cuantitativas de las mismas ( 3 ) "gustaron siempre los autores acompañar otras de jaez pretendidamente cualitativo" ( 4 ). Propiciábalo así la prodigiosa riqueza léxica del latín, que contenía una anárquica pluralidad de denominaciones para la culpa, aparte de esta su designación propia, tales como las de luxuria, negligentia, lascivia y tantas más, que los glosadores y postglosadores enriquecieron aún. El humanista del siglo xvi Zasíus se sublevó enérgicamente contra la manía diferenciadora, propugnando la tesis de que la culpa no consiente distinciones específicas (culpa specificam differentiam non recipiunt) ( 5 ). Tampoco las lenguas romances y aun las germánicas —aunque éstas en menor grado— andan escasas en léxico para designar a la culpa, fenómeno que a veces se refleja incluso en los textos legales. En el ámbito doctrinario abundan los modernos penalistas que han agotado todos los esfuerzos dialécticos para coordinar la diversidad idiomática a una —para el actual profesor de Madrid y magistrado del Tribunal Supremo español— pretendida diferenciación jurídica; ímproba tarea en que —a juicio del mismo— se lleva la palma Guillermo Sauer ("). 3. Los vocablos sugerentes de modalidades específicas diversas de la culpa, que dan pie al presente estudio, hallan su antecedente legal en el artículo 319 del Código penal francés de 1810, conocido por el Código de Napoleón, que al incriminar el que califica de homicide involontaire se contrae al cometido por maiadrésse, imprudence, inattention, négligence ou inobservation des réglements. La fórmula francesa encontró claros ecos en la italiana y otras legislaciones punitivas, En cambio, la española, con criterio diferenciador de matiz cuantitativo más que cualitativo, al calificar las infracciones culposas como infracciones por "imprudencia" ha distinguido la imprudencia temeraria y la simple imprudencia o negligencia; la primera, engendaría delito en todo supuesto (3) Las originarias de culpa gmvis o lata levis y levísima que los jurisconsultos de Roma crearon para aplicarlas al Derecho privado, se infeudaron en el Derecho penal por otara de los postglosadores italianos. Frente a las exageraciones de Bartolo de Saxoferrato, que secundado más tarde por Próspero Farinacio (Farlnacius, Praxis, 9, 88, C. 54) llegó a dividir la culpa por razón de su gravedad en latissima, latior, lata, levis y leuissima, prevaleció la tradicional división tripartita, apoyada en la autoridad de Ángel Aretino y de Tiberio Deciano, el inmortal práctico de Udine, la pequeña ciudad de la Umbria, en Italia, que, en nuestros días, vio nacer a Vicente Manzini y Francisco Carnelutti. (Vid. Engelmann, Dle Schuldlehre der Postglossatoren, Leipzig, 1895.) (4) Antonio Quintano Ripollés, Derecho penal de la cuípa (imprudencia), Barcelona, 1958, p. 273. (5) Zasius, Culpa non dividit per species, Basilea, 1525. (6) A. Quintano Hipollés, op. cit., p. 273 y sigt. típico; la segunda, tan sólo cuando fuese acompañada de infracción de reglamentos (Coa. penal español de 1870, art. 581; id. de 1932, art. 558; id. de 1944, art. 565). La simple imprudencia o negligencia, sin infracción de reglamentos, quedaría relegada a la condición de falta (arts. 586 n<? 3° y 600 del Código penal de 1944) ( 7 ). 4. Entre los Códigos hispanoamericanos, el de la República de El Salvador, de 1904, acepta en su artículo 527 la fórmula española. El de Chile, de 1874, habla también con carácter genérico de imprudencia temeraria y de mera imprudencia o negligencia, con infracción de los reglamentos, en sus artículos 490 y 492. En el 491, incrimina concretamente al médico, cirujano, flebotomiano o matrona que causare mal a las personas por negligencia culpable en el desempeño de su profesión. El de Guatemala, de 1936, equipara los términos imprudencia y negligencia (art. 13), sentando reglas que Jiménez de Asúa califica de embarazosas para distinguir cuándo la imprudencia o negligencia debe reputarse temeraria y cuándo simple (art. 14) y que conforman una copia literal de las enunciadas en el artículo 34 del Código penal español de 1928, cuyo origen espúreo le condenó a tempranísima muerte ( 8 ). Más acordes con la fórmula tradicional francesa y su versión italiana, el Código uruguayo de 1933, considera existe un delito culposo o culpable, cuando con motivo de ejecutar un hecho, en sí mismo jurídicamente indiferente, se deriva un resultado que, pudiendo ser previsto, no lo fue, por imprudencia, impericia, negligencia o violación de leyes o reglamentos (art. 18); el cubano de 1936, estima responsable de un delito por culpa al que ejecuta, por imprudencia, impericia, negligencia o inobservancia de los reglamentos una acción o incurre en una omisión delictuosa, no querida por el agente, siempre que dicha acción u omisión esté unida por una relación de causa a efecto con el resultado producido (art. 19); el ecuatoriano de 1938, declara culposa a una infracción, cuando el acontecimiento que la configura, pudiendo ser previsto, pero no querido por el agente, se verifica por causa de negligencia, imprudencia, impericia o (7) Ibíd.., p. 275; José Antón Oneca, en Derecho penal, en colaboración con José Arturo Rodríguez Muño, t. I (Parte General), Madrid, 1949, p. 223; Juan del Rosal, Derecho penal español (Lecciones), t. I, Madrid, 1960, p. 430 y sigt. En contra: E. Cuello Calón, Derecho penal, t. I, Barcelona, 1956, p. 436, quien confiere a la distinción española entre imprudencia temeraria y simple, índole cualitativa. (8) Luis Jiménez de Asúa y F. Carsi Zacarés, Códigos penales iberoamericanos, Ed. Andrés Bello, Caracas (impresión argentina), 1946, t. I, págs, 279 y sigts., 1112 y 1301; t. II, p. 712; Luis Jiménez de Asüa, La ley y el delito, 3» ed., Buenos Aires, 1959, p. 379 y sigt. inobservancia de ley, reglamento u órdenes (art. 14) ( 9 ). A su vez, el Código mexicano de 1931, define los delitos no intencionales o de imprudencia, como los cometidas por toda imprevisión, negligencia, impericia, falta de reflexión o de cuidado que cause igual daño que un delito intencional (art. 8<?); y, más escuetamente, el brasileño, dice que el deli- to lo es por imprudencia, cuando su autor realiza el hecho por culpa, negligencia o impericia (art. 15, II) ( 1 0 ). 5. El Código penal argentino vigente es de aquellos —en el caso de vieja factura— que no contiene en su Libro primero o Parte general una definición genérica de la culpa. Consigna en cambio, en diversos preceptos de su Libro segundo (destacadamente en los artículos 84 y 94) que configuran delitos de tal carácter, la gama tradicional de las formas culposas: imprudencia, negligencia, impericia en el arte o profesión o inobservancia de los reglamentos o deberes del cargo. II 6. En el plano de la dogmática legal comparada —aún contraída a los Códigos redactados en nuestra lengua— todo intento de dar una solución unitaria al problema de diferenciar cualitativamente la imprudencia de la negligencia, se halla de antemano condenado al fracaso. Así, se ha visto ya que en los Códigos españoles (vid. supra, n<? 3), la distinción entre la imprudencia temeraria o la imprudencia simple o negligencia, tiene naturaleza cuantitativa más que cualitativa. Lo mismo cabe decir refiriéndose al salvadoreño y al chileno. El de Guatemala decreta la sinonimia de ambos términos. Los de México y Brasil, emplean el de imprudencia como un concepto genérico que engloba a las diversas modalidades culposas (vid supra, n"? 4). Distinta es la cuestión planteada en tarea hermenéutica, con respecto a los textos legales de la Argentina, Uruguay, Cuba y Ecuador, en cuyas enumeraciones de formas de la culpa se acusa notoriamente el influjo italiano. Por eso, los autores argentinos —al margen de una jurisprudencia imprecisa— han buscado en la ciencia italiana el criterio diferenciador entre la imprudencia y la negligencia y, con la mayor parte de los escritores de la tierra cuna de la latinidad y la Corte de Casación de Roma, atribuyen a la (9) L. Jiménez de Asúa y F. Carsi, op. cit., t. I, págs. 279 y sigts., 859 y 1205; t. II, p. 730. L. Jiménez de Asúa, La ley y el delito, loe. cit. (10) L.. Jiménez de Asúa y F. Carsi, op. cit., t. I, p. 607; II, p. 162. primera1 eficacia activa y, a la segunda, pasiva O ). Dentro de esta corriente, Carlos Pontán Balestra, expresándose con claridad palmaria, anota que "la negligencia es la falta de precaución o indiferencia por el acto que se realiza". "En esta hipótesis —añade— tanto mayor será la negligencia cuanto más precaución requiere la naturaleza de dicho acto; no es lógico exigir las mismas precauciones a quien transporta fardos de pasto, que al que debe efectuar el traslado de una materia explosiva. Esto vale tanto para apreciar si en el caso particular ha existido negligencia, como para graduar la pena dentro del sistema elástico de nuestra ley". "La imprudencia —continúa diciendo el ex profesor de la Universidad Nacional de Buenos Aires— implica un obrar que lleva consigo un peligro. Gramatical y jurídicamente «imprudencia» significa tanto como falta de ejercicio de la condición de prever y evitar los peligros. Es decir, que mientras el negligente no hace algo que la prudencia indica hacer, el imprudente realiza un acto que las reglas de la prudencia indican no hacer ( I 2 ) . Negligente es quien sale a la calle con su automóvil sin arreglar algunos desperfectos; imprudente es quien, teniendo su coche en buenas condiciones, marcha a excesiva velocidad". Ahora bien; "lo dicho sólo es válido como idea general, ya que los conceptos de imprudencia y negligencia no pueden separarse con estrictez, pues si bien es cierto que tienen más marcadamente el contenido que les hemos dado, en muchos casos se superponen o parte la una de la otra. En el ejemplo citado no puede negarse que quien por negligencia sale a la calle con su automóvil en malas condiciones, otara imprudentemente" ( 13 ). Jiménez de Asúa, que ha tratado el tema en base a una información exhaustiva y con suma agudeza intelectual, descubre el secreto de la íntima concatenación de la negligencia e imprudencia al mostrar que aquélla, la negligencia —pues que la violación del deber de prever lo previsible la supone siempre— es el elemento psicológico de la culpa, fueren cuales fueren las variedades de ésta, y que, por lo tanto, se halla ínsito en la imprudencia, la impericia y la inobservancia de reglamentos o deberes. En (11) Cfr. C. Malagarriga, Código penal argentino, Buenos Aires, 1927, t. II, p. 76; T. Jofré, El código peñol de 1922, Buenos Aires, 1922, p. 183; E. C. Díaz, El Código penal para la República Argentina, Buenos Aires, 1928, p. 156; Eusebio Gómez, Tratado de Derecho penal, t. II, p. 118; Mario A. Oderigo, Coligo penal anotado, 3? ed., Buenos Aires, 1957, p. 116. (12) El subrayado corresponde al autor de este trabajo. uajis. (13) Carlos Fontán Balestra, Derecho penal (Introdm ción y Parte general), 4a. ed., Buenos Aires, 1961, p. 3t y sigt. su estricto significado, estriba la negligencia "en no tomar las debidas precauciones, sea en actos excepcionales o en los de la ros, hacer una intervención con métodos todavía no confirmados y que, por su novedad, no acreditarán el seguro éxito. Con vida ordinaria". La imprudencia consiste toda su pericia, puede ser negligente, si en "en obrar, en emprender actos inusitados, fuera de lo corriente y que, por ello, pueden H una operación reglada, por ir de prisa, descuida las precauciones debidas" C 7 ). causar efectos dañosos" ( ). 8. Mayores dificultades que las que en7. La impericia en un arte o profesión traña el esclarecimiento del significado de viene determinada por la carencia de los los vocablos negligencia, imprudencia e imconocimientos o de la destreza exigibles pericia, en cuanto entrañan modalidades cualitativas de la culpa, se presentan para para ejercer uno u otra. En términos de la ley penal argentina, la hacerlo con el de la locución inobservancia impericia habrá de mostrarse en el desem- de reglamentos o deberes del cargo. La más ardua de las cuestiones que ello peño de la actividad o profesión a que el sujeto se dedica o para ejercer la cual está plantea, es la de saber: 1) si tal inobserfacultado, sea que requieran o no estudios vancia, por sí sola, puede autorizar incriespeciales o título habilitante. Fontán, afir- minaciones a título culposo; 2) si, por el ma certeramente, que "el electricista, el contrario, aun dada la misma, se requiere mecánico o el químico, lo mismo que el far- vaya acompañada de negligencia, imprumacéutico o el médico, tienen conocimientos dencia o impericia, para que resulte justifique hacen que puedan cumplir cierta clase cada la incriminación por culpa del hecho de tareas para las que no todos están capa- típico en que concurriere. Por la primera solución del problema, se citados. Esa capacitación es el presupuesto indispensable para que pueda hablarse de pronuncian la doctrina y la jurisprudencia impericia en su arte o profesión, puesto que francesas, para las cuales, la simple inobtales conocimientos son los únicos que pue- servancia de reglamentos u ordenanzas basden tomarse como índice de referencia para ta para engendrar responsabilidad, "sin que formarse un juicio de la «pericia» o «impe- sea necesario, con apoyo jurisprudencial, ricia». Quien posea los conocimientos indis- probar que se haya cometido un acto espepensables, no podrá decirse que ha obrado cial de1 Simpericia, imprudencia o negligencon impericia, aunque pueda haber obrado cia " ( ). A ella se inclinan también varios con error. A este respecto es conveniente juristas italianos a la hora de interpretar señalar que no podrán calificarse como fal- el artículo 43 del Código penal vigente en lo ta de pericia aquellos procedimientos que se que se refiere a la colpa per inosservansa presten a discusión pericial, como sería por di leggi, etcétera, como por ejemplo, Vanniejemplo, el caso de un médico que emplee ni, para quien ésta no requiere impericia ni determinada técnica al ejecutar una ope- negligencia, que van implícitas en ella, o ración, sino sólo cuando el técnico carezca Bettiol, que piensa que lo que en la misma de conocimientos que no puede ni debe ig- decide, es la simple presencia del nexo material de causalidad; incurriendo justamennorar en razón de su actividad" ( ! 5 ). Consecuencia evidente de que la ley ar- te en el reproche de Antolisei, que califica camoufflagentina contempla la impericia, vinculada tal razonamiento cual arbitrario 9 a la práctica del propio arte o profesión, es ge da le culpabilidad O ) . Antonio Quintano Ripollés, critica vigo—como el mismo autor acota, siguiendo en esto la opinión común— que, quien realice rosamente tal posición, al escribir que "de una tarea que no corresponda a dicha prác- esta forma, la infracción de reglamento, tica, ocasionando un resultado incriminable cuando da lugar al resultado típico, aparece como delito culposo, no podrá ser acusado como elemento constitutivo de la imprudende imperito, sino a título de imprudencia cia, mejor aún, como una modalidad puramente objetiva de ella, de objetividad pero de negligencia ( i e ) . Obvio es asimismo que, quien posee los fecta, sin intervención de factores espiriconocimientos, destreza y aptitudes que exi- tuales de ninguna especie, a modo de gen un arte o profesión, puede, en su desem- presunción inris et de iure de la culpa". Para él, "es ésta una perturbadora y peño, incurrir en delito culposo por otra razón que la de impericia. Jiménez de Asúa aberrante figura de culpa presunta, cuya lo aclara con el siguiente ejemplo: "Un objetividad contradice las más obvias esencirujano puede ser expertísimo, pero im(17) Luis Jiménez de Asúa, La ley y el delito cit., prudente, si quiere, para lucir su arte ante 381. los alumnos o ante los visitantes extranje- p. (18) Emile Gargon. Code penal annoté, com. art*. (14), Luis Jiménez de Asúa, Tratado y t. V cits., p. 918; el mismo, La ley y el delito cit., p. 381. (15) Carlos Fontán Balestra, op. cit., p. 367 y sifft. (16) Ibíd., p. 368. 319-320, nota 22. (19) Vannini, Istituzioni, 1939, p. 138; Bettiol, Diritto pénale, 1945, p. 299; Antolisei, "Colpa per inosservanza di leggi e responsabilitá cggetiva' , en Guistizia Pénale, 1948. II. y Scrittí, 1955, p. 334; cír. A. Quintano Ripollés, op. cit., p. 283. cías del concepto" ( 2 0 ). Y, en Francia y en Italia —a estar al parecer de los autores que se han citado— tal fórmula no es otra cosa que "la criminalización arbitraria de normas administrativas en vistas a un resultado dañoso independiente de todo elemento subjetivo determinante de la conducta; en otras palabras, constituyen infracciones administrativas calificadas por el resultado" ( 21 ). 9. El criterio conforme al cual la inobservancia de reglamentos o deberes debe ir acompañada de negligencia, imprudencia o impericia, para que pueda dar lugar a delitos culposos, predomina en los países germanos y se defiende por una parte de la doctrina italiana ( 2 2 ). 10. Doctrina y jurisprudencia carecen en la Argentina de dirección unitaria. Mientras que Sebastián Soler (de evidente autoridad entre los penalistas argentinos contemporáneos) mantiene, con argumentación correcta, el criterio a que se acaba de hacer referencia, Núñez, Fontán Balestra, Oderigo, Gómez, Díaz, Malagarriga adhieren a la tesis según la cual la simple infracción reglamentaria o de deberes del cargo puede servir de base a una incriminación por culpa ( 2 3 ); en tanto que en ciertos fallos de los tribunales, se acoge esta última posición ( 2 4 ) , en otros se rechaza, aceptándose el parecer adverso ( 2 5 ). 11. Luis Jiménez de Asúa que, influido por su formación científica de sello predominantemente germánico, sostuviera anteriormente que "la mera infracción de un reglamento o de un mandato de la autoridad no puede originar incriminaciones culposas", por estimar que "la culpa requiere negli(20) A. Quintano Ripollés, op. clt., loe. cit. (21) Ibíd., p. 284. (22) Cfr. Luis Jiménez de Asúa, Tratado y t. V, cits., p. 925. (23) S. Soler, Derecho penal argentino, Buenos Aires, 1953, t. II; Ricardo C. Núñez, La cul-pabilidad en el Código penal, Buenos Aires, 1947, p. 137 y sigt.; C. Fontán Balestra, op. cit., p. 368 y sigts.; Díaz, op. cit., p. 156; E. Gómez, op. y t. II cits., p. 120; C. Malagarriga, op. y t. II cits., p. 77; Mario A Oderigo, Código penal anotado, 3« ed. cit., p. 84. (24) Vid. los fallos de la Cámara Criminal y Correccional de la Capital Federal, recogidos en Jurisprudencia criminal de la Policía de la Capital, t. 10, p. 371; Jurisprudencia Argentina, t. 69, p. 886; id. t. 71, p. 64... Cfr. Oderigo, oí>. cit., p. 117. (25) Vid. sentencia en 1» instancia del juez de la Capital Dr. Benjamín Villegas Basavilbaso, secretario Enrique R. Aftalión, dictada en 26 de octubre de 1940 y confirmada por la Cámara Criminal y Correccional, el 29 de noviembre del mismo año. Kev. La Ley, t. 22, p. 288; otra de la Corte Suprema, pub. en Jurisprudencia Argentina, suplemento diario del 2 de mayo de 1941; otras de la Suprema Corte de Buenos Aires, del 14 de noviembre de 1940. Jurisprudencia Argentina, suplemento día 19 enero 1941; del 15 de septiembre de 1942. Diario de Jurisprudencia, de Buenos Aires, 1942, II, p. 633; de la Cám. Apel. Azul del 26 de agosto de 1954. La Ley, , suplesupiete ConConmento del día 5 febrero 1955; de la Cám. Crim. de ' "•cepción del Uruguay, de 13 diciembre 1954. La- Ley, suplemento del día 19 de enero 1955, etc. Cfr. L. Jiménez de Asúa, Tratado y t. V cits., p. 925. gencia, imprudencia o impericia, incluso cuando se trata de la inobservancia de una instrucción", cree hoy —y pensamos que está en lo cierto— que en las dos posturas extremas, brindadas como se ha visto por la Ciencia penal en el tema que nos ocupa, hay error. La correcta solución del problema, se encuentra, tan sólo, adoptándose una tesis sincrética. El maestro español la concibe así: En muchos casos, "en la mayoría de los casos, aun cuando el sujeto que infrinja el reglamento tome toda clase de precauciones, es imprudente el hecho de faltar a las ordenanzas, porque con ello puede provocarse la falta de precaución de otras personas. Un ejemplo aclarará este pensamiento: un chofer entra contramano por una calle. Ojo avizor, precavido el volante y velocidad mínima; mas un viajero del autobús que pasa, se precipita del carruaje y, materialmente, se mete bajo las ruedas del coche que infringió los reglamentos. La infeliz víctima no fue imprudente; tomó toda clase de precauciones para que un coche que había de venir por detrás no le aplastara; mas, al mirar los que podían causarle daño, descuidaba el hecho —para ella imposible— de que contramano y de frente la embistiese un vehículo. El chofer que violó el reglamento fue imprudente al infringirlo, porque debió contar con la falta de precauciones al respecto de quien se apeaba del autobús." ( 2 «). Pero fuera absurdo que la presunción de culpa contra quien obró con infracción de reglamentos, órdenes o deberes, se llevara al extremo de hacerla funcionar siempre. Y así, "en los casos en que el resultado lesivo no está en referencia a disposiciones directamente vinculadas a la actividad que se emprende y cuya cautela ordenan, la precaución acreditada destruye la existencia de la culpa" C 2 7 ). Ejemplo: Una persona que sin estar autorizada para portar arma de fuego, hiriere de un disparo con ella a otra, accidentalmente, sin incurrir en imprudencia o negligencia, no sería responsable de lesiones culposas y, esto, porque la razón de ser de las disposiciones que prohiben la portación de armas sin licencia, es muy otra que la de reglar el manejo hábil y prudente de ellas. Buena prueba de lo dicho es que, para otorgar la expresada licencia, no se somete al solicitante a ningún examen y demostración de saber emplear adecuadamente el arma para la que la pide. 12. Otra cuestión a elucidar es la de cuáles son las disposiciones comprendidas bajo (26) L. Jiménez de Asúa, La ley y el delito cit., p. 381 y sigt.; el mismo. Tratado y t. V cits., p. 943. (27) L. Jiménez de Asúa, La ley y el delito, loe. cit.; Tratado y t. V cits., pág. 944. el rubro genérico de "reglamentos o deberes del cargo". De acuerdo con lo establecido en el articulo 77 del Código penal argentino (relativo a la "significación de conceptos" en él empleados), por "reglamentos" u "ordenanzas", habrá de entenderse "todas las disposiciones de carácter general dictadas por la autoridad competente en la materia de que traten". Pueden, pues, ser decretos, leyes, etcétera e incluso los preceptos del propio Código penal ( 28 ). Se discute, en cambio, si dentro del concepto de "reglamentos" o "deberes" se han de comprender tan sólo normas dictadas por la autoridad pública, o pueden serlo también las de carácter privado. Ricardo C. Núñez y Fontán Balestra sustentan la primera posición ( 2 9 ). Ernesto R. Gavier, ha mantenido que, los reglamentos o deberes cuya infracción puede originar culpa, pueden tener carácter privado ( 30 ). Luis Jiménez de Asúa apoya la opinión de Gavier y ejemplifica, en pro de ella, sugiriendo hipótesis de infracciones culposas cometidas con violación de reglamentos,3 1internos de fábricas o talleres, etcétera ( ) . (V. DELITOS CULPOSOS.) JURISPRUDENCIA. — La citada en el texto y notas. BIBLIOGRAFÍA. — La indicada en el texto y notas. NEGOCIACIÓN (EN DERECHO INTERNACIO- NAL PÚBLICO) . * Concepto. En su acepción más general, la palabra negociación se usa en sentido de "tratar asuntos públicos o privados procurando su mejor logro". Otra más restringida, que no interesa en este estudio, es la de comerciar obteniendo ganancias de la compra y venta, o indicando que por medio del soborno se corrompe la integridad con que una persona debe actuar en determinada cuestión. En el plano de las relaciones internacionales, que es el objeto de nuestro trabajo, se emplea en los casos en que se discute de país a país un asunto, como un tratado de alianza, de comercio, etcétera. La negociación es la razón de ser de la diplomacia y los otros aspectos de las actividades de los diplomáticos (latus sensu) le están subordinadas, ya que, como dice Accioly, "diplomacia es el arte de las negociaciones". Así, una de las tareas más absorbentes del quehacer diplomático, el recitas) Ricardo C. Núñez, La. culpabilidad, cit., p. 140 y sigts. (29) Ibid., p. 139; C. Fontán Balestra, op. cit., p. 369. (30) E. R. Gavier, en la nota 14, de la traducción argentina del Tratado de Derecho penal, de V. Manzini, ». II, p. 216. (31) L. Jiménez de Asúa, Tratado y t. V cits., p. 944. * Por la Dra. FWDA M. PFIRTER DE ARMAS. bir información, por ejemplo, será inútil y sin valor si no sirve realmente al buen logro de la negociación en trámite. Comprendemos en este concepto amplio todas las relaciones de un agente de Estado acreditado, es decir, tanto las de naturaleza oficial como las oficiosas y las confidenciales. Sólo dejamos de incluir las de índole privada, realizadas en horas litares, que por sus especiales características no interesan a lo diplomático. Salvo cuando en determinados casos estas actuaciones privadas trascienden en una forma que dificulte el fiel cumplimiento de la función diplomática. Órganos de la negociación. Piedeliévre clasificaba las negociaciones en directas o indirectas, según fuera el jefe de Estado o el ministro de Relaciones Exteriores el órgano que las realizaba. Pero esta sistematización ha perdido vigencia. Tuvo su razón de ser en épocas de absolutismo, cuando el soberano directamente encaraba la negociación. En épocas modernas, sólo por excepción, y ante acontecimientos de relevante importancia para la comunidad internacional, los jefes de Estado intervienen personalmente en la elaboración del convenio internacional. Tal el presidente Wilson en la Conferencia de la Paz de 1919 y Roosevelt y Stalin durante la segunda guerra mundial. En la actualidad, dadas las nuevas características de la vida internacional, pueden considerarse bilaterales las realizadas por el jefe de Estado, ministro de Relaciones Exteriores, agentes diplomáticos y consulares acreditados o por plenipotenciarios facultados al efecto. Las negociaciones, y esto en forma cada vez más frecuente, pueden ser también colectivas y tener por marco congresos y conferencias entre los delegados de los gobiernos, munidos de plenos poderes. En principio no hay diferencia entre un congreso y una conferencia internacional, pues en ambos se reúnen los representantes de los Estados para discutir y procurar dar una solución a determinados problemas internacionales. Antiguamente se reservaba el término congreso para las reuniones internacionales más importantes, a las que concurrían los soberanos o jefes de Estado, dándose el nombre de conferencia a las que no cumplían con aquellos requisitos. Siberto considera que en los congresos se resuelven cuestiones de índole más bien política, mientras que las conferencias tienen cierta tendencia legislativa. La convocatoria a ambas reuniones suele estar precedida de negociaciones diplomáticas, cuando no de una conferencia preli- minar que establece las bases y el temario de la reunión principal. En ciertas ocasiones la citación es automática, pues resulta de estatutos preexistentes que así lo determinan. Condiciones personales del negociador. Algunos autores tratan de indicar ciertas normas a las que debería ceñirse la acción del diplomático para llevar a buen término su misión, pero entendemos que no es posible realizar una sistematización de las reglas a seguir. Negociar es transigir, transar hasta donde las instrucciones lo permitan y no más allá, pues a la postre el convenio debe ser ratificado por la autoridad que las otorgó. En esta tarea, en la que es indispensable, como decía Eduardo VII, a certain amount of give and take, se requieren dotes personales especiales, a la par, del profundo conocimiento de los negocios y de los intereses de su patria. El talento natural, la capacidad de comprensión de los hombres y sus reacciones, el sentido de oportunidad en el planteo de los problemas, la habilidad para calmar al gobierno irritado, refutando con persuasión las objeciones y obrando con el tino necesario para sacar provecho de la debilidad ajena, son presupuestos necesarios de la personalidad del negociador. Por otra parte, rigen a este respecto todas las observaciones que efectuáramos a las condiciones de los funcionarios al hablar de este tema en la voz MINISTERIO DE RELACIONES EXTERIORES. Forma. La negociación se realiza en forma de discusión acerca de los derechos e intereses internacionales de los Estados que la realizan con objeto de llegar a un convenio que establezca su reconocimiento, si la negociación v^rsa sobre su misma existencia, o a un tratado que los regule, si ya son reconocidos. Según algunos autores, puede adoptar la forma oral o bien la forma escrita. Esta última se usa poco, ya que es la forma grave de la actividad diplomática, con toda la responsabilidad que ella implica, pues se considera que el agente habla por su gobierno. Se la utiliza en circunstancias especiales, por ejemplo cuando las relaciones entre un Estado y un agente diplomático son poco cordiales o cuando circunstancias especiales hacen imposible el contacto personal. La negociación oral, de más elasticidad y diversidad, no es puramente oral, pues utiliza también la nota escrita en determinados casos para delimitar la cuestión debatida, evitando interpretaciones erróneas. Otros iusinternacionalistas consideran, en cambio, que la negociación en forma oral es poco común y en general preliminar de la escrita. La circunscriben a las conversaciones oficiosas por las que se ponen en contacto dos Estados para solucionar determinado problema y que pueden servir de base a los futuros acuerdos. Se comprende en el grupo de la negociación escrita todo intercambio de notas y documentos que inician y determinan las tratativas. Estas notas diplomáticas pueden tener carácter público, firmadas o no, o ser de naturaleza confidencial. Por medio de éstas, el agente diplomático puede determinar en cierto momento el estado de la cuestión y las probabilidades de alcanzar una solución, sin que esto signifique compromiso de su parte. Los autores hacen la salvedad de que sólo pueden usarse, sin abusar de ellas, para tratar cuestiones urgentes y delicadas. Las firmadas son las notas oficiales por excelencia. Son promesas de celebración de contrato e involucran una obligatoriedad de la que carecen las confidenciales. Su estilo no sigue normas precisas, pero en general se las redacta en forma personal, terminando con fórmulas banales. En ciertos países se suele emplear el estilo indirecto, en tercera persona, siendo así más ceremoniosa la comunicación. Esto puede dar también la pauta de un enfriamiento en las relaciones si un Estado acostumbrado a emplear la forma personal pasa a un trato impersonal e indirecto. Las notas no firmadas son las mal llamadas notas verbales, de uso común para aspectos secundarios. Se redactan sobre los puntos principales de las conversaciones y se utilizan como una guía. Idioma de la negociación. Cuando las embajadas y legaciones adquirieron carácter permanente se desarrollaron ciertas costumbres que se llamaron usos diplomáticos. Entre ellos cabe mencionar el uso de un idioma utilizado en las negociaciones internacionales. Primeramente, y hasta comienzos del siglo xvín, fue el latín el que se empleó como lengua oficial de las negociaciones y los tratados internacionales. Posteriormente, bajo Luis XIV, y acorde con el predominio francés, este idioma adquiere la primacía en el uso diplomático. En nuestros días corresponde al idioma inglés el puesto de avanzada en la relación internacional. De ninguna manera quiere esto decir que el empleo de estas lenguas haya sido absoluto y sin reservas a través del tiempo. Siempre cada Estado ha conservado el derecho a usar su propio idioma «n las comu- nicaciones oficiales a otros Estados, aunque si éste es poco conocido, a veces, se recurre a la traducción a una lengua vehicular. Cuando las negociaciones que se realizan son de carácter multilateral, si bien en principio cada Estado tiene derecho al uso de su propio dioma, para facilitar el desarrollo de tales negociaciones a veces se acuerda el empleo de una o varias lenguas en especial. En la actualidad esto ocurre en las reuniones de los principales organismos internacionales, y así se habla no sólo de idiomas oficiales, sino también de idiomas de trabajo. Por ejemplo, en las Naciones Unidas hay cinco idiomas oficiales, que son: el castellano, el chino, el francés, el inglés y el ruso, siendo los de trabajo el francés y el inglés, si bien para la Asamblea General y el Consejo Económico y Social el castellano alcanza también esta última jerarquía. Aclaremos que en la Corte Internacional de Justicia los idiomas oficiales son solamente el francés y el inglés. BmLiocRWÍn. — Academie Diplomatique Internationale, Dictiorrnaire Diplomatiqtte, t. II. págs. 205-207, París. — Accioly, Hildebrando, Tratado de Derecho internacional Público, t. II, págs. 305-307, 374-377, Río de Janeiro, 1946. — Albertlnl, L. E., Derecho Diplomático, pégs. 109-130, París, 1909. — Antokoletz, Daniel, Tratado de Derecho Diplomático y Consular, t. I, págs. 374-373-382-405, Buenos Aires, 1948.—Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana, tomo XVIII, Is parte, págs. 1374-1375; tomo XXXVIII, p. 64, Barcelona. — Erice y O'Shea, José Sebastián, Derecho Diplomático, t. I, págs. 374-470-514-515, Madrid, 1954. — Ferreira de Mello, Rubens, Tratado de Derecho Diplomático, trad. Fernando Arias Parga, págs. 201-202, 209-211, 403-414, Madrid, 1953. — Pereira de Arauio, Joao Kermes, A processualtetica dos atos internadonais, págs. 21-39, Río de Janeiro, 1958. — Rayneli, Ernesto T., Derecho Diplomático moderno, págs. 221 y sigs., 249 y sig-, Buenos Aires, 1914. NEGOCIACIONES INCOMPATIBLES CON EL EJERCICIO DE FUNCIONES PÚBLI- CAS.* 1. Disposición penal argentina. El título XI del libro II del Código penal argentino, que se refiere a los "Delitos contra la Administración Pública", dedica su capítulo VIII, integrado por un solo artículo, a las "Negociaciones incompatibles con el ejercicio de funciones públicas". Dicho artículo, el 265, preceptúa textualmente: "Será reprimido con reclusión o prisión de dos a seis años e inhabilitación absoluta por tres a diez años, el funcionario público que, directamente, por persona interpuesta o por acto simulado, se interesare en cualquier contrato u operación en que intervenga por razón de su cargo. Esta disposición será aplicable a los peritos y contadores particulares respecto de los bienes en cuya tasación, partición o adjudicación hubieran intervenido y a los tutores, curadores, albaceas y síndicos respecto de los pertenecientes a pupilos, curados, testamentarías o concursos". * Por el Dr. ALFREDO NOCETTI FASOLINO. Como resulta de la simple lectura del texto pretranscripto su primera parte consigna la disposición genérica, aplicable a todos los funcionarios públicos sin excepción. En cambio, la parte final equipara, en determinadas circunstancias y en cuanto a las penalidades a imponerse, a ciertas personas que no lo son, a los funcionarios públicos. Nos referiremos primeramente a la primera situación, para hacerlo después con la otra. a) Bien jurídico tutelado. Señalamos ya que el delito de negociaciones incompatibles con el ejercicio de funciones públicas es una infracción contra la administración pública. Agreguemos ahora que lo es tanto contra la administración pública nacional, como contra la provincial o municipal. A dicha administración, en cualquiera de sus faces, busca de tutelar aquí la ley substantiva penal, por cuanto al Estado nacional o provincial, o a las comunas, interesa sobremanera el ejercicio honesto y correcto de la tarea que desarrollen sus empleados. Vale para ellos, aquello tan conocido de que no es suficiente ser honrados sino también parecerlo. Además cabe agregar que la imparcialidad ha de ser condición ineludible que debe albergar todo empleado estatal en la gestión de su respectiva competencia funcional, y ella resultaría mal parada, ante la sola insinuación de un interés espúreo. Y acotar por fin, que a la postre será siempre la administración pública, y he aquí otra razón que explica y justifica su tutelaje, sobre quien recaerá el perjuicio ocasionado por un mal representante suyo. b) Sujeto activo. Es siempre un funcionario público, acepción idéntica para nuestra ley penal a la de empleado público, o sea aquél "que participa accidental o permanentemente del ejercicio de funciones públicas, sea por elección popular o por nombramiento de autoridad competente" (artículo 77, párrafo 4<? del Código penal). Ello no significa, a nuestro entender, que quien de cualquier manera colabore en la ejecución del delito, aun no siendo funcionario público, no esté alcanzado por las reglas de la complicidad (artículos 45 y 46 del Código penal), como sería, por ejemplo, el caso de la "persona interpuesta", mencionada en el propio artículo 265. c) Acto punible. La ley prohibe expresamente a todo funcionario público, interesarse en cualquier contrato u operación en que intervenga por razón de su cargo. Se torna imprescindible, en consecuencia, señalar con claridad en primer término, qué ha de entenderse por el verbo reflexivo "interesarse". Sus sinónimos son provecho, utilidad, ganancia, lucro, beneficio, producto. Será pues tanto como tener interés en una cosa u obtener provecho de ella. Aunque diversos autores estiman que debe tratarse de un interés económico, con la consiguiente participación en las ganancias del contrato u operación a los que se refiere el 'precepto legal, me resisto a aceptar ese temperamento sin más ni más. No solamente porque considero que tal interpretación significa sumar infundadamente un presupuesto que el artículo 265 no registra, ya que de haberlo querido así el legislador lo hubiera destacado expresamente, sino también porque habiendo señalado más arriba que la imparcialidad debe ser cualidad ínsita de todo funcionario público, el solo interesarse de manera fuera de lo normal o corriente, trae como consecuencia para la Administración a la que dicho empleado representa, un desprestigio que ha de evitarse a todo evento. Por ello se me ocurre bien atinado el fallo dictado por la Sala segunda de la Cámara en lo Penal de la ciudad de La Plata, el 3 de octubre de 1957, aparecido en el Diario de Jurisprudencia Judicial (pág. 590), en el que se expresaba que el artículo 265 del Código penal reprime el interés que persigue el funcionario en un acto de la administración pública en que interviene, sea o no ese interés de carácter pecuniario y esté o no en pugna con el interés de la administración, ya que la ley no sólo tiende a tutelar intereses materiales, sino que quiere evitar el desprestigio de la administración, por lo que basta la comisión del hecho, sin que sea necesario que resulte perjuicio. No se me oculta, repito, que autores nacionales del predicamento de Ramos, Rivarola, Moreno, Malagarriga, Oderigo, etcétera —no así Eusebio Gómez—, aluden al interés económico, pero estimo asimismo que la clara argumentación expuesta en el párrafo anterior no resulta destruida por los conceptos vertidos por aquéllos. Por ello discrepo asimismo con Mario M. Mallo (Código penal comentado, t. III, pág. 334), cuando al adherirse a la corriente que exige el interés pecuniario para que el funcionario cometa el delito, lo explica diciendo que "la ley habla de negociaciones, lo cual necesariamente supone intercambio de valores del cual el funcionario seguramente extraerá un interés o ventaja", y que "este concepto parece fluir de la misma ley cuando califica el interés del funcionario como interviniendo en contrato u operaciones". ¿Y qué decir entonces del funcionario que por razones afectivas o de agradecimiento, pongamos por caso, se interese en una negociación de ese tipo, en exclusivo beneficio de un tercero, sin percibir un solo centavo? La infracción, a nuestro juicio, estaría igualmente tipificada y sólo quedaría al juzgador mo- verse con alguna benevolencia dentro de la escala penal correspondiente. El interesarse del funcionario público ha de ser con referencia a cualquier contrato u operación en que intervenga por razón de su cargo. Oderigo (Código penal anotado, 2? edición, pág. 367) distingue muy bien que, para que el delito se configure, ha de intervenir en virtud de sus funciones y no en ocasión del ejercicio de ellas. O sea, que delinque cuando actúa dentro de la competencia funcional de su cargo, originada por providencias legislativas o administrativas, pero no, por ejemplo, en el caso fallado por la Cámara de Apelaciones de Rosario (La Ley, t. 30, pág. 818) en el que el tesorero de un banco se apropió del dinero que le entregara en su domicilio un cliente de la institución, con encargo de depositarlo en su cuenta, y en donde el delito sería el de malversación mas no el de negociaciones incompatibles con el ejercicio de funciones públicas. d) Modos de cometerlo. El delito que nos ocupa puede cometerse de tres maneras diversas: directamente, por persona inter- puesta o por acto simulado, según enumera el artículo 265 del Código penal. Su comisión de manera directa no ofrece dificultades para su comprensión. No ocurre otro tanto en el caso de la persona interpuesta, la que, según los civilistas, no se presume y cuya interposición es menester probar. Según Escriche, "persona interpuesta" es aquella "que hace alguna cosa por otro" y el Diccionario de la Real Academia Española (edición de 1936-40) define la interpósita persona, como "la que interviene en un acto jurídico por encargo y en provecho de otro, aparentando obrar por cuenta propia". Va de suyo que entre el funcionario público y la persona interpuesta ha de mediar un acuerdo previo, pues de lo contrario, como señala Oderigo (ob. cit., pág. 372) el hecho no es punible, aunque exista interés para los parientes próximos incluso la esposa o el hijo no emancipado. Y corno ya dijéramos, la interpósita persona, aunque no sea funcionario público como el autor principal de la infracción, es punible mediante el juego de la participación criminal. El acto simulado al que también se refiere expresamente el precepto legal, no constituye en rigor de verdad una tercera y diversa manera de cometer el delito, desde que puede aparecer igualmente, tanto en el caso de que el funcionario público actúe directamente como cuando lo haga por persona interpuesta. Juan P. Ramos y Abel Bonorino han estudiado acabadamente el caso del acto simulado, como modo de comisión de este delito, en "Defensa presentada el 22 de julio de 1942 en la denuncia por infracción al artículo 265 del Código penal contra el doctor Carlos A. Ayarragaray" (págs. 19 a 37). Sostienen allí que esta figura jurídica requiere el concurso de tres requisitos, a saber: una declaración deliberadamente disconforme con la intención; concertada de acuerdo entre las partes; y para engañar a terceras personas. La simulación de un negocio jurídico, agregan, sirve para provocar una ilusión de su existencia y requiere un concierto o una inteligencia entre las partes que cooperan en la formación de un acto aparente, creando un fantasma jurídico. Pero la ley no reprueba la simulación, siempre que no sea concertada con la intención de dañar. La simulación para ser amparada requiere una finalidad lícita, y en cambio es condenada cuando es ilícita, es decir, cuando tiende a perjudicar, a realizar un fraude legal o económico. La simulación puede tender a aparentar la existencia de un negocio, o su naturaleza o las personas de los contratantes, pero en todos los casos, no ha de perderse ello de vista, el funcionario público ha de usar el acto simulado, para interesarse en cualquier contrato u operación en que intervenga por razón de su cargo. e) Equiparación a los funcionarios públicos. La segunda parte del artículo 265 del Código penal, enuncia seis casos en los cuales quienes ejerciten las actividades allí mencionadas de la manera reprimida por la primera parte del mismo artículo, serán pasibles de la misma sanción prevista para los funcionarios públicos. Los sujetos así equiparados son: I. los peritos particulares respecto de los bienes en cuya tasación, partición o adjudicación hubieren intervenido; II. los contadores particulares respecto de los bienes en cuya tasación, partición o adjudicación hubieren intervenido; III. los tutores respecto de los bienes pertenecientes a sus pupilos; IV. los curadores respecto de los bienes pertenecientes a sus curados; V. los albaceas respecto de los bienes pertenecientes a las testamentarías en las que intervinieron como tales; y VI. los síndicos respecto de los bienes pertenecientes a los concursos en que actuaren como tales. No he de referirme aquí, a los conceptos de peritos, contadores, tutores, curadores, albaceas y síndicos, por cuanto ello puede hallarse en las respectivas voces de esta misma Enciclopedia. Pero sí ha de destacarse que el calificativo de "particulares", que la ley agrega a los peritos y contadores, obedece a la necesidad de no incluir a los que son oficiales, por cuanto ellos, de incidir en la comisión del delito, por su condi- ción de funcionarios públicos están involucrados en la primera parte del artículo 265. La referencia es pues, exclusivamente, para los peritos y contadores nombrados a propuesta de las partes. Y ha de señalarse también que todos los sujetos mencionados en la parte final del aludido precepto, al igual que los funcionarios públicos, cometen el delito cuando directamente, por persona interpuesta o por acto simulado, se interesaren en cualquier contrato u operación en que intervengan por razón de sus cargos. 2. Dolo. Basta el dolo genérico, o sea la simple voluntad e inteción de conjugar el verbo mencionado en la ley —interesarse— de la manera expuesta en la misma ley. 3. Tipo de delito. Las negociaciones incompatibles con el ejercicio de funciones públicas constituyen un delito formal y de peligro, siendo por lo tanto irrelevante para su configuración que exista realmente perjuicio para la administración pública. Es también un delito instantáneo desde que se comete en el propio momento en que el funcionario público o los sujetos que le han sido legalmente equiparados se interesan en el contrato u operación, lo que no obsta, en el criterio de Levi y Soler, a que eventuaimente puedan también adquirir carácter de permanencia. Tanto es irrelevante, como vengo de decir, la real existencia de perjuicio para la administración, que se ha admitido que la infracción se configura igualmente aunque el interés del funcionario redunde en positiva ventaja para ella, porque no ha de olvidarse que a la administración le interesa fundamentalmente mantener su buen nombre y por lógica el de los empleados que la integran. 4. Sanción. El Código penal sancionado en 1921 castigaba a los autores del delito de negociaciones incompatibles con el ejercicio de funciones públicas con penas de prisión de uno a tres años e inhabilitación absoluta por uno a cinco años. Pero por ley n<? 16.648, promulgada en noviembre de 1964, se introdujo importante modificación tanto en la clase de sanción como en sus montos. A partir de entonces, la pena será de reclusión (inexistente antes) o prisión de dos a seis años e inhabilitación absoluta por tres a diez años. La Cámara de Diputados lo había aprobado así en su sesión del 11 de setiembre, haciendo luego lo propio la de Senadores en sus reuniones del 28 y 29 de octubre, ambas de 1964. Sin embargo, ya en la reunión del 18 de noviembre, es decir, a pocas horas de la promulgación de la ley 16.648, los diputados nacionales Maglietti, Musitan! y Arias, presentaron un proyecto en la Cámara que integran, en uno de cuyos artículos se propugna modificar el artículo 265 del Código penal de la siguiente manera: "Será reprimido con prisión de dos a ocho años e inhabilitación absoluta por dos a diez años, el funcionario público que, directamente, por personas interpuestas o por acto simulado, se interesare en cualquier contrato u operación en que intervenga por razón de su cargo. Esta disposición será aplicable a los peritos y contadores particulares respecto de los bienes en cuya tasación, partición o adjudicación hubieren intervenido y a los tutores, curadores, albaceas y síndicos respecto de los pertenecientes a pupilos, curados, testamentarías o concursos, pero en estos casos la pena será de uno a tres años de prisión e inhabilitación absoluta de uno a cinco años". Como se ve, el proyecto aumenta aún más el máximo de la escala penal para los íuncionarios públicos, en la pena privativa de libertad, aunque excluye la reclusión y disminuye el mínimo de la escala para la sanción privativa de derechos. Y resulta equitativo, cuando sanciona con menor pena los casos de quienes cometen el delito pero no son funcionarios públicos. Aunque las comparaciones precedentes las realizo teniendo en mira las penalidades incorporadas por la ley 16.648, cabe acotar que aunque el proyecto que comento tuvo entrada en sesión realizada con posterioridad a la promulgación de esa ley, fue presentado cuando aún regían las penas inferiores del Código penal, según su sanción de 1921. En el mismo proyecto se postula la suspensión de la prescripción drt delito de negociaciones incompatibles con el ejercicio de funciones públicas, como así también de otros delitos contra la administración pública, en tanto el funcionario permanezca en su cargo, considerando "que mientras éstos permanecen en sus cargos la impunidad es prácticamente absoluta, especialmente cuando se trata de funcionarios de elevada jerarquía". Y en general se justifica la agravación del monto de las penas que pretende, ante la benignidad de las estipuladas en el Código penal y lo difícil que resulta probar los delitos cometidos por funcionarios públicos. 5. Antecedentes. La disposición del artículo 265 del Código penal encuentra su antecedente más remoto en la órbita nacional, en el artículo 419 del Proyecto Tejedor, que fue Código en numerosas provincias. Como lo indica el propio Tejedor en la nota respectiva, está tomado del Código penal del Perú de 1862, el que a su vez lo copiara del Código español de los años 1848-50. Posteriormente, el Código penal de 1886 reprodujo sin modificaciones el mis- mo precepto, siendo también fuente directa del actual artículo 265, el artículo 312 del Proyecto de Código penal de 1891 de los doctores Pinero, Rivarola y Matienzo y el artículo 284 del Proyecto de 1906. NEGOCIACIONES KENNEDY. (V. MERCADO COMÚN.) NEGOCIO DE AUTORIZACIÓN. * Como institución jurídica no se encuentra acogida ni por toda la doctrina ni por todas las legislaciones. Muy por lo contrario, puede decirse que donde aparece más claramente definida, según luego veremos, es en el Código civil alemán. En otras legislaciones la autorización se confunde con otras instituciones. (V. CONFIRMACIÓN DE LOS ACTOS JURÍDICOS. MANDATO. PODER. REPRESENTACIÓN, PODER Y MANDATO.) Inclusive, considerados los términos gramaticalmente, tienen en castellano un significado similar. Autorización es la acción y efecto de autorizar, o sea de dar a uno autoridad o facultad para hacer alguna cosa (idea que está contenida en el mandato); y también aprobar o abonar (idea que estaría contenida en la confirmación o convalidación). Mandato, en sentido forense, siempre según la Academia de la Lengua, es el contrato consensual por el que una de las partes confía su representación personal o la gestión o desempeño de uno o más negocios a la otra, que lo toma a su cargo (idea que está contenida en la autorización previa). Y representación es la sustitución a uno de hacer sus veces (idea que puede estar incluida en el mandato y en la autorización). La confusión entre autorización y mandato resulta tanto más explicable cuando que éste lo mismo puede ser expreso que tácito. En ese sentido, tanto da autorizar a otra persona para que realice un negocio jurídico como darla mandato para que lo haga. Y tanto da autorizar posteriormente lo hecho por otra persona como convalidar lo que por falta de autorización o mandato no era válido. No obstante lo dicho, ciertos autores tratan de establecer un distingo entre la autorización y aquellos otros conceptos. En ese sentido, von Tuhr (Teoría del Derecho civil alemán, vol. III, I, pág. 238, Bs. As., 1948) dice que la autorización es una declaración, como otras del mismo grupo (asentimiento, aprobación, confirmación, consentimiento, permiso, ratificación, etc.), por la que su autor muestra su conformidad con un acto jurídico que sobre su patrimonio ha realizado otra persona. Nattini ("II negozio autorizativo", en Revista de Derecho Comercial, vol. X, 1912, pág. 487) afirPor el Dr. M \NUEL OSSORIO Y FLORIT. ma que el negocio de autorización representa una declaración de voluntad en virtud de la que una persona hace posible y lícito que otra altere su esfera jurídica ejecutando negocios sin tener ni el derecho ni la obligación de hacerlo. Becker (System, 2, 106) dice que en virtud del negocio de autorización, una persona concede a otra la íacultad de realizar actos de disposición pertenecientes a la esfera del autorizante. Di Pace (II pegno del crediti, Padova, 1939) expresa que el negocio de autorización consiste en el poder de disposición que el titular de un derecho concede a otro sujeto sobre dicho derecho. Candían (Saggi di Diritto, vol. I, págs. 47 y sigs., Padova, 1931) dice que se trata de un negocio unilateral por el cual el autorizante transfiere a otra persona un poder de disposición sobre su patrimonio. Según Carraro (II mandato ad alienare, Padova, 1947), el negocio de autorización consiste en el permiso que el titular de un derecho concede a un tercero para diciendo: "La falta de la obligación de obrar y el poder de obrar en nombre propio sir- ven para distinguir la autorización de la representación, en la que el representante tiene la obligación de obrar y (si se trata de representación en el sentido propio) de obrar en nombre del representado. Por otra parte, puede considerarse como subespecie de la autorización la procura, en cuanto conferimiento de poderes. No falta quien considera que la autorización es un instituto extraño a nuestro Derecho positivo; con eso desaparecería la necesidad de distinguirlo de la representación." Termina diciendo que "la autorización puede entenderse en un sentido absolutamente distinto, o sea como acto preventivo, proveniente de una autoridad publica (la denominada forma habilitante), y en este último sentido la autorización es evidentemente diversa de la representación". Colagrosso (Teoría generalle delle obligazioni e del contratti, Roma, s/f) afirma que en la representación se actúa en nomla instrusión en su esfera jurídica. Basta leer cualquiera de esas definiciones bre y por cuenta de otro, mientras que en para advertir que lo mismo podrían ser apli- la autorización el autorizante permite la cables a la confirmación o al mandato. ingerencia en sus asuntos al autorizado, Messineo (Manual de Derecho civil y co- quien obra en nombre y en interés propios. mercial, t. II, pág. 414), en el capítulo relaAlgunos autores sostienen que el negocio tivo a "la representación", entra a distin- de autorización tiene no una función posiguir entre la representación (directa) y tiva, sino la negativa de excluir la ilicitud otras figuras que podrían confundirse con del acto eventualmente lesivo para los inella. Dice que una de las que se prestan a tereses del autorizante. Esa doctrina se enconfusión es la autorización, por lo que es cuentra rechazada por otros autores, quienecesario establecer la diferencia entre ésta nes sostienen que si el negocio, por no y la representación. Señala que la autori- haber sido realizado por una persona autozación es una figura jurídica elaborada en rizada ni anterior ni posteriormente, no prola doctrina alemana, sobre cuya sustancia duce ningún efecto, no cabe admitir que no se ha llegado a un acuerdo. En una pri- pueda un acto ilícito convertirse en lícito mera concepción, consiste en conferir al cuando es irrelevante frente a un determiautorizado un poder de ingerencia en el nado sujeto. La divergencia relativa a la naturaleza círculo jurídico del autorizante, "con efectos limitados a las relaciones internas y, del negocio autoritativo va desde la negapor consiguiente, sin referencia a negocios tiva a reconocer que tenga autonomía, por jurídicos que el autorizado ponga en ser cuanto una u otra clase de autorización se respecto de los terceros". Según otra más da en casi todos los contratos, hasta la afirdifundida concepción, el poder del autori- mativa de que el negocio autoritativo únizado se acentúa en el sentido de que a éste camente se aprecia como elemento básico le confiere el autorizante el poder de obrar, de los negocios de mandato y representao sea de influir en su círculo jurídico me- ción. En el afán de hacer del negocio de autodiante negocios jurídicos también de dispo[ sición (y, por consiguiente, respecto de los rización un instituto diferenciado, se ha di[ terceros) realizados en nombre propio y, cho que representa un negocio preliminar, de ordinario, también en interés propio. porque el autorizado no tiene la obligación "Tal conferimiento de poder implica apro- de llevar a cabo ningún negocio en benefibación preventiva del autorizante; pero, cio del autorizante, sino que en caso de reapor otra parte, el autorizado tiene facultad, lizarlo, el mismo quedaba legitimado. En no obligación, de poner en ser el negocio o ese sentido la autorización vendría a ser los negocios para los cuales está autoriza- una oferta de contrato, ya que tan sólo en do." De cualquier manera —continúa Mes- el supuesto de que el autorizado, transforsineo—, la autorización es evento externo y mando la autorización en mandato, usase anterior, pues el negocio es estipulado a de su facultad de contratar, habría produbase de la autorización ya recibida. Y sigue cido efecto la autorización. Por eso dice Sag- gese (La reppresentanza, Napoli, 1933) que entre autorización y mandato, representación y arrendamiento de obra, hay igual diferencia que entre oferta de contrato y contrato. Pero esa teoría no es compartida por todos, y así, con respecto al ejemplo típico del permiso para atravesar un predio como hecho previo a la constitución de una servidumbre, Carraro (ob. cit.) se pregunta cómo podría tener naturaleza contractual constitutiva un caso de autorización de un acto de carácter material. Carlos Melón Infante, traductor del Código civil alemán que aparece como apéndice del Tratado de Derecho civil de Enneccerus, comentando el título VI de la sección III, que se refiere al consentimiento y a la ratificación, señala que el consentimiento y la ratificación son las dos formas que puede adoptar el asentimiento, que no es otra cosa que la intervención de la voluntad de una persona en un negocio jurídico o acto llevado a cabo por otra; y que ese asentimiento puede ser previo a la celebración del negocio jurídico o realización del acto, u otorgado con posterioridad a éstos. En el primer caso recibe el nombre de consentimiento, y en el segundo de ratificación, sin que se deba olvidar que en alemán el término Genehmigung puede significar también "aprobación", especialmente la concedida por un tribunal o autoridad competente. Sobre el tema del consentimiento y la ratificación, el Código civil alemán contiene los siguientes artículos: 182: "Si la eficacia de un contrato o de un negocio jurídico unilateral que ha de celebrarse frente a otro depende del asentimiento de un tercero, la concesión, así como la denegación de dicho asentimiento, puede declararse tanto frente a una como frente a la otra parte. "El asentimiento no necesita la forma determinada para el negocio jurídico. "Si un negocio jurídico unilateral cuya efectividad depende del asentimiento de un tercero es celebrado con el consentimiento de dicho tercero, se aplican oportunamente las disposiciones del parágrafo 111, incisos 29 y 39." 183: "El asentimiento previo (consentimiento) es revocable hasta la celebración del negocio jurídico en tanto que de la relación jurídica existente como base de su concesión no se deduzca otra cosa. La revocación puede ser declarada tanto frente a una como frente a la otra parte." 184: "El asentimiento posterior (ratificación) se retrotrae al momento de la celebración del negocio jurídico en tanto no esté determinada otra cosa. "Por la retroacción no se hacen inefica- ces las disposiciones que antes de la ratificación hayan sido realizadas sobre el objeto del negocio jurídico por el ratificante o en vías de ejecución forzosa o de ejecución de embargo o por el administrador del concurso." 185: "Una disposición que lleve a cabo sobre un objeto un no titular es eficaz si se realiza con el consentimiento del titular. "La disposición es eficaz si el titular la ratifica o si el disponente adquiere el objeto, o si es heredado por el titular y éste responde ilimitadamente por las obligaciones del caudal relicto. En los dos últimos casos, si se han realizado sobre el objeto varias disposiciones incompatibles entre sí, sólo la primera disposición es eficaz." Algunos autores han tratado de aplicar los fundamentos del negocio de autorización a otras instituciones jurídicas, tales como la firma en blanco de documentos, el contrato estimatorio, la cesión de bienes acreedores, la prenda de créditos, la asociación en participación, el mandato de venta, la subrogación y la sustitución. Pero tal criterio se encuentra impugnado por otros autores. NEGOCIO FIDUCIARIO.* SUMARIO: I. Noción preliminar. II. Plan del estudio. III. Antecedentes históricos: 1. La fiducia romana; 2. La fiducia germánica; 3. La fiducia angloamericana: el trust. IV. Visión comparatista de la fiducia: A) Los códigos de impronta romana; B) Las leyes anglosajonas; C) El Derecho de los países continentales que han hecho recepción de la fiducia: 1. Países que legislaron el trust; 2. Países que adoptaron la fiducia germánica; 3. Países que legislaron una modalidad especial de trust: el fideicomiso latinoamericano. V. La estructura del negocio fiduciario. VI. Elementos del acto fian* ciarlo: 1. Los sujetos: fiduciante y fiduciario; 2. El objeto. VIL Más elementos del acto fiduciario: 3. La causa. VIII. Admisibilidad del negocio fiduciario (en general). IX. La admisibilidad del negocio fiduciario en el Derecho Argentino. X. Clasificación de los negocios fiduciarios. XI. Deslinde del negocio fiduciario: 1. Fiducia y negocio de confianza; 2. Con los negocios simulados; 3. Con los negocios indirectos; 4. Con la venta con pacto de retro y con la propiedad condicional o fiduciaria; 5. Con el trust y el fidecomiso. XII. Efectos del negocio fiduciario: A) Casos normales; B) Casos anormales: 1. Quiebra o concurso del fiduciante; 2. Quiebra o concurso del fiduciario. XIII. Enumeración de los negocios fiduciarios posibles con especial referencia al Derecho positivo argentino: 1. La trasmisión fiduciaria en garantía; 2. ídem de las letras de cambio; 3. ídem de acciones; 4. La trasmisión fiduciaria para administración o mandato. XIV. Conclusiones. I. El Derecho, concebido como la regulación jurídica de la conducta humana, colinPor el Dr. JORGE A. CARRANZA. da y a veces también se interpenetra con los campos vecinos de la Moral y de la Economía. Esto ocurre porque, según es sabido, lo jurídico tiene por objeto la conducta del individuo concebida en su proyección social, por lo que abraza los actos humanos de manera tan amplia que llega a comprender sus aspectos éticos y también los económicos. Tal vez una de las figuras jurídicas que por esencia son más proclives al entrecruzamiento de principios éticas y sociológicos (así como la lesión, v. gr.) es la que Puig Brutau llama "la relación fiduciaria" donde, y más precisamente en su especie de mayor difusión, el "negocio fiduciario", una persona (fiduciario) recibe de otra inducíante), que confía en ella, la titularidad de una cosa, comprometiéndose a usar de ella para el fin tenido en vista por ambas. La sola enunciación del concepto patentiza hábilmente el punto de confluencia que antes mentaba. En efecto, juegan allí un valor no material (la fides o confianza), que desencadena el acuerdo, y un complejo de intereses que se deben componer: los del dador que transfiere lo propio a quien lo debe restituir o transmitir a otro, de suerte tal que como sostiene Assfalg, en la fiducia pareciera coexistir un propietario "económico" con un propietario "formal o jurídico". Esta naturaleza compleja y el hecho de que sea enclave ético-económico, tornan a la materia en verdaderamente atractiva para la investigación doctrinaria encargada de suplir la falta de recepción legislativa que, según veremos, es otra de las notas características del negocio fiduciario. II. Desde que Regelsberger sostuvo que la característica fundamental de la fiducia radicaba en la desproporción existente entre el medio jurídico empleado y el fin práctico perseguido por las partes (como ocurre en los negocios fiduciarios más comunes: cesión para el cobro; endoso para el cobro; venta en garantía; venta para administración; etc.), mucho se ha debatido acerca de si es ésa, precisamente, la nota que permita dar autonomía dogmática a la figura. De otro costado, en cambio, se ha sostenido que lo que da tono a la fiducia es el rasgo de confianza, que pone en manos del fiduciante la posibilidad de hacer efectivo el riesgo que corre el fiduciario (Navarro Martorell); y aun no han faltado quienes encontraran su nota distintiva en la convivencia de dos negocios, uno real y otro otaligacional (Claret y Martí). Para dilucidar tema tan atrayente será necesario incursionar en los antecedentes históricos (Der. romano, costumbres germánicas, Der. inglés, etc.) y mostrar la estructura isomórfica que guarda en las distintas legislaciones, a través del Derecho comparado. De inmediato habrá que analizar su incidencia en el principio de libertad contractual y de allí sólo existirá un paso para llegar al campo aledaño: ¿es la causa fiduCÍCB hábil y suficiente para la atribución fiduciaria? Cerrando la investigación estructural apartaremos nuestra figura de las afines; analizaremos su esencia íntima y elementos, y remataremos el estudio con la indagación de sus posibilidades en el Derecho privado argentino. III. "La actividad del historiador consiste en desenterrar material, pulirlo y prepararlo para su utilización posterior, no en un proceso de molienda, sino más bien de trilla y de cribado" (Huizinga). Y es suerte que en materia de Historia del Derecho esa tarea se encuentre ya cumplida, allanándose el camino de quienes practican la investigación acerca de una determinada institución jurídica. Nos ocuparemos de la manifestación histórica de la fiducia romana, luego de la germánica y, por último, de la anglosajona, ya que constituyen las fuentes de los actuales "tipos" de negocios fiduciarios. 1. La fiducia romana. Aparece en el antiguo Derecho como una de las primeras formas de garantía real, después del nexum o autopignoración, precediendo a la prenda e hipoteca. Consistía en una garantía en cuya virtud alguien entregaba a otro una cosa por mancipatio o in iure cessio, con cargo de restitución una vez logrado el fin perseguido. Con tal objeto se agregaba a la forma solemne un pactum fiducice, es decir una cláusula por la que el adquirente se comprometía a remancipare la cosa (Arangio Ruiz). Había dos clases de fiducia: la fiducia cum creditore contracta, que era una enajenación aseguratoria en interés del acreedor, y la fiducia cum amico contracta, también llamada "altruista" por realizarse en interés del fiduciario (Jórs-Kunkel). El distingo arranca de un texto de Gayo (Instituto. 