La obra costista de George JG Cheyne

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LA OBRA COSTISTA DE GEORGE J. G. CHEYNE
ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE
A Assumpció Cheyne,
compañera y colaboradora de George, y buena amiga
EL
HISPANISTA INGLÉS
Al presentar la reedición de la biografía de Costa tan oportunamente realizada
casi cuarenta años después,1 evoco la figura de su autor, el profesor George James
Gordon Cheyne (Londres, 1916-Newcastle upon Tyne, 1990), querido maestro de
todos los costistas del último medio siglo, y quiero rendirle un pequeño pero justísimo homenaje de amistad y recuerdo personal, de devoción de discípulo. Como
ha escrito Lorenzo Martín-Retortillo, «forma parte George Cheyne de esa deslumbrante pléyade de hispanistas que peso tan decisivo está teniendo para el cabal
conocimiento de tantas cosas de las Españas. Conocimiento que nos atañe a nosotros mismos, pues nos da hechas ingentes labores que, una vez realizadas, parecerán elementales… Pero, no solo hilvanar los conocimientos antes no existentes.
Darles, también, una resonancia y una proyección difícilmente sospechable…».2
Sabemos bastantes cosas de su vida escolar y profesional gracias a Alberto Gil
Novales: «Nacido en Londres el 15 de noviembre de 1916, se educó en una escuela privada, y luego enseñó inglés en Nimes y Toulouse. Pisó tierra española por
primera vez en 1941, trabajando en cuestiones relativas a prisioneros de guerra
1
George J. G. Cheyne, Joaquín Costa, el gran desconocido, prólogo de Josep Fontana, epílogo de
Eloy Fernández Clemente, Barcelona, Ariel, 2011, 287 pp. Presenté esta reedición en el Instituto de Estudios
Altoaragoneses, Huesca, el 24 de febrero de 1911, y luego en el Centro Aragonés de Barcelona, el 6 de
junio de ese mismo año. Reúno aquí, además del texto de estas conferencias, muy ampliado, lo dicho en
Graus el 8 de febrero de 1991, en el 80 aniversario de la muerte de Costa y unos meses después de la
suya, bajo el título «A nuestro maestro George J. G. Cheyne. In memoriam», texto que quedó inédito.
2
Lorenzo Martín-Retortillo Baquer: «En homenaje a George Cheyne», Anales de la Fundación
Joaquín Costa, 7 (1990), pp. 99-102.
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ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE
aliados en España (campo de Miranda de Ebro: sobre esta cuestión nos hubiese
gustado saber algo más, pero en su modestia nunca lo aireó). Vuelto a Inglaterra,
se ganó la vida enseñando en la escuela privada y luego en una politécnica, al mismo tiempo que se licenciaba en lengua y literatura españolas, para lo cual asistió
a los cursos nocturnos del King’s College de Londres. En Birbeck College cursó
también francés. Inmediatamente pasó a ser profesor en la Politécnica de Oxford y
a tiempo parcial en el King’s College».3
Licenciado, pues, en 1959, se propuso dedicar su tesis doctoral a la bibliografía
de Costa, y así fue, culminando el trabajo al doctorarse en 1968 en la Universidad de
Newcastle upon Tyne,4 a la que se había trasladado en 1961 (aún dependía entonces como College de la Universidad de Durham, de la que se independizó un par de
años después), de cuyo Departamento de Estudios Hispánicos y Latinoamericanos
sería más tarde director hasta su jubilación en 1982, perteneciendo a The Association of Hispanists of Great Britain and Ireland y también a la Anglo-Catalán Society,
de la que fue presidente en 1983. Allí desplegó una actividad muy destacada, iniciándose en una infinidad de lecturas sobre el entorno de Costa.5
EN EL MUNDO DE COSTA
Cheyne conoció pronto a la hija de Joaquín Costa, Pilar Antígone Costa Palacín.
El secreto de ese encuentro nos lo explicó Alfonso Ortega Costa, hijo de doña Pilar:
su hermano mayor, Juan, se había hecho amigo entrañable en los años veinte, estudiando Derecho en Barcelona, de Joan Francesc Vidal i Jové, el célebre catalanista
de Esquerra Republicana, quien luego sería el suegro de Cheyne, y le introduciría
en casa de la hija y los nietos de Costa. Lo contaría Alfonso Ortega Costa en 1990:
«En septiembre de 1959, don Joan Francesc Vidal i Jové escribió a mi madre una carta de presentación en la que decía: “Entre las cosas pintorescas que me han salido
con los años, he de señalar un yerno inglés que se llama G. J. G. Cheyne, muchacho
encantador y con el grave defecto de ser inteligente, que casó con mi hija Asunción
(la que es médico)”».6
Así nos lo contaba George en 1983: «… llegué a conocer en 1960 a doña Pilar,
hija de Costa, con quien pude hablar a solas y largamente en varias ocasiones. Mis
3
Alberto Gil Novales, «In memoriam. George J. G. Cheyne (1916-1990)», Historia contemporánea
(revista de la Universidad del País Vasco), 5 (1991), pp. 11-12.
4
Parte principal de esta tesis constituirá cuatro años después el tan decisivo estudio bibliográfico.
5
Ver el artículo de su colega y amigo el profesor de la Universidad de Sheffield Frank Pierce: «En
recuerdo de George James Gordon Cheyne», Anales de la Fundación Joaquín Costa, 8 (1991), pp. 9-10.
Pierce había sido su «admirador y examinador de su tesis doctoral».
6
Alfonso Ortega Costa: «Costa en el recuerdo de sus familiares», en José Manuel Mata Castillón y
otros, El legado de Costa. Huesca, septiembre de 1983, Zaragoza, Ministerio de Cultura y DGA, 1984,
pp. 123-137. Alfonso Ortega Costa, Anales de la Fundación Joaquín Costa, 7 (1990), p. 90.
