Una loca historia de Chile

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El Clarí-n de Chile
Una loca historia de Chile
autor Rafael Luís Gumucio Rivas
2008-08-28 15:37:01
Cuando estudiaba historia, en la Universidad Católica, mis profesores, todos conservadores, de la escuela de
Eyzaguirre, distinguÃ-an entre el historiador y el periodista. Sólo, posteriormente, me convencÃ- de que muchos
periodistas escriben mejor historia que quienes se dedican a ella por oficio. Edwards Bello, Genaro Prieto y,
actualmente, Hernán Millas, son mucho más entretenidos y verÃ-dicos que los historiadores de profesión.
En la época de mis estudios se creÃ-a que la historia terminaba en 1891 y todo lo que ocurrÃ-a posteriormente era objeto
del interés periodÃ-stico, contradiciendo a Toynbee y a Marc Bloch que sostenÃ-an que no se puede entender el pasado
sin comprender el presente. Por lo demás, Francisco Antonio Encina y Alberto Edwards son más cronistas que
historiadores.
Hernán Millas es un gran periodista; escribió en Ercilla, ClarÃ-n, La Época  y el Topaze, además, ha publicado una serie
de libros, como Francotiradores del humor, Los Señores sensores, Habráse Visto, Historia de Centavos, Bernardo
Leighton, el Buen Hermano, Testimonios, La familia militar, La Buena Memoria, La Buena Vida y la poca Vergüenza,
La Sagrada Familia y Grandes Amores, una verdadera biblioteca.
La tarea del cronista es hacer vivir las cosas del pasado; es lo contrario del archivero o del sepulturero: convierte el
pasado en presente.
Las 563 páginas de Una Loca Historia de Chile, de Millas, contiene muchos detalles desconocidos por el gran público;
es el caso del capÃ-tulo llamado Cuando el Banco Central fue asaltado, en el cual relata cómo el Club Green Cross,
arruinado futbolÃ-stica y económicamente, tuvo como mecenas nada menos que la bóveda del Banco Central; uno de
sus directores, Fernando Jaramillo, que trabajaba en la bóveda de dicho Banco decidió, desesperado por la pobreza
del Club, pedir prestado a la bóveda fajos de billetes que le permitieran contratar a los mejores jugadores y asÃ- ganar
las ligas. Desgraciadamente, esta estratagema fue descubierta, conduciendo a Jaramillo a la cárcel. El mecenas del
“Club de los pijes― no eran los millonarios Labán y Sebastián Piñera, sino nada menos que el instituto emisor.
Para seguir con el deporte, ahora que está de moda el tenis – por la medalla de plata de Fernando González- Millas nos
trae al recuerdo la encantadora historia de Anita Lizana, que ganó importantes torneos internacionales y se casó, en
Escocia, con Ronald Ellis, quien la amó tiernamente. Anita temÃ-a que Ronald, en su visita a Chile, descubriera el
humilde origen de sus padres, pero él, en secreto, trató con un corredor de propiedades que adquirió para la familia de
su esposa, una buena casa, en La Reina. Al morir Anita pidió, especialmente, que la sepultaran junto a su marido, “no
me separen de Ronald―, fue su última voluntad. Una bella historia de amor de Anita Lizana, “la ratita chilena―.
En mi infancia me encantaba el fútbol y leÃ-a, semanalmente, la revista Estadio. Admirábamos a Sergio Livingthon, que
habÃ-a jugado en Racing; a los hermanos Robledo, contratados por Clubes ingleses; a LuÃ-s Ayala, que entrenaba en el
Estadio Francés, y asÃ- otros deportistas más. La gran figura mÃ-tica era David Arellano, que habÃ-a muerto en un
partido de fútbol, en Valladolid. El Colo Colo se reunÃ-a en el “Quitapenas―, un bar ubicado cerca del Cementerio Genera
Era famoso el mito de la derrota de Manuel Plaza, que perdió la maratón porque se perdió de camino. Hoy nuestros
atletas son mucho más pillos – como el ciclista Almonacid en los últimos JJOO de Beijing- que usan tretas para salir en
las cámaras sin conseguir ningún triunfo.