2, 60) y es uniformemente interpretado con el alcance discriminatorio explicado, debiéndose aclarar que, en un comienzo, no daban lugar a acción, más luego la intervención del pretor las dotó de actio fiducice, a la que se agregaba la nota de infamia si se trataba de la cum amico. Como agudamente señala Jordano Barea, es preciso considerar que si bien el comienzo de la fiducia se enraiza en la necesidad que el crédito tiene de una garantía, no es menos cierto que para constituirla debía el romano acudir al pesado mecanismo del negocio formal (mancipatio y remancipa- tío) cumplido per ees et libram. Con la transformación del sistema de cambio y el nacimiento de la moneda acuñada se obvió la pesada del libri pens, llegándose a simbolizar —en esta clase de negocios— el precio con la entrega de sólo una moneda (mancipatio sestertio nummo uno), con lo que nacen los negocios de transmisión propiamente dicho y otra serie de actos que, liona fidei, conducen a efectos distintos y ocupan el lugar de los aún inexistentes mandato, depósito, comodato, prenda e hipoteca. El lus vivens había generado la fiducia para suplir la necesidad que el comercio tenía de las mencionadas figuras. Estas advienen pronto derivándose precisamente de aquélla. Y así de la cum creditore derivó el pignus; de la fiducia manumissionis causa, el mandato; de la cum amico, el depossitum vel commodatum; etcétera. No obstante la creación de los nuevos contratos la vieja fiducia no desapareció, quedando como una figura residual a la que se acudía libremente cuando se quería alcanzar una finalidad específica que no se podía conseguir a través de los contratos típicos. 2. Por contraste a la fiducia románica es preciso mostrar, siquiera sea brevemente, la estructura de la figura en el precedente histórico germánico, donde se la advierte bajo la forma de salmann, affiduciatum, carta venditionis y prenda comisoria de propiedad. La característica primordial de esta modalidad es la de su condición más firme, menos aleatoria para el fiduciante que, a diferencia de lo que ocurre en igual situación en el Derecho romano, no corre mayores riesgos por encontrarse amparado legalmente. Se trata, en consecuencia, de una "fiducia legal" y, como sostiene Navarro Martorell, menos "quebradiza". La transferencia de la propiedad se realiza condicionada, dando por resultado una forma dominial imperfecta, con todos los derechos y obligaciones que ese carácter comunica a los sujetos. Se asemeja más a la venta con pacto de retro o sujeta a condición que a la figura románica, única a la que la doctrina mayoritaria asigna —precisamente por ello— el alcance de negocio fiduciario, por lo que luego de mostrada su esencia prescindiremos de su contenido, en razón de constituir una modalidad absolutamente marginal a nuestro tema. 3. En un periplo que además de histórico tendrá mucho de comparatista debemos considerar también la fiducia angloamericana: el trust, esa figura original del pueblo inglés que tanta difusión ha adquirido últimamente. "Yo no puedo comprender nada de vuestro trust", dijo en una ocasión von Giercke al jurista británico Maitland, patentizando así —en una sola frase— el insular aislamiento de la fiducia inglesa y su distanciamiento de la figura receptada en el "Derecho continental" (pese a que ambas reconocen idéntico origen: la fiducia cum amico, de Gayo, trasladada a Inglaterra en el siglo xiv por el clero para eludir las leyes dictadas contra las "mano muertas"). En pocas líneas procuraremos resumir esta construcción jurídica de gran utilidad práctica en el mundo que la creó. El propietario (settlor) transfiere un inmueble, mueble o crédito a otra persona (trustee). que es quien tiene la administración (feoffe to use) y la propiedad formal o legal de la cosa, a condición de que un tercero (cestui que use o beneficiary) tenga el derecho de goce y disfrute del bien, como si fuera su verdadero propietario. Pero debemos tener presente esta advertencia: cuando hablamos de propietario, de propiedad legal, etcétera, en el Derecho inglés, tales conceptos no tiene el mismo alcance que en el Derecho continental. No importa, verbi gracia, el derecho de uso y abuso de la cosa, sino la administración de ella, bajo reglas muy severas, quedando afectada al trust y sin ingresar al patrimonio particular del trustee. Es más bien un "propietario-administrador", si es que está permitida tamaña simbiosis (Conf: Keeton). Esta es la singularidad de la figura: el settlor "separa" algo de su patrimonio y lo "afecta" al trust; no hay mandato, ni depósito, ni locación. No ingresa al patrimonio del trustee, y, en consecuencia, no hay préstamo ni donación. Y su administración es severamente controlada por los jueces, quienes intervienen ante cualquier denuncia del beneficiary. Sus especies más difundidas son e^ Express trust, creado por la voluntad del settlor enunciada de manera expresa (con sus subespecies: executed trust y executory trust); el Implied trust, o "trust" implícito, fundado en la intención presunta del creador; el Constructive trust, en el que la figura cobra nacimiento a través de una interpretación de la Equity, tribunal que tiene la facultad de constituirlo cuando las circunstancias del caso y las conductas de los sujetos lo hacen pertinente (v. gr., para remediar casos de dolo, de enriquecimiento injusto, etc.), con un criterio pragmatista y, al mismo tiempo, aleccionador). Va con lo dicho que la original figura inglesa es por completo diversa de la manera romana del negocio fiduciario. Aquella enraiza en el concepto disociado de la propiedad, que no es aceptado en el "Derecho continental". De allí deviene esa forma dicotómica del dominio que es el use, creado por los tribunales de Equity para paliar los peligros de la confiscación y la persecución, en ocasiones históricas memorables como 'La Guerra de las Dos Rosas", Las Cruzadas, etcétera, según recuerda Levy-Ullmann. En tales casos el prete-nom aparecía ante el Common Law (Derecho estricto) como propietario, pese a que en realidad administraba para otro. La restante rama del Derecho inglés, la de Equidad, supletoria y correctiva del Derecho común, creó con posterioridad una acción en protección del beneficiario, con lo que el trustee quedó obligado legalmente. Así, la /¿des, que comunicaba en el fondo a ambas figuras, se reemplazó por la fiducia legal, con lo que la relación salió del marco de lo personal para ir a dar "con sombra y color de impersonalidad al área de los derechos reales, a los que se asemeja más esta institución sui géneris". (Jordano Barea.) IV. ¿Es posible la regulación legislativa del negocio fiduciario? La pregunta acuciante ha dividido a los autores. Hay quienes entienden que no es posible sujetar a cánones legales a la fiducia, porque la relación de confianza debe jugar suelta dentro del marco de la buena fe. No faltan, sin embargo, los que sostienen que al margen de esos encuadres rigurosos es hora de abrir brecha para la composición de intereses encontrados que pujan por obtener solución a sus conflictos en nuevos criterios de política jurídica, patrocinando, en consecuencia de ello, su recepción aun a riesgo de deformar algunos de sus rasgos prodrómicos. Dejando de lado esa cuestión crítica, veamos de qué manera se ha procedido a su recepción, a cuyo fin consideraremos en un primer grupo (A) los Códigos de impronta románica, en un segundo (B) los de conformación anglosajona y en un tercero (C) el Derecho de los países continentales, que lo han reglamentado. A) Pártase de la regla de que lo no prohibido está permitido, y se tendrá el panorama, en principio abierto, de las legislaciones codificadas a la manera del Código Napoleón. Pero a esa regla libertaria limitan otros principios: toda relación jurídica debe tener una causa plausible, un fin estimable, y si de constituir derechos reales se trata, débese respetar la enumeración estricta que por lo general hacen a ese respecto los Códigos (encerrándolos en mención que es numerus clausus). Tales razones obligan al negocio fiduciario, como recuerda Claret y Martí, a vegetar en una vida paralela y lateral al Derecho positivo con moderado acogimiento jurisprudencial. B) Ya se vio, al diseñar su antecedente histórico, cómo es que el trust alcanzó rango legislativo en Inglaterra. Allí rigen estas leyes que lo definen: Statute of frauds (1677), Statute o/ wills (1837), Public Trustee Act (1906), Bankruptcy Act (1914), Trustee Act (1925), Law of Property Act (1925), Limitation Act (1939), Treuste investment Act (1961), etcétera. C) Consideraremos aquí las legislaciones que han receptado la fiducia en alguna de sus modalidades ya enunciadas. 1. El Código civil del Japón, elaborado sobre la base del BGB germánico, incorporó en 1922 y 1923 sendas leyes de trust civiles y comerciales, respectivamente. Permite crear, por acto entre vivos o testamento, lo que nomina como "acto fiduciario", especie civil muy similar a la inglesa. En cuanto a la versión japonesa del Derecho mercantil, la ley exige la intervención de una sociedad anónima con un capital mínimo de 1.000.000 de yens, autorizada por el Ministerio de Hacienda, en protección de settlors y trustees. El Principado de Licchtenstein tiene también, pese a su enclavamiento geográfico y jurídico continental, una ley de trust que data de 1926 y se incorporó a su Código de personas y asociaciones (arts. 897 a 932, 614 y 615). También en ella el fiduciario, que a la manera teutona llama treuhander, está investido de un verdadero derecho real (dinglich). Lo mismo puede decirse de la regulación del trust en el Código civil de Filipinas, dictado en el año 1949, y de la "ley de fiducia" de 1879, incomporada como artículo 981 del Código civil de Quebec, de extracción románica. Todas siguen la versión inglesa del trust. 2. De otro costado podemos computar la presencia de legislaciones que han adoptado la modalidad germánica y, como matiz diferencial, la de los países latinoamericanos, que han patrocinado derivaciones del trust en la forma particular del fideicomiso. Alemania no incluyó el negocio fiduciario en su Código civil de 1900, pero la ley de 1909 sobre hipotecas de edificios en construcción y la de 1925 (Aufwertung) han introducido el oficio de trehander, cuya etimología denuncia al treuhand, es decir, "mano fiel", que es una suerte de trustee. Parecida situación se observa en Austria a partir de la ley de 1933. 3. Para concluir con esta visión de la legislación comparada vale la pena notar el movimiento que sobre plataforma románica realizan diversos países latinoamericanos que han institucionalizado el "fideicomiso", como variante del trust anglosajón, con modificaciones provenientes del sistema continental y teutónico, con lo que el resultado no es idéntico ni la similitud absoluta. Panamá tiene su ley de fideicomiso desde 1925. (con reformas en 1941); Méjico, desde 1932; Puerto Rico dictó la suya en 1928 y la incorporó al Código civil en 1930. Venezuela legisló la figura en 1956 y El Salvador lo había hecho en 1937. Desde entonces su patrocinio es creciente, habiendo recomendado su adopción la Séptima Conferencia Interamericana de Abogados (Montevideo, 1951) y el Congreso Internacional de Derecho Privado reunido en Roma (1950). Sobre tal avance, sus conveniencias y dificultades, es ilustrativo el estudio realizado por Roberto Goldschmdit ("El fideicomiso en América Latina", en Revista de Derecho de Caracas, 1960, n1? 20, pág. 35) y el agudo análisis de Waldemar Ferreira ("O trust angloamericano e o fideicomiso latinoamericano", en Estudio de homenaje a Leopoldo Meló, 1956, pág. 79), quienes llegan a la conclusión de que el déficit legislativo que padecen los nuevos países acerca de problemas cada vez más importantes obligan a sus abogados y a sus jueces a ingeniarse en la invención de soluciones que a veces vienen provistas por vía de trasplante de ajenas instituciones. Baste aquí con mostrar este hecho, que es irreversible, sin que corresponda abrir juicio crítico acerca de su futuro, sobre el cual será la experiencia —vital decisora— la que, sin duda alguna, dirá la última palabra. V. Ante la constante sociológica connotada por la historia y la comparación, conviene precisar ahora cuál es la mecánica interna y la particular esencia del negocio fiduciario, lo que permitirá distinguirlo de figuras afines (autonomía) y juzgar las posibilidades de su admisión (validez) en un determinado derecho positivo. Lúcidamente ha visto Assfalg, en un reciente trabajo (citado por Puig Brutau), la estructura íntima de lo que él abstrae como "relación fiduciaria". Ella existe cuando "el propietario de una cosa (o titular de un derecho) ya no tiene un interés económico en la misma, sino que ha de arministrarla en interés de otro sujeto de derecho que puede estimarla justamente como suya antes de que se le transmita el título de propiedad". Si prosiguiendo nuestro examen practicamos una penetración transversal en la figura, fácil será comprobar la existencia sobrepuesta de dos aspectos que integran una unidad compleja: un negocio real de disposición y otro de contenido obligacional; una venta o cesión, verbigracia, y una obligación de administrar, hasta que la retransmisión se produzca por imperio del acuerdo celebrado. La doctrina discute si se trata de dos actos homogéneos o heterogéneos, o si, por el contrario, hay sólo un acto complejo. Lo cierto es que la unidad es aquí, como en todo el queahacer humano y cultural, de rango teleológico: la finalidad —garantizar, administrar, etcétera, y no adquirir— es lo que da unidad a la apariencia bifronte (conf.: Cámara, Simulación en los actos jurídicos, pág. 56), permitiendo distinguir como fenómeno autónomo a este particular vínculo económico-patrimonial, fundado en la confianza, vehiculizado por un acto complejo y que cuenta con una causa atípica digna de protección jurídica. VI. 1. Dentro de esa esencia íntima se mueven los sujetos de la relación fiduciaria, a quienes se distingue con los nombres de fiduciante y fiduciario. (Prescindimos de mencionar al tercero, eventual destinatario de la cosa o crédito "subfiducia", porque regularmente él no forma parte de la figura, con lo que se visualiza una tajante diferencia con el trust.) El fiduciante es quien tiene la titularidad de la cosa (o derecho) antes de la celebración del acto y se quita de él para transferirlo al fiduciario. Ha sido hasta entonces el sujeto activo del derecho real, pero deja de serlo. En cambio de ello adquiere la titularidad de un derecho personal —cuyo alcance precisaremos en seguida— a obtener la devolución de la cosa (si la fiducia es ^.e la especie cum creditore) o su entrega a un tercero (si la fiducia es cum amico, en beneficio de otro). Derecho personal que puede resolverse, en caso de hacerse efectivo el riesgo que siempre corre el fiduciante como nota relevante del negocio, en un derecho creditorio de indemnización. El fiduciario, por su parte, y según resulta por vía de contraluz con el rol del fiduciante, es quien recibe la propiedad de la cosa, pasa a ejercer la plenitud del derecho real sobre ella y se convierte en sujeto pasivo de la obligación de restituir, entregar a un tercero o abonar la indemnización si hubiese incurrido en la frustración del efecto normal en virtud de violación de la confianza. 2. Otro elemento del negocio fiduciario es el objeto, es decir, aquello sobre lo que el acto recae. El rasgo más significativo que acerca de él debe mostrarse es su carácter de determinado, porque la cosa o el crédito, como recuerda Cariota Ferrara, debe hallarse in individuo para que juegue la fides que vertebra la figura. Si no fuera así (imagínense obligaciones que versen sobre objetos consumibles o fungibles, genéricos o inde- terminados), la regla de la indisponibilidad carecería de sentido. Esta exigencia se correlaciona con la naturaleza del derecho que asiste al fiduciante en el segundo momento del negocio: el obligacional. Allí, el dador de la cosa, que aspira a su restitución en ciertas condiciones, es ni más ni menos que un acreedor de dominio, con lo que queda dicho que se trata de un acreedor que tiene derecho a obtener la entrega material de una cosa determinada, junto con la realización de todos los actos necesarios para que esa entrega se perfeccione. (Conf.: Núñez Lagos.) Este carácter de la cosa (individuación) y esa especial naturaleza del derecho del fiduciante (acreedor de dominio) marcan la confluencia entre el derecho real que detenta el fiduciario y el derecho personal Que tiene por objeto a esa misma cosa, que es de la esencia del negocio fiduciario y en cuya virtud "sobre el derecho de propiedad del obligado (fiduciario) pesa la obligación contractual de entregar la cosa y la legal de custodiarla con la debida diligencia". (Puig Brutau.) VII. 3. Pese a tratarse de un elemento que se caracteriza por su alta dosis de equivocidad (Diez-Picazo), sobre el cual reina la más absoluta falta de homogeneidad (Dualde), pensamos que en el desarrollo actual del Derecho occidental no es posible aún marginar la construcción que bajo el nombre de causa permite ubicar el por qué de un acto voluntario (Alfred Reig) y satisfacer la necesidad de justificación a que aspira el hombre ante cualquier fenómeno jurídico (Vedel). Frente a tales ventajas se alzan sus detractores señalando, muchas veces con razón y otras atendiendo más a los retruécanos que se han lanzado al ristre de su oscuridad, incoherencia o inutilidad, la incertidumbre que rodea a cuantos Incursionan por los mil caminos de la teoría de la causalidad. Lo cierto es que con este nombre o con el concepto de función económico-social fiel contrato se continúa necesitando la ortopedia legal que explique el negocio jurídico y permita un contralor de su legitimidad y de su impronta ética. Pero no es éste, desde luego, el sitio para recordar la larga trayectoria cumplida por el azaroso tema ni las evoluciones y matices de las escuelas objetivistas y subjetivistas que, alternativamente, han impuesto su opinión en la materia. Aquí sólo conviene fijar cuál es la Instancia actual del problema y sus implicancias en el negocio fiduciario. Y a esa tarea nos contraeremos. La doctrina de los autores la ha receptado, en general, como una causa atípica, es decir, como una de aquellas no definidas expresamente por la ley, pero congruentes con el principio de autonomía de la voluntad que permite al hombre la creación de figuras innominadas, cuando ellas son útiles para proveer a la solución de los problemas no resueltos específicamente por la ley. Es la opinión compartida por Jordano Barea, Grassetti, Navarro Martorell, Betti, Enneccerus, Goldschmidt, Diez-Picazo y otros. Frente a esta tesitura abierta se planta la postura negativista que sostiene la inexistencia dogmática del negocio fiduaciario en razón, precisamente, de carecer de causa autónoma (Alfredo Orgaz), o por tratarse de un negocio indirecto en el que la causa del negocio directo está usada en otro sentido (Cariota-Ferrara), y, finalmente —como sostienen Crome y Segré— porque se trata de un negocio abstracto. Para esclarecer el intríngulis es menester poner un poco de orden, primeramente, en los conceptos básicos del asunto. Desde luego no se trata aquí de la causa-fuente (por qué se debe: contrato, delito, etc.), sino de la causa-fin o causa eficiente del negocio (para qué se contrata, cuál es su razón suficiente). Es decir, que no estamos abocados a la precisación del "por qué" (causafuente o causa de la obligación), sino a la del "para qué" o fundamento del negocio, según la más moderna de las clasificaciones de la causa (Diez-Picazo), que hace eje en este concepto: todo desplazamiento de bienes debe tener su origen en una razón que el ordenamiento considere justa. Desde este punto de vista no se puede hesitar, y hay que convenir en que todo acto se realiza para producir un efecto jurídico, sea para ejecutar una obligación, para obtener una contraprestación o enriquecer a otro. Pero es indispensable dar un paso más en la investigación del tema. Porque si consideramos ya exclusivamente la causa del negocio, aún es posible incurrir en un nuevo equívoco. Es que al preguntarnos por qué se lo realiza, a veces se contesta no con la respuesta adecuada (que es la que configura la causa o fundamento), sino con otra que responde a una encuesta distinta: ¿por qué se lo protege? (que nada tiene que ver con nuestro asunto, porque contiene la clave de un tema diferente: el de la protección legal, el del expreso acogimiento, que en verdad es indiferente, porque la ley puede dejar abierta la posibilidad de creación de figuras atípicas o innominadas, como es común) . Éste es el equívoco que no marginan quienes responden que la causa es la función económico-social del acto, relevada por la ley en el dispositivo que la define y protege. Y como advierten que el Derecho positivo no regula el negocio fiduciario, concluyen que carece de autonomía, porque carece de causa. Es preciso, sin embargo, puntualizar que ese razonamiento contiene una grave fisura que termina por aniquilar su aparente contundencia lógica. Y es la siguien- te: tanto el negocio íiduciario como el negocio simulado, pero éste con regulación legal, tienen causa, es decir fundamento y finalidad que lo explica, aunque su función no se corresponda con un tipo legal determinado. Y esa falta de tipo —bueno es concluir— no es suficiente para destruir su existencia y la inveterada práctica que le torna un vivo instrumento jurídico. Débese, pues, dejar de lado, para precisar cuál es la causa del negocio fiduciario, todo lo atinente a la función del negocio, todo cuanto pretenda responder a la inquisición ¿por qué se protege el negocio? En lugar de ello es menester interrogarnos acerca de por qué se lo realiza, es decir, cuál es su causa eficiente. Acerca de este punto, la doctrina moderna ha avanzado grandemente en los últimos tiempos. Los autores alemanes y también los españoles han llegado a precisiones antes nunca conseguidas mediante el deslinde precedente y este que ahora enunciamos. Se trata de distinguir en todo negocio jurídico la posibilidad que existe en el sentido do ser simple o complejo; de agotarse en sí mismo o constituir la base para que en él se afiance otro acto. A este respecto se habla de "actos iniciales" (grundgeschafte) y de actos ejecutivos" (leistung o erjüllungsgeschafte). El problema de la causa sólo se refiere a los primeros, porque los "ejecutivos" presuponen otro anterior (que es causa-fuente) o están desvinculados de él por imperio de la ley, en el caso de los abstractos. En un negocio inicial, en consecuencia, habrá siempre un propósito empírico, común a las dos partes, que es la base misma del negocio, porque encarna el intento práctico que lo justifica. Y ésa es la causa (en el sentido eficiente antes relacionado) que explica el acto jurídico, el fundamento y por qué de su realización, que la partes han reglamentado autónomamente a través del negocio. Viniendo ya —que es buena hora— al negocio fiduciario, bien se deja ver que en cualquier caso (modalidad de garantía o de administración) el fin y la causa residen en el particular propósito de transferir la propiedad de una cosa o un crédito que alguien hace a otro en quien se confía que dará al objeto el tratamiento convenido (usar, conservar, administrar, retener, entregar a un tercero) y lo restituirá, en cumplimiento del pacto anejo a la transferen- cia, una vez agotada la finalidad perseguida (de garantía, de administración etc.). Hay, como lo tenemos dicho antes, un acto jurídico complejo plenamente unificado por ese práctico intento, común a fiduciante y fiduciario, que es la base del negocio y conforma la causee fiducice, que es una modalidad de la causa credendi (de credere, confiar) . Porque la confianza es el alma del negocio fiduciario, lo que anida en su ser más profundo y se refleja en la mecánica jurídica de su compleja estructura. (Conf.: V. Thur, Schony, Jordano Barea, Goldschmidt, Navarro Martorell, Diez-Picazo, etc.) Conclusión que no empalidece por el reparo que introduce Pugliese acerca de que los "tipos legales" son inelásticos, porque hay doctrina uniforme en el sentido opuesto: el número de causas jurídicas es ilimitado siempre que respondan a una necesidad y se inordenen en el bien común. VIII. Pero esta conclusión nos precipita en el problema de la admisibilidad del negocio en un Derecho positivo concreto. Y para elucidar el problema habrá que confrontar el sistema jurídico destinado a ampararlo con la necesidad que las partes tienen de conferir uno y adquirir el otro, una forma de garantía o de administración más intensa que las habituales (hipoteca, prenda, mandato, etc.). Para oponerse a su reconocimiento se señala por los adversarios de la figura que como el medio utilizado determina la transferencia de la propiedad (venta, cesión, etc.) y el fin perseguido es limitativo (garantía, administración), el iodo hace una transmisión temporal de la propiedad que es repelida —dicen— por el Derecho. (Grassetti.) La apodíctica afirmación parece ilevantable, pero a poco que se indaga en la naturaleza íntima de la fiducia y se la coteja con la llamada "propiedad temporal" (la propiedad imperfecta o fiduciaria del artículo 2662 del Código civil argentino) se advierten las diferencias que las aislan y separan: en la transmisión fiduciaria hay una transferencia plena y perfecta de la propiedad que ab initio se traslada de un patrimonio a otro sin limitación de tiempo, aunque con carácter provisional; en el dominio imperfecto, en cambio, la transferencia nace con la pecata minuta de su minor valía, ya que sólo subsistirá durante el tiempo prefijado en el acto de constitución, con todas las graves consecuencias que esa diferencia conceptual transmite a los derechos del propietario imperfecto y a sus responsabilidades. Pero lo más significativo es que ninguna de las formas de la fiducia, ni la cum creditore, ni la cum amico toleran la prefijación de un término. El plazo es, considerado genéricamente, como opuesto, en esencia, a tales figuras. En la primera, verbigracia, la devolución de la cosa objeto de la garantía tiene lugar cuando del deudor paga la deuda (para cuya prestación puede no haber plazo alguno); en la fiducia de administración, a su turno, la retransmisión debe operarse una vez cumplido el fin propuesto, lo que en la mayor parte de los casos —como recuerda Jordano Barea— no puede precisarse en el tiempo por anticipado. Si, a contrario sensu, se fija un término extintivo o resolutorio, se destruyen las bases mismas del negocio, ya que en caso de cumplimiento anticipado o agotamiento de la finalidad de administración, también prematuras, estaría vedado a las partes la retransmisión, en razón de no haberse agotado el plazo respectivo. Amén de que si la fiducia se conforma con vistas a la transferencia a un tercero, no se advierte cómo se pueda compaginar la libre voluntad de éste con el alcance limitativo, restrictivo y sobre todo temporal de semejante negocio. Tales posturas impugnadoras del negocio fiduciario parten siempre de la disociación del acto en dos fases absolutamente autónomas: el negocio real y el obligacional; llegándose en casos a marcar tajantes diferencias en la propiedad del objeto subfiducia (llamando formal a la del fiduciario, y material o económica a la del fiduciante). Es la actitud de Puchs, la de Pestalozza y en general la de cuantos siguiendo las aguas del Derecho alemán (cuya justificación histórica le convierte en fenómeno particular) piensan que esa disociación es viable. Nosotros discrepamos con una tal interpretación. Y lo hacemos no sólo fundados en la intolerancia que el Derecho no germánico siente hacia esas formas extrañas de división de lo unitario, sino, primordialmente, porque el negocio fiduciario no necesita de ese artificio. Y esto es así en razón de que el medio (la transmisión) es sólo querido en función del fin de garantía o de administración; es decir, que iodo el acto se ve insuflado por el soplo coloreador de la causee fiducice. La transferencia, en consecuencia de ello, es plena; causa efectos erga omnes frente a terceros y aun para el propio fiduciante. Todo lo que ocurre es que sobre el fiduciario actúa el pactum, y en virtud de él las cosas pueden retrotraerse a la situación anterior (siempre que sea posible), sin que sea necesario pensar en la existencia de una categoría particular de propiedad. El todo es específico a través de una causa también especial. Se trata ahora de enjuiciar críticamente los sistemas legales conocidos para saber su grado de tolerancia a la fiducia; es decir, que lo que está en cuestión —otra vez— es el poder de la voluntad dirigida a obtener efectos jurídicos traslaticios cuando se vale de un acto jurídico no típico, cuando esa voluntad no coincide exactamente con uno de los esquemas nominados por el derecho objetivo. Para hallar la clave de su inserción en el plazo de los actos jurídicos válidos —tesis que patrocinamos— es necesario, simplemente, mantener homogeneidad en el razonamiento. Y así, si la causa era para nosotros el "para qué" de la conducta, si era el propósito práctico que hace de razón suficiente del obrar, es lógico que pueda distinguirse en todo acto jurídico un intento económico (o social) y, de otro costado, un intento jurídico, a través del cual ingresa aquella apetencia en el universo del Derecho. Y al pronto se ve que hoy —y tal vez nunca— la coincidencia entrambos intentos no ha sido matemáticamente exacta, restando campos vastos que han permanecido sin cubrir por la ley y librados al quehacer creador de los sujetos, en una clara demostración de que el Derecho es para el hombre y no a la inversa. Aquí llegamos al meollo del asunto. Porque lo que la vida enseña —y esto fue visto lúcidamente por Enneccerus— es que antes que un querer jurídico, o simultáneamente con él en todo caso, hay siempre un querer empírico, una voluntad de contenido económico-social, típica o no, según que la ley la haya predefinido o la haya dejado librada a la mecánica que le asignaran sus creadores. (Conf.: Navarro Martorell, Bonet Ramón, Jordano Barea, Grassetti.) Desde luego que el hecho de que la ley no haya prefijado el tipo no significa, por ello, que lo que los sujetos actuaren carezca de eficacia. Porque la regla es la de la libertad de actuación en todo cuanto no se halle prohibido, como en bella fórmula se expresa en el artículo 19 de la Constitución nacional argentina. Por lo tanto, mientras no se demuestre que el campo de la libertad contractual está acotado por un numerus clausus de causas válidas que veden toda creación marginal a ellas, se podrá admitir una causee fiducice atípica creada para satisfacer una necasidad humana (intento económico o social) por la autonomía privada en ejercicio de su derecho primigenio. Lo que resulta plausible aun desde el punto de vista de la política jurídica, porque las formas atípicas vienen a cubrir las lagunas que deja el desajuste entre la inercia de los esquemas típicos y la variabilidad infinita y dinámica de las necesidades. (Conf. Masnatta.) Esa laboral integradora y creacional no reconoce otros límites que los muy generales impuestos a la autarquía de la voluntad por la ley, la moral, las buenas costumbres y el orden público. De allí que toda regulación privada de los intereses propios cumplida dentro de esos límites deba ser acogida (Luigi Ferri, La autonomía privada, Madrid, 1962), y, a la inversa, sólo son ineficaces los negocios obrados sin respetar las limitaciones emergentes de la propia naturaleza del acto (v. gr., la libertad es reina en el negocio patrimonial, pero no en el negocio familiar), las de las leyes imperativas (mengua en punto a capacidad, forma, consentimiento) y las de la superestructura legal mentada como orden público en las pautas estereotipadas por la moral y la costumbre medias. Si el negocio fiduciario cumple con tales recaudos, su admisibilidad será inexcusable. IX. Pero dejemos ya el campo de la especulación abstracta para descender a la concreta aplicación de los principios enunciados a nuestro Derecho positivo. ¿Es admisible un negocio fiduciario frente a la ley civil o comercial? Esquemáticamente res~ ponderemos a la encuesta, porque entendemos haber dado ya las claves precisas en que nos asentamos para hacerlo. Al efecto, debe notarse: a) Que ningún precepto del Derecho privado se opone, expresa ni implícitamente, a la fiducia. b) Aunque tampoco es posible hallar una norma legal que le brinde apoyatura inequívoca. c) Pero como los artículos 944, 1137 y 1197 del Código civil (todos aplicables en sede mercantil a través del reenvío formulado por el artículo 207 del Código de comercio, refirmatorio del precepto I de su título preliminar) autorizan una amplia libertad de contratar, la que puede tener por objeto "cualquier especie de prestación" (art. 1168 del Código civil) —en el caso, el desplazamiento fiduciario cum pactum— y comprende "todas las consecuencias que pueda considerarse que hubiesen sido virtualmente comprendidas en ellos (los contratos)", como declara el artículo 1198. d) Y como, por otra parte, no hay en nuestro Derecho obligación sin causa (artículo 499 del Código civil), la que se presupone si no consta (art. 500 del Código civil) y la ley no clausura esas causas en número cerrado, autorizando, en cambio, los negocios innominados. e) Sin que existan tampoco límites en los negocias reales definidos por el artículo 1141 (lo que no debe confundirse con la limitación de los derechos reales, art. 2503 del Código civil), es válido sostener que el negocio puede ser atípico (art. 1143) y por lo tanto numerus apertus. f) Con lo que se cierra el círculo del ra- zonamiento legal, pudiéndose concluir que no hay límite a la autonomía privada y por lo tanto no hay obstáculo en que alguien adquiera la plena titularidad de un derecho, con fines de garantía o de administración, instituyendo un negocio fiduciario, por lo que no corresponde restringir la capacidad creadora de la voluntad jurídica, so pretexto del principio de seguridad, que desconoce las necesidades del comercio, cuando no existe mengua de la ley ni el orden público. X. Juzgada la viabilidad de su existencia, procedamos ahora a su clasificación, tarea que permitirá acotar el campo propio de su radicación. Generalmente se siguen dos caminos para sistematizarlos. El primero refiere la clasificación a la raíz lógica del amparo legal. Y los distingue en "negocios fiduciarios propiamente dichos", por una parte, y en "negocios fiduciarios legales", por la otra. Aquéllos son, en el decir certero de Jordano Barea, los verdaderos negocios fiduciarios, porque en ellos la confianza es el alma del acto, su sustento y vertebración. En los segundos, en cambio, la regulación legal subroga a la fides y, borrando los efectos del riesgo, ínsito en la figura, proporciona las acciones personales y reales necesarias para mantener el equilibrio jurídico. Es el caso de la fiducia germánica, de efectos reales; el del trust anglosajón, y el de la propiedad fiduciaria del Código civil argentino. Se trata de casos que Navarro Martorell designa como de fiducia "impura o mixta", que en rigor no constituyen casos de fiducia romana. Es preferible optar por la otra manera clasificatoria. La que los distingue, según su finalidad, en negocios fiduciarios de garantía (la fiducia cum creditore, verbigracia) y los de administración (la fiduciaria cum amico), cuyas especies se pueden multiplicar en la misma medida en que pueda crearlos la necesidad e inteligencia del hombre. Entre otros casos, pueden mencionarse, sin ánimo de agotar la lista, la hipótesis de la transferencia de peligro, ante el evento de una expropiación confiscatoria o fundada en persecución; la de la venta para administrar, como sucedáneo del mandato; la cesión de la propiedad de la acción de una sociedad anónima a los fines de que el cesionario concurra a una asamblea societaria y vote en un determinado sentido; el caso del endoso "en pleno" o en blanco, con fines de cobranza; la transmisión de una cosa con cargo de ulterior transferencia a un tercero predeterminado, etcétera. XI. Provocar el deslinde de los negocios fiduciarios es nuestra tarea inmediata, y con ella procuraremos satisfacer una apetencia sentida: la de precisar su enclavamiento en medio de las diversas especies de actos jurídicos. 1. Para ubicarlos dentro de un género últimamente difundido por las doctrinas italiana y alemana, la de los negocios de confianza (Cariotta Ferrara, Ambrosini), diremos que los negocios fiduciarios contienen importantes afinidades con ellos. Y bastará mentar el concepto del negocio de confianza para que se esclarezca su parentesco: son aquellos en los que un sujeto confía un interés a otro que lo ejerce por cuenta propia y en interés ajeno. Son ejemplos típicos el contrato de mandato, el de depósito, comisión, la preposición institoria y cuantos más finquen un desplazamiento patrimonial y jurídico en una previa relación psicológica (Navarro Martorell) que justifica el apoderamiento de quien ha generado esa fe, por sus condiciones personales (lealtad, probidad), técnicas (título, especialidad, experiencia) o por ambas a la vez. Sobre ese concepto se ha construido la teoría de los negocios de confianza, muy bien sistematizada por Rumppff, para quien las especies que pueden darse en las relaciones económico-jurídicas que hacen su base oscilan entre los que llama "contactos de intereses" (venta, permuta), pasando por las "fusiones de intereses" (sociedad, aparcería, negocios de cooperación), hasta llegar a las "uniones de intereses" (locación) y a la "representación de intereses", el último de los cuales —en su opinión— abrazaría a los negocios fiduciarios. Una nota diferencial resalta al pronto: en el género (negocio de confianza, vertrauensgechafte en Derecho alemán), la confianza, que corporiza el negocio como una mediata justificación de su desencadenamiento, se encuentra regulada hasta en sus menores detalles, de manera tal que cubre legalmente todas las posibilidades, descartando riesgos y peligros. Éstos, en cambio, son anejos al libre juego de la confianza que origina el negocio fiduciario (fiduciarische rechtsgeschafte en Derecho alemán) y se prolonga, sin protección legal, a lo largo de toda su existencia. Esto es suficiente y no constituye un aspecto meramente externo, porque la ausencia de regulación es consustancial con la versión romana de la fiducia para fundar un matiz diferencial del género e instituir su presencia con la necesaria y especial autonomía (Jordano Barea). 2. Como la opinión de autoridad de Stolfi, entre los extranjeros, y la de Orgaz, Cámara y Borda, entre nosotros, asimila los negocios fiduciarios a los actos simulatorios, se hace urgente para quien transite esta senda eri- zada de dificultades que conduce al deslinde de la fiducia, proceder a su cotejo. Para aclarar de arranque el panorama digamos que es menester desechar el caso del acto simulado obrado con fines de engaño a terceros, modo de conducta que no solamente nada tiene que ver con la fiducia sino que da de pleno en el área de los actos ilícitos o fraudulentos. Aquí, en cambio, se trata de actos que como agudamente mostrara Carnelutti "no tienen sombra de iniura", porque son —además— un "juego a cartas descubiertas" (Regeslberger) y un virtual proceso "a la luz del sol" (Ascarelli). Débese efectuar en consecuencia, a cuantos adoptando una presentación lineal y excesivamente simplista del esquema procuran identificarlos sin atender a todos los factores y elementos que deben ser necesariamente ponderados para arribar a un corolario de verdad. Porque también hay diferencias que mueven, racionalmente, a señalar sus discrepantes estructuras. Y así: a) Mientras el negocio simulado es fingido, no real, no querido; el negocio fiduciario existe, es real y querido por las partes (conf.: Ferrara, Ascarelli, Jordano Barea, Navarro Martorell, etc.). b) En tanto que la finalidad del acto simulatorio es de engaño (y las más de las veces ilícito), el negocio fiduciario es, por regla general (como lo acepta Orgaz), un negocio lícito que tiene por fin superar el déficit legal o adecuar una relación económica a una modalidad atípica, para menguar, como enseña Ferrara, las consecuencias facheuses de un negocio. c) Y en cuanto a sus efectos, mientras la simulación ilícita —que es la más común— concluye en la nulidad del acto (ver artículo 959, nota art. 956, arts. 1044 y 502), la que se puede hacer valer por vía de acción o de excepción (Llambías); en el negocio fiduciario, por contraste, el acto es plenamente válido, si se admite la libre creación de la autarquía privada en materia de negocios innominados (arts. 1197 y 1143). En otros casos se suelen marcar semejanzas aparenciales, fundadas en la diferente concepción profunda que del acto simulado tenga el autor confrontado. Es lo que ocurre con Goltz y con Fadda, para quienes, como el negocio simulado encierra dos actos distintos y autónomos, uno de los cuales anula al otro, y el negocio fiduciario tendría también una estructura compleja, estarían dadas las bases para su parificación. La refutación ha sido cumplida en amplitud por Ferrara, quien demostró que la unidad ideológica de la simulación impide hablar dicotómicamente de dos actos. Pero además de estas notas genéricas que fundamentalmente marcan las diferencias sobre el aspecto intencional y causal (en la simulación es básico el ánimo decipiendi y en la fiducia, no), pueden precisarse concretos efectos de uno y otro negocio que no permiten hesitar. Y así: producida la declaración de nulidad que apareja la puesta en marcha de la acción en declaración de simulación y supuesta la sentencia que se dicta en su consecuencia, el ficto comprador (si de compraventa se trata) tiene derecho al reembolso de los gastos de conservación de la cosa, por aplicación de lo dispuesto en el artículo 2224 del Código civil (Fallos, Cód. civil 4.213), mientras que el fiduciario —en igual caso de restitución— no tiene derecho a tal reembolso, en razón de haber realizado gastos sobre la cosa propia. En una hipótesis similar a la anterior, pero referida a los frutos percibidos, el vendedor simulado (que es el dueño de la cosa) puede repetir del comprador simulado (que no lo era sino aparentemente) los frutos de la cosa (solución expresamente contenida en el Código de comercio de Honduras, art. 759). Tal solución no puede propiciarse en punto al negocio fiduciario ya que los frutos percibidos o dejados de percibir lo han sido por el fiduciario, que es el dueño de la cosa, lo que obsta a su repetición (art. 2320 del Cód. civil). En igual situación el comprador simulado, anulada la venta por vicio de simulación, tiene derecho al pago de las mejoras que hubiera, introducido en la cosa, aunque sea de mala fe, mientras que el fiduciario carece de ese derecho por haber realizado las mejoras en cosa propia. No obstante tan claras diferencias la jurisprudencia no siempre ha avizorado los claros lindes de problema y marginando la existencia dogmática del negocio fiduciario se ha inclinado por declarar en ellos una simulación relativa. Tal ha ocurrido en los casos de ventas con fines de garantía; ventas con fines de locación; cesión para mandato; venta para administración, etcétera, que pueden consultarse en Jurisprudencia Argentina, 30, 90; 14, 801; 18, 1237; Gaceta del Foro, 150, 169; La Ley, 79, 248 y los que cita la Cámara (Simulación de los Actos Jurídicos, pág. 236 y n? 32). Con conclusiones como las de las sentencias mentadas se cierra el círculo creacional deferido a la autonomía de la voluntad, jugada dentro de los límites de lo lícito y se olvida que siendo el Derecho una ciencia pragmática debe atender a validar y a dar amparo a todo lo que es útil y no pernicioso, porque utile per utile non vitiatur. 3. Menos victoriosa para la autonomía del negocio fiduciario resulta su confrontación con los llamados negocios indirectos, esa manifestación que viene a suplir lo que Ascarelli llamara inercia jurídica, traducida en lagunas del Derecho, que impone a la doctrina y a la jurisprudencia la necesidad de dar valor a las nuevas creaciones de la vida económica y social. (Yadarola, "El neg. jurídico indirecto y la sociedad anónima de un solo socio", Homenaje a Yadarola, Un. Nac. Cba., II, 378). Esta forma del comercio jurídico, que desde luego no es nueva como que ya la frecuentó el genio romano, consiste en la utilización de un negocio jurídico para obtener un fin práctico, que no es el que corresponde directamente a la índole del negocio empleado; es decir que, como gráficamente mostrara Ferrara, los actos indirectos son aquellos en los que las partes toman atajos y caminos transversales para conseguir aquello que no pueden alcanzar por una vía inmediata o directa. Debe descartarse aquí toda simulación y cualquier género de fraude (legis o de terceros) ya que se trata de negocios reales, serios, perfectamente lícitos y realizados de conformidad al Derecho objetivo —nunca en su violación, en cuyo caso habrá fraude o simulación ilícita— y adecuados por lo tanto, a los fines económicos que no se hallan prohibidos por la ley. Pero, como en todos los casos, las partes se valen de formas típicas (es decir previamente definidas por la ley) para fines que exceden de los límites de aquellas o quedan exiguos a su respecto (v. gr. mandato o venta, con fines de donación; mandato irrevocable, con fines de garantía o de sociedad; la institución de heredero con fines de reconocimiento de hijo natural, etc.) se plantea el problema de decidir acerca de qué aspecto debe predominar en caso de conflicto: si el negocio típico utilizado indirectamente o los fines atípleos o indirectos que resultan de computar no la causa (típica), sino los motivos que las partes tuvieron en vista al contratar. Esto importa retrotraer este estudio al capítulo en que desarrollamos el complejo tema de la causa. De allí nos limitaremos, ahora, a entresacar los elementos que consideramos decisivos para la dilucidación del asunto respecto del negocio indirecto, lo que nos permitirá abrir juicio sobre su autonomía y la del negocio fiduciario. Reiteramos desde ya un concepto que antes dimos: cuando hablamos de causa entendemos no la fuente de los contratos ni la de los negocios jurídicos. Entendemos la finalidad o razón económico-jurídica de la obligación, es decir la versión que de ella dan los artículos 500, 501 y 502 del Código civil. Prescindimos, en consecuencia, de la ' idea de motivo impulsor o psicológico, que es común a todo acto humano (porque na- die se determina sin motivos), pero que —salvo contadas excepciones— es meramente interno y por lo tanto ineficaz para el Derecho. Y como las partes, tratándose de negocios patrimoniales, persiguen finalidades económicas (antes que jurídicas, las que vienen luego como añadidura), aquel (el fin económico) constituye la causa de la conducta de los otorgantes, es decir de la obligación (aspecto pasivo) y de la atribución •patrimonial (aspecto activo), en que puede válidamente distinguirse ambos aspectos de la relación jurídica obligatoria, como modernamente lo hace la doctrina (Conf.: Diez Picazo, Deiana, Yadarola y demás autores mencionados al tratar de la causa, en el presente estudio). En menos palabras: la razón o finalidad económica que las partes quieren alcanzar constituye la causa de la obligación, que justifica el vínculo, y la causa de la atribución patrimonial que justifica la adquisición de la propiedad, en un todo unitario, simultáneo e indisoluble. Todo esto viene a cuento porque en el llamado "negocio jurídico indirecto" nos hallamos ante un complejo jurídico en el que, muchas veces, se ha pretendido encontrar (por lo menos) dos actos, uno que sería medio de otro que constituiría su resultado. Y, al mismo tiempo, se ha señalado que es un caso concreto de variación de los motivos, actuando sobre causas y negocios típicos, a los que acuden los interesados para forjar un negocio no definido por la ley. Por ello cuantos pretenden descartar la existencia de esta categoría de negocios precisan que en el indirecto gobiernan los motivos y, como ellos son irrelevantes (como regla), aquella especie carece de entidad científica. Otros negadores del acto indirecto precisan, por último, que debe atenderse a la causa del acto medio, con lo que procuran fijar la voluntad de las partes a nivel del negocio típico de que se valen para suplir una finalidad atípica. Si bien debe confesarse que el tema se halla en plena elaboración y pueden hallarse en la doctrina las posturas más diversas acerca del asunto, puede precisarse que, como sostiene Puig Brutau, este linaje de procedimientos parecen atender a la esencia misma de la relación ley-voluntad, de suerte que reconocido el carácter no hermético del Derecho objetivo y la existencia de lagunas, así como el carácter supletorio que la voluntad individual tiene a ese respecto, no puede negarse seriamente la posibilidad de que los particulares elaboren negocios que atiendan a sus necesidades, valiéndose de otros actos típicos o no. Descartada su viabilidad hemos de dejar también de lado la afirmación de que en el negocio indirecto jueguen sólo los motivos psicológicos. Hay en ellos algo más que un impulso interno. Hay una verdadera finalidad económica que mueve a las partes en el sentido propuesto, el que se alcanza —generalmente— a través de una combinación de negocios, de los cuales el llamado medio es aquel que Ascarelli denominara con justeza el punto di pasagio. Pero la elección del negocio medio y su efectiva realización no tienen otro objeto que alcanzar el negocio resultado, es decir que el todo está causado por la finalidad económica originaria, la que absorbe así las distintas etapas en una unidad lógica: la de operar la atribución patrimonial a través del negocio medio, aunque él, aisladamente, no se compagine aparentemente con el negocio de resultado. Frente a esta categoría de actos jurídicos, ¿qué relaciones tiene con ellos la fiducia? Este básico interrogante es contestado con la repulsa airada de toda relación, por los sustentadores de la autonomía, a fortiori, del negocio fiduciario (Jordano Barea, Albadalejo, etc.); mientras que los que rechazan toda personería dogmática a la fiducia, los involucran en aquellos, como manera de eliminar su autonomía (Santero Passarelli, Cámara, Orgaz, etc.). El asunto, si se quiere, no pasa de tener una importancia meramente académica, útil para la labor constructiva (o destructora) de la doctrina, pero no parece ser decisiva a los fines de propiciar la solución que el negocio fiduciario importa para el problema planteado por los conflictos individuales no contemplados por el Derecho positivo. Entonces, frente a esta circunstancia decisiva (a la que no siempre se atiende) pasa a segundo plano la necesidad que el investigador tiene de depurar la figura y aislarla, de suerte que brille, incontaminada y autónoma, con luz propia ... Pero aceptado que ese esfuerzo fuera necesario pensamos que el negocio fiduciario pertenece al linaje de los negocios indirectos. En él, en efecto, se advierte la excedencia que se produce entre el medio (transferir la propiedad, v. gr.) y el resultado (garantizar o administrar, v. gr.), fundada en la "confianza" (fides) de que el fiduciario dispondrá limitadamente de la cosa sub-fiducia, de manera tal que se posibilite su retrocesión oportuna al fiduciante. Hay no más una vía oblicua, un procedimiento indirecto, en todo negocio fiduciario. El acto, que tiene dos caras (una real y otra personal u obligatoria), tiene una causa (que no es el motivo psicológico o fiducia) , representada por la finalidad de garantizar o de administrar los bienes, empleándoles con el destino prefijado y con derecho para el fiduciante a la retrotransferencia una vez agotada la finalidad (esau- rito lo scopo, según la expresión de Ascarelli). Esa causa, como que es única, lo es al mismo tiempo de la obligación y de la atribución patrimonial, nacidas de la relación íiduciaria. Y si bien ella no tiene un marco típico, predefinido, ello no obsta para que se la considere causa atípica, suficiente para justificar la atribución patrimonial del fiduciario que, de lo contrario quedaría sin justificación, privándose de acción a quien tiene un derecho y materializándose una irritante protección de quien se enriqueció indebidamente. Valga como colofón: el negocio fiduciario es un negocio indirecto con causa atípica, crecido al amparo de la libertad contractual, para satisfacer necesidades nuevas y dar comodidad a las partes en la consecución de las finalidades estimables que ellas se proponen. 4. Con la venta con pacto de retroventa y la propiedad condicional o fiduciaria las diferencias son esenciales y han sido precisadas antes de ahora. En todos esos casos la fides resulta desplazada como "alma" del negocio, de suerte que en lugar de ella se encuentra un subrogado legal, una malla o red de disposiciones que hacen estable el derecho del fiduciante, privándole de la zozobra y el riesgo, al permitirle la persecución de la cosa aun cuando ella se encuentre en poder de terceros, porque los efectos de tales actos se producen erga omnes. Esta es la razón por la que uniformemente, en el derecho continental europeo (que es donde más y mejor se ha trabajado sobre el tema), se apartan estas especies fuera de la fiducia (ver, especialmente, Jordano Barea) de rango romano. Pensamos, sin embargo, que las modalidades legisladas de la fiducia son una potente demostración de la vitalidad de esta particular manera negocial y confirma ampliamente el grado de vigencia que ella posee. 5. Pese a que ya antes hemos procurado delinear, si bien que a la carrera, las diferencias entre el negocio fiduciario (a la manera romana) de las modalidades anglosajonas (trust, salsman, fideicomiso, etc.), vale la pena rematar esta tarea de contrastación haciendo un cotejo final que marque una síntesis del contraluz de ambas modalidades. A ese efecto nos basta aquí señalar que a la par de un rasgo comunitario, como es su respectivo fundamento en la confianza, aparecen rasgos distintivos que deben ser computados. Y así: a) mientras el negocio fiduciario es utilizado habitualmente en su versión de trasmisión de garantía, el trust sólo lo es en cuanto presta función de administración (Conf.: Nusbaum, cit. por Puig Brutau); b) el negocio fiduciario es transi- torio, se construye con destino a consumir su existencia mediante el cumplimiento de las obligaciones que origina; en tanto que el trust nace con fines de permanencia, convirtiéndose en un medio de existencia jurídica autónoma y prolongada; y c) mientras que el negocio fiduciario interesa sólo a las partes (fiduciante y fiduciario), el trust puede ser instituido en beneficio de un tercero, habida cuenta de su estructura prevalentemente fundacional (Conf.: Ramón Badenes Gasset, Las Fundaciones de Derecho Privado, Barcelona, 1960). Este cotejo final muestra un consectario sobre el que se debe meditar. La conciencia, que llamaríamos de "derecho continental", que gobierna el tema del negocio fiduciario, se complace en mostrar las diferencias entre la fiducia romana y la anglosajona. Ellas existen, desde luego, y son las antes enunciadas. Pero lo que no siempre se dice es que, como esquema de futuro, es decir en la proyección de la política jurídica que nunca debe desvincularse de ninguna tarea que aspire a ser científicamente completa, muestra un campo tanto más ancho y vasto la fiducia del Derecho germánico, la del Derecho inglés y aun la de los Derechos continentales que han adoptado —mixturando su sistema— el fideicomiso, como derivado latinoamericano del trust. Y ese futuro promisor no se oculta —ni debe ocultarse— porque es prenda de progreso, al tiempo que marca las pautas de solución para innúmeros problemas económicos y sociales, que se hallan a la espera del instrumento jurídico necesario para su liquidación. Valga esta reflexión aquí, porque la ampliaremos luego al sentar las conclusiones. XII. Como por efectos se entiende en Derecho las consecuencias que resultan de un fenómeno de rango jurídico, los propios del negocio jurídico son los emergentes de su especial naturaleza real-obligatoria. A fin de ordenar el material atañedero a las consecuencias de la fiducia bueno es ensayar una sistematización inicial, que distinga los casos normales en que los efectos se anudan entre fiduciante y fiduciario y los anormales, en los que puede intervenir un tercero o tratarse de una circunstancia excepcional, verbi gracia, la quiebra o concurso de alguno de los sujetos. A) Casos normales: El negocio trasmite la propiedad de la cosa o del crédito al fiduciario, quien toma ese carácter aun para el fiduciante, quedando obligado a cumplir con las prestaciones convenidas. Una vez agotada la finalidad prevista el fiduciario debe restituir la cosa al fiduciante, con más sus mejoras, si las hubiera, quedando por ese importe acreedor del fidu- oíante. Si el fiduciario no restituye la cosa sub-íiducia al cesar la causa de su apoderamiento, asiste al fiduciante la acción de retrocesión, emergente del negocio. Los frutos y productos de la cosa restan en poder del fiduciario, para quien se han producido —como dueño— tales acrecentamientos. (Posición que sostenemos asentándonos en la lógica jurídica y en la doctrina de los autores mayoritarios. Contra: Jordano Barea, pág. 140). B) Casos anormales: Puede ocurrir, en cambio, que el negocio fiduciario pase por algunas de estas vicisitudes: a) que el fiduciario enajene a un tercero la cosa, abusando de la confianza en que hace eje el negocio, caso en que no existe acción del fiduciante en contra del tercero, salvo que se probare concllium fraudis; y b) que la frustración del derecho a recuperar la cosa se produzca en razón de la destrucción o indebida retención de la cosa por el fiduciario. En los dos casos hay una patente violación del pactum obligatorio, que limita la esfera de acción del fiduciario y autoriza la acción que por daños y perjuicios le asiste al fiduciante, emergente de ese pacto y de la obligación de indemnizar anexa a la obligación de dar cosa cierta (arts. 574, 576 y siguientes del Código civil, en el cap. I del título VII, del libro II, referente a la clasificación de las cosas según su objeto. En igual sentido, ver: Puig Brutau). Puede acaecer, igualmente, que la anomalía sobrevenga en razón de la quiebra o concurso de una de las partes, y ésta es la alternativa que más ha encrespado a la doctrina especializada debido a las particulares circunstancias que rodean habitualmente a la figura en examen. Veamos, en orden, las situaciones que pueden presentarse: 1. Quiebra o concurso del fiduciante: Es un caso en el que no se advierten mayores dificultades. Debe partirse del principio cardinal según el cual, trasmitida la cosa al fiduciario, éste es propietario aun ante el fiduciante, como básicamente recuerda Navarro Martorell. Preside, además, la solución de esta hipótesis la regla formulada por el Derecho de Quiebras, según la cual la masa es siempre un tercero y no un sucesor universal ni singular del fallido. Con este avío enfrentemos el caso de falencia del fiduciante. Él se ha desprendido ya de la propiedad y la cosa sub-fiducia no está en su patrimonio. Sólo es titular de un derecho a la retrocesión, una vez agotada la finalidad del negocio. Entonces sobreviene la quiebra. Si la fiducia se ha formalizado mediante un instrumento que sea oponible a terceros (público o privado con fecha cierta) es claro que la acción de retrocesión podrá ser esgrimida por la masa a fin de completar el periplo negocial, a punto de agotarse por haberse cancelado el crédito que amparaba la trasmisión fiduciaria (en la fiducia cum cr editor e, por ejemplo). En tal caso no habrá una acción de revocación del negocio, incoada por la masa, como parece interpretarlo Hernández Gil (cit. por Navarro Martorell, pág. 277) al anotar una sentencia del Tribunal Supremo de España, sino la que compete a cualquier acreedor para retornar las cosas al estado anterior, según los presupuestos de la respectiva convención yendo a dar, ultima rallo, a la acción de enriquecimiento ilegítimo, que es la que justifica la previsión legislativa que en el Derecho argentino soluciona la cuestión (art. 114, ley 11.719). 2. Quiebra o concurso del fiduciario. Sobre esta hipótesis la discusión es ardua. Autores hay que sostienen el derecho del fiduciante a obtener la separación del bien sub-fiducia, en caso de falencia del fiduciario (Regelsberger, Kóhler, Schultze, Grasetti, etc.); otros, en cambio, rechazan esa posibilidad y consideran que al fiduciante sólo le asiste el derecho a percibir el crédito garantizado (caso de la fiducia cum creditore), con probabilidad igualitaria a la que compete a los demás acreedores (Schony, Lang, Navarro Martorell, etc.). Tan tajante discrepancia se explica si se para mientes en que, como lo señalara Cámara, las opiniones se alinean en campos diversos según se acepte o no el desdoblamiento formal de la propiedad, receptada por el derecho anglosajón y constantemente repelida por el continental. Para los primeros, en consecuencia, es perfectamente viable la relmn-. dicatio utilis con que se ampara al fiduciante en casos tales. Nos interesa precisar cuál es la solución que el Derecho argentino da a esta hipótesis. Para esclarecer el problema hemos de aceptar primeramente, que el asunto no se resuelve a través de la acción reivindicatoría común (art. 2758 del Cód. civil), ya que ella se confiere al propietario y aquí el fiduciante no lo es. ¿Y la acción de "reivindicación en la quiebra" del artículo 133 (ley 11.719) ? Debe recordarse que ella constituye una especie muy particular del género reivindicatio, como que para que proceda es menester que el fallido (o convocatario) "no haya adquirido, personalmente o por mandatario, la posesión efectiva de la cosa vendida", es decir un recaudo esencial a la reivindicación de Derecho común, que aquí se deroga. ¿Es ello suficiente para abrir al fiduciante la acción de retransmisión en caso de quiebra o convocatoria del fiduciario? ¿O debe limitarse, por el contrario, a concurrir a prorrata con los otros acreedores en la efectivización del crédito garantizado (si se trata de fiducia cum creditore), y a perder la cosa si se tratara de una fiducia cum amicol En nuestra opinión, coincidente con la de Navarro Martorell y divergente con la de Jordano Barea, Pérez y Alguer, Puig Bruta y los autores alemanes, la "acción de separación" del fiduciante no cabe en caso de quiebra del fiduciario: 1) porque el fiduciante transfirió la propiedad, agotando así el derecho real y sin retener el diritto alia ripresa del posseso, porque no hay traditio con retención (Conf.: Butera, cit. por García Martínez); 2) porque la quiebra del fiduciante no produce, tampoco, la resolución del contrato bilateral (art. 133, ley 11.719) y si se resolviera lo contrario se quebrantaría la regla de igualdad en el tratamiento de los acreedores; 3) ítem más en razón de que la "reivindicación" no puede asentarse en un vagaroso sentimiento de equidad, sino exclusivamente en la propiedad, como lo mostrara Yadarola. (Ver: Homenaje a Yadarola, I, pág. 395 y sgtes.); 4) porque en toda esta materia relacionada con el equilibrio de los derechos no debe perderse de vista que si el fiduciante tuvo fe en el fiduciario pese a su incierta situación económica, y eligió un medio jurídico inseguro, debe asumir el periculum correlativo de tal commodum; 5) finalmente, no hallándose el caso del negocio fiduciario expresamente comprendido en la enumeración de la ley de quiebras, ya que no se trata del comitente (arts. 144 a 146), ni del vendedor que no transmitió la posesión (arts. 133 a 143), ni del acreedor de dominio (art. 127, inc. 2?) con derecho a separar las letras de cambio y los otros papeles de comercio que el fallido tuviera en su patrimonio en carácter de mandatario para la cobranza con su importe, no puede interpretarse que el fiduciante tenga la acción de reivindicación. Y tampoco es titular del derecho de separación, en los supuestos de los acreedores de dominio, porque los artículos 127 y 128 (ley 11.719) cierran el círculo de sus beneficiarios con la taxativa enumeración que allí se contiene, donde desde luego no tiene cabida quien transfirió la propiedad y quedó mero acreedor del fallido. Por eso nos parece insostenible la posición adoptada por Jordano Barea, quien se ve precisado a forzar la interpretación del inciso 49, artículo 909 del Código de comercio de España, a fin de incluir los negocios fiduciarios en la comprensión —a todas luces ajena— de su texto, cuya construcción no ofrece duda acerca de que no le alcanza: "las mercaderías que el quebrado tuviere en su poder por . . . trán- sito o entrega", lo que obviamente apunta a la mercadería en trance de circulación material, aparte de que la cosa sub-fiducia es de propiedad del fallido y no se encuentra en tránsito... Para cerrar este capítulo vale la pena recordar que la aparente injusticia de una solución como la que se propicia en el Derecho continental y ha quedado reseñada, lleva a un ponderable sector de la doctrina encabezado por Puig Brutau, entre los españoles, y por Klein, entre los alemanes, a propiciar la reforma de las legislaciones que vedan todo derecho preferente al fiduciario en la quiebra del fiduciante. Así, aunque no se llega a sancionar el derecho de separación (aussonderungsrecht), se recomienda como especialísima concesión, la declaración de un derecho a percibir con preferencia, en caso de quiebra o de concurso (absonderungsrecht), equiparando así a la fiducia con el derecho real de prenda. A su turno esa misma doctrina, basándose en la concepción germánica de la propiedad (dicotómicamente concebida como formal y económica) autorizan la separación de la cosa, en la hipótesis de falencia del fiduciario y aun el ejercicio de un derecho de tercería en cualquier ejecución individual (Conf.: Assfalg, com. el parágrafo 43 de la Ordenanza Concursal alemana). La solución se ha abierto camino en la jurisprudencia de Holanda y en la de Suiza, mientras que no ha hallado eco en la de Austria, Italia y Francia. No obstante ello, el movimiento de apertura hacia la integral protección de la figura, pese a cierta incongruencia como la que resulta de "dividir" un concepto unitario —el de la propiedad—, demuestra el grande esfuerzo que se cumple por la doctrina y la jurisprudencia para componer los intereses concurrentes, atendiendo a su contenido económico y social, criterio sumamente fértil aunque un tanto inseguro, como toda etapa signada por la transición evolutiva. XIII. A fin de adunar la praxis a la teoría conviene precisar, por último, cuáles son los casos concretos en los que puede hablarse de negocios fiduciarios. Con la advertencia de que los más numerosos son, en el campo del Derecho civil, los referidos a las formas variables de la fiducia cum creditore, es decir a la modalidad de la trasmisión en garantía, mientras que en el Derecho comercial ella adquiere otro significado y puede perseguir fines diferentes. Además se descarta aquí, como se hace habitualmente por cuantos incursionan por el tema, la llamada fiducia hereditaria o institución fideicomisaria, tradicional en ma- teria de sucesiones, y cuyos particulares alcances obligan a considerarla aisladamente j y con atención a otros andariveles de la investigación (Conf.: Navarro Martorell). 