Genero e historia

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Género e historia
Necesidad y estrategia para la construcción de la historia de
las mujeres
Nancy Piedra Guillén
Docente e investigadora, Escuela de Sociología
Universidad de Costa Rica
npiedraguillenahoo.com
Palabras claves: género e historia, identidad de género, relaciones de poder y teoría de género.
Resumen
El siguiente artículo se inscribe en el debate de los estudios feministas que se proponen hacer
una historia inclusiva en donde las mujeres y las minorías por su condición y posición no queden al
margen de los hechos sociales que transcurren en el tiempo y el espacio, que la mirada
androcéntrica no gane la batalla y que, esos hechos algo “escondidos” o no visibles a simple vista
puedan ser descubiertos, observados, analizados y revelados. Que la genealogía de los procesos
históricos, tal cual lo señalaba Foucault nos permita ir más allá, para descubrir lo que la historia
oficial no ha descubierto, o bien, no ha contado o ha dejado de lado por su poca o mucha
trascendencia.
Abstract
The following article is based on the debate of feminist studies which purpose is to make an
inclusive history where women and minorities by their condition and place are not at the margin of
social facts that pass by in time and space, so that the androcentric view does not win the battle,
and that those acts somewhat hidden, or not visible at plain view could be discovered, observed,
analysed and revealed. That the genealogy of historic processes, as outlined by Foucault, would
allow us to go beyond what official history has not shown or, has not told, or let by the wayside,
due to its degree of significance.
Introducción
¿Cómo analizar lo intangible, observar lo no visto, estudiar lo no estudiado? Esta es en parte
la labor que debe enfrentar toda persona que trabaja desde la perspectiva de la historia de las
mujeres y las relaciones de género. Este enfoque historiográfico no corresponde meramente a una
historia de las aportaciones femeninas a la historia y la sociedad, ya que este tipo de propuesta
histórica remite a una historia de “rescate” –de mujeres sobresalientes, o bien de procesos y hechos
políticos significativos-. Para generar estudios que consideren a las mujeres como sujetos histórico
sociales debemos analizar en qué consisten las relaciones entre los sexos, los géneros, cuáles son los
papeles que hombres y mujeres tienen en una sociedad determinada, cómo se define la feminidad
desde el estatus –posición- de las mujeres. Un enfoque que considere estas inquietudes “modifica la
visión de lo que se entiende tradicionalmente como historia (el ejercicio del poder) y modifica
también las premisas de las categorías de análisis histórico, al privilegiar como objeto de análisis la
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relación entre los géneros. Las relaciones entre los sexos y género se convierte entonces en una
categoría social, en una construcción social dada en un tiempo y espacio determinados y no en una
relación condicionada y predeterminada por la biología” (Ramos: 1992; 13).
La historia de las mujeres se presenta en alguna medida como justificación de su propia
legitimación en tanto rama de la historia, y evoluciona hasta alcanzar los planteamientos avanzados
por la historiografía consolidada y reconocida en la actualidad. “La historia de la mujer es una
corriente que desarrolla sus líneas de investigación con la elaboración de nuevos marcos
conceptuales, con una metodología renovada, la búsqueda de nuevas fuentes y documentación y el
replanteamiento de las tesis históricas tradicionales a partir de este nuevo bagaje y metodología”
(Nash; 1984:11).
Con la historia de las mujeres se pretende observar y analizar las aportaciones que los
géneros han hecho al proceso histórico, concebido como el conjunto de experiencias acumuladas de
los varones y de las mujeres; lo real es que hasta hace pocos años solo se observaban con especial
interés las acciones realizadas por los hombres, en tanto se entendía que la historia respondía a los
vencedores y no a los vencidos, sin prestarle atención a las acciones concretas que desarrollaban las
mujeres y que no necesariamente respondían a las ejecutadas por los hombres. Así, en este artículo
se procura desarrollar conceptualmente este enfoque, el cual ha generado debates en otros países
como en Europa y Estados Unidos y, que poco se ha discutido en nuestros países de la periferia
como Costa Rica.
1. Las mujeres y la historia en Costa Rica
La bibliografía relacionada con el tema y la problemática de las mujeres en Costa Rica es
abundante; sin embargo, los estudios corresponden a otras áreas de estudio, y pocos hacen
referencia a aspectos históricos de la participación de las mujeres. Dentro de las investigaciones,
ensayos y artículos accesibles en nuestro medio, encontramos estudios realizados desde distintas
áreas de las ciencias sociales como psicología, trabajo social, antropología y sociología. Otros
análisis han abordado aspectos históricos de las mujeres desde el campo judicial, normativo o legal.