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L A OBRA COSTISTA DE GEORGE J. G. CHEYNE
conversaciones con ella sobre su padre, las primeras que había mantenido, según
me confió, en su vida, afianzaron mi decisión de dedicar mi esfuerzo de investigador a don Joaquín, resolución que se hizo aún más fuerte cuando doña Pilar
recomendó a sus hijos que me ayudasen tanto como pudiesen. Espero de verdad
no haber defraudado a doña Pilar, cuya franqueza y bondad han dejado en mí
una impresión muy honda».7
A partir de entonces comienzan los viajes de Cheyne a Graus, donde no solía faltar en los veranos entre 1960 y su muerte treinta años después. Alfonso
Ortega Costa recordaba ese primer viaje por las tierras de Costa: «… convinimos en
desplazarnos en el Citroën 2 caballos de mi hermano médico Rafael, modelo que era
entonces novedad, en una excursión rápida de una jornada, para visitar los paisajes
nativos de Aragón y el ambiente rural de las poblaciones en las que vivió su infancia,
pubertad y juventud Joaquín Costa. En nuestra primera etapa, llegados a la población
de Monzón, nos dirigimos a la calle Mayor para visitar la casa natal de Costa, entonces
panadería. Cheyne provisto de una buena cámara fotográfica procedió a tomar diversos encuadres de la fachada y la placa conmemorativa que figura en ella… Seguimos
nuestro camino hacia Graus. En su visita turística recorrimos la plaza porticada del
ayuntamiento, la plaza de Coreche donde radica la casa en la que vivió la familia
Costa Martínez; en la calle Mayor la casa donde murió nuestro autor y, al extremo de
la calle Salamero el monumento que perpetuó la memoria de ese gradense adoptivo
más ilustre».8
El sobrino nieto de Costa, don José María Auset Viñas, celoso guardián de cientos
de legajos y cartas, recordaba que «con la llegada a Graus del profesor Cheyne, aquellos papeles aletargados por tantos años de soledad, cobraron inusitado movimiento
en manos de este serio investigador y notable hispanista; pero no fueron solo estos
fondos los que vieron la luz, sino también los del Archivo Histórico Nacional y muchos otros procedentes de personalidades que habían mantenido relaciones y correspondencia epistolar con Costa».9 A su paso por Huesca cuenta L. Martín-Retortillo que
Cheyne decía que dormía mucho mejor desde que en la ciudad había un importante
equipo de baloncesto, porque eso había obligado al hotel en que solía hospedarse a
instalar camas especiales para personas de elevada estatura.10
A mediados de los sesenta, Cheyne publica sus primeros trabajos sobre Costa11, embriones todos ellos de lo que poco después se integraría en la gran bio7
En el encuentro de Huesca, 1983, nos contó esas entrevistas. G. J. G. Cheyne: «Aspectos biográficos
y bibliográficos de J. Costa», en El legado de Costa…, pp. 15-28.
8
En el n.º 7 de los Anales de la Fundación…
9
En el mismo n.º 7 de los Anales.
10 Lorenzo Martín-Retortillo Baquer, «George J. G. Cheyne y Joaquín Costa», Boletín de la Institución
Libre de Enseñanza, 16 (1993), pp. 41-42. Ver también, del mismo autor: «George J. G. Cheyne (1915-1990)»,
Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, 11 (1991), pp. 93-97.
11 «Menéndez Pelayo, Costa and the premio extraordinario del doctorado en Filosofía y Letras»,
Bulletin of Hispanic Studies de la London University Press, t. XLII (1965), pp. 94-105; y en 1966 dos en el
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ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE
grafía. También realiza importantes reseñas de los libros más importantes sobre
Costa y su mundo en el Bulletin of Hispanic Studies de la Liverpool University
Press.12 Y es citado y reseñado allí frecuentemente como referencia imprescindible
en cuestiones de historia literaria y cultural española del XIX.13
Como recuerdo en el epílogo a su biografía de Costa, cuando en el verano de
1967 me premiaron en Cuadernos para el Diálogo un trabajo que año y medio después sería editado por esa editorial y revista como Educación y revolución en Joaquín Costa, recibí una carta del hispanista inglés interesándose por ese futuro libro.
Tenía él muy avanzada la biografía, así como la bibliografía y, como haría durante
casi un cuarto de siglo hasta su muerte, nos preguntaba a los colegas, estudiosos,
pronto amigos, acerca de mil pequeños detalles. Le contesté desde Teruel, y respondió el 8 de noviembre de 1967 desde Newcastle rogándome decidiera el título para
poderlo anunciar, y que le llamara (daba sus señas) si iba algún verano a Madrid. Y
trabamos una relación que solo terminó con su muerte, en 1990.
Lo que nos fascinaba de Cheyne era, en lo físico, su elegancia personal, su prudencia al hablar, despacio y suavemente, su mirada atenta e indagadora; en lo moral:
su rigor y cuidado con el menor de los datos, su suave manera de comentar cada
asunto, sugiriendo, no imponiendo un criterio, su incansable sed de avances. George
era muy alto y algo desgarbado, caminaba distraído, concentrado en lo que decía y
escuchaba. Extraordinariamente puntilloso a la hora de precisar un dato, podía estar
semanas y meses en su busca, escribir a muchas personas preguntando, intentando
enmarcarlo en su tiempo, lugar, ambiente, y explicarlo todo. En cierta ocasión afir-
bordelés Bulletin hispanique: «La intervención de Costa, en el proceso de Montjuich» (t. 68, n. 1-2, 1966,
pp. 69-83); «Altamira, corresponsal de Costa» (t. 68, n. 3-4, 1966, pp. 357-364); y «Una correspondencia
inédita: Amadeu Hurtado y Joaquín Costa», Vida Nova, 13 (1966), pp. 31-36. Todavía más: su ponencia de
1967 «La Unión Nacional: sus orígenes y fracasos», en Actas del Segundo Congreso Internacional de
Hispanistas, Nimega; y su artículo del año siguiente: «From Galdós to Costa en 1901», Anales galdosianos,
III (1968), pp. 95-98.
12 Mi censo hasta hoy de las reseñas realizadas: El pensamiento español (1898-1899), editado por H.
Tzitsikas (vol. 47, 2, abril 1970, pp. 141 ss.); La Revolución de 1868. Historia, pensamiento, literatura,
editado por C. E. Lida e I. M. Zavala (vol. 54, 4, octubre 1977, p. 348); El gabinete del doctor Lombroso
(Delincuencia y fin de siglo en España), de L. Maristany (vol. 53, 3, julio 1976, p. 253); Entre la ciencia y
la magia: Mariano Cubí, de R. Carnicer (vol. 48, 2, abril 1971, p. 151); Minuta de un testamento, de G. de
Azcárate, al cuidado de E. Díaz (vol. 47, 2, abril 1970, p. 141); Hacia el 98: literatura, sociedad, ideología,
de J. López-Morillas (vol. 55, 2, abril 1978, p. 164); El pensamiento de Costa y su influencia en el 98, de R.
Pérez de la Dehesa (vol. 45, 3, julio 1968, p. 216); los Documentos, diarios y epistolario, de J. Sanz del Río,
en edición de Pablo de Azcárate (vol. 54, 4, octubre 1977, p.348); Derecho y revolución en el pensamiento
de Joaquín Costa, de A. Gil Novales (vol. 44, 4, octubre 1967, p. 302).
13 Sobre Cheyne se publicaron en el Bulletin of Hispanic Studies de la Liverpool University Press una
serie de reseñas de J. L. Broks sobre su edición de La barraca de V. Blasco Ibáñez (vol. 43, 1, enero 1966,
p. 74); M. H. Raventós a su A Classified Spanish Vocabulary (vol. 44, 2, abril 1967, p.141); otra sin autor
ni paginación de su gran biografía (vol. 56, 2, abril 1979); otra de Reginald F. Brown de la bibliografía (vol.
56, 2, abril 1979, p. 156); una sentida necrológica de Peter Evans (vol. 68, 3, julio 1991, p. 407); y una
nueva reseña, de Anthony H. Clarke a la correspondencia con Altamira (vol. 71, 3, julio 1994, p. 410).