1. La transmisión fiduciaria en garantía cubre los casos de compraventa con fines fiduciarios y los de cesión para garantía. En ambas figuras debe notarse el propósito aseguratorio al mismo tiempo que se formaliza el negocio de transmisión; debe concurrir, además, la vertebradora confianza y el pacto debe carecer de efectos reales, so pena de salir de la fiducia romana para caer en la fiducia anglosajona, regulada, legal, con efectos erga omines, como ocurre en la "propiedad fiduciaria" del artículo 2661 y siguientes del Código civil argentino, y en la venta con pacto de retro (art. 1366, Cód. civil). Un caso particular de venta fiduciaria es la formalizada con el pacto de "retroemendo" (arte. 1367 y 1373 del Cód. civil), en el que el vendedor se obliga a volver a comprar la cosa y el comprador inicial a tornar a vendérsela (pactum de retrovendendo), todo en amparo de un crédito representado por el precio de venta. En esta figura, cuando la finalidad es fiduciaria —y en esto habrá que investigar la intención de las partes en el negocio—, la circunstancia de que la transferencia del dominio se materialice y el fiduciante reste titular de una acción personal por cumplimiento, que puede ser el único sucedáneo de una conducta abusiva del propietario de la fiducia se patentiza una relación de linaje fiduciario inexcusable. La analogía juris que preside la relación entre la compraventa y la cesión de créditos permite generalizar, de paso, la posibilidad de que esta última sea fiduciaria. Al efecto es bueno distinguir dos de las modalidades más utilizadas: la de la cesión para el pago (cessio pro solvendó) y la de la cesión para el cobro, en los que es dable hallar formas de fiducia. En la primera el cedente faculta al cesionario para cobrarse su crédito con el que aquél tiene contra un tercero y siempre que este último cancele su débito para con el cedente. Si, además del fin de pago que la figura posee, se le anexa una función de garantía, y se opera mediante la transmisión de un crédito de mayor valor que el afianzado, el apoderamiento será fiduciario en lo que concierne a esa mayor suma. En la segunda (cesión para el cobro) ya no se trata de una modalidad de garantía sino de una fiducia con forma de mandato o de administración ya que, al cederse el crédito en pleno —requisito sine qua non de la cesión fiduciaria— actúa un medio excesivo con relación a una finalidad más reducida: apoderamiento amplio para un propósito menguado, el cobro. 2. La transmisión fiduciaria de las letras de cambio constituye una especial aplicación de la fiducia que merece consideración particular, habida cuenta de la extraordinaria difusión alcanzada por esos instrumentos circulatorios en la moderna actividad económico-jurídica. Desde luego, debe considerarse, ab initio, que está ínsita en toda letra de cambio (y papel de comercio que le sea asimilable, conforme al régimen del art. 740 del Cód. de comercio), la posibilidad de su circulación por vía de endoso, esa particular manera de ceder la propiedad de las letras, en cuya virtud y sin necesidad de acudir al complejo y formal mecanismo de la cesión de créditos (instrumento, notificación, etc.), se transfiere la propiedad del documento y del derecho inmerso en él, legitimando autónomamente al endosatario, quien puede efectivizar ese derecho sin temor a que se le considere (como en la cesión) colocado en igual lugar y grado que su cedente. En nuestro Derecho mercantil el Código de comercio reglamentaba el endoso en sus diversas especies: el llamado completo o pleno (art. 626), que se daba al tiempo de cumplir con todos los requisitos exigidos en esa norma; el endoso en blanco (art. 627); el endoso en procuración (art. 628), que resultaba siempre de la ausencia de algún requisito exigido para el "completo" o "en blanco"; y el endoso en garantía o prenda de los papeles endosables (arts. 586 a 588). La parada reforma, dispuesta por el decreto-ley 5965/63, ha reemplazado íntegramente el sistema codificado de la letra de cambio (excepción hecha del art. 212, que subsiste), simplificando abiertamente el esquema. Según él y siguiendo los carriles de la mejor solución del Derecho comparado, la de la ley uniforme de Ginebra, se ha legislado autónomamente cada una de estas formas de endoso, liquidándose así un antiguo problema: el de que las especies diferentes al endoso "pleno" o "completo" resultaban por omisión de alguno de los recaudos de aquél. Practicada esta digresión, que permite enmarcar en el Derecho positivo argentino la transferencia de las letras de cambio, resulta poco menos que indiscutible la posibilidad de que en su circulación pueda operarse un endoso fiduciario. Esto es así porque como el endoso de la letra apareja la transferencia de su propiedad y del derecho que representa, no hay dificultad en que esa especial cesión sea realizada con un alcance menor, es decir, al solo efecto de producir el apoderamiento para su cobro o el de garantizar un crédito diferente. En ambos casos estaríamos en presencia de endosos fiduciarios, que examinaremos brevemente de seguido. Puede ocurrir, en efecto, que el endoso se realice "en mandato" o "en procuración". Entonces, si se ha omitido hacer constar en la letra esa cláusula (constancia que debe figurar para que se cumpla con el requisito de "completividad" de la letra), estaríamos ante un endoso que tramita la propiedad con un Un menguado: el cobro del crédito contenido en la letra. Si no figura la cláusula "para el cobro", pues, el endosatario podrá ejercer todos los derechos ínsitos en la letra y aun transmitirla a un tercero. El último tenedor, a su turno, no le podrá oponer las excepciones que le hubieran asistido contra el endosante, porque a su respecto la transferencia le ha legitimado. De otro costado, en las relaciones internas entre fiduciante y fiduciario (endosante y endosatario, cuando no se hizo constar la cláusula "valor al cobro o en procuración") sólo asistirá al fiduciante la acción personal en reclamación contra el fiduciario que alzándose a mayores quebrantó la fides. En cuanto a los efectos de la quiebra del fiduciario, sus alcances serán los que se puntualizaron en el capítulo respectivo de este estudio. Por último, si el endoso se hizo con la cláusula de mandato, los terceros no podrán alegar su desconocimiento; no se transmite la propiedad de la letra, y se pueden oponer al endosatario todas las excepciones que existían en contra del endosante, pero no es éste —desde luego— un caso de negocio fiduciario, porque no hay transmisión de la propiedad y la expresión "cartularia" denuncia con exactitud la situación no f i duciaria de las partes. Lo propio ocurre en caso de endoso con la cláusula de "valor en prenda" o "en garantía", previsto por el artículo 20 del decreto-ley 5965/63. Aquí puede ocurrir que, acordando las partes la transmisión de la letra con fines de garantizar otro crédito, se haga constar esa circunstancia en el cuerpo documentario, en cuyo caso las relaciones de las partes y las del endosatario con los terceros se ajustarán a esas prescripciones. No es, tampoco, un caso de fiducia. Pero si, por el contrario, la circulación se ha producido por un endoso que no precise su alcance de "valor en garantía" —lo que se encuentra autorizado por el artículo 586 del Código de comercio—, nos hallaremos ante un endoso fiduciario, ya que la propiedad de la letra habrá pasado al endosatario y éste la podrá hacer circular, sin que se le puedan oponer las excepciones del fiduciante. En tal evento, si el endosatario (formalmente "en pleno" e internamente en garantía) transfiere el título de crédito, sólo restará al fiduciante la acción personal por resarcimiento de daños y perjuicios y, eventualmente, la pena que corresponde por el delito de estelionato (art. 588 del Código de comercio), con lo que se restablece el equilibrio de los derechos y se observa el principio de seguridad jurídica, que es primordial en materia de títulos de crédito. (Conf.: Yadarola, Títulos de crédito, pág. 95.) 3. La transmisión fiduciaria de acciones. La doctrina está de acuerdo en afiliar al negocio fiduciario el caso de la transferencia de acciones (títulos, valores, representativos de interés en sociedades comerciales) operada por su legítimo titular que se desprende de la propiedad de ellas con el fin de que el fiduciario concurra a una asamblea, impugne un balance, etcétera, lo que no es de grado hacer por el fiduciante. Se trata de un negocio que en lugar de estar enderezado sobre el carril de la fiducia cum creditore representa una clara aplicación de la cum amico, lo que resulta de su tendencia a asimilarse con el mandato y la interposición de personas. Siempre dentro del marco de lo lícito, y sin que exista fraude a la ley, la transmisión fiduciaria de acciones no parece encontrar ningún reparo en su asimilación y acogimiento como negocio fiduciario. Una aplicación concreta, bastante difundida hoy en su versión anómala in fraudis legis, es la que se materializa a través de la llamada "sociedad anónima de un solo accionista", sobre la que han producido macizas páginas Dominedo y Ascarelli, entre los italianos, y Yadarola, en nuestra literatura jurídica. (Ver: Homenaje a Yadarola, II, pág. 371.) En ella el único socio hace aparecer a otros, a los que atribuye internamente parte de su capital, obteniendo así la limitación de su responsabilidad, a nivel del capital de la "sociedad anónima" por él creada. Pienso, pese a la contundencia de la opinión contraria de los maestros mencionados, que la societá di commodo, si bien encierra un apoderamiento en el que se advierte el exceso de medio a fin, que es típico del negocio fiduciario, confiesa siempre la existencia de una intención ocultadora y sinuosa que persigue el fraude de la ley (impuestos, empadronamientos, etc.) o el de los acreedores (que ven limitada la capacidad patrimonial del deudor hasta el concurso del capital "social"), con lo que se pierden las líneas diferenciales que separan la fiducia de la simulación para incurrirse decididamente en ésta. 4. La transmisión fiduciaria para administración o mandato. Esta especie de fiducia, que tiene un rancio abolengo histórico, comprende todos los casos remanentes, es decir, aquellas variaciones infinitas que pueden crear las partes para suplir, en base a la confianza y mediante una atribución de propiedad, la falta de un mandato (o sus eventuales dudosas aplicaciones). Aparte del valor puramente docente, y si se quiere académico, que estas maneras de la fiducia poseen, es posible ubicar, sin embargo, un florecimiento actual de esta especie a través de la potente difusión del trust y del fideicomiso y la no menos auspiciosa creación sucedánea: los "fondos comunes de inversión", regulados por ley y dueños de un ancho campo para difundirse en la procura de solventar densos problemas económicos, sociales y aun de rango fiscal. En todos estos casos se trata de la transmisión de la propiedad de bienes que realizan los fiduciantes, aportantes, accionistas, etcétera, a un ente —generalmente inscripto en registros especiales, con alcance de banco o de sociedad anónima— encargado de administrar, ejecutar actos diversos sobre las cosas subfiducia, invertir los resultados y dividendos y rendir cuentas, con lo que se han agilizado enormes masas de capital y se procura satisfacer destinos de beneficio común (una vez satisfechos los intereses individuales justificadores de la inversión). Esta modalidad, últimamente legislada en Argentina a través de la ley 15.885 (Anales de Legislación, XXII, pág. 51), es una de las demostrociones más contundentes de las posibilidades futuras de la fiducia, difiriendo su consideración para otro sitio en razón de no constituir sino un derivado anómalo de la fiducia pura (Navarro Martorell), aunque es una buena muestra de lo que pueda conseguir una estudiosa doctrina unida a una saludable jurisprudencia de intereses. (Puig Brutau.) XIV. Conclusiones. Como consectario final de la tarea de precisación del negocio fiduciario en que nos empeñamos pueden anotarse las siguientes premisas; 1. El Derecho objetivo no es un todo hermético que se halle dado de una vez y para siempre, sino que constituye un producto cultural que debe ser constantemente renovado y adecuado a las necesidades generadas por la convivencia para la mejor consecución de sus fines. 2. En esa labor de perfeccionamiento y completividad tiene preeminente lugar la voluntad de los interesados, quienes, en contacto inmediato con la realidad, se encuentran en inmejorable situación de proveer a la solución jurídica de los conflictos socio-económicos que les afligen. 3. El Derecho objetivo reconoce, por vehículo de normas que acogen de manera expresa el principio de autonomía de la voluntad, esa posibilidad creadora aneja a la vida cultural, y deja en permanente posición de apertura las estructuras legales ata- ñederas a las relaciones patrimoniales, que son las que reciben —más comúnmente— el favor del Derecho dispositivo. 4. El ejercicio de la facultad de proveer a la elección de los medios adecuados no encuentra otra limitación, en el Derecho objetivo, que las que resultan de las prohibiciones inspiradas en los superiores intereses que gobiernan la conservación y el progreso del grupo social en las pautas ordenadoras del orden público, la moral, las buenas costumbres y demás "standars jurídicos" apropiados para alcanzar aquella finalidad. 5. Entre esas limitaciones imperativas no se cuenta la de que el Derecho objetivo obste la posibilidad de que los contratantes acudan a procedimientos transversales, oblicuos o complejos para conseguir aquello que pueden obtener, también, por otros medios. En esta materia rige el viejo principio acogido por las leyes constitucionales (artículo 5?, Constitución francesa de 1791; art. 19, Constitución nacional argentina, etcétera), según el cual "está permitido hacer indirectamente todo cuanto puede hacerse directamente". 6. Dentro de esos carriles no puede objetarse seriamente la capacidad de creación jurídica de los contratantes, quienes pueden acudir para satisfacer sus necesidades a instrumentos proporcionados por la ley (contratos típicos) o derivados de la autonomía de la voluntad, sin tipicidad legal (contratos atípleos o innominados), pudiendo realizar aún la unión o interrelación de negocios, convertidos en una unidad lógico-jurídica, de alcances indirectos cuando exista una excedencia del medio respecto del resultado. 7. Frente a la comprobación sociológica del déficit que padece la estructura legal y la inexistencia de un numerus clausus que vede al contratante la autárquica regulación del negocio, debe aceptarse la viabilidad del negocio fiduciario como un medio legítimo que las partes tienen para alcanzar, a través de la confianza (fides), una finalidad estimable. 8. No debe embarazar esa conclusión la falta de una categoría dogmática y legal a la que pueda adscribirse una íntegra regulación del negocio fiduciario. Su ausencia no significa la inexistencia de una necesidad que golpea los "bufetes" de los abogados y los estrados judiciales, exigiendo a la doctrina y a la jurisprudencia cautelar una actuación acorde con el concepto instrumental del Derecho (porque utile per utile, non vitiatur). 9. Habida cuenta de la existencia de soluciones discrepantes que marcan, en el Derecho comparado, las pautas legales dife- renciadoras de un negocio fiduciario de raíz románica continental y otro de extracción anglosajona (trust), justificadas por razones históricas y otras que hacen a los diferentes caracteres nacionales, las conclusiones que se formulen deben atender a su posibilidad de aplicación en ambos universos jurídicos, considerándolos a cada uno en sí mismo (de lege lata) y como aspiración eventual de perfeccionamiento (de lege ferenda). 10. Para los países de Derecho continental (de filiación románica) es viable la concepción de un "negocio fiduciario" como entidad autónoma, que no se confunde con el negocio simulado, ni con el aparente, ni con el fraudulento; que es un acto lícito dotado de una causa atípica, la causae fiducice; que es una causa credendi hábil; configurando el todo una expresión concreta de la autonomía de la voluntad que no encuentra la veda de un numerus clausus, en tanto ss inordine en los superiores fines de la sociedad. 11. Por ello deben ser dotados de acción (lo contrario importaría legitimar un enriquecimiento ilegítimo), como lo ha entendido la doctrina, especialmente la de los autores españoles e italianos, y la más reciente jurisprudencia de intereses, proclive a mostrar la imprescindible necesidad de una más decidida permeabilidad del Derecho a los reclamos de la realidad. en los países anglosajones y en los que han formulado su recepción continental, ya que mediante este especial negocio fiduciario se han logrado canalizar las inversiones dinerarias con sentido de utilidad y con un alto grado de seguridad para cuantos se valen del sistema, pautas no desdeñables para justificar la institucionalización de este instrumento jurídico. JURISPRUDENCIA. — La citada en el texto. BIBLIOGRAFÍA. — Barassi, Ludovico. Instituciones de Derecho Civil, ed. 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Pero como este concepto es extensivo tanto a las relaciones jurídicas del Derecho público como a las del Derecho privado, se ha preferido en la doctrina moderna reservar la denominación de negocio jurídico para expresar la existencia de todos aquellos actos normativamente regulados que pueden llevar a efecto los particulares, ya .sea unilateralmente (como en el caso del testamento) o bilateralmente (como en el caso del contrato), con el fin inmediato de producir consecuencias jurídicas válidas. Dentro del proceso dinámico del orden jurídico, el negocio jurídico, en tanto es manifestación de la voluntad de los particulares, al constituir una aplicación concreta de una norma jurídica general —la que lo instituye o reglamenta—, constituye también, simultáneamente, la creación de una norma jurídica individual. (V. ACTOS JURÍDICOS.) NEGOCIO JURÍDICO EN LA DOCTRINA GERMANO-ITALIANA.* SUMARIO: Primera parte: Los hechos jurídicos. Variedad de los hechos jurídicos. El fenómeno de la inversión descriptiva. Pluralidad de hechos condicionantes. El supuesto de hecho. Valoración desigual del supuesto de hecho. Realiza- que la limita y alcanza con finalidad reguladora. Se habla en definitiva de prohibiciones, de permisiones y deberes. Y grave es, en todo ello, la función de los hechos jurídicos ( 2 ). 3. Si al expresar sus determinaciones, si al dar cada deber, cada mandato, el Derecho no condicionara su propia posibilidad de aplicación (si no limitara sólo a particulares ción parcial del supuesto de hecho. Efeccasos la vigencia de un determinado impetos anticipados. Efectos retroactivos. Segunda rativo) , toda su aptitud de coordinación parte: Los negocios jurídicos. El criterio de caería: llegaría a frustrarse en la esteriliindeterminación. Razones que llevan a aplicar dad más honda. el criterio de indeterminación. La teoría del dogma de la voluntad. Notas características El Derecho dice que es obligatorio pagar. del negocio jurídico. Hecho humano. Declara- Que es debido enajenar las cosas. Que debe ción y comportamiento. Actuaciones o declatransportarse. raciones connotativas. La prefiguración obliPero si la vigencia de tales imperativos gacional. La forma de la declaración o del comportamiento. Pluralidad de actuaciones o que el Derecho proclama fuera general e inde comportamientos que no entraña exigencia determinada, como en las palabras nuestras, formal. El contenido psíquico. Voluntad de ¿qué valor, qué seria posibilidad de aplicamanifestación. Voluntad de efectos jurídicos. ción tendrían ellos? Un problema en torno a la voluntad de efecQue todos deban pagar, que todos deban tos jurídicos. Casos de ausencia del propósito enajenar las cosas o trasladarlas en actos negocial. La voluntad de efectos jurídicos como segunda nota característica del negocio. que signifiquen transporte, ¿qué sentido Relaciones entre el hecho interno y el externo podría darse a todo esto? en el acto negocial. Tercera nota caraclerística 4. Y sin embargo el Derecho obliga a estas del negocio: licitud general del hecho. Las conductas, proclama deberes en un todo notas características del negocio jurídico. análogos a los expuestos ( 3 ). Otros problemas de una teoría negocial. La diferencia está, precisamente, en los PRIMERA PARTE hechos condicionantes. (La diferencia está, Los hechos jurídicos. 1. Acaso no exista precisamente, en los hechos jurídicos.) El Derecho dice: es obligatorio pagar. Pedentro de una teoría general del Derecho problema más arduo que éste de los hechos ro es obligatorio pagar sólo en aquellos casos en que alguien haya contraído una deujurídicos. Más importante en los desarrollos siste- da. Es obligatorio enajenar. Pero toda vez y máticos, de más trascendencia en la des- únicamente que se haya celebrado una comcripción general del fenómeno jurídico ( > ) . praventa. Es debido el transporte de una co2. Se define al Derecho generalmente co- sa, pero cuando en contrato an se ha conmo a un conjunto de imperativos, de órde- venido. 5. Condicionados, ahora si los imperativos nes, de exigencias acerca de ciertas conducmuestran su verdadera capacidad de vigentas cuya coordinación se procura. Se habla siempre asi con él de una volun(2) El Derecho es la coordinación objetiva de las tad que sale a la luz y que sostiene una idea acciones posibles entre varios sujetos, según un princijurídica. Una voluntad que se contrapone a pio ético que las determina excluyendo todo impedila natural capacidad práctica de un sujeto, mento. ("II coordinamento obiettivo delle azioni possi* Por el Dr. HÉCTOK NEGRI. (1) La importancia que para una teoría del Derecho tiene la adecuada consideración de los hechos jurídicos, ha sido reiteradamente destacada, tanto en los desarrollos jusfilosóficos como en las construcciones civiles de tipo científico, que han hecho del problema el centro de sus particulares investigaciones. Como exposición del primer género puede verse la obra ciertamente incomparable del filósofo italiano Giorgio Del Vécenlo. Así, en sus Lezioni di Filosofía del Airitto (12 ed., Milano, 1963) queda claramente señalada la función que a los hechos jurídicos cabe en una descripción teórica del derecho (particularmente al hablar del derecho subjetivo, y en el título "Fatti, atti e negozi giuridici", página 288 y siguientes). En el ámbito civil a su vez, aparte de los autores que sobre cada problema particular se citan, puede verse como hondo análisis general la obra de Oertmann, Introducción al Derecho Civil (Barcelona, 1933, traducción de Sancho Sera!). bili tra piú soggetti, secondo un principio etico che le determina, escludendone rimpedmento".) Del Vecchio, obra citada, pág. 226. En términos provisionales e imprecisos hablamos en el texto sólo de un conjunto de imperativos. Es importante destacar, sin embargo, que es precisamente en una serie de imperativos (que asumen las formas de prohibiciones, de permisiones de obligaciones) que el derecho se expresa, y que se trata siempre de una voluntad que sale a la luz, que pone y sostiene una idea jurídica. Sobre el particular puede consultarse nuestro trabajo "Veintidós proposiciones para una teoría del Derecho", adelantado ya en forma de artículo en los números 1 y 2 de la revista Notas de Filosofía, del Derecho (Buenos Aires, 1964). La existencia de una voluntad en el sentido descripto ha sido modernamente negada (Kelsen, Teoría General del Derecho y del Estado, México, 1958, pág. 38) en afirmaciones que no parecieran tener verdadero valor. (3) Las citadas obligaciones existen, aparte de lo que en los particulares contratos se estatuya, en los Códigos civiles: alemán, parágrafo 433 y siguientes, sobre la obligación de entregar la cosa vendida y proporcionar la propiedad de la misma; italiano, artículos 1470 y siguientes sobre lo mismo; 1678 y siguientes «obre e] transporte. cia. Evidencian hasta qué punto ellos son aplicables y pueden traducir determinaciones jurídicas, cierta forma de coordinación de las conductas ( 4 ). 6. Se llama hechos jurídicos a los hechos condicionantes, a los hechos que las proposiciones han escogido para referir la propia aplicabilidad de sus exigencias sotare las conductas ( 5 ). 7. Variedad de los hechos jurídicos. Los hechos que pueden servir como condicionantes son de la más variada especie. En rigor, no existe conducta alguna, como no existe acontecimiento físico alguno, que (4) Queda de este modo explicada la Importancia de los hechos condicionantes; importancia ésta que es tan grande que suponer un ordenamiento que prescinda de ellos al formular sus determinaciones es suponer un absurdo. En un sentido análogo se expresa Schereier (Concepto U formas fundamentales del Derecha, pág. 145). La general condicionalidad de los mandatos en Derecho ha permitido a Kelsen describir la norma jurídica como juicio hipotético en el que un cierto deber aparece enlazado a determinado hecho antecedente. (Teoría Pura, Buenos Aires, Eudeba, 1960, página 26 y concordantes.) En el punto 2-j del capítulo primero, al hablar de las normas categóricas, señala que esa condicionalidad es inevitable: "Es evidente que una acción determinada no puede ser prescripta sin condiciones, dado que una acción no puede desarrollarse sino en determinadas condiciones. Pero lo mismo sucede en el caso que las normas prescriban una omisión: no so puede mentir, matar o cometer adulterio, no importa dónde ni cómo... toda prohibición está acompañada de algunas reservas. Aun las normas más fundamentales, tales como la prohibición de mentir, matar o robar, traen aparejadas reservas importantes, ya que hay circunstancias en las cuales está permitido mentir, matar o robar". De este modo, más allá de la casual formulación lingüística que a los mandatos del orden corresponda, siempre algunas condiciones de aplicación existen, las que en todo caso han de servir como hechos antecedentes. Algunos limitados (a veces también discutibles) ejemplos de imperativos no-condicionados enumera Binding (Die Normen und ihre Uebertretung, Leipzig, 1890, pág. 124 y sigts.). Kelsen también enuncia un caso en su libro Teoría General..., pág. 45. (5) Salvo pequeñas diferencias de expresión de manera alguna alcanzan a alterar la sustancial coincidencia, ésta es la definición que de hecho jurídico adoptan todos los autores. Así puede vérsela por ejemplo en Von Tuhr, Derecho Civil. Teoría General del Derecho Civil Alemán, volumen II-l, pág. 7; Savigny, Sistema de Derecho Romano Actual (Madrid, 1879, traducción de Mesía y Poley), tomo II, pág. 149. Ello sin perjuicio del fenómeno de inversión descriptiva que muchas veces se traduce en ella, tal como queda expuesto en nuestros párrafos 18 y sigs. Von Tuhr así expresa que: "Todo hecho que produce efectos jurídicos de cualquier clase se denomina hecho jurídicamente relevante, o dotado de eficacia jurídica, o, sin más, jurídico...". Savigny, que "llamo hechos jurídicos los acontecimientos en virtud de los cuales las relaciones de derecho nacen y terminan". Precisamente a raíz de ese proceso de inversión descriptiva se ha discutido intensamente si las conse cuencias que el derecho refiere a ellos son la alteración, la extinción o el nacimiento de derechos subjetivos, de relaciones jurídicas o de obligaciones. (Véase sobre el particular lo que expresa Cariota Ferrara [El Negocio Jurídico, Madrid, 1958, traducción, de Manuel Albadalejo] en el número 1, pág. 4.) En rigor, como todos ellos no son sino términoa interdefinibles, o en todo caso enfoques desde ángulos diversos de un idéntico fenómeno, la divergencia es sólo aparente y en todo caso depende de las palabras que con mayor o menor acierto cada autor emp'iee para expresar que los imperativos jurídicos (en cualquiera de sus formas de prohibición, permisión u obligación) se encuentran en ciertas circunstancias condicionados. (El problema vuelve a ser analizado infra, en la nota 54 sobre negocios jurídicos.) no pueda, por el legislador, ser empleado en la función indicada. Aun en el mero transcurrir del tiempo, la sola quietud, un simple estado, o la vigencia ya de una obligación condicionada pueden constituirse en factores de esta especie. Es frecuente también que asuma el papel de hecho jurídico la violación de otro imperativo: es decir, que el incumplimiento de una obligación sirva como hecho condicionante de otra nueva. Una cierta concatenación entre los dos imperativos así vinculados aparece de ese modo. 8. La indefinida cantidad de los hechos que pueden servir como antecedentes de una proposición jurídica, y también la indefinida multiplicidad de configuraciones que ellos pueden asumir, apareja dificultades toda vez que se pretende de alguna manera clasificarlos. En este sentido es decididamente cierta la frase que Von Tuhr escribe en el párrafo 43 de su obra. Y es decididamente cierta porque, en efecto, es apenas posible llegar a una sistematización de los hechos que se presentan con heterogeneidades tan enormes ( 6 ). Algunos esquemas de clasificación han logrado, sin embargo, cierto grado general de adhesión (?). 9. Se ha hablado asi en este orden de ideas, de hechos positivos y de hechos negativos. El criterio que los clasifica y diverge es el de su propia exterioridad fenoménica. Un hecho positivo es, de este modo, aquél cuya aparición coincide —en directa relación de causación— con cierta alteración en el mundo físico. Un hecho positivo es la caída de un rayo. La edificación, la siembra, determinada declaración de voluntad. 10. Los hechos negativos, contrariamente, se caracterizan por su consistir sólo definible en sentido omisivo; por su no alteración, por su quietud. Un hecho negativo es por ejemplo la inexistencia de una deuda, la ausencia de cierta manifestación, el silencio. Por lo general, los hechos negativos nunca son escogidos por sí solos para vincular (6) Expresa así el autor alemán: "Aún más variados que los efectos jurídicos son los hechos que pueden integrar el factum de una norma jurídica...", y en seguida: "Es apenas posible llegar a una sistematización de todos los hechos jurídicos porque su variedad es demasiado grande...". En un sentido del todo coincidente manifiesta Cariota Ferrara en la página 3 de la obra ya citada, que "tales hechos son más numerosos de lo que se pueda creer a primera vista...". Luego, discutiblemente, atribuye tal extensión numérica "al dominio cada vez más amplio de 'las normas áe üerttírrtj Í.TO.TÍ: Vas •¿¿-í-fcraaa reglas cíe conducta". (7) Sobre ellos así Coviello, Doctrina Genera! del Derecho Civil, pág. 342 y sigts. (traducción de Felipe de J. Tena, México, 1949), y Scioaloja, Negozi Giuñdiá (Roma, 1933), pág. 14 y sigts. a ellos un efecto jurídico: se procura casi siempre-tenerlos en cuenta conjuntamente con otros hechos positivos. Desde el mero punto de vista técnico, sin embargo, condicionar ciertas obligaciones a algunos de ellos únicamente, es también posible ( 8 ). 11. Otra clasificación frecuente es aque- lla que distingue los hechos físicos de los hechos humanos. 12. Hecho físico es aquel que no puede, de ningún modo, ser imputado en su realización a un hombre: aquel a que es extraña toda determinación suya. Así, por ejemplo, el aluvión, la avulsión, la muerte. Hecho humano es en cambio el que admite esa referencia al humano trascender. Los hechos humanos suelen ser designados también como hechos voluntarios, y en el texto mismo de nuestro trabajo ambas expresiones aparecen usadas en función de sinónimos. En realidad, todo hecho humano supone, en dosis al menos mínimas, un contenido de voluntariedad, so riesgo de no poder ser valederamente atribuido a un sujeto. Y es con arreglo a ese orden de ideas que la identificación puede legítimamente realizarse. 13. Los hechos humanos son llamados también, comúnmente, actos ( 9 ) . (8) Acerca de los hechos positivos y negativos, los autores citados en la nota precedente. Además Cariotta Ferrara: "Los hechos jurídicos suelen distinguirse también en hechos positivos y negativos; para estos últimos basta considerar que la omisión puede tener efectos jurídicos. Los hechos negativos, por lo general, no bastan por sí solos para producir un efecto jurídico, sino que concurren a menudo como presupuestos con otros hechos positivos a la producción del efecto jurídico". Algunos autores han negado, sin embargo, que los hechos negativos puedan servir de condicionantes (véase De Ruggiero, Istituzioni, I, párrafo 24, pág. 227) alterando a nuestro juicio los correctos términos en los que el problema debe plantearse. Un hecho negativo puede ser tanto natural o humano y en todo caso ha de consistir en un no acaecer, en la perduración sin variante de un estado de cosas actual previamente determinado. No se ve por qué a tales hechos no ha de poder referirse una determinación obligacional, y en su caso, por qué no debe considerárselos verdaderamente como negativos. Acepta la clasificación también Savigny, obra ya citada, pág. 149. (9) Oertmann, ya citado, página 177: "Los hechos jurídicos de mayor importancia en Derecho privado, consisten en actos humanos; por su mediación, especialmente, acostumbra a realizarse en el Derecho vigente la adquisición de los derechos...". En la página siguiente agrega: "Mucho menos numerosos son en el Derecho vigente los elementos de hechos con trascendencia jurídica que no consisten en una actuación del hombre. Pero ello no quiere decir que no existan tales hechos. Habiéndolos incluso de la mayor importancia. Tal sucede especialmente con la muerte de las personas...". También Coviello, en la página 343 de su obra ya citada: "Puede haber hechos voluntarios y hechos involuntarios y naturales...'. Sobre el contenido voluntario que aun en dosis mínimas debe tener un acto humano para poder ser considerado como tal, puede verse la magn'üica exposición de Del Vecchio en su obra Supuestos, Concepto y Principio del Derecho (Barcelona, 1962, traducción de Cristóbal Massó Escofet), página 123 y üigts. También las ya citadas "Veintidós Proposiciones..." nuestras, proposición número 6. 14. Se clasifica desde otro ángulo a los hechos condicionantes en lícitos e ilícitos. En cierto modo esta clasificación aparece como subordinada a la anterior, por cuanto ni el atributo de ilicitud ni su directamente contrario de licitud pueden ser valedera- mente aplicados a los hechos naturales. 15. Los hechos ilícitos son aquellos que sirven de antecedente a una sanción, esto es, a cierta forma de privación de la vida, de la libertad, de la propiedad o la salud. Se trata de hechos por alguna razón opuestos a las prescripciones generales del orden, y que por eso mismo, dentro del esquema general de funcionamiento del Derecho, resultan legítimamente impedibles. Los hechos ilícitos son aquellos, por el contrario, que en nada se oponen a los mandatos del orden ( I 0 ) . 16. Hay muchas otras clasificaciones de los hechos jurídicos, clasificacionesn que sería innecesario enumerar a q u í ( ) . Debe señalarse sin embargo que dentro de los hechos humanos y específicamente dentro de los hechos lícitos, cierta particular categoría se ha destacado por cierta particular circunstancia, con rasgos tan notables que ha merecido una consideración muy especial por la doctrina toda. 17. Sobre esos hechos destacados ha de centrarse luego nuestra investigación. Antes, sin embargo, es indispensable hacer algunas consideraciones que en su generalidad se apliquen a todos los hechos condicionantes, cualquiera sea la categoría a la cual se los refiera. 18. El fenómeno de la inversión descriptiva. La atribución a un hecho de la función condicionante aparece siempre realizada por la ley. Bien que en ciertos casos esa determinación sea sólo general y esquemá(10) Carnelutti, "Negozio Giuridico, atto lllecito, atto dovuto" (en Rivista, di Díritto Commerciale, 1923, I. pág. 353 y sigts.), aunque sus opiniones son acogidas con reserva. Oertmann, ya citado: "El proceder del hombre puede provocar efectos jurídicos lo mismo por ajustarse al ordenamiento del derecho que por ir en contra de él: conducta lícita y conducta ilícita. La conducta ilícita del sujeto, en todo caso, produce efectos solamente en perjuicio del que obra contra derecho: obligación de resarcir el daño, penalidad, licitud de la legítima defensa, etc. Estos efectos se producen no porque el sujeto los quiera, sino porque los quiere el ordenamiento jurídico, a fin de corregir su voluntad contraria a derecho y para combatir los efectos antisociales de su actividad" (pág. 177). El hecho de que las obligaciones nazcan en perjuicio del que ha realizado el acto, prescindiendo en todo caso de su voluntad, no parece ser, sin embargo, como Oertmann lo entiende, realmente definitorio de la ilicitud. Lo es si en cambio la posibilidad de una impedición, tal como aparece en nuestro texto, a la que suelen seguir ciertas formas tradicionales de sanción como el resarcimiento y la pena. Sobre ello Del Vecchio, págs. 131 y sigtes. de Supuestos... (11) Hechos constitutivos, extintivos e impeditivos, por ejemplo. Puede vérsela en Cariota Ferrara, pág. 7 del libro ya citado. Además, desde otro ángulo, Chiovenda, Istituzioni di Diritto processulale civile I, pág. 5 y sigtes., pág. 304 y sigts. Además Von Tuhr, pág. 8 y sigtes. tica (véase infra n? 45) la aptitud de provocar con su presencia efectos jurídicos surge inmediatamente de las prescripciones legislativas. No hay hechos que tengan, genéticamente, virtualidad creadora alguna de consecuencias en Derecho. Las obligaciones que de su presencia habrán de derivar se encuentran por otra parte ya previstas en las determinaciones del orden, en proposiciones jurídicas que ya valen como tales, aun antes que el hecho condicionante se produzca. Hay en este sentido una subordinación total del hecho a la proposición jurídica que estatuye las obligaciones, y que a él las condiciona en su aplicabilidad ( 1 2 ). 19. Como en la realidad cronológica el hecho ha de preceder sin embargo a la obligación, cierta inversión descriptiva del proceso ha sido frecuente. Toda vez que el hecho se da, la obligación surge, como constante e inevitable consecuencia. Y porque ello es así, se ha hablado entonces muchas veces de que el hecho es la causa de la obligación condicionada, que la obligación es el efecto del hecho jurídico. 20. La descripción en términos causales del problema no habría sido excesivamente grave si no se hubiera visto en ella una relación de génesis: si no se hubiera entendido tras ella al efecto saliendo de su causa. Pero el error fue cometido, y hoy es frecuente evitar toda referencia a la descripción causal, o aclarar en todo caso que la relación a que se alude no es la causal natural sino la causal "jurídica" ( 1 S ). (12) Semejante subordinación es en general admitida por los autores al considerar a los hechos jurídicos. Ciertos problemas particulares de la figura negocial que más abajo aparecen descriptos suelen alterar, sin embargo, esa consideración por demás elemental, y llevan así a proclamar la creación de la obligación por el hecho, cuando ese hecho es humano, por la sola virtud de su realización y por cierta aptitud jurídica de génesis que le sería propia. Parece innecesario señalar que una consideración así no ha hecho sino llevar a la teoría por los más desviados caminos. (13) Hablan así de causalidad jurídica por oposición natural, Von Tuhr (en la nota 10 al párraio 43 de su Derecho Civil - Teoría General...), y Betti, Teoría General del Negocio Jurídico (Madrid, 1959, traducción de A. Martín Pérez, pág. 5). Ambos coinciden en señalar que la citada forma de relación carece de fuerza generatriz en la medida en que deriva de la voluntad del legislador, que a su arbitrio condiciona cualquier prescripción a cualquier hecho, es decir, da su propia "respuesta" a ciertos acontecimientos de tipo fáctico. "La causalidad jurídica, dice Von Tuhr, .^.descansa en la ley, de manera que ésta puede configurarla a su arbitrio: a cualquier hecho el derecho puede atribuir cualquier efecto jurídico". Betti asevera a su vez que " . . . al nexo de carácter normativo establecido por la norma entre el supuesto de hecho y la disposición se le compara, corrientemente, con la causalidad natural, concibiéndosele como un nexo de «causalidad jurídica»... Existe, no obstante, una diferencia esencial (entre una y otra)... y es que los llamados «efectos jurídicos» a diferencia de los efectos naturales, al ser producto de una valoración jurídica constituyen una creación del espíritu humano al reaccionar sobre la realidad social". 21. Si el proceso de la inversión descriptiva se omite, o si en todo caso se tiene en cuenta siempre que el papel de los hechos jurídicos es el de condicionar obligaciones ya en alguna forma determinadas, un error como el apuntado no podrá fácilmente cometerse. En último término, además, la descripción causal no pareciera ser completamente desacertada, si es que con ella se puede mentar nada más que una dependencia constante entre dos instancias, por imperio de las proposiciones jurídicas, y como técnica inevitable del ordenamiento para su propia aplicación, sin ninguna clase de vocación productora en sentido físico de la una sobre la otra O 4 ) . 22. Pluralidad de hechos condicionantes. El supuesto de hecho. Las normas no siempre atribuyen el carácter de condicionante a un solo hecho. Una atribución así de particularizada sería perfectamente posible, pero razones de orden práctico, contingentes en todo caso, suelen determinar cierta pluralidad en los elementos condicionantes. 23. Se puede hablar entonces de varios hechos antecedentes de una obligación (o de una serie de obligaciones). Para mentar ese fenómeno con una única expresión y distinguirlo además del diverso de los hechos complejos (un solo hecho pero integrado por varios elementos, o en el que se han destacado varias notas) los tratadistas usan en general la frase "supuesto de hecho" (i 5 ). 24. Esa designación más amplia permite comprender a todos los variados hechos que en un determinado caso hacen nacer una obligación, y aún a aquellas circunstancias que, sirviendo también de antecedente, pueden motivar algunas dudas sobre su verdadera condición de hechos en el valor semántico que el término hecho asume. (Un estado, una verosimilitud, hechos en todo caso negativos que parecieran definirse por un atributo esencialmente omisivo como es el (14) Advertido el sentido que a la relación causal se acuerda, ya no existe ningún impedimento en usarla para describir el fenómeno, tal como en el texto se hace. Toda objeción concluye excluida la posibilidad genética. La relación imputativa o normativa como categoría paralela a la causal es innecesaria, así como la falsamente reiterada afirmación de que cierta particular cópula "debe ser" serviría en todo caso como específico elemento de descripción del fenómeno de la condicionalidad de las obligaciones. Coincide en este sentido Schereier (Concepto..., pág. 145) cuando emplea la locución copulativa es, tal como corresponde, y resulta acertada la exposición de Von Tuhr sobre el particular, que a pesar de hablar de cierta forma de causalidad jurídica aclara hasta qué punto la expresión coincide con el término común de relación de dos instancias físicas, cuyo análisis, en último término, también "se basa en la estructura del pensamiento humano". (15) Windscheid, Diritto delle Pandette (Torino, 1902, traducción de Cario Padda y Paolo Emilio Bensa), párra- fo 67, "I fatti giuridici". de la no alteración del mundo fenoménico) ( 1 6 ). 25. Cada uno de esos hechos puede, a su vez, tener una complejidad más o menos grave, aparecer integrado por ejemplo por una serie más o menos grande de acontecimientos ( 1 7 ) . La absoluta libertad de elección que en el campo técnico tiene el legislador para escoger condicionantes, se traduce también en la facultad de destacar algunas particulares notas de los mismos, rehacerlas y recomponerlas, erigir como condicionante sólo un sector de un hecho cualquiera, o una comprobación parcializada en ciertas notas de su total presencia. El hecho negocial puede reconocer así una configuración extensa que traduzca declaraciones o actuaciones de varias perso- Se obra para ello de la siguiente manera: del total de hechos que integran el supuesto condicionante se destaca o se destacan algunos, al que o a los que se atribuye valor decisivo para que el efecto se produzca. Los otros, precisamente por no haber sido destacados, quedan entendidos en un simple valor suplementario, como condiciones o como presupuestos sobre los que el hecho I9 más valioso se inserta ( ). 29. Esta forma así tan particular de distinguir entre fenómenos que cumplen idén- tica función y que, por ende, técnicamente valen lo mismo, tiene por supuesto una razón de ser. De ese modo se consigue fijar con mucha más detención el análisis en el hecho destacado, lo que es particularmente conveniente cuando se trata de un hecho humano. nas, mostraciones externas de un propósito 30. Una aplicación de lo expuesto se verá obligacional de total complejidad constitu- luego al tratar de los negocios jurídicos: del tiva. supues'to general condicionante se extrae y Puede también configurarse como la ver- se examina el negocio, que no es el término sión esquemática de un acontecimiento real, antecedente de las obligaciones en su totaen la recomposición en base sólo a ciertos lidad, sino únicamente un hecho humano atributos de un fenómeno cualquiera ( I 8 ) . voluntario específico, que actúa en concu26. En una u otra forma en que su carac- rrencia con otros hechos para la producción terización se haga, será directamente defi- del efecto. nitorio de su condición de hecho jurídico la 31. Realización parcial del supuesto de hereferencia de obligaciones, que sobre la base cho. Efectos anticipados. Cuando el supuesto de su producción se apliquen. de hecho se integra por varios hechos, todos 27. Valoración desigual del supuesto de ellos deben realmente darse para que el hecho. Todos los hechos, todas las circuns- efecto jurídico aparezca. tancias que en su generalidad integren el En este sentido, si a los condicionantes a, "supuesto de hecho" tienen idéntico valor, b y c la ley ha referido el nacimiento de porque hasta que todas ellas no se hayan obligaciones, sólo cuando a, b y c se hayan realizado el efecto no podrá nacer. producido el efecto en Derecho podrá darse. 28. Ocurre sin embargo que es frecuente 32. A veces, esos elementos integrantes en el ámbito de la teoría general que cier- del término condicional aparecen de manetos elementos del supuesto de hecho sean ra coetánea en la realidad fáctica. devaluados, y entendidos más que como cauOtras veces, en cambio, es posible, o aun sas concurrentes en la producción de un es necesaria, cierta distancia cronológica efecto, como condiciones o como presupues- entre unos y otros ( 2 0 ). tos del citado efecto. En todos los casos, sin embargo, el resultado es el mismo: es preciso que el antece(16) En sentido coincidente al del texto se expresan Pérez González y Alguer (en la traducción al Tratado de Derecho Civil - Parte General de Enneccerus, decimotercera revisión de Nipperdey, Barcelona, 1935) en cuanto afirman que "la palabra alemana Tatbestand, bajo la cual la técnica jurídica alemana, tanto civil como penal, expresa un conjunto de hechos, aunque no es literalmente traducible, tiene un sentido que se refleja con perfecta claridad y exactitud en la expresión «supuesto de hecho» que hemos adoptado. En efecto, representa una pluralidad de circunstancias que, cuando concurren conjuntamente, dan lugar al nacimiento de un efecto jurídico del que son considerados como el fundamento. Llamar simplemente hecho a tal elemento de la norma jurídica, sería confundirlo con los factores singulares en que se descompone, o sean los hechos jurídicos, y con aquellos otros que sin integrar el supuesto básico son mera condición del efecto" (sobre estos últimos, en seguida). También Oertmann, pág. 175. (17) Cariota Ferrara, pág. 6: "Todos los actos jurídicos se distinguen en simples y compuestos, según que consten de un EÓÍO elemento o de varios. Son simples, o bien (según otra denominación) unitarios: el nacimiento de una persona, el robo, etc., son complejos: la prescripción, el contrato, etcétera". (18) Véase luego el párrafo 45 al tratar de los negocios jurídicos. (19) Demburg, Pamiekten (7» ed., 190,1. I, párrafo 82). También Von Tuhr, pp. cit. II-l, pág. 19. "D« acuerdo con la misma noción, el efecto de un factum puede producirse solamente cuando existen todos los hechos necesarios, porque cada elemento del factum es concausa de la consecuencia jurídica. Bajo el aspecto lógico, todos los elementos son igualmente indispensables para el resultado; sin embargo —así como en la causalidad del mundo físico— se hace una valoración distinta de todos log elementos que integran el factum. y se la expresa designando ciertos hechos como causas, y otros como condiciones de la consecuencia jurídica. En particular, la declaración de voluntad en el negocio jurídico, que constituye su elemento decisivo, se considera como la causa verdadera del efecto jurídico". (Sobre este último fenómeno véanse nuestros números 66 y sigtes.) (20) Windscheid, párrafo 67 de su Diritto...: "Los hechos que constituyen el estado de hecho, son susceptibles también de presentarse separados, uno del otro en cuanto al tiempo, o posiblemente (por ejemplo, las dos declaraciones de voluntad que constituyen un contrato), o necesariamente (así, por ejemplo, la usucapión) presupone antes que nada un cierto modo de adquisición de la posesión, después una cierta duración de la posesión así obtenida". dente se consuma en su totalidad para que las consecuencias nazcan. 33. Alguna clase de alteración ha querido verse en cuanto a esta exigencia en los llamados efectos prodrómicos o provisionales. En tales casos, aun antes de que el supuesto de hecho se haya cumplido en su totalidad, algunas consecuencias ya de él derivan. Se trata casi siempre de obligaciones en alguna medida vinculadas a las que luego vendrán, limitadas además en su vigencia por los posteriores efectos del acto consumado( 21 ). 34. El fenómeno que plantean estos efectos prodrómicos no es sin embargo divergente del general fenómeno de los efectos jurídicos. Las obligaciones provisionales son idénticas en su significado jurídico a las que luego han de devenir como definitivas, y en ambos casos es la técnica de los condicionantes la que funciona. En este sentido, más que connotar una verdadera anticipación de efectos, el fenómeno revela la existencia de dos supuestos de hecho, comprensivo uno del otro, y cuya realización sucesiva da lugar a dos series obligacionales convergentes ( 2 2 ). 35. Un ejemplo puede aclarar el problema. Supongamos que ciertas obligaciones se encuentran condicionadas al término antecedente a-b y que, a la vez, otras obligaciones acaso más extendidas en su vigencia, pero sustancialmente análogas, se encuentran condicionadas al término antecedente a-b-c-d. Pues bien, toda vez que el hecho complejo a-b-c-d comience a producirse, cuando sus dos primeros elementos a-b se hayan integrado, algunos efectos ya derivarán: preci(21) Regelsberger, Pandenten (1893), tomo I, párrafo 118, IV. : '-: |!<S¡ (22) Von Tuhr, pág. 20 del volumen II-l. También De Ruggiero, pág. 228. Diverso es el criterio de Cariota Ferrara en cuanto considera que la superposición de antecedentes es exclusiva de los hechos jurídicos no-negociales. Pero no resulta claro en. su texto de cómo funciona entonces, si no es en virtud de una tal superposición de condicionantes, el fenómeno de la pendencia. Véase en este orden de ideas el último párrafo de la página 8 de su libro ya citado: "Durante el estado de pendencia, en rigor, el hecho no debería producir ni su efecto propio ni otros. Pero el ordenamiento jurídico consiente, como excepción, que se produzcan, entre tanto, otros efectos menores, prodrómicos o preventivos o preliminares o provisorios o anticipados, efectos que podríamos incluso llamar preparatorios. A nuestro modo de ver ello sucede solamente en los negocios jurídicos, no en los otros hechos; pues en éstos, si son complejos, puede ocurrir que, entre tanto, se produzcan los efectos propios de los hechos singulares que los componen (p. ej-, posesión en la prescripción adquisitiva), pero se trata, en tal caso, de un fenómeno completamente diverso". La oscuridad del párrafo radica en que no se entiende por qué las etapas de realización del hecho negocial no pueden tener también "efectos propios" o, lo que es lo mismo, por qué ellas conforman un fenómeno "comple- tamente diverso" al que representan, los hechos singulares. En. la nota 32 ataca la contraria opinión de De Ruggiero. sámente aquellos que corresponden al primer supuesto de hecho. (Parece innecesario decir que en el esquema propuesto, y con relación a las consecuencias finales, éstos son los efectos prodrómicos. Efectos que no significan una real anticipación sino más bien la convergencia de dos antecedentes, que en su complejidad se superponen, el uno al otro). 36. Efectos retroactivos. Las consecuencias que siguen a los hechos jurídicos aparecen en tanto en cuanto los correspondientes hechos se hayan realizado. Ninguna distancia lógica o cronológica es pensable entre el hecho y el efecto, y eso deriva del sentido general del fenómeno mismo de la condicionalidad. 37. Sin que en ello pueda verse ninguna modificación a lo expuesto, las obligaciones condicionadas pueden tener alguna clase de referencia a conductas ya pasadas. Es el caso de la retroactividad. 38. El fenómeno de la retroactividad es extremadamente simple. Un análisis descuidado del mismo ha llevado sin embargo muchas veces su descripción por desviados caminos. Retroactividad significa lo siguiente: los imperativos condicionados han de aplicarse desde el momento de la consumación del hecho para valorar conductas ya pretéritas. Mandan hacia el futuro que ya pasados actos sean valorados con arreglo a un cierto criterio de estima que no regía cuando ellos tuvieron lugar. 39. Conductas que en otros tiempos eran lícitas e ilícitas (prohibidas, permitidas u obligadas) se vuelven de ese modo retroactivamente entendidas de una manera contraria ( 2 3 ). SEGUNDA PARTE 40. Los negocios jurídicos. Dentro del esquema general de hechos jurídicos voluntarios lícitos, la doctrina ha destacado cierta clase especial de hechos que, revistiendo de esos tres caracteres comunes (juridicidad, voluntariedad, licitud) tienen aún el siguiente atributo: el hecho humano en el que consisten tiende de alguna manera, a producir efectos en derecho: precisamente (23) Véase un análisis detenido del problema en Voa Tuhr, quien, sin embargo, acaba adhiriéndose a la teoría que considera a ia retroactividad como una ficción. En rigor, toda idea de ficción pareciera ser innecesaria en la descripción de este fenómeno. No hay ficción alguna en que se mande valorar hechos ya pasados de cierta manera: se trata de una prescripción perfectamente posible, razonable en muchos extremos, y dirigida en todo caso a conductas futuras. Los ejemplos que trae el citado autor alemán no necesitan de ficción alguna para explicarse, ya que en todo caso consisten en antecedentes superpuestos cada uno con su particular efecto. En descripción no del todo afín a la nuestra, también Betti, Teoría General..., pág. 36. aquellos efectos que, de preferencia, han de serle imputados. Esos hechos así definidos por esta última particular cualidad se llaman negocios jurídicos. 41. Desde el punto de vista meramente técnico, en cuanto a la función que como 43. Que por algunos rasgos específicos el negocio merezca ser especialmente considerado es algo que no puede ponerse seriamente en duda. Explicaremos en seguida en qué forma el negocio permite la actuación de la voluntad privada en la creación de imperativos jurídicos, y por qué esa atribucondicionantes de imperativos jurídicos les ción es verdaderamente destacable. Pero suponer una desvinculación ya total cabe, los negocios no divergen mayormente con relación a los demás hechos jurídicos, de los demás hechos jurídicos. Especie de ese género más vasto, partici- cuya categoría general integra, significa pan de todos aquellos atributos que para caer en un error que ha demorado muchas los hechos condicionantes se han destacado. veces el análisis jurídico, que ha dado lugar 42. A pesar de ello, sugestivamente, la a cuestiones ardua e innecesariamente dedoctrina ha dedicado al negocio una aten- batidas, y que debe ser a toda costa evitado. ción mucho más detenida. Ha visto en él 44. La base de todo el problema radica una expresión importante del reconocimien- en cierto criterio general de indeterminato de la libertad del hombre, y en esa atri- ción que como técnica han adoptado los bución de valor positivo (que no extendió Códigos civiles, y que introduce con relación a los demás hechos jurídicos) ha fijado las al negocio una variante que no existe para bases de su consideración autónoma. los demás hechos humanos o naturales conEn este sentido, la teoría negocial ha aca- dicionantes. bado en buena medida escindiéndose de la 45. El criterio de indeterminación. Cuanteoría general de los hechos antecedentes, do las proposiciones jurídicas, para poder en muchos de sus particulares desarro- imperar, escogen ciertos hechos y refieren llos ( 2í ). a ellos la aplicabilidad de sus mandatos, generalmente cuidan determinar con exac(24) La teoría del negocio jurídico es de formación titud cada uno de los elementos de su propia relativamente reciente. Stolfi (Teoría del Negocio Jurídico, traducción de Santos Briz, Madrid, 1959) señala connotación. en la página XVIII de introducción a su obra que la Procuran que tanto los hechos condiciofigura en examen fue delineada por los jusnaturalistas alemanes del siglo xvín y recogida a continuación por nantes como los imperativos condicionados los pandectistas, también después de surgir la escuela aparezcan definidos en sus extremos, menhistórica. La prolija elaboración que desde entonces tuvo por cionados con total claridad. parte de los juristas alemanes, la llevó a constituir una Ello ocurre como respuesta no sólo a cierde las glorias de la ciencia del Derecho en aqtiel país. (Acerca de esto también De Ruggiero y Maroi, Istlt'aiont, ta exigencia comunitaria de certeza de inI, párrafo 26.) conveniente olvido, sino aun como parte de Sobre las bases que esta construcción ofrecía, los jurisconsultos italianos reelaboraron magistralmente la teouna necesidad técnica de formulación adería, al punto de llevar sus desarrollos a grados de procuada. fundidad y coherencia realmente notables. Si las proposiciones tienden a trazar los La doctrina del negocio en sus aspectos más hondos es así germano-italiana, sin que esto signifique desmerelímites objetivos de interferencia, y si por cer el inequívoco valor de otros aportes. lo común ellas se expresan en fórmulas raComo toda construcción de tipo científico, la teoría del negocio jurídico' es el resultado de un detenido procionales deliberadamente acuñadas para su ceso de síntesis, de abstracción y generalización. general conocimiento, parece obvio que en De diversos actos condicionantes humanos (contratos, testamentos, etc.), los autores fueron destacando y cotetodo caso el imperativo mismo como los jando los elementos comunes, reduciendo en todo caso hechos a los que su aplicabilidad sr condia lo esencial y constante las determinaciones contingentes. Ello permitió la aparición de un concepto superior, mucho más valioso que el de los particulares casos de los que fue extraído, idóneo "para la obra de coordinación y de síntesis, que es exigencia final de la ciencia y sobre todo de la Filosofía" (Del Vecchio, Supuestos..., Pag. 18). El valor de un trabajo así es por supuesto sistemático. En este sentido, son inolvidables las palabras que Betti escribe en la página 4 de su Teoría General: " . . . a u n prescindiendo de la solución legislativa, siempre se nos planteará a los juristas el valor científico y préctico de una teoría del negocio jurídico, que, sin desconocer las diferencias de naturaleza entre las varias categorías de negocios de la vida privada, trate de proporcionar a la jurisprudencia criterios y puntos da orientación que deban tenerse en cuenta al resolver las controversias que a aquellos negocios conciernen. Una teoría así constituida se justifica, no ya con argumentos metodológicos extrínsecos a ella, sino con la superior visión de conjunto y el mejor y más preciso conocimiento que objetivamente puede ofrecer". Las definiciones que sobre el negocio jurídico se han consagrado no divergen entre sí excesivamente. En este sentido, puede aseverar Stolfi que "durante casi dos siglos la doctrina ha elaborado tan profundamente la teoría del negocio jurídico que serla vano tratar de deflnirk> de una forma original". Y realmente existen hondas coincidencias doctrinales que de algún modo permiten hablar de "una" teoría negocial. Aun así no debe, sin embargo, olvidarse la observación de Windscheid, en el sentido de que es éste un concepto que la teoría ha establecido para sus propios fines, y que en consecuencia tolera vastas porciones de subjetividad en la determinación que cada autor hace de él. ("En rigor no debiera decirse negocio jurídico es esto y esto, sino por negocio jurídico yo entiendo esto y esto".) Los tratadistas coinciden en general en definirlo como un hecho humano (manifestación de voluntad) lícito y dirigido a la producción de efectos jurídicos y que efectivamente los consigue de no mediar sobre él ciertos vicios. Esto es básicamente lo por nosotros expuesto en el párrafo 40, en los que a continución le siguen sobre diversos problemas negocíales, y en los precedentes acer- ca de los hechos jurídicos en general. ciona deban aparecer íntegramente determinados ( 2 5 ). 46. Ocurre sin embargo que a veces (precisamente en los negocios jurídicos) las proposiciones se estatuyen en consecuencia a un cierto criterio de indeterminación, y no expresan entonces de manera total y definitiva ni los hechos antecedentes ni las consecuencias obligacionales referidas a ellos. 47. Para que esto suceda, los ordenamientos consagran una o varias proposiciones que de alguna manera establecen lo siguiente: "si los particulares quieren y manifiestan querer ciertas obligaciones (dentro de ciertos límites), entonces esas mismas obligaciones habrán de regir". Es decir, dicen que ciertos indeterminados imperativos (los que en cada caso las partes quieran estatuir) han de tener eíectiva vigencia, y han de condicionarse al hecho también indeterminado de su creación (de su prefiguración, o del comportamiento connotativo que los muestre) ( 28 ). 48. Las obligaciones son, en este caso, imprecisas, contingentes, subordinadas en toda medida a lo que los interesados quieran. El supuesto de hecho negocial también lo es, al punto que sólo aparece definido en sus lineamientos centrales (esos elementos que ya destacamos: voluntad, licitud, propósito jurídico), pero con vastas zonas de indeterminación dejadas al arbitrio de los particulares. 49. Razones que llevan a aplicar el criterio de indeterminación. Los motivos que llevan a los ordenamientos a delegar de tal modo en los particulares la elaboración material de los imperativos son por demás evidentes. Se entiende, por lo general, que ellos pueden, con mejor aptitud que nadie, precisar cuáles son las obligaciones que con relación a ciertos intereses suyos conviene que rijan, y determinar consecuentemente la 2 7configuración de los efectos vinculantes ( ). 50. Semejante delegación importa, en buena medida, asignar una facultad análoga a la legislativa. En virtud a la atribución que el comen(7.31 Sobre la exigencia de certeza, excelente la obra de López de Oñate, La ceriezza d^l áintto, Koma, íü42. El criterio de indeterminación no la daña, sin embargo, porque en el momento de realizar las conductas negociables los particulares ya saben o pueden saber con total claridad las consecuencias que jurídicamente por ellas devendrán. (Sobre ello seguidamente. También iníra, número 76 y sigts.) (26) Así el artículo 1322 del Código civil italiano: "Las partes pueden libremente determinar el contenido del contrato en los límites impuestos por las leyes y por lap normas corporativas..." El Código civil alemán, a su vez, consagra el mencionado criterio de modo indirecto a través de las normas que regulan la actividad negocial (artículos 104 y sigtes., 305 y sigtes., etc.). (27) Von Tuiir, volumen II-l, párrafo 50, pág. 161. "El Derecho civil se basa en la opinión de que el orden más adecuado para las relaciones jurídicas de los individuos es el que ellos mismos establecen, y, por lo tanto, en este sentido da amplía facultad a los interesados". tado criterio lleva consigo, cualquier persona puede, dentro de ciertos límites, contribuir a crear imperativos jurídicos. Puede hacer que determinados fines suyos alcancen la fuerza de los mandatos en Derecho, y si bien éstos han de nacer limitados por una vigencia personal de extensión reducida, surgirán mucho más directamente que en la creación legislativa democrátrica de normas generales ( 28 ). 51. Que las partes puedan obrar de este modo parece en verdad valioso e importante. No debe esa consideración sin embargo oscurecer la faz meramente técnica del problema, como no debe oscurecerla la comparación que con la atribución legislativa, de ella se ha hecho. Es en todo caso una norma ya vigente la que refiere los indeterminados imperativos (en el momento de su determinación precisamente) al supuesto de hecho negocial, y es por la mera virtud de la ley entonces que una prefiguración o previsión así de obligaciones como la que hacen los particulares alcanza la validez del derecho. 52. El acto de voluntad tiene una importante, una indiscutible atribución coadyuvante. Es imprescindible, por delegación legislativa, para que los imperativos existan. Pero no puede por sí solo producir los mandatos del derecho ( 2 9 ). 53. Sin que la participación privada vea desmerecida la importancia de su aporte, al obrar humano no cabe más que la enunciación del imperativo: es la norma la que en definitiva lo traduce en precepto jurídico ( 3 «). 54. En la medida en que se recuerde cómo funciona técnicamente el hecho jurídico, y en la medida también en que no se olvide que el acto negocial es sólo una especie de tal género, alcanzada entonces por todo lo que de él se ha predicado, una confusión al respecto puede ser fácilmente evitada. (28) Kelsen, Teoría General, 162 y sigtes. Teoría Pura, pág. 153. (29) Confírmese con lo ya señalado al hablar de hechos jurídicos, párrafo 18 y sigtes. Además Betti, pág. 100: "No es ya —como a menudo se repite— que la voluntad privada por sí sola sea por propia virtud causa inmediata del efecto jurídico, ya que sin un orden jurídico que establezca el nexo funcional, tal efecto no es ni siquiera pensable...". En este sentido asimismo Coviello, pág. 352: "Desde luego, la voluntad del hombre no puede ser por si misma causa eficiente de consecuencias jurídicas, porque ella no puede crear el Derecho". (30) Betti, párrafo citado en la nota anterior, "...el supuesto de hecho, al que se liga el efecto jurídico, contiene, él mismo, un precepto de la autonomía privada. cuyo reconocimiento por parte del orden jurídico constituye esencialmente un fenómeno de Tece^c\í>ív. "SI arreglo dado por las partes a sus propios intereses es valorado por el derecho según sus propios puntos de vista generales, hecho propio, con las modificaciones oportunas, y traducido en los términos de un precepto jurídico. Así, el precepto de autonomía privada, expresado en forma de declaración o de comportamiento, es inmediatamente producto de efectos jurídicos...". sa, el significado meramente accesorio de una función apenas indiciaría de extrinsecación (32). 