Los estudios sobre la prostitución remiten por lo general a este campo, el estudio de la legislatura
considera el análisis de las leyes, los derechos de las mujeres y el ejercicio de las mismas.
En cuanto a la producción historiográfica debemos señalar que en los últimos diez años se ha
generado un especial interés por la historia de las mujeres, son varios los trabajos que dan cuenta de
procesos socioeconómicos, político y culturales. En el tema de la participación de las mujeres en
espacios político organizativos destacan los trabajos de Macarena Barahona (1986; 1994), Patricia
Alvarenga (2005) y Eugenia Rodríguez (2002), Isabel García (1989). Los temas sobre la vida
3
cotidiana, los cambios en las percepciones sobre el matrimonio y las relaciones conyugales, así
como el divorcio eclesiástico y civil han sido analizados y estudiados a profundidad por Eugenia
Rodríguez (2005, 2003, 2002, 2001a, 2001b 2000, 1997, 1995), y, desde un enfoque psicogenético,
Alfonso González presenta la vida cotidiana en la Costa Rica del siglo XIX, donde analiza la
participación de las mujeres (1997).
Para llevar a cabo un análisis historiográfico que considere los aportes tanto de hombres y
mujeres en la historia, es necesario considerar el enfoque de género. Este enfoque considera tres
aspectos de importancia para romper con la historiografía tradicional: el primero remite al estudio
de la reconstrucción de la identidad de género de las mujeres y en consecuencia, la de los varones
también; el segundo se refiere al análisis de los distintos períodos de estudio considerando la
vivencia de las mujeres, lo que permite hacer una relectura de dicho momento histórico, que por lo
general, ha sido estudiado desde la lógica masculina; y el tercero gira en torno a la vida cotidiana.
Así, el enfoque género e historia, centra su atención en el quehacer de las mujeres, con el fin de
reconstruir el curso de vida de las mujeres tipificando los momentos más significativos de sus vidas,
los puntos de ruptura y también los de cambio.
De esta forma, hay tres elementos centrales que deben guiarnos para realizar el análisis de las
vidas de las mujeres, su presencia y protagonismo en la historia: por un lado los aspectos que tienen
que ver con la construcción de su subjetividad como mujeres, el tiempo y el espacio en el que se
desarrollan sus vidas y sus vivencias cotidianas, es decir, el espacio privado y público, las
relaciones familiares y sociales y las vivencias, íntimas y profesionales. Los tres aspectos permiten
contextualizar sus vivencias a nivel individual, considerando el referente social, y cómo ambas
esferas –individual y social- se impactan, interactúan, generándose procesos de cambios subjetivos
y sociales.
2. Género, construcción identitaria y procesos de cambio
Realizar un estudio con enfoque de género es analizar las prácticas sociales y culturales de
hombres y mujeres en un periodo sociohistórico determinado. Consideramos que el desarrollo de
nuevas prácticas, tanto en varones como en mujeres, están relacionadas con los procesos de
construcción identitarios.
Existen múltiples propuesta acerca de la teoría feminista. Sin embargo, hay consenso en que
las mujeres no hemos sido sujetas de conocimiento. Una de las metas de la teoría feminista es
resaltar la parte del mundo dual que ha sido excluida, como es “el mundo de las emociones, de la
poesía, de la música, de la subjetividad y demostrar cómo cada uno influye y determina al otro”
(Harding; 1986: 20. Citada en: Sharrat; 1993: 15). Rescatar estas áreas permite explicar y entender
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el mundo de lo social, reconociendo que el conocimiento no sólo se construye a través de la ciencia.
El análisis de género y la teoría feminista en general es vivencial, porque desea estudiar a las
mujeres a través de sus vidas, presentes o pasadas, documentadas o no, rescatando su presencia y
experiencias en los ámbitos sociales y privados. La teoría feminista replantea las explicaciones,
reconceptualiza
conceptos
históricos,
económicos,
religiosos,
biológicos,
artísticos
y
antropológicos. La toma de conciencia es el primer paso esencial en la construcción de la teoría
(Keohane y otras; 1982).
La toma de conciencia por lo general no es sólo reactiva sino también explicativa, analiza y
actúa sobre las estructuras sociales, trata de incidir en la vida cotidiana, política, social y cultural de
la sociedad. La acción abarca así tanto el plano de lo político individual como lo social, hay una
parte de la teoría que es profundamente vivencial, íntima y reflexiva.
