LA CONVENCIÓN PARA LA SALVAGUARDIA DEL PATRIMONIO CULTURAL INMATERIAL. Durante mucho tiempo, los países del mundo enfocaron sus esfuerzos a consensuar desde los conceptos y características que debe tener un bien, ya sea mueble o inmueble, para ser considerado como constitutivo de “Patrimonio Cultural”, hasta las acciones que deberían ser adoptadas para lograr su protección y salvaguarda. A través de la UNESCO como el Organismo mayormente reconocido por la comunidad internacional en esta materia, se firmaron distintos acuerdos, siendo el común denominador de ellos la identificación de los bienes tangibles con el patrimonio cultural, ya sea de un país o de la humanidad. Como muestra de esta afirmación, baste invocar el artículo 1 de la Convención para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural, aprobada en 1972, y que acota la definición de patrimonio cultural a los monumentos: obras arquitectónicas, de escultura o de pintura monumentales, elementos o estructuras de carácter arqueológico, inscripciones, cavernas y grupos de elementos, que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia; los conjuntos: grupos de construcciones, aisladas o reunidas, cuya arquitectura, unidad e integración en el paisaje les dé un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia; y los lugares: obras del hombre u obras conjuntas del hombre y la naturaleza así como las zonas -incluidos los lugaresarqueológicos que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista histórico, estético, etnológico o antropológico. Si bien es cierto que desde la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966 y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966, es posible encontrar referencias al derecho a la cultura como un derecho innato al ser humano, también lo es que, el reconocimiento de la importancia de las manifestaciones culturales para la humanidad y que por lo tanto requieren, no solo de un consenso en su definición, sino también la realización de acciones coordinadas a favor de la permanencia de las mismas, tardó casi 40 años y fue hasta la Recomendación de la UNESCO sobre la salvaguardia de la cultura tradicional y popular de 1989 que se inicia el reconocimiento del Patrimonio Cultural Inmaterial y en consecuencias, las acciones para la actualización de tal derecho. Así pues, siendo sus antecedentes directos la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural de 2001 y la Declaración de Estambul de 2002, en el año de 2003 finalmente es aprobada la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y de la cual México es parte en virtud de su aprobación por el Senado y su correspondiente ratificación y promulgación, para entrar en vigor desde abril de 2006. En este instrumento internacional se define al patrimonio cultural inmaterial como “…los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana…”. Se excluyen de la definición todas aquellas prácticas que sean contrarias a los derechos fundamentales así como al respeto mutuo entre comunidades, grupos e individuos. Es con esta definición que se amplía el concepto de la cultura tradicional y popular conformada por la lengua, la literatura, la música, la danza, los juegos, la mitología, los ritos, las costumbres, la artesanía, la arquitectura y otras artes, para incluir a las tradiciones y expresiones orales, los usos sociales y los conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo, conformando en su conjunto las manifestaciones en las que se expresa el patrimonio cultural inmaterial. Página 1 de 3 La otra definición que establece la Convención es la de salvaguardia de este tipo de patrimonio, entendiéndose como tal a “…las medidas encaminadas a garantizar la viabilidad del patrimonio cultural inmaterial, comprendidas la identificación, documentación, investigación, preservación, protección, promoción, valorización, transmisión -básicamente a través de la enseñanza formal y no formal- y revitalización de este patrimonio en sus distintos aspectos.”. En este punto es importante llamar la atención respecto a una de las consideraciones que se invocan en la expedición de la Convención que se analiza, y que se soporta en el hecho de que, si bien es cierto que los procesos de mundialización y transformación social se traducen en riesgos en contra de la permanencia del patrimonio cultural inmaterial, también lo es que para los países signantes de la misma, el principal argumento que justifica tanto su emisión como su adhesión, es la falta de recursos para salvaguardarlo. Tal afirmación irremediablemente lleva a la conclusión de que el patrimonio inmaterial de un país, con gran riqueza económica y en el que el Estado cuenta con recursos para aplicarlos a su salvaguardia, resulta inmune a las influencias exteriores. Lo anterior es un contrasentido, ya que si se afirma que el proceso de mundialización en el que se privilegia la industrialización, comercialización y que per se es un proceso que tiende a la búsqueda, generación y acumulación de la riqueza económica, y que tiene como consecuencia inherente el olvido de los regionalismos, tales como las manifestaciones culturales; entonces cuál es el argumento para concluir que para la salvaguarda de dichas manifestaciones culturales se necesite de grandes recursos económicos; que se generan si se participa activamente en dicho proceso de mundialización. Afortunadamente, aún y cuando a la fecha no se haya modificado esa parte del texto de la Convención, la UNESCO reconoce implícitamente en sus Directrices Operativas, lo inexacto de la eficacia de la salvaguardia del patrimonio inmaterial a partir exclusivamente de los recursos que se destinen a ello. En este sentido, el Organismo internacional advierte que para garantizar la continuidad del patrimonio cultural inmaterial es necesario que las manifestaciones que lo conforman cumplan con la característica de ser pertinente para su comunidad, y que el interés de una Nación o incluso de organismos internacionales para salvaguardar determinada manifestación no puede, ni debe significar que este se quede permanentemente intocado, aún en contra de la comunidad que en algún momento la generó o la practicó. En todo caso, señala la UNESCO, que la “…acción de salvaguardia consistirá, en gran medida, en reforzar las diversas condiciones, materiales o inmateriales, que son necesarias para la evolución e interpretación continuas del patrimonio cultural inmaterial, así como para su transmisión a las generaciones futuras.”