57. A lo largo de este trabajo volveremos Con el propósito de explicar el mecanismo negocial y, en particular, las complica- a referirnos a la teoría dogmática de la ciones que para él sobrevienen del delegante voluntad, al tratar de ciertos problemas cocriterio legislativo de indeterminación, pres- mo el del propósito negocial, o como el de tigiosos autores elaboraron una teoría de los límites que en general se fijan para la tipo dogmático, acerca de la función que la facultad de los particulares de prefiguración voluntad privada tenía en este fenómeno. preceptiva. Por ahora, baste señalar la confusión que El defecto básico de esta teoría radicó, en nuestro concepto, en haber tratado conjun- semejante teoría produjo en el ámbito doctamente dos problemas que desde todo pun- trinal, y la evidencia en ella de cómo es to de vista debían mantenerse escindidos, necesario no desvincular este análisis negocomo eran el problema del mecanismo téc- cial del general análisis de los hechos connico del funcionamiento negocial, y el pro- dicionantes. 58. Notas características del negocio juríblema ético que planteaba el reconocimiento a los particulares de esa atribución coadyu- dico. Hemos enumerado ya (párrafo 40) los vante en la determinación de los imperati- caracteres propios del negocio jurídico. Covos que hemos destacado precedentemente. rresponde ahora examinar los problemas que Precisamente, con el deliberado propósito en torno a cada uno de ellos se han plande recalcar la bondad de semejante atribu- teado. Una observación es, sin embargo, necesación, sus partidarios pretendieron hacer de riamente previa. la voluntad misma la fueinte de la que 59. Un análisis parcializado de estos camaterialmente surgía el efecto jurídico, el hecho del cual brotaba, por especial aptitud racteres como el que vamos a hacer, si bien genética, la determinación obligacional vin- reviste de considerable utilidad para los fines expositivos, puede insensiblemente lleculatoria ( 3 i ) . 56. Por lo mismo que nacía de un error var a sugerir cierta separación, cierta dissistemático, y que sus propósitos eran deli- tancia entre esas notas características: pueberadamente ideológicos, esta teoría se vio de llevar a considerarlas como elementos forzada al intentar explicar algunos parti- acaso perturbando en definitiva la noción culares problemas del fenómeno negocial a de que el negocio, aun en su complejidad, es ficciones y generalizaciones de una absoluta esencialmente uno. Por eso conviene aclarar que cuando de insinceridad constructiva. inmediato hablemos del propósito jurídico, Se vio forzada así a hablar de una voluntad tácita, de una voluntad presunta o de de la forma, de la prefiguración preceptiva que en general debe tener el una voluntad normal, en aquellos supuestos o de la licitud cada una de esas consideraciones • en que por particular imperio de la ley, negocio, directamente referida al hecho o a alguna divergencia se consagraba entre lo estará los hechos humanos en los que el negocio efectivamente querido y los imperativos que jurídico sustancialmente consiste, observaalcanzaban vigencia. dos desde ángulos distintos, pero inevita^ Debió recurrir en el contrato a la imagen blemente convergentes. casi mística del encuentro de voluntades, 60. Primera nota característica: hecho del dos transformándose en uno, de la vo- humano. El hecho negocial es un hecho luntad común unitaria. humano (supra, párrafos 16-17). Lleva en Condujo a creer en la omnipotencia de sí mismo, pues, los atributos que definen a una voluntad que en el fuero de la concien- esta clase de hechos. cia (por su frecuente intrascendencia obje61. Toda vez que un hecho humano se da tiva) no halla límites extrínsecos: e ignoró se pueden determinar en él dos factores que así o redujo los múltiples límites que a una le son constitutivos. determinación privada aun jurídicamente Un hecho humano se configura, en efecto, deben corresponder. tanto por la voluntad de un sujeto como por No pudo explicar fenómenos tan graves la exteriorización que esa misma voluntad como el de la condición fijada por los mis- alcanza. Participan en él, pues, tanto una mos particulares a las obligaciones, o el del entidad psíquica como una entidad física, testamento, ante la carencia ya de toda vo- tanto algo exterior y objetivo como algo luntad que pudiera sustentarlos. subjetivo e interior. Y, sobre todo, atribuyó a la declaración o 62. No hay hecho humano que no se intea la actuación en que la voluntad se expre- gre con ambos atributos porque no hay he- No pudiendo sustraerse a ella, sin embar- go, los teóricos del dogma de la voluntad. 55. La teoría del dogma de la voluntad. (31) Zitelmann: Irrtum 1897. Pag. 115 y sigtes. und Rechtsgesch&ft, Leipzig, (32) Betti. Teoría General..., pág. 54 y sigts. Cariota Ferrara, pág. 60 y sigts. cho que sea únicamente interno o únicamente externo. Si a una acción del hombre le faltara todo contenido psíquico, ella no podría ser razonablemente imputada a un sujeto. Si careciera de toda exterioridad no podría de verdad existir, porque obrar significa exteriorizarse a sí mismo y nada, ni aun en el orden psíquico, puede existir sin correspondencia o correlación en el mundo externo. 63. No es que la acción conste de dos cosas, de dos entidades objetivamente separadas: pero su unidad presenta un doble aspecto en cuanto es, precisamente, tanto un hecho de la naturaleza como un hecho de la voluntad ( 33 ). 64. Una observación de los hechos negocíales (humanos) que no quiera desvincularse de los aportes hechos por las más profundas investigaciones filosóficas no puede descuidar pues esa configuración doble y compleja que a toda acción humana corresponde. 65. La faz exterior de los hechos negocíales puede asumir las formas de una declaración o de un comportamiento ( 3 4 ). 66. Declaración y comportamiento. El modo por el cual el negocio inicialmente se exterioriza es el de la declaración. 67. La declaración se define por su necesario destino a otros. Se trata de un acto cuyo objeto es comunicar a los demás cierto suceso de la vida anímica: es un evadirse el pensamiento de sí mismo, un tornarse expresión objetiva, así como dotada de vida propia, perceptible y apreciable en el mundo social. La declaración en efecto trasciende el mundo físico para realizarse en el interior (33) Sobre el particular véase la magistral exposición de Del Vecchio en la obra Supuestos..., ya citada pág. 124 y sigts. "A constituir una acción concurren esencialmente dos elementos: la voluntad de un sujeto (agente) y la exteriorización o manifestación objetiva de tal voluntad. El primer coeficiente es de orden psíquico, el segundo de orden físico... El nexo entre el elemento psíquico y el físico no es de una simple sucesión; en realidad, ambos elementos se compenetran, y lo que constituye la acción es precisamente el hecho de su compenetración. .. No hay acción sin fenómeno, porque acción no es otra cosa que actitud y, por lo tanto, supone algo objetivo y concreto; pero un fenómeno no es acción si no tiene además un carácter subjetivo, esto es si no representa una dirección de la voluntad". También las páginas 214 y 215 de las citadas ya Lezioni... En ambas obras el análisis es de un rigor y de una profundidad admirables. Las notas mencionan particularmente a J. S. Mili, A System Of Logic (4« ed., vol. I, pág. 59) y Schopenhauer, Die Welt ais Wille una Versteüung, párrafo 18. (34) También Oertmann, pág. 196. Algunos autores cuando se refieren a la faz exterior hablan únicamente de declaración, excluyendo así el comportamiento, o proclaman que es inconveniente la distinción entre uno y otro tal como seguidamente se traza en nuestro texto, y emplean una palabra que mienta a ambos (manifestación, por ejemplo). Sobre el problema véase Ennecce- rus-Nipperdey, tomo I, H, párrafo 136, pág. 56; muy especialmente la nota 7. de un sujeto, distinto de su autor. Se concreta así en la mente ajena. Procura a veces hacer conocer algo. Otras veces tiende en cambio a provocar un comportamiento del sujeto hacia el cual se di- rige (35). 68. Pero el hecho en el cual el negocio sustancialmente consiste puede asumir también una forma diversa a la de la declaración. En ciertas circunstancias, realmente, las obligaciones negocíales se imputan a ciertas manifestaciones exteriores que, sin servir a los fines de comunicación, se dirigen de modo inmediato a la realización de la voluntad. Cabe hablar en esos casos de una actuación de voluntad sin fines de comunicación (de un comportamiento puro y simple). 69. La actuación de voluntad se caracteriza por el hecho de que se consuma en una mera modificación objetiva, socialmente trascendente, del estado de hecho sobre el cual actúa: que no se constituye sobre la colaboración psíquica ajena, que no acude como la declaración a la conciencia o a la voluntad de las personas con relación a las cuales, de ordinario, 30 deberán desplegarse los efectos del negocio ( ). 70. La distinción entre declaración y actuación de voluntad es relativamente reciente. Durante mucho tiempo, más concretamente hasta la obra de Manigk, el hecho negocial era caracterizado invariablemente como declaración, y así fue frecuente que en las definiciones mismas sobre el negocio jurídico, en vez de hecho se hablara de esa especial forma de manifestación. 71. También era frecuente el empleo indiscriminado de cualquier palabra que sugiriera algún modo de extrinsecación de la voluntad negocial, a veces con verdadera amplitud, pero sin llegar a precisar nunca las diversas formas en las que tales modos de extrinsecación podían darse. 72. Constituye así mérito innegable del citado autor el haber expuesto, inspirándose en escritores de Derecho común (Enneccerus (35) Betti, pág. 100: " . . . Y puesto que el resultado del acto es tal que se concreta siempre en la mente ajena, acudiendo ora a la sola conciencia, ora a la voluntad también, la declaración está, por su naturaleza, conscientemente destinada a ser conocida por otros y a hacerles notorio un determinado contenido; un acto, por tanto, que se dirige necesariamente a otros. De ello es consecuencia que no es concebible una declaración sin destinatario que más pronto o más tarde deba tomar conocimiento de ella; sólo que el destinatario podrá sei tanto determinado e inmutable como indeterminado y mudable... y el conocimiento podrá ser tanto inmediato como retardado; pero el que se produzca no podrá faltar sin que el acto cese de tener efecto (casi Vox claman* m deserto), y pierda así toda trascendencia social". (36) Oertmann, pág. 197. Betti, 100 ya citada. Además Spinelli, fascículo 2 de Temí Pugliese (1945), quien cita frecuentemente a Siegel. De este último autor, Die privatrechtlichen Funktionen der Vrkun&en (1913). menciona los nombres de Brinz, Bekker y Regelsberger) la señalada distinción. Adhesiones han seguido a ella, luego, en medida creciente ( 3 7 ). 73. Tanto los negocios que se definen en una declaración como aquellos que se expresan en un comportamiento puro y simple tienen, en lo que es sustancial, análogo trato. En este sentido, puede asignarse a la distinción un prevalente valor expositivo. 74. Una consecuencia práctica existe sin embargo. Del hecho de que el simple comportamiento no está (por definición) destinado a dar noticia de sí, y que carece de destinatarios, se ha deducido la siguiente regla de interpretación a su respecto: mientras que la declaración vinculada a su autor según su significado objetivo y pone a su cargo e' riesgo de un inexacto modo de expresars^,, el simple comportamiento no vincula al agente sino sólo en cuanto sea conforme a su intención efectiva. Es decir: que en el caso de actuación de la voluntad (no así en el de declaración) el sujeto actuante estaría posibilitado de evitar las consecuencias que se vinculan a su acto, con sólo demostrar la disconformidad de la intención en el caso concreto, sin necesidad de recurrir a la impugnación por error. En definitiva, su subordinación a los efectos vinculantes sería allí notablemente menor que en las exteriorizaciones de tipo declarativo. 75. Aparte de la citada diversidad en el trato, en lo que a otros problemas hace, la distinción resulta en general intrascendente: uno y otro negocio se afirman sobre análogos esquemas de consideración en el Derecho privado ( 3 S ) . 76. Actuaciones o declaraciones connotativas. La prefiguración obligacional. Tanto la actuación como la declaración pueden tomar contenidos diversos, configuraciones que van desde la más simple extrinsecación de un propósito negocial de cierta especie, hasta la más detenida prefiguración de las consecuencias que luego habrán de seguir. En rigor, para que una u otra forma de actividad valgan como faz externa de una conducta negocial, para que el efecto vinculante buscado realmente siga, bastan contenidos mínimos, determinaciones que llenen las esquemáticas exigencias de la atribución condicionante ( 3 9 ). 77. Por eso, en ciertos casos, declaración y comportamiento asumen un solo valor indiciarlo. Las partes se proponen en efecto, a veces, tan sólo lograr que ciertos imperativos ya previstos supletoriamente por el orden, rijan a partir de sus conductas. Se limitan a revelar la dirección de su querer, y en términos sólo generales, las particulares determinaciones del mismo. 78. Para esos casos precisamente, los Cotí'i;os civiles han organizado, generalmente ;rupadas por tipos (de acuerdo a ciertas sistematizaciones empíricas de las direcciones negocíales más frecuentes) determinadas obligaciones fijas, que han de seguir como efectos a las declaraciones o actuacio40 nes que de alguna manera las indiquen ( ). 79. Otras veces, en cambio, la declaración o el comportamiento alcanzan complejida- des más vastas. Los interesados elaboran materialmente las obligaciones que luego alcanzarán vali- dez efectiva. Traducen así con su propio lenguaje, sus específicos propósitos del contenido negocial ( 4 ' ) . 80. En casos, esa determinación es muy complicada. La prefiguración llega entonces a las previsiones más detenidas sobre la materia negocial. Artículos o cláusulas se redactan con prolijidad minuciosa. Las relaciones obligacionales se prevén hasta sus consecuencias últimas. 81. La forma de la declaración o del comportamiento. Para que la declaración o el comportamiento alcancen los efectos vinculantes buscados, suelen ser requeridos por el orden ciertos actos complementarios de los sujetos intervinientes o de terceros, ciertas expresiones rituales, ciertos modos documentarlos de manifestación. Lo que de esta manera se exige es conocido en el Derecho comúnmente como for- ma de la declaración o del comportamiento, (37) Puede consultarse de Manigk, Willenserkldrung und Willesgeschaft, 1907, pág. 175 y sigts. Siguen su opi- nión, en Alemania e Italia, entre otros Von Tuhr, II-2, pág. 79; Oertmann, pág. 196; Betti, pág. 99; Spinelli, en la obra citada en la nota anterior; Messineo, Istitueioni, párrafo 35. En contra; Cariota Ferrara, pág. 329. Enneccerus I-II, párrafo 136, pág. 56: "No está justificado establecer una contraposición de principio entre la declaración de voluntad (en sentido estricto) y la actuación de voluntad y el tratarlas diversamente dentro de la doctrina del negocio jurídico". La cita que se hace en nuestro texto de este último autor sobre el origen de la teoría de Manigk, corresponde a la nota 7 de ese mismo párrafo 136. (38) Sobre el particular Von Tuhr, II-2, pág. 83. Betti, (39) Llamo la atención sobre esta circunstancia, del mayor valor. Concuerda lo aquí expuesto con lo señalado supra, al referirnos al criterio de indeterminación. Véase el párrafo 48 particularmente. (40) Véase, por ejemplo, el título III del Código civil italiano, "Dei singoli contratti". También la sección séptima del libro segundo del Código civil alemán. (41) La posibilidad de elaboración material se encuentra limitada por las exigencias del orden, que al derivarla en los particulares no lo hace sino dentro de ciertos límites, y con un requerimiento general de coherencia respecto de sus demás imperativos. Véase sobre ello ínfra, número 131, y en la última parte de este trabajo al tratar de la intervención judicial invalidante. o más directamente, como forma del negocio jurídico ( 4 2 ). 82. Los resultados que con la exigencia formal se procuran son los de la misma seguridad del tráfico. Mediante tales conductas complementarias, los ordenamientos logran una objetiva y general recognoscibilidad del negocio, indubitada y clara. Aseguran en cierto modo la efectiva presencia del querer negocial (infra n<? 100), y disminuyen en consecuencia (a veces directamente impiden) las posibilidades de una ulterior invalidación del acto («). 83. No todo acto negocial es formal: no a todo hecho humano de este tipo se piden atributos complementarios para la imputación de obligaciones. En ciertos casos (negocios de forma Ubre, o no-formales) la declaración o el comportamiento pueden expresarse sin los indicados complementos, y lograr asimismo la correspondiente referencia vinculante. Más aún: dentro del general esquematismo con que la figura negocial es regulada, y de acuerdo con el ya referido criterio de indeterminación, los supuestos en los cuales hoy tales requisitos se consagran no exceden de un número por lo general reducido de casos (**). 84. Las exigencias formales han ido variando de tiempo en tiempo con arreglo a los modos diversos de cultura, de manera que sería inútil pretender trazar una enumeración que agotara sus posibilidades. Algunos ejemplos pueden sin embargo darse de las exigencias de este tipo con mayor frecuencia reproducidas. Así, constituyen requisitas de forma: La formulación por escrito de las prefiguraciones obligacionales. Su expresión ante testigos. La presencia, o cierto tipo más complejo de intervención, de un funcionario público. Cierta frase ritual, cierta expresión mí(42) Sobre la forma Savigny, pal-ralo CXXX-III. Windscheid, obra ya citada, párrafo 72, página 276 (forma de la declaración de voluntad). Stolfi, Teoría..., página 212. El desarrollo nuestro no coincide íntegramente con ellos. (43) Así, por ejemplo, Savigny, párrafo citado: " . . . s u lado positivo y práctico. Nada hay más propio que las formas simbólicas para levantar en el espíritu de las partes contratantes la atención reflexiva tan de desear en asuntos serios; . . . Estas formas simbólicas se convierten en un signo cierto de la voluntad perfecta. El empleo de las mismas ofrece, además, ventajas secundarias, como son la facilidad de la prueba en un proceso y la publicidad que recibe la nueva relación de Derecho...". Aunque habla también de que la forma es "producto de la fuerza plástica que existe en el seno de una nación", y que en ella "se reconoce inmediatamente la intervención de la poesía en el Derecho" (pág. 308). (44) Enneccerus-Nipperdey, I-II, párrafo 145, pág. 119. Una enumeración de negocios formales en el Código italiano puede verse en Stolfi, pág. 215 y sigts. En el .alemán, Oertmann, pág. 219 y sigts. mica, un ofrecimiento hecho en. forma de interrogante. La inclusión de algunos contenidos particulares (referencia al lugar o a la fecha) en las declaraciones escritas. La presencia física del agente. El registro de lo actuado. 85. Si bien es contingente la determinación de estos requisitos y la connotación de casos para los cuales ellos son realmente exigidos, es en cambio uniforme el efecto que a su omisión subsigue. Cuando el acto ha prescindido de ellos (so riesgo de no encontrarnos ante una verdadera exigencia de forma), el ordenamiento no le atribuye las habituales consecuencias vinculantes ( 4 5 ). La declaración se tiene por no hecha, o por no hecha para fines negocíales. El comportamiento por no actuado, por omitido total o parcialmente. Algunos limitados efectos pueden seguir de todos modos, pero la atribución jurídica coadyuvante (supra n<? 47) indeterminadamente delegada se frustra, porque los específicos efectos procurados no se logran. 86. Pluralidad de actuaciones o de comportamientos que no entrañan exigencia formal. Los requisitos de forma recientemente descriptos como actitudes complementarias del sujeto mismo que negocia o de otros integran una categoría que se ha ido trazando empíricamente. 87. A veces ciertos casos especiales de conducta plural son entendidos como parte de la estructura misma del negocio, y no en el valor complementario (formal) antes indicado. Se trata de actos de uno o varios sujetos directamente encaminados a la prefiguración obligacional (o a la determinación connotativa de un tipo de efectos negocíales) y a los que por tal causa no sería razonable incluir dentro del marco de exigencias modales, apenas complementarias. 88. Es preciso llamar la atención sobre ello: en ciertos casos la faz externa del negocio se integra con más de una declaración o de un comportamiento, 4aun tratándose de negocios no formales ( 6 ). (45) Las exigencias de formas, hechas por el ordenamiento ad probatlonen, sólo pueden ser entendidas como consejos desprovistos de verdadera consecuencia jurídica, o, en última instancia, como limitaciones a la actividad procesal de prueba: el acto que las haya transgredido, si a pesar de todo se prueba (en esos casos suelen admitirse la confesión o el juramento) vale como tal, perfectamente. En buena medida coincide con esto Coviello, pág. 400: "Sin la forma (ad probationen tantum) el acto es plenamente válido...". Integramente Cariota Ferrara, pág. 373. (46) Hemos hablado de la forma cómo de "actos complementarios de los sujetos intervinientes o de terceros...". Debemos ahora hacer notar que no toda pluralidad de actuación traduce en sí misma le realización de un requisito de forma. Hay actos de las partes o de terceros directamente encaminados a los efectos vinculantes, que tradicional- 89. No debe, en consecuencia, atribuirse al sustantivo singular hecho con el que normalmente se designa al fenómeno negocial el resultado excluyente de la posibilidad de que ciertos negocios necesiten, para condicionar obligaciones, de varios hechos constitutivos. Así, sin perder su específica unidad (supra n9 22 y sigts.). 90. La plural integración mencionada puede traducir cualquiera de estas dos situa- ciones: o bien en ciertos casos porciones más o menos extensas de conducta de un solo sujeto son exigidas (conformando así más de un hecho autónomo), o bien son varias las personas que pueden o deben intervenir con sus particulares actitudes ( 4 7 ). 91. Ambos supuestos implican la presencia de más de una exteriorización negocial. Ambos entrañan también (parece innecesario decirlo) una plural determinación sub- jetiva, una plural existencia de ese complejo coeficiente psíquico que integra todo hecho, y del que la descripción negocial no puede valederamente omitir. 92. El contenido psíquico. Hemos hablado ya de la faz exterior de los hechos humanos y de su doble modo de aparición como declaración y como comportamiento. Corresponde ahora (supra n? 60 a 65) considerar el contenido psíquico, la instancia aquella en la que interiormente el hecho se desenvuelve, y que aparece comúnmente designada en la doctrina como voluntad negocial. 93. Durante mucho tiempo ese contenido psíquico fue deficientemente aprehendido. Aun cuando desde las exposiciones clásicas (particularmente en ellas) la voluntad había sido el objeto central de los estudios negocíales, fue recién en estos últimos años que una investigación detenida reveló la especial complejidad que en su faz interna tiene el negocio. 94. Las recientes investigaciones apare- jaron la siguiente evidencia: todo contenido psíquico negocial, toda determinación interior aun en sustancial unidad, alcanza dos direcciones claramente divergibles. mente se entienden como ajenos a la estructura misma del negocio. Así, por ejemplo, la donación realizada por acto público supone la presencia de varias personas y de varios actos. El de notario es, sin embargo, separado del de los demás y entendido como forma. Los de los contratantes se consideran como directamente negocíales. Todos son necesarios, sin embargo, al menos en principio, para que el resultado en derecho se consagre. (Confírmese lo expuesto con lo establecido, por ejemplo, en los artículos 782, 769 y 2699 del Código civil italiano, y con el título V, capítulo III, del libro segundo de ese mismo Código.) A veces una diferenciación así no es demasiado fácil. En el matrimonio, por ejemplo, se ha discutido mucho si el acto del oficial público es parte del acto plurilateral, o si es sólo una de las exigencias de forma. Sobre este punto véase Vasalli, Lezioni di diritto matrimoniale, 1932; Barassi, Lo famiglia legittima, 1940 (especialmente págs. 173 y sigts.), Cicú, II dirítto di famlgUa, págs. 218 y sigts. Tiende, antes que nada, a cierta consecuencia jurídica; esto es, a la obtención de efectos negocíales determinados. Tiende, además, en directa concurrencia, a lograr una expresión sólo exteriorizante, una externa manifestación de tipo negocial. 95. Es decir, que el tramo interior de la figura negocial tolera una descripción compleja. Cuando alguien quiere realizar un negocio quiere una manifestación suya: una declaración o un comportamiento que valgan objetivamente como tales. Quiere también, y principalmente, que esa declaración y ese comportamiento no se limiten a aparecer en el mundo fenoménico, sino que logren, en consecuencia al orden, ciertos efectos vinculantes. En un acto negocialmente único, pero dual y complejo en su fenomenología interior, existen dos propósitos: primero, declarar o comportarse, manifestar en todo caso algo; segundo, lograr que esa manifestación así realizada valga como término antecedente 4S de una atribución obligacional ( ). 96. No se trata de postular la presencia de dos actos voluntarios que nutran de contenido interno cierta expresión exterior, sino sólo de advertir que en la expresión negocial, sustancialmente única y compleja, definidas direcciones del querer convergen y son exigidas positivamente para4 0la normal atribución de efectos negocíales ( ). 97. Cada una de esas dos particulares direcciones del querer que en un acto negocial pueden describirse recibe una designación específica. Se habla así de una voluntad o de un propósito de manifestación, y de una voluntad o de un propósito de efectos jurídicos. 98. Voluntad de manifestación. La declaración o el comportamiento que exteriormente conforman un acto negocial son normalmente objeto de una volición directamente encaminada a ellos. Si Ticio vende o compra, quiere manifes- tar su propósito en hechos que logren una (47) Véase Coviello, pág. 355; Cariota Ferrara, pág. 142. (48) Sobre todo esto excelente ]a exposición de Cariota Ferrara, párrafo 96, pág. 332. Clarísima y prolija también la de Lehmann, Tratado de Derecho Civil, parte general (traducción de José M. Navas, Madrid, 1956), en la pág. 218 y sigts. (49) Es decir, que el problema que se plantea aquf, puede ser resuelto filosóficamente tanto considerando que un sólo acto exterior se integra con dos expresiones de voluntad, como que son dos actos (en la doble faz interna-extema) los que en todo negocio unilateralmente existen. Con cualquiera de las dos soluciones que se adopte, la descripción negocial puede realizarse adecuadamente. Lo que con nuestro texto se persigue es únicamente mostrar aquello que invariablemente ocurre en todo acto negocial. La interpretación y el análisis crítico del problema, como parte de una teoría más amplia de la conducta (ajena ciertamente a los limitados propósitos de esta descripción), quedan postergados para una obra que verá la luz más adelante. objetiva recognoscibilidad exterior. Quiere declarar o comportarse. Quiere de por sí, más allá de toda determinación encaminada a específicos efectos vinculantes: quiere con un querer que puede ser descripto como agotándose en su propia exteriorización, sin procurar otro resultado externo que el de la manifestación misma. 99. Es la mera voluntad de exteriomación. Pero existe también un propósito que la supere. 100. Voluntad de efectos jurídicos. De la propia y habitual caracterización negocial surge además, como consecuencia inmediata y evidente, que cierta aspiración jurídica, cierta especial dirección del querer hacia efectos que vayan más allá de los físicos de la mera extrinsecación existe. Cuando Ticio quiere manifestar que compra o vende, quiere también que un cierto efecto en Derecho se atribuya y siga a su externa expresión. Hay una dirección negocial o más direc- tamente jurídica en su conducta ( 50 ). 101. Un problema en torno a la voluntad de efectos jurídicos. Ocasionalmente se ha discutido esta última dirección del querer negocial. Es decir, se ha sostenido no directamente su inexistencia en una manifestación humana de este tipo, sino más bien la imposibilidad o la inconveniencia de describirla como orientada hacia fines jurídicos. Lenel, Ehrlich, Bechmann, Danz, postularon así una teoría de la intención empírica ( 51 ). 102. ¿Cómo, se decía, puede concebirse que en una determinación negocial las partes quieran un resultado jurídico? ¿Cómo es posible que en la actividad en el tráfico, manifiestamente orientada hacia resultados concretos, se hable de una intención así de abstracta y difícil, así de imprecisa como la de los resultados en De- recho? (50) Una y otra clase de voluntad existen tanto en la declaración como en el comportamiento. No obsta a ello la circunstancia de que mientras la declaración tienda a realizarse en la mente de otro sujeto, el comportamiento puro y simple carezca de fines de comunicación. Las cuestiones que se tratan aquí son de todo punto diversas a las que analizamos supra. en los párrafos 66 y siguientes. Un acto puede revestir de todos los requisitos que definen a una declaración y carecer de propósito jurídico. Un comportamiento no destinado a realizarse en la mente ajena puede tenerlo. El significado recepticio o no del acto es indiferente a la existencia de un propósito negocial y de un propósito de exteriorización. De acuerdo: Lehmann, pág. 216 y sigts. (51) Lenel en Jherings Jahrbücher, t. 19, 154. Ehrlich en Stülschweigende Willenserklarung, 82 y sigts. Bechmann, Der Kauf, II, párrafo 102 y siguientes. Párrafos y obras citados por Von Tuhr (volumen II-l) y Danz, La interpretación de los negocios jurídicos (versión española de Francisco Bonet Kamón, Madrid. 1955), pág. 11. 103. "El que entra en un restaurante y pide una buena comida, el que alquila una casa bonita y bien situada, o pide prestado el paraguas a un amigo porque llueve, no pretende, evidentemente, en su interna vo- luntad, adquirir algo simplemente imaginario, el crédito que nace de un contrato de compra o de arrendamiento, etcétera, porque eso no le sirve para acallar el hambre ni para habitar la casa o guarecerse de la lluvia. La voluntad interna del que celebra un negocio jurídico persigue de ordinario un resultado económico (o social)". (Danz) ( 5 2 ). Las partes, a menos que sean juristas, no tienen otra determinación que aquella de los efectos sociales o económicos. 104. Aun cuando prestigiosos autores la hayan defendido, una opinión a.sí nos parrece equivocada. Toda persona que negocia quiere, aun imprecisamente, provocar resultados jurídicos. Puede ignorar la nominación concreta del tipo de consecuencia vinculante que quiere. Puede desconocer algunas de las ulteriores implicancias de su conducta. ¿Pero cómo puede afirmarse que al lado de resultados económicos no está procurando determinaciones jurídicas que los amparen? 105. Ese querer puede ir desde las formas psicológicas más complejas que supongan una detenida deliberación y un preciso conocimiento de los efectos hasta ciertos grados más o menos extensos (nunca totales) de indeterminación. Pero en cualquiera de los casos es evidente que el querer existe. Es evidente que el contratante tiene conciencia de la jurídica exigibilidad de las obligaciones que de su contrato han de nacer, y por eso mismo contrata, 106. La teoría nos parece entonces, también, excesivamente parcial. No hay ninguna necesidad lógica o psicológica de reducir el acto interior del querer a una simple "apetencia de resultados empíricos" (Bechmann) ( B 3 ). El contenido psicológico es suficientemente complejo como para que no deban iden(52) Página 11 de la obra citada. (53) La cita de Bechmann corresponde a Der Kauf citado II, 102. (También pág. 1 y sigts.) Lo afirmado en el texto sobre la innecesaria reducción a una unidad del acto interno aparece en alguna medida contradicho por Betti (nota 1 a la página 7 1 ) , creemos que inadecuadamente. El problema lo plantea el autor de una manera distinta, y lo que quiere es —pareciera— sobre todo atacar la antigua afirmación de que el efecto en el negocio se produce a causa de que ha sido querido. (Sobre esa cuestión ya nos hemos pronunciado supra, en los números 45 y siguientes, 49 y siguientes.) Una vez adecuadamente explicado el sentido de la relación causal, sin embargo, el problema desaparece. Aunque no sea causa genética de los imperativos condicionados es indiscutible que en los negocios el efecto .jurídico se quiere, como se quiere también cierto resultado práctico. tificarse en una descripción las diversas representaciones que determinen un cierto actuar, el quererlas (que puede alcanzar una dualidad que comprenda los concurrentes designios del orden), los resultados a los cuales, la actividad, ha de servir como medio, y los demás elementos que en su integridad completan la faz interior del obrar. 107. Ambos propósitos, el práctico y el jurídico, pueden concurrir, y de hecho conrren, toda vez que las partes tienen plena conciencia, siempre que las prestaciones sean exigibles una vez que 5el negocio sobre 4 ellas acabe consumándose ( ). 108. Casos de ausencia del propósito negocial. La voluntad de efectos jurídicos como segunda nota característica del negocio. Claro que a veces el propósito jurídico falta: el hecho de que sea normal o posible su presencia no implica s-u necesario existir. Pero cuando esto último ocurre, cuando en algún obrar humano condicionante la voluntad de efectos en Derecho no aparece acompañando a la intención meramente práctica, el acto es entendido como ajeno a la figura del negocio. 109. La voluntad de efectos en Derecho asume de este modo en las descripciones habituales el valor de otra de las notas características del fenómeno negocial (supra n<? 40, 58 y 60). 110. Por ella, al lado de la categoría en examen existe otra categoría de hechos voluntarios lícitos condicionantes, caracterizados por la ausencia de un propósito en Derecho: actos que no tienen una designación unitaria que los miente, actos que (54) Los "efectos jurídicos" buscados no son. sino los imperativos del orden, esto es, exigencias sobre ciertas conductas de los sujetos intervintentes o de terceros. Tales Imperativos se estatuyen en forma de prohibi- ciones, permisiones u obligaciones (es decir, de imperativa exigencia, o proscripción) (también de tolerancia) sobre actos humanos. Como los tres términos son entre sí interdefinibles es posible valerse de sólo uno de ellos para mencionar a los imperativos. Nosotros usamos el de obligación, que es el preferido por la doctrina civil. Las partes no pueden pretender cualquier imperativo. La indeterminada delegación no se hace en términos absolutos, y siempre está subordinada a exigencias que la limitan, y en última instancia aún a actuación judicial invalidante (véase luego número 131). Una vez consumado el acto negooial en su totalidad los efectos siguen, siempre que la norma lo haya designado a él, con exclusividad para la función condicionante. (Supra, número 30.) A veces (la mayoría de las veces) ciertos hechos complementarios (presupuestos o condiciones del negocio en sí mismo) se requieren también, en concurrencia, para que las obligaciones realmente puedan aplicarse. Así, por ejemplo, el negocio testamentario, aun realizado plenamente, necesita de la capacidad del testador (presupuesto) y de la muerte (condición) para producir los resultados vinculantes. La expresión "resultados" o "efectosi vinculantes" que a veces empleamos reemplazando a la de obligación, connota la inevitable bilateralidad de todo deber (obligación-crédito; o más bien deudor-acreedor)Sobre ello, y sobre lo expresado antes en cuanto a la interdefinibilidad de las expresiones obligatorio, prohibido, permitido, Del Vecchio, Supuestos, páginas 175 y 167,'respectivamente. También Negri, "Veintidós.,.", proposiciones 14 y 12. quedan, en principio, sujetos a predicados teóricos diversos ( r > 5 ). 111. Relaciones entre el hecho interno y el externo en el acto negocial. Hablar de relaciones entre el hecho interno y el externo en el acto negocial puede sugerir un error. Ambos son integrantes del mismo fenómeno, y —ya lo hemos advertido— lo que verdaderamente constituye el hecho es la circunstancia de su propia compenetración. (55) Sobre esta cuestión, Enneccerus-Nipperdey, párrafo 128, página 9 del volumen I-II. Cariota Ferrara, página 27 y siguientes. La distinción entre estos meros hechos humanos vinculantes lícitos y los negocios ha sido, sin embargo, también materia de contradicciones. Si tan controvertida aparece la existencia del propósito negocial y si ella es la base de la distinción indicada, no debe extrañar esta beligerancia en la doctrina. Ocurre que es verdaderamente difícil describir entiativamente el propósito negocial. Que hay negocios, además, en donde algunas consecuencias vinculantes no siguen a un efectivo querer que las .alcance. Y que no siempre es clara la ausencia de alguna forma (al menos imprecisa) de voluntad jurídica en los hechos que habi- tualmente se indican como humanos lícitos y condicionantes pero no negocíales. Autores hay así que sugieren la conveniencia de obviar el distingo: aun de evitar toda referencia al propósito (jurídico o empírico) en la descripción teórica del hecho negocial. El problema ha sido vastamente controvertido, nos parece que en alguna medida innecesariamente. Que los hechos que se designan como negocíales reconocen un propósito jurídico, es algo que no puede negarse. El aparece sobre todo claro cuando las partes redactan materialmente las obligaciones condicionadas. De modo que cuando la teoría habla de él no hace sino describir algo que normalmente ocurre en una actuación negocial. Hay casos, por otra parte, en donde ese querer no existe. Es pensable, inequívocamente, una actitud exterior que no quiera producir efectos en derecho, y no hay problema alguno en calificar a esa clase de supuestos como extraña a la figura negocial. La teoría puede además definir el objeto de sus propias determinaciones, sin otra exigencia que la de advertirlo adecuadamente. Si faltara algo más: hablar en los negocios jurídicos de un propósito de efectos en derecho es muy útil. Toda la descripción se facilita: fenómenos de por sí complejos como la exigencia de una función económico social en el negocio (causa) para autorizar por su ausencia la intervención judicial invalidante, la nulidad misma en sus .aspectos varios, pueden ser explicadas más adecuadamente si se reconoce y señala esta nota en la figura. Admitida la presencia de la indicada voluntad de efectos jurídicos, no debe empero creérsela verdaderamente extendida hacia todos los imperativos que el orden habrá luego de condicionar. Muchas veces las partes ignoran los efectos obligación ales que seguirán a BU obrar: no los quieren, por ende. El que celebra una venta no conoce siempre las totales consecuencias de su acto en el Derecho. Suele no saber que más allá de las básicas prestaciones a que se obliga, otros deberes (de garantía por ejemplo) le serán también atribuidos. Ellos siguen a pesar de todo, aunque el querer no las comprenda (porque el querer carece de aptitud genética sobre los efectos). Ellos siguen, y también a pesar de todo se los entiende como negocíales: es como si para la calificación negocial de una serie de efectos valiera el propósito hacia los principales imperativos únicamente; o como si se devaluara a algunas obligaciones y se las considerara en función complementaria. En hechos así nos parece que la ubicación tradicional de ciertos actos acaba prevaleciendo sobre oí criterio consagrado para distinguirlos. Ello no es, por supuesto, tampoco indeseable. Una mayor coherencia sistemática llevaría sin embargo con mayor precisión a hablar de que hay efectos en los negocios que no son verdaderamente negocíales. En opinión diversa de la nuestra, Del Vecchio, Lezioní, página 288, basado en la teoría que sobre la conducta adopta. Pensamos, empero, que idéntica teoría tolera sin embargo nuestra tesis contraria. 112. Pero ocurre a veces, sin embargo, que el fenómeno psíquico en el acto humano es tan complejo, que la faz exterior del mismo puede llevar a suponer en los miembros de la comunidad de alguna manera interesados en él cierto propósito que no coincida verdaderamente con el querer que lo acompaña. A veces, en efecto, la broma, la reserva mental, de tal manera complican la textura interior del acto, que el sentido externo suyo se escinde de la particular determinación que lo integra: tolera un significado que no es el que verdaderamente debiera acompañar a la voluntad que lo puebla ( 5 6 ). 113. Hace no demasiados años una intensa polémica conmovió esta zona del pensamiento jurídico, y tuvo por fin, precisamente, dilucidar si en los casos así de divergencia debía darse prioridad al sentido objetivo del acto o a la voluntad aun disimulada o deficientemente expuesta. La cuestión giró particularmente sobre el problema contractual. 114. Esa polémica fue tan ardua que aún perduran, de alguna manera, las voces encontradas ( B7 ). Los teóricos de la voluntad, en absoluta consecuencia con el criterio subjetivo que dominaba su construcción, asignaron allí al elemento interno una total prevalencia sobre el exterior. Si una parte emitía una oferta, por ejemplo, la declaración de que se valía era sólo un medio para revelar su propósito: apenas un signo indiciarlo de su querer, que podía ser contrastado ante un tribunal y que cedía todo valor ante la prueba de una divergente determinación interna ( B 8 ). 115. Una tesis así era ciertamente coherente con su punto de partida (supra n<? 55 y sigts.), pero peligrosa y grave en sus consecuencias prácticas: el aceptante de una oferta, para mal o para bien, no podía atenerse sino al normal sentido exterior del acto, y subordinarlo a una rectificación de éste era exponerlo a dificultades hondas. 116. La teoría opuesta habló entonces del valor dominante de la declaración, del carácter oculto y ajeno a la misma realidad negocial del elemento psíquico, de casos de discordancia entre uno y otro que reconocían como unánime salida la invariada prevalencia de la instancia exterior del acto. 117. Pero si la tesis de la voluntad había contemplado la situación de sólo una de las (56) Lehmann, Tratado..., pág. 250. (57) Una detenida exposición del problema en la excelente obra de Francisco Ferrara, ción de los negocios jurídicos (traducción de la Puente, Madrid, 1960), pág. 1 y sigts. (58) Scialoja, Volontá e responsabüitá nei ridici (Roma, 1885), pág. 11. puede verse La simulaAtard y de negozi giu- partes en un acto contractual, una teoría así no hacía sino reduplicar el error al librar al emitente, con ausencia de toda consideración de su voluntad, a un sentido exterior que podía ser decididamente adverso a la intención que lo llevaba a negociar. 118. En la lucha entre las dos concepciones no tardaron en llegar los esfuerzos conciliatorios: ellos fueron la mejor prueba de la insostenible rigidez de ambas ( 5 9 ). 119. Se habló así de que la teoría de la voluntad podía en sus determinaciones ser atemperada por cierto principio de responsabilidad: lo que verdaderamente importa en un hecho negocial es el hecho interior se decía. Pero como nadie vive aislado, j como la sociedad tiene sus propias exigencias, cada uno debe, al negociar, ser honrado, preciso, correcto. Debe expresar clara y exactamente su querer, sirviéndose de medios adecuados de emisión externa. Cuando no lo haga, pese a su voluntad negocial en contrario, quedará sujeto a la declaración, para los efectos vinculantes, o en su caso, para la reparación por daños que por invalidez correspondan. 120. Se habló también, como particular esquema de transacción, de un cierto principio de confianza, idóneo para reducir los excesos de la teoría de la declaración: es cierto, se aseveraba, que la declaración debe prevalecer sobre la voluntad porque el Derecho debe contemplar antes la certidumbre que la verdad. Pero en la hipótesis de discordancia entre los dos elementos no se puede sin más dar valor a la apariencia exterior: ella valdrá en tanto en cuanto quien se aviene a ella pueda tener razones para creer que coincide con un auténtico propósito interno. Si, por el contrario, sabe que tal concordancia no existe, su actuación debe adecuarse a la efectiva voluntad de la otra parte ( 6 0 ). 121. Así restringidas, ambas teorías, perdieron su inicial significado, y la distancia que las separaba se fue, con el tiempo, lentamente aceptando: hoy es posible adherirse a una u otra sin excesivas divergencias en las soluciones prácticas. 122. No corresponde al propósito sólo descriptivo de este trabajo el postular esa adhesión. Se trata de una determinación en todo caso contingente que cada orden puede hacer: para una teoría general ellas son (59) " . . . e l dogma de la voluntad, expuesto a los ataques enérgicos que de todos lados se le dirigen, empieza a agrietarse y a perder terreno, hasta el punto de que, por una parte, sus defensores más tenaces se ven obligados a otorgar concesiones..."; " . . . a su vez, la teoría contraria que, bajo la bandera de los intereses del comercio, había combatido durante la teoría de la voluntad, también es contradicha y censurada como una exageración reaccionaria...". Ferrara, pág. 2. (60) Stolfl, pág. 132. Covlello, pág. 408, sobre los dos citados principios. igualmente posibles, y así atemperadas pueden dar lugar a soluciones idénticamente justas (d). 123. Tercera nota característica del negocio: licitud general del hecho. El hecho negocial es un hecho lícito. Vale para él el predicado de consecuencia a los mandatos del orden que para esa clase de actos hemos formulado supra en el número 15. Como todo hecho lícito, se abstiene de transgredir la esfera de derechos subjetivos de otro sujeto. Es un hecho permitido por el ordenamiento, y no sólo permitido, sino también tutelado, en el sentido de que a todo acto de impedición que pretenda alcanzarlo puede oponerse legítimamente una acción en contrario (° 2 ). 124. No debe esta exigencia general de licitud ser confundida con idéntica exigencia (que puede o no consagrarse positivamente) respecto de los hechos humanos que la integren. En aquellos casos en donde el hecho asume una configuración compleja, que alguno de sus términos reciba el calificativo de ilícito no significa que la ilicitud se transfiera al acto todo. Lo que se requiere siempre es la licitud del negocios mismo, es decir, de su conjunto. No es ilícito en principio —al menos 110 tiene por qué serlo— el acto negocial cuando al celebrarlo, alguno de los interesados obró de manera ilícita o aun punible (63) . 125. Tampoco debe ser confundida la licitud con ciertas exigencias sotare el contenido de la declaración o del comportamiento que limitan la facultad creadora de las partes, y que por lo general se traducen en un requisito de coherencia de la norma negocial con las demás prescripciones del orden. La omisión de tales requisitos suele autorizar a una intervención judicial invalidante, la que o bien frustra al acto de su inicial destino de producción de efectos, o bien refiere a él imperativos diversas a los que las partes habían prefigurado o connotado. Pero no entraña de por sí la transgresión a una esfera de derechos subjetivos, expresión de toda ilicitud. 126. De ese requisito general de coherencia hablaremos luego; ahora nos basta señalar que el hecho del negocio debe en su totalidad ser lícito; que si no lo es su aptitud condicionante, se invalida, y que (61) Salvo la referencia a la justicia de la solución, Kelsen, Teoría General..., pág. 167. También Lehmann, pág. 220. (62) Del Vecchio, Supuestos, pág. 176. También y particularmente en Lezioni, pág. 289. Véase, además, nuestro trabajo ya citado "Veintidós...", proposiciones 17 y 18. (63) Confírmese con la obra ya citada de Oertmann, párrafo 48, páginas 272-273, y los ejemplos que en ellas se aportan. puede además ser impedido y sancionado de acuerdo con las prescripciones del orden. 127. Las notas características del negocio jurídico. Otros problemas de una teoría negocial. Los tres indicados caracteres: condición humana del hecho, licitud, propósito jurídico, son propios de toda figura negocial. Son aquellas notas que luego de un largo trabajo de abstracción y generalización, la doctrina ha destacado como perteneciendo a todo negocio jurídico (° 4 ). En principio, y advertida la ubicación del negocio en el esquema general de los hechos condicionantes, una descripción teórica suya podría limitarse a la mostración y al análisis de cada uno de esos caracteres. 128. Pero el negocio reconoce una particular complicación: una circunstancia cuya incidencia motiva, precisamente, que los problemas de la teoría negocial no se agoten en los indicados términos. (Una circunstancia que también hace que el negocio jurídico asuma un extraordinario valor frente a los demás hechos antecedentes). Ya hemos hablado de ella: es el criterio de indeterminación. 129. El criterio de indeterminación puede expresarse aproximadamente en estos términos: "Si los particulares quieren y manifiestan querer ciertas obligaciones, entonces esas mismas obligaciones habrán de regir." Una norma así, consagrada legal o consuetudinariamente en cada sistema, basta ya para incorporar a la teoría que describe y analiza al negocio una serie de problemas que exceden, con amplitud, los de la mera mostración de sus atributos ( 6 3 ). 130. Ella lleva particularmente a la inversión descriptiva. El imperativo que precede lógica y cronológicamente al hecho aparece como efecto de la conducta a la que se condiciona. Las partes elaboran su contenido en actividad comparable por analogía con la legislativa. El acto antecedente señalado por la norma asume el valor de causa de las determinaciones del orden. Toda una serie nueva de problemas aparece aquí. 131. Ella lleva también a estatuir fronte(64) Véase la nota a nuestro párrafo 42. (65) Sobre la tal norma, y sobre el criterio de indeterminación por ella estatuido, supra, número 45. El criterio de indeterminación existe sólo con relación a los negocios jurídicos, porque el acto en el cual la prefiguración normativa se establece no puede ser sino humano, lícito y con un propósito jurídico evidente. No es esencial, sin embargo, en la figura: no debe necesariamente existir para que el negocio pueda darse, ya que un negocio aparece aun en aquellos supuestos en los que los imperativos condicionados resultan íntegramente definidos por las normas generales mismas. Pero es exclusivo de la figura negocial, y esto basta ya para incorporar a la teoría suya los indicados problemas. (Lo consagran, además, legislaciones.) virtualmente, la unanimidad de las ras para la autonomía privada: es preciso trascendencia para el mundo filosófico, ya determinar hasta qué límites las partes pueden contribuir a crear esos imperativos. Hasta qué extremos la indeterminación verdaderamente se extiende. Todo orden tiene una exigencia central de coherencia. Para poder hablar de orden (para poder hablar de sistema), es preciso que las normas de alguna manera converjan sobre cierto principio común, que no reconozcan discordancias ni aún parciales entre ellas. Un hecho humano, lícito y con fines jurídicos no puede entonces prefigurar obligaciones inequitativas, inmorales e ilícitas: tampoco ajenas a ciertas exigencias de justicia que el orden haya reconocido en sus generales determinaciones sobre las conductas. Aunque tales obligaciones no significaran una violación a los derechos subjetivos de nadie (supra, n9 125) entrañarían inevitablemente una inadecuación al principio general, serían incoherentes. 132. El orden intenta evitar una incoherencia así estableciendo además la posibilidad de una intervención invalidante. Una actuación judicial que derogue los imperativos creados, en casos aún asignando a tai derogación fuerza retroactiva. Y otro nuevo territorio de problema?, surge, con la posible nulidad de las obligaciones condicionadas ( 6 0 ). 133. Las cuestiones se multiplican, el inicial esquema de la teoría alcanza complejidades más vastas. Al lado de la investigación sobre sus caracteres básicos debe agregarse otra serie de investigaciones tanto sobre los modos en que ia exigencia de coherencia se consagra, como sobre la invalidez de los imperativos que jas iransgredan. Sobre todos esos problemas —complejos problemas de la teoría negocial— versan las partes de otro trabajo nuestro ( G 7 ) . previsto por el maestro alemán que extendido al Mundo Jurídico, fundamentó con sus estudios investigaciones importantísimas para cualquiera de sus perspectivas. Nos referimos a la aparición en 1860 del Movimiento Filosófico Neokantiano que años después representará en el llamado Neokantísmo Jurídico. Kant, se erige en la figura epicéntrica de una línea de pensamiento que, a través de NEGOTIORUM GESTIO. (V. GESTIÓN DE NEGOCIOS AJENOS.) NEGROS. (V. RACISMO.) NEO-KANTISMO JURÍDICO.* I. Panorámica introductoria. Poco antes del cente- nario de la muerte de Kant (1724-1804) puede ubicarse un movimiento de gran (66) Por analogía, la expresión nulidad alcanza también, sin embargo, a la judicial comprobación de que elgunos elementos del supuesto negocial no se han efectivamente realizado, o se han realizado deficientemente, porque alguna circunstancia particular los ha alcanzado, turbándolos. (67) Enciclopedia Jurídica O-meba, voz "Nulidad del negocio jurídico (doctrina germano italiana)". * Por el Dr. MIGUEL HERRERA FIGUEROA y la Dra. ZULEMA JULIA ESCOBAR. diversas orientaciones, tipifica en su aceptación más correcta, la filosofía idealista a través de una interpretación que apunta a bucear en lo más profundo del criticismo y que, sin pretender elevarse a un revisionismo, orienta la vuelta a Kant en aquello que guarda de valioso y entonces esas bases son las direcciones científicas predominantes en el período que aparece. Diferencia en esto, de otras líneas denominadas también bajo el rótulo de neokantismo (comentario y crítica de Kant y adopción de la filosofía de Kant strictu sensu). No se trata del análisis del kantismo en sus vinculaciones a la filosofía contemporánea, sino de una actitud filosófica que fren- te a la inoperancia del positivismo y del materialismo, busca nuevas bases para un desarrollo ulterior y en esa labor, orienta la vuelta a Kant con las características arriba apuntadas. El Neokantismo encuentra en sus máximos exponentes, los nombres de Fischer, Lange, Liberman, Cohén, Naptorp, Cassirer, Rickert y Windeltaand, en el mundo germano; a Tes, Catoni, Masci y Berzellotti, en Italia; a Caird en Inglaterra y a Renouvier en Francia, todos firmes en la idea de convertir la filosofía en una gnoseología y no en una vagorosa disciplina desprovista de la necesaria certeza que requiere el saber científico. La ciencia es un edificio constituido por el esfuerzo renovado de mútiples voluntades que se suman y avanza sobre conquistas logradas por antecesores. Las proyecciones que sobre lo científico descargan las meditaciones filosóficas, son determinantes de giros y modos de considerar problemas que revolucionan el campo científico. Las histo- rias de este tipo de saber, lo certifican. Este razonamiento está enderezado a destacar la importancia que ha tenido en nuestra ciencia la presencia de un movimiento filosófico de tan elevada alcurnia, como el sellado con la denominación de neokantismo. Entre las múltiples conquistas logradas por el neokantismo jurídico, corresponde destacar con especial énfasis, la de haber logrado una consideración mucho más efec- tiva y profundizada de los aspectos lógicos, gnoseológicos y normativos que contiene la materia jurídica. Por cierto que no es poca cosa ello, y su batallar por tal logro, realizado en la pluma de renovados autores de que más adelante nos ociiparemos, no fue un pacífico paseo por los campos de la cultura jurídica. El positivismo campeaba triunfador a fines del siglo pasado, en todas las áreas del mundo cultural y no escapaba por cierto la zona del Derecho en aquel dominar. Fue entonces que contra un imperial positivismo de corte naturalístico, hubo de librar el movimiento neokantiano sus primeros combates y escaramuzas. Si venció en todas las zonas de su actuación, inclusive contra el positivismo materialista representado por el marxismo, o si con los últimos epígonos del movimiento neokantiano jurídico, se retorna a otra especie de positivismo —el lógico— ello es cuestión a examinarse en otro terreno. Aquí, cuanto interesa destacar, es que el retorno idealista encapsulado en el movimiento neokantiano, ha servido, y en gran medida, para reconsiderar a fondo las problemáticas lógicas de la Ciencia del Derecho, sepultadas por el positivismo naturalístico hasta la víspera de su llegada. Y la verdad es que sin los finos planteamientos legicistas retomados por los neokantianos, no hay Ciencia del Derecho posible. De ello se colige que la más grande significación que cobra este movimiento en órbita de lo jurídico, es la de haber posibilitado una nueva concepción de este mundo y con ello, haber coadyuvado patentemente al logro de la ciencia jurídica con las notas de certeza constructiva y validez universal, que caracterizan a sus cultores contemporáneos, cuanto menos en la producción de sus exponen tt.s más significativos. Pero no ha sido esta la única conquista del neokantismo. Lo explicado corresponde a la orientación de la Escuela de Marburgo y la posterior elaboración de las direcciones apuntadas por la Escuela de Viena que en el campo del Derecho cristaliza en la teoría pura del Derecho. Repetimos, no puede dejar de considerarse otra orientación sumamente importante puesta de relieve por los neokantistas, nos referimos a ias doctrinas que enroladas en la escuela de Badén, o tomando al menos sus principios basamentales, desenvuelven improntas neokantistas trascendentales no sólo para el movimiento en sí porque prosigue dando margen a las investigaciones que más adelante constituirán lo más representativo del Mundo Jurídico Político Contemporáneo. Nos referimos a la problemática estimativa y axiológica de las cuestiones de mundanidad iuspolítico-social. Así como la anterior dirección que comentamos, sistematizó al detalle todos y cada uno de los planteos jurídicos posibles en la dinámica de lo sociopolítico, esta orientación, al apuntar a la estructura espiritual comprensiva de lo estimativo y lo axiológico, puso base en lo más vivencial del proceso, o sea, en la conducta humana, en vinculación a la puesta en ejercicio de los valores expresados. Configuradas estas dos orientaciones como las esenciales del neokantismo, con figuras de merecido renombre en una y otra dirección, podemos arribar a la conclusión de que ambas no se limitan a parcializar escuelas dentro del neokantismo, sino que el realce dado a uno y otro tópico (el rigor metodológico de pura basamentación lógica y el acento vivencial de lo estimativo), es absorbido por los últimos corifeos del movimiento neokantiano. Decíamos antes que la ciencia no implica mero acopio de datos sacrificables a la misma, siempre se enriquece. Desde ese punto de vista, la ciencia del Derecho da un paso adelante con el aporte de las orientaciones mencionadas, dispares e inconciliables, si observamos por separado el sistema interno propuesto por una y otra, pero que en el contexto de ese todo integrado denominado Ciencia, aquellas son valuadas y enriquecidas en el rigor metodológico sobre una fase estimativa en las últimas estribaciones del neokantismo que se ubica en la especulativa de una línea de pensar, de trascendencia contemporánea. En el ancho mundo del Derecho, podemos apuntar tres escuelas de orientación neokantiana: La Escuela de Marburgo; la Escuela de Badén y la Escuela de Viena o Escuela de la Teoría Pura, y también la presencia de un gran filósofo que enfrenta la impronta vivencial de la teoría jurídica: Giorgio del Vecchio. Queda en el umbral mismo de las corrientes fenomenologías y existencialistas, pero rebasa en todo sentido las tareas del kantismo, con otras perspectivas que escapan al clásico movimiento neokantiano jurídico aquí estudiado. Entre los filósofos vinculados al movimiento que nos ocupa, se destacan por la relación directa a las problemáticas del Mundo Jurídico, prestigiosas figuras de la filosofía jurídica. Entre ellas, la primera, es la de Rodolfo Stammler (1856-1938). La doctrina de su sistema está resumida en el Tratado de Filosofía del Derecho. Ese es el primer autor que trabajó en plano crítico en el mundo del Derecho. Al respecto, dijo con agudeza que kantianizó al Kant jurídico. Ünese a él, la figura de Julius Binder. Máximo Ernesto Mayer (1875-1924) senos aparece como una de las figuras que mejor perfila al grupo de iusfilósofos de la escuela de Badén. Su obra más representativa es La Filosofía del Derecho. Esta corriente doc- trinaría elaboró la íilosofía de los valores, tratando con ello de superar la rigidez legicista de la dirección marburgiana. En esta misma orientación ubicamos los trabajos de Gustavo Radbruch, quien, signando co- mo fin último del Derecho a la Justicia, llega a considerar a la filosofía del Derecho como el arte de lo posible. Sus obras principales son Filosofía del Derecho y El Fin del Derecho. Emil Lask (1875-1915), quien sobre la base lógica de la filosofía, al abordar el tema del Derecho, destaca como una necesidad inherente la búsqueda de una metodología. Al respecto es necesario hacer notar que las problemáticas de la metodología para Lask, no se pierden en estructuraciones formalistas, sino que desmenuza la práctica del Derecho, basamentada en la voluntad y el factor teleológico. Esta corriente colinda en cierto modo, con la veta idealista del hegelismo y pueden ser incluidos los nombres de Bruno Bauch y Wilhelm Sauer, entre otros preclaros pensadores. La escuela de Viena, enfrenta las problemáticas del siglo en la búsqueda de una perspectiva filosófica entroncada sobre la base de una nueva lógica y un hondo criterio empiricista, ambos unificados en la pretensión de arribar a una filosofía científica. Este movimiento es de fundamental trascendencia en la esfera de especulación filosófica del Derecho, y el pensamiento del contemporáneo Hans Kelsen, emerge como el más representativo. El citado iusfilósofo, con la elaboración de la teoría pura del Derecho, establece un pilar de referencia al que no escapa en nuestro siglo ningún estudio jurídico. Las obras fundamentales del maestro vienes son: Teoría Pura del Derecho, Teoría General del Estado, Teoría General del Derecho y del Estado. El destacado iusfilósofo Giorgio del Vecchio, es el principal representante del neokantismo en Italia. A través de toda su labor se destacan: Lezioni dei Filosofía del Diritto y La Justizia. La fundamentación basamental de este autor, ubica a la filosofía del Derecho como única disciplina capaz de abordar el estudio de lo jurídico desde el punto de vista universal y la necesaria referencia a la forma lógica del mismo como dato a priori, o sea no empírico. Es esa, en escueta síntesis, la sumaria y prieta ubicación de corrientes y escuelas formadas a la sombra del llamado neokantismo jurídico. II. Marburgo. En este grupo se destaca, como dijimos, el pensamiento cumbre de Rodolfo Stammler. Prescindir de las consideraciones de pensamientos como los de Max Salomón, Augusto Emge, Karl Woiff y otros para centrar la corriente de miles de marburgianos en la figura de su jefe indis- cutido, es hacer justicia a una panorámica de la mencionada escuela. Rodolfo Stammler, en vigorosa actitud combativa, rechazó el iusnaturalismo y el historicismo para sostener que toda investigación del fundamento y naturaleza del Derecho, sólo puede tener por objeto establecer un método formal umversalmente válido, capaz de determinar cuándo la sustancia necesariamente mudable del Derecho recibe la propiedad de ser objetivamente justa. Un Derecho justo, lo es de contenido concreto y surge a través de un proceso históricamente determinado en el ciclo de la vida social. No es un Derecho perfecto desde que no cabe tal en la vida humana, sino imperfecto e históricamente condicionado. Su Derecho justo es un Derecho natural, pero de contenido variable. La justicia, para el catedrático que fue de la Universidad de Berlín, no puede consistir en ningún contenido concreto, sino en una forma umversalmente válida para ordenar todos los contenidos habidos y por haber. Esto es, un método representativo de una absoluta armonía condicionante de todas las posibles y reales materias jurídicosociales. La noción de lo justo, involucra la unidad de ordenación de los pensamientos. Objetivamente, se basa en la posibilidad de reducir a una armonía fundamental, todos los deseos y aspiraciones, no obstante las diversidades contenidas. Toma como medida ideal, una voluntad depurada de materia concreta que juzga y encauza todas las aspiraciones. Éstas pueden tener un fin último en una mira próxima, o pueden orientarse en el sentido de la voluntad pura, que es algo que se pierde en lo infinito. En este último caso, estamos ante la voluntad justa o deber. El hecho histórico que acredita como cierto el cambio de lo que se debe estimar como justo en la voluntad humana, en cuanto al contenido dentro del sistema stammleriano, no tiene relevancia. Esas variaciones de contenidos se refieren al objeto materialmente concreto de una voluntad, mientras que la trascendencia absoluta alude a "formas puras de ordenación". Las divergencias relativas, no mellan la idea de la voluntad pura, absoluta, inmutable. La voluntad pura es una idea y, Stammler como representante y jerarca de Martaurgo, contrapone idea a concepto. La idea del Derecho no puede derivar del concepto del Derecho, y la voluntad pura juega aquí con prescindencia de todo lo psicológicamente perceptible, su ámbito es también lógico y absoluto. La idea de lo justo, colocada en un terreno inaccesible, se explica con la famosa metáfora de la estrella polar, a la que mira el navegante, no para llegar a ella y do por el Derecho sólo podrá excluir desembarcar allí, sino para orientarse en su a los demás de tal modo, que en el viaje y arribar a feliz término. excluido se siga viendo al prójimo. Para conocer si una aspiración es fundaSiguiendo el hilo de las reflexiones crítimentalmente justa, es menester comprobar cas, Stammler distingue sociedad y comusi se orienta en el sentido de la ley fundaafirmando que sociedad es la vincumental de la voluntad, o sea la idea de la nidad, lación de individuos en su posibilidad conpureza de voluntad, donde remata su crudo ceptual. La comunidad, en cambio, es una logicismo formalista. El carácter fundamenespecial