organización de cursos de formación de muy distintos temas, que iban desde propuestas más tradicionales, como la pintura,
hasta áreas más insólitas como la soldadura, lo que nos permitió romper
con la imagen estereotipada que se tenía sobre la capacidad de las mujeres y abrirlas a nuevas propuestas de empleo. Estábamos derribando tantos
obstáculos que parecía que nos habíamos vuelto locas, sin embargo, el
tiempo nos ha dado la razón. Hoy no hay ningún trabajo o disciplina que
las mujeres no podamos desempeñar.
Otro de los temas que resultó muy complicado de gestionar fue el de los
horarios, porque las mujeres no disponían de tiempo propio, sino que
estaban al servicio de las necesidades del marido y de los hijos e hijas.
Así que decidimos realizar las actividades de diez a una de la mañana y
continuar por la tarde. También aquí escuchamos críticas, porque nos decían “os estáis confundiendo, tenéis que exigirlas que respeten los horarios
de la administración” y es que siempre encuentras a alguien que va de listo
que te dice lo que tienes que hacer. Pero lo que nos interesaba, no era que
ellas tuvieran más presión, sino contribuir a que se acercaran al Centro sin
sentimiento de culpa porque dejaban de atender a sus obligaciones. Por
eso, pensamos los horarios un poco a la carta y nos organizamos para
que los niños y las niñas pudieran estar en el Centro mientras sus madres
desarrollaban sus actividades.
Participar en el Centro de la Mujer contribuyó a que nuestras vidas cambiaran.
Somos listas, somos guapas, somos todas
feministas.
Lo cantamos desde hace treinta años, es como un grito de autoa firmación que
nos recuerda que ser feminista es un acto de inteligencia y rebeldía. Yo llegué
al feminismo como reacción a una sociedad franquista triste, opresiva y oscura
que ahogaba todo lo que no fuera comportarse como una mujer recatada y
modesta. Era un mundo en blanco y negro. Cuando tenía quince años, comencé a fijarme en las mujeres extranjeras que llegaban a las playas de mi ciudad
en Cantabria. Me llamaba muchísimo la atención cómo hacían todo de una
forma diferente, con sus bikinis y aquellos aires de libertad que reflejaban en
cada gesto. Se metían en el agua nada más comer, cuando nosotras teníamos
que esperar tres horas, o se bañaban sin respetar esos días. Leían, charlaban,
extendían la toalla y se reían con una despreocupación que no había percibido nunca. Parecía que desconocían las miles de reglas que nos indicaban lo
que estaba prohibido o era malo. Me parecieron maravillosas porque vivían
contentas, sin tener culpas, ni miedos. Ya entonces yo tenía la convicción de
que lo otro no era bueno, ni sano.
Creo que fue entonces cuando de forma intuitiva comencé a desarrollar mi identidad progresista y feminista. Más tarde, cuando comencé a interesarme por la
política y entré en el partido, me encontré a mujeres que tenían clarísimo que
era necesario defender nuestros derechos. Ellas me ayudaron a organizar mis
pensamientos y pusieron palabras a mis preocupaciones, ilusiones, y fantasías.
Desde entonces pienso que el feminismo nos aporta las razones necesarias para vivir la libertad con alegría. El feminismo rompe con el mundo en
blanco y negro, ampliando la gama de colores del arco iris.
Es muy difícil avanzar sin la ayuda y esto es algo que las mujeres sabemos
muy bien. Por eso hemos aprendido a tejer redes para apoyarnos, deshacer viejas creencias que parecían indestructibles y actuar desde la autoafirmación. Las redes han sido fundamentales para romper las situaciones de
aislamiento y avanzar.
Y fueron estas redes de complicidad las que nos permitieron edificar la
Casa de la Mujer de Fuenlabrada y el Centro Ocho de Marzo. Desde el
primer momento las mujeres tuvieron una intuición especial y creyeron en
lo que les decíamos. En seguida vieron que su verdad, su norte, su posible
salida estaba en comenzar a caminar juntas. Pero no fue sencillo ya que
había dos cosas que les preocupaban terriblemente. Por una parte, les
horrorizaba estar en contra de los hombres, querían a sus compañeros y algunas estaban dispuestas a justificar que las prohibieran acudir a las reuniones,
que las tuvieran humilladas y dominadas, porque ellos habían sido educados
así, y no tenían la culpa y por otra parte, les costaba entender que tenían
derecho a un tiempo propio, a ser autónomas y a realizarse como personas.
A pesar de los miedos, las mujeres
comenzaron a tomar decisiones que
han hecho lo que son hoy, mujeres
que no tienen que pedir permiso ni
perdón por gozar de autonomía y libertad. Saben muy bien lo que quieren y han convencido a sus maridos
y compañeros para compartir la vida
en igualdad.
Cuando comenzamos la Casa de
la Mujer, todas sentíamos que estábamos haciendo algo importante y
revolucionario. Ellas pusieron todo su
empeño y han conseguido llegar muy
lejos porque son listas, guapas y feministas.