La teoría de género, aunque no solo estudia a las mujeres, enfatiza sus experiencias,
afectando desde las interrogantes planteadas hasta la forma en que se reporta los resultados: se
cuestiona aquello que se pregunta, y se pregunta por lo nunca preguntado, la forma en que se hace y
los valores implícitos en las preguntas. Se reconoce la multiplicidad de experiencias de las mujeres
y se les considera como susceptibles de ser estudiadas, se incorporan variables como la clase, la
etnia, además del género, para identificar y profundizar en las diferencias según el origen y el
contexto social de las personas (Harding; 1986).
Por otra parte, consideramos que al existir varios enfoques teóricos feministas, es necesario
distinguir algunos términos que presentan diferencias conceptuales para evitar confusiones en
nuestras interpretaciones. Así, es necesario diferenciar entre “el sexo construido en términos
biológicos, la sexualidad entendida como algo que abarca prácticas sexuales y comportamientos
eróticos,
la
identidad
sexual
referida
a
designaciones
como
heterosexuales,
homosexuales/gay/lesbiana/queer 1 , bisexual o asexual; la identidad de género como un sentido
psicológico de uno mismo como hombre o como mujer; el papel de género como un conjunto de
expectativas prescriptivas y específicas de la cultura sobre qué es lo apropiado socialmente en
hombres y en mujeres; y la identidad del papel de género, como un concepto ideado para captar en
qué medida una persona aprueba y comparte sentimientos y conductas que se considera que son
apropiados a su género constituido culturalmente” (Hawkesworth; 1999: 12).
El concepto queer significa en inglés “raro” y fue utilizado durante mucho tiempo como
eufemismo para referirse a los homosexuales. Es una teoría sobre el género que afirma que la
orientación sexual y la identidad sexual o de género de las personas son el resultado de una
construcción social y que, por lo tanto, no existen papeles sexuales esencial o biológicamente
inscritos en la naturaleza humana, sino formas socialmente variables de desempeñar uno o varios
papeles sexuales. Se opone a la idea de la construcción de las identidades de género desde la
relación binaria entre el hombre y la mujer.
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Los distintos conceptos permiten, por un lado, cuestionar la actitud natural o los énfasis
biologicistas en aspectos relativos al género; así como diferenciar aspectos específicos del género
para no confundir dimensiones de análisis. En nuestro trabajo nos interesa diferenciar
principalmente entre el concepto de construcción de identidad sexual y el de la identidad de género.
La identidad sexual se suele referir a aspectos relativos a la corporeidad, así como a aspectos
cromosomáticos, hormonales, producción de esperma y producción de óvulos, mas sin embargo, se
considera que aún no es posible trazar una línea divisoria clara entre macho y hembra, a pesar de
que el sentido común y/o el imaginario social lo designe así. De tal forma que, “diferencias
sexuales” de actitud y de conducta atribuidas a hombres y mujeres están enmarañadas en el
simbolismo de género (Hawkesworth; 1999). Por otro lado, se identifica la identidad de género con
aspectos psicológicos y sociales relativos a las prácticas y visión de mundo que desarrollan hombres
y mujeres en nuestra sociedad, es decir, más allá de la constitución fisiológica existen prácticas
sociales y culturales que cambian en el tiempo y que responde a la pregunta básica de qué es ser
hombre y qué es ser mujer en nuestra sociedad.
Por su parte, el análisis de la construcción identitaria, ha abierto un amplio debate teórico en
torno a cómo se construye la identidad de género -masculina y femenina-. Se parte, como punto de
confluencia, de que las identidades, tanto personales como colectivas, son construcciones sociales y
que no están determinadas biológicamente.
La identidad de cada “nosotros” depende de una estructura de poder; las colectividades se
constituyen a sí mismas no sólo excluyendo, sino también oprimiendo a otros por encima y contra
quienes se definen. “En este sentido, la identidad de cada “nosotros contiene el resultado de luchas
colectivas por el poder entre grupos, culturas, géneros y clases sociales.” (Benhabib; 1996: 31).