modalidad de la sociedad: "aquella talmente justo de una voluntad, no reside cuya voluntad vinculatoria se halla guiada en la materia concreta, sino en el modo formal en que se puede juzgar y encauzar, por la idea de la voluntad pura". La noción de comunidad pura está dada en términos absolutos, toda exigencia y ascomo punto de vista metódico por el que se piración. Stammler definió el Derecho como volun- debe orientar una sociedad empíricamente tad vinculatoria, donde los fines de unos dada si se quiere presentar como fundameneran medios para otros y viceversa. Para talmente justa. Esta idea entraña una abllegar a la solución del problema de la jus- soluta armonía entre todas las aspiraciones ticia, necesitó remontarse a la noción del humanas concebibles y, por consiguiente, Derecho. Allí encontró que una voluntad no puede llegar a realizarse jamás por envinculatoria era fundamentalmente justa tero, dentro de la realidad sensible de la Es pura forma de orientación cuando sus normas se orientaban esencial- yexperiencia. juicio, independiente por completo de toda mente en el sentido de la comunidad pura. Define ésta como vinculación de los fines experiencia histórica. Los principios stammlerianos, como los de de diversos hombres en que no retorne por noción determinante y suprema, las simples todo logicismo, no han fertilizado el campo aspiraciones subjetivas de uno de los vincu- jurídico. Su idea del Derecho aparece saturada de moral y consecuentemente contalados. El problema de la justicia siempre incidía minada su pureza metódica. La majestad del edificio construido por en el del concepto del Derecho, en el de la voluntad vinculatoria. Esta voluntad vincu- Stammler, parece haber inhibido a los molatoria sobrepuesta a los acontecimientos radores que lo habitan. En nuestras cátede la existencia, condiciona la idea de una dras especializadas gozó de un enorme precomunidad de hombres de libre voluntad. El dicamento, pero a decir verdad, muy pocos juristas prácticos utilizaron sus rígidos desideal social. Por estos derroteros puramente lógicos pliegues. Su infecundidad es manifiesta, a llegó al criterio de justicia, que definió como pesar de los muchos aciertos que contiene. orientación de una determinada voluntad Sobre todo, lo innegable en un balance de jurídica en el sentido de la comunidad pura. su producción, es el mérito a que se hace La idea de justicia sólo se da entonces, en acreedor por su denodada lucha en contra una comunidad de hombres librevolentes del iusnaturalismo de tipo biologista, que, (organización jurídica en que no manda por su pluma, logró desterrar casi por comninguna voluntad particular determinada pleto. Fue él quien por primera vez trabajó en por móviles singulares, sino una voluntad plano crítico en el Derecho, y se dijo con puramente racional, universal-lógica). La idea de la absoluta armonía da lugar agudeza que kantianizó al Kant jurídico. a la comunidad pura, es decir, a la de los El mismo Kant, después del esfuerzo ciclóhombres librevolentes, de donde se despren- peo de conceptualizar las ciencias físiconaden los principios de un Derecho justo, turales, cuando se ocupa de lo jurídicosocial, lo hace desprejuiciado del plano previo de que son: reflexión crítica que caracterizó sus otras 1. Principios de respeto: investigaciones y naufraga en el Derecho a) Una voluntad no debe quedar nun- natural racional que tratamos. ca a merced de lo que otro arbitraStammler, siguiendo huellas de Paul Nariamente disponga. torp, uno de los jefes de la escuela neokanb) Toda exigencia jurídica deberá ser tiana de Marburgo, en la que también desde tal modo que en el obligado, se collaron luminosamente Hermann Cohén y siga viendo al prójimo. Ernst Cassirer, sitúa el centro de gravedad 2. Principios de solidaridad: de lo jurídico en el a priori lógico, en el a) Un individuo jurídicamente vincu- concepto del Derecho. Este punto de vista lado no debe nunca ser excluido de trasladado al plano de la idea de lo justo, la comunidad por la arbitrariedad se constituye afirmado en el concepto de de otro. "Comunidad de Hombres Librevolentes". b) Todo poder de disposición otorgaRememora la voluntad general rousseau- neana, el tríptico: libertad - igualdad - fraternidad de la Revolución Francesa, o la voluntad pura de la moral kantiana y en general todas las cumbres racionalistas del jusnaturalismo y en especial analogía con la escolástica, particularmente con las formulaciones de Francisco Suárez, como lo sostiene el pensador español Luis Recasens Sienes, quien tiene escritas hermosas pági- nas sobre ambos jus-filósofos. Desde luego, que el mayor mérito que cabe a Stammler, es el haber restaurado el problema del Derecho natural, superando la corriente racionalista jus-naturalista, como también las objeciones de la escuela histórica del Derecho, pero cábele también el no menos notable mérito de haber sido el primer demoledor crítico del materialismo dialéctico. III. Badén. Frente a la corriente de Marburgo, aparece el grupo de filósofos de la zona sud-occidental alemana, radicados en la universidad de Badén, que encabezan las relevantes figuras de Guillermo Windelband y Enrique Rickert. Éste fue el primero en impulsar una completa sistemática de la filosofía de los valores que partiera de la filosofía de la cultura. Las raíces neokantianas de la mayoría de sus pensadores, no obstaron los fecundos contactos con el neohegelismo que, acentuando los estudios críticos de historia y cultura, impulsaron seriamente los estudios valorativos. Destacan en la escuela badense los filósofos Bruno Bauch, Ricardo Kroner y Jorge Mehlis. Marginando los despliegues de la misma, trabajaron dos grandes sociólogos tudescos, Máximo Weber y Ernesto Troltsch, y en el seno de la misma los juristas Emilio Lask, Gustavo Raddruch y Máximo Ernesto Mayer. La profunda repercusión de éstos entre nosotros, nos obliga a reconocer el gran mérito de la escuela y la valía personal de sus componentes. El insigne penalista alemán Máximo Ernesto Mayer es una de las figuras que mejor perfila al grupo de jus-filósofos de la escuela neokantiana de Badén. Esta corriente doctrinaria elaboró la filosofía de los valores, intentando con ello superar la aridez legicista de la dirección marburguiana. La escuela sud-occidental alemana tiene en Mayer uno de sus más estimados corifeos. Su pensamiento penal no ha sido superado en múltiples aspectos y sus despliegues jurídico-filosóficos brillan a gran altura aún hoy, en el horizonte contemporáneo. El problema de la valoración jurídica fue tratado en su libro Filosofía del Derecho. La obra divide su parte sistemática en dos capítulos. En el primero trata "El concepto del Derecho" y en el segundo, "La idea del Derecho". En este último se ocupa de nuestro tema, empezando por considerar la idea como un juicio de valor. Las ideas son pensamientos que relacionan una materia con un valor, principalmente con un valor supremo, vale decir, con el que crece la más alta síntesis. Así la idea del Derecho forjará el pensamiento donde ha de establecerse el valor jurídico supremo, irreducible a cualquier otro, y por su medio, el sentido de eternidad de todo orden jurídico. La idea no es alcanzada por vía empírica como el concepto, ésta se extrae de la materia, la idea por el contrario, desciende sobre ésta; en el concepto hay elaboración, en la idea valoración. Idea y fin se integran en la misma categoría normativa en Mayer, pero mientras el fin es un principio valorativo puramente práctico, que considerado axiológicamente puede comprender también lo desvalioso, la idea, por el contrario, es el principio de valor por excelencia, puramente ético. El fin está conectado a la voluntad, la idea a medida del querer o del deber independiente de ambos. La idea puede ir unida a un fin y entonces se transforma en un ideal. Los ideales son fines lícitos de orden superior, donde idea y fin se han unido con indisoluble solidez. Para Gustavo Radbruch (1878-1949), el fin último del Derecho se da en la realización de la justicia. Ésta exige que quienes sean iguales, sean tratados como tales. Para obtener los contenidos jurídicos de la idea de justicia debe ser complementada por la idea de adecuación a un fin. Esta adecuación aparece teñida de convicciones políticas y sociales. Ambas ideas de justicia y fin, necesitan el contrapeso de la idea de seguridad jurídica. La idea de justicia en Radbruch, presupone la posibilidad de una tensión entre la comunidad y el individuo y constituye un contrapeso individualista-liberal a la exageración de la idea superindividualista del bien común. La justicia es un fin del Derecho que debe diferenciarse del bien común. Presupone la existencia de conflictos, exige que la idea del bien común soporte el contrapeso de los intereses del individuo. La noción de seguridad jurídica es muy importante para Radbruch. Aunque no es un valor absoluto y primordial como la justicia, es de mucha utilidad para la realización del bien común. La justicia y la seguridad son valores individualistas; el bien común supraindividualista. En la justicia, bien común y seguridad, descansa la armonía del Derecho. La preminencia de algo de ello sólo es determinable epocalmente. El Estado policía atribuyó preminencia axiológica al bien común positivista, el capitalista a la seguridad. En el último mensaje del venerable Radbruch, hablando de los problemas de la filosofía del Derecho, expresaba que ésta desemboca siempre en la política jurídica como arte de lo posible. Todo lo jurídico entraña huellas del clima histórico en que nace, permanece casi siempre circunscripto de antemano a los límites de lo históricamente posible y se halla sujeto en algún sentido a su mundo circundante. Alude a Solón quien, preguntado si había dado a sus conciudadanos las mejores leyes imaginables, respondió: "La mejores sencillamente no, pero sí las mejores de que ellos eran capaces. El amor por quien apetece lo imposible" de que nos habla el poeta, no es paradigma de lo jurídico, donde la supeditación a la materia con que se trabaja es determinante. Como decía Emilio Lask, la idea que el artista se forma de su obra, depende, parcialmente, de la materia en que se propone ejecutarla, variando según trata de esculpirla en mármol, piedra, madera, etcétera. La ciencia jurídico-social sólo realizará incursiones fecundas, teniendo a su vista la conducta del hombre concreto. Toda tentativa que parta de otros fundamentos, esterilizará la riqueza de sus posibilidades. También merece citarse en esta dirección, la figura de Wilhelm Sauer que conecta su kantismo y hegelismo con Leibniz, creando una singular teoría sobre la mónada de valor. Emil Lask, profundo conocedor de la iusfilosofía en los más destacados pensadores, elabora su posición dentro de la técnica general observada respecto a una de las notas distintivas del neokantismo; la preocupación por el método, por la vía científica que orienta hacia metas seguras teñidas de purismo. Pero el análisis de Lask no se pierde en devaneos formales, su búsqueda es la de una vía de rigor metódico hondamente cimentada en esa realidad que perspectiviza a través del Derecho. Por ello tal vez, pasando revista a las doctrinas filosófico-jurídicas destaca aquella de más arraigo realista, observamos así que pone de relieve la concepción de Stammler acerca de la corporación. Pero de todos modos esa orientación hacia el método está ligada íntimamente a planteos concretos, reales, trasvasa la mera facticidad, su posición en filosofía domina esa dirección de análisis puesto que orientado hacia una lógica de la filosofía que se resume en la búsqueda de la categoría de las categorías. La tarea encuentra un apoyo en la filosofía trascen- dental idealista. Como profundización de la crítica kantiana, nosotros diríamos que la labor de Lask se. eleva sobre la misma, va más allá, este filósofo se ubica ya en una cercana posición a doctrinas modernas; porque esas categorías encuentran su correlato en el contenido y ambos se enfrentan como irreductibles. Nos encontramos ante un juego donde el contenido es visualizado desde el punto de vista racional e irracional y se erige, a su vez, en el punto de dirección de la intencionalidad, que a posteriori otorgará unidad al sistema de las categorías. Por otra parte, ya la metodología propia del Derecho de Lask, observa fenómenos que a pesar de darse mancomunados, son separados a los efectos de la investigación; lo jurídico se basamenta en factores reales que le permiten visualizar el fenómeno del Derecho con sentido social y las significaciones normativas que le ofrecen la panorámica del Derecho con sentido jurídico. Interrogándose sobre la base principal del Derecho, el iusfilósofo pone la técnica en la voluntad y el factor teleológico. Este último será transitado en la búsqueda de la unidad de sistema del Derecho, en la intencionalidad que destacamos como elemento que unifica otorgando sentido a cualquier sistema de categorías, y al enfocar el correlato del contenido nos encontramos con la voluntad como conducta vinculada a elementos racionales e irracionales. Como puede apreciarse, entre los autores que comentamos, Lask aparece como uno de los que más a fondo bucea la problemática de la conducta humana en las relaciones jurídicas tratando de salvar el tránsito a la transferencia idealista, a través de una vinculación de voluntad a fin perseguido, es decir, asentando la dinámica en lo que más se acerca a un planteo vivencial del mundo jurídico. IV. Viena. En el prólogo de la General Theory o/ law and State, libro traducido por Eduardo García Maynez con el título Teoría General del Derecho y del Estado, Hans Kelsen precisa que el objeto específico de la ciencia jurídica es el Derecho positivo, en oposición a un Derecho ideal, meta de la política. El Derecho real puede o no corresponder al Derecho ideal que se presenta como encarnación de la justicia o Derecho "natural" o justo. El maestro vienes insiste en distinguir netamente Derecho empírico y justicia trascendente, excluyendo a esta última de su objeto específico. Sustenta la creencia que toda la ciencia jurídica tradicional se caracteriza por su tendencia a confundir la teoría del Derecho positivo con ideologías políticas disfrazadas, en ocasiones con el ropaje de la especulación metafísica acerca de la justicia y, en las más, con la máscara del Derecho natural. Así, expresa que se pone el problema de la esencia del Derecho, es decir el problema del ser junto al del que debiera ser, terminándose por confundir Derecho y Justicia. La justicia en el sistema Kelseniano, es considerada como supremo desiderátum de la política. El Derecho es un algo totalmente aparte de la justicia. Postula una completa separación entre jurisprudencia y política, tras el fantasma de las perturbaciones ideológicas políticas. La primera parte del libro citado, esta dedicada al "Derecho", mientras que la segunda lo está al "Estado". El primer capítulo de la parte primera se ocupa del Concepto del Derecho dentro de la Nomoestética y su apartado A) Derecho y Justicia empieza con el subacápite que lleva el sugestivo título de: a) La conducta humana como objeto de regulación normativa. Para Kelsen el Derecho es un orden de la conducta humana y un orden es un conjunto de normas en unidad de sistema. No significa ello que dicho orden se refiera exclusivamente a la conducta de los individuos, o que sólo la conducta humana constituya el contenido de las normas jurídicas. Este punto de partida, por primera vez temático en el autor de la teoría pura, nos da clara pauta de la encrucijada en que le coloca su teoría. Con este planteamiento puede insistir más adelante, que prescindirá en absoluto de la teoría de justicia que en ocasiones llamará política al tratar la ciencia del Derecho p o sitivo. La teoría pura del Derecho se declara incompetente para resolver la cuestión de si un determinado Derecho es justo o injusto, en virtud de estimar imposible tratar científicamente dicho problema. Considera la justicia como juicio subjetivo de valor. Justicia es felicidad social, y la felicidad que un orden social es capaz de asegurar, puede ser únicamente la felicidad en sentido colectivo. Esta determinación no puede hacerse por vía racional y los juicios de valor que impliquen soluciones, estarán cargados de factores emocionales, consiguientemente subjetivos y, por tanto, de validez limitada, relativa. Mientras que su pretensión es eliminar todo aquello que se adquiera por un conocimiento a posterior i: o todo lo que no tenga relación con la experiencia, en el crudo sentido kantiano. Vale decir, busca establecer el Derecho como un conocimiento apriorístico, formal, universal. Kelsen, dice textualmente, que se limita a estudiar el concepto del Derecho positivo y por tanto su deber es distinguir la ciencia del Derecho positivo y la filosofía de la jus- ticia. Ambos son confundidos constantemente y la tendencia a identificar Derecho y justicia, entraña una toma de posición de carácter político ajeno a la ciencia. La teoría pura en modo alguno se opone a la exigencia de un Derecho justo cuando declara su incompetencia para entender en el problema de la justicia, sino que, simplemente, no pretende inquirir este problema al estimarlo acientífico, en mérito a que la justicia es considerada como un juicio subjetivo de valor y, todo lo que huela a subjetivo se torna sospechoso. Esto no ocurre solamente aquí, sino también en múltiples otras referencias de Kelsen a la filosofía actual. Pareciera existir en él cierto recelo por las conquistas posteriores al neokantismo a que está suscripta su producción y desde luego, donde más deja notarse esta aversión, es en el planteamiento estimativista. La ciencia sólo es posible en un marco donde puedan guardarse los conocimiento! bajo la estructura del saber pronto a emplearse en sistema de proposiciones de claro sentido lógico. Esta fue la ciclópea tarea del maestro vienes en el Derecho. Con este planteamiento puede verse en forma nítida que el andamiaje construido por la teoría pura debía necesariamente prescindir el abordaje del plano valorativo de lo jurídico social para permanecer fiel a la pureza metódica presupuestada. También se ve con claridad que con ello sellaba §us limitaciones, para quedar reducida a mera lógica del conocer jurídico-social. En esta única forma queda autenticado Kelsen, interpretando como lógica lo que él insiste en concebir como ciencia integral. Luis Legaz y Lacambra, en su ya clásico libro sobre Kelsen, estudio crítico de la teo- ría pura del Derecho y del Estado en la Escuela de Viena, sindicó a la teoría pura como teoría del conocimiento jurídico. Los conocimientos de la experiencia sólo son posibles en virtud de condiciones trascendentales, es decir, de algo que está fuera de la experiencia, que no es experiencia, que no es tampoco la cosa en sí sino puras formas mentales, según Kant. Las leyes del pensamiento no son del objeto, porque éste es constituido por ellas, es el pensamiento quien produce el objeto, pues, producción significa tanto como hacer cognoscible la masa informe de datos empíricos. Es dar, por la forma, el ser de la cosa, función de las categorías kantianas. La filosofía trascendental kantiana se construye sobre la ciencia físico matemática de Newton: estudia las condiciones de su posibilidad explicando las razones de su validez. Kelsen parte del factor jurídico de la existencia del Estado en el orden normativo y su teoría, como lo apuntó Luis Recasens Siches en 1929 en sus Direcciones contemporáneas del pensamiento jurídico, pretende dar las condiciones de la posibilidad del orden jurídico; aclarar las explicaciones de los fundamentos del mismo, es decir explicar por qué el Derecho es Derecho, y cuáles son los principios de su conocimiento. La concepción kelseniana, como la de su inspirador, es hipotética. Si el Derecho es reducible a un aparato conceptual válido, debe fundarse en el método normológico, en cuya base coloca la norma fundamental. Este supuesto hipotético autentica rotundamente el kantismo nunca negado del maestro de Viena. De todas estas premisas deriva Kelsen el sistema, que mantiene a través del curso de los años, incólume en lo fundamental de su armazón. Su deuda con Kant queda saldada en la siguiente síntesis: predominio de los desarrollos gnoseológicos; repulsa a toda metafísica; exigencia de unidad, pureza metódica y delimitaciones estrictamente científicas; sentido de la formación de conceptos, definiciones y dominio del problema terminológico; necesidad de hipótesis, y algunas otras homologaciones que giran en torno al deslinde nítido entre metafísica y ciencia, donde la búsqueda no parta del fenómeno considerado como un hecho, sino de la categoría, acto puro del pensar, que es el crearse de la realidad como conciencia, el fenomenizarse de la realidad (el conocer). En el campo del Derecho público donde Kelsen obtiene sus mejores victorias, el neokantiano G. Jellinek también influido por Leibnitz y Schopenhauer, con evidente incerteza metódica, abre a la visión del jurista el problema normativo que ya su antecesor G. F. Gerber había entrevisto. Kelsen inicia su primera obra con un capítulo titulado Naturaleza y Norma, que según Castiglia: "Stato e Diritto in Hans Kelsen" se inspira en un estudio kantiano badenense, de W. Windelband, pues por aquel entonces (año 1911) no había frecuentado las producciones de los filósofos de Marburgo, en cuyo ámbito operaría posteriormente. El dualismo ser y deber ser está en la base del sistema kelseniano, desde la primera hora. Las ciencias son causales o normativas. Las primeras responden a la realidad, las segundas a la idealidad. Realidad, naturaleza y materia, se contraponen a valor, fin y conocimiento. La sistemática simplificación y unificación de datos, es el ideal de toda ciencia. La teoría pura del Derecho ha tenido permanentemente ese ideal a la vista, en su búsqueda de lo general y universal del Derecho. Por este camino llegó a un formalis- mo caracterizado de ontológico, interpretación que hacía perder el rumbo al rico material gnoseológico estructurado por Kelsen. Antes de la aparición de la Escuela de Viena, como apunta Ebenstein en su libro La teoría pura del Derecho, Giorgio del Vecchio en obras publicadas de 1905 a 190& había trabajado exitosamente sobre bases kantianas, estableciendo que el concepto formal del Derecho debe preceder al fenómeno del Derecho, individual y concreto, concluyendo en sostener que la esencia del Derecho está constituida por la pura forma. Kelsen erige su teoría sobre base formal abstrayéndose de lo concreto, del contenido relativamente fortuito y accidental de las normas jurídicas, para referirse a lo que necesariamente es común a todos los sistemas jurídicos, a lo esencial. Por estos derroteros constituye su teoría de formas jurídicas puras, que pretenden ser una geometría de la totalidad de los fenómenos jurídicos. Puede demostrarse fácilmente, expresa Ebenstein, que en la lucha doctrinal desencadenada por el formalismo, lo que se disputa no es un principio teorético de ciencia jurídica, sino de práctica jurídica. Acusar a Kelsen de haber armado una doctrina de conceptos es grave error, ya que él no realiza ningún intento de inclusión en la ciencia jurídica del logro del conocimiento de los sistemas jurídicos concretos y positivos, sino que primero trata de establecer las condiciones generales del conocimiento jurídico, las posibilidades de una ciencia del Derecho, sobre la base de una filosofía jurídica trascendental, descrita claramente como una teoría pura del Derecho (pág. 31). Todo confluye a demostrar que los presupuestos filosóficos de la teoría pura estaban orientados por rutas convergentes en la analítica trascendental de la Crítica de la razón pura del filósofo de Kónigsberg. Refuerza a Kant, creando al lado de la gnoseología que éste elaboró de la ciencia físico-matemática, una gnoseología normativa, pero que trabaja desentendida de la estética trascendental. Esto es evidente por mucho que se quiera disimular. Tampoco atendió los despliegues que W. Dilthey y H. Ricker hicieran sobre los métodos de las disciplinas culturales asentados en bases neokantistas, quizá por no apartarse de aquel criterio de Kant de que más que revelar la verdad interesa cumplir el humilde servicio de prevenir los errores. Ebenstein ha visto con claridad que la teoría pura no es una ciencia jurídica en el común y corriente sentido dogmático, sino una teoría de la ciencia del Derecho en el sentido trascendental dirigida a construir una epistemología del Derecho, atenida a la posibilidad objetiva, lógica, de aplicar el método trascendental al Derecho. El famoso internacionalista Josef L. Kunz, viejo y eminente discípulo de Kelsen, en un ciclo de conferencias dadas en México (D. F.) y publicadas en la imprenta Universitaria de esa ciudad, con el título de La teoría pura del Derecho, al abordar el tópico central que entraña la doctrina de Kelsen, expresa que es filosofía jurídica, si se quiere llamar así a las investigaciones sobre los conceptos fundamentales del Derecho; pero que no la llamaría filosofía del Derecho pensando en la antología y la axiología jurídicas. Textualmente declara (pág. 141) : "Para más claridad quiero decir que no es filosofía sino que es teoría del Derecho". En la página siguiente escribe: "La Teoría pura del Derecho se limita al conocimiento del Derecho positivo; no trata de la creación del Derecho; ni es tampoco una teoría de la justicia". Bastante luz aportan estas palabras del profesor Kunz para la interpretación que debemos dar a los desarrollos kelsenianos. Evidentemente, el problema de la valoración jurídica, está fuera del marco de la teoría pura del Derecho. Sus desarrollos atañen a la faz gnoseológica del problema jurídico y aunque Kelsen pretende presentar su teoría como una ciencia integralmente abarcadura sólo ha tratado un ángulo de esa ciencia. Sin el descubrimiento de la lógica jurídica, realizado por Kelsen —y conste que no es nuestra intención, como más de una vez puntualizara Enrique R. Aftalión, hacer de la ciencia del Derecho una advenediza y privarla de su rancio abolengo—, el saber de los juristas seguiría teniendo de científico la intención que le inspiraba. El organón dado por Kelsen con su lógica del Deber ser, ha hecho de él la personalidad más significativa del mundo jurídico de la primera mitad del siglo xx. Su descubrimiento constituye el punto neurálgico en la constitución de la auténtica ciencia jurídica, incluso con la expresa negativa personal de reconocer ese concreto fecundo alcance de su teoría. Sociológicamente está demostrado que no suele ser su mejor intérprete el autor de una determinada obra. En otro orden de ideas, pero también análogo, nada quitó a la gloria de Cristóbal Colón, el que personalmente estuviera persuadido de haber llegado a las Indias. El dilema está planteado en este punto con crudeza. O la teoría pura del Derecho es lógica jurídica formal, ergo, necesita se complementen sus desarrollos con despliegues ontológicos y valorativos de lo jurídicosocial, o la teoría pura del Derecho, como lo declara expresamente Kelsen, se desentiende del problema valorativo, y entonces sufre la grave manquera científica de desatender una tan importante dimensión de lo jurídicosocial, como lo son sus otras caras y en especial esta valorativa. La elección es clara. En todo caso, ha llegado el momento de refutar las ideas kelsenianas sobre la doctrina de los valores. La teoría pura del Derecho nació en el clima y en las condiciones descritas. La aversión de su autor por los temas metafí- sicos y la desconexión total de éstos con la ciencia tienen raíces en Kant. Eso aparece claro. También está claro que la repulsa del autor de las Críticas a la metafísica, lo era a los tipos de metafísicas trascendentes que encontró en todo el ancho dominio filosófico de su época. Una metafísica de la vida j humana trabajada desde la vida misma en 1 plano inmanente es posible hubiera recibido su aceptación. De todas maneras, éste no es el meridiano decisivo para definir tal cuestión que aquí nos interesa subsidiariamente. De este descreimiento de Kelsen, además de las obras en que abrevó, tiene mucho que ver su drama personal, su propia experiencia en materia política. Siempre que Kelsen ha querido referirse al problema de los valores jurídicos, terminó hablando de política. Están para probarlos sus ensayos sobre El absolutismo y el relativismo en la filosofía y en la política (traducción de Roberto J. Vernengo); La idea del Derecho natural (trad. de Francisco Ayala); Los Juicios de valor en la ciencia del Derecho (trad. de Guillermo García Maynez, incluido en el libro citado anteriormente); Lo Justicia Platónica (también incluido en el libro citado anteriormente); todos los títulos y ensayos que tiene escritos sobre la "Paz" y su último y definitivo tratado de Teoría General, etcétera. Deja ver demasiado concretamente, que el problema valorativo de lo jurídicosocial, queda disuelto en el puro problema político. Él, que toma el camino de la pureza metódica, que le conduce en realidad a puro logicismo, para huir de las ideologías patentiza con su repulsa al problema axiológico jurídico, cierta preconcebida idea de lo jusvalorativo, que lo saca del terreno de la neutralidad científica tan cuidado en toda su producción. Ni por pienso queremos aludir a la honestidad intelectual de este preclaro maestro que dio ejemplos maravillosos en lo largo de una fecunda vida, plena de altibajos e infortunios. Kunz alude, atestiguando esto, que en toda la enorme obra kelseniana no se halla una línea, en la que por razones materiales o por oportunidades políticas, haya hecho la más mínima concesión des- cendiendo del altísimo nivel de su estrado magistral, o haya escrito una sola palabra incompatible con la verdad científica o con su convicción personal. Casualmente de esto se trata; Kelsen, cuyo carácter moral está a la altura de su genio intelectual, no ha podido dejar de ser influido por la cruda experiencia política que le tocó en suerte vivir. A la avanzada edad de su existencia, era harto difícil hacerle modificar mirajes fundamentales conservados cuidadosamente, alimentados desde su función de magis- trado primero y catedrático después. El valor de derecho o de legalidad, es también llamado por Kelsen Juicio jurídico de valor. La duda acerca de si una cierta con- ducta es jurídica o antijurídica, se resuelve cuando puede indicarse una regla jurídica que se refiere a la conducta en forma posi- tiva o negativa. A esta regla que ordena o prohibe la llama norma. El significado específico de la norma lo expresa el deber ser. Las proposiciones que expresan normas, son entonces proposiciones del deber ser. Como fin y por tanto la regulación de conducta humana, derivan de la naturaleza, esto es, de la de las cosas o de la del hombre, de la razón humana, voluntad divina, etcétera. Descree radicalmente que puede haber ordenación de las relaciones humanas superior al Derecho positivo, absolutamente válida y justa como lo pretende la tradicional doctrina del Derecho natural. Declara que ninguna de las numerosas teorías jus-naturalistas logró definir con éxito el concepto de orden justo en forma aproximada a la exactitud y objetividad con lo que las ciencias naturales pueden deter- minar el contenido de sus leyes. Lo que ha sido presentado como Derecho natural o justicia, consiste en acopios de fórmulas vacías que presuponen de antemano que la res- puesta esperada es evidente por sí misma. Permiten en última instancia que cual- quier orden positivo deseado aparezca como justo. Enumera diversos principios y los refuta encontrando que su validez descansa fácil resulta comprobar, estamos en pleno campo lógico jurídico, pero Kelsen, para demostrarlo o, mejor dicho, para refutar el en juicios de valor, desprovistos de objeti- naturalismo son altamente significativos. posible resolver el problema de la justicia vidad, al servicio de determinados intereses de grupo o clase. Su específico papel no es supuesto axiológico que él asigna a estos científico sino político. juicios, realiza finas disquisiciones que, naAl sindicar el dualismo del Derecho posituralmente, le conducen a desautorizar esos tivo y Derecho natural, le encuentra semejuicios jurídicos de valor. Para ello, empieza janza con el platónico de realidad-idea, en formulando una distinción entre el acto de que cada objeto del mundo visible tiene su creación de la norma y la norma misma. patrón ideal en el invisible de las ideas. El Sindica como un grave error, en lo que es- dualismo del mundo imperfecto de nuestros tamos concordes, identificar la norma con sentidos y el otro perfecto, inaccesible a la el acto de su creación. Al hilo de su cono- experiencia de los sentidos, es una de las cida teoría de la pirámide jurídica, desecha tantas interpretaciones metafísicas cuyo de todos los planos estos juicios jurídicos de propósito último, esconde la aceptación o valor y por ello, en todos sus párrafos lo rechazo de la realidad dada, por arbitrarias que nos afirmará a la postre, es sencilla- aptitudes emocionales. De poder conocerse mente que la disyunción lícito-ilícito, es de el orden absolutamente justo postulado por carácter lógico. Así establece que estos su- la doctrina jus-naturalista, el Derecho popuestos valores del derecho están limitados sitivo resultaría superfluo, no tendría ninen tanto su existencia implica la validez del gún sentido. Frente a la existencia del ordeber ser de una norma jurídica, que a su den preconizado por el jus-naturalismo, la vez descansa en la suposición de la norma labor de los legisladores del Derecho positifundamental. En otras palabras, lógica, pu- vo se parecería al esfuerzo de quienes prera lógica jurídica formal. tendiesen realizar una iluminación artifiLos argumentos kelsenianos contra el jus- cial a la luz de un radiante sol. Si fuese Ha sido uno de los grandes fustigadores del Derecho natural. Enemigo franco y declarado demostró tenacidad y mucha capacidad polémica. En su Teoría General del Derecho y del Estado, retoma una vez más la constante refutación al Derecho natural. Desde el primer capítulo de la Nomoestática al ocuparse del "Concepto del Derecho", lo hace del Derecho natural sindicán- dolo como una típica ideología del Derecho. Éstas pueden concretarse en las afirmaciones de que determinada especie de último en la forma como se resuelven los de la técnica de la ciencia natural o de la medicina, apenas se pensaría en regular las relaciones entre los hombres por medio de medidas autoritarias de coacción, así como en la actualidad a nadie se le ocurre prescribir coactivamente, a través del Derecho positivo, en qué forma debe construirse una máquina a vapor o curarse determinada enfermedad. En la base del planteo jusnaturalista, Kelsen estima que anida el áni- mo de esconder la triste situación de que la justicia constituye un ideal inaccesible al conocimiento humano y con ello proyecta su propio estado anímico. Las normas del Derecho natural, carentes de positividad, están supuestas en la naturaleza apareando la idea de la justicia. No fueron creadas por alguien sino encontradas en la naturaleza, tras el anhelo eterno del hombre. A pesar de que en la historia intelectual de la humanidad no existe problema más apasionadamente discutido que éste, y a pesar de que los más ilustres pensadores, desde Platón a Kant, han hecho lo imposible por determinar el contenido de la ley natural de la justicia, el problema está insoluble, sostiene en la Metamorfosis de la idea de la justicia. Es otra muestra de su dogmatismo. En este ensayo, Kelsen formula interesantes aproximaciones a las soluciones valorativas, no obstante las interferencias de planos en que discurren sus despliegues. En el apartado "La Justicia como paz", expresa que un orden que garantiza la paz, representa un valor social y en este sentido es justo. Sindica a la justicia como felicidad social, garantizada por el orden social. Esta felicidad social es objetiva, estriba en la satisfacción de determinadas necesidades reconocidas por todos como dignas. Así esta felicidad individual se metamorfosea paralelamente a la justicia individual. Ambas se socializan y transforman. De garantía de felicidad individual de todos los sujetos, la justicia se convierte en orden social que protege determinados intereses reconocidos socialmente como dignos de tutela. En el texto definitivo de las conferencias pronunciadas en Buenos Aires en el año 1952, vuelve Kelsen a la carga sobre el Derecho natural, afirmando una vez más que una ciencia del Derecho, a diferencia de una metafísica jurídica —cual la doctrina del Derecho natural—, no puede ser más que una ciencia del Derecho positivo, creado por actos humanos y no por voluntad divina. Así el Derecho, en tanto que objeto de la ciencia del Derecho, es un Derecho positivo, vale decir, eficaz. Reniega de la consideración de este Derecho como conducta humana, en mérito a que la llamada realidad jurídica es del todo diferente a la realidad natural. Continúa firmemente creyendo que la conducta es un objeto del orden natural sin colegir el deslinde objetal de la moderna filosofía. Este problema falla en todo lo largo del sistema kelseniano. Recoge por primera vez en este libro, temáticamente, las objeciones hechas a sus sistemas, pero muestran sus réplicas una carencia de profundidad filosófica que Infecundiza su planteamiento científico. Sus actuales proyecciones filosóficas no logran, a nuestro juicio, ponerse a tono con las altas notas jurídicosociales que caracterizaron la producción del maestro insigne. El hecho cierto e innegable de no trabajar en sus elaboraciones con los materiales filosóficos que nuestros tiempos deben a la fenomenología y a la filosofía de la existencia, hace perder terreno a la firmeza de la posición del venerable maestro vienes. V. El neokantismo jurídico en Italia. Fuera de Alemania, el país donde mejores bro- tes obtuvo la vuelta a Kant, en materia jurídica, fue Italia. Allí destaca la figura egregia de Giorgio del Vecchio y acompañan a su nombre tos de los ilustres iusfilósofos Adolfo Cava, Eugenio de Cario y Antonio Pagano, entre los muchos juristas estimables de nuestra disciplina. Posiblemente sea Giorgio del Vecchio el iusfilósofo del neokantismo que nos trans-^ ¡ mite un Kant más puro, un Kant que lograría rebasar las circunstancialidades del Derecho como fenómeno social de su época, y se nos presentará en el iusfilósofo italiano enriquecido por la experiencia de nuestra contemporaneidad sutilmente analizada. En efecto, Del Vecchio, al abordar el tema de filosofía del Derecho y volviendo sobre ello cuando se enfrenta al análisis del concepto del Derecho, nos remite expresamente a Kant, aclarando que la ciencia jurídica no responde acerca de qué es el Derecho, sino 1 acerca de qué está establecido en el Derecho * de un cierto sistema. Tratando de ubicar con rigor metodológi- co la disciplina encargada de su dilucidación, considera la necesidad de que converjan varias ramas a ese objeto, en virtud de lo cual llega a la conclusión de que sólo la filosofía puede responder sobre el concepto general y universal del Derecho, destacando la importancia, entre otros elementos de la relación entre la moral y el Derecho, poniendo la tónica entre la perceptibilidad. No termina allí el análisis y destaca la importancia del Derecho positivo como fenómeno universal "en todos los tiempos y en todos los pueblos". Un paralelo curioso puede establecerse. Casi los mismos elementos desglosados por Del Vecchio en la descripción de fenómenos y elementos que circundan, o mejor dicho, que componen el mundo jurídico, son también analizados por Kelsen, cuando en Teoría General del Estado, trata de ubicar su tarea específica; pero es en el enfoque metodológico donde los dos maestros europeos divergen, mientras Kelsen salta el problema purificando su sistema a través de la exclusión de todo lo que aparezca como resolución de la norma positiva, poniéndose en una posición que Joseeff Kunz denominara de tricotomía implícita (en el sentido de que Kelsen, sin desconocer las dimensiones sociológicas y axiológicas del Derecho, sólo considera legítima en la teoría jurídica una tercera: la normativa), Del Vecchio, por el contrario, acepta el reto de una consideración global de la cuestión jurídica. Con todo, su vía metódica no parte de la realidad táctica del Derecho, según sus palabras, "la experiencia presta un subsidio, pero no la base de una investigación". En consecuencia, su metodología se torna deductiva, parte de un a priori resumido en la consideración trascendental de la naturaleza humana. Esta consideración del mundo jurídico es fundamental, pues sin ella, el Derecho positivo, que ocupa un lugar muy importante en el pensamiento de Del Vecchio, no es sino acto puro. Ese a priori sustenta la idea del Derecho, o sea, la forma lógica del Derecho. No obstante, estas líneas de neta vigencia kantiana no reeditan sino que actualizan la doctrina. Ello se observa con claridad a través de la crítica efectuada a la definición del Derecho de Kant (el Derecho es el complejo de las condiciones por las cuales el arbitrio de uno puede coexistir con el arbitrio de todos los otros, según una ley universal de libertad). La crítica se sintetiza en lo siguiente: Kant nos ofrece el ideal del Derecho y ello no define el concepto. Del Vecchio aclara que si bien para él la norma no es una proposición lógica, tampoco es un ideal de Derecho. Y su posición es de inmediato aclarada, el género lógico de un concepto no se agota si no se afina en la problemática psicológica que corresponde al plano de la experiencia. Como puede apreciarse, sobre todo en la crítica a Kant, Del Vecchio se erige junto con Lask (desde perspectivas opuestas) en la figura del movimiento neokantiano que dando un paso hacia adelante, a pesar de ser el iusfilósofo que mantiene de modo más puro la sistemática kantiana, ya que otorga gran importancia al análisis de la conducta de tal modo concretivizada que otorga al Derecho una contenida vivencia. Evidentemente, más que la pureza metodológica, a Del Vecchio le preocupa el hombre en su vinculación con el mundo jurídico, mundo jurídico universal, al cual la filosofía del Derecho enseñará a preparar el conocimiento positivo del ideal jurídico. Esta preocupación lo lleva a consideraciones y observaciones sutilísimas del quehacer humano que, captadas a través de su visión iusfilosófica, ubican a Del Vecchio por sotare el movimiento del que forma parte y a la vanguardia de los planteos vivenciales de raíz kantiana. VI. Conclusiones críticas. Así como Hobbes informa con su filosofía toda la corriente utilitarista, la filosofía crítica kantiana informa todo el pensamiento idealista, cuya concreción en materia jurídica en las escuelas aquí estudiadas, ha logrado una muy fecunda acogida, incluso en otras vertientes, si no contrapuestas, alejadas de las tónicas idealistas. Las notas centrales del neokantismo entendido como orientación globalizadora de una línea de pensamiento, se desglosa en las escuelas comentadas, pero el núcleo de referencia puede sintetizarse en la tentativa común de dos conductas de investigación: en primer lugar la preocupación por la metodología, y en segundo término, la resolución de las temáticas a través de un a priori vinculado a un planteo de hipótesis. Coronando ello, las tendencias científicas del siglo xx derivadas de una nueva concepción física (la teoría de la relatividad). La primera característica apuntada, la purificación metodológica no surge como un intento más de superar ciertas filosofías, es una actitud radical vinculada a situaciones más profundas. Resulta interesante destacar que la filosofía de Kant y el neokantismo surgen en dos períodos cumbres de la humanidad, enfrentan el advenimiento de cambios estructurales jurídicopolíticos que provocan un estado de insatisfacción necesario de superar y se desenvuelven enfrentando nuevas doctrinas fisicomatemáticas. Ante ello, adoptan idéntica actitud: ambas posturas pretenden arribar a la síntesis de las tendencias imperantes en su época: Kant se eleva con su filosofía, por sobre los errores parcializadores del idealismo y del racionalismo, tal como el neokantismo lo pretende frente al positivismo y el materialismo. Son significativos en este sentido algunos parágrafos de Kant y algunas notas críticas de Kelsen e Jellinek, como así también los conceptos de Del Vecchio cuando pasa revista a las doctrinas filosóficas del Derecho. Respecto a la cosmovisión físico-matemática, Kant (sobre la base newtoniana) elabora sobre la razón física para el posterior trasvasamiento al plano filosófico, investiga la física (ley natural) a la vinculación de la ética (ley de libertad), epicentro del Derecho en su sistemática; los neokantianos (sobre la base de Einstein y sus corifeos) ..logicizan al Derecho a través de la conceptuación de la norma como proposición vacía de contenido (Carnap, Mach y Kelsen como el más representativo) o bien destacando, casi siempre implícitamente, la problemática de que cualquier sistema se estructura a partir de hechos físicos dentro del cual adquiere singular importancia el observador como esquema espacio temporal, lo que adquirirá singular relevancia en la consideración stamleriana de la comunidad y en la des- cripción de la característica del Derecho en Del Vécenlo. Pero sin lugar a dudas, el más importante punto de referencia neokantiano se vincula al segundo punto. La forma de resolución de la dinámica jurídica. Aquí es, posiblemente, donde se hace más patente una "vuelta a Kant" que pule los atisbos del gran filósofo alemán en la perspectiva del Derecho. El tan difundido planteo del "a priori kantiano" es revitalizado, consciente o inconscientemente en los estudios más representativos de la escuela estudiada. El centro de lo jurídico en Stammler se da en un a priori lógico donde lo justo se traslada a la idea enriquecido por el aporte de la comunidad de hombres en ejercicios de voluntad vinculatoria epicéntrica del Derecho; en Mayer, la idea emerge como síntesis de relación entre una materia y un valor, en intercomunicación que emerge de la trascendencia; Lask, en su examen de una categoría de las categorías entre las que no hay fusión, vuelve sobre la distinción entre forma y materia (netamente kantiana), a la que se agrega la de contenido y categoría, irreductibles y salvadas a través de la unidad otorgada por la intencionalidad. En Kelsen, la pretendida resolución de su sistema escalonado de normas configurativas de un esquema piramidal, no logra resolver el tránsito de la norma fundamental a la norma básica, resultando infructuoso el agregado de una etapa transitoria de constitución histórica como tabla de salvación a un proceso que se perfila en la línea de la trascendencia idealista que se impone en la etapa que va de la norma básica a la norma fundamental. Cualquiera sea su enunciado (la voluntad del primer legislador, la constitución histórica, la proposición si a manda y 6 obedece, entonces debe ser que a mande y b obedezca). El manejo del proceso general de la doctrina de la escuela pura, no se resuelve sino a través del enunciado de un a priori; el juicio hipotético de deber ser, del cual derivará toda la validez del sistema jurídico. Pero si bien el criticismo en este aspecto retoma de Kant la problemática de la hipótesis y la desenvuelve con el criterio propio que sólo puede ser permitido luego de la elaboración de las modernas doctrinas matemáticas, no es ya hipótesis para deducir leyes en base a la observación de fenómenos (Newton). La hipótesis neokantiana ubica una interrelación entre la orientación logicista matematizante o no y relación empírica (en algunos casoc, tomando de la primera los elementos de referencia para la construcción de la hipótesis). En síntesis, podemos decir que el neokantismo en la "vuelta a Kant" se vincula al maestro alemán en lo que tiene de funda- mental, no tanto en la estructura de elementos, sino en lo que respecta a su actitud, a la posición que desde su estar en el mundo filosófico le abrió la perspectiva para interpretar una época de transición y elevarse por sobre ella sintetizando esquemáticamente una cosmovisión filosófica de gran importancia para el mundo jurídico de su época, como que las normas principales del constitucionalismo tienen raíz kantiana. Esto es lo que toma el neokantismo de su inspirador, una actitud filosófica con pretensión de integralidad y de pureza metodológica, con tendencia a partir de su- puestos racionales. Paralelo a esos vestigios de sensibilidad ambiental el neokantismo hereda principios de los que no puede desprenderse ni aun frente a temáticas científicistas que lo echarían por tierra: el a priori; la proposición hipotética (juicio hipotético de deber ser en el neokantismo) y la concepción psicológica de lo humano. De esto último deriva la interpretación subjetivista de la doctrina de la relatividad, es decir, de aquella consideración kantiana de que el espacio y el tiempo se nos aparecen como formas de la percepción. Como palabras finales, trataremos de analizar la función cumplida por el neokantismo y el fenómeno de su desplazamiento por otra línea filosófica de la cual se erige en orientadora. El neokantismo fue una doctrina filosófica que en la esfera del Derecho ayudó a través de algunos autores, a metodizar una disciplina que estaba perdiendo solidez sistemática (Kelsen): en otras doctrinas vislumbra con claridad la dialéctica entre hecho y valor (Radbruch): mas luego nos enfrenta a los atisbos de la problemática convivencial (Stammler), para arribar en las últimas derivaciones a ubicarse en el pórtico de una línea filosófica de honda envergadura: la iusfilosofía existencial. En el mismo horizonte de nuestra perspectiva jurídica destacan con singular relevancia las corrientes iusfilosóficas existenciales alimentadas por la fenomenología —Edmundo Husserl— que provee el objeto concreto de su estudio. Con el robustecimiento de la faz objeta! y el mejor aprovechamiento de los desarrollos metodológicos avanzan las corrientes existenciales —llámense integrativismo, tridimensionalismo, dikelogía, egologismo, etcétera— cubriendo la parte mejor elaborada de la teoría jurídica contemporánea. En ella hay también una impronta kantiana. Es innegable. No pretendemos significar con esta afirmación que el movimiento neokantiano aquí estudiado, esté involucrado también en estas corrientes contemporáneas. Por mucho de kantismo que haya en un Edmundo HusserI o en un Martín Heidegger, la revolución que entrañan sus aportes se diferencia radicalmente de aquel movimiento caracterizado como la vuelta a Kant. Aquí, contemporáneamente, no se preten- de un retorno —imposible ya— a la altura de nuestro tiempo, si no un mero aprovechamiento de las ideas angulares estructuradas en los grandes contextos de la filosofía kantiana. Este aprovechamiento —incidental— si bien no puede caracterizar todo un movimiento de ideas, surge para señalarnos que también en él la presencia de un vigoroso sistema de ideas como el de Emmanuel Kant, que certifica con su presencia la importancia histórica del pensamiento de un clarividente elaborador de ideas. Podríamos sintetizar esto, diciendo que nuestros contemporáneos están abocados a la tarea de suplantar la Estética trascendental kantiana en el mundo de lo jurídico, por una especial manera de considerar el espacio y el tiempo: la existencial. De ella no escapan ni tan siquiera las más actuales corrientes espiritualistas que trabajan en el mundo de lo jurídico. Y siendo así, debemos reconocer la presencia de un influjo inmenso en la filosofía de nuestro tiempo de ese gran pensador que sin haber salido nunca de su ciudad natal, Kónigsberg, sembró a todos los vientos del orbe terrestre, la simiente de un pensamiento que fecunda no sólo en su tiempo, si aún también el ciclo llamado la vuelta a Kant, sino el trasfondo de toda la panorámica jurídica filosófica del mundo en que vivimos. NEPOTISMO.* Desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las gracias o empleos públicos. Esta expresión deriva del sustantivo nepote, que la Academia de la Lengua define como pariente y privado del papa. Adolfo Posada (Enciclopedia Jurídica Española) refiere el nepotismo "a la práctica muy usada por ciertos papas de proteger y prodigar favores, dignidades, cargos y procurar altas posiciones, a los suyos, a sus allegados, concretamente, a los sobrinos, ya que no era posible hablar, tratándose de los papas, de descendientes directos". Añade que el celibato como medida aisladora no ha bastado para impedir que el interés familiar y la fuerza de la sangre y de la ambición influyeran en el ánimo de los pontífices con daño de la Iglesia y del Estado. "El nepotismo pontificio —dice este autor— alcanza su plenitud en los siglos xv y xvi. Estímase iniciado por SixPor el Dr. MANUEL OSSORIO Y FLORIT. to IV de la familia de los Hovera; este papa elevaba al cardenalato de San Sixto, haciéndole además arzobispo de Florencia y patriarca de Constantinopla, a su sobrino Pedro Riario, nombraba a Jerónimo Riario duque de Imola, a Jerónimo de la Rovéra prefecto de Roma, casando además a dos de sus sobrinos, no sacerdotes, con las hijas del duque Urbano y del rey de Ñapóles. Florece el nepotismo con Inocencio VIII, con Alejandro VI, revistiendo unas veces las for- mas propias de la ambición política, una especie de alto nepotismo y ofreciéndose otras con exterioridades menos aparatosas, como un nepotismo menudo que consistía en colmar a los suyos de honores y procurarles buenos enlaces y posiciones para lograr riquezas. El nepotismo a lo grande encubre sobre todo instintos o deseos de dominación, de engrandecimiento, mientras el menudo implicaba pequeñas ambiciones de carácter social, afán de brillo, para elevar o levantar a la familia y colocar a sus miembros en situaciones ventajosas, merced a la riqueza procurada, o a la protección obtenida y asegurada. El nepotismo llegó a ser una verdadera llaga de la Iglesia y así Inocencio XI proyectó e Inocencio XII publicó una bula condenándole severamente (1692)". Claro es que el origen papal de la corruptela no fue óbice para su extensión a la esfera de los gobiernos civiles y militares, pues la tendencia a favorecer a parientes y amigos se advierte en todos los que teniendo en sus manos el ejercicio del poder público, carecen de la altura moral suficiente y del sentido del deber y de la responsabilidad necesarios para resistir a esa tentación, muy humana desde el punto de vista afectivo, pero muy dañina políticamente. La mejor cortapisa oponible al nepotismo (fuera de la que nace de los propios impulsos individuales de muchos gobernantes respetuosos de sus deberes frente a los gobernados y a los intereses del país), es la crítica de la opinión pública especialmente representada por el Parlamento y por la prensa. De ahí que el nepotismo resulte tanto más acentuado cuanto menores sean la libertad de expresión y las posibilidades de vigilancia ejercida por la oposición. Se explica así que el nepotismo adquiera su mayor desarrollo en los regímenes de dictadura y en los Estados totalitarios. En todos ellos toma proporciones verdaderamente monstruosas porque no se limita a la provisión de los empleos públicos en parientes y allegados —forma que podríamos llamar clásica del abuso comentado— sino que sobrepasando el típico delito de peculado que realiza impunemente el tirano de turno, extiende a los familiares y adláteres —con o sin fun- ción pública— las posibilidades del enriquecimiento ilícito a costa de la Nación. Los ejemplos han estado lo suficientemente próximos y están todavía en algunos países de gobierno autocrático, para que resulte innecesario citar ejemplos ni genéricos ni nominativos. Otra circunstancia que facilita el nepotismo es la mala organización de la Administración Pública y de modo más concreto el mal sistema de ingreso a la misma. Tradicionalmente —y puede decirse que el sistema ha llegado hasta fines del siglo xix, y perdura en muchos países, especialmente los americanos— los cargos y empleos se proveían por designación directa de la autoridad (presidente, ministro, gobernador, intendente, etc.) de la cual dependía el empleo. De esta regla se salvaban únicamente los cargos electivos. Era lógico, pues, aunque no resultase encomiable, que los nombramientos recayesen sobre los parientes y amigos ineptos antes que sobre los extraños y enemigos aptos. Forma corriente del nepotismo es hacer recaer los nombramientos en los correligionarios del partido político. No están lejanos los tiempos (si es que no quedan todavía algunos residuos) en que el cambio del partido gobernante —por lo menos en algunas provincias argentinas— suponía la cesantía de casi todos los empleados de la Administración y su sustitución por los afiliados al partido triunfador. Un golpe rudo a ese sistema de designación a dedo, como vulgarmente se dice, fue la evolución hacia la organización de verdaderas carreras administrativas a las que se ingresa mediante ciertos estudios y previa oposición pública en la que se elimine todo favoritismo y se ascienda por riguroso escalafón. Puede que tampoco este sistema sea perfecto —y así lo sostienen algunos autores— pero es desde luego preferible al basado en el capricho de quien manda o en sus aficiones nepóticas. Para Raúl de la Grasserie (Revue Internationale de Sociologie, junio de 1899), el nepotismo es un fenómeno social de supervivencia de la "herencia del poder" y por eso se expresa de este modo: "El nepotismo consiste esencialmente en obtener de hecho, cuando la herencia del poder no existe o no es posible en derecho, las mismas ventajas, de la herencia sociológica del poder, ha llenado toda una parte de la historia del pasado, pero se ha extendido y ha invertido todo el conjunto de la historia contemporánea. En contradicción con los principios modernos se sostiene y los vulnera sordamente' con la venalidad latente, el nepotismo latente roe nuestras instituciones y tiende a hacer de las declaraciones de la política moderna profundas mentiras". Si, pues, el nepotismo constituye una supervivencia y un sucedáneo de la "herencia del poder", como afirma el autor precitado, fuerza será reconocer que la principal fuen- te del nepotismo se encuentra en la institución monárquica hereditaria, en que el poder político se recibe no por elección ni por capacidad demostrada, sino por simple título de parentesco, más próximo o más remoto, con el titular anterior. Más todavía: si en las monarquías se produce un nepotismo legalizado consistente en retribuir como carga presupuestaria de la nación a los hijos, hermanos y otros parientes del rey, pese a no realizar ningún trabajo en beneficio del Estado, no puede causar sorpresa que otros ejercientes de la autoridad pública, poco escrupulosos, traten de seguir el mal ejemplo beneficiando a sus parientes con la concesión de empleos y funciones públicas. Y aún puede afirmarse que esta forma de nepotismo es más limpia que la monárquica, porque siquiera en aquella el beneficiario del nepotismo tiene que realizar algún trabajo a cambio del sueldo que percibe, en tanto que los familiares del monarca cobran sus emolumentos sin hacer nada. Tal es la interesante consecuencia que desprendemos de las palabras de R. de la Grasserie. Naturalmente que de la apreciación precedente no se deduce que la lacra comentada se dé únicamente, ni siquiera preferentemente, en las monarquías. Aparece dentro de cualquier sistema de gobierno y depende —lo mismo que el peculado— del mayor o menor nivel moral que tengan los pueblos. Nepotismo y moral se encuentran dosificados en proporción inversa: cuanto más baja es la moral pública, más elevado es el nepotismo ... y el peculado. Esta afirmación, que parece indiscutible, da origen a una divergencia interesante, pues mientras una corriente, la más numerosa, sostiene que la inmoralidad (con sus secuelas de nepotismo y peculado) se propaga de arriba abajo, otra corriente, más limitada, piensa que sucede todo lo contrario. Para unos el mal ejemplo de los gobernantes es lo que corrompe al pueblo; para otros sólo puede nantes, eligiéndolos en los países democráticos sin tener en cuenta sus malas calidades éticas y a veces disculpándolas como si se tratase de un aspecto intrascendente. No es de extrañar que quienes están en las cumbres del poder político se apoderen r> los bienes de la Nación y practiquen el más desenfrenado nepotismo, cuando en la concienciá\de una gran parte de las masas ciudadanas está imbuida la idea de que quien pudiendo proceder en esa forma no lo hace, es tonto y merece la calificación de pobre hombre. El político inmoral sólo puede mantenerse en el poder por el aliento que le prestan unos y por la pasividad e indiferencia en que se colocan otros. No hay arriba y no de arriba abajo, carecería no de importancia pero sí de autoridad, si fuese un punto de vista de quien escribe estas líneas, pero el concepto expresado encuentra un fuerte apoyo en la famosa Teoría del Estado de Heller, cuando dice: -"La democracia es una estructura de poder construida de abajo arriba; la autocracia organiza al Estado de arriba abajo". Sí, pues, la que esforzar mucho la memoria para advertir esa triste realidad. Un pueblo asistido de fuerte sentido moral, no elegirá gobernantes inmorales. Si la inmoralidad viniese de arriba abajo, se habría asestado un rudo golpe a la democracia, porque si ésta no sirve precisamente para, impedir con su censura y con el ejercicio de sus derechos electorales, la implantación de métodos gubernativos escandalosos, de poco serviría. Buena prueba de la verdad del precitado punto de vista, se encuentra en el hecho de que cuando la inmoralidad de los gobernantes choca con la moralidad de los pueblos, o cuando excede, el nivel medio de inmoralidad de los mismos, se produce el derrocamiento de los gobernantes, por vía electoral cuando ello es posible, o por procedimiento revolucionario cuando no basta aquella otra. Frente al peligro electoral y al intento revolucionario, el gobernante inmoral, practicante del más descarado nepotismo y del más criminal peculado, únicamente se sostiene en el poder por la fuerza de las armas, cuya complacencia se busca de quienes las manejan haciéndoles partícipes de ventajas y privilegios, es decir, corrompiéndoles hasta donde sea posible. En cuanto al gobernante venal le falta ese sostén, se acaban sus posibilidades políticas, a condición, claro está, de que en el pueblo exista una reacción moralizadora. Todavía en Europa queda alguna Nación que puede servir de ejemplo respecto a la veracidad de \o afirmado. "Por trágica e irónica paradoja —asevera Linares Quintana (Tratado de la Ciencia del Derecho Constitucional)— los progresos de la ciencia y la técnica sirven en el siglo en que vivimos para robustecer las dictaduras, dotándolas de armas materiales y psicológicas ante las cuales poco o nada pueden hacer los ciudadanos inermes. Ha corrido mucha agua bajo los puentes desde los tiempos en que grupos de ciudadanos armados con unos cuantos fusiles y palos acababan con un déspota. Hoy, ante una policía o un ejército provisto de armas poderosas, pueblos de millones de habitantes muérdense los puños y lloran de coraje que no pueden utilizar contra un tirano que los esclaviza y humilla". La afirmación que he hecho en el sentido de que la inmoralidad se produce de abajo mientras que la autocracia la tiene descendente, la inmoralidad de la cúspide será en una democracia el resultado de una mala base popular; e inversamente, la inmoralidad del pueblo será, en una autocracia, el resultado del mal ejemplo dado desde la cúspide, si bien esto segundo pudiera ser más discutible, ya que siendo la base enormemente más extensa que la altura, de ella depende que la autocracia se convierta en democracia. Tal vez es esa la idea inspiradora de la conocida frase de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. No democracia tiene una dirección ascendente, habría razón para atribuir a un pueblo el éxito de haber elegido buenos gobernantes y no el fracaso de haberlos elegido malos, es decir, ineptos, deshonestos, nepotistas o venales. NEURASTENIA. Conforme a la definición de la Academia es el "conjunto de estados nerviosos, mal definidos, caracterizados por síntomas muy diversos, entre los que son constantes la tristeza, el cansancio, el temor y la emotividad". Jurídicamente no tiene otro valor sino el de que representando una modalidad de la neurosis o psicosis, puede tener repercusiones especialmente en lo que afecta a la capacidad criminal, por cuanto puede configurar un trastorno mental transitorio. En los principios de la antropología criminal, Benedikt, Wargh y Listz hicieron de la neurastenia la explicación genérica de la delincuencia. (V. ENAJENACIÓN MENTAL.) (Af. O. y F.) NEUROSIS. (V. ENAJENACIÓN MENTAL.) NEUTRALIDAD.* SUMARIO: 1. Concepto de la neutralidad. 2. Caracteres de la neutralidad. 3. Importancia de la institución de la neutralidad dentro del Derecho internacional público: su evolución histórica. 4. Declaración de la neutralidad. 5. La neutralidad en la guerra terrestre. 6. La neutralidad en la guerra marítima. 7. La neutralidad en la guerra aérea. 1. Concepto de la neutralidad. Esta institución corresponde al Derecho internacional público, y dentro de éste, en forma especial, al Derecho internacional público de tiempo de guerra. Podemos definir la neutralidad * Por el Dr. RAÚL AUGUSTO BADARACCO. diciendo que es la situación jurídica de aquel Estado, o de un grupo de Estados, que se mantienen extraños y sin ninguna clase de participación en una guerra producida entre otros Estados. Los autores han fundamentado el Derecho a la neutralidad de los Estados como una consecuencia directa del Derecho a la soberanía e independencia de los mismos, pero como resulta que el concepto de soberanía ha evolucionado y se ha relativizado en los últimos años de este siglo xx, como ya hemos visto en DOMINIO DEL ESTADO y en LIMITACIONES A LA SOBERANÍA de esta misma Enciclopedia Jurídica, resulta entonces que también en igual sentido y en igual medida ha evolucionado el concepto jurídico de la neutralidad. O dicho de otra forma más simple: en el Derecho internacional público de las últimas décadas se observa una tendencia en el sentido de limitar y condicionar a intereses más amplios tanto el Derecho a la soberanía como el Derecho a la neutralidad de los Estados. Así como en el Derecho interno de los Estados modernos el Derecho de propiedad ha sufrido una evolución, limitándose su otrora carácter absoluto, en atención a la aparición de lo que en su conjunto se ha llamado "La función social del derecho de propiedad"; así también y paralelamente a ello, se ha producido en el Derecho internacional público una evolución de los conceptos en materia de Derecho de dominio, soberanía y neutralidad de los Estados, en el sentido de limitar y relativizar los mismos en atención a superiores intereses internacionales. Es decir, que estamos asistiendo a la aparición de un proceso que podríamos llamar algo así como el nacimiento del sentido intersocial entre los Estados. Así como ya ha aparecido la "función social" de la propiedad, en el Derecho interno, se ha empezado a insinuar, en el Derecho internacional público, lo que podríamos llamar la "función superñacional" de los Derechos nacionales del Estado moderno. En nuestra opinión, ello es lo más importante en este momento, en materia de Derecho internacional público, porque todo lo demás (creación de la U.N. o creación de la O.E.A.) son simples consecuencias o aplicaciones. . Este proceso de relativización y limitación del Derecho de propiedad producido en el Derecho interno de los Estados modernos, ha sido tan paralelo al producido en el Derecho internacional público, que hasta se pueden seguir las etapas ideológicas correlativas entre ambos, y así tenemos que es fácil advertir que a la "Teoría del enrique- cimiento sin causa" del Derecho interno, corresponde ideológicamente en el Derecho internacional público el principio de la abolición del colonialismo; que a la "Teoría del ejercicio abusivo de los Derechos civiles", corresponde ideológicamente en el Derecho internacional público las limitaciones al dominio del Estado y las limitaciones a la soberanía; y que a la "Teoría de la imprevisión en los contratos" del Derecho interno, corresponde ideológicamente, en el Derecho internacional público, la por nosotros formulada "Teoría de la Humanidad como sujeto del Derecho internacional", con respecto a los Derechos esenciales del hombre, que hemos bosquejado ligeramente en nuestro trabajo titulado HUMANIDAD INTERNACIONAL, publicado en esta misma Enciclopedia Jurídica, tomo XIV, páginas 606 y siguientes, capítulo 6?. En la teoría de la imprevisión de los contratos se presupone que lo no previsto expresamente debe considerarse pactado en los casos en que existe un superior interés de la comunidad social, ente que viene así a casi constituir un sujeto teórico de Derecho, de lo cual surge su similitud con nuestra teoría de la humanidad como sujeto da Derecho en ciertos casos. 