Para vergüenza nacional, Chile fue un refugio para los criminales nazis: Julio Walter Rauff - el inventor de las cámaras
de gas, que asesinó a miles de judÃ-os – y Klaus Barbie - el carnicero de Lyon- Estos genocidas usaron a Chile como
asilo; en el caso de Rauff, la Corte Suprema negó la extradición sosteniendo que sus crÃ-menes habÃ-an prescrito,
incluso, le otorgó protección judicial ante el peligro que fuera raptado por los cazanazis; luego murió cómodamente
en Chile.
Hernán Millas fue, durante mucho tiempo, comentarista polÃ-tico. En el libro que comentamos, nos cuenta sobre el
complot de Colliguay: González Videla estaba terminando su perÃ-odo bastante desprestigiado. El dirigente bancario
Edgardo Mass, en una de las manifestaciones del hambre, habÃ-a amenazado al presidente González Videla y fue tan
fuerte su discurso que aterró a sus compañeros sindicalistas. La familia de Mass y Domiciano Soto su
desaparecimiento, lo que provocó un escándalo en los Diarios, denunciando al Presidente como culpable del rapto. La
investigación del periodista José Gómez López habÃ-a descubierto el autosecuestro; la policÃ-a encontró a Mass y
Soto jugando rayuela, en el pueblo de Colliguay, a pocos kilçometros de Quilpue. Todo habÃ-a sido una conspiración
planeada por el profesor Guillermo Izquierdo Araya, para derrocar a González Videla.
La verdad es que antes de leer el libro no sabÃ-a que Las Condes no debÃ-a su nombre al pueblito de la canción, sino a
las niñas “Conde― que atendÃ-an, cariñosamente, a los señores que viajaban desde Santiago a ese lugar para
conversar con estas señoritas. Claro que en esa época, al parecer, a ningún alcalde se le ocurrió la idea de Gonzalo
de la Maza, de convocar a un plebiscito para expulsar a los travesti.
En el capÃ-tulo llamado Mañana, gran revolución gran Millas ironiza sobre la llamada República Socialista de los doce
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DÃ-as; en esos tiempos, las revoluciones se hacÃ-an lanzando panfletos al centro de la capital y todo el mundo era
socialista, incluso los Edwards que quisieron entregar El Mercurio a sus empleados- por cierto que esta idea fue
efÃ-mera-. Según Genaro Prieto, la República Socialista duró menos que una alfombrilla. Millas cita una frase de mi
abuelo, Rafael LuÃ-s Gumucio Vergara, que decÃ-a: “en la plaza se divisaba un anciano que repartÃ-a barquillos a los
niños; un señor le decÃ-a a otro: ese anciano era Marmaduke Grove, el que hacÃ-a revoluciones―. La gente gritaba
siempre “¿quién manda el buque? Marmaduke―, se respondÃ-an. Sus discursos eran aterradores amenazando a los
burgueses de ser colgados en los faroles de la Alameda.
El general Lagos era el jefe del Regimiento de San Bernardo y su apoyo era fundamental para instalar y derrocar
gobiernos – siempre lo hizo para los otros y cuando lo quiso hacer para sÃ- mismo se le pasó la vieja .
La personalidad de Pedro Aguirre Cerda, “don Tinto―, da pábulo para un bello retrato del Hernán Millas. Este presidente
fue el más querido de la historia de Chile, sin embargo, era el lÃ-der de la tendencia contraria al Frente Popular, al
interior del Partido Radical, sin embargo, él se identificó con el pueblo y este lo sintió como uno de los suyos. Don
Pedro fue el gran protector de Gabriela Mistral, uno de loas pocos que la comprendió y captó su carácter de gran
mestiza de América Latina. Aún ahora, los siúticos chilenos, que siempre queremos imitar a los paÃ-ses ricos,
desconocemos la riqueza americana de nuestra poetisa de todos los tiempos.
La derecha polÃ-tica, como siempre, tenÃ-a miedo al triunfo del Frente Popular: curas y monjas andaban sin sotana ni
hábito, respectivamente, por temor a ser asaltados por “los rojos―, pues estaban convencidos de que se iban a repetir las
escenas de la República Española. Hernán Millas recuerda la gestión de Leonardo Guzmán ante mi abuelo Rafael
LuÃ-s Gumucio, que terminó en una reunión en la casa de Guzmán, donde se acordó el pleno respeto del Frente
Popular a la iglesia; a tal grado Aguirre Cerda cumplió su palabra que pidió el nombramiento de José MarÃ-a Caro,
como primer cardenal chileno y auspició, desde La Moneda, el Congreso EucarÃ-stico. Aún tengo, entre mis
documentos, la carta que mi abuelo le dirige a sus hijos relatando, ante notario, el acta de este encuentro.