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mó: «… yo no he estudiado a un aragonés adusto y poco simpático, sino que he
estudiado a un erudito y fino escritor… Y por eso mismo, cuando tropecé con
don Joaquín, cuando leí en citas hechas por otros algunos de sus comentarios,
quedé admirado y quise saber más, y cuanto más averiguaba más me sedujo, y la
seducción se debió tanto a las ideas como a la elegancia y precisión con que las
sabía expresar».14
El magisterio de George Cheyne sobrevuela en sus libros y artículos, con su
dirección sugerente y discreta, con su propia obra de un asombroso rigor. Le recuerdo, con frecuencia acompañado por su esposa la dulce Asunción (hija como
he dicho de Vidal i Jové, cuyos papeles anda ordenando, doctora en Psiquiatría,
autora de un excelente estudio sobre Simarro), albacea amorosa, perfecta, de la
obra de su esposo.
LA
BIBLIOGRAFÍA.
EL
TALLER DEL HISTORIADOR
Cheyne, al igual que sus compatriotas historiadores hispanistas anglosajones
John Elliott o Raymond Carr, fue continuador de esa filosofía analítica que se basa
en el «taller del historiador», que tanto han desarrollado con sensibilidad otros
grandes contemporáneos suyos como Hobsbawm y Thompson. Así nos cuenta su
proceso intelectual, su método de trabajo:
Buscando información sobre su elusiva personalidad, hallé que no existía ni una
guía fidedigna de lo que había escrito y que aquellos autores que habían trabajado sobre Costa, o habían confesado con franqueza que no querían emprender
esta tarea o repetían sin sistema ni verificación las listas de libros o artículos que
se compusieron poco después de muerto don Joaquín. Me pareció, pues, que lo
primero que hacía falta era un examen bibliográfico de cuanto Costa había escrito
y que eso sería a la vez una contribución útil a la historia del pensamiento español
y un justo tributo a la memoria de Costa. Y eso hice. Al seguir la línea de su labor
intelectual, vi que su obra encajaba, como en un molde casi perfecto, en los distintos episodios de su vida [...] Ha sido necesario sincronizar los hechos externos de
su vida y su producción intelectual, abarcando con una misma mirada su carácter y
su carrera para así revelar con claridad la unidad de su existencia, unidad precaria,
pues desprovisto Costa de los soportes del amor correspondido y de la ambición
satisfecha, parece haber seguido, como único derrotero, los avatares históricos que
afectaron a su país.15
Necesariamente antes que la biografía, realizó la imprescindible bibliografía,
sin la cual la mayoría, y él mismo, hubiéramos tirado la toalla. A pesar de tantos
trabajos y dificultades, la tesis doctoral se termina y lee en 1968, y se edita, a la
14
15
Cheyne: «Aspectos biográficos y bibliográficos de J. Costa», en El legado de Costa…, p. 16.
Cheyne: Joaquín Costa, el gran desconocido…, pp. 16-17.
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vez abreviada y aumentada, en inglés en 197216. Es una impresionante tarea de
paciencia, ordenación y aclaración de una obra ingente aparecida en diversos y a
veces simultáneos diarios y revistas, ediciones y colecciones, recopilados y editados
caóticamente por un hermano más apasionado que riguroso. Hubo de batallar contra muchas suspicacias y contra el atraso bibliotecario (salvo, contaba, la entonces
llamada Biblioteca Central de Barcelona y el Archivo Histórico Nacional). Diez años
después se editó en español, a la vez que la biografía.
Cheyne nos da cuenta, en el prefacio a su utilísimo Estudio bibliográfico de la
obra de Joaquín Costa (1846-1911) de su proceso hacia Costa: «Cuando, en 1960,
proyecté una tesis doctoral sobre “Vida y pensamiento de Joaquín Costa (18461911)” hallé gran dificultad en aclarar su pensamiento. Habíanse escrito en España
y ambas Américas estudios… Su obra, sin embargo, estaba dispersa y, resultaba
imposible obtener una visión de conjunto. No quedaba otra solución sino estudiarla
cronológicamente y por temas. Pero, al buscar la bibliografía, me di cuenta de que
no existía ninguna… Cambié, por tanto, el título de la tesis… En 1960 la atmósfera
en España era hostil a un estudio sobre Joaquín Costa: aun después de muerto era
claramente persona non grata… Para mayor complicación, no hay ninguna biblioteca en España que posea todas las obras de Costa; tampoco era fácil obtenerlas de
los libreros de viejo… Entre 1964 y 1965, sin embargo, se liberalizó la actitud hacia
el siglo diecinueve… Costa también se benefició de este cambio y poco a poco sus
libros salieron de las trastiendas y almacenes en los que habían estado relegados».17
Cheyne nos contaba sus esfuerzos por examinar cada libro, artículo, discurso,
etcétera, las bibliotecas consultadas a fondo (dos docenas, en siete ciudades), la
consulta de repertorios, colecciones de prensa, editoriales, imprentas y personas
que poseían periódicos o revistas difíciles de hallar, libreros de viejo, charlas con
bibliógrafos, bibliotecarios, editores, curas párrocos de Monzón y Graus, particulares relacionados próxima o remotamente con Costa. Y concluía: «Con muy pocas
excepciones, tales charlas fueron, desde el punto de vista puramente bibliográfico,
muy decepcionantes, bien porque sus familias no habían tenido nunca escritos de
Costa, o bien porque los habían destruido durante la guerra civil».
En fin, Lorenzo Martín-Retortillo se asombraba de que ante «el abigarrado
rompecabezas en que consistieron las publicaciones de Joaquín Costa… uno no
puede sino quedar impresionado por la hazaña de ver las piezas recompuestas.
Fruto, además, de una labor artesanal y de método manual, que se demuestra tan
16 A bibliographical study of the writings of Joaquín Costa, 1840-1911, Londres, Tamesis Books, 1972,
XIX + 189 pp.
17 Cheyne, Estudio bibliográfico de la obra de Joaquín Costa (1846-1911), edición revisada y
ampliada, traducida del inglés por Assumpció Vidal de Cheyne, Zaragoza, Guara, 1981, pp. 11-12
(Colección Básica Aragonesa, 33-34).