2. Caracteres de la neutralidad. Los autores de Derecho internacional público sostienen habitualmente que los dos caracteres básicos de la neutralidad son: A) La no participación; B) La imparcialidad. La no participación debe entenderse en el sentido físico o material, es decir en el terreno práctico de los hechos, de manera de no ayudar en ningún sentido a la actividad bélica de uno de los bandos en guerra, evitando también interferir o molestar la misma, que sería una forma de ayudar al otro sector. Pero esta no intervención se refiere, como queda dicho, al terreno material de los_ hechos, porque sin mengua de la neutralidad, un Estado puede hacer "declaraciones" con respecto a los motivos o causas de una guerra producida entre otros Estados, expresando cuál de los bandos en lucha tiene la razón según su criterio y cuál no la tiene, todo ello en uso y ejercicio del legítimo derecho de todo Estado a expresar libremente sus ideas en el ámbito internacional, con respecto a los problemas internacionales; lo cual por otro lado es útil y conveniente que se produzca porque ello forma lo que hemos llamado "la opinión pública internacional", que en la práctica ha tenido una saludable influencia moderadora en algunas oportunidades, como vimos en nuestro trabajo titulado GUERRA, publicado en esta misma Enciclopedia Jurídica. En cuanto al otro carácter de la neutra- lidad, o sea la "imparcialidad", debe entenderse en el sentido de que el Estado neutral juzgue y considere en forma absolutamente "objetiva" el conflicto, es decir que en sus actos vinculados al conflicto no graviten razones de carácter subjetivo (tomando al Estado como "sujeto" en el ámbito internacional) como serían las razones de mayor o menor afinidad con uno de los bandos en lucha por vínculo de raza, idioma, religión, tradición histórica o ideario político. Naturalmente que en la práctica las cosas suelen suceder de otra manera, por lo menos en algunos casos y hasta cierta medida, debido a razones de política internacional o de geopolítica, pero aquí estamos tratando el tema dentro de la esfera del "Derecho", es decir cómo "deben ser" las cosas. Precisamente, de esa eterna lucha entre como "son" las cosas y como "deben ser", surge la evolución de las instituciones jurídicas a través de los siglos, como lo hizo notar magistralmente Ihering en su célebre libro La lucha por el Derecho, que se inicia con esta frase realmente genial: "La finalidad del Derecho es la Paz, pero el medio para ello es la lucha". Consideramos que esta frase es genial porque en esa breve síntesis está dicha toda la finalidad última del Derecho, toda su orientación teleológica, que es la Paz o convivencia pacífica entre los Estados y los individuos; y está dicha también en esa frase toda la realidad dinámica de ese permanente devenir del Derecho a través de la Historia. 3. Importancia de la institución de la neutralidad dentro del Derecho internacional publico. Su evolución histórica. Es fundamental la institución de la neutralidad dentro de la esfera del Derecho internacional público. Recordemos rápidamente que el Derecho internacional público se divida, en dos grandes ramas: de tiempo de guerra y de tiempo de paz. Recordemos también que esta segunda rama, o sea la de tiempo de paz, recién últimamente ha venido tomando importancia, con las nuevas" orientaciones, tendencias y estructuras de la disciplina, como lo estudiamos en nuestro trabajo titulado DERECHO INTERNACIONAL PÚBLICO ADMINISTRATIVO, publicado en esta misma Enciclopedia Jurídica. Dentro del Derecho internacional público clásico, que giraba casi exclusivamente sobre los problemas bélicos internacionales, como podemos verlo en Historia de los progresos del Derecho de Gentes de Enrique Wheaton, traducción de Carlos Calvo, sobre todo en su tomo segundo, la institución de la neutralidad aparece como la solución jurídica para evitar que los Estados se vean obligados a entrar en guerras a las que se encontraban a veces arrastrados, incluso a veces en contra de su voluntad, en razón de modalidades especia- les de ciertas, épocas históricas, entre las que debemos mencionar a las "alianzas" y a los nefastos "pactos de familia" de las casas reinantes. La institución de la neutralidad representó entonces la salvación para algunos Estados, frente al cesarismo de las grandes potencias, que siempre tendieron a comprometer en sus caprichos y aventuras a los Estados más débiles que se encontraban dentro de su esfera de influencia. En nuestra opinión, es probable que se pueda decir con bastantes probabilidades de estar cerca de la verdad, que toda la historia del Derecho internacional público de tiempo de guerra no es nada más que la historia de la evolución de dos conceptos fundamentales: A) Humanización de la guerra; B) Tendencias de los Estados más chicos y más débiles a liberarse de la influencia de los Estados más grandes y poderosos. Cuando en una época histórica los Estados más débiles lograban neutralizar la fuerza captadora del Estado más poderoso se producía un período histórico de lo que podríamos llamar "equilibrio político internacional"; y cuando no podían lograr esta neutralización se producía el nacimiento de un imperio, de los tantos que ha soportado la humanidad. Durante esta larga y penosa evolución, fue la institución de la neutralidad el concepto que sirvió a los Estados más débiles para fundar jurídicamente sus deseos de eludir la influencia, no siempre inocente, de los Estados poderosos. Pero luego de esta primera época históilca, en la cual la institución de la neutralidad aparece en la forma y con la finalidad expresadas, viene un segundo período que podríamos llamar de afianzamiento de la institución. Coincide este período de afianzamiento y consolidación de la neutralidad como institución con la aparición en el mundo civilizado de los Estados con organización política republicana y democrática y con la decadencia de las organizaciones políticas monárquicas. La razón de ello es evidente y clara: cuando los pueblos tienen en sus propias manos sus destinos políticos son muy poco propensos a hacer entrar a su país en una guerra; los que son propensos a llevar a sus puebos a la guerra son los regímenes monárquicos, porque en ellos el poder político no está en manos del pueblo, que es el que siempre sufre los efectos de los conflictos bélicos, sino que está en manos de conductores que no forman parte del pueblo y que además no sufren nunca las consecuencias de la guerra en carne propia. Todo ello lo vio con meridiana claridad Kant cuando en su libro titulado La Paz Perpetua decía que la primera condición para ello era que los Estados fueran repúblicas democráticas, con estas palabras: "En la Constitución Política de tipo republicano se requiere el consentimiento de los ciudadanos para declarar la guerra; y nada es más lógico y natural que, ya que ellos, los integrantes del pueblo, es decir, los ciudadanos, han de padecer los males de la guerra, como son las luchas, los gastos, la devastación, el peso abrumador de la deuda pública, los sufrimientos físicos y morales, lo piensen mucho antes de decidirse a tan peligroso juego" (segunda sección, capítulo 1?). Con la decadencia de las monarquías y con la aparición de las repúblicas democráticas se consolida entonces la institución de la neutralidad. Y si observamos que en lo que va del siglo, después de cada una de las dos guerras mundiales, tanto después de la de 1914 como después de la de 1939, varios Estados importantes del mundo sutrieron cambios políticos básicos, evolucionando desde la monarquía o el cesarismo hacia las formas democráticas y republicanas, ello nos debe llevar a pensar que, naturalmente, en esos pueblos debió hacerse conciencia pública que la forma republicana de gobierno era mayor garantía que la monárquica o cesarista para evitar en lo posible arrastrar a los pueblos a la guerra, locura colectiva en gran escala en cuyo impulso inicial la experiencia histórica ha enseñado a los pueblos que casi siempre hay un personaje con gran concentración de poder político en sus manos y con una conformación mental casi siempre de características paranoicas o esquizofrénicas. Por último, tenemos una última época, que viene a ser la tercera, en la evolución de la institución de la neutralidad, y que podemos ubicarla como correspondiente a las dos décadas siguientes después de la Carta de las Naciones Unidas de 1945, y después de la Carta de los Estados Americanos de 1948. Esta tercera evolución de la institución se caracteriza, como ya lo hemos dicho en el capítulo primero, titulado "Concepto de la neutralidad", por una relativización y por una limitación de los alcances de la institución, que corresponde a igual proceso producido en el concepto de "soberanía", en el cual se funda la neutralidad. Pero hay que aclarar, porque ello es básico y fundamental, que esta limitación no se produce en base a compromisos internacionales contraídos 'en defensa de determinados intereses, como en la época de las alianzas y los pactos de familias reinantes (autodefensa de privilegios al fin); sino que esa limitación actual de la institución se produce, por suerte, en base a compromisos internacio- nales contraídos para la defensa de principios democráticos, que es, en el fondo, para la propia defensa de los pueblos. Naturalmente que en la dinámica viva de la política internacional, a veces determinados intereses hacen jugar las instituciones para servir otros fines distintos a aquellos para lo cual fue creada la institución, pero ello ya es materia de filosofía del Derecho, dado que trata del "fin no querido por la ley". 4? Declaración de la neutralidad. Los autores opinan, habitualmente, que no es en principio necesaria la declaración de neutralidad por un Estado que desee permanecer al margen de un conflicto armado planteado entre otros Estados. El argumento que sirve de base a este criterio es el siguiente: existiendo un conflicto bélico entre dos Estados, o entre varios Estados, los que no participan del mismo se mantienen evidentemente "neutrales", sin necesidad de que así lo manifiesten. Nosotros creemos que la neutralidad también debe declararse, como la declarado», de guerra, por las mismas razones que dimos 'cuando tratamos el tema DECLARACIÓN DE GUERRA en esta misma Enciclopedia. A esas razones cabría agregar las siguientes: A) Un Estado que ha declarado su neutralidad, con respecto a un conflicto bélico, es más difícil que sea arrastrado a dicho conflicto por la marcha de los sucesos, que otro Estado que simplemente mantuvo una neutralidad de hecho; no hay que olvidar que cada bando hace desesperados esfuerzos para ampliar el número de sus aliados, intensificando naturalmente estos esfuerzos y presiones sobre aquellos Estados que simplemente mantienen una neutralidad de hecho, es decir no declarada; B) La declaración de neutralidad aclara conceptos, orientaciones políticas y posiciones jurídicas con respecto al propio Estado que la declara, con respecto a los particulares habitantes del mismo, y con respecto a terceros, fuera de su territorio, Estados o particulares. 59 La neutralidad en la guerra terrestre. Los principios que hemos expuesto con anterioridad son aplicables a la institución de la neutralidad en general. Pero a su vez, en cada tipo o forma de guerra (terrestre, marítima o aérea) se presentan algunos problemas específicos. Los aspectos fundamentales de la neutralidad, con respecto a la guerra terrestre, son los vinculados al tránsito de tropas, la internación y la transmisión de noticias. Los Estados neutrales no pueden, bajo nigún concepto, autorizar el tránsito por su territorio, de tropas de alguno de los Estados en guerra; pero pueden autorizar el tránsito de heridos o 'enfermos. Ello está determina- do así por la V Convención de La Haya, artículo 29. La misma Convención establece (art. 11) que los Estados neutrales deben proceder a internar a las tropas de cualquiera de los beligerantes que, por algún motivo, hubieran entrado dentro de su territorio. Por último, la misma Convención establece, en su artículo 3?, que los Estados neutrales no pueden permitir que dentro de su territorio funcionen estaciones telefónicas, telegráficas o de radio que suministren noticias bélicas a los beligerantes. NEUTRALIZACIÓN. LIZADOS.) (V. ESTADOS NEUTRA- NEXUM.* I. El Nexum, según su origen, fue uno de los más antiguos, y por su contenido y forma, quizás, el más discutido negocio jurídico romano, sobre el cual existen numerosas y entre sí divergentes, hasta contradictorias opiniones ( ' ) . Referente a su definición cabe observar que existen algunas genéricas, y también específicas, citadas por autores antiguos; definiciones clásicas, que nos ofrecen sufi6? La neutralidad en la guerra marítima. cientes y valiosos elementos para la aproxiEl primer problema que se presenta es el madamente correcta reconstrucción de esta siguiente: la neutralidad, en el ámbito te- institución cardinal perdida en el mar de rrestre, es más precisa y fácil de determinar, tantas conjeturas e interpretaciones. En nuestra investigación, basándonos en pero en el ámbito del mar se hace imprecisa, y se torna difícil de determinar. Para poder lo definido por los más antiguos, nos dejasolucionar en parte este problema, los au- mos llevar también por la elegante lógica tores han sostenido que los principios bási- jurídica de2 los mismos. Varrón ( ) , basándose en la opinión de los cos a aplicar deben ser los siguientes: A) El Estado neutral no debe cambiar durante la jurisconsultos Mamilius y Mutius pensaba duración del conflicto, los criterios que re- que Nexum es toda clase de operación per solvió tener con respecto a su neutralidad aes et libra (por metal y balanza) que se en el mar; B) El Estado neutral está obli- realiza a fin de contraer una obligación en gado a aplicar un mismo criterio con res- sentido estricto de la palabra, siempre cuanpecto a su neturalidad en el mar, a todos do el deudor se obs-liga al mismo tiempo vinculando o dejándose atar real o simbólos beligerantes. Después de sentados estos principios ge- licamente. Festus, especificando los conceptos de nerales, tenemos que los principales proble3 mas especiales de la neutralidad en el mar Mamilio y Mutio y coincidiendo con Gayo( ) son los siguientes: A) Los Estados neutrales pueden dar hospitalidad precaria, por breve * Por el Dr. CORNÉL ZOLTÁN MÉHÉSZ. tiempo, a naves de guerra de Estados en lucha, simpre que lo hagan para ambos (1) Según la opinión de Huschke, el nexum, solemne bandos en lucha y con las mismas condicio- conclusión de una obligación completada por la ceremoniosa de la propiedad, consistía especialnes para ambos; B) La cantidad de naves mente transferencia en la niancipabilidad del deudor al llegar la fecha de guerra y el tiempo de estadía en aguas del vencimiento. Otros autores, muy probablemente influenciados por neutrales debe ser excepcional y limitado; Livío y Sigonio, estaban convencidos que el nexus y O Durante esta estadía no podrán realizar necti eran los atados por el acreedor recién después de realizada por el Magistrado. actos bélicos; D) Los Estados neutrales sólo la T.ad-dictio, Livius, ab urbe condita. VI. 38. pueden facilitar a las naves de los Estados Sigonius; ant. jure. Pop. Romani. II. 525. Vero addicti et -nexi vocati! Addicti propter judieium, en lucha combustibles y provisiones única- nexi, propter vincula creditoris! mente para llegar hasta el puerto de su proQunctilianus: Addictum est autem, quem Lex serviré, doñee solverit, jubet! pio país más próximo; E) No pueden consPietro Bordante sostiene que el "Nexus existía ab oritituirse Tribunales de Presas en las aguas gine, esto es en el momento de constituirse la obligade Estados neutrales; F) Son confiscables ción!" (Hist. de Der. Horn., 19-248.) (2) Varrus; de linqua lat. VII-105. por el Estado neutral los "contrabandos de Nexum ... Mamilius scribit omne quod per libram et guerra" que un beligerante quiera pasar o aes geritur, in quo sint mancipia. Mutius, quae per aes et libram fiant, ut obligentur, praeter quae manciplo intente pasar por sus aguas jurisdiccionales, dentur. Hoe verius esse, ipsum verbum ostendit de quo entendiéndose por tal aquellos elementos quaerit; nam ídem quod obligatur per libram ñeque suum fit, inde nexum díctum. (On lit dans le Colax: que directamente tengan un fin bélico, como Nexum... suivant Mamilius, nexum designe une certaine por ejemplo armas, municiones, pólvora, ex- formule d'aliénation qui se pratiquait avec la balance, l'argent a la main. plosivos, etcétera. Suivant Mutius, nexum designe une obligation percontractée independamment de l'alienation réelle. 7? La neutralidad en la guerra aérea. Los sonelle, Cette explieation est plus conforme a la nature du mot, Estados neutrales no pueden autorizar a los qui veut diré leur obliger). (3) Gajus: Inst. 1.119. beligerantes a volar sobre su territorio con Est autem mancipatio... imaginaria quaedam venditio. máquinas aéreas de guerra. Pero la tendenídem ni supra. 1.122. Ideo autem Aes et libra adhibetur, quia olim aeréis cia actual es que, pasando de cierta altura tantum nummis utebantur, et erant asses, dipondii, semínima, ello no afectaría la neutralidad, misses, quadrantes, ne<? ullus aureus ver a.rgenteus numporque se asimila, jurídicamente, a la "alta mus in usu erat, sicut ex lege XII. Tabularum intel]egere possumus; eorumque vis et potestas non in numero erat mar" del dominio marítimo. sed in pondere! (— On se sert de bronze et d'une livre, y Gallo ( 4 ) , entendía por Nexum un negocio jurídico, que se realizaba per aes et libra y en que además in quo sint mancipi ( 5 ), es decir un solo negocio jurídico solemne ( « ) , que según la acertada opinión de Sigonius, consistía en dos operaciones específicas, es decir, en una obligación (Nexum en sensu lato) y en una venta imaginaria - Mancipatio ( T ) con Nexum, en sentido estricto de la palabra (sensu tricto). En consecuencia, según la terminología antigua, y exegética de Cujacius, el concepto genérico del Nexum, significaba una obligación ( 8 ) —contrato vertís de préstamo— completada sucesivamente con una Mancipatio ( 9 ) caracterizada por el acto solemne de nectere (atar) ( 1 0 ), con el fin de asegurar para el acreedor una garantía real o "corporal" y personal. En resulmen, consideramos que el Nexum . fue un antiquísimo y primitivo negocio jurídico, que en su comienzo basábase en la permuta, y luego, desarrollándose por medio de tres formas evolutivas, aun después de su extinción formal y cambio substancial, supo crear un origen cierto y base sólida para la formación de los contratos verbis (Stipulatio) y reales (Mutuum) y para los derechos personales y reales de garantía. II. A) El Nexum primitivum, como ya hemos mencionado, basábase en la permuta (do ut des), donde el acreedor dio el préstamo y el deudor, de su parte, algún objeto de garantía para asegurar la devolución de la cosa fungitale prestada quae pondere mensuraque constat. parce que jadis on se servait seulement de monnaies de bronze... la valeur et le pouvoir d'achat de ees monnaies résidaient non dans le nombre mais dans le polds...). (4) Sigonius, I-XI. De nexo autem sic scriblt Festus: Nexum est ut ait Gallus, quodcumque per aes et libram geritur, idque necti dicltur, quo in genere sunt haec: testamenti factio, nexi datio, nexi liberatio. Nexum est dicebatur pecunia, qua per nexum obligatur. (5) Festus: omne quod per libram... in quo sint mancipi. . . (6) Boetius: Nexus vero est quaedam juris solemnitas quae fiebat eo modo quo in Inst. Gajus exponit. Solemnis, soleré — deriva de la palabra usar, usado, cosa que se usan y realizan siempre en la misma forma y manera. (7) Sigonius. De ant. jure Pop. Rom. I-XI. Neymm Manilius scribit esse, quod per aes et libram geritur, in quo sun maneipia. (8) Varrus. De linqua lat. VII. 105. M. T. Cicero. Pro Murena 2. Quod si in iis rebus repetendis, quae mancipi sunt, is periculum judicii praestare debet, qui se nexu obligavit. (9) M. T. Ciceros Paradoxa. V.-l. Maneipia, quae sunt dominorum facta nexu! M. T. Cicero. De resp. har. Multae sunt in hac urbe, sed tamen jure privato... jure mancipii, jure nexi,.. Cujacius. Opera quae de jure fecit: III.137-H. Nexus enim nomcn, quod est genérale Manilius et Gallus existimarunt recte, hoc loco, specialiter accipitur pro mancinatione, ut in definitione abalienationis tradita a Cicerone; abalienatio est ejus reí quae mancipi est traditio alteri nexu. Cujacius. ídem. IV. 249-A. Cum autem. antiq\ii in rebus mobilibus vel se moventibus quae fuerant alienata nexu... (10) Nectere — ligar, atar, vincular, obs = ligar. B) Más adelante, cuando el objeto del préstamo era ya dinero "Aes signatum" quae pondere (que pesaban) o dinero acuñado, que contaban (quae numero constat) entonces el Nexum se realizaba por medio de una venta imaginaria, mancipación de carácter inversa, en cuanto: a) el acreedor, primero le dio la suma correspondiente al deudor, y b) éste, a su vez, por medio de la venta imaginaria mencionada (Mancipatio flduciae causa) le transfirió la propiedad de un objeto res mancipi (esclavo, un buey, etc.) a favor del acreedor prestamista, y a fin de que este objeto sirva para el acreedor como garantía real usque ad solutionem et remancipationem (hasta el pago de la deuda con la sucesiva devolución de la cosa). El Nexum en este caso se realizaba por medio de "un solo negocio jurídico formal", la Mancipatio, cargado "con dos contenidos reales", en cuanto, primero se efectuaba un préstamo, y luego inmediatamente un Nexum daré, es decir una transferencia solemne y real de un objeto usque ad solutionem. C) Cierta clase de perfeccionamiento presenta en su posterior evo", ación el Nexum en su tercera y definitiva forma, en cuanto, frente a su construcción anterior ( U ) consistía esta vez en "dos negocios jurídicos" formales (una estipulación y una mancipación) , "los cuales juntos crearon un solo negocio jurídico real, el Nexum". El acreedor estipulante después que le dio la suma de préstamo al prestatario, concluyó con éste el contrato verbis y solemne por medio de Stipulatio nuncupativa; y el ya deudor (mancipio dans) a continuación, procedió a transferir la propiedad del objeto de garantía a favor del acreedor (mancipio accipiens) O 2 ) por medio de una mancipa- tio fiduciae causa usque ad solutionem (Nexum daré per mancipationem) con la solemnidad o nuncupación ( I S ) correspondiente. Acerca de esta segunda fase formal del nexum, cabe mencionar aquí los actos ceremoniosos, solemnes y sacrorreligiosos, reali- (11) Una sola mancipación íormal con dos negocios jurídicos reales. (12) Formula de mancipación con nexu: "Dice el mancipio accipiens (acreedor): * Hunc ego hominem (si se trata e. gr. un esclavo) ex jure Quiritium meum esse aiol Isque mihi Nexus esto! Hoc aere aeneaque libra. Luego percutit libram, y entrega la summa correspondiente, o el nummus unus, valor simbólico de la suma ya con anticipación entregada. (13) Nuncupatio. Estableció la Ley de Doce Tablas que siempre que se realiza una mancipación, sea con efecto obligatorio (nexum) o con efecto alienativo, sea derecho, lo que esta vez declara con voz viva ( a ) . De manera que una de las condiciones sirte Qua non de los negocios jurídicos mencionados era precisamente (a) T..IX XII. Tabularum VI-1. Cum nexum mancipiumque faciet, uti linqua nuncupasstt ita j.us esto! zados por el acreedor como acto concluyante de la mancipación. Terminada la transferencia (mancipatio) del objeto de garantía (un buey o un esclavo), el acreedor (mancipio accipiens) procedió a atar (nectere) con nervios, lazos (nervus) para afirmar de esta manera su derecho de propiedad, facilitar y asegurar al mismo tiempo la conducción de la cosa transferida. Estos objetos eran las cosas Necti y llamaron por esta razón este negocio jurídico Nexus. Si el deudor, por razones de pobreza, no podía transferir res mancipi para la garantía real, ni contar con una garantía personal, entonces quedó con la alternativa, en cuanto: a) u ofrecía la persona de un alieni juris bajo su patria potestas (un hijo), dando in mancipio, o b) se obs-ligaba, es decir se automancipaba, ofreciendo su propia persona cum corpore como "objeto" de garantía, tolerando la obs-ligatio, atadura, vinculación inmediata y simbólica, realizala Nuncupatio que consistía en nominare (b), es decii", nombrar, declarar o confirmar (c), 110 con señas algunas, gino con, voz (d) viva (e) para poder ser oído, si bien no por todos, pero por lo menos por el número solemne de los testigos presentes en el acto. (b)Varrus; de linqua lat. VI-60. Ab eo quoque potest dictum nominare, quod res novae in usum quum additae erant qui eas novissent nomina ponebant ab eo Nuncupare, quod tune civitate vota nova suscipiuntur. Nunciqpare nominare valere, apparet in legibus, ubi nuncupatae pecuniae sunt scriptae ítem in choro in quo est. Aenea! Quis enim est qui meum nomen nuncupat? ítem in medio: Quis tu es, Mulier, quae me insueto nuncupasti nomine? Nominare (nommer) vient peut-étre du méme mot, parce que la connaissance (qui eas novissent) des choses nouvelles, qui étaient mises en usage, était suivie d'une dénomination. De la encoré nuncupare/dédier, prononcer des voeux/, parce que, dans les solemnités religieuses, on se lie par de nouveaux voeux. Dans les actes judiciaires, nuncupare et nominare son synonimes; on dit, par exemple, nuncupatae pecuniae. Nuncupare a également le sens de nominare dans ce vers d'un choeur. Énée! Car qui est-ce qui proiionce mon nom? Et dans cet'autre: Qui es-tu, femme, qui m'as appellé d'un nom inaccoutumé (Nuncupasti)? D.28.1.25. Si quis heredibus primis nunc^lpatis... (c) Gañís. Inst. II. 104. ... et hoc dicitur nuncupare, enim est palam nominare, et sane qua testator specialiter in tabulis testamenti scripserit, ea videtur generali sermone nominare atque confirmare. (d) Uti linqua nuncupassit. (e) D.28.1.21. Heredes palam, ita ut exaudíri possint mmcupand; sint. Licebit erga testanti vel nuncupare heredes ve! scribere. Sed Si nuncupat, palam debet! Quid est palam? Non utique in publicum, sed ut exaudir! possit! Exaudiré autem non in ómnibus, sed a testibus. Et si plures fuerint testes adhibiti, suffícit solemnem numerum exaudiré! Los herederos han de ser nombrados claramente!, de suerte que pueden ser oídos; luego le será lícito al testador o nombrar los herederos o escribirlos. Pero, si los nombra, debe nombrarlos claramente! i Qué significa claramente? No ciertamente en público, sino de tal modo que ee puede oír, pero que se oiga si bien no por todos pero por lo menos por los testigos, y si hubieren sido presentados muchos testigos, en este caso basta que oiga el número solemne de testigos! da por el acreedor en la presencia de los testigos. Como efectos de esta clase de obs-ligatio "la persona del deudor pasaba a ser propiedad del acreedor ( 1 4 ), en tanto que un ciudadano romano puede ser objeto de derecho de propiedad (Mancipium), de jure. Habitualmente el deudor quedaba en estado de libertad, pero la calificación de Nexus, que se le aplicaba, indicaba el compromiso de su persona y el acreedor podía poner fin a esta libertad de tolerancia" si el deudor, por falta del pago no podía liberarse (nexu solutus), es decir, realizar la nexi liberatio per aes et libram O 5 ) , y por efecto de la ad-dictio ( l f i ) , pronunciado por el Magistrado en el monofásico legis actio per manus iniectionem cayó de jure et de facto en el estado de mancipium, servidumbre especial, en que el ob-aeratus u obs-ligatus in nervum estaba ( 1T ) durante sesenta días si bien con (14) T. Livius; ab urbe condita. Ví. 11. Acriores quippe aeris... sed ñervo ac vincu'lis corpus liberum territent ( — n o hay peores torturas que las deudas porque no amenazan solamente con la miseria y la vergüenza, sino que hacer pesar sobre los hombres libres el terror de ligación y cadenas. VI. 15. Eximiendo de ñervo cives vestros prohibendo jutíicatos, addictosque duci!... ( — intercediendo de las cadenas a vuestros conciudadanos, impidiendo que por una deuda sean adjudicados (addictos) y esclavizados! VI. 27. Quod si animus plebi memor patrum libertatis, se nec Ad-dici quemquam civem romanum ob creditam pecuniam passuros, ñeque delectum haberi doñee, inspecto aere alieno, initaque ratione, minuendi ejus, sciat unusquisque quid sui, quid alieni sit. Supersit sibi liberum corpus, an id quoque ñervo debeatur! (= por que si el Pueblo Romano recuerda la libertad de sus antepasados, no consentirá la adjudicación del ciudadano por dinero prestado, ni que se hagan levas antes de ocuparse de las deudas, antes de escogitar medios para aminorarlas, antes de que cada uno sepa bien lo que le pertenece, lo que es de otro, si es Ubre su cuerpo, o que tiene Que entregarse a la atadura... Livio. VI-27. "Ob-aeratam plebem... —pueblo, agobiado por las deudas... (15) Maynz. II. § 299, t. II, pág. 641. (16) T. Livius; VI-14. Centurionem nobilem judicatum pecuniae cum ducí vídisset (Manlius) manum iniecít... Inde rem creditorl palam populo solvit, libraque et aere liberatum emittit ( — un centurión, que se había distinguido por sus hazañas, había sido ad-dicto (adjudicado) como insolvente, y le llevaban a las prisiones del acreedor. Lo vio Manlio, acudió al Foro con sus acompañantes y echó mano encima de él... pagó al acreedor ante el pueblo, librando al deudor centurión, librando al deudor por metal y balanza (.nexi lioeraíio!). Livius. V. 48. Gajus: Inst. III. 174. Adhibentur non minus quam quinqué testes et libripens. Deinde is, qui lifceratur ita oportet loquatur. Quod ego tibí tot milibus sestertiorum indicio condemnatus sum, ego me recte soívo liberoque hoc aere aeneaque libra. Hanc tibí libram primam postremamque expende secundum legem publicam. (Puisque j'ai été condamné envers toi par jugement a tant de milliers de sesterces, je m'exécuté et me libere correctement par ce bronze et cette Hvre de foronze. Equilibre toi selon une procédure publique cette Hvre qui será la premiare et la derniére!".) M. T. Cicero: de leg. II, 20. Per aes et libram heredem... solvat... (17) Véase la nota N9 (14). Livius. VI. 27. T. Livius, ab urbe condita. VI. 34. Quanto magis prosperis eo anno bellis tranquila omnia foris erant, tanto in urbe vis Patrum in dies miseriaeque plebis crescebent; quum eo ipso, quod necesse erat solví, facultas solvendi impediretur. Itaque cum jam ex re nihil dari possent fama et corpore jucidati, atque pddicti creditoribus satisfaciebant, poenaque in vicem fidtj. cesserat... = a medida que los la de jure libertad, también con la desesperación de muy pronto perderla ( 18 ). III. El Nexum, por su carácter nectere (atar) y por consecuencia esclavizante, no obstante las atenuaciones de la legislación decemviral, difícilmente podía sostenerse, y como T. Livio nos refiere, en el año 325 antes del nacimiento de Cristo ( 1 9 ), "el Pueblo Romano" recibió en cierta mañera una libertad nueva con la abolición de la servidumbre por deudas. Este cambio de derecho se debió a la infame pasión y tremenda crueldad de un usurero, llamado L. Papirio ( 20 ). Éste retenía en su casa a C. Publilio que se había entregado para rescatar las deudas de su padre. La edad y belleza del joven, que debían excitar su compasión, sólo sirvieron para inflamar su inclinación al vicio y libertinaje más odioso... trató primeramente de seducirle con obscenas palabras y después, como Publilio, despreciándole no daba oídos a sus impúdicas instancias, trató de asustarle con amenazas, poniéndole constantemente delante de los ojos su espantosa miseria: al fin, viendo que piensa más en su condición de hombre libre prósperos negocios de la guerra producían la paz exterior por todas partes en la ciudad aumentaban diariamente la violencia de los patricios y las miserias del Pueblo, porque queriendo obligr a pagar sus deudas le imposibilitaban para pagarlas. Imposibilitaron el pago, pues los acreedores en general tomaron como garantía rea] los objetos de labranza (bueyes, esclavos, etc.), ni hablar que en su situación presente, le hace desnudar y azotar con varas. Lacerado el joven por los golpes, consigue escapar por la ciudad, que llena con sus quejas contra la infamia y crueldad del usurero; la multitud que se había engrosado, compadecida por su juventud, indignada por el ultraje, animada también por la consideración de lo que le aguarda, tanto a ella como a sus hijos, marcha al Foro y desde allí se dirige precipitadamente hacia la Curia. Obligados los cónsules por aquel tumulto imprevisto, habiendo convocado el Senado, y a medida que los senadores entraban, el pueblo se arrojaba a sus pies mostrando el lacerado cuerpo del joven. Por el atentado y violencia de un solo hombre, aquel día quedó roto uno de los lazos más fuertes de la Fe Pública. Los cónsules, recibieron orden de proponer al pueblo, que en adelante ningún ciudadano podría, sino por pena merecida y esperando el suplicio, quedar suj eto con cadenas o grillos; de la deuda debían responder los bienes y no el cuerpo del deudor. Por esta razón pusieron en libertad a todos los detenidos por deudas ( 2 0, y se tomaron disposiciones para que en adelante ningún deudor pudiese ser reducido a prisión ( 2 2 ). (21) Referente a los nombres citados aquí, cabe apuntar que acerca de la persona del usurero, acerca del de los continuas levas y guerras, por las cuales las tierras nombre del usurero, existen diferentes opiniones entre quedaron sin cultivo y sin producto... vez agotados sus recursos, pagaron con cuerpo los deudores que condenados y ficieron a los acreedores, libertándose con la pena. (a) Según nos relata Livio (VIII-28), el usurero-prestamista era Lwcio Papirio y el deudor mancipado C. Publilio. Así, pues, una honor y con su ad-dictos, satisde la promesa T. Livius. VI-18. Prohíbete jus de pecunia dici! — en fin, vosotros impedid que sea aplicado el derecho de ad-dictio... Vl-31. Ne quis íius de pecunia, dicertet!.,. (18) Véase la nota N9 14. Livius. VT-27. (19) T. Livius. VI-36. Sexto y Licinio: "... an placeré faenore circunventam plebem, ni potius quam fortem creditum salvat corpus in nervunt et suplicium daré et gregatim quotidie de Foro ad-dictos duci et repleri vinctis nobiles domos. Et ubicunque patricius habitet, ibi carcerem privatum esse! (— Les agrada? Ver al pueblo agobiado por la usura, cuando el pago del capital debería libertarle, y obligado a entregar su cuerpo a las ataduras y suplicio. A los deudores ad-dictos (adjudicados) llevan como rebaños diariamente del Foro! I Las casas de los patricios están repletas de sus deudores aprisionados y atados! I No hay ya casa patricial, que no tuviera su cárcel privada! (20) Referente a la fecha de la abolición del nexus hasta entre los antiguos autores existen diferentes opiniones. (a) Según el testimonio de T. Livio (VIII-28) los cónsules "que recibieron orden de proponer al pueblo...". Véase 3a nota N° 23, más adelante: fueron C. Poetilius Libo Visolus' (II) y L. Papirius Mugillanus en el año 325 a. Cr. n. f fecha de la Lex Poetilia Papiria intitulado por los mismos cónsules proponentes. (b) Varrus; de linqua lat. VII-105, sostiene que la abolición del Nexum ocurrió "... hoc Poplilio auctore Visólo dictatore, sublatum ne fieret ut .omnis... ne essent nexi, sed soluti!" en la época cuando el mismo cónsul Visólo era dictador, es decir, en el año 312 antes de Cristo, Varro indica una fecha posterior de 13 años. No nos cabe duda alguna acerca de la veracidad de los datos, brindados por Livio, confirmado indirectamente por el título de la Ley, que lleva el nombre de los proponentes cónsules. (Le»- Poetelia Papiria.) T. Livio y P. Bonfante, en cuanto: (b) P. Bonfante (Hist. Der. Romano, t. I, pág. 248) citando Livio, sostiene que: "Lucio Papirio se hallaba en condición de nexus cerca del acreedor, por una deuda contraída por su padre...". (c) Opinamos que la diferencia en el empleo del nom- bre es un errare humanum est lapsus de la traducción. Cabe observar todavía que referente a la persona del nexus, Varrón habla de C. Populo y Livio de C. Publilio. Las dos denominaciones significan la misma persona. (22) Nota: Varrón nos habla sobre el modus y medida de la dispensación, en cuanto: (a) Acerca del modus sostiene que el "...líber, qui suas operas in servitutem pro pecunia-quadam debebat, dum solveret, nexus vocatur, ut ab aere ob-aeratus!" (= el hombre libre, hasta que no soluciona su servidumbre por medio de su labor, realizada a favor del acreedor, será llamado nexus, es decir, adeudado por razón de préstamo pecuniario). (b) Referente a la medida frente de Livio, sostiene que "... sublatum ne fieret ut omnis, qui bonam copiam jurarunt, ne essent nexi, se dsoluti!", es decir, qjje según su opinión, la Lex Poetelia (según él sin Papiria) no libraba a todos los deudores, sino sólo aquéllos que "... juraban tener los suficientes bienes con qué pagar". Según esta opinión los insolventes quedaron en man- cipio. Tesis atrevida de un. lingüista y además inaceptable, ya que lo afirmado por un Livio, confirma además la doctrina de Cicerón que con anterioridad (en el año de 54 antes de nac. de Cr. en su obra de República, 2.34, escribía que: "... sunt propter unius libidinem omnia nexa civium liberata nectierque postea desitum... tal vez nuestros mayores tenían algún remedio que oponer a esta calamidad de las deudas que poco antes había combatido Solón el ateniense y nuestro Senado poco después ( i tres siglos de diferencia!, nota del autor), indignado por la violencia de un acreedor, dio libertad a todos los ciudadanos presos por deudas, y prohibió que pudiesen ser encarcelados a causa de ellas en lo sucesivo". Plutarchos Solón. XIII. "... porque el pueblo todo era deudor esclavizado a los ricos, pu^s o cultivaban Con la ley citada y llamada por los proponentes cónsules Poetelia y Papiria, desapareció definitivamente el Nexum de la persona (nectere), y en adelante la garantía, por el cumplimiento de la deuda (Schuld) ya no será más la obs-ügatio, nexus, vlnculatlo del cuerpo (Haft) del 2Sdeudor, sino la obsligación de su trabajo ( ) o patrimonio (Hajtung). En adelante la palabra Nexus significaba lo mismo que hoy, la "vinculación" ( 2 4 ). Si bien sobrevivió la palabra, pero con un contenido substancialmente diferente, pues de la esclavitud del Nexum, como Livio observa, surgió una libertad nueva, una con justicia y equidad pregnante obligación que ya no era vinculum corporis sino un humano y, por eso, ennoblecido vínculo de Derecho ( 2 5 ). NIETO. El que se halla situado en segundo grado de la línea directa descendente, en relación a una persona denominada abuelo, o sea el hijo del hijo y por extensión todos los descendientes de la misma línea a partir del hijo del hijo. Etimológicamente procede del sustantivo latino nepos, que significa para éstos pagándoles el sexto, por lo que les llamaban partisextos (Labor!!) o, tomando prestado sobre las personas, quedaban sujetos a los logreros, unos sirviéndoles, otros siendo vendidos en tierra forastera... Cap. XV... fue su primer acto de gobierno disponiendo que los créditos existentes se anulaban, y que en adelante nadie -pudiese prestar sobre las personas. Nota del autor: Sorprendente es la semejanza que hay entre el acto gubernamental de Solón y de la Lex Poetelia Papiria, hecha lamentablemente bien tres siglos después. (23) T. Livius; ab urbe condita. VIII-28. Eo anna plebí romanae velut aliud imtiitm libertatis factum est; quod necti desierunt. Mutatum autem jus ob unius feneratoris simul Hbidinem, simul crudelitatem insignem. L.. Papirius is fuit, cuí, quum se C. Publillus ob aes alienum paternum nexum dedisset quae aetas formaque misericordiam elicere poterat, ad libidinem et contumeliam animum accenderunt; et, florem aetatis ejus fructum adventicii crediti ratus, primo pellicere adolescentem sermone incesto est conatus; dein, postquam aspernabantur flagitium aures, minis territare, atque identidem admonere fortunae; postremo, quum ingenuitatis magis, quam praesentis conditionis, memorem videret, nudari jubet, verberaque afferri. Quibus laceratis juvenis, quum se in publicum proripuisset, libidinem, crudelitatemque conquerens feneratoris; Ingens vis hominum, quum aetatis miseratione atque indignitate injuriae accensa tum suae conditionis liberumque suorum respectu, in Forum, atque inde, agmine facto, ad Curiara concurrit. Et quum cónsules, tumultu repentino coacti senatum vocarent, introeuntibus in Curiam Patribus laceratum juvenis tergum, procumbentes ad singulorum pedes, ostentabant. Victum eo die on impiOtentem injuriam unius ingens Vinculum Fidei; jussique cónsules ferré ad populum, ne quis, nisi qui noxam meruisset, doñee poenam lueret, in compedibus aut in ñervo teneretur; pecuniae debitae bona debitoris non corpus obnoxium esset. Ita nexi solutil Cautumque in posterum, ne neeterentur! (24) Nota: Vinculación significa relaciones; el alemán dice Verbindungen, y en el idioma húngaro se dice: elkotelezettségek — ligaciones; en Hungría es locus coznmunis decir p. e.: "Nexusom van vele! — estoy en nexus con él, estoy en relación con él, que en sí puede signi- ficar una simple relación social, como también una relación contractual. (25) I. de Just. III. 13. ~~™ ———" Obligatio est juris vinculum quo necessitate adstringimur alicujus solvendae rei secundum nostrae civitatis jura. (= obligación es vínculo de derecho, por el que somos constreñidos con la necesidad de pagar alguna cosa según los derechos de nuestra ciudad. descendiente, netezuelo, nieto. Los romanos tenían las palabras nepos, pronepos, abnepos, adnepos y trinepos para designar a cada uno de los cinco grados de descendientes que seguían al filius. Es lo que nosotros denominamos nieto, biznieto, tataranieto, cuarto nieto, etcétera. En el orden jurídico la precitada relación de parentesco no requiere un examen especial, porque las consecuencias de Derecho que del mismo se derivan, están relacionadas con otras muchas instituciones examinadas en diferentes voces de esta obra, tales como las que afectan a la tutela y cúratela, a las sucesiones, a la patria potestad especialmente en Derecho romano, a los alimentos, etcétera. En el orden penal tiene también importancia como determinante del delito de parricidio u homicidio calificado. (M. O. y F . ) . NIGROMANCIA. (V. MAGIA, HECHICERÍA, BRUJERÍA Y NIGROMANCIA.) NIHILISMO.* Del latín nihil, nada. Actitud política que caracterizó a parte de la juventud intelectual rusa, durante la segunda mitad del siglo xix, fuertemente polémica y negativa del orden social imperante. Fue determinada por distintos factores sociales y económicos: el paso de una economía agraria feudal a cierta incipiente industrialización; el ascenso difícil de la clase media; el despotismo de los zares; los contactos con el movimiento emancipador romántico que invadía Europa y ya hacia 1825 provocó en Moscú la insurrección decembrista, orientada por una minoría de oficiales inspirados por la Revolución francesa. Berdiaef ha señalado también, en esta posición original del espíritu ruso, un substratum religioso, afirmado en manifestaciones extremas y mesiánicas del cisma de la iglesia ortodoxa (siglo xvn). El desastre de la guerra de Crimea (1856) reveló la ineficacia del zarismo, que, desprestigiado, concedió ciertas libertades mínimas: en 1861 liberó a los siervos e impuso ciertas reformas al régimen universitario y militar. La juventud estudiosa, bajo el lema Vnarod! ("ir hacia el aueblo"), había iniciado una campaña de acercamiento al campesino (mujik), en cuyos mir o asambleas comunales advertía atisbos democráticos: creó talleres modelo, enseñó a leer, etcétera. Bien pronto el zarismo, desconfiando de estos avances, anuló sus reformas liberales y clausuró universidades, censuró, expulsó alumnos y profesores, torturó, confinó. La reacción juvenil no se hizo esperar, alcanPor el Dr. HORACIO SANGUOETTI. zando una violencia sin precedentes. La "inteligencia" rusa, desalentada y desesperada por la hostilidad de su contorno político, creyó salvarse en la destrucción total de ese contorno. Bielinsky, uno de los primeros —y escasos— teóricos del nihilismo, proclamó un amor "a lo Marat" hacia la humanidad. Fue por razones morales que los nihilistas se manifestaron crudamente materialistas. Para ellos, toda estética, toda metafísica idealista, eran lujos, juegos, privilegios groseros en olvido de las penurias del pueblo, "lastres" —como diría Pisaref— frente a una realidad tensa y apremiante. Los nihilistas fueron, en su mayor parte, universitarios —Bielinsky, Hersen, Chernichevsky, Dotarolutaof—; pertenecían a familias aristocráticas o por lo menos ricas —Pisaref, Mikailovsky, Kropotkin—, y en algunos casos surgieron desde una frustrada vocación sacerdotal. Poetas, novelistas, críticos, intelectuales, que suplían la ausencia de una pequeña burguesía, tan activa en el resto de Europa e inexistente en Rusia, llevaron vidas penosas, murieron jóvenes —Pisaref, Stepniak, Dobrolubof—, y pese a la atrocidad de los métodos de lucha que emplearon —atrocidad que no iba en zaga a los medios represivos del zarismo—, conservaron una desconcertante pureza personal. Repartieron sus fortunas; se privaron voluntariamente del goce de los bienes materiales, con el agregado de que eran los únicos bienes cuya existencia admitían, y que no tuvieron siquiera el consuelo de creer en la vida futura y en una justicia sobrehumana. Los nihilistas negaban a Dios en cuanto creador de un universo cruel, fuente de todo mal. Llegaron al ascetismo, no en nombre de Dios, sino de la sociedad perfecta; y paradójicamente, como afirma Berdiaef, renegaron de la moral por razones morales. Fue el suyo un ateísmo pesimista, sin el sentido afirmativo y victorioso del ateísmo de Marx. Abandonados no sólo por sus padres, sino también por sus "hermanos mayores", según expresó Kropotkin, que los rehuían por temor a comprometerse, sacudieron el yugo patriarcal, negándose —en actitud estoica, cínica, según el prístino sentido del término— a acatar toda convención y toda autoridad irracional. En esta crítica ascética de la cultura atribuyeron al zar y a su burocracia el origen de todos los males, y pensaron ingenuamente que con eliminar a los "verdugos del pueblo", el orden y la felicidad forecerían espontáneamente. Poco dijeron acerca de cómo construir una nueva sociedad sobre las ruinas del feudalismo. Su caudal doctrinal fue tan es- caso como intenso su despliegue activista. Inclusive La carrera de un nihilista, de Sergio Stepniak, o Qué hacer, de Nicolás Chernichevsky, libros muy populares en su momento, carecen de sustancia perdurable. En cambio, la disciplina de lucha fue muy sólida. Constituyeron grupos clandestinos de férrea organización interna, implacables con quien vacilaba, defeccionaba o traicionaba. La conciencia del grupo sustituyó a la conciencia individual de estos sorprendentes individualistas. Los narodniki, miembros de la organización secreta Narodnaia Volia (Voluntad del Pueblo), llegaron a sumar veinte mil en su apogeo. Pertenecían a las más diversas clases sociales, estaban infiltrados en organismos de gobierno y disponían de una fortuna calculada en 2.000.000 de rublos. Contaban además con un elemento al que asignaron excepcional utilidad revolucionaria: la mujer. Sofía Peroskaya, Vera Zasulich, Sofía Kovalevska y muchas más . actuaron a la par de los hombres, cumplieron ciertas misiones con mayor facilidad que éstos y sufrieron destierro o patíbulo. Luego de los procesos "a los ciento noventa y tres" y "a los cincuenta", que en 1877 culminaron con ejecuciones, castigos y deportaciones en masa a Siberia —dispuestas inclusive por simple "vía administrativa", es decir, sin mínimos requisitos procesales—, los narodniki redoblaron su actividad terrorista. Muchos funcionarios y militares fueron asesinados. En el periódico clandestino Semlya y Volya ("Tierra y Libertad"), la secta anunciaba sus "condenas" y las "ejecuciones". El propio zar Alejandro II fue condenado a muerte, a menos que llamara, por medio del sufragio universal, a una asamblea constituyente. Tras varios intentos fallidos, la "sentencia" se cumplió (1881). En verdad, los nihilistas carecían de programa concreto y realizable. Actuaban mesiánicamente y sin arraigo efectivo. No existía aún proletariado industrial, y fracasó su acercamiento al mujik, ignorante y suspicaz, que a menudo los delataba. El asesinato de Alejandro II resultó, por una última paradoja, el fin del nihilismo, ex^rminado por la represión, ahorcados sus jefes principales: Jelabof, Kibalchich, etcétera. Hacia 1887 sufrieron igual suerte los últimos narodniki, que planeaban la muerte de Nicolás II, entre ellos el hermano mayor de Lenin, su guía y maestro, traductor de Marx y de Hegel. Acaso entonces aquél comprendió la inutilidad de los atentados individuales. En adelante, los extremos nihilistas cedieron paso a otras tendencias sociales re- volucionarias, principalmente al anarquis- que dejase sin efecto una orden de traslado mo, del cual son antecedente inmediato. No dictada durante la vigencia del estado de puede negarse que el nihilismo creó condi- sitio, "mientras se resolviera sobre la consciones que facilitaron el triunfo de la re- titucionalidad de la medida". El Poder Ejevolución soviética. Asimismo es notorio que, cutivo contestó el oficio ( 4 ), y el actor pidió no obstante el cúmulo de diferencias, com- se diera la orden al jefe de policía, y el juez partía algunas posiciones críticas del socia- Heredia, el 8 de agosto de 1866, resolvió lo lismo y del comunismo, como el reemplazo siguiente: "No siendo exacto lo que se exde la moral por el utilitarismo, la justifica- presa de que el juzgado haya pronunciádoción de los medios violentos, el repudio ha- se sobre el fondo de la cuestión, consideran- cia toda metafísica, religión y arte puro. BIBLIOGRAFÍA. — Bauer, E., Aus den Tagen der Nihilistengefahr, Londres, 1898 (?). — Berdiaef, Nicolás, Probléme du comunisme, Brouwer, París, 1933. — Bermann, Gregorio, Juventud de América, Fondo de Cultura, México, 1946. — Grave, Jean, L'Anarchie, Delamain, París, 1924. — Kautsky, Carlos, Terrorismo y comunismo, Nueva, Madrid, s/f. — Tasín, N., La revolución rusa, Nueva, Madrid, s/í. — Trotski, León, Terrorismo y comunismo (El anti-Kautsky), Nueva, Madrid, 1920 (?). NO COLONIZACIÓN (PRINCIPIO DE) . (V. COLONIZACIÓN.) NO E X I G I B I L I D A D DE OTRA CON- DUCTA. (V. TEORÍA DE LA NO EXIGIBILIDAD DE OTRA CONDUCTA.) NO INNOVAR. (V. INNOVACIÓN.) NO INNOVAR CONTRA LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA (MEDIDA DE) . * 1. Ante la ausencia de un refere administrativo como el francés í1) o de la posibilidad legal de suspensión de la ejecución del acto administrativo impugnado judicialmente —tal como se presenta en los juicios contenciosoadministrativos provinciales ( 2 )—, en definitiva, a falta de un procedimiento especialmente reglado en el orden nacional, el Poder Judicial, muchas veces, ha dictado medidas de no innovar contra la Administración Pública. Siempre las ha dispuesto como medidas preventivas o precautorias. Pero, al igual que la doctrina ( 3 ), nuestra jurisprudencia no ha advertido las diferencias que distinguen a dichas medidas. 2. Casi desde su instalación, nuestra Corte Suprema recibió pedidos de medidas de este tipo. En un caso promovido por Juan José Soto contra el Poder Ejecutivo nacional, el 4 de agosto de 1866, el juez pidió al demandado * Por el Dr. ARMANDO EMILIO GRAU. (1) Drago, "La procédure de refere devant le Conseil d'ítat", en Revue du Droit Public, París, t. 69, 1953, pág. 297; González Pérez, Derecho procesal administrativo, Madrid, 1955, t. I, pág. 348 y sigtes. (2) Código contencioso administrativo, Buenos Aires, art. 22; Salta, art. 20, etcétera. (3) Confunden la prohibición de innovar con la suspensión de la ejecución del acto impugnado, Podetti, Tratado de las medidas cautelares, Buenos Aires, 1956, pág. 299; Palacio, "La acción de amparo (Su régimen procesal)", en La Ley, t. 96, pág. 867, y Argañarás, "Suspensión del acto administrativo como medida de no innovar", en Jus, La Plata, n? 2, pág. 88. do inconstitucional la medida adoptada por el Poder Ejecutivo, que motiva la presente reclamación, pues el juzgado sólo ha pedido al gobierno la suspensión de una de sus medidas, es decir, la no innovación de los hechos, sin desconocer la facultad que tiene para constituirle en prisión mientras no se declare por la justicia nacional la ilegalidad de ese acto; y lo pidió, sin ordenarlo, en la creencia de que ella no desvirtuaba las facultades del Poder Ejecutivo, ni se oponía al fin que éste se había propuesto,, y sí a fin de evitar la reposición posible de actos que pudieran traer perjuicios; considerando que la petición que ahora se deduce es inadmisible, por cuanto pugna con el principio de la independencia de los poderes, y no hay disposición constitucional, (4) "Buenos Aires, agosto- 6 de 1866. Al Juez Nacional de la Sección de Buenos Aires. Se ha recibido en este Ministerio la nota de V. S. de fecha 4 del corriente, en la que pide al Poder Ejecutivo que se digne dejar sin efecto la orden de traslación expedida respecto de don Agustín de Vedia y don Juan José Soto, hasta tanto que se decida sobre la reclamación interpuesta por estos señores respecto a la constitucionalidad de la medida. Tengo orden del señor vice-presidente para contestar a V. S. que el gobierno está dispuesto a llevar adelante la ejecución de la medida mencionada, que fue adoptada en ejercicio de un derecho propio y perfecto del P. E. Nacional, haciendo uso del estado de sitio en que está competentemente declarada la República. Mientras la justicia nacional llamada a resolver en un caso entre partes sobre el valor constitucional del decreto del estado de sitio no decidiere lo contrario, esta disposición dictada por el presidente de la República apoyada por el acuerdo del Senado, tiene para el gobierno todos los caracteres de una facultad legítimamente derivada de la ley fundamental, y debe tener para las otras, a lo menos la presunción de su constitucionalidad. Pero si llegado el caso, los Tribunales Nacionales lo decidiesen de otra suerte, el P. E. procederá entonces como debe, sometiéndose a la resolución definitiva del poder judicial. Entre tanto, cada uno de los poderes públicos obra con absoluta independencia y dentro de la esfera definida de su acción, aplicando la Constitución y las leyes como mejor lo entiendan, sin otra limitación que la que puedan hacer surgir los actos perfectos y definitivos de los otros poderes coordinados con los cuales está en relación. Por otra parte, estando establecido por nuestra jurisprudencia que la Nación ^10 cuede ser demandada y que sólo con su consentimiento puede ser parte en un juicio, y no habiendo prestado ese consentimiento, por algún acto o declaración que ponga al P. E. en este caso bajo la jurisdicción de ese Tribunal, no puede aceptarse que tenga aquél que someterse al alcance de providencias judiciales dictadas en una causa en la que no tiene ni quiere tener participación. No me toca, ni es del momento recordar a V. S. cuál debe ser el camino legal que los derechos individuales deben seguir para encontrar el amparo de los jueces cuando se reputan vulnerados por una autoridad; pero sí me corresponde defender las prerrogativas del P. E. como poder independiente, al ejercer una de las atribuciones más delicadas con que la Constitución lo inviste, en circunstancias excepcionales para los fines del orden público y de la seguridad nacional. Dios gde. a V. S. - Guillermo Rawson". (Fallos, t. 3, pág. 409.) ley ni razón para autorizarla, no ha lugar, y espere el recurrente a la resolución definitiva" ( 5 ). La Corte confirmó este auto el 25 de octubre del mismo año, de conformi- dad con lo expuesto por el procurador general, quien dijo: "La cuestión sometida a la Suprema Corte era si el juez tenía facultad para contrariar los procedimientos del Poder Ejecutivo por un auto interlocutorio, pendiente la cuestión principal. Que este auto interlocutorio envolvería la resolución del fondo, porque no podría fundarse sino en el concepto que se forma sobre la legalidad o ilegalidad del estado de sitio, pues si él fue constitucionalmente declarado, el Poder Judicial no podía oponerse a la prisión o destierro que el Poder Ejecutivo pueda decretar según la Constitución. Que el juez no podía anticipar por un auto interlocutorio la resolución de la cuestión principal, y por consiguiente no debió hacer lugar al artículo promovido. Que no era cierto que una vez admitido el reclamo el preso estaba a la disposición del juez y éste podía ordenar que no se innovase la situación, porque el preso estuvo siempre a la disposición del gobierno, y antes de declararse la ilegalidad de esa prisión no había razón para decir que estaba a la disposición del juzgado" (°). Unos años más tarde, el 6 de diciembre de 1873, en el caso "Jorge H. Busch e/Banco Hipotecario de Buenos Aires", la Corte declaró que los tribunales carecen de facultad para mandar suspender un remate ordenado por el Banco Hipotecario de un bien hipotecado. No hizo lugar a lo pedido, en aplicación de los artículos 29 y 30 de la ley orgánica bancaria ( 7 ) . En el caso "Carlos Castagno c|José M. Crespo", sobre posesión y reivindicación de un campo, pendiente la apelación, libró oficio al gobernador de la provincia de Entre Ríos "para que ordene no se haga innovación alguna en dicho campo y se mantenga a don Carlos Castagno en la posesión en que se halla hasta que la Suprema Corte dicte resolución...". El Poder Ejecutivo había anulado el título del actor y8 ordenado la entrega del campo a Crespo ( ). Según mis noticias, ésta es la primera vez (11 de septiembre de 1884) que la Corte Suprema dic<5) Folios, t. 3, pág. 411. (6) (7) nesto enero Corte Suprema, Fallos, t. 3, pág. 405. Corte Suprema, Folios, t. 14, pág. 334. Igual: "ErBeuteführ e/Banco Hipotecario de Buenos Aires", 22-874, Fallos, t. 14, pág. 353. (8) Corte Suprema, sept. 11-884, Fallos, t. 27, pág. 166. Ver también: "Petrona Candioti de Iriondo e/Carlos Castagno", marzo 7-889, Fallos, t. 35, pág. 254. En este último, el juez federal, M. de T. Pinto, dijo que "es regla general fundada en la ley 13, título 79, partida 3", que pendiente un pleito no puede cambiarse de estado ni enajenarse la cosa objeto del pleito, para que la acción de la justicia no sea trabada y la cosa litigada pueda entregarse al que por la sentencia deba recibirla'* (agosto 19-8871. tó una medida de no innovar contra la Administración Pública. Un concesionario de usina de gas demandó a la Municipalidad de Rosario para que se respetasen sus privilegios. Pidió se ordenara a la demandada que suspendiese la escrituración de la concesión a nuevas empresas de gas y se abstuviese de cobrarle impuesto alguno por la de su propiedad. El juez hizo "presente a la Municipalidad que no puede alterar el estado en que las cosas se encuentran". Ante la aprobación dada por el intendente a un proyecto de usina presentado por una nueva compañía, "Consumidores de Gas", el actor pidió se librara oficio al intendente para que dejase sin efecto la aprobación. Y el juez Escalera, en auto confirmado por la Corte, por sus fundamentos, resolvió: "No importando la aprobación de los planos de que la parte del gas se queja, una innovación de la cosa litigiosa, que es lo único que el Juzgado tiene ordenado según el principio inconcuso y universal de derecho que dice: Lite pendente nihil innovetur; omnia in suo statu esse débent doñee res flniatur, no ha lugar a lo solicitado, que versa sólo respecto a actos de orden interno y administrativo municipal" ( 9 ) . Recién en el caso "Eduardo Caffarena, sobre suspensión de remate", la Corte volvió a dictar una medida precautoria, declarando: "Apareciendo... que la aduana ha innovado en la causa después de haber ocurrido Caffarena al juez de sección, lo que no es permitido hacer, pendiente la sustanciación del juicio, se resuelve ordenar al adminstrador de la aduana de Rosario la suspensión de todo procedimiento respecto del recurrente que tuviera por origen las mismas mercaderías de que se trata en es- tos autos, debiendo reponer las cosas al estado en que se1 0hallaban a la fecha de su iniciación..." ( ). Y en el caso "S. A. Luz y Fuerza e/Provincia de Mendoza" dio fundamento a su medida al hacer saber al gobernador "la obligación en que se encuen- tra de no innovar el estado actual de las obras", diciendo: "Que reconocido por el demandado que las otaras se encuentran en posesión del demandante, y tendiendo íá demanda al mantenimiento de esa situación, es obvio que los actos de las partes no puedan alterarla, pendiente la litis. Que los efectos de la sentencia de la Corte de la provincia sobre caducidad de la concesión y el decreto de acatamiento por parte del gobierno han quedado pendientes del resultado del pleito trabado ante esta Corte sobre la legalidad de los mismos... Que es (9) Corte Suprema, "Antonio Santa María e/Municipalidad de Rosario", oct. 19-889, Fallos, t. 37, pág. 325. («n Diciembre 31-895, Fallos, t. 62, pág. 456. regla general de derecho íundada en la ley 13, título 7?, partida 3^, y consagrada por la jurisprudencia, que, pendiente un pleito, no puede cambiarse de estado la cosa objeto del mismo para que no sea trabada la acción de la justicia y pueda ser entregada la cosa litigiosa al que deba recibirla..." ( 1! ). En el caso "Sociedades Anónimas Cía. de Petróleo y otras e/Provincia de Salta" se solicitó se suspendieran los efectos del decreto que declaraba la caducidad de unas concesiones mineras y prohibía continuar la explotación de las mismas. La Corte dictó la medida, y luego, ante un pedido de la demandada, expresó: "Se declara que la providencia de no innovar comprende, como lo expresa la demandada, a las dos partes en litigio, y se limita a establecer que, mientras tal medida subsista, la situación de lo que constituye la materia del pleito se mantenga en la situación que tenía para ambos litigantes al dictarse aquella determinación o, en términos concretos, al caso de autos. Que el decreto de 31 de mayo de 1928 debe permanecer suspendido en sus efectos, como lo estaba al instaurarse la demanda, y correlativamente la parte actora, al proseguir sus actividades actuales, debe abstenerse de realizar nuevos trabajos de exploraciones y explotación de otros yacimientos en el territorio de la provincia de Salta" (30 de noviembre de 1928) ( 12 ). Esta resolución, fue aclarada el 17 de diciembre de 1928, y con motivo de las dos se promovió un incidente que fue decidido por la Corte el 11 de junio de 1930. Entonces declaró que este tipo de medidas tiene por objeto "la garantía de los intereses de las partes, cualquiera sea el resultado final del pleito"; que no pueden decretarse en contra de disposiciones legales que permiten trabajos; y que no debe hacerse prejuzgamiento sobre el fondo del pleito ( 13 ). En su disidencia, el doctor J. Figueroa Alcorta dijo: "No innovar constituye una expresión intergiversable que en el lenguaje, como en el concepto jurídico, significa dejar las cosas como estaban en un momento determinado: en el caso, cuando se dictó el auto correspondiente." En el caso "Biancheri, José M. c/Provincia de Córdoba", la Corte resolvió que, acreditada prima facie, mediante información sumaria, la posesión del actor sobre las minas en pleito, procede hacer lugar a su pedido de que se mantenga el statu quo existente, o sea de que no se despoje ni se turbe su posesión ( 14 ). En el caso "Minera San Rafael de Rivadeneira y Llobet e/Provincia de Mendoza" (11) Noviembre 27-915, Fallos, t. 122, pág. 255. (12) Fallos, t. 153, pág. 321. (13) Fallos, t. 157, pág. 339. (14) Agosto 24-938, Fallos, t 181. i>4g. 305 declaró que "no estando fundada en la ley la medida de no innovar solicitada por el actor para obtener la suspensión de los efectos de los decretos por los cuales el gobierno provincial resuelve intervenir una mina y retener los fondos provenientes de la venta de minerales extraídos de ella, ni siendo posible invalidar por esa vía dichos decretos sin desconocer la presunción de validez propia de los actos administrativos, no corresponde dictar dicha medida" ( 15 ). En el caso "S. A. Compañía Argentina de Electricidad e/Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires" expresó: "Que el fundamento axiológico de la prohibición de innovar es el asegurar la igualdad de las partes ante la contienda judicial, pues, como desde antiguo lo tiene declarado esta Corte (Fallos, 122, 255), « . . . es regla general de derecho fundada en la ley 13, título 7?, partida 3*, y consagrada por la jurisprudencia, que, pendiente un pleito, no puede cambiarse de estado la cosa objeto del mismo, para que no sea trabada la acción de la justicia y pueda ser entregada la cosa litigiosa al que deba recibirla (Fallos, 27, 166; 35, 254; 37, 325, y otros)», principio éste recogido en autos por el magistrado de primera instancia al afirmar que el principio de no innovar rige recíprocamente para ambas partes" ( 1 G ) . Poco antes, en el caso "José Buosi", había declarado que el recurso de amparo no actúa "como una simple medida de no innovar, accesoria a una demanda judicial ya iniciada o que corresponda iniciar, para lo cual carecería aquél de toda justificación" (17). En el caso "S. A. Compañía Argentina de Teléfonos e/Provincia de Santiago del Estero", la Corte consideró a la medida de no innovar como "un arbitrio tendiente a preservar la razón de ser de la función jurisdiccional, que se sustenta en los principios generales del Derecho, con fundamento en las exigencias del adecuado ejercicio del Poder Judicial, y cuyo objeto es la conservación, durante el juicio, del status quo erat ante". Y agregó: "Que es cierto que, en principio, el auto de «no innovar» no debe ordenarse respecto de actos administrativos de autoridades provinciales (Fallos, 195, 383; 210, 48), pero lo es también que la presunción de validez y la ejecutoriedad de aquellos en que se asienta la doctrina pueden ser cuestionadas cuando, como en el caso, medien actos provenientes del gobierno federal y esté además en juego la continuidad y el normal funcionamiento de un servicio público interprovincial de comunicaciones. En circunstancias que guardan analogía se (15) Mayo 3-943, Fallos, t. 195, pág. 393. (16) Junio 8-960, Fallos, t. 247, pág. 63. O 7} Tvmio 18-959, Pollos, t. 244, pág. 68. ha admitido el recurso extraordinario en el curso de un juicio de apremio (Fallos, 182, 293; 183 : 121, y otros), y la misma solución corresponde, por vía precautelar, cuando el cumplimiento del acto o actos impugnados se ha impuesto por órganos administrativos provinciales" ( 18 ). Y, por último, en el caso "Nación Argen- tina e/Provincia de Mendoza", la Corte declaró: "Que si bien, por vía de principio, las medidas de no innovar tienen por objeto asegurar que no se altere o modifique la situación de hecho existente al momento de iniciarse el pleito (Fallos, 35, 434; 62, 456), no cabe descartar la procedencia de su otorgamiento, con carácter excepcional, respecto de situaciones ocurridas con anterioridad a la interposición de la demanda. Que esta última solución, que consagran, por lo demás, textos expresos del Derecho positivo argentino (art. 2.500 del Código civil; artículo 337 de la ley 50), es pertinente al caso de autos, en el que se hallan en juego la continuidad y el normal funcionamiento 79) a la fecha de su dictado; y 89) a situaciones ocurridas con anterioridad a la interposición de la demanda. 