Hay dos posturas teóricas explicativas sobre la identidad que han tenido gran influencia en la
teoría feminista contemporánea, la universal vs. la diferencia 2 . Postulados que están basados en las
corrientes teóricas del feminismo cultural versus el post-estructuralismo. El feminismo cultural
asume que es posible partir de una definición previa del “concepto mujer”. Las mujeres pueden ser
definidas a partir de sus actividades y atributos en la cultura actual, la cual se ha mantenido a través
“Desde sus comienzos en el siglo XVIII y más particularmente en el período de su articulación a
mediados del siglo XIX y principios del XX, el feminismo y los movimientos de mujeres siempre
se han debatido con los dilemas de la igualdad y la diferencia: igualdad con los varones versus
diferenciarse respecto a ellos; preservar una esfera separada de mujeres versus convertirse en
miembros plenos de la sociedad existente, abandonando los espacios tradicionales de las mujeres”
(Benhabid: 1996; 25). A su vez el feminismo de la diferencia plantea en oposición al feminismo de
la igualdad que las mujeres tenemos múltiples identidades, las cuales no se pueden reducir solo al
género –esta es vista como una categoría más- (Vargas: 1998), mientras que el feminismo de la
igualdad parte del principio central de que todas las mujeres somos iguales, en tanto mujeres todas
pertenecemos a un mismo estatus de inferioridad con respeto a los hombres.
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del tiempo. Por ejemplo; el patriarcado que es una relación de dominación de los hombres sobre las
mujeres que se mantiene en la historia, a pesar de las transformaciones que se han dado en el
tiempo. Así, el patriarcado se crea y se instituye con el derecho romano, pero cambia en el tiempo,
en algunas sociedades se agudiza la relación de dominación y en otras el poder masculino se
relativiza. Por su parte, la posición del feminismo posestructuralista parte de que no hay un
concepto de “mujer”, definido o definible. Las teóricas posmodernas consideran que no se debe
apelar a aspiraciones universalistas sobre la situación social de las mujeres (Piedra; 2003). Es
necesario mirar, estudiar e identificar las diferencias porque “la afirmación del universal “mujer”
puede ser el vehículo de dominación de una parte de las mujeres, que ocupan situaciones de
privilegio relativo, sobre el resto, o un modo de conseguir alianzas en la defensa de intereses
particulares apelando a unos supuestos intereses universales” (Izquierdo; 1998: 37).
Hay quienes han desarrollado explicaciones alternativas de dichas posturas teóricas con el fin
de dar respuestas a las limitaciones de las explicaciones pos-estructuralistas y culturalistas. Tal es el
caso de Linda Alcoff que propone el concepto de posicionalidad: ella plantea que la identidad de
una mujer es producto de su propia interpretación y reconstrucción de su historia, a través del
contexto discursivo cultural al que tiene acceso. “El concepto de mujer según la ‘posicionalidad’,
muestra cómo las mujeres usan su perspectiva posicional como un sitio desde el cual se interpretan
y construyen los valores, más que el lugar de un conjunto ya determinado de valores, visión de
mundo y estructuras que constriñe a la persona” (Alcoff; 1989: 14).
En América Latina este debate no ha estado ajeno a los intereses de las investigadoras
feministas, razón por la cual en los estudios acerca de la construcción de identidad/es, podemos
encontrar dichas diferencias teóricas. Dentro de la corriente de la posicionalidad podemos ubicar a
estudiosas como María Luisa Tarrés, Florinda Riquer Fernández, Tine Davids, Teresa de Lauretis.
Por ejemplo, Lauretis (1987) plantea que la subjetividad no está sobre determinada por la biología,
ni por la intencionalidad libre y racional, sino por la experiencia entendida de cada sujeto:
experiencia entendida como un complejo de hábitos resultantes de la interacción con el mundo
externo (Riker; 1992).
En otra corriente de análisis se encuentran los trabajos de Marcela Lagarde, quien desde una
concepción culturalista (con énfasis en aspectos antropológicos e históricos estructurantes) plantea
el problema de las mujeres en tanto sujetas sociales que han vivido en un cautiverio histórico 3
producto de la relación de jerarquía superior que tiene el género masculino en relación al femenino.
Para Marcela Lagarde el cautiverio obedece a la condición jerárquicamente inferior de las mujeres
con respecto a los hombres. “Ser hombre implica vivir desde una condición de género privilegiada,
jerárquicamente superior y valorada positivamente. Y ser mujer implica vivir a contracorriente,
3
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Marcela Lagarde plantea que tenemos una organización muy esquemática de la identidad, por
ello es que podemos ser muy pocas cosas a la vez, además de que estamos determinados
históricamente para ser de ciertas maneras y no de otras. De esta manera, en un sistema de
especializaciones para vivir, unas somos especializadas mujeres y otros son especializados hombres.