Dos acontecimientos marcarÃ-an la generación de mis padres: la caÃ-da de Carlos Ibáñez del Campo, en 1931, y la
revolución española - Ese junio de 1931 es equivalente al 11 de septiembre de 1973, en el sentido de que todos los
participantes tienen relatos y vivencias imborrables -. En 1931, los carabineros y los militares no se atrevÃ-an a salir
uniformados a las calles, pues la civilidad los despreciaba profundamente; en 1973, se comportaron como una jaurÃ-a.
Las muertes del profesor Zañartu y del estudiante Pinto Riesco, asÃ- como la toma de la Universidad, terminaron por
obligar a Ibáñez a renunciar; todo esto en el cuadro de la crisis económica mundial. Recuerda Millas que mi abuelo
Gumucio, cuya esposa, Amalia Vives, habÃ-a muerto en el exilio, ofreció al derrocado dictador Ibáñez ir a buscarlo a su
casa y asilarlo en la calle Riquelme, lugar de su residencia.
La visita del socialista Indalecio Prieto, que pertenecÃ-a al sector más moderado del partido, fue un acontecimiento en
Chile: la mayorÃ-a progresista del paÃ-s solidarizaba con la república española. Millas relata los esfuerzos del cónsul
Pablo Neruda, para traer a los refugiados españoles, en el famoso Winnipeg, y las presiones de la derecha para
impedir tan solidaria labor. Cuenta Millas que algunos españoles creÃ-an que ValparaÃ-so era un puerto tropical, con
rumba, magos y guayabas; la mayor parte de ellos se quedaron en Chile, aportando en los distintos quehaceres de la
ciencia, las artes y la literatura, entre otros oficios.
Fray Andresito era un cura limosnero, de origen humilde, con cara de pueblo y vestido con humilde sotana; debiera
haber sido santo del pueblo, sin embargo, la iglesia no mostró interés en siquiera hacerlo beato, en fondo, prefirió a
San MartÃ-n de Porres, un peruano de la escoba - la verdad es que en los santos siempre predominaban los reyes y los
aristócratas-. Fray Andresito hizo varios milagros, entre ellos sanar a la sobrina del presidente de la república, AnÃ-bal
Pinto, sin embargo, cuentan que una señora aristocrática y beata se decepcionó al conocer personalmente a Fray
Andresito, pues no podÃ-a concebir cómo Dios daba sus virtudes a un ser tan insignificante y pobre - parece que el
racismo también se da en el cielo -.
Hernán Millas escribe sobre todos los temas históricos, por ejemplo, se refiere a las dos primeras damas de la historia
de Chile, Nicolasa Valdés Carrera, esposa de Mateo Toro y Zambrano –el Conde de la conquista- y Rosario Puga,
señora de Bernardo O`Higgins; parece que ambas eran mujeres fuertes. La primera era famosa por los postres y
parece que murió, según Millas, a causa de unos higos mal lavados, que la llevaron a contraer el tifus; la segunda sÃque era de armas tomar: no dejaba de ponerle los cuernos a nuestro héroe que, por lo demás, no estaba muy dotado
para este santo estado. También relata la historia del “rey de Zapallar, un balneario donde la oligarquÃ-a mostró toda su
brutalidad xenófoba contra los visitantes judÃ-os, andinos y pobres. El Instituto Nacional está de moda, a causa de su
pésima infraestructura y mala gestión de sus autoridades; el relato de Millas recuerda el aciago dÃ-a en que el Instituto
fue entregado a la Municipalidad de Santiago. Además, dedica un capÃ-tulo a la reforma de la Universidad Católica de
ValparaÃ-so, cuyos dirigentes eran Luciano Rodrigo, Jaime Esponda, Eduardo VÃ-o, Sergio Allard, y tantos otros.
El libro de Hernán Millas, La Loca Historia de Chile, me parece uno de los mejores aportes que, narrado en forma
amena y buen estilo, informa, educa y motiva a muchos chilenos, en este marasmo de ignorancia, que es el Chile de
hoy.
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Rafael LuÃ-s Gumucio Rivas                                Â
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