3. La Cámara Federal de la Capital, en el caso "Furlotti e/Superintendencia General de Irrigación", el 22 de agosto de 1930, revocó una orden dada por el juez a la de- mandada para que "restablezca el riego y abra la compuerta clausurada hasta que se resuelva el juicio". Consideró que debían restablecerse las cosas al estado en que se encontraban el día en que se dictó la medida; y estando a esta fecha cerrada la compuerta, dijo el tribunal que abrirla "importaba, como ha sucedido, obtener omisso medio la finalidad deseada por el interdicto y claramente expresada en el2 0petitorio: «dejar sin efecto la clausura»" ( ). En el caso "Galarraga e/Departamento General de Irrigación", ante el juicio de apremio iniciado por la demandada, se declaró: "Puede haber modificación del estado material de las cosas al momento de la interposición de la demanda, tanto cuando se altera, por ejemplo, la condición del terreno, cuando se perturba una posesión, cuando se atenta contra el derecho de dominio, como cuando se producen actos adtos administrativos provinciales que se im- ministrativos, materializados en actitudes pugnaron, sobre bases prima facie verosí- agraviantes al derecho de la parte que remiles, como contrarios a disposiciones ema- clama, sobre todo si, como aquí ocurre, se dictan resoluciones que alteren la situación nadas del gobierno federal" ( 19 ). De la jurisprudencia expuesta resulta que creada por otras anteriores, que son precicuando la Corte Suprema ha negado la me- samente las que motivan la reclamación judida de no innovar contra la Administra- dicial." Agregándose: "Para que la igualdad ción Pública, lo hizo argumentando que los entre las partes... no desaparezca, preciso es que ninguna de ellas altere en ninguna tribunales carecen de facultades para in- forma la situación que se haya creado al terferir en la actividad administrativa, y iniciarse la demanda. Ni Galarraga deberá que dictarla implica anticipar por un auto por sí mismo considerarse desligado de las interlocutorio la resolución de la cuestión consecuencias de las resoluciones que han principal o desconocer la presunción de va- hecho nacer su acción traída a conocimienlidez propia de los actos administrativos. to de la justicia, ni el departamento de Igualmente, de ella se desprende que desde irrigación deberá, a su vez, intentar el cum1884 admite se dicte la medida: 19) sin ex- plimiento de aquellas que, habiéndose represar fundamento alguno; 29) en virtud currido, serán oportunamente analizadas de un principio universal de derecho; 31?) por los jueces, que habr¿n de declarar, por por ser una regla general de derecho fun- virtud del planteamiento del caso judicial, dada en la ley 13, título 79, partida 3^; si son válidas o si son nulas. Ese estado de 4?) para garantizar los intereses de las inmutabilidad será la mejor garantía para partes; 5?) para no trabar la acción de la ambas partes, les permitirá litigar sin trajusticia y para preservar la razón de ser bas y no les causará perjuicios de ninguna de la función jurisdiccional; y 69) para naturaleza" ( 21 ). asegurar la igualdad de las partes ante la En el caso "Empresa de Luz y Fuerza S. A. contienda judicial. Y al mismo tiempo, de e/Departamento de Irrigación de la Proesta jurisprudencia resulta que la medida vincia de Mendoza", el juez decretó: "a) la se ha referido: 1?) al acto discutido; 29) a prohibición de modificar el estado material la cosa en litigio; 3?) a la situación de he- de las cosas por cualquiera de las partes; cho; 4<?) a la situación jurídica del actor; b) la prohibición a las reparticiones de5?) a la situación jurídica de las partes; mandadas de modificar, anular, revocar o 69) a la fecha de iniciación del juicio; rectificar las resoluciones administrativas de un servicio público interprovincial de comunicaciones, y la situación existente al momento de promoverse la demanda consistía, precisamente, en la ejecución de ac- (18) Julio 14-961, Fallos, t. 250, pág. 154. (19) Diciembre 4-961, Fallas, t. 251, pág. (20) Agosto 22-930, J. A., t. 33, pág. 1037. (21) Nov. 21-28-930, J. A., t. 34, pág. 746. que han dado origen al cobro de impuestos o contribuciones resistidos por la Empresa de Luz y Fuerza, y que han dado nacimien- to a su vez a esta demanda; c) la prohibición a las mismas dependencias de modificar o alterar en cualquier forma los asientos de los libros y registros, en cuanto pueda relacionarse con la empresa actora; d) la prohibición a las citadas reparticiones de intentar cualquier cobro contra la misma empresa que tenga el carácter de una contribución o impuesto. Todo, mientras se sustancie y resuelva el presente litigio" •(20 de diciembre de 1929). En los considerandos del auto expresó: "Es indudable... que, iniciada una contienda judicial, debe ' procurarse que la igualdad entre las partes sea lo más absoluta posible; ... pero lo es también que en situaciones como la presente ese equilibrio que se busca y es necesario puede quebrarse. En el sub lite se enfrentan dos entidades poderosas, pero puede ocurrir que así no sea en otro juicio, y entonces, la modificación de los hechos y de las cosas a partir del momento del planteamiento de la cuestión judicial puede producir, en rigor, daño grave sin necesidad, máxime cuando con la innovación puede evitarse. Ése es realmente el espíritu de la vieja legislación española, concretado en las leyes 13 y 14, título 7?, partida 3^, y aplicado por la Corte Suprema nacional. No hay, efectivamente, mención de actos materiales, y lo que se quiere evitar es que la situación cambie con posterioridad al comienzo del pleito para que se llegue a la sentencia sin entorpecimientos y sin mudanza alguna... Aquí, frente a la ley contrato 824 y su reglamentación, discutiéndose su cumplimiento, afirmándose que la Superintendencia y el Canal Zanjón no pueden cobrar impuesto ni carga alguna, habrá de sentenciarse oportunamente si la razón está de parte de la Empresa de Luz y Fuerza o de los demandados, y se dispondrá, como consecuencia, que se puede o no cobrar. Pero no obsta a ese pronunciamiento el statuo quo entre las partes mientras se sustancia el juicio, siendo éste, por otra parte, el mismo criterio que informa la disposición contenida en el artículo 2788 del Código civil, y la no innovación en los posesorios. Y en el caso particular de que se trata cabe contemplar una circunstancia especial, y es la carencia de todo perjuicio material para las reparticiones demandadas, que siempre, aun ganando el pleito —lo que habría de permitirles exigir de la actora el pago de las sumas que pretenden—, estarían garantizadas por el privilegio general que sobre los bienes del deudor acuerda la ley al fisco y sus dependencias. En caso de modificación del dominio de propiedades inmuebles, es sabido, asimismo, que nada puede hacerse sin el previo pago de todos los impuestos, cualquiera sea su naturaleza y la repartición que los deba percibir, y en casos de falencia, el primer acreedor que cobra es la entidad fiscal, cualquiera que sea la rama que la represente." La Cámara confirmó los puntos a), c) y d) de la resolución, y modificó el b), disponiendo: "La prohibición de modificar, anular, revocar o rectificar las resoluciones administrativas se refiere a nuevas resoluciones que tengan efecto perjudicial para la demandante" ( 2 2 ) . Pero donde la Cámara Federal de la Capital sentó doctrina sobre la medida es en el caso "Orduvini, Augusto Hipólito e/Gobierno Nacional" ( 2 3 ). Aquí, por sus fundamentos, confirmó en todas sus partes un auto del juez Alfonso E. Poccard del 25 de junio de 1942, que revocó otro del juez Eduardo Sarmiento, que le antecedió en el cargo, y por el cual se dispuso librar oficio al Poder Ejecutivo, haciéndole saber que no debía innovar en los hechos relacionados con el contrato de arrendamiento celebrado con el actor, declarado caduco por un decreto de 7 de junio de 1940. El juez Poccard, después de relatar los antecedentes de la causa, expresó: "3"? La precedente relación de antecedentes lleva al ánimo del proveyente la convicción de que el mantenimiento de la providencia recurrida, en cuanto dispone que el gobierno de la Nación no debe innovar, podría significar el peligro de invadir la órbita de las facultades administrativas del Poder Ejecutivo y contrariar la política que éste se haya propuesto seguir en materia de arrendamiento de tierras públicas, y en el hecho importaría desconocer hasta cierto punto las facultades constitucionales, legales y reglamentarias que incumben al poder administrador, que han sido especialmente señaladas y reconocidas por el propio actor en la cláusula 15 del contrato de arriendo corriente a fs. 4 de estos autos. Facultades indiscutibles, y de las que, como es lógico, pueden derivar responsabilidades si fuesen mal ejercitadas. 4? En el caso analizado, la principal finalidad perseguida por el accionante es evitar que el Poder Ejecutivo lleve a cabo la orden de desalojo dispuesto en los decretos de fecha 7 de junio de 1940 y 23 de enero de 1941; pero basta observar que, al respecto, el Poder Ejecutivo se ha limitado a ordenar la iniciación de la acción judicial correspondiente para estimar que en el hecho no aparece ni existe peligro de lesión irreparable a los derechos que puedan incumbir al arrendatario, que, como lo declaró la Cor(22) Junio 12-931, J. A., t. 35, pág. 1173. (23) Septiembre 28-942, J. A., t. 1943-IV, pág. 347. te Suprema en las causas que se registran en J. A., t. 3, pág. 10, y t. 4, pág. 466, «mien- tras los decretos del Poder Ejecutivo no hayan de cumplirse de propia autoridad, sino ocurriendo al Ministerio de Justicia, ningún agravio puede tener el interés legítimo del demandante». En efecto, nada impide al actor para que en el caso de ser demandado por desalojo haga valer ante la respectiva autoridad judicial todos los derechos y defensas que pueda estimar que le asisten y ejercitar en su oportunidad todas las acciones que puedan derivar de cualquier procedimiento que considere ilegítimo, y aun recurrir a las defensas señalas en el título XXVII, ley 50, en el supuesto de que llegase a estimar necesario repeler vías de hecho (doctrina que emerge del fallo de la Cámara Federal que se registra en J. A., t. 23, pág. 721). 5<? Que para el criterio del suscripto, el fallo de la Corte Suprema (t. 153, pág. 321) citado por el actor a fs. 13 y en la providencia dictada por mi distinguido antecesor a fs. 14 vta., contempla una situación un tanto distinta a la que motiva este juicio, no pudiendo olvidarse, por otra parte, que por lo mismo que el demandado, en el presente caso, es el gobierno de la Nación, cualquier pronunciamiento que en definitiva pueda dictarse por la justicia, en cuanto afecte al Estado Nacional, tendría un efecto meramente declarativo (art. 7?, ley 3952), capaz de traducirse en una indemnización por daños y perjuicios, pero que en manera alguna podría llegar a cercenar las facultades legales del poder administrador. 6"? Que por lo mismo que la medida ordenada de «no innovar» no se funda en disposición legal alguna, dedúcese que es el prudente arbitrio judicial el que debe en los casos que sé plantean resolver su oportunidad y procedencia, y por tanto el caso de jurisprudencia citado en el considerando precedente debe entenderse circrunscripto a las especiales modalidades del juicio en que se dictó la resolución mencionada. Ahora bien, analizando el fundamento de la medida en sí, resulta evidente que consiste en impedir los perjuicios que podrían derivarse de la modificación de la situación jurídica sujeta a litigio. Pero en el sub judice, si bien es admisible que el actor podría llegar a sufrir perjuicios por la innovación, no deja de ser fundamental para resolver la incidencia que la indiscutible solvencia de la Nación aleja él más remoto temor de que cuantos perjuicios pueda sufrir queden sin el debido resarcimiento; por el contrario, acceder a lo pedido por el demandante, manteniendo el auto cuya revocatoria pide la demandada, puede hacer ilusoria la finalidad del decreto cuya validez se discute, y que habrá de declararse o des- conocerse recién al final del pleito." Y pocos días después, en el caso "Puerto del Rosario S. A. e/Gobierno Nacional" ( 2 4 ), la Cámara Federal estimó bien denegada una medida de no innovar, pedida para impedir que el P. E. tome posesión del puerto al vencimiento del término de la concesión. Consideró el tribunal imposible, "en el estado actual del juicio— en el cual recién se ha constituido la relación jurídica procesal con la demanda, reconvención y contestaciones—, determinar si las obligaciones que la actora invoca han sido legalmente emitidas o si los diversos actos impugnados por la Nación tienen o no validez"; agregando que "resulta evidente que los único indiscutido es el término de 40 años por el cual se acordó la concesión y, en consecuencia, que nada innova el Estado cuando procura entrar en posesión del puerto después de transcurrido aquél totalmente. No puede apreciarse de igual modo la posición de la empresa, que pretende obtener una prórroga del término de vigencia del contrato por todo el tiempo que pueda durar la dilucidación de las intrincadas cuestiones planteadas y sin que se haya establecido en forma indubitable su derecho a esa alteración del plazo señalado"; y concluyendo: "Que, por otra parte, es de la esencia de la medida de no innovar que ella tienda a evitar un perjuicio irreparable o la ruptura del equilibrio en que deben encontrarse las partes en el pleito. Ni uno ni otro de esos extremos se presenta en el sub lite, porque cualquier daño que a la actora pudiera resultar de la entrega de las instalaciones, se encontraría garantizado en su justa indemnización por la indiscutida solvencia del Estado; y porque no se advierte cómo podría influir en el desarrollo y terminación de la relación procesal el hecho de que el puerto, desde el 16 de octubre próximo, sea administrado directamente por la Nación en lugar de serlo por el concesionario". La orden de no innovar, ha dicho la sala en lo Civil y Comercial de la Cámara Federal, es indispensable, "para evitar que se convierta en ilusoria la acción entablada, lo que no se impide con la responsabilidad que cabría al Estado por los daños y perjuicios resultantes de su actuación ..." ( 2 5 ) ; y en el mismo sentido —evitar que se convierta en ilusoria la acción— se pronunció la sala en lo Contenciosoadministrativo ( 2 6 ), declarando en el caso "Cifma, Cía. Importadora (24) Octubre 13-942, J. A., t. 1942-IV, pág. 788. (25) "La Editorial, S. A. e/Gobierno nacional", abril 23-958, La Ley, t. 95, pág. 76. (26) "Siganorte, S. A, Coc. Financ. y Comeré. e/Dirección Nacional de Aduanas", enero 26-960; "Gollmann, Jorge e/Gobierno nacional", abril 4-961, El Derecho, t. 1, pág. 1015; "Aerotransportes Litoral Argentino, S. A. c/Gobierrio de la Nación", febrero 19-963, Doctrina Judicial año 1983, pág. 235. Fabril Maderera Argentina, S.R.L." ( 2 T ): "Siendo la finalidad de la prohibición de innovar, conforme con la doctrina y la jurisprudencia, la de impedir que se modifique el cia del Estado para responder a una posible sentencia que lo condenara", antes de éste y después la admitió en juicios por repetición ( 35 ). estado de hecho o de derecho existente en De toda esta jurisprudencia de la Cámara el momento de plantearse la demanda, asegurándose en esa forma garantías constitucionales esenciales, de no accederse a lo solicitado podrían tornarse ilusorios los resultados de la sentencia, en el supuesto de ser Federal resulta que no ha dictado la medi- favorable a la actora, ante los perjuicios que da de no innovar contra la Administración Pública, porque: I1?) se invade la órbita de las facultades administrativas del Poder Ejecutivo; 2?) la sentencia contra la Nación tiene efecto meramente declarativo; y 3?) le ocasionaría la prolongada indisposición la indiscutible solvencia de la Nación aleja de los bienes". La sala en lo Civil y Comercial reconoce que la medida "encuentra una valla en la presunción de legitimidad del acto administrativo y la que surge de su ejecutoriedad", pero admite que tal presunción puede encontrarse debilitada ( 28 ). Por esto, requiere .se funde en la verosimilitud del derecho que se pretende amparar ( 2 9 ). Igual requisito exige la sala en lo Contenciosoadministrativo ( 3 0 ). Esta sala, en el caso "Sohr, Américo c/ 31 Banco Central de la República Argentina'^ ), requirió la mediación de "un acto viciado de ilegalidad manifiesta imputable" a la demandada. Exige, además, "el peligro en la demora con la posibilidad de un grave perjuicio" ( 32 ), como requisito indispensable para decretarla. En el caso "Asociación Cooperativa de Criadores de Caballos de Sangre Pura de Carrera Ltda. e/Nación Argentina" ( 33 ), integrada por miembros de otras salas, respecto de los perjuicios declaró que "la solvencia de la Nación es garantía de la reparación en su integridad de todos los daños cuya existencia pruebe" la actora. Si bien la sala en lo Contenciosoadministrativo de la Cámara Federal de la Capital en el caso "Gollmann, Jorge c/ Gobierno Nacional s/ repetición" ( S 4 ), rechazó la medida "por no poderse dudar sobre la solven- el más remoto temor de que los perjuicios (27) Enero 20-960; reg. cám. n» 12. (28) "La Editorial, S. A. e/Gobierno nacional", abril 23-958, Lo Ley, t. 95, pág. 76; "Martínez, Nelli T. e/Policía Federal y/u otra", dic. 2-958, La Ley, t. 96, pág. 682; "Naringbauer y Cía., S. R. L. e/Gobierno nacional", dic. 19-958, La Ley, t. 96, índice por materia, pág. 134-5. (29) Casos "Martínez, Nelli T. e/Policía Federal y/u otra" y "Naringbauer y Cía., S. R. L. e/Gobierno nacional", cit. nota 28. (30) "Gold, Mauricio e/Nación Argentina", nov. 13-959; "Cifma, Cía. Importadora Fabril, Maderera Argentina, S. R. L. e/Nación Argentina", dic. 28-959; "Izeta, Alberto Alejandro", junio 4-962, reg. cám. n° 260, t. 26, pág. 335; "Vidal, Ramón R. e/Caja Nacional de Previsión para el Personal de la Industria", dic. 12-962, La Ley, t. 111, pág. 164; "Aerotransportes Litoral Argentino, S. A. c/Gobierno de la Nación", cit. nota 26; "Vázquez, s. R. L. e/Gobierno nacional", jun. 3-963, La Ley, t. 112, pág. 537. (31) Dic. 22-961, La Ley, t. 105, pág. 678. (32) "La Juguetera Argentina, S. R. L.", mayo 17-962; "Izeta, Alberto Alejandro", cit. nota 30; "Vidal, Ramón R. e/Caja Nacional de Previsión para el Personal de la Industria", cit. nota 30; "Vázquez, S. R, L. e/Gobierno nacional", cit. nota 30; "Aerotransportes Litoral Argentino, S. A. e/Gobierno de la Nación", cit. nota 26; "Matarasso, Jacobo e/Secretaria de Estado de Agricultura y Ganadería de la Nación", mayo 4-964. (33) Jun. 9-964; reg. cám. no 700, t. 30. pág. 643. (34) Cit. en nota 26. producidos queden sin el debido resarcimiento. Y cuando la ha decretado, lo ha hecho apoyado en los siguientes argumentos: 19) No se funda en disposición legal alguna y es el prudente arbitrio judicial el que debe resolver su oportunidad y procedencia; 29) La medida tiende a evitar: a) se modifique el estado de hecho o de derecho existente en el momento de plantearse la demanda; b) perjuicios graves; c) la ruptura del equilibrio en que deben encontrarse las partes en el juicio; y d)se convierta en ilusoria la acción entablada o la sentencia. Al mismo tiempo ha exigido al peticionario muestre la verosimilitud del derecho que pretende se ampare y el peligro en la demora, con posibilidad de un grave perjuicio. 4. También la jurisprudencia de los dos tribunales federales mencionados, tiene declarado que la medida de no innovar contra la Administración Pública puede pedirse en segunda instancia ( 3 8 ); debe37dictarse sin intervención de la demanda ( ); cumple 38sus efectos desde la fecha en que se notifica ( ); debe notificarse por oficio al Poder Ejecutivo, por conducto del ministerio correspondiente, y al procurador fiscal federal ( 3 9 ); 40 es revocable en cualquier momento ( ); es apelable (41), en ambos efectos ( 4 2 ); y no es susceptible de recurso extraordinario ( 43 ). (35) "Gold, Mauricio e/Nación Argentina", "Cifma, Cía. Importadora Fabril, Maderera Argentina, S. R. L. e/Nación Argentina" y "Vázquez, S. R. L. e/Gobierne nacional", cit. en nota 30. (36) Cámara Federal de la Capital, sala Contenciosoadministrativo, "Asociación Argentina de Compañías de Seguros y otras", dic. 9-963, D. J., mayo 9-964. (37) Cám. Fed. Cap., sala Contenciosoadministrativo, "Castellví, Alejandro y Alejandro A. e/Dirección General de Parques Nacionales de la Secretaría de Agricultura y Ganadería de la Nación", jun. 6-961. (38) Corte. Suprema, "Nación Argentina e/Provincia de Mendoza", cit. en nota 19. (39) Cám. Fed. Cap., sala Contenciosoadministrativo, "Cía. Azucarera Concepción, S. A. e/Gobierno de la Nación", jun 29-964. (40) Cám. Fed. Cap., sala cit., "Castellví", cit. en nota 37. (41) Cám. Fed. Cap., sala cit., "Casteliví", cit. en nota 37. (42) Corte Suprema "Empresa Luz y Fuerza e/Departamento General de Irrigación de Mendoza", jun. 9-930, J. A., t. 33, pág. 418. (43) Corte Suprema, "Castellani Hnos. c/Bianciotti, R. y Cía. y otro", mayo 23-955, La Ley, t. 82, pág. 161; "S. R. L., J. H. Kudrnac y Cía. e/Dirección Nacional de Aduanas", abril 18-960, Fallos, t. 246, pág. 191; "Alberto Antonio Bonfante e/Provincia de Buenos Aires", mayo 30-960, Fallos, t. 246, pág. 379. 5. Enjuiciando la jurisprudencia de la Corte Suprema y de la Cámara Federal de la Capital, de manera general y como ya lo anticipara, debo decir que su principal virtud ha sido incorporar la medida de no innovar sin norma legal expresa y su mayor defecto, no haberla diferenciado de la medida de suspensión de la ejecución del acto administrativo impugnado. La importancia de esta diferencia quedó de manifiesto en el caso "Furlotti c/ Superintendencia General de irrigación" ( 4 4 ). Otro, es referirla al acto administrativo discutido, en lugar de dirigirla hacia la situación jurídica de las partes. Otro grave error es confundir el perjuicio grave o irreparable, exigido como requisito para su procedencia, con la solvencia de la Nación para repararlos (aunque paradójicamente, todos los años calcule un déficit enorme), ya que la medida cautelar tiende a evitar la producción de daños de cierta entidad, porque el demandante puede no pedir indemnización, y porque con el artículo 7 de la ley 3952 se puede lograr, más fácilmente, la anulación de un acto administrativo, con los efectos propios de la misma, que el cobro de una indemnización. Y otro más es no explicar cómo se concilla la exigencia de la demostración de la verosimilitud del derecho del peticionario de la medida, con la presunción de validez que tienen los actos administrativos, que sólo caerá con la sentencia. Aunque sería más correcto incorporar la medida de suspensión de los efectos del acto impugnado, la de no innovar, de alguna manera, cumple una función progresista y democrática en nuestro Estado de Derecho liberal burgués, en donde el enfrentamiento de la autoridad con la libertad no siempre se produce en beneficio de la sociedad. Los graves inconvenientes que una orden de no innovar puede ocasionar a la Administración Pública, mejor dicho a los intereses sociales que ella custodia, pueden ser evitados con una simple petición de suspensión de la orden, fundada en razones de interés público y ofreciendo alguna cautela substitutiva. En una publicación aparecida en los diarios de Buenos Aires del 8 de noviembre de .1964 el procurador del tesoro, sin advertir la precitada posibilidad, se lamentó de los perjuicios producidos por medidas de no innovar; pero en realidad tales perjuicios son siempre evitables con una buena defensa en juicio de la Nación y con la petición de suspensión a que acabo de referirme. (44) Citado en la nota 20. Muchas veces he anotado esta diferencia en sentencias dictadas en el Juzgado Nacional en lo Contenciosoadministrativo n9 2 de la Capital Federal. NO INTERVENCIÓN. * Del latín interven- tione. Acción y efecto de intervenir. Derecho: Ingerencia de un Estado en los asuntos de otro. Se denomina no intervención al principio de política internacional según el cual un Estado independiente renuncia a inmiscuirse en los acontecimientos interiores de otra nación, con motivo de cualquier conflicto. Intervencionismo. Ejercicio reiterado o habitual de la intervención en asuntos internacionales. Se interpreta también como sistema intermedio entre el individualismo y el colectivismo, que confía a la acción del Estado el dirigir y suplir, en la vida del país, la iniciativa privada. Más ampliamente, tal concepto es uno de los principios fundamentales del orden jurídico internacional. Su consecuencia inmediata es que cada Estado debe abstenerse de inmiscuirse en los asuntos exteriores e interiores de los otros Estados. La noción de intervención descansa en otro principio también fundamental del orden jurídico internacional: el principio de la interdependencia de los Estados. El fundamento último de esta interdependencia estatal es, sin duda alguna, la solidaridad humana, maravillosamente expuesta por Francisco Suárez cuando expresa que el género humano, aunque dividido en pueblos y reinos diversos, posee una unidad no solamente humana, sino también en cierta manera política y moral. Históricamente, la "intervención" aparece como un acto político de uso frecuente en las relaciones internacionales. En realidad la "intervención" se convierte en problema solamente a partir de la Revolución francesa, cuando, en nombre del dogma de la soberanía nacional, comienza a manifestarse una fuerte oposición doctrinal a una práctica corriente. Pero el dogma de la soberanía nacional, es decir, el derecho de cada pueblo a darse su propio Constitución, encierra en sí mismo los gérmenes de dos corrientes doctrinales completamente opuestas: el principio de la intervención y el principio de la no intervención. Estos dos principios aparecen enfrentados en la práctica internacional y se manifiestan como base jurídica de posiciones políticas opuestas. En esta forma tenemos la intervención en Francia, las guerras de la Revolución y del Imperio, la Santa Alianza, la Doctrina de Monroe, la Doctrina Drago, la Doctrina Tobar, la Doctrina Porter, figuran sin duda entre las manifestaciones más importantes de esos principios. La mayoría de los autores consideran la "intervención" como la pretensión de un Estado de imponer su punto de vista o sus con* Por el Dr. Luis CARLOS ZARATE. diciones (elemento subjetivo), pretensión que se manifiesta mediante un acto de ingerencia lato sensu en los asuntos de otro Estado (elemento objetivo). Siendo todos los Estados jurídicamente iguales y no teniendo unos sobre otros ninguna autoridad directa, ninguno de ellos, en principio, está autorizado a intervenir en la política interna o externa de los demás. Sur- ge así la norma de no intervención como una consecuencia de la soberanía y de la igualdad jurídica de los Estados. El derecho que éstos tienen de reclamar el reconocimiento y salvaguarda de su autodeterminación engendra, al propio tiempo, el deber de no intervenir en el orden ajeno. Se pregunta Carlos Puig si este principio así enunciado tiene vigencia en sentido universal, ¿o existe, en América, una interpretación distinta que autoriza a incluirle entre los principios del Derecho Internacional americano? Explica, "que la sola observación de las prácticas internacionales demuestra que, mientras en Europa las intervenciones de toda índole han sido múltiples, en América, aunque ellas no han faltado, no fueron tan numerosas. Se han debido, agrega, por lo general, a la política hegemónica de los Estados Unidos y fueron condenadas, invariablemente, por todas las demás Naciones americanas". "Es de importancia hacer notar que los Estados americanos han restringido considerablemente el concepto de intervención lícita, admitiéndolo sólo en casos de legítima defensa, o en forma colectiva, tal y como se halla instituida en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca y en la Carta de la OEA. Toda intervención producida al margen de estas condiciones se reputa ilícita, aun cuando medie el consentimiento, expreso o tácito, del estado intervenido. Es aquí donde, a nuestro entender, surge la originalidad del principio de no intervención como norma del Derecho Internacional Americano." La gran mayoría de los tratadistas europeos tienen igual opinión, en cuanto que la mayor parte de los tratados signados entre las naciones de ese continente, así como los propios hechos de su política internacional demuestran que allí es considerada lícita la intervención cuando ella se produce con el consentimiento del presunto perjudicado. La concepción americana respecto de este principio resulta de la mayor claridad. Este es casi un corolario con respecto al derecho de soberanía, ya que las limitaciones a éste impuestas, para que fueran realmente lícitas en América, debían ser decididas libre e igualitariamente por los mismos Estados que la sufrían y siempre que no comporta- ran una disminución esencial de su autodeterminación. El artículo 8? de la Carta de la OEA prescribe: "En forma alguna son susceptibles de menoscabo los derechos fundamentales de los Estados." La doctrina precisa la noción de intervención haciendo una doble distinción. Por una parte, distingue la intervención de ciertas formas de acción diplomática, como la mediación y los buenos oficios, debido a la ausencia de carácter imperativo en estas últimas. Por otra parte, distingue también la intervención de sus consecuencias eventuales, es decir de los medios de coerción. Así, pues, es necesario distinguir la intervención del empleo de la fuerza, sea ésta militar u otra a que puede dar lugar. La fuerza que implica los medios de coerción, existe en la intervención al estado de amenaza. En consecuencia, el elemento objetivo de la noción de intervención debe buscarse en la manifestación del elemento subjetivo, es decir en la manifestación hecha a otro de imponerle la voluntad propia. En último término, la notificación de esta voluntad será el elemento objetivo de la noción jurídica de intervención. Es decir, la intervención aparece cuando se hace público de una manera formal o tácita la voluntad de un Estado de imponer su criterio a otro. Es entendido que el término intervención hace relación no sólo a su noción individual, es decir, desde este punto caracterizada, sino a su noción o extensión colectiva, multilateral. En el primer caso, ella se presenta en la intervención de un Estado en los asuntos de otro Estado. En el segundo caso, que los sujetos sean varios. De todos modos, sea uno o varios en nada afecta la esencia de la noción. Por tanto se puede concluir que la intervención es jurídicamente hablando "la pretensión" de una o varias entidades jurídicas internacionales, y la notificación de "esta pretensión", ta legitimidad de la intervención nos será dada por su adecuación al Derecho. Tendrá les caracteres de la acción en justicia cuando se ejerza conforme al Derecho. En Derecho internacional positivo la legitimidad o la ilegitimidad de la intervención depende de su respeto a la regla de Derecho. Para algunos tratadistas en Derecho internacional consuetudinario la intervención es solamente legítima para la defensa de los derechos del Estado reconocidos por el orden jurídico internacional, es decir como "autoprotección". La intervención aparece aquí corno un correctivo de la soberanía, de tal manera que cuando una, soberanía pretende afirmarse y actuar como si solamente ella existiera, provoca una intervención legítima consistente en la pretensión y noti- íicación de imponer el respeto al derecho violado. En este sentido es communis opinio, se puede afirmar que existe una correlación íntima entre el ejercicio ilegítimo de la soberanía y la intervención legítima. El normativismo jurídico continental respecto a este principio se presenta al respecto con la mayor claridad. En la Convención sobre derechos y deberes de los Estados signada en la séptima Conferencia internacional americana reunida en Montevideo, 1933, se dispone que "ningún Estado tiene derecho de intervenir en los asuntos internos ni en los externos de otro". Asimismo, en la Conferencia interamericana para la consolidación de la Paz (Buenos Aires, 1936), Protocolo adicional relativo a no intervención y declaración de principios sobre solidaridad y cooperación interamericanas, y en la octava Conferencia Internacional Americana reunida en Lima, 1938 (Declaración de principios americanos, art. 1"?), también se hicieron declaraciones del mismo tenor. Igualmente en la Conferencia interamericana sobre problemas de la guerra y de la paz (México, 1945), Declaración de México, artículo 3<?. Por último, la Carta de la OEA se ha pronunciado inequívocamente sotare el particular, no sólo condenando la intervención, en forma general, sino refiriéndose explícitamente a "cualquier forma de ingerencia o de tendencia atentatoria de la personalidad del Estado", "sea cual fuere el motivo". Los artículos 16 y 17 de la Carta de dicha Organización prescriben: "Ningún Estado o grupo de Estados tiene derecho a intervenir directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo, en los asuntos internos o externos de cualquier otro. El principio anterior excluye no solamente la fuerza armada sino también cualquier otra forma de ingerencia o de tendencia atentatoria de la personalidad del Estado, de los elementos políticos, económicos y culturales que lo constituyen" (art. 15; concordantes: 16 y 17). El Derecho internacional consuetudinario reconocía la intervención en cuanto ésta fuera para favorecer los derechos del Estado, se entiende ya reconocidos por el orden jurídico internacional, excluyendo toda otra intervención legítima, salvo la intervención en favor de los principios generales del Derecho, y la intervención por razones de humanidad. Sólo el Derecho convencional ha extendido y precisado el derecho de intervención. El tratado internacional ha sido igualmente aquí el instrumento técnico que ha permitido el desarrollo del Derecho internacional en esta materia. Jurídicamente la intervención convencio- nal se funda en el principio general de que un Estado es libre de concluir tratados, y, por consiguiente, puede según su voluntad otorgar un derecho de intervención a otro Estado en los términos previstos por el tratado. La intervención de este último serár en ese caso, lícita. En la Carta de la ONU el derecho de intervención presenta una reglamentación completamente diferente según que se trate del mantenimiento de la paz, del arreglo pacífico de controversias, de la cooperación económica y social o del régimen de tutela. En el caso de amenazas a la paz, quebrantamiento de ésta o actos de agresión, la limitación general del derecho de intervención cede ante la necesidad suprema del mantenimiento de la paz, y toda distinción entre jurisdicción interna y competencia internacional desaparece en favor de esta última. Una mejor demostración de esta competencia en cuanto a la ONU se refiere, incide en el caso previsto por el artículo 27 de la Carta de las Naciones Unidas en materias que son esencialmente del dominio jurisdiccional de un particular Estado con la correspondiente excepción de las medidas de compulsión previstas en el capítulo VII. En razón del derecho de intervención en sus más variadas formas, pero precisada ella como norma jurídica para la salvaguardia, del respeto entre los pueblos, es como la encontramos estatuida en espíritu y forma no sólo en la Carta de la Organización de los Estados Americanos sino en la propia, de las Naciones Unidas. Ello es apenas una consecuencia de los tratados signados con tal motivo en desarrollo de las conferencias internacionales sobre la materia. Debemos, sin embargo, y para estar de acuerdo con el concepto del esclarecido jurista argentino doctor Saavedra Lamas, no aceptar, y por el contrario demandar afirmativamente el que desaparezcan los tratados en que se consagre la intervención, ya que éstos consagran restricciones ai-derecho de soberanía. La no intervención trae finalmente a lo* Estados la salvaguardia no sólo de su personalidad como tales sino que afirma en forma absoluta el principio de soberanía, lo cual traduce en términos generales la armonía jurídica internacional. (V. la voz INTERVENCIÓN [EN DERECHO INTERNACIONAL] y la Nota de la Redacción allí insertada.) BIBLIOGRAFÍA. — Santiago Torres Bernárdez, La Noción Jurídica, de "Intervención" en la. Comunidad Internacional Organizada. — Francisco Suárez, De Lege ac Deo legislatore, 1612. — Camilo Barcia Trclles, La Doctrina de Monroe en su desenvolvimiento histórico.—P. Fauchille, Tratado de Derecho Internacional Público. — Carlos Puig, Principios de Derecho Internacional Público Americano. — Fierre Trelliet, Essai sur l'intervention en Droit International Public. — Reuter, Instituciones Internacionales. — Francisco Cuevas Cancino, Del Congreso de Panamá a la Conferencia de Caracas (1826-1954). — Germán Cavelier, La Política Internacional de Colombia. — Diego TJribe Vargas, Panamericanismo Democrático.—D. Perkins, La Política, Exterior Norteamericana. — Thomas P. Brockway, Documentos Básicos de la Política Exterior Estadounidense. — V. Moreno Quintana, L. M., El Sistema internacional Americano. — José Joaquín Caicedo Castilla, El Panamericanismo (Cap. VIII). — Yepes, J. M., Los Problemas del Panamericanismo. — La Carta de las Naciones Uindas (ONU). — La Carta de la Organización de los Estados Americanos (OEA). NOCTURNIDAD. * SUMARIO : I. Concepto e influencia de la nocturnidad en los hechos y actos jurídicos. II. La fijación del límite entre lo nocturno y lo diurno. III. La nocturnidad como circunstancia agravante de los de- Jitos: a) Doctrina y Derecho comparado, b) Legislación nacional. IV. La presunción de haber actuado en legítima defensa en favor de quien rechaza el escalamiento o fractura nocturna de los cercados, paredes o entradas de su domicilio: a) Antecedentes legislativos, b) Naturaleza jurídica y fundamento de esta presunción, c) Requisitos que exige, d) Sus límites, e) La presunta legítima defensa nocturna del domicilio en los proyectos argentinos de Código penal. V. Otros casos en que la nocturnidad hace presumir la legítima defensa. I. Concepto e influencia de la nocturnidad ¿ en los hechos y actos jurídicos El Diccionario de la Real Aacademia Española define la nocturnidad como la "circunstancia agravante de responsabilidad, resultante de ejecutarse de noche ciertos delitos". Esta es una acepción restringida del vocablo, pues en un sentido más amplio y general, puede decirse que la nocturnidad es la cincunstancia que caracteriza a los hechos ejecutados o que se producen durante la, noche. * En la noche se pueden cumplir toda clase de hechos, incluso los hechos y actos jurídicos, y esa circunstancia de haberse realizado durante la noche es, la mayor parte de las veces, irrelevante desde el punto de vista jurídico, pues no modifica ni altera la validez ni los efectos de los hechos y actos jurídicos. Sin embargo, este principio general tiene sus excepciones, no sólo en lo que se refiere al Derecho penal, sino también con respecto al Derecho civil, al Derecho procesal, al Derecho laboral, etc., ya que en determinados casos la nocturnidad del hecho o acto jurídico es una circunstancia de decisiva importancia para determinar la validez o eficacia del hecho o acto jurídico, o para la correcta calificación (¿el mismo. v En materia civil generalmente la nocturnidad del hecho o acto jurídico carsce de trascendencia, puesto que la validez y los efectos de los hechos y actos cumplidos durante la noche son prácticamente idénticos a los realizados en horas del día, salvo en casos excepcionales, como, por ejemplo, cuando se entra en posesión de un inmueble * Por el Dr. MASIO I. CHICHIZOL/V. de noche, en que se ha considerado como clandestina a la posesión adquirida en esas circunstancias C 1 ) , basándose en la nota del codificador al artículo 2479 del Código civil, en la que se expresa que "los actos posesorios son reputados públicos o candestinos, menos por razón del número de testigos que los han presenciado, que por razón de la facilidad con que cada uno ha podido conocerlos. Así los actos posesorios ejecutados de noche siempre son reputados clandestinos ...", tesis que concuerda con la opinión de Pothier, Molitor, Marcada, Colmet de Santerre, Guillouard y Baudry Lacantinerie y, Tissier. (2) v El Derecho laboral tiene en cuenta la nocturnidad del trabajo, para la fijación de la duración de la jornada laboral (art. 2<? de la ley 11.544) y establece la prohibición del trabajo nocturno de mujeres y de menores de 18 años (art. 6<? de la ley 11.317, modificada por la ley 11.932) y de realizar determinades tareas en horas de la noche (art. 1"? de la ley 11.338). *' Todos los actos procesales, tanto civiles como penales, deben ser cumplidos dentro de las horas hábiles, entre las que no se encuentran las de la noche, salvo cuando son expresamente habilitadas, por resolución judicial, para el cumplimiento de una determinada diligencia. En ese sentido, el artículo 69 del Código de procedimientos en materia civil y comercial de la Capital Federal dispone que "las actuaciones judiciales deben practicarse en días y horas hábiles, bajo pena de nulidad", pero faculta al juez para habilitar los días y horas inhábiles cuando hubiera causa que lo exija (art. 7"?). El Código de procedimientos en materia penal para la justicia nacional también establece que "ninguna cédula podrá entregarse en día feriado, y en los días hábiles antes de salir ni después de puesto el sol, salvo los casos de habilitación de días u horas" (art. 131); y que tampoco podrán hacerse pesquisas domiciliarias sino desde que sale hasta que se pone el sol, excepto las pesquisas que debafl practicarse en edificios o lugares públicos; las que no admitan demora en su ejecución sin un gran peligro; en los casos determinados en el artículo 189 y otros de anáoga naturaleza; y en los casos en que el interesado o su representante preste su consentimiento expresa o tácitamente (art. 400). Sin embargo, tanto en el procedimiento penal como en el civil y comercial, pueden presentarse escritos judiciales fuera de las (1) Raymundo L. Salvat, Trotado de Derecho Civil Argentino (Derechos Reales), t. I, 890. (2) Autores mencionados por Raymundo L. Salvat, en op. y lugar citados. horas hábiles, entregándolos a un secretario del tribunal de la causa o de un tribunal nacional de igual grado que él, y cuando no se lo encontrare, a un escribano público, quienes deben ponerles el cargo de presentación, con indicación del día y de la hora, y entregarlos personalmente en la oficina respectiva dentro de la primera hora de abierto el tribunal (art. 45 del Regla- mento para la Justicia Nacional). Donde la nocturnidad adquiere mayor re- levancia es, sin duda, en el aspecto penal, como circunstancia agravante de los delitos y también como uno de los elementos que hacen presumir que ha actuado en legítima defensa, quien rechaza el escalamiento o fractura nocturna de los cercados, paredes o entradas de su casa, o departamento habitado o de sus dependencias, por lo que hemos de estudiar, separadamente, estos dos casos de nocturnidad. Pero antes de entrar al análisis particularizado de esos casos de nocturnidad, conviene determinar con precisión los límites de lo nocturno. t II. La •fijación de los límites entre lo nocturno y lo diurno Hemos dicho que la nocturnidad es la circunstancia que caracteriza a los hechos ejecutados o que se producen durante la noche. Es menester, entonces, determinar qué debe entenderse por noche, pues de la mayor o menor amplitud que se le dé a este concepto dependerá también que ciertos hechos tengan o no la característica de nocturnidad y los importantes efectos jurídicos que de esta circunstancia derivan. * La fijación de los límites entre la noche y el día ha sido motivo de arduas discusiones, ya que la noche, en un sentido amplio, comienza con la puesta del sol en el horizonte y finaliza cuando el sol vuelve a aparecer sobre la línea del horizonte; y en un sentido restrictivo, la noche se hace más breve, pues de ella se excluyen los espacios de tiempo que abarcan los crepúsculos matinal y vespertino, o sea, que aquélla no comprende los lapsos en que a pesar de no hallarse el sol sobre la línea del horizonte perdura o ya se vislumbra la claridad del día. Para evitar estas controversias algunas legislaciones, como la española, por ejemplo, fijan los límites de la noche, señalando que ésta abarca el espacio de tiempo com- prendido entre la puesta y la salida del sol (art. 7"? del Código civil español). Sin embargo, el Tribunal Supremo de España ha resuelto que a los efectos penales esa disposición del Código civil no es aplicable, puesto que la nocturnidad, tanto como agravante de ciertos delitos como condición que da lugar a una presunción de legítima defensa contra la intrusión en el domicilio ajeno, es de apreciación discrecional del tribunal sentenciador, llegando incluso a considerar que existe nocturnidad cuando el hecho se comete en horas de la madrugada ( 8 ). También la jurisprudencia francesa ha considerado, a los fines del artículo 329, inciso 1<?, del Código penal francés (que establece la presunta legítima defensa del que rechaza la intrusión nocturna a su domicilio) , que la noche es el intervalo de tiempo que transcurre entre la entrada y la salida del sol (4). Este concepto amplio de la noche, según el cual ella comprende todo el espacio de tiempo en que el sol no se halla sobre a línea del horizonte, no es el más difundido ni el que corresponde al significado que en nuestro idioma tiene la palabra noche, que el Diccionario de la Real Academia Española define como el "tiempo en que falta sobre el horizonte la claridad del sol". f No sólo razones gramaticales, sino también de índole jurídica, hacen aconsejable que los hechos y actos jurídicos cumplidos en los crepúsculos no se los considere noc- turnos sino diurnos, puesto que siendo la nocturnidad una circunstancia que agrava los delitos en ciertos casos y que en otros puede afectar la validez o modificar los efectos normales de los hechos y actos ju- rídicos, deben fijarse sus límites con un criterio restrictivo y no amplio. Además, la razón que determina la agravación de los delitos o que afecta la validez o altera los efectos de los hechos o actos jurídicos cumplidos durante la noche es la soledad y la oscuridad que imperan habitualmente en ese lapso, que hacen más difícil la custodia de los bienes jurídicos y que obstaculizan también la publicidad que requieren ciertos actos; y esa soledad y esa oscuridad, propia de la noche, no puede afirmarse que existe en los crepúsculos. Por eso, es que el Código penal sardo establecía que cuando la noche servía para calificar o agravar un delito,, se tendría por noche todo el tiempo que corre desde una hora después de la puesta del sol. Al no limitar también la noche a una hora antes de la salida del sol, el aludido Código tuvo en cuenta que en la madrugada, aunque ya se vislumbre la claridad del día, perdura generalmente la soledad y el recogimiento característicos de la noche, que dificulta la defensa pública y privada de los bienes y que determina que los delitos cometidos en esas circustancias produzcan mayor alarma, por ser mayor también el peligro corrido por las víctimas de los mismos. (3) Eugenio Cuello Calón, Derecho Penal, Conforme al Código Penal, texto refundido en 1944, t. I (Parte General), 13» ed., Barcelona, Bosch, 1960, págs. 350 y 552. (4) Donnedieu de Vabres, Traite de droit criminel et législation pénale compares, París, 1947, pág. 235. En definitiva, consideramos que la noche debe limitarse, a los efectos de considerar nocturno un hecho o acto jurídico, al espacio de "tiempo en que falta sobre el horizonte la claridad del sol", es decir, que no son nocturnos los hechos cumplidos en los crepúsculos. Pero para atribuir el carácter de nocturno a un hecho o acto jurídico no debe precederse con un criterio estrictamente horario, sino que es menester tener en cuenta también las circunstancias de tiempo y lugar en que se ha realizado el hecho o acto jurídico, como asimismo las costumbres propias del sitio donde se cumplió el mismo, teniendo siempre presente las razones que sirven de fundamento a la agravación de los delitos en ciertos casos y en otros a la invalidez o modificación de los efectos de los hechos cumplidos durante la noche. Así, por ejemplo, en un delito cometido al alba en un barrio aristocrático, donde la mayor parte de las personas permanece recogidas en sus . viviendas hasta una hora avanzada de la mañana, debe considerarse que ha mediado nocturnidad, mientras que esa agravante no concurriría si la infracción se cometiese a la misma hora en una zona rural, donde la mayoría de los pobladores suelen estar levantados a aquella hora preparándose para comenzar las faenas campestres del día que se inicia. Ya el genio de Carrara prevenía sobre los errores a que puede llevar la adopción de un criterio fijo o absoluto para determinar la nocturnidad de un hecho ( 5 ) , en tanto que Ricardo C. Núñez, después de definir la noche como "el tiempo del día posterior a la oración, en el cual ya falta la luz natural, y anterior al alba, en que ya aparece nuevamente aquélla", señala —con su habitual agudeza— que la delimitación de la noche no es posible realizarla con un criterio horario absoluto, sino de acuerdo con las circunstancias de tiempo, lugar y costumbres acerca del reposo nocturno ( 6 ) . Nuestro Código civil no fija los límites de la noche, por lo que su delimitación es una cuestión de hecho que debe resolverse en cada caso concreto, teniendo en cuenta las particularidades del mismo. Por el contrario, ya hemos visto que algunas normas procesales señalan como tiempo hábil para cumplir determinadas diligencias, al que media entre la salida y la puesta del sol, considerando nulos esos actos si se realizan antes de salir o después de puesto el sol (arts. 131 y 400 del Código de procedimientos en materia penal), o sea, de noche, cuyos límites, para estos casos, quedan establecidos en la forma expresada. Las leyes laborales no tienen un criterio uniforme para calificar de nocturno al trabajo, ya que al fijar la duración máxima de la jornada laboral entienden por nocturno al trabajo que se realiza entre las 21 y las 6 horas (art. 2<? de la ley 11.544); al referirse al trabajo de mujeres y de menores de 18 años, consideran nocturno al que se desarrolla entre la hora 20 y las 7 del día siguiente, en invierno, y las 6, en verano (art. 6<? de la ley 11.317, modificada por la ley 11.932); y al prohibir el trabajo nocturno en los establecimientos de panificación, pastelería, repostería y similares, fijan sus límites entre la hora 21 y la hora 5 del día siguiente (art. 1? de la ley 11.338). Una interesante cuestión se plantea respecto a los hechos o actos jurídicos que comienzan a ejecutarse de día y concluyen de noche, y viceversa, es decir, con relación a los hechos y actos que iniciándose su realización de noche finalizan de día. En el primer caso el hecho o acto jurídico debe considerarse diurno, puesto que al comen- zar su ejecución a la luz del día, aquél no aparece revestido de la soledad y el ocultamiento con que se suelen desarrollar los actos nocturnos, que son los que le dan las características propias de la nocturnidad que agravan, invalidan o modifican sus efectos jurídicos, y, en consecuencia, no parece razonable atribuirle la calificación de nocturno a un hecho o acto jurídico cumplido en esas circunstancias. En ese sentido, se ha pronunciado expresamente la jurispruden- cia española, habiendo declarado el Tribunal Supremo que aunque la ley prohiba realizar de noche un acto, si éste comenzó a ejecutarse de día y concluyó de noche ha de considerarse válido, porque la parte útil del acto no ha de viciarse por la parte inútil del mismo ( 7 ), tesis que constituye una aplicación de la moderna doctrina civil, que propicia inclinarse en favor de la validez de loe actos jurídicos cuando se han cumplido los requisitos esenciales para su existencia, aunque mediara algún defecto meramente formal ( 8 ). En cambio, si se ha buscado deliberadamente la soledad y el fácil ocultamiento que deparan las sombras de la noche, para iniciar en forma subrepticia la realización del hecho o acto jurídico, éste se hallará imbuido de las características (7) Enciclopedia Jurídica Española., Barcelona, Francisco Seix, Editor, s/í., t. XXIII, págs. 376-377. (8) Véase al respecto: G. Baudry Lacantinerie, Traite théorique et pratique de droit civil, París, 1930, vol. I, n? 1087, pág. 478; T. Huc, Commentaire théorique et -pra(5) Francesco Carrara, Lineamenti di pratica legislativa pénale, 2» ed., 1882, págs. 113 y sigtes. (6) Ricardo C. Núñez, Derecho penal argentino, Parte general, t. I, Buenos Aires, Editorial Bibliográfica Argentina, 1959, págs. 384-385. tique du cod-e civil, París 1892-1903, t. VI, n? 183, pág. 236; L. Josserand, Cours de droit civil positif /raneáis. París1, 1930, t. III, pág. 1338; y Mario I. Chichizola, "La jurispru- cia sobre el art. 1810 del Código civil", en Rev. La, Ley. t. 107, pág. 1068. inherentes a la nocturnidad, y, por tanto, debe reputarse como nocturno, a pesar de que su ejecución finalice cuando ya se ha iniciado el día. Por último, si se plantease la duda en cuanto a si un hecho o acto jurídico ha sido realizado de noche o de día, en materia civil, debe considerarse que el hecho o acto fue diurno, por ser ésta la forma más favorable a su validez y plenitud de efectos, y además, porque los hechos y actos jurídicos son normalmente válidos y tienen plenos efectos, estando a cargo de quien alega su nulidad o vicio probar la existencia de las circunstancias que puedan invalidar o modificar los efectos de un hecho o acto jurídico determinado. Por el contrario, en materia penal, la duda que pueda existir al respecto debe ser resuelta en la forma que sea más favorable al imputado, de acuerdo al principio establecido por el artículo 13 del Código de procedimientos penales. Es decir, que si existen dudas respecto a si el de- lito se cometió de noche o de día debe estimarse que el hecho fue diurno, cuando se trata de resolver sobre si concurre o no en el caso la agravante de nocturnidad. En cambio, debe considerarse que el hecho fue nocturno cuando haya que juzgar la situación del acusado que alega haber actuado en legítima defensa, rechazando el escalamiento o fractura nocturna de los cercados, paredes o entradas de su casa, o departamento habitado o de sus dependencias ( 9 ). (9) Poniéndonos a cubierto de una posible objeción a la tesis que propiciamos, conviene aclarar que si en un mismo proceso se juzgase al presunto ladrón nocturno y al dueño de casa que lo lesionó y alega haber actuado en la situación prevista por el ante último apartado del Inc. 69, del art. 34 del Código penal, no se incurriría en un escándalo jurídico si el juez, dudando de la nocturnidad del hecho, considera al mismo diurno, respecto al ladrón, y nocturno en lo que atañe al dueño de casa, pues en ambos casos habrá resuelto lo más favorable a cada uno de los imputados. Análoga situación se plantea cuando en una pelea los dos contendientes alegan haber actuado en legítima defensa y no se puede establecer quien es el agredido y quien el .agresor, y el juez resuelve la duda absolviendo a ambos por habar actuado en legítima defensa, fundando su fallo en favor del primero de los contendientes, en que éste se defendió de la agresión ilegítima del segundo; y luego, para basar la sentencia respecto al segundo, acepta lo contrario, o sea que el segundo fue quien ha sido agredido ilegítimamente por el primero y tuvo que defenderse, a pesar de que teóricamente es inadmisible la existencia de una legítima defensa recíproca (véase al respecto: Mario I. Chichizola, "L,a defensa putativa", en Rev. La Ley, t. 100, págs.. 905-914). Similar situación se presenta también cuando se procesa simultáneamente a un individuo que vendió una cosa robada a un tercero, cuando aquél afirma haber hecho conocer la procedencia ilegítima de] objeto y por tanto no haber .defraudado al comprador, y éste a su vez alega haberlo adquirido de buena fe ignorando que era robado. Cuando la duda no puede esclarecerse, el presunto defraudador (el vendedor) y el presunto encubridor (el comprador) son absueltos, considerándose respecto del primero que le hizo saber el origen ilícito de la cosa vendida al segundo, y con relación a éste, que no se le puso en conocimiento de tal circunstancia. Son todas éstas, situaciones de hecho en que la duda debe resolverse en la forma que sea más favorable a cada imputado en particular, aunque deban aceptarse conclusiones aparentemente contradictorias. Sin •embargo, no lo son, pues en todos los casos se aplica el III. La nocturnidad como circunstancia agravante de los delitos a) Doctrina y Derecho comparado. El hecho de haber cometido un delito durante la noche constituye generalmente una circunstancia agravante del mismo, pues cuando el delincuente ha buscado ex profeso o aprovechado la soledad y el ocultamiento que le deparan las sombras de la noche, para ejecutar con mayor facilidad su delito y asegurarse su impunidad, revela indudablemente un mayor grado de peligrosidad, que no debe dejar de ser tenido en cuenta a los fines de la fijación y graduación de la pena que le corresponda por el delito perpetrado. La noche es buscada y aprovechada por muchos delincuentes, pues ella les brinda condiciones ambientales que facilitan en gran parte la comisión de los hechos ilícitos, puesto que durante el transcurso de aquélla la mayor parte de las personas se recoge en sus hogares para entregarse al descanso, lo que trae como consecuencia una disminución de las posibilidades de defensa, tanto de la pública como de la privada que puede oponer el agraviado; y la soledad y oscuridad propias de la noche ofrecen también marco propicio para delinquir sin ser sorprendido por la autoridad ni visto por terceros, asegurando así a los malhechores un elevado margen de impunidad. Por eso es que los hechos delictuosos cometidos durante la noche producen generalmente mayor alarma social y es lógico que se los reprjma con mayor severidad que los diurnos.