. Es a partir de la verdad evidente de que las manifestaciones constitutivas de patrimonio cultural inmaterial son un “organismo vivo” vinculado necesariamente con la comunidad que las practica, que es necesario precisamente que esas comunidades o grupos participen invariablemente en la preparación y aplicación de las medidas de salvaguardia de su patrimonio cultural inmaterial. Más aún, si partimos de la idea de que esas manifestaciones que dan identidad y continuidad como grupo, se generaron espontáneamente como una respuesta a una necesidad comunitaria ante determinado fenómeno, sin la intervención de una autoridad, es inevitable entonces reconocer el riesgo que significa precisamente la siquiera pretensión de aplicación de medidas de salvaguarda por parte del Estado sin tomar en consideración la pertinencia de la continuación de una expresión de patrimonio intangible y que puede, incluso, resultar en una verdadera tergiversación del mismo, en el mejor de los casos. Una vez destacados los dos puntos conductores de la Convención, el patrimonio cultural inmaterial y la salvaguarda de este, es necesario, principalmente para los efectos de la presente ponencia, destacar las obligaciones que de la adhesión a la misma se derivan para el Estado mexicano. En este sentido, aún y cuando ninguno de los compromisos adquiridos por nuestro país con la suscripción de la Convención es explícitamente la expedición de legislación específica, dada el insípido marco jurídico que sobre la materia existe, es evidente que tales compromisos deben servir para orientar la legislación Página 2 de 3 que se expida con motivo del reconocimiento del derecho a la cultural como un derecho constitucional. Al respecto, es necesario consignar, en una ley de naturaleza general los lineamientos que permitan realizar de manera coordinada y consistente, la identificación y definición de los distintos elementos del patrimonio cultural inmaterial que se presentan en el país, y cuyos resultados sean concentrados en un gran registro o inventario nacional. Asimismo, el país deberá establecer una política que tenga como fin el de resaltar la función que tiene el patrimonio inmaterial en la sociedad, asegurando su reconocimiento, respeto y valorización; esto implica necesariamente la vinculación, por el conocimiento y la reflexión, de las nuevas generaciones así como de la población en general a las manifestaciones específicas de nuestro patrimonio. En cuanto a las autoridades competentes es necesario que se realice un análisis detallado y principalmente objetivo para determinar si los Institutos, Consejos, Comisiones y demás instancias gubernamentales se encuentran debida y suficientemente vinculadas para realizar eficaz y eficientemente las labores de salvaguarda, investigación, documentación de todo nuestro abundante patrimonio inmaterial. En este sentido será necesario, considerando precisamente lo extenso del patrimonio cultural mexicano, que la legislación de la materia sea muy creativa proponiendo las medidas jurídico, técnico, administrativas y financieras que permitan garantizar el acceso a toda la población, a ese patrimonio. Todas estas acciones deben estar regidas, para obtener mejores resultados, por el criterio de siempre involucrar en su preparación y ejecución, a las comunidades, los grupos y las organizaciones no gubernamentales pertinentes. Conclusiones. Si bien es cierto que a nivel internacional, las organizaciones multilaterales han demostrado cierto abandono en comparación con lo que se ha hecho en el mismo ámbito en cuanto al patrimonio material, siendo nuestro país considerablemente rico en patrimonio cultural inmaterial, es necesario y urgente, no solo por la implementación de las medidas establecidas por la Convención, que se expida, con el más alto sentido de responsabilidad, una legislación completa que permita por un lado lograr el reconocimiento y valorización de todas esas manifestaciones, y por el otro, establecer los mecanismos necesarios e idóneos que permitan el desarrollo de su evolución continua, y además se tenga la capacidad de percibir y reconocer dicha evolución; garantizando con ello su transmisión de generación en generación, y principalmente, el respeto a la creación, manifestación y evolución del Patrimonio Cultural Inmaterial de manera íntegra, inmaculada y congruente a su origen. De lo contrario, dicha ley, no solo habrá fracasado en su objetivo y finalidad, sino que además habrá sido el mecanismo a través del cual se haya trasgredido el Patrimonio Cultural Inmaterial que pretendía proteger, y sus autores, los responsables de violentar un Derecho Humano. Insisto, la mayor responsabilidad en los temas de mayor relevancia: La Cultura. UGO FERNÁNDEZ MUÑOZ Licenciado en Derecho y Candidato a Maestro en Ciencias Políticas y Gestión Pública Página 3 de 3