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L A OBRA COSTISTA DE GEORGE J. G. CHEYNE
inteligente, aunque no contara con instrumental que suele hoy estar al alcance de
los investigadores».18
LA BIOGRAFÍA: COSTA SEGÚN CHEYNE
Sobre esta excelente biografía, en el encuentro de Huesca, nos contó el cómo
y el porqué de ese libro magistral: «Como saben, empecé por lo más difícil —la bibliografía— y fue tan solo poco a poco, a medida que estudiaba su obra, que fui
entreviendo la vida de don Joaquín, vida sumamente ardua, frustrada, solitaria y
triste, llena de tribulaciones e injusticias, pero soportada si no con calma, por lo
menos sin rendirse a la desesperación (a pesar de pensar una vez, poco antes de
empezar sus estudios superiores, en el suicidio)… Mi biografía, aunque escueta
y básica, tiene el mérito de que… está basada en datos que tuve que desentrañar
y seguir por muchos lados. En mi empeño de veracidad, tuve a la fuerza que
entrevistarme con personas de mucha edad y, aunque estuve a tiempo de hablar
de Costa con Azorín, Menéndez Pidal y Ramón Pérez de Ayala, en muchos otros
casos llegué tarde…».19
El profesor Josep Fontana, en su magnífico prólogo, habla de los arrestos de
Cheyne para lograr un estudio serio y objetivo «con una actitud sencilla y modesta,
la tenaz dedicación y el largo esfuerzo», ya que tuvo que comenzar «desenredando la
maraña de los escritos, publicados e inéditos, de Costa, en una investigación que
resulta única y ejemplar en el terreno de la historia contemporánea española (no
tenemos nada ni tan siquiera parecido a esto —escribía en 1971— para cualquiera
otra de las grandes figuras políticas en los siglos XIX y XX».
Y añade, concluyentemente: «Lo que en estas páginas se nos ofrece es… la
única biografía válida de Joaquín Costa que hasta hoy se ha escrito: la primera
que nos ofrece una imagen veraz y coherente… Cheyne ha rescatado definitivamente a Costa de esa galería de figuras de cera, tanto más resonantes cuanto
más huecas, que llamamos la “generación del 98”… creo que el libro de Cheyne
descubrirá por primera vez a los lectores españoles la auténtica dimensión de la
tragedia personal de Costa… no un fracasado, puesto que pagó ese precio con
plena conciencia y jamás se arrepintió de lo que había hecho ni pensó en cambiar
el camino emprendido… Este libro nos devuelve a uno de los más grandes, de
los más íntegros —y, ¿por qué no?, de los más simpáticos— de estos hombres…
Cuando el tiempo barra toda la hojarasca que se ha escrito sobre “el desastre del
98”… la obra de Cheyne quedará como pieza fundamental para esta tarea, apenas
18 Lorenzo Martín-Retortillo: «En homenaje a George Cheyne», Anales de la Fundación Joaquín Costa,
7, 1990, pp. 99-102.
19 Cheyne: Joaquín Costa, el gran desconocido…, p. 17.
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ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE
comenzada, de construir una visión válida de una etapa decisiva de la historia de la
España contemporánea».
Gil Novales ha hablado de «esa extraordinaria biografía que, no me cansaré de
decirlo, se lee como una novela —como una buena novela—», y Fontana señala
que Costa había sido para su generación una figura atractiva y enigmática, y que
Cheyne, cuyo método científico describe con precisión, había logrado hacerla aún
más lo primero, incluso simpática, y había devuelto restaurada la malograda figura
de uno de los hombres más grandes, más íntegros de su tiempo.
Lo que más llama la atención al leer el libro es el rigor y pulcritud con que está
escrito; la extraordinaria delicadeza para definir, calificar, criticar; el excelente dominio del castellano; la ambientación de cada asunto, pulcritud investigadora: Graus y
su comarca, etcétera. Una labor de documentación geográfica, económica, etnográfica. El biógrafo da mucha importancia a la familia, las costumbres, la infancia, en la
que ya comienzan las humillaciones, los problemas físicos. También al viaje a París,
los años de indecisión, el perfil del joven Costa. Y advierte: «en la España en que se
movía el joven Costa no siempre era fácil distinguir entre la religión y la política».
Especial énfasis en el universitario, tratando con mesura el tema de las oposiciones. Es curioso cómo en Cheyne está casi todo en ciernes, apuntado con discreción,
y luego otros estudiosos han podido ir desplegando cada asunto. Pasa sobre ascuas
pero contando lo principal, necesario, sobre su amor con Elisa Bergnes. Es prodigioso cómo razona y nos lleva a considerar con respeto los temas más delicados,
hasta entonces ignotos.
Un asunto tan intrincado como es el del pleito de La Solana, lo resuelve muy
bien, dejando el material ordenado y explicado; aún nadie se ha animado en estos
cuarenta años a abordar un tema que es un auténtico regalo para un buen jurista e
historiador. Lo mismo ocurre con el tema de la Unión Nacional, otro regalo, pendiente aún de una larga y profunda clarificación y reconsideración.
Como ha subrayado Bravo Suárez: «Ninguna biografía anterior ni estudio posterior sobre su vida nos ha acercado tanto al Costa hombre, al sabio incomprendido,
al titán en lucha solitaria y sufriente contra la hipocresía y la falsedad del mundo. Es
sintomático de la cultura de un país o una comunidad que una biografía ejemplar
sobre uno de sus hijos más ilustres lleve más de treinta años sin ser reeditada y sea
hoy imposible de encontrar en las librerías, y eso cuando un año tras otro políticos
de todos los colores y pelajes se llenan la boca hablando de alguien a quien, a
buen seguro, si volviera a vivir ignorarían o harían la vida imposible como se la
hicieron en vida».20 Poco después de ese aserto, llegaba en buena hora esa reedición.
20 Carlos Bravo Suárez: «George J. G. Cheyne, el hispanista que estudió a Costa», Diario del Alto
Aragón, 10 de agosto de 2005; y luego colgado en la página web de la biblioteca de la UNED de Barbastro:
http://www.barbastro.unedaragon.org/Default.aspx?id_servicio=143.
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L A OBRA COSTISTA DE GEORGE J. G. CHEYNE
GRATITUD INGLESA
Otro de los rasgos modélicos de la obra de Cheyne es su recuerdo a cuantos
le han ayudado, en sus callados y pacientes pasos por bibliotecas y hemerotecas,
archivos públicos y privados, entrevistas y consultas. Es siempre cuidadosísimo
Cheyne en sus gratitudes. A las instituciones que le ayudan en el trabajo: el King’s
College de Londres —que le concede la beca Gabrielle d’Hardt para escribir la
biografía de Costa—, al Leverhulme Trust Fund —que le concedió otra para recoger la correspondencia de Costa con hombres eminentes de su tiempo—, al
Research Committee de su Universidad de Newcastle upon Tyne; siempre a su
mujer, Asunción Vidal, a sus suegros, el matrimonio Vidal-Parellada («por su tolerancia y buen humor ante mis muchas peticiones de comprobar detalles»), a la hija
y los nietos de Costa, a José María Auset Viñas y también a su anciano padre, y a
una infinidad de corresponsales y amigos, sin olvidar nunca a los mecanógrafos
de cada ocasión, como nunca lo olvidan los grandes escritores ingleses.
Un ejemplo: en su cariñoso y comprensivo prólogo, datado en 1989, a mis
Estudios sobre Joaquín Costa, describe la nueva situación de los fondos archivísticos de Costa en Huesca: «En el Archivo Histórico Provincial de Huesca, bajo la
dirección de María Rivas Pala y con la colaboración de Jesús Paraíso, se ha hecho
un fascinante listado de toda la correspondencia de Costa, además de un inventario analítico de su obra escrita; ya no hay razón para dejar en barbecho la rica
documentación que solo espera allí la llegada de los estudiosos».