Y participamos en la construcción de la
igualdad.
La participación es el instrumento para conseguir la igualdad, no es el
único pero si es indispensable. No podemos hablar de democracia real
sin participación plena, porque constituyen el anverso y reverso de una medalla. Por una parte esta la cara de la participación y por otra, la cara de
la exclusión de las mujeres de la vida cultural, social, política y deportiva.
En Fuenlabrada coincidieron tres líneas de actuación que favorecieron la
participación de las mujeres. En primer lugar, la democracia, representada
por gobiernos progresistas que se han preocupado además del bienestar
de la ciudadanía, y por hacerla partícipe de las decisiones de la gestión
de lo público. En segundo lugar, el estado de bienestar, sobre el que construimos colegios, comedores, escuelas infantiles, casas de cultura y centros
de salud, todos ellos servicios imprescindibles para consolidar el bienestar
y los derechos de las mujeres y de los hombres. Y en tercer lugar, las políticas de igualdad.
Tanto para la consecución de la democracia, como para el bienestar y
para la igualdad ha sido decisiva la participación de las mujeres. Yo crecí
percibiendo el mundo en blanco y negro. Después el feminismo me proporcionó las gafas de género que nos permiten alumbrar aquellos aspectos
que son esenciales para la consecución de la justicia e igualdad.
No todas las mujeres recorremos el mismo camino. No todas tenemos la
suerte de encontrar una compañera que te explique qué es el feminismo o
una Casa de la Mujer. Tal vez, si no hubieran pasado por allí todas estas
extranjeras felices yo seguiría viendo en blanco y negro. Si no hubiera
tenido la suerte de llegar a Madrid y encontrarme con mujeres que me
enseñaron tanto….
Por eso es tan importante construir espacios de participación que nos abran
las puertas a nuevas oportunidades. Si nos quedamos en casa, si nos encerramos, perdemos la oportunidad de ver todos los colores del arco iris.
Desde el feminismo aprendí a participar creando redes, contestando desde
la rebeldía pacífica, que conlleva grandes dosis de capacidad, de persuasión, de empatía, de sentido del humor, del trabajo colectivo y mucha
mano izquierda.
Y sí, también ha habido hombres, y muchos nos acompañan y se han unido
desde el sentido de la justicia y la corresponsabilidad. Pero hemos sido
nosotras las que cogimos impulso para correr hacia la meta de la igualdad.
Mujeres, complicidades y política.
En el año ochenta y tres, en Fuenlabrada, solo había dos mujeres de un
total de veintisiete concejales. Hoy hay once mujeres en el Ayuntamiento,
y estoy convencida de que su presencia es gracias a acciones positivas
como las cuotas, sin las cuales sería muy difícil luchar de forma efectiva
contra los estereotipos que la sociedad va transmitiendo sutil y reiteradamente, hasta que van calando como lluvia fina, en el corazón de los hombres y también de algunas mujeres. Y lo peor es que llegas a creer que es
verdad que no vales. Por eso es tan importante hablar de lo que sentimos
y hacer la radiografía que nos muestre el origen de nuestras inseguridades,
para descubrir que el problema no lo tenemos nosotras, sino que es un virus
que viene de fuera, de una discriminación que históricamente ha existido
contra las mujeres.
Recuerdo muy bien comentarios, muy paternalistas, que afirmaban que en
realidad no queríamos, no sabíamos o no tenían experiencia. “Es mucha
tensión para vosotras”, nos decían. ¡Claro que era mucha tensión!, participar en un gobierno local era durísimo, porque a las horas de dedicación
había que sumar la jornada de casa y la del partido y además el sentimiento de ser extranjera en un espacio que nos había sido prohibido durante
siglos. Por eso la complicidad entre nosotras se convirtió en una estrategia
de supervivencia y de avance de nuestras ideas.
Sentirte acompañada te da mucha seguridad, te hace muy fuerte, porque
cuando las mujeres creen en ti, entonces sientes que puedes y debes luchar
por todas. Sin embargo, tengo que subrayar que no nos es fácil. Recuerdo
cómo las compañeras que acababan de entrar me decían “Lucila, yo es
que no puedo hablar, dilo tu”. Y yo las convencía para que fueran ellas
las que hablaran, porque lo hacían muy bien, y lo único que les faltaba
es que alguien las ayudara a confiar. Poco a poco fuimos creando redes
de complicidad, hasta tal punto que muchas veces nos entendíamos sin
hablar y tejíamos estrategias que nos llevaban al camino correcto. Además
contábamos con la participación de todas las mujeres en los proyectos que
proponíamos.
Con toda esta energía era imposible echarse atrás, porque ellas, con su
participación, garantizaban la dirección en la que seguir avanzando.
Recordando
futuro.
el
pasado,
dibujando
el
Cuando vuelvo la vista atrás me doy cuenta de todo lo que hemos adelantado.