^/ Algunas legislaciones hacen expresa referencia a la noche como una circunstancia agravante de los delitos. Así, por ejemplo, el Código penal español vigente (texto refundido en 1944) considera agravante del delito "ejecutarlo de noche" (art. 10, inc. 13). Otros Códigos penales, sin mencionar concretamente a la noche como circunstancia agravante, implícitamente la tienen en cuenta al mencionar las agravantes del delito. Entre los Códigos penales que adoptan este sistema puede citarse al italiano, que en su artículo 61, inciso 5?, menciona como agravante común "el haber aprovechado circunstancias de tiempo, lugar y persona, que impidan la defensa pública o privada". Dentro de las circustancias de tiempo que impiden la defensa pública o privada se halla la nocturnidad, tal como resulta de la exposición de motivos del proyecto Rocco que dio origen al citado Código, en la que se expresa que " para que la agravante pueda aplicarse, es necesario que exista no sólo la mismo precepto del art. 13 del Código de procedimientos en materia penal, aceptando lo más favorable a cada uno de los acusados al resolver la causa. condición de tiempo, lugar o persona que hipotéticamente puede favorecer el delito, sino además que en concreto resulte disminuida, por dicha circunstancia, la defensa pública o privada. La hora de noche, por ejemplo, constituirá agravante sólo si la mencionada defensa ha sido o pudiere ser obstaculizada; pero si un robo es cometido de noche en un lugar donde haya concurrencia de gente (por 10 ejemplo, en una fiesta) no será agravado" ( ). La jurisprudencia italiana también ha considerado que la nocturnidad está comprendida dentro de la agravante enunciada por el artículo 61, inciso 5?, del Código penal, siempre que el delincuente haya aprovechado de esa circunstancia para cometer el delito y que, por ser de noche, haya resultado impedida, en el caso concreto, la defensa pública o privada, teniendo en cuenta las características y modalidades del delito cometido; y que, por tanto, dicha agravante no concurre si el delito se comete de noche pero en un lugar concurrido por numerosas personas O J ) . Asimismo, la doctrina en Italia ha entendido que la perpetración de un hecho delictuoso de noche es una circunstancia agravante. Carrara advertía un mayor peligro en los delitos cometidos de noche (12), en tanto que Enrique Ferri consideraba a la noche como una modalidad del hecho delictuoso que demuestra un mayor grado de peligrosidad, pues revela en el delincuente una peligrosidad obstinada ( 13 ). Consecuente con este criterio, en su proyecto de Código pe- nal de 1921, Ferri establecía como circunstancia de mayor peligrosidad, en cuanto no estén previstos como elementos constitutivos o circunstancias modificadoras, "el tiempo, el lugar, los instrumentos y el modo de ejecución del delito, cuando hicieren más difícil la defensa del ofendido o perju- delinquir al perpetrar un hecho delictuoso, por lo que es menester demostrar que el delincuente quiso aprovechar esas circunstancias para beneficiarse con ellas, pues la agravación no está especialmente dispuesta para suplir la defensa pública o privada disminuida en aquellas circunstancias (elemento objetivo) , sino para reprimir la mayor culpabilidad que revela el delincuente que comete su delito aprovechando de las mismas (14). Para Giuseppe Maggiore el fundamento de la agravante radica en el propósito del delincuente de disfrutar de la ocasión propicia para delinquir que depara la noche u otras circunstancias especiales, o de valerse de ellas, pero requiere además, que en virtud de esas circunstancias resulte aminorada (no 15imposi- ble) la defensa privada o pública ( ). En otros sistemas legislativos, como el adoptado por el Código penal italiano de 1889, la nocturnidad es sólo circunstancia agravante respecto a los robos y hurtos cometidos en lugares destinados a habitación. Este criterio restrictivo ha sido desechado por las legislaciones y la doctrina moderna, porque las circunstancias que determinan la mayor alarma que provocan los robos y hur- tos nocturnos y la mayor peligrosidad que revelan sus autores, concurren también cuando se cometen otros delitos durante la noche, razón por la cual no se justifica limitar la agravante exclusivamente a aque- llos delitos contra la propiedad y excluirla en los delitos contra otros bienes jurídicos (la vida, la honestidad, etc.). De ahí, entonces, resulta más prudente incluir la nocturnidad entre las circustancias agravantes comunes a todos los delitos, pero sin dejar de reconocer que en algunos casos la circunstancia de haberse cometido el delito de noche es irrelevante, por ejemplo, cuando se trata de un delito de estupro, o de un dicado, o demostraren una mayor insensi- hurto cometido de noche pero en una calle bilidad moral en el delincuente" (art. 21, profusamente iluminada y concurrida por inc. 89). La razón de la agravación del de- una gran cantidad de personas. Por eso, lito nocturno, deriva —según Manzini— de Constancio Bernaldo de Quirós, al comenla mayor criminalidad demostrada por tar esta circunstancia, afirma que la nocaquel que no comparte los sentimientos de turnidad es unst agravante de las más dissolidaridad humana que despiertan las con- crecionales de toda la serie ( 1 0 ) , mientras diciones temporales desfavorables para la que Juan del Rosal, con más amplitud, exdefensa de los bienes jurídicos, sino que in- plica que la determinación de esa agravancluso se aprovecha de ellas al delinquir, o te, sintomática de una mayor culpabilidad y sea, que se vale intencionalmente de las ven- que responde a una concepción peligrosista tajas ofrecidas por dichas condiciones des- del delito, compete a los tribunales, que defavorables para la defensa y favorables para ben precisar del mejor modo posible la presencia o no de la agravante de nocturnidad (10) Relacione ministeriale, t. I, pág. 110. (11) Cas. 21 Feb. 1934, La Giustizia Pénale, 1934, II, pág. 706; 7 dic. 1934, La Giustizia Penáis, 1935, col. 936, y 26 nov. 1937, La Giustizia Pénale, 1938. t. II, p. 1046. (12) Francesco Carrara, Programma del corso di diritto crimínale, "Parte speciale", Florencia 1925 vol I núms 1320 y 1321. (13) Enrique Ferri, Principios de derecho criminal, traducción por José Arturo Rodríguez Muñoz, la ed., Madrid, ed. Rens, 1933, pág. 323. (14) Vicenzo Manzini, Trattato di diritto pénale, 4? ed., actualizada por los profesores Nuvolone y Pisapia, Torino, 1961, vol. II, n» 373, V. (15) Giuseppe Maggiore, Derecho Penal, traducción del italiano, vol. II, Bogotá, ed. Temis, 1954, pág. 25. (16) Constancio Bernaldo de Quirós, "Nocturnidad", en la Enciclopedia Jurídica Española, cit., t, XXIII págs 375-376. en los casos concretos ( 1 T ) , en lo que también concuerda Eugenio Cuello Calón, que señala que esa agravante es de apreciación discrecional por el tribunal sentenciador, citando en apoyo de su afirmación diversos fallos que así lo establecen O 8 ) . La nocturnidad no es ni debe ser una circunstancia agravante inherente a determinados delitos, en particular, sino que se trata de una circunstancia de agravación común a todos los delitos, especialmente de aquellos que atenían contra la vida, la honestidad, la propiedad, la seguridad1 9pública y la inviolabilidad del domicilio ( ). Sin embargo, no es posible afirmar que en todos los delitos que se hayan cometido de noche concurre la agravante de nocturnidad, puesto que para que la ejecución nocturna del hecho justifique la agravación de la penalidad debe haber facilitado, en el caso concreto, la perpetración del delito y la impunidad de su autor, porque de lo contrario, la agravante carecería de fundamento. En consecuencia, no concurre la agravante de nocturnidad, por ejemplo, si se comete un daño intencional en una reunión de personas realizada en un salón bien iluminado, porque en esas circunstancias no ha disminuido la defensa pública o privada de los bienes jurídicos, ni se ofrece al delincunte una mayor facilidad para consumar el delito o lograr su impunidad. Para que se dé la agravante de nocturnidad es menester que concurran la circunstancia de haberse cometido el hecho delictuoso de noche y la idoneidad de esa circustancia para disminuir u obstaculizar la defensa pública o privada, tal como se decía en la exposición de motivos del proyecto que 2dio origen al actual código penal italiano ( 0 ). Asimismo, se requiere que la nocturnidad y la soledad de la noche hayan sido deliberadamente buscadas o aprovechadas por el agente, para perpetrar el delito sin dificultades y para poder escapar fácilmente a la acción de la justicia ( 2 1 ) , ya que la nocturnidad, si bien es una agravante de índole objetiva, tiene también su aspecto subjetivo, que es el más importante, ya que éste es el que revela la mayor peligrosidad del sujeto que delinque intencionalmente al amparo de las tinieblas de la noche. Por tanto, si el delito se comete (17) Juan del Rosal, Derecho penal español (Lecciones), 1« ed., Madrid, 1960, t. II, págs. 286-287. (18) Eugenio Cuello Calón, op. cit., t. I, pág. 552. (19) Conf.: Constancio Bernaldo de Quirós, op. cit., t. XXIII, pág. 375; Eugenio Cuello Calón, op. cit., t. I, pág. 552; Giuseppe Maggiore, op. cit., vol. II, pág. 25, nota 48; y Antonio Quintano Ripollés, Compendio de de- recho penal, Madrid, ed. "Revista de Derecho Privado", accidentalmente de noche, como se hubiese podido cometer a cualquiera otra hora (por ejemplo, un individuo que se encuentra en forma casual con otro sujeto y luego de una discusión, por cuestiones del momento, lo mata o lo lesiona), no es aplicable la agravante de nocturnidad. Con respecto a ciertos delitos la nocturnidad es irrelevante. Por ejemplo, los delitos de estafa, defraudación, falsificación de moneda y de documentos, etc., es indiferente que se los cometa de noche o de día, pues en esos casos la nocturnidad no constituye una circunstancia que facilite su consumación ni contribuye a asegurar la impunidad del delincuente, ni tampoco provoca mayor alarma social. En síntesis: puede decirse que no es posible establecer de antemano reglas fijas y absolutas para determinar cuándo la nocturnidad constituye realmente una circunstancia agravante del delito, sino que es necesario que el órgano jurisdiccional analice cuidadosamente, en cada caso, las circunstancias de tiempo, lugar, ocasión y modo en que se cometió el hecho delictuoso, como así también las motivaciones que han inducido a delinquir al agente, para determinar con certeza si ha mediado o no, en cada caso concreto, la agravante de nocturnidad, teniendo en cuenta que ésta requiere: a) que el hecho se haya cometido de noche; b) que esa circunstancia obstaculice o debilite la defensa pública o privada de los bienes jurídicos; c) que la nocturnidad facilite la perpetración del delito y favorezca la impunidad del delincuente; d) que esa facilidad para delinquir y lograr la impunidad hayan sido buscadas y aprovechadas intencionalmente por el delincuente; y e) que no se trate de un delito en que la nocturnidad resulte irrelevante. Cuando la nocturnidad es buscada o aprovechada por el delincuente, como un medio de ocultación, para cometer, con seguridad y sin riesgos para su persona, un ataque contra la vida o la integridad física de una persona, sorprendiéndola desprevenida o indefensa, constituye parte integrante de la agravante de alevosía ( 2 2 ). Por el contrario, si la nocturnidad ha sido buscada o aprovechada por el delincuente sólo para facilitar la ejecución del delito y favorecer su impunidad, pero no para atacar por sorpresa y en un estado de indefensión a la víctima, no habrá alevosía sino que concurrirá únicamente la agravante de nocturnidad. Sin embargo, la alevosía y la nocturnidad no son dos agravantes incompatibles entre sí. 1958, t. I, pág. 354. (20) Relazione ministeriale, t. I, pág. 110. (21) Conf.: Eugenio Cuello Calón, op. cit., t. I, pág. 552; Juan del Rosal, op. cit., t. II, págs. 286-287; Giuseppe Maggiore, Oí», cií., vol. II, pág. 25; y Vicenzo Manzini, op. cit., t. II. n? 373, V. (22) Véase: Ricardo C. Núñez, ALEVOSÍA, en esta Enciclopedia, t. I, págs. 638-644; Mario I. Chichizola, "La alevosía en el homicidio", en Rev. La Ley, t. 107, págs. 163-173; y César Camargo Hernández, La alevosía, Barcelona, Bosch, 1953. Su compatibilidad ha sido resuelta reiteradamente por la jurisprudencia de los tribunales españoles ( 2 3 ). b) Legislación nacional. El proyecto Tejedor no preveía expresamente la nocturnidad como circunstancia agravante de los delitos, pero en la nota al artículo 3<?, del título VI, del libro II, traía a colación que las leyes españolas se ocupaban de muchas de las circunstancias agravantes, sin hacer de ellas un sistema, ni sentar reglas generales, estableciendo, por ejemplo, que "el delincuente merece mayor pena por cometer el delito de noche", dando por razón que "de noche pueden nacer2/1 muchos peligros ende é muchos males" ( ). En cambio, en el proyecto de los Dres. Villegas Ugarriza y García es contemplada en forma expresa, como circustancia agravante en general, el cometer el delito de noche (art. 97, inc. 14). Nuestro primer Código penal, sancionado en 1886, al enumerar las circunstancias agravantes, en su artículo 84, inciso 13, mencionaba la siguiente: " Cuando se produce mayor alarma por haberse cometido el delito de noche o en despoblado". Los proyectos argentinos posteriores, que dejaron de lado las enumeraciones casuísticas de circunstancias atenuantes y agravantes del delito, no hacen referencia expresa a la nocturnidad como circunstancia agravante del delito. El Código penal vigente, aunque no menciona expresamente la nocturnidad como circunstancia agravante del delito, no impide que aquélla sea computada, a los fines de la fijación y graduación de la pena aplicable al agente que ha delinquido de noche, porque la nocturnidad constituye una circunstancia de tiempo, que demuestra la mayor peligrosidad del sujeto, contemplada dentro de la formula amplia adoptada por el inciso 29 del artículo 41 del Código penal, que dispone tener en cuenta para la fijación de la condena, cuando se trata de penas divisibles por razones de tiempo o cantidad, entre otras, "las circunstancias de tiempo, lugar modo y ocasión que demuestren la mayor o menor peligrosidad" del delincuente. En concordancia con lo expresado precedentemente, Octavio González Roura menciona expresamente entre las circunstancias agravantes de tiempo la de "si por haberse cometido el hecho de noche hubiese produ(23) Véanse los fallos mencionados por B. Cuello Calón, op. CÍE., t. I, pág. 552, notas 5 y 6; J. del Rosal, ap. cit., t. II, pág. 286; y A. Quintano Ripollés, op. cit., t. I, pág. 354. (24) Carlos Tejedor, Proyecto de Código penal para la República Argentina trabajada por encargo del Gobierna Nacional, parte primera, Buenos Alies, Imprenta del Comercio del Plata, 1866, pégs. 205-206. cido moyor alarma" ( 2 5 ); y Ricardo C. Núñez, al referirse a las circunstancias agravantes, señala que la nocturnidad es un dato que toma su significación criminal en los distintos delitos y en sus condiciones concretas de ejecución ( 2 C ). También la jurisprudencia nacional ha establecido que entre las circunstancias de tiempo que deben computarse para individualizar la pena, debe tenerse en cuenta la hora en que se cometió el hecho delictuoso (27) . En los proyectos argentinos de Código penal de los años 1937, 1941, 1951, 1953, y 1960, tampoco se hace referencia expresa a la nocturnidad como circunstancia agravante común a todos los delitos, pero ella tiene cabida dentro de las fórmulas amplias para graduar la pena que adoptan los proyectos de 1940, 1953 y 1960, y aún en las más casuísticas de los proyectos de 1937 y 1951 ( á 8 ). IV. La presunción de haber actuado en legítima defensa en favor de quien rechaza el escalamiento o fractura nocturna de los cercados, paredes o entradas de su domicilio. a) Antecedentes legislativos. Nuestro Código penal, en su artículo 34, inciso 6?, anteúltimo apartado, establece una presunción de haber actuado en legítima defensa en favor de quien rechaza el escalamiento o fractura nocturna de los cercados, paredes o entradas de su domicilio. En efecto: después de enumerar los requisitos que exige la legítima defensa, para que pueda invocarse como causa de justificación, la citada norma expresa que "se entenderá que concurren estas circunstancias respecto de aquel que durante la noche rechace el escalamiento o fractura de los cercados, paredes o entradas de su casa, o departamento habitado o de sus dependencias, cualquiera que sea el daño ocasionado al agresor". El último apartado del mencionado inciso, añade que esa presunción regirá "igualmente respecto de aquel que encontrare a un extraño dentro de su hogar, siempre que haya resistencia"; pero en este segundo caso no sejrequiere que la intrusión en el domicilio ajeno se haya realizado de noche, razón por la cual no hemos de ocuparnos del mismo en esta oportunidad, sino que concentraremos nuestra atención en el primero de los casos mencionados, por ser el (25) Octavio González Roura, Tratado de Derecho penal, 2? ed., Buenos Aires, ed. Valerio Abeledo, 1925, t. II, pág. 112. (28) Ricardo C. Núfiez, Derecho..., cit., t. II, pág. 464. (27) Cám. Nac. de Apels. en lo Crim. y Corree., J. A., t. 12, p. 424. (28) Véanse las normas respectivas en: proyecto de 1937 (art. 17, ine. 17), proyecto de 1940 (art. 34, inc. 39); proyecto de 1951 (art. 53, inc. 19); proyecto de 1953 (art. 9?, inc. 5»); y proyecto de 1960 (art. 73, incs. 1? y 49). que exige como característica inherente al hecho, su nocturnidad. La presunción de haber actuado en legítima defensa en favor de quien rechaza el ataque nocturno a su domicilio tiene honda raigambre histórica. Ya en la Sagrada Biblia se contempla esta situación, expresando que "si el ladrón fuere hallado forzando una casa, y fuere herido y muriese, el que lo hirió no será culpado de su muerte. Pero si fuere de día, el autor de la muerte será reo de homicidio" (Éxodo, cap. XXII, versículos 2 y 3). También entre los romanos se preveía especialmente la legítima defensa de la morada contra los ataques nocturnos, legis- lándose sobre ella en las Doce Tablas (I, 12), cuya fórmula se reprodujo más tarde en el Digesto, en un fragmento de Gayo, pero con ciertas restricciones ( 21) ). Esas disposiciones pasaron luego al Derecho medioeval, donde las vemos incluidas en Las Partidas, que facultaban a matar al ladrón nocturno (PartidaVil, título VIII, ley III), y posteriormente se incluyeron en el Código penal francés, que en su artículo 329, inciso I9, establece que está comprendido dentro de la necesidad actual de la legítima defensa el homicidio cometido, cuando las heridas han sido hechas, o los golpes aplicados en repulsa durante la noche del escalamiento o de la ruptura de puertas, paredes o entradas de una casa o de un departamento habitado o de sus dependencias. La citada norma del Código penal francés, que fue reproducida con un texto casi idéntico por el Código belga, es el principal antecedente legislativo extranjero de nuestro Código penal, en lo que a esta materia se refiere. Disposiciones análogas rigen también en la mayoría de los Códigos penales latinoamericanos. V -./ En el articulado del proyecto Tejedor no se hacía referencia al intruso nocturno al legislar la legítima defensa, pero al enumerar los casos en que la defensa era permitida se refiere a la opuesta "contra los que tienten penetrar por la fuerza, por efracción o de cualquier otro modo ilícito, en las propiedades raíces de otro, con peligro de la vida de sus habitantes" (Primera parte, libro segundo, título 3?, artículo 11, inciso 4"?). Asimismo, permitía la defensa "contra los actos criminales de violencia que tengan por objeto el deterioro, ó la destrucción de la propiedan mueble o inmueble, y que amenacen la vida del dueño presente" (inciso 3? del citado artículo). En la nota respectiva, que es sumamente ilustrativa, se repro(29) Sobre los antecedentes históricos de estos casos especiales de legítima defensa, véanse las extensas referencias que hace Luis Jiménez de Asúa, Tratado de Derecho penal, 2? *>tf n° 1329. í. IV, Buenos Aires, ed. Losada, 1961, duce el comentario oficial del código de Baviera, en el que se expresa que "el derecho de rechazar por la fuerza al ladrón nocturno se encuentra en la ley romana; pero el verdadero motivo de esta disposición está en que el dueño de casa, incierto de las intenciones del asaltante, debe temer que tenga el designio no sólo de robar, sino de ejercer violencias, y desde entonces debe creerse en estado de legítima defensa. Prce.sumitur, decía Farinacio, quod eo tempore fur habuerit animun non solum furandi, sud etiam occidendi; vel saltem cum sic de nocte veniat, ratione temporis discerní non posset an ad furandum, an vero ad occidendum venerit. En efecto, los ataques nocturnos dirigidos contra una casa no inspiran sólo temores por las cosas que contienen. Los habitantes de la casa atacada tienen tanto más motivo para temer proyectos homicidas, cuando que este ataque revela una audacia más grande, y que durante la noche los socorros son más difíciles. El ladrón nocturno entonces no comete sólo un robo, jam enim plus est quan f u r , sino que se hace culpable de una agresión violenta, que da lugar a temer consecuencias y justifica los medios de defensa que se empleen contra él". Agrega el comentario que se transcribe en la mencionada nota que "estas reglas no son restrictivas del derecho de defensa, sino que trazan el círculo dentro del cual se puede ejercer libremente, no son tampoco en esta hipótesis misma más que la reproducción del Derecho romano. La ley de las Doce Tablas no parecía admitir condición alguna, si noctu furtum fíat furen autem aliquis occiáerit, impune esto; pero este derecho absoluto de homicidio contra el ladrón nocturno, no se mantuvo mucho tiempo. Gayo en efecto, citando esta ley, agrega una condición importante, lex. XII tabularum fureñ nostu deprehensum occi- dere permittit, ut tamen id ipsum cum clamare testificetur. Por otra ley del Digesto no se acordaba la impunidad al que mataba a un ladrón nocturno sino en el caso en que no podía dejar de hacerlo sin correr riesgo de su vida, iurem nocturnum, di- ce Ulpiano, si quis occiderit, ita demun impune foret si parcere ei sine periculo suo non potuit. (L. 8 D. ad. leg. Corn. de sicarius). Así es también como otra ley decide que el que persigue en medio de la noche a un ladrón cargado con el botín, no tiene derecho a herirle, sino en tanto que éste inicie la resistencia en el momento de ser tomado. La sanción de estas disposiciones se encuentra en un fragmento de Ulpiano de donde resulta que el que mataba a un ladrón nocturno podía estar sujeto a los daños y perjuicios, y que el que prefería matarle cuando podría prenderlo, era pasible de las penas del homicidio, si quis noctu Juren occiderit, non dubítamus quin lege Aquilia teneatur: sin autem cum posset apprehendere, maluit occidere, magis est ut injuria fecisse videatur: ergo etiam lege Cornelia tenebitur. Finalmente el emperador Valentiniano pareció querer restringir todavía el derecho de homicidio contra los ladrones no acordándolo sino a los habitantes de la campaña, sin duda porque las ciudades ofrecen más medios de socorro" (Chauveau, Adolphe, t. 4, p. 168 y siguiente) («0). El proyecto Villegas, Ugarriza y García, en su artículo 10, declaraba exento de pena al que hiere o mata rechazando, durante la noche, el escalamiento o violencia de la propiedad. El Código penal argentino de 1886 consideraba también exento de pena a quien "hiere o mata al que pretende penetrar en su domicilio por escalamiento, fractura o fuerza, o al que encontrare dentro de su hogar, siempre que haya resistencia" (art. 81, inc. 11), pero no exigía que el hecho hubiese ocurrido de noche, circunstancia que contemplaba como una agravante de los delitos (art, 84, inc. 13). En el proyecto de 1891 se incluía una nor- ma casi idéntica al anteúltimo apartado del inciso 6?, del artículo 34 del Código penal vigente, del cual aquél es el antecedente mediato, a través de los proyectos de 1906 y 1916, que reproducen la norma con la redacción actual. En la exposición de motivos de aquél proyecto se decía que "a continuación de los requisitos que debe reunir (la defensa), para ser legítima, añadimos que se entenderá que éstos concurren respecto de aquel que durante la noche rechaza el escalamiento o fractura de los cercados, paredes o entrada de una casa o departamento habitado o de sus dependencias, cualquiera que sea el daño ocasionado al agresor. Esta cláusula consagra una presunción de derecho que, como tal, cederá a la prueba contraria. Su fundamento no puede ser más obvio. El escalamiento, llevado a cabo durante la noche, es una agresión ilegítima gravísima, que ningún motivo puede justificar, y que, por lo común, se produce sin provocación suficiente, y aún sin provocación de cualquier entidad. En semejante situación, es racional la necesidad del agredido de emplear todos los medios seguros a su alcance para repeler el ataque y prevenir sus consecuencias. El momento de la agresión, la ignorancia de la misma en cuanto a la importada de esta y a todo lo que entra en los designios del agresor y la (30) Carlos Tejedor, op. cit., primera parte, págs. 166168, inminencia del peligro, demuestran la necesidad de que el agredido se sirva de los medios más rápidos y adecuados para detener y rechazar el ataque."En ese momento y en esas circunstancias no es posible exigirle —ya que sería imprudente de su parte que lo hiciere— el examen de si, por el empleo de otro medio, menos susceptible de dañar, podría obtener el resultado apetecido. Si se distrajera en esto, quizá cuando se resolviese a obrar fuese demasiado tarde. Por otra parte, la cláusula en cuestión no es, en suma sino el precepto contenido en el número 11, artículo 81 del Código (de 1886), expuesto de una manera más clara y precisa, que hará imposibles las conjeturas y las interpretaciones varias a q u e se p r e s t a hoy" (a 1 ). b) Naturaleza jurídica y fundamento de esta presunción. La norma del anteúltimo apartado del inciso 6<?, del artículo 34 del Código penal no establece una forma de "legítima defensa privilegiada", como erróneamente se suele afirmar ( 32 ), sino sólo una presunción de haber actuado en legítima defensa (33), en favor de quien rechaza el escalamiento o fractura nocturna de los cercados, paredes o entradas a su domicilio, tal como resulta de la exposición de motivos del proyecto de 1891 —de donde proviene la norma—, que hemos transcripto precedentemente. Eusebio Gómez afirma que la razón justificativa del mencionado precepto se explica sin mayor esfuerzo: el que repele con la fuerza una invasión a su propia casa, realizada en forma harto reveladora de un peligro o, por lo menos, susceptible de provocar la sensación de ese peligro por un intruso, cuyas intenciones no pueden conocerse, y procede violentamente en su contra, ejercita una defensa cuya legitimidad no puede ser discutida ( 3 4 ) . Por su parte, Carlos Malagarriga advierte que la actuación del intruso es temible por lo indeterminada y que la ley ha creído que debía establecer una presunción legal, en cuya virtud se atribuye al agredido el derecho de repeler la agresión nocturna a su domicilio como si fuese directamente (31) "Proyecto de Código penal para la República Argentina, redactado por los doctores Norberto Pinero, Rodolfo Rivarola y José Nicolás Matienzo", Buenos Aires, Talleres Tipográficos wde la Penitenciaría Nacional, 1891. págs. 64-65. (32) Así lo hace, pov ejemplo, Sebastián Soler, ''Derecho penal argentino", Buenos Aires, ed. La Ley, 1945, t. I, pág. 416. (33) Conf.: Rodolfo Moreno (h.), El Código penal u sus antecedentes, Buenos Aires, H. A. Tomassi, editor, 1922, t. II, pág. 297; y Juan P. Ramos, Curso de Derecho penal, 2a ed., Buenos Aires, Biblioteca Jurídica Argentina, 1938, t. II, n» 323, pág. 333. (34) Eusebio Gómez, Tratado de Derecho penal, Buenos Aires, Ediar, 1939, t. I, n? 279, pág. 565. contra su persona ( 3 5 ). Ricardo C. Núñez también estima que la presunción de legítima defensa en favor del que rechaza la intrusión nocturna a su domicilio, se funda en la mayor alarma que despierta en los moradores del hogar la acción del invasor, desenvuelta al amparo de la oscuridad y del reposo general de aquéllos36 y del vecindario propio de tales horas ( ). La nocturnidad y el escalamiento o fractura de los cercados, puertas o entradas al domicilio, además de constituir una agresión ilegítima contra la inviolabilidad del domicilio, son circunstancias que también hacen temer fundadamente un ataque ilícito contra la persona y los demás bienes del damnificado y de aquellos que residen con él, que se ven colocados en una situación de serio peligro por aquellos hechos, por lo cual es legítima la defensa ejercida para rechazar al intruso nocturno que pretende entrar por esos medios y de noche al domicilio ajeno. Por eso, Carlos Fontán Balestra sostiene que la aludida disposición está basada en la presunción de peligro implícita en la nocturnidad y en el escalamiento o fractura ( 37 ). "A mí me parece clarísimo —decía Carrara— que el caso de la muerte del ladrón nocturno entra dentro de la defensa de la propia vida; es un caso de tutela inculpable por el peligro probable de que el propietario llegue a ser matado por el ladrón" ( 3S ). La presunción de haber actuado en legítima defensa que establece el anteúltimo apartado del inciso 6<?, del artículo 34 del Código penal, es una presunción juris tantum, es decir, que admite 'prueba en contrario, como se señala expresamente en la exposición de motivos del proyecto de 1891, que ya hemos citado más arriba. En consecuencia, no existirá legítima defensa si se comprueba que quien invoca esta causa de justificación conocía las intenciones inofensivas del intruso, o que las características o modalidades del hecho excluían todo riesgo o temor fundado para el que alega haber actuado en legítima defensa y los demás ocupantes del domicilio ( 39 ). Consecuente con estos principios, la jurisprudencia ha resuelto que la presunción de legítima defensa del domicilio contra su in- vasión nocturna, no puede ser invocada si el que alega defenderse de la intrusión está advertido de que va a ocurrir, sabe quién es el invasor, qué se propone y lo ve entrar, en cuyo caso recobra su imperio la regla general referente a la legítima defensa de las personas y de los derechos ( 4 0 ). También ha dicho la jurisprudencia que para que concurra la aludida eximente, es necesario que el victimario se encuentre ante una situación sorpresiva, ajena a su conocimiento; y ello no ocurre cuando el intruso invade el hogar ante los ojos del dueño y de los terceros, pues aquí la regla general sobre la defensa de la persona y de sus derechos retoma su imperio; o sea, que el solo hecho de la intrusión no coloca al invasor, necesarjámente, en actitud de agresor injusto ( 41 ), ^ Precisamente, como la presunción que establece el anteúltimo apartado del inciso 6? del artículo 34 del Código penal, admite prueba en contrario, no es posible interpretar la frase "cualquiera que sea el daño ocasionado al agresor", con que concluye dicho apartado en el sentido de que queda excluida en este caso la necesidad racional del medio empleado para impedir o repeler la invasión nocturna al domicilio, como se ha sostenido por parte de la doctrina nacional ( 4 2 ). En efecto: la ley no dice que sólo se presume la agresión ilegítima y la falla de provocación por parte del que se defiende de la intrusión nocturna a su domicilio, sino que se entenderá que concurren estas circunstancias (las tres que exige el inc. 6?, del art. 34 del Código penal), entre las que está incluida también la necesidad racional del medio empleado para impedir o repeler la agresión ilegítima. Si en un caso concreto se demuestra que el medio empleado para repeler la invasión nocturna al domicilio, con escalamiento o efracción," no era proporcional al peligro o riesgo corrido por el dueño de casa, éste no podrá ampararse en la legítima defensa. Por ejemplo, si el propietario advierte de noche que un intruso escala un muro del jardín de su casa, para sustraer desde allí un fruto de un árbol o para mantener una conversación galana con su cocinera, y lo mata de un tiro, no podrá invocar seriamente que ha actuado en legítima defensa, puesto que, en ese caso, aunque han concurrido el primero'y el último de los requisitos que exige esta eximente (agresión ilegítima y falta de provocación suficiente), no podrá afirmarse que también se ha cumplido el segundo, es (35) Carlos Malagarriga, Código penal argentino, precedentes, sentencias, notas, Buenos Aires, Librería Cervantes, 1927, t. I, pág. 248. (36) Ricardo C. Núflez, Derecho..., cit., t. I, pág. 385. (37) Carlos Fontán Balestra, Derecho penal, "Introducción y Parte General", 4? ed., Buenos Aires, AbeledoPerrot, 1961, pág. 317. (38) Francesco Carrara, Programma..., cit., "Parte speciale", vol. I, n» 1320. (39) Conf.: Luis C. Guerello, "La legítima defensa privilegiada en el delito de homicidio", separata de la Revista del Instituto de Investigaciones y Docencia Criminológicas, N9 1, La Plata, Dirección de Impresiones (42) Francisco Blasco Fernández de Moreda, LEGÍTIMA BEFENSS, en esta Enciclopedia, t. XVIII, pág. 181; y Carlos Oficiales, 1958, pág. 5. Fontán Balestra, op. cit., pág. 317. (40) Cám. 2» de Apels. de Mar del Plata, 5 de marzo de 1964, La Ley, 22 de abril de 1964. (41) S. C. de Buenos Aires, 8 de agosto de 1961, D. J. Bs. As., 64, 5 sa con que puede contarse en las poblaciones. d) Sus límites. La presunción de haber actuado en legítima defensa, en favor de quien rechaza la intrusión nocturna a su domicilio realizada con escalamiento o fractura, no sólo ampara al dueño de la casa o departamento, sino que también beneficia a todos los que se domicilian en el mismo, a quienes la invasión del intruso coloca en idéntica situación de peligro que al dueño de casa, por lo cual debe considerárselos comprendidos en aquella eximente ( 46 ). Para que pueda invocarse la citada presunción, no es menester que el intruso haya pretendido entrar al domicilio ajeno con propósitos de robo, ya que tal exigencia no ha sido impuesta por la ley, ni tampoco es posible exigir a quien rechaza el escalamiento o fractura nocturna de los cercados, paredes o entradas de su domicilio, que pueda adivinar cuáles son las verdaderas intenciones del intruso, por lo que el Código presume la situación de peligro para la vida y los demás bienes del dueño de casa ( 4 7 ). Tampoco se requiere que haya una agresión por parte del intruso, sino que basta el escalamiento o fractura nocturna para penetrar al domicilio ajeno, para que concurra la eximente, pues la legítima defensa es, en esencia, como lo ha dicho la Suprema Corte de Justicia de Buenos Aires, un estado de necesidad; y éste se da cuando aparece la probabilidad inminente de que el agre123-726). / Finalmente, es necesario que el escala- dido pierda un bien sin que esté jurídica48 miento o fractura se realice para penetrar mente obligado a soportar su pérdida ( ). En ese sentido, también ha resuelto la Cám. a la casa o departamento habitado o sus dependencias, es decir, al lugar donde se 2* de Apels. Crim. de Tucumán que la previve, aunque sea accidentalmente, y a los sunción de haber actuado en legítima defensa no está supeditada a la agresión o sitios que sirven de complemento al anterior, del cual constituyen un accesorio ( 43 ), al ataque por parte del intruso, pues aquélla tales como el patio, el jardín, el recinto des- se basa en el fundado temor de un robo ladrón un tinado a negocio, etc. (véase DOMICILIO en o asalto y en ser el presunto 49 esta Enciclopedia, t. IX, ps. 264-290). En ese peligroso agresor en potencia ( ). Si el rechazo del intruso se realiza inmesentido, la Suprema Corte de Justicia de Buenos Aires ha dicho que la conclusión de diatamente después que ha sido sorprenque la casa donde ocurrió el hecho no era dido entrando al domicilio ajeno por escael hogar del acusado, descarta la eximente lamiento o fractura nocturna, sigue siendo prevista en el artículo 34, inciso 6?, último aplicable al caso la 5 0eximente de que nos apartado, del Código penal ( 4 4 ). En cambio, venimos ocupando ( ). Por el contrario, si esta presunción puede invocarse tanto con es sorprendido dentro del domicilio sin que mediaren aquellas circunstancias, será nerespecto a los hechos ocurridos en el campo como a los producidos en las ciudades ( 4 5 ), cesario que haya resistencia por parte del aunque en el primer caso la presunción de (46) Conf.: Bicardo C. Núñez, Derecho..., cit., t. I, haber actuado en legítima defensa tiene un 386. fundamento mucho más sólido que en el pág. (47) Francesco Carrara, Programma..., cit., "Parte segundo, pues en la campaña generalmente speciale", vol. I, n» 1321, nota 1. (48) S. C. de Bs. Aires, 25 de abril de 1958, Acuerdos no se dispone de las posibilidades de defen- y sentencias, 1958-11, pág. 630; y 28 de junio de 1960, decir, la necesidad racional del medio empleado para impedir o rechazar la agresión ilegítima, ya que la presunción legal al respecto cederá al comprobarse que el dueño de casa se percató de los propósitos del intruso y sin embargo le dio muerte. c) Requisitos que exige. Para que pueda invocarse la presunción de haber actuado en legítima defensa que venimos analizando, se requiere: 1) que el hecho ocurra de noche; 2) que medie escalamiento o fractura de cercados, paredes o entradas; y 3) que el hecho se cometa para penetrar al domicilio o sus dependencias. A qué debe entenderse por noche y a la fijación del límite entre lo nocturno y lo diurno, ya nos hemos referido precedentemente (véase capítulo II). La razón de ser de esta exigencia radica en que de noche disminuyen las posibilidades de defensa de los bienes jurídicos, por lo cual la intrusión pyovoca mayor alarma. •*E1 escalamiento consiste en salvar los obstáculos, muros, cercos, paredes, ventanas, etcétera-, o sea en penetrar al domicilio o sus dependencias por una vía no destinada al efecto (véase ESCALAMIENTO en esta Enciclopedia, t. X, ps. 560-562). La fractura, en cambio, exige la efracción o ruptura de los obstáculos (cercos, muros, paredes, techos, puertas, ventanas, etc.) que se oponen para la defensa del domicilio (véase al respecto EFRACCIÓN en esta Enciclopedia, t. IX, ps. Acuerdos v sentencias, 1960-IV, pág. 366, y La Ley, t. 99, (43) Ricardo C. Núftez, Derecho..., cit., t. I, pág. 384. (44) S. C. Bg. Aires, 16 de septiembre de 1958, Acuerdos y sentencias, 1958-IV, pág. 538. (45) Conf.: E. Cuello Calón, op. cit., t. I, pág. 552; y J. P. Ramos, oj>. cit-, t. II, n1? 323, pág. 333. pág. 798. (49) Cám. 2? de Apels. Crim. de Tucumán, 4 de noviembre de 1959, La. Ley, t. 97, pág. 463, y J. A., 1969-IV, pág. 139. (50) Ricardo C. Núñez, Derecho..., cit., t. I, págs. 385-388. invasor, para que pueda invocarse la presunción de haber actuado en legítima defensa por quienes rechazan la intrusión, pues en este caso no rige la norma del anteúltimo apartado del inciso 6?, del artículo 34, del Código penal, sino el último apartado del mismo inciso. Finalmente, no podrá alegarse la presunción de legítima defensa en favor de quien rechaza el escalamiento o fractura nocturna de su domicilio, si el intruso ha cesado en su actitud y emprende la fuga, debido a que en esas circunstancias cesa la situación de peligro para el dueño de casa y también la necesidad de rechazar al intruso por medios violentos ( 5 1 ). En ese sentido, la Cám. Nac. de Apels. en lo Crim. y Corree, ha resuelto que no concurre la aludida causa de justificación en el caso del encargado o sereno de una casa en construcción que, al solo efecto de evitar la fuga de un intruso, le hace disparos de arma de fuego, pues ello no implica el rechazo del escalamiento o fractura de los cercados, paredes o entradas de una casa o departamento habitado o de sus dependencias ( 5 2 ). Asimismo, el Superior Tribunal de Santa Fe ha dicho que no puede ampararse en la mencionada presunción de haber actuado en legítima defensa, el acusado que dispara un arma de fuego contra un extraño que huía y ya le daba la espalda ( 5 S ). En un caso similar, la Cám. de Apels. Crim. de Tucumán se pronunció en igual sentido ( 3 4 ). e) La presunta legítima defensa nocturna del domicilio en los proyectos argentinos de Código penal. La presunción de haber actuado en legítima defensa, en favor de quien rechaza el escalamiento o fractura nocturna de los cercados, paredes o entradas a su domicilio, es suprimida en los proyectos argentinos de Código penal de los años 1940 y 1960. Para fundamentar esa supresión, Peco afirma que "los principios fundamentales de la legítima defensa rigen para todas las situaciones particulares. Las normas especiales para situaciones determinadas, como la defensa nocturna del domicilio o la resistencia a la autoridad, importan a un tiempo una restricción y una injusticia. Una restricción, porque existen problemas tan importantes y tan controvertidos como los mencionados. Tal la situación del amante agredido que mata al cónyuge ultrajado o de quien usa aparatos mecánicos para la defensa de la propiedad. Además son nor(51) Conf.: L. Jiménez de Asúa, op. cit., t. IV, n? 1329; y R. C. Núftez, Derecho..., cit., t. I, pág. 386. (52) C. C. C., 16 de junio de 1933, Folios, t. I, pág. 221. (53) S. T. de Santa Fe, 12 de mayo de 1961, Juris, t. 19, pág. 6. (54) Cám. de Apels. Crim. de Tucumán, 21 de agosto de 1926, J. A., t. 21, pág. 1194. mas superfluas si se rigen por los principios generales de la legítima defensa, injustas si importan una derogación. Seguimos el criterio que prevalece en los Códigos penales de España, Italia, Polonia, Dinamarca, Estonia, Rusia, China, Japón, Perú, Alemania, Rumania, Panamá, Venezuela, Cuba y Brasil. Asimismo en casi todos los proyectos modernos" ( 5 5 ). Por su parte, el autor del proyecto de 1960, en la nota a su artículo 16, que legisla la legítima defensa, expresa que las modificaciones propuestas "tienden a simplificar el concepto", prescindiendo "de los enunciados casuísticos" y borrando "las dudosas presunciones contendidas en el Código penal" ( 5 B ) . Dicha supresión fue objetada en la encuesta realizada sobre este proyecto por la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados, alegándose que deben mantenerse los dos últimos apartados del inciso 69, del artículo 34 del Código penal, pues el auge presente de los atentados violentos contra los domicilios demuestra la necesidad de conservar esas formas de "legítima defensa privilegiada", ya que la primera de ellas está fundamentada en la grave presunción de serio peligro implícito en la nocturnidad y en el escalamiento o fractura, conforme lo ha hecho el Derecho español, teniendo en cuenta que muy pocas pueden ser las dudas con relación a las intenciones que lleva aquel que irrumpe en propiedad ajena de noche y por sitios inhabituales (5?). En cambio, los proyectos argentinos de Código penal de los años 1937, 1951 y 1953, mantienen las presunciones de haber actuado en legítima defensa, que rigen en favor de quien rechaza un ataque ilegítimo contra la inviolabilidad de su domicilio. Los proyectos de 1951 (art. 26) y de 1953 (art. 29) prácticamente reproducen las normas vigentes al respecto, en tanto que el de 1937 (art. 15, inc. 49, apartado a) suprime la frase "cualquiera que sea el daño ocasionado al agresor", que contiene el anteúltimo apartado del inciso 6"?, del artículo 34 del Código vigente, con lo cual la fórmula gana en claridad y no se presta a las interpretaciones equivocadas a que da lugar ese agregado, en cuanto a la proporcionalidad del medio empleado para rechazar el escala(55) José Peco, Proyecto de Código penal. "Exposición de motivos". Presentado a la Cámara de Diputados de la Nación Argentina, La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 1942, págs. 116-117. (56) Proyecto de Código penal, edifición oficial, Buenos Aires, Ministerio de Educación y Justicia de la Nación, Subsecretaría de Justicia, 1960, pág. 35, nota al art. 16. (57) "Síntesis de observaciones formuladas y modificaciones propuestas en la encuesta realizada sobre el proyecto de Código penal del Poder Ejecutivo", Buenos Aires, Imprenta del Congreso de la Nación, 1962, págs. 23 y 25. miento o fractura nocturna de los cercados, paredes o entradas al domicilio. Parte de la doctrina nacional ha considerado también oportuno suprimir la presunción de legítima defensa nocturna del domicilio, alegando que se trata de una supervivencia inútil de normas vetustas ( 5 8 ). Tal objeción no es nueva. Rodolfo Moreno (h.) ya se hacía cargo de ella advirtien- do que si bien se ha entendido por algunos que la disposición aludida era innecesaria, porque al referirse el inciso 6<?, del artículo 34 del Código penal no sólo a la defensa personal sino de todos los bienes, comprendía dentro de estos últimos términos a la propiedad y al domicilio, que son derechos fundamentales; entre nosotros, sobre todo, la duda no concurre, desde que la Constitucón dice en su artículo 17 que "la propiedad es inviolable"; y en el artículo 18 que "el domicilio es inviolable" ( 5 9 ). Por nuestra parte, y a pesar de reconocer que aquella situación especial puede resolverse aplicando los principios generales que rigen la legítima defensa, consideramos oportuno el mantenimiento de la citada presunción, que resulta útil en cuanto facilita la prueba de la agresión ilegítima y de la necesidad de repelerla, en favor de quien ve gravemente amenazada su seguridad personal y la de sus bienes, por un escalamiento o fractura nocturna de los cercados, paredes o entradas de su domicilio. Tan es así, que algunas legislaciones que habían suprimido esta presunción de legítima defensa, la han vuelto a restablecer, como, por ejemplo, el Código penal español (art. 8<?, inc. 49). V. Oíros casos en que la nocturnidad hace -presumir la legítima defensa Aparte de los casos de rechazo de la intrusión al domicilio, especialmente previstos por el legislador, la jurisprudencia también ha considerado que el acometimiento nocturno, con armas y en un lugar solitario, hace presumir, en favor de quien lo rechaza, el haber actuado en legítima defensa. Al respecto, la Cám. Nac. de Apels. en lo Crim. y Corree, ha expresado que constituye un medio racional de repeler la entrada a una habitación, de noche y a oscuras, de un adversario, enconado y resentido, que profiere amenazas de muerte, el uso de un cortaplumas (°°). La Cám. Fed. de Apels. de Comodoro Rivadavia también ha considerado que corre positivo peligro la vida de quien, transitando por un lugar oscuro, es (58) F. Blasco Fernández de Moreda, en op. cit., t. XVIII, pág. 180; y L. Jiménez de Asúa op cit i IV n? 1329. (59) Rodolfo Moreno, (h.), op. cit., t. II. pág. 304. (60) Cám. Nac. de Apels. en lo Crim. ^ - Corree., 2 de septiembre de 1955, J. A., 1956-11, pág. 352. asaltado por dos personas, por lo cual puede defenderse legítimamente ( C 1 ) . Con idéntico criterio, el Superior Tribunal de Misiones ha resuelto que la agresión llevada a cabo en la oscuridad, por varios atacantes, acompañada de amenazas, crean el estado de necesidad que la ley exige para autorizar una reacción armada no punible, pero para determinar la gravedad del peligro, es menester ubicarse en forma más subjetiva que objetiva en el terreno de los hechos, valorando las distintas circunstancias de lugar, hora, número de agresores, amenazas, oscuridad reinante, insistencia del ataque, etc., de acuerdo a las cuales constituye medio racional de defensa un cuchillo —única arma al alcance del atacado— empleado en la oscuridad, ante un ataque amenazante y peligroso de varias personas armadas de piedras y un rebenque ( 6 2 ). Asimismo, la Suprema Corte de Justicia de Buenos Aires ha establecido que actúa en legítima defensa el dueño de casa que, sorprendido en su sueño, a altas horas de la noche, halla en su domicilio a un sujeto robando, y al interpelarlo no tiene otra respuesta que la ostentación en manos del intruso de un objeto brillante, que resultó ser un cuchillo, por lo cual le dispara un6 3 tiro de escopeta que le causa la muerte ( ). Por último, la jurisprudencia ha considerado la nocturnidad en forma más incidental, al resolver otros casos de legítima defensa, tal como lo hizo la Cám. Fed. de Apels. de Resistencia, en un fallo en que sostuvo que actúa en legítima defensa el dueño de casa que, en presencia de su familia y de algunas personas con quienes estaba comiendo, en horas de la noche, y por la repetida presencia de quienes antes lo molestaron, y volvían a hacerlo, se sentía en la necesidad de defender si no precisamente su vida o su integridad personal, al menos los dos derechos esenciales del individuo, tales como su honra, su consideración y un mínimo de6 4respeto por su tranquilidad y seguridad ( ). JURISPRUDENCIA. — La citada en el texto y notas. BIBLIOGRAFÍA. — La indicada en el texto y notas. NÓMADA. * Etimología. La voz nómada proviene del latía nomadis, y ésta del griego nomás, originaria de nomé, pasto, que signi(61) Cám. Fed. de Apels. de Comodoro Rivadavia, 8 de septiembre de 1958, J. A., 1958-IV, pág. 438. (62) S. T. de Misiones, 21 de mayo de 1959, J. A., 1959-VI, pág. 95. (63) S. C. de Bs. Aires, 6 de diciembre de 1938, La Ley, t. 12, pág. 1008. (64) Cám. Fed. de Apels. de Resistencia, 3 de junio de 1958, La Ley, repert. XX, pág. 792, sum. 32. Por el Dr. ANTONIHO C. VIVANCO. fica el que va apacentando de una parte Características biológicas. Debido a un a otra, o sea el pastor. Concepto. Se designa con este vocablo al individuo, familia o pueblo, que viviendo del pastoreo de sus animales, cambia de residencia de acuerdo a las necesidades o condiciones de los pastos naturales. Entre los antiguos escritores griegos se aplicaba este calificativo a las tribus pastoras del proceso de selección, por lo general a la "incitación" que presenta el medio ambiente y a la herencia, el nómada se convierte en norte de África, de aquí el nombre latino de númidas. No debe confundirse con erran- te o vagabundo, por cuanto en los nómadas su movilidad responde a los requerimientos de la economía pastoril de tipo primitivo. Constituye un rasgo general de estos pueblos, el de respetar por algún tiempo el límite natural demarcatorio de los pastos de las llanuras, sabanas, llanos, estepas o tundras; pero que ofreciéndose la posibilidad de conseguir otros más extensos o provechosos, rebasan aquellos límites. También influye en sus correrías los factores climáticos como la sequía o las excesivas lluvias, nieve u otros meteoros. Su vagar de un punto a otro no es caprichoso ni casual, sino que responde al propósito de hallar pasturas naturales apropiadas para sus ganados, o abrevaderos para la bebida de sus animales. La presencia del agua constituye un motivo fundamental para mantener la fijeza en su residencia, y han sido frecuentes las luchas y guerrillas para apoderarse o mantener bajo su dominio determinados oasis o abrevaderos. En busca de éstos recorren a veces distancias que oscilan entre 500 a 1.000 km. Estas trashumancias responden en ciertos casos a la búsqueda de temperaturas más favorables, a mejores pastos o sitios más apropiados para el aprovechamiento de recursos hídricos. El cambio de lugares apropiados para el pastoreo de sus animales, explica que los nómadas apelliden a sus clanes o tribus con el nombre de estrellas, y menos comúnmente de montañas, en cuya proximidad pastorean sus ganados. Existe algo de común entre el nomadismo pastoril y el vagabundismo cazador, por cuanto la necesidad de extensos territorios que demanda este género de vida y esta modalidad de subsistencia, favorece la caza de animales por parte de los hombres, y la recolección de frutos o raíces silvestres por las mujeres. Como intermedio entre el nomadismo y la sedentariedad, pueden señalarse la trashumancia periódica de ciertos pueblos del norte de África y del Ural. Más característica es aún la del llano a la montaña y recíprocamente, en el norte de España, de Armenia, de los Balcanes y de los Alpes. Se da el nombre de lenguas nómadas a las turanias o aglutinantes. un hombre de numerosos recursos, confiado en sí mismo y pletórico de iniciativas. El espíritu democrático y la inclinación a la hospitalidad le son peculiares. La resistencia física y el valor son medios indispensables en la lucha por la vida, como así también el espíritu de dirección y de organzación. Un tipo de selección elimina a los individuos cuyas cualidades indispensables a la conservación son incapaces de alcanzar un nivel mínimo. Un proceso inexorable de eliminación se ha orientado, durante generaciones incontables, para obtener la adap- tación del individuo y de las ideas al medio físico y al modo establecido de ganarse el sustento, de tal modo que aquellas cualidades y hábitos que contribuyen a la supervivencia, con el transcurso del tiempo, tienden a fortalecerse. Todo el proceso tiende a producir individuos de cualidades innatas, adecuadas a la supervivencia, en las condiciones de vida imperantes. Al mismo tiempo, existe la propensión —como dice Huntington— a producir un sistema social en el que la mayoría de las costumbres e ideas fundamentales, resultan también valiosas para la supervivencia de cierta clase de vida. En síntesis, puede afirmarse que el proceso de selección resulta de la conjunción armónica de tres factores fundamentales: 1) el medio físico con sus limitaciones de recursos y su efecto sobre los métodos de ganarse el sustento; 2) la herencia limitada a las restricciones de la capacidad humana; y 3) los hábitos y las ideas, o la cultura en su triple aspecto de bienes materiales, costumbres e ideales. Características culturales. El medio físico tiende a la larga a producir un tipo humano definido, tanto en su aspecto biológico como cultural. El espíritu democrático constituye por lo general un rasgo inequívoco del pastor nómada, expuesto a frecuentes migraciones de un lugar a otro. Los nómadas tienen menos oportunidades de dedicarse a tareas distintas y de vivir en forma diferente que los sedentarios. Por el género de vida que llevan les resulta difícil, y a veces imposible, adquirir cosas o utensilios en cantidad apreciable, la riqueza «está en cier- ta forma reñida con su modalidad de vida. No pueden disponer de gran cantidad de bienes, ni atesorar bienes, por cuanto la movilidad permanente se lo prohibe. Además, por las peculiares características de su trabajo y de su economía, el rico no se diferencia del potare, en los distintos quehaceres que ocupan a cada uno de ellos. Tanto la tienda de campaña como el ali- mentó, las armas o los enseres y arreos, no pueden ofrecer muchas diferencias debido al medio en que actúan y al espíritu comunitario que les impone su forma de actuar. Por otra parte, la pequenez forzosa de los grupos nómadas, rara vez compuestos de más de quince o veinte familias, es otra condición favorable al desenvolvimiento del espíritu democrático de los nómadas. A su vez, el peligro a que se hallan permanentemente expuestos en la vida del desierto o de la estepa, les exige de modo premioso ayudarse entre sí. El aislamiento o la indiferencia egoísta podría llevarlos irremisiblemente a la desaparición. En cuanto a la hospitalidad es en ellos un típico rasgo social; pero es tal la importancia que tiene para la supervivencia, que posiblemente en la selección biológica sea esta cualidad un signo condicionante de sus características raciales. En la vida nómada la hospitalidad es decisiva. Sin ella, el nómada se vería imposibilitado de llevar adelante sus correrías o se expondría a los múltiples peligros que les impone su perpetuo ambular a través de regiones distintas, soportando las contingencias climáticas más diversas, y las amenazas o ataques de otros grupos humanos. Puede afirmarse que en ellos la hospitalidad nace como una forma de garantizar la seguridad ante cualquier evento inesperado. Así, por ejemplo, en aquellos casos que deben salir al desierto a buscar animales extraviados, es comprensible que, si fatigados y sedientos en la búsqueda, hallan un campamento de otra tribu, la acogida que les prestan sus salvadores constituye la mejor garantía para éstos en el presunto caso de hallarse en circunstancias parecidas. Y esto no puede ser raro entre quienes deben afrontar de continuo tales riesgos. Las desventajas del espíritu inhospitalario son tan grandes que no sería difícil que una auténtica selección biológica extirpase de raíz al tipo de temperamento semejante. Este espíritu hospitalario puede servir para demostrar cómo entre los nómadas resulta frecuente la inclinación afectuosa y cordial hacia los desconocidos o los extranjeros. Existen ejemplos interesantes en la Historia que lo confirman. Así puede explicarse cómo Marco Polo pudo llegar a convertirse en oficial de Kublai Khan, o que los grandes paladines nómadas, como Ciro y Akbar, fueran ejemplos de tolerancia religiosa, o que el Chah Jahan empleara a arquitectos y artistas de Italia, Turquía y de otros muchos países, en la construcción del Taj Mahal. Tampoco debe perderse de vista la importancia que tiene en la formación del carácter y en la concepción del mundo, la vida errante, el contacto permanente con otros grupos humanos, la inseguridad en la forma de vida, la asechanza de peligros inesperados y, en muchos casos, el tener que sobrellevar con paciencia y perseverancia males inevitables que asuelan a diversas regiones pobladas por nómadas, y que en ciertos casos han dado origen al nomadismo, Los nómadas en la Historia. Son numerosos los ejemplos que se pueden dar de pueblos nómadas en el devenir de la historia; y es digno de agregar a ello el hecho cierto de que no han sido pocos los que han llegado a desempeñar un papel preponderante en la historia de la cultura. Un hecho histórico notable de este tipo de pueblos, es que surgiendo de la montaña o del desierto, han invadido regiones agrícolas, las han gobernado durante un período de caos, han contribuido a su florecimiento durante los períodos de paz, y en el transcurso de varios siglos desaparecen de la escena para perderse en la oscuridad de los tiempos. Del desierto han surgido: los árabes, en África y España; los hunos en Hungría, los turcos en Asia Menor, los manchúes en China, los hititas en Egipto, los fulhas en Nigeria al sur del Sahara, etcétera. "En el primer período de la desecación, los antepasados preagrícolas de los nómadas abandonaron sus lugares de caza en la estepa y se retiraron a los oasis, donde se dedicaron a la agricultura como fuente principal de sustento, y a partir de entonces sólo esperaron de sus anteriores sitios de caza un suministro subsidiario. Y cuando en el proceso rítmico de la desecación hizo en el periodo siguiente aún más difícil la Vida en los oasis, y a fortiori más difícil en la estepa, los patriarcas de la civilización nomádica regresaron audazmente a la estepa, para arrancarle ahora no menos suministros subsidiarios, sino toda la subsistencia, y esto bajo condiciones climáticas que hubieran hecho que la vida de la estepa les resultase completamente imposible tanto al cazador como al labrador. El nómada con la energía de su flamante arte pastoril, se traba con la árida estepa; pero para practicar con éxito ese arte, bajo condiciones de tan excesivo rigor, tiene que alcanzar una destreza especial, y para ejercitar esa destreza tiene que desarrollar también fuerzas morales e intelectuales especiales. "Si comparamos la civilización del nómada, que ha abandonado la agricultura y se ha sostenido en la estepa, con la civilización de aquellos sus hermanos que conservaron la herencia agrícola, mediante el cambio de habitat, no notaremos que el nomadismo demuestra ser superior a la agricultura en varios sentidos". La domesticación de los animales resulta superior a la domesticación de las plantas, por cuanto se trata de un esfuerzo consciente superior, ya que los animales representan un material menos dócil que las plantas. El pastor, profesionalmente considerado, es, en los tiempos primitivos, superior al agricultor. Tal hecho se comprueba en pasajes de la Biblia, donde se hace referencia a estos distintos tipos de actividad económica. Así, por ejemplo, se lee en el Génesis:. "Adán conoció a Eva, su mujer, y ella concibió y parió a Caín..., y otra vez parió a su hermano Abel. Y fue Abel pastor de ovejas; pero Caín labrador. Y aconteció al cabo de muchos días que Caín ofreciese de los frutos de la tierra, presentes al Señor. Abel ofreció asimismo de los primogénitos de su ganado y de las grosuras de ellos, y miró el Señor a Abel y a sus presentes, mas a Caín y a sus presentes no miró".. (Génesis IV, 1-5.) El arte practicado por Abel es posterior al de Caín, y además un arte de mayor destreza y dificultad. Así también el nomadismo es, desde el punto de vista económico, más importante que la agricultura, y desde el punto de vista técnico se ha dicho que es comparable más que con la agricultura con la industria. El nómada emplea los frutos de sus animales, o sea que aprovecha en forma indirecta la producción; mientras que el agricultor extrae la producción de la tierra y la aprovecha en forma mediata. Del mismo modo que el industrial debe transformar por medio de un instrumento determinado el elemento que le brinda la naturaleza. El nómada debe ingeniarse para que las influencias climáticas no le acarreen daño a sus animales, de modo tal que, en época de sequía debe proceder a emigrar a otras zonas, donde pueda conseguir hierbas suficientes para sus animales. Tiene que maniobrar con sus ganados, transportar a su familia, debe moverse permanentemente para aprovechar los campos de veranada y de invernada, según se trate de la época estival o invernal, y para ello debe imponer disciplina a su gente, debe observar atentamente a la naturaleza, debe domesticar trar la influencia que han ejercido en el desarrollo de las culturas. Los árabes. Árabe significa árido, y los árabes son originarios de una zona desértica. En efecto, Arabia es una vasta península, y a la vez una enorme meseta, que se eleva considerablemente en las orillas del Mar Rojo y desciende lentamente hacia el Golfo Pérsico. En el centro hay oasis y pastizales y agua, proveniente de pozos poco profundos, donde se nuclean los más importantes centros poblados. Las cinco sex- tas partes de la población estaban formadas por beduinos nómadas, pastores que se trasladaban con sus rebaños de una pastura a otra, según la estación y las lluvias de invierno. Con el camello y el caballo, el árabe se mantenía, se defendía, se transportaba y, en fin, convivía permanentemente, pues ambos constituían los elementos determinantes de su vida en el desierto. En el siglo vi, con el nacimiento de Mahoma y su prédica a favor de la eliminación de la idolatría entre las tribus nómadas, comienza el advenimiento de un período brillante para la historia de este pueblo. Después de la muerte de Mahoma y de la elección de Abu-Bequer como califa, o sea sucesor del profeta, se inicia el período de la expansión árabe. Entre 632 hasta 661, el poder de los árabes llegó a límites insospechados. En esta época, o sea la del califato electivo, los árabes emprenden la guerra santa, que implica la conquista de grandes territorios y de los más variados pueblos de Europa, África y Asia. Convertida definitivamente Arabia, la guerra santa se extendió por Caldea, Irak y Siria. En 635 era tomado Damasco, y al año siguiente caía Jerusalén; y poco tiempo después fueron cayendo sucesivamente Mesopotamia, Egipto y Persia. A Abu-Bequer le sucedió Ornar, y a éste, Otman, y finalmente es elegido Alí, el yerno de Mahoma, a quien le siguieron Hasan y Moahaviah. Al califato electivo sucede el califato hereditario de los Omeyas, y con él aparece la dominación árabe en su mayor esplendor y poderío. El califato Omeya se extendía adecuadamente a sus animales y para todo desde la India a las Galias, y subsistió desello debe controlar su carácter y su con- de el 661 hasta el advenimiento del caliducta. fato de Córdoba en 1031. En este período, Tan compleja es la vida del pastor, tan el imperio árabe se dividió en dos califatos: llena de vicisitudes, y tan digna de encomio uno fue el de Damasco, y más tarde Bagdad, por el tesón y la sensibilidad que requiere y el segundo el ya citado de Córdoba. El que, como bien dice Toynbee, la Iglesia cris- califa de Bagdad fue generalmente consitiana adoptó como imagen del más elevado derado como el jefe supremo del Islam, ideal cristiano, al del Buen Pastor. Entre los cuando surgieron varias sectas y varias repueblos nómadas que han desempeñado un giones del imperio asumieron determinada papel importante en la historia universal, autonomía o independencia, forzadas por la se destacan los árabes, los mongoles, los invasión de los turcos. Los conquistadores manchúes, los osmanlíes, acerca de los cua- árabes, como la mayor parte de los pueblos les se hará una breve reseña, a fin de mos- nómadas, a pesar de su incultura, de su limitada evolución en materia política y de su deficiente formación en el orden jurídi- co, fueron capaces de adaptarse con tal prontitud al medio ambiente propio de los pueblos sometidos, que a poco de ejercer la dirección de esos pueblos los árabes supieron rápidamente adaptarse y comenzaron a realizar una obra portentosa en Persia, en la India, en España y en los más remotos lugares del imperiOi, en materia de arquitectura, de agricultura —sobre todo en regadío—, en poesía, en matemática, en filosofía y en literatura. En sus largas correrías, y mediante sus enormes conquistas, consiguieron comunicar a China y la India con Europa, de modo tal que a mediados del siglo xv los grandes inventos chinos, como el papel, la pólvora y aun el vidrio, fueron llevados por ellos a Europa. A la vez intercambiaron muchas clases de frutas y otras especies vegetales mediante un activo comercio que ellos controlaron y favorecieron hasta el advenimiento de la hegemonía turca. Los mongoles. De los numerosos pueblos nómadas, han sido los mongoles los que se han caracterizado por la importancia de sus conquistas, y sobre todo por la enorme extensión superficial de sus dominios. La capacidad militar y la facultad de dirección propias de un pueblo nómada llegaron entre los mongoles a constituir el más brillante exponente en la historia universal de las cualidades de estos pueblos: errantes, valerosos y sobrios, resistentes, agresivos, hospitalarias y generosos, disciplinados y aguerridos, de complexión física hercúlea y avezados jinetes. Desde el desierto del Gobi hasta el Sahara, en una extensión aproximada de 20.000 kilómetros, estos guerreros nómadas atacaron, saquearon, quemaron y destruyeron gran cantidad de ciudades y pueblos, acuchillaron a un número increíble de mujeres y hombres y sembraron el terror y la muerte en territorios increíblemente extensos, que abarcaron las estepas que se extienden desde Mongolia hasta Egipto. Hace aproximadamente mil años, cerca de la frontera de Mongolia, el linaje de algunos jefes nómadas adquirió allí un poder omnímodo durante siete generaciones. Al morir el séptimo jefe, en 1175 d. de C., su hijo Gengis Kan sólo tenía trece años. Los subordinados del padre se propusieron excluir al hijo del derecho de sucesión a la jefatura; pero la madre, viuda, con el apoyo del ejército, logró frustrar la conspiración. El heredero, puesto en posesión de sus derechos, inició una carrera meteórica, desarrollando una acción expansiva militar de tendencia imperialista, cuyo poderío y extensión no han sido superados en la historia. Después de someter a los demás pueblos nómadas del Asia Central, se dirigió con sus huestes en dirección oeste, y poco tiempo después de dejar subyugados a los demás grupos nómadas inició la acción bélica contra los pueblos agricultores. Saqueó e incendió sucesivamente Bujara, Samarcanda y Merv, al este del mar Caspio, actualmente en territorio soviético; Balj y Herat, en Afganistán, y la ciudad persa de Nishapur. Por el oeste se detuvo en Bujara, y por el sur en el río Indo. Tan extraordinario viaje los obligó a organizar una expedición harto compleja, en la que figuraban las recuas cargadas de equipajes y víveres, y cuyo lento andar les obligaba a marchar a razón de 30 kilómetros diarios. A menudo se veían necesitados de detener la marcha por varias semanas para recuperar fuerzas, pues tales marchas, algunas agobiadoras, extenuaban a hombres y bestias. Para llegar al Indo tardaron diez meses, recorriendo una distancia aproximada de 20.000 kilómetros. A la muerte de Genghis Kan, sus hijos continuaron sus campañas y extendieron la dominación mongola más allá de Rusia, de Hungría y de Mesopotamia. En Budapest encontraron el límite natural de las praderas fáciles de recorrer. El viaje "rápido" entre esta ciudad y sus hogares les demandaba un año. En todas partes los mongoles organizaron un gobierno aristocrático y despótico, imponiendo a los vencidos la ley del desierto y aprendiendo, a la vez, las costumbres de los pueblos dominados. El imperio mongol no duró mucho, no obstante lo cual en ciertas regiones, como Persia, perduró cien años; y en China, donde se constituyó el dominio mongol más famoso de la época, Genghis Kan logró mantenerse muchos años, y sus hijos lograren incorporar todo el territorio a la dominación mongola, que en época del gran conquistador sólo alcanzó a las zonas que se extienden al norte del río Amarillo. Durante diez generaciones este linaje de nómadas mantuvo su poder, y la capacidad de gobernante y la obra de gobierno de Kublai Kan, nieto de Genghis, las relató Marco Polo, con asombro de los pueblos más cultos de Europa. El imperio se extinguió en 1335, o sea en un período de sesenta años a partir de la muerte de Kublai Kan y debido a la conjunción de una serie de calamidades que afligieron al imperio durante varios años: prolongadas sequías, inundaciones catastróficas y sobre todo la peste oriental promovieron eli bandidaje, la invasión, la rebelión y otros desastres parecidos. Tuvieron la fuerza suficiente para fundar varios imperios a través de varias generaciones. Así, por ejemplo, Timur Lenk (Ti- mur el Cojo o Tamerlán) estableció el suyo en Samarcanda, y sus límites se extendían hasta la India, Mesopotamia, Turquía y Siberia. Muchos lo han creído turco, pero lo más probable es que íuera descendiente del mismo linaje que Genghis Kan. Baber, su descendiente, conquistó el norte de la India y fundó la dinastía de los Mogul, que subsistió hasta 1761, en que fue vencida por los mahrattas. Su nieto Akbar, después que su padre, el hijo de Baber, fue expulsado de la India, retornó a ella, y llegó a desempeñar un papel preponderante en su gobierno. En realidad, los miembros de la familia de Genghis Kan fueron excelentes jefes militares e inteligentes administradores. Akbar fue un ejemplo de soldado y de administrador. Como gobernante de la India, dispuso un cuidadoso deslinde de la propiedad rural, y sobre tal ordenamiento catastral estableció un sistema impositivo que brindó grandes beneficios. Organizó un sistema militar semifeudal y estableció escuelas, en donde se trataba de igual modo a los indostanos, musulmanes y parsis. Los emperadores mogules fueron grandes mecenas y admiradores de las obras artísticas, y por ello buscaron a poetas, arquitectos, escultores y literatos, a quienes ayudaron y estimularon para la ejecución de obras famosas. En este sentido merecen citarse el Taj Mahal, el mausoleo blanco de la esposa favorita de Shah Jahan, la mezquita Perla de Agrá, de mármol blanco y oro, que son ejemplos de las obras artísticas realizadas en esta época por orden de los emperadores mogules. Los manchúes en China. De la misma zona originaria de los mongoles surgieron los nómadas de la estepa, que invadirían China cuatro veces: durante el siglo x, los tártaros khitanos; en el siglo xii, los tártaros khinos; en el siglo xin, los mongoles, y al principio del siglo xvii, los manchúes. Estas invasiones provenientes del desierto surgieron, por lo general, debido a las sequías prolongadas y a las dificultades en la subsistencia. Los nómadas invadían las zonas ocupadas por poblaciones agrícolas sedentarias, y consiguieron dominarlas por períodos prolongados de tiempo. Así sucedió en China con la dinastía Manchú, que logró dominar el país durante tres siglos (1644-1912). El imperio manchú facilitó el apogeo territorial de China, que si bien no llegó a la expansión de la época mongola, consiguió extender los límites de China hasta regiones que no volvió a dominar. A fines del siglo xvn, la dinastía Manchú había logrado convertir a China en uno de los países más extensos, más poblados y más prósperos de la tierra. Tanto en su organización política como administrativa, se S i g u i e n t había logrado un adelanto considerable, y el progreso cultural y económico de China la hizo progresar de modo formidable. Entre los miembros de la dinastía manchú figuran dos de los emperadores más famosos de China: K'ang-shi (1661-1722) y su nieto Ch'ien Lung (1736-1797). Este último fue de tan notoria capacidad e ilustración, que se lo parangonó en su época con la emperatriz Catalina II de Rusia y Federico II de Prusia. Pero estos emperadores no fueron los únicos de la dinastía manchú que brillaron por sus excepcionales condiciones, ya que se conocen numerosos casos en tal sentido. Así, por ejemplo, el de la emperatriz viuda Tz'u Hsi, que gobernó a China, ininterrumpidamente y con éxito, durante el tiempo transcurrido entre 1861 a 1908. De esta emperatriz dice Lautourette que se la llamaba Viejo Buda en las postrimerías de su reinado, y la considera como una de esas notables mujeres que de vez en cuando se abren camino hasta apoderarse de las riendas del imperio. Es esta emperatriz un caso análogo al de Zenobia, la reina árabe, y al de la madre de Genghis Kan, y todas constituyen el tipo dominante y esforzado de la mujer nómada. Los emperadores manchúes fueron fervientes protectores de las artes y las letras. Merece en tal sentido mencionarse las otaras arquitectónicas que se hicieron durante su reinado: el palacio de Peiping, llamado también la ciudad vedada; el altar circular, de color azul celeste y blanco, del Templo Celeste; el Templo de la Agricultura, y el nuevo Palacio de Verano, construido por orden de la emperatriz viuda en las colinas cercanas a Peiping. Los turcos osmanlíes. Los turcos osmanlíes constituyen un tipo especial de invasores nómadas. En un principio sólo formaban una reducida comunidad de dos a cuatro mil nómadas, que de pronto fueron expulsados del centro de Asia por las invasiones mongólicas y por otras causas no tan violentas, pero igualmente graves, como las persistentes sequías. En 1227 se establecieron en Ankara, la actual capital de la república turca. Aún perduran en Turquía los descendientes de aquellos nómadas, no obstante las mezclas sufridas con otros muchos linajes raciales. A fines del siglo pasado se dijo con razón que el turco era en verdad el más típico exponente del hombre nómada. En las diversas actividades humanas, tales como la agricultura, las artes, los oficios, los negocios, los turcos siempre han sido poco progresistas y han quedado a la zaga de los griegos, armenios y judíos, a quienes dominaron por muchos años. Los países que soportaron la invasión turca pagaron siempre las consecuencias derivadas del atraso de los conquistadores.* e P á g i n a