LA EDICIÓN DE OBRAS DE J. COSTA POR GUARA
Será en 1981 cuando se produzca otro hecho crucial, al comenzar a editarse
una colección muy pulcra dirigida por Cheyne, dotado de un especial «don de
consejo» (expresión con que él titularía uno de sus libros), que ejerció con sencillez al frente de la comisión que cuidaba la excelente edición de las Obras de
Costa, en Guara Editorial. Esto le preocupaba sobremanera, y con frecuencia nos
transmitía la desazón que le producía el silencio y falta de liquidación de la editorial en los últimos años.
En esa colección se recoge la obra principal de Joaquín Costa, en doce tomos
con introducciones y notas de expertos como Lorenzo Martín-Retortillo, Carlos
Serrano, Jesús Delgado, Alberto Gil Novales, Cecilio Serena, Juan José Gil Cremades, José Luis Lacruz Berdejo, Elías Campo Villegas, y el propio Cheyne. Excelente
aportación, muy cuidada por José María Pisa, que se basa en los estudios que
en esos años han ido realizando, además de los citados, juristas del prestigio de
Sebastián Martín-Retortillo, filólogos como José-Carlos Mainer y Agustín Sánchez
Vidal, o sociólogos como Alfonso Ortí.
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ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE
LA CORRESPONDENCIA DE COSTA
Los volúmenes tenían una gran pulcritud física y crítica, y entre ellos figuró
su impecable Epistolario de Joaquín Costa y Francisco Giner de Los Ríos (18781910). El don de consejo, 1983, en cuya introducción enfatiza sobre «el estudio, el
trabajo, el don de sí, el deseo de abrir nuevos horizontes para la nación española,
evidentes en cada una de las cartas…» y concluye deseando «que después de leído este Epistolario un sentimiento semejante [al de Giner] se apodere de aquellos
para quienes Giner ha sido un desconocido y Costa un hombre en entredicho,
acusados ambos durante mucho tiempo de haber encauzado a España por vías
“exóticas”, que habían de privarla de una cualidad de difícil definición: el “españolismo”». Encuentra Cheyne en la correspondencia con Giner que «las cartas de
Costa demuestran inquietud, deseo de actuar, de hacer algo, y una fogosa impaciencia ante los obstáculos que impiden que se rehaga la nación inerte…».
Ya antes había publicado, en 1979, Confidencias políticas y personales: Epistolario Joaquín Costa-Manuel Bescós. 1899-1910 (Zaragoza, IFC), de la que deduce
Cheyne al introducir el libro que «la prosa de Costa, aunque no compuesta con
miras a la publicación, ilustra una vez más la razón por la que Azorín (como también Ortega, Marañón, Azaña y tantos otros) le considera uno de los escritores
“más claros y precisos de nuestra lengua”».
Y todavía hubo una tercera entrega, ya póstuma, con El Renacimiento ideal:
epistolario de Joaquín Costa y Rafael Altamira (1888-1911).21 Con la finura que
le era propia, advertía Cheyne en la entrada de este último tomo cómo «en la
correspondencia privada de un país se revela más íntimamente la vida cotidiana
y, en comentarios ora espontáneos, ora reflexivos, se juzgan las preocupaciones
grandes o triviales del momento. Y cuanto más cultos los corresponsales, más
enjundiosos suelen ser sus juicios sobre hombres y hechos de su época. Este epistolario, escrito en un estilo sencillo y robusto, sin miras a una posible divulgación
en la prensa del día, nos da una visión inmediata de los quehaceres y posiciones
ideológicas de dos notables intelectuales españoles».
Muy recientemente ha glosado José-Carlos Mainer estos tres libros epistolarios
costianos, «cuyo conocimiento debemos a los desvelos y la sensibilidad de G.
J. G. Cheyne», añadiendo que «detrás de todas estas cartas están los proyectos,
las esperanzas… y también la retórica y el fatalismo que eran consustanciales a
Costa».22
21
Alicante, Instituto Gil Albert.
José-Carlos Mainer: «1979-1984-1992: Costa en sus cartas», Revista de Andorra, 10 (Andorra, 2011),
pp. 57-58.
22
[ 66 ]
L A OBRA COSTISTA DE GEORGE J. G. CHEYNE
EL ENCUENTRO DE HUESCA EN 1983
Las gestiones de José Ramón Bada, consejero del recién formado primer gobierno electo de la Comunidad de Aragón, lograron que el Gobierno central adquiriera
una notable cantidad de documentos de Costa que acababan de salir a subasta, lo
que permitía la creación en Aragón de un archivo de Costa de titularidad estatal en
el Archivo Histórico Provincial de Huesca. Tras ello, se celebraron en Huesca, del
22 al 24 de septiembre de 1983, unas importantes jornadas de estudios sobre «El
legado de Costa».
George J. G. Cheyne, el maestro y amigo de todos nosotros, con su enorme
sencillez y afabilidad, era, sin duda, la figura central. En torno a él nos reunimos
Alberto Gil Novales, Fermín del Pino, José Manuel Mata, Agustín Sánchez Vidal, Alfonso Ortega Costa, Carlos Serrano, Asunción Cheyne, José R. Bada, Simeón Martín
Rubio, José María Auset Viñas, y su hijo José María, Jacques Maurice, Jesús Delgado
Echeverría, Lorenzo Martín-Retortillo, Alfonso Ortí, y yo mismo. Nos diseñó algunas
de las futuras líneas de investigación por él posibilitadas, para «rellenar» su biografía,
que aún consideraba incompleta: así, el estudio de la vida familiar, del Costa superdotado, del Diario y las Notas, del estudiante y el investigador, de la Universidad y
los intelectuales, del Costa escritor, de su actitud ante la Iglesia, etcétera.
Fue allí donde nos explicó sus razones costistas: «¿Cómo es que un inglés haya
pasado tantos años estudiando la figura y obra de un aragonés que, además de
haber sido persona claramente non grata, tenía fama de hombre adusto y poco
simpático? La contestación es fácil si se añaden algunos detalles que suprimen el
tópico y perfilan la realidad: soy un hispanista inglés; en segundo lugar, yo no he
estudiado a un aragonés adusto y poco simpático, sino que he estudiado a un erudito y fino escritor».
Las actas de ese decisivo encuentro, ya citadas, se editaron en 1984, y tres años
escasos después, con gran diligencia, se habían ordenado muchos de esos documentos, de modo que la prensa podía titular a 24 de agosto de 1986: «Diez mil cartas de
la familia Costa, casi dispuestas para su estudio». Y en 1993, la eficiente directora del
Archivo de Huesca, María Rivas Palá, dirigía y publicaba un utilísimo inventario.23
LOS ENSAYOS
En 1992, se realizó la edición, también póstuma desgraciadamente, en Huesca por la Fundación y el Instituto de Estudios Altoaragoneses, y al cuidado de
Alberto Gil Novales, de una interesante gavilla de escritos dispersos de Cheyne,
23 María Rivas Palá: Archivo de Joaquín Costa. Inventario de los documentos conservados en el Archivo
Histórico Provincial de Huesca, Zaragoza, DGA, 1993.
