Yo no dejé de ser sacerdote ni cristiano a la hora de

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LATERCERA Sábado 12 de septiembre de 2015
RR José Miguel Ibáñez Langlois
Sociedad
Cultura
nació en 1936, hijo de abogado,
es el mayor de siete hermanos.
FOTO: ARCHIVO COPESA
José Miguel Ibáñez Langlois
LA FICHA
Sacerdote, poeta y ex crítico literario:
“Yo no dejé de ser
sacerdote ni
cristiano a la hora
de hacer crítica”
Conversaciones con
J. M. Ibáñez Langlois
[B. FERNANDEZ-P. FERNÁNDEZ
-S. URRUTICOECHEA]
Editorial Universitaria, 224 págs. $ 14.000
R Temido y odiado, durante 30 años firmó
RECUERDOS DE LOS AÑOS 80
“Me indigné cuando María
Luisa Bombal murió en la
sala común de un hospital y
sin el Premio Nacional”.
reseñas literarias como Ignacio Valente.
Ahora repasa su vida en el libro
Conversaciones con J. M. Ibáñez Langlois.
Javier García
Tenía 14 años y era estudiante del
Saint George. José Miguel Ibáñez
Langlois estaba en su casa, después del colegio, y buscaba algo de
música para distraerse. Puso un
disco sin tener claro su contenido.
Eran las Alturas de Machu Picchu
recitadas por Pablo Neruda. “Quedé como debe quedar uno al salir
de una hipnosis”, recuerda el sacerdote, poeta y ex crítico literario
en el libro Conversaciones con J.
M. Ibáñez Langlois, que acaba de
publicar editorial Universitaria.
Un recorrido por su vida, desde su
infancia, su acercamiento a las letras -compañero del poeta Armando Uribe-, su vocación religiosa, el
encuentro con el Opus Dei, cómo
se convirtió en Numerario de “la
Obra”, su relación con su fundador, Josemaría Escrivá de Balaguer, hasta su ocupación como crítico literario, bajo el seudónimo
de Ignacio Valente, durante 30
años en el diario El Mercurio. Ese
trayecto se resume en el diálogo
que establece con tres profesores
de la U. de los Andes.
Tras la negativa de escribir sus memorias, Ibáñez Langlois, hoy de
79 años, responde preguntas en
un volumen donde predomina el
tema religioso. Sin embargo, hay
algunas historias que revela cuando era el único crítico de la letras
locales, durante el régimen de Pinochet. Tribuna desde donde elogió la antipoesía de Nicanor Parra,
el debut de Raúl Zurita, se enfrentó a Enrique Lihn y Pablo Neruda
-quien lo llamó “Curi-crítico”- y
dijo que Mala onda, de Alberto
Fuguet, era una “bazofia”.
Cuenta que llegó a acumular 3 mil
libros, que lo quisieron sobornar
dejándole cheques, y que Ignacio
Valente nació en los 60, cuando debía firmar su primer artículo en el
diario. “Se suponía que no verían
con buenos ojos a un sacerdote
allí. Tomé el primer libro que encontré a mano, una historia de
Roma, buscando un nombre lati-
no. Me gustó Valente (un emperador). En el diario, Fernando Durán
por su cuenta añadió Ignacio. Pensé en quitarlo después. Pero ya era
tarde: un tal Ignacio Valente había
comenzado a existir con vida propia”, dice Ibáñez Langlois en el libro. Ahora, responde a La Tercera, dice que ya no escribe poesía.
“No, porque ya no soy capaz. Solo
escribiría peor lo que antes hice
mejor”, agrega.
¿Qué fue lo más difícil, en los 80,
de ser crítico y a la vez sacerdote?
Para mí no hubo nada complicado.
Yo no dejé de ser sacerdote, ni de
ser cristiano, a la hora de hacer
crítica. Pero la hice, al mismo tiempo, con un respeto muy profundo
por la autonomía de los valores
propiamente literarios: de la belleza, la expresividad y la fuerza del
lenguaje. La fe cristiana siempre
me ha parecido una perspectiva
privilegiada para juzgar los valores
de la escritura, y al mismo tiempo
una garantía de independencia.
A distancia de esos años, ¿se arre-
piente de alguna crítica?
Sí. Yo me indigné cuando María Luisa Bombal murió en la sala común
de un hospital, y sin el Premio Nacional, que en cambio el gobierno
militar entregaba a escritores muy
menores por el solo mérito de no ser
de izquierda. Entonces lancé exabruptos contra ellos y los jurados.
¿Qué destacaría hoy de la obra de
Gabriela Mistral, Nicanor Parra,
Pablo Neruda y Gonzalo Rojas?
De la Mistral destaco su sólida raigambre castellana y bíblica. De
Parra, la recuperación del habla
coloquial y del dialecto de la tribu,
salvando a nuestra poesía de los
metaforones oscuros en que estaba prisionera hacia los años 60.
De Neruda destaco la gracia perdurable de su poesía juvenil, el poder
oscuro y casi hipnótico de las dos
primeras Residencias, y el encanto ligero de las Odas elementales.
Gonzalo Rojas me parece que no
está a la misma altura, aunque destaco su poesía de la sintaxis.
¿Hay poetas que estén publican-
do en la actualidad que le gusten?
Pocos. Del retroceso general de las
humanidades en las últimas décadas, pienso que la poesía se ha llevado la peor parte, peor que otros
géneros literarios, en el mundo y
en Chile. Añoro intensamente leer
y analizar poesía de verdadera altura, pero encuentro poca.
¿Qué opina de la crítica actual?
Tengo una buena opinión, con dos
salvedades: cierta timidez a la hora
de pronunciarse sobre la calidad de
la obra, cosa que estimo una parte esencial de la crítica, y una necesidad de los lectores. La otra salvedad se refiere a la falta de crítica de poesía.
¿Cree que el Opus Dei tiene una
imagen negativa en Chile?
El Opus Dei tiene una imagen sumamente positiva entre innumerables
personas que conocen de cerca la
institución: su espíritu, sus apostolados y miembros. Entre quienes
tienen un conocimiento lejano o
nulo, habrá de todo, también los típicos rumores de la ignorancia.b
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