Ahora los tiempos son difíciles, son duros. También lo fueron cuando nosotras
empezamos, pero teníamos tanta ilusión, tantas ganas, había tanto por hacer…
En los ochenta yo era trabajadora social. Las mujeres venían a verme y
eran tantas, que la fila daba la vuelta al edificio. Terminaba la tarde y
ellas seguían allí. Así que decidimos dar veinticinco números por día y las
mujeres se levantaban a las cuatro de la mañana para coger los números,
¡imaginaros si la gente estaba agobiada!.
Fuimos la primera ciudad que hizo un plan contra la violencia de género
en un tiempo en que se consideraba como un asunto privado de la pareja.
Una vez fui a la guardia civil a ver cuántas denuncias había por malos tratos y el sargento me contesto “alguna viene quejándose y la decimos que
vaya a arreglarse con su marido”.
Uno de los estandartes del camino recorrido es el que representa la Ley de
Igualdad efectiva entre mujeres y hombres. Ahora mismo somos el primer
país de Europa en representación de mujeres en el parlamento nacional,
regional y local y en el ejecutivo somos las segundas, sólamente Finlandia
está por delante. Sin embargo, tenemos déficit en otros espacios como son
los tribunales de justicia, la brecha salarial y laboral. Las mujeres estamos
muy lejos de la paridad en el poder económico y en la justicia, donde
estamos en la cola de todos los países europeos en representación en el
tribunal supremo. En cultura, las mujeres estamos invisibilizadas. En los
últimos diez años en los premios de narrativa y de poesía se han otorgado
treinta premios a hombres y cuatro a mujeres.
Y una de las heridas más sangrantes sigue siendo la violencia de género.
Actualmente en Fuenlabrada hay una red de servicios sociales municipales
potente, de la que nos sentimos muy orgullosos, porque es un referente de
atención a las necesidades personales y familiares, para las mujeres suponen un gran apoyo por que ellas son las trasmisoras y gestoras de estas
necesidades. Hemos sido la primera ciudad de la Comunidad de Madrid
en aprobar un plan integral de igualdad de oportunidades para mujeres
y hombres; se ha invertido, en sanidad, educación, deporte, servicios sociales, cultura, igualdad…Debemos seguir para afianzar lo conseguido y
caminar tan lejos como imaginamos. Nos merecemos esa sociedad del
bienestar que ponga en primer lugar a las personas, que nos cuide y que
siempre cuente con todas y todos.
Hay mucho por hacer aún, pero creo que sabemos muy bien donde queremos llegar. Hoy, el futuro lo escribimos con las letras de la igualdad.
El alma de la ciudad.
Ellas habitaron la ciudad reclamando los servicios, ellas lucharon por que
sus hijos e hijas tuvieran colegios, por el comedor, por el centro de salud o
porque se organizaran actividades para mayores y para jóvenes.
Ellas hicieron la ciudad. Su participación, capacidad de trabajo, esfuerzo
e inteligencia, son la savia que recorre las arterias de Fuenlabrada.
Y es a través del Consejo de las Mujeres como se organiza su participación. Un Consejo muy consolidado que reúne a todas las asociaciones en
un proceso de diálogo y coordinación, en el que todas las voces cuentan
para tomar decisiones, diseñar estrategias y programas para la ciudadanía. La democracia se construye a partir de la implicación de la sociedad.
No podemos tomar decisiones sin contar con las ciudadanas y los ciudadanos.
Si no fuera por las mujeres la ciudad sería diferente.
Ellas son el alma de la ciudad.
Los caminos de la igualdad.
En estos días, en los que converso con vosotras, estoy a punto de dar un
nuevo paso en mi biografía. Me voy a jubilar y como siempre que hay una
inflexión en el camino, te detienes a pensar y he de decir que he sido muy
afortunada porque he tenido una vida muy interesante, llena de complicidades en compañía de mujeres con las que he aprendido, luchado, protestado y contribuido a derribar los muros de la marginación y la exclusión.
amistad.
No sé cómo será la vida que ahora comienza, pero de lo que estoy segura
es de que nunca podré olvidar a esta ciudad, ni a sus mujeres. Allí donde
vaya las llevaré conmigo y siempre estaré a su lado.
La vida me ha enseñado que a las mujeres nunca nos regalan nada. Cada
milésima de derechos, los hemos conquistado con razones de verdad y de
justicia. Hemos sabido tejer redes para ayudarnos cuando era necesario,
apoyarnos en el desánimo y continuar cuando el objetivo parecía imposible. Hemos demostrado que se puede cambiar el mundo.
Ahora, cuando vuelvo la vista atrás, veo el largo camino que hemos recorrido y no puedo por menos de pensar que hemos sido valientes, rebeldes
y sabias. Las mujeres de Fuenlabrada, con nuestra participación y compromiso, hemos sabido dibujar los caminos de la igualdad.
Tengo una deuda infinita con ellas que, me han acompañado, me han
entendido, me han perdonado, han confiado en mí y me han dado su
15 de Octubre de 2012
Lucila Corral
Política y feminista
Este es un proyecto donde
distintas amigas nos han ofrecido
su experiencia, y con los hilos
de las entrevistas hemos tejido
el significado de las palabras
que os regalamos.
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