[ 67 ]
ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE
que con el título de Ensayos sobre Joaquín Costa y su época:24 reúne, entre otras
cosas, estudios sobre la derrota de Costa frente a Marcelino Menéndez Pelayo
en su lucha por el premio extraordinario del doctorado de Filosofía y Letras; la
decisiva intervención del aragonés para salvar de la muerte al anarquista catalán
Pere Corominas; las dos cartas de Galdós a Costa en 1901; las causas del fracaso
de la Unión Nacional y el artículo «Enfermedad y muerte de Joaquín Costa y la
tragicomedia de su entierro en Zaragoza».
En la presentación, hace Gil Novales una aseveración que solo puede resultar asombrosa a los que desconozcan la tarea de Cheyne: «Costa se convirtió en
el autor español mejor documentado. Algunos de los clásicos o de los grandes
literatos del siglo XIX han sido objeto de nuevas y meritorias ediciones, existen
abundantísimos estudios sobre ellos, pero creo no equivocarme si digo que ninguno, ni siquiera Cervantes, posee a la vez la laboriosísima y utilísima descripción
bibliográfica que le dedicó Cheyne, de obras de Costa y de trabajos sobre Costa, y
que fue creciendo de la edición inglesa a la española (de 1972 a 1981)». Además,
destaca cómo Cheyne «era el hispanista inglés que más sabía sobre Costa, tras un
inmenso y callado trabajo de años».25
Lorenzo Martín-Retortillo elogió este libro, «que cuidó con esmero y prologó
con brillantez Alberto Gil Novales»: «la lectura de libros como este, tan jugosos,
tan sueltos a la par que rigurosos —son numerosísimas las aportaciones históricas
de primera mano—…».26
Entre otras actividades costistas, también publicó en el Boletín de la Real Academia de la Historia27 y dio muchas conferencias: en el Instituto de España en
Londres, 196528; en Nimega29; en Huesca, Zaragoza (el Centro Pignatelli), Graus, la
UNED de Barbastro30, la Institución Libre de Enseñanza31, el Colegio de Abogados
24 Cheyne, Ensayos sobre Joaquín Costa y su época, recopilación por Alberto Gil Novales, Huesca,
Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1992 (Fundación Joaquín Costa, 1).
25 He preguntado, en abril de 2011, a Assumpció Cheyne si también le tradujo la biografía y me
insiste en que no, que la escribió George directamente, de un tirón. Eso sí, puede suponerse que le haría
muchas preguntas, para resolver dudas, y encontrar precisiones.
26 Lorenzo Martín-Retortillo: «Un libro: Ensayos sobre Joaquín Costa y su obra», Anales de la
Fundación Joaquín Costa, 10 (1993), pp. 229-232.
27 Cheyne, «Un original inédito de Costa (“Plan de una introducción al estudio de la revolución
española”)», Boletín de la Real Academia de la Historia, t. 178, cuad. 1, 1981, pp. 105-156.
28
«Joaquín Costa, una vida frustrada», Londres, 1965.
29 Cheyne, «La Unión Nacional: sus orígenes y fracasos», Actas del Segundo Congreso Internacional
de Hispanistas, Nimega, 1967.
30 Cheyne, «Joaquín Costa y la educación», Annales: Anuario del Centro de la Universidad Nacional
de Educación a Distancia de Barbastro, 4 (1987), pp. 7-18. Años más tarde, recordándole tras su muerte,
habló Gabriel Jackson de «La vigencia del pensamiento de Joaquín Costa: acto de homenaje al profesor
George Cheyne», también recogido en esos Annales, 10-11 (1993-1994), pp. 19-26.
31 Ver la estupenda necrológica de Lorenzo Martín-Retortillo Baquer: «George J. G. Cheyne (19151990)», Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, 11 (1991), pp. 93-97; del mismo: «George J. G. Cheyne
[ 68 ]
L A OBRA COSTISTA DE GEORGE J. G. CHEYNE
de Barcelona, el Ateneo de Madrid al presentar la edición de Obras de Costa de
Editorial Guara; también asistió a varios tribunales de tesis doctorales.
SUS COLABORACIONES ARAGONESAS
George Cheyne era un sabio humilde, como casi todos ellos. Por eso, aunque
cada trabajo le suponía un gran esfuerzo por lo exigente que era con todo, aceptó
en varias ocasiones escribir para empresas aragonesas en las que, casualmente, yo
andaba inmerso. Andalán, en 1974 le aludió ya en un artículo no firmado, «Leer
a Costa», que mencionaba su biografía, como un «espléndido trabajo», si bien se
matizaba que «su biografía política [de Costa] está aún por hacer en la medida en
que ignoramos aún muchas cosas del movimiento regeneracionista… y en tanto
no sabemos casi nada del republicanismo radical».32 Luego, andando el tiempo y
aumentado la relación, escribió en 1981 un artículo titulado «Costa no fue un profeta», y en 1985 otro, «Escultor de pueblos ¿es guasa?».33
Lo mismo ocurrió en la Gran Enciclopedia Aragonesa, donde hicimos un tratamiento muy especial de la figura y la obra de Costa, en textos e ilustraciones.
Escribieron sobre los aspectos jurídicos Jesús Delgado Echeverría; los estudios
lingüísticos, Francho Nagore; Julio Brioso hizo una biografía del calamitoso hermano Tomás Costa, y yo mismo escribí sobre el costismo en perspectiva histórica.
A Cheyne le reservamos la entrada primera y principal, la síntesis biográfica. Se
atuvo a las dimensiones, quizá demasiado escuetas en su caso, y me envió un texto preciso, magnífico. El balance, breve pero contundente, era que: «La influencia
de Costa fue profunda, y así lo reconocen los mejores intelectos de España, y esto
desde muy dispares posiciones filosóficas y políticas; desde Menéndez y Pelayo
a Ortega y Gasset, desde Unamuno a Ramiro de Maeztu, la lista es inagotable. Su
aportación al conocimiento de su país es un monumento permanente, y fuente
perenne de inspiración no solo para los españoles, sino para todos cuantos, sea
cual sea su nacionalidad, aman a España. Pero en todo momento Aragón es el
foco a través del cual Costa comprende, explica, explora y defiende a España».34
También asumió la tarea de encabezar y coordinar un didáctico y eficaz cuaderno colectivo de trabajo bajo el epígrafe ¿Por qué fue importante Costa?35 en el
y Joaquín Costa», BILE, 16 (1993), pp. 41-42; y allí se recogió también una versión del texto de Cheyne
sobre «Joaquín Costa y la educación», 16 (1993), pp. 43-56.
32 «Leer a Costa», Andalán, 33 (15-I-1974), p. 10.
33 Cheyne, «Costa no fue un profeta» y «Escultor de pueblos ¿Es guasa?», Andalán, respectivamente en
n.º 307 (6 de febrero de 1981), p. 11, y 432-433 (1 de agosto de 1985), p. 24.
34 Cheyne, voz «Costa y Martínez, Joaquín», en Gran Enciclopedia Aragonesa, Zaragoza, Unali, 1980,
t. IV, pp. 969-972.
35 Cheyne (dir.) ¿Por qué fue importante Costa?, Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1987
(Cuadernos Altoaragoneses de Trabajo, 7).
[ 69 ]
ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE
cual colaboré, entre otros, abordando por encargo suyo el perfil del economista
(él abría el conjunto con una síntesis sobre «La figura humana»); o redactar algunos
estupendos prólogos, como el que hizo a la edición del Justo de Valdediós por
Agustín Sánchez Vidal en 1981 o el que encabezaba mis Estudios sobre Joaquín
Costa (1989), discreto y generoso.
Porque en 1988, una vez que reuní los textos de cuatro libritos anteriores y una
veintena larga de artículos, le escribí y, como cuento en mi introducción, «solicité,
con la inseguridad del neófito, deseando que su firma avalase en cierto modo
este conjunto de escritos, tan bienintencionados como desiguales» (él calificaría
sutilmente esa amalgama de textos como «una obra en que la investigación y el
periodismo se dan la mano para realzar la figura de Costa y hacer más accesible
su pensamiento»).
Cheyne cuenta allí que nos conocimos personalmente algo tarde, después de
presentar en 1982 su bibliografía, «pero ya entonces sabía de él, de su apego a su
tierra (como demostró Andalán) y de su devoción por Costa, en quien veía las
mejores cualidades de Aragón». Encontró en mi compendio dos aspectos que le
gustaron mucho: incorporar junto a los libros sobre Costa la multitud de artículos,
con frecuencia en publicaciones de difícil alcance; y haber insistido en la importancia del legado de Costa y los Archivos.
MÁS CARTAS
Una muestra más de su cuidado al recoger los datos está en una de sus últimas cartas, del 21 de mayo de 1990, en que me decía: «Te escribo con cierta prisa
—pero con el cariño de siempre— para ver si me puedes facilitar algunos detalles
que me son muy difíciles de encontrar aquí; se trata de poner fechas de nacimiento o de muerte a los señores cuyos nombres apunto más abajo. Casi todos (menos
el primero), tienen que ver, creo, con Aragón. Esos detalles los necesito con cierta
urgencia para poder dar fin a las Notas (¡en número de 395!) que requiere el Epistolario Costa-Altamira y que tengo ahora concluido. Sería una alegría poder publicarlo en 91 como un recuerdo más de este gran hombre que habrá muerto hace
80 años justos, pero cuyo espíritu —en ti y en mí por lo menos— aún pervive».
Su visión sobre el asunto de los Archivos, y de la firma de adscripción de la
Fundación al Instituto de Estudios Altoaragoneses —de que me ocupé—, fue
siempre claramente favorable. Así me lo hacía saber en otra carta suya de diez
de junio de 1990: «Tu carta de 27.5.90, muy interesante, y el documento dirigido
a tu amigo y presidente, Marcelino Iglesias, han plegado sin dificultad y me han
dado mucho que pensar, sobre todo después de lo que me dijiste por teléfono.
Con tal de elaborar más sobre el asunto (esperamos ir a España en otoño y hablar
[ 70 ]
L A OBRA COSTISTA DE GEORGE J. G. CHEYNE
contigo) me inclino a favorecer la idea de microfilmar todo lo de Graus y guardar
lo filmado en el AHP de Huesca. Creo que eso sería más aceptable a José María».
En cuanto a la Fundación, escribe: «¿No te parece que sería prudente y bien
pensado confiar la FJC al Instituto de Estudios Altoaragoneses o fusionar los dos
organismos? El IEA podría entonces devenir el centro de estudios sobre Costa
—algo que hacía falta desde hace años— e incluso podría arreglar y vigilar la
publicación de la Obra de Costa… En cuanto al Museo, no sé qué pensar; pero
es evidente que Graus (excepto por la conferencia anual) hace poco para fijar la
atención de la gente que pasa por Graus. Si no fuera cosa seria, tu comentario y
comparación de lo que hacen (o no hacen) en Graus y Monzón, me haría sonreír».
Y, finalmente, añade: «Estoy plenamente de acuerdo contigo en cuanto a la importancia del 80 aniversario de la muerte de Costa. Mi ofrenda será el Epistolario
de Costa y Altamira si logro dar prisa a los que han prometido ayudarme. Otras
cosas se harán después, si la salud aguanta».
A finales de noviembre de ese mismo año 1990 en que iba a morir, me escribía
Assumpció Vidal, su fidelísima compañera y esposa, dejando entrever esperanzas
de una rápida recuperación: «Jorge me encarga que conteste tu carta de 5 de noviembre… que escribiste con el buen propósito de darle ánimos y que desde luego lo ha conseguido. Me apresuro a decirte que Jorge está en casa —me lo llevé
de la clínica el día 15 y desde la crisis del día 5 no ha dejado de rehacerse. Está
aún muy débil (por eso me encarga te escriba yo) pero anda con el “taca-taca”
y con los “bastones ingleses”. Hoy ha bajado a su despacho y está mirando cartas, periódicos y revistas. Pero no puede parar atención muy sostenida en nada,
porque se agota. Pero basta de historias tristes, aunque no cabe duda de que la
conclusión ha de ser feliz. Tan feliz que aún no está descartado un viaje a Huesca para febrero, cuando quizá se presente el Epistolario Altamira-Costa. Y para
entonces piensa echar un discursito, aunque sea corto… Una cosa sí que parece
gozosa de lo que dices: la idea de tener unas semanas al año con el uso de un pequeño apartamento en Huesca. La contestación es un casi infantil, “Yes, please!”».36
TRAS SU MUERTE
La noticia de la muerte de George Cheyne despertó un lógico eco… y la sensación de no haber aprovechado colectivamente para decirle en vida lo que de tan
poco sirve, muerto ya, salvo para consolarnos a nosotros mismos. La fina pluma de
Antón Castro definió a este «pionero generoso y sagaz», explicando cómo, «quizá
bajo su porte majestuoso y su contención estrictamente británica, inclinado hacia la
36 Esa idea de ofrecerles una breve estancia en Huesca cada año se me había ocurrido como estímulo
a sus viajes, y había resultado plausible, por lo que recuerdo, a la dirección del IEA.
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ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE
elegancia y la mesura», Cheyne podía ser un descendiente de George Borrow, de
Richard Burton, de Gerald Brenan, de Ronald Frazer. En efecto, como todos ellos,
acudió tempranamente a España, donde estuvo en plena II Guerra Mundial, en 1941,
descubriendo un mundo que le atrajo profundamente, pensando primero en estudiar
a San Juan de la Cruz y volviendo pronto la mirada al tan desconocido Joaquín Costa.
En Graus, poco después, ya va dicho, hubo un solemne acto, ese inmediato 8 de
febrero de 1991, 80 aniversario de la muerte de Joaquín Costa, y día en que felizmente cuajaba el encuentro de la Fundación Joaquín Costa con el Instituto de Estudios
Altoaragoneses de la Diputación Provincial de Huesca. Esa alegría se empañaba con
el luctuoso recuerdo al más importante estudioso del polígrafo altoaragonés, sin cuya
obra y cuyo magisterio nos hubiera sido totalmente imposible trabajar a sus discípulos.
Alberto Gil Novales, que se pondría a la tarea de completar y publicar sus textos
póstumos, escribía: «Además de hombre de bien y demócrata convencido, Cheyne fue
hispanista, benemérito hispanista, al que España debe mucho… Pero hemos perdido
lo más importante: el hombre, y el aliento de una vida generosa y sencilla, entregada
toda ella a desvelar, desde una posición humanista, la trama de la historia española
en el cruce entre los siglos XIX y XX».37
Otra pluma feliz, la del importante estudioso de Costa, mi colega universitario
Agustín Sánchez Vidal, le ha descrito así: «Explicar cómo un extranjero se tomó por
un español olvidado molestias que sus compatriotas rehuían e incluso obstaculizaban,
solo es posible si se considera que Cheyne no era exactamente un extranjero. Pertenecía a esa raza de hispanistas en trance de extinción cuyo amor a lo nuestro estaba
a menudo por encima de cualquier correspondencia o expectativa… Se encontraba
tan a gusto aquí que no ocultaba su orgullo cuando le llamaban Jorge, quizá como un
eco de aquel otro George —Borrow— a quien los andaluces terminaron conociendo
como Don Jorge, el inglés».38
El Instituto de Estudios Altoaragoneses, al que se había vinculado progresivamente, le ha dedicado varios trabajos. En 1993 su compañera y colaboradora, la entrañable Assumpció, vendía al Gobierno de Aragón el fondo bibliográfico especializado de
su difunto esposo, del que tanto y tan bien se había servido en sus trabajos: hoy es
consultable en el Instituto Bibliográfico de Aragón, en la zaragozana calle del Doctor
Cerrada. Contiene setecientos volúmenes cuyo mayor valor es su homogeneidad:
obras de autores coetáneos de Costa, y ensayos de españoles y extranjeros sobre España. Además, un centenar de títulos de raras ediciones de Costa y sobre Costa fueron
donados generosamente al Archivo Histórico Provincial de Huesca.39
37
Alberto Gil Novales, art. cit., pp. 11-12.
En El Periódico de Aragón (3-I-1991).
39 María Rivas Palá: «La biblioteca de George J. Cheyne», Anales de la Fundación Joaquín Costa, 10
(1993), pp. 219-220.
38
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L A OBRA COSTISTA DE GEORGE J. G. CHEYNE
Así es, así fue, y creo de justicia decir con bien distanciada perspectiva que,
sencilla y llanamente, este gran hispanista inglés, Cheyne, ha sido el mejor de todos los estudiosos de la vida y la obra de Joaquín Costa. En otras latitudes hubiera
merecido que Cheyne tuviera un reconocimiento público mucho más resonante
que el que aquí ha tenido en vida. De una parte, por lo económicamente ingrato de su tarea, obsesiva, incansable, con muchos gastos de su propio bolsillo,
aunque consiguiera algunas ayudas institucionales de su universidad o de otras
fundaciones.
Consejero de Honor de la Institución Fernando el Católico, desde 1983, en
junio de 1984 recibió la primera medalla de Santa Isabel, que creaba ese año la
Diputación Provincial de Zaragoza. Un par de años antes Cheyne me confió su
soledad, la lejanía que sentía de Aragón, particularmente desde que desapareció
Andalán, que le llevaba semanalmente alientos de esta tierra que consideraba su
segunda patria. Hice algunas gestiones, con las instituciones de cultura de las tres
diputaciones, que se apresuraron, es justo decirlo, a enviarle lotes de libros. Más
que la materialidad de los paquetes, lo que necesitaba era la sensación humana de
que alguien, al otro lado, le conocía y estimaba, a él que lo merecía tanto.
Como consecuencia de aquellas gestiones, surgió una iniciativa que me alegró
sobremanera. El concejal del Ayuntamiento de Zaragoza, Antonio Piazuelo, me
pidió que le hiciera un informe con el que proponer a Cheyne para una de las
medallas de la ciudad que se otorgan cada año para el Pilar. Algún tiempo después hubo de explicarme que no pudo ser, que hubo otras candidaturas con más
fuertes defensores, yo creo que con muchos menos méritos. Creo recordar que en
cierta ocasión también fue propuesto, sin éxito, para uno de los Premios Aragón,
de la Diputación General de Aragón: en los olvidos llevan la penitencia.
En Graus le han dedicado una oscura calle que casi todo el mundo sigue denominando con el nombre antiguo; en Barbastro han dado su nombre a la biblioteca
de la sede de la UNED. Por su parte, a mediados de 1989, el Ministerio de Cultura,
a instancias de la Fundación Joaquín Costa y los ayuntamientos de Graus y Monzón, le concedió la medalla de plata al Mérito en Bellas Artes, curiosa denominación para un gran estudioso, en realidad, de las Ciencias Sociales, donde quizá
no había un resquicio para ese reconocimiento. Y que, por cierto, compartió con
una de las grandes figuras de la literatura árabe, el poeta y escritor iraquí AbdelWahhab Al Bayati, por diez años consejero cultural de Irak en Madrid y director
del Centro Cultural de ese país en España, autor de más de una decena de libros
traducidos al español.
Como ha escrito Lorenzo Martín-Retortillo, «todos los que en España han hecho
algo serio sobre Joaquín Costa después de Cheyne han recibido siempre sus delicadas advertencias, sus sugerencias, el ofrecimiento de indicaciones, el obsequio
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ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE
de la referencia a originales o inéditos. La donación graciosa del profesor que
disfruta sabiendo que otros van a continuar lo que él ha iniciado o entrevisto».
El homenaje que la Fundación Joaquín Costa le tenía preparado en las páginas
del número 7 de sus Anales, se convirtió en póstumo.40 Cuando le fue anunciado,
en su respuesta reflejaba su sinceridad habitual: «Sería falso pretender que no me
halaga su propósito, que tiene además la virtud de animarme, pese a no gozar
de buena salud, a continuar otros proyectos, entre los cuales debiera incluirse el
rescate de la Obra Completa de Costa».
40
Una serie de breves aportaciones conformaron el «Homenaje al profesor G. J. Cheyne», Anales de
la Fundación Joaquín Costa, 7 (1990). El dossier está redactado por Alfonso Ortega Costa, José María Auset
Viñas, Josep Fontana —de quien se reproduce parte de su prólogo a la biografía de Costa—, Gloria
Medrano y, páginas después, Lorenzo Martín-Retortillo Baquer.
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