Las identidades femeninas y masculinas no son fenómenos naturales, sino hechos construidos social
e históricamente, existe por tanto una visión de lo que es ser hombre y una visión de lo que es ser
mujer, la cual se interioriza y recrear una alternativa a la misma tendríamos que de-construir lo
aprendido y reconstruir dicha visión, para lo cual se requiere una toma de conciencia acerca de las
condiciones de desigualdad de las mujeres (para el caso de las mujeres) y de rupturas con el medio
social.
Podemos concluir que el cambio en las relaciones de género no es algo que se construye solo
a partir del discurso, sino que se construye a partir de la práctica, de vivencias cotidianas; resulta de
procesos complejos que se dan en las personas y que pueden surgir o se reestructuran desde
percepciones y conductas que se constituyeron en nuestra infancia, siendo la experiencia social un
factor que afecta la experiencia individual.
Al respecto, Scott señala que “el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales
basadas en las diferencias que distinguen los sexos y el género es una forma primaria de relaciones
significantes de poder” (Scot; 1999: 44). Es decir, el género es el campo primario dentro del cual se
articula el poder, aunque no es el único.
En este mismo sentido señala Bourdieu que “la “di-visión del mundo” basada en referencias a
las diferencias biológicas y sobre todo a las que se refieren a la división del trabajo de procreación y
reproducción actúa como “la mejor fundada de las ilusiones colectivas”, en la medida en que los
conceptos de género estructuran la percepción y la organización, concreta y simbólica, de toda la
vida social” (Bourdieu; 2000: 48). Existe así, una distribución del poder que alude a los recursos
materiales y simbólicos que a su vez integra las relaciones de género en sus percepciones y en el
acceso que se tenga los mismos recursos.
Desde esta perspectiva la práctica y la experiencia que se deriva de la vida cotidiana de
mujeres y varones ubicados dentro de contextos socio históricos específicos es central, ya que nos
desde la condición inferiorizada a partir de la cual los hechos de las mujeres son desvalorizados o
invisibilizados, y las colocan de antemano en una condición jerárquica menor, subordinada, y
sometida a dominación. En síntesis la condición política de las mujeres en el mundo patriarcal es el
cautiverio y la de los hombres es de dominio” (Lagarde: 1997; 68).
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permitiría acercarnos a aquellas acciones recurrentes que se remiten a su vez a los hábitos
resultantes de la interacción entre el mundo interno y externo de los sujetos/as 4 .
No debemos dejar de lado que el orden social y las desigualdades de género que se derivan de
éste no se agotan en las relaciones, en las formas de convivencia y en las experiencias que lo
fundan. Un orden social también se sustenta en las instituciones que a pesar de que se originan en la
actividad humana rutinizada (según Giddens) o en la acción habitualizada (según Bourdieu y
Wacquant), adquieren fuerza propia (Salles; 1999, 2000), en el tanto suelen determinar los espacios,
las interacciones y las relaciones que en ellas se pueden desarrollar; obedeciendo así al “orden” o
exigencias que demanda cada sociedad, mas ello no implica que las acciones de los sujetos puedan
modificar abruptamente las mismas, modificando paulatinamente las estructuras.
Se deriva de esta perspectiva de género, que aunque toda relación entre los géneros así como
otras relaciones sociales, están mediadas por relaciones de poder, no implica que las mismas no
puedan ser modificadas (de hecho las relaciones de poder -género y sociales- han ido cambiando en
el transcurso de la historia y ello se debe a los procesos de transformación que se produce en cada
sociedad, mediadas en parte, por las acciones y el ejercicio de nuevas prácticas que las personas
realizan en cada contexto social particular).
Existe desde algunas teóricas feministas una visión algo ahistórica de la definición relativa a
la conceptualización hombre/mujer y de las relaciones de poder entre los géneros, se tiende a
generalizar experiencias de mujeres particulares a todas las demás. Esas perspectivas impiden
analizar las particularidades, como los procesos de cambio o ruptura. Al respecto, Scott nos sugiere
la importancia de rechazar los orígenes sencillos para dar pie al análisis de procesos
interrelacionados que no puedan deshacer sus nudos.
Además, Scott (1990) metodológicamente planea considerar en el análisis cuatro dimensiones
que deben ser consideradas para abordar los estudios de género en tanto relaciones sociales y de
poder. Estas dimensiones están interrelacionadas entre sí y son las siguientes:
¾ La dimensión simbólica; esta evoca representaciones múltiples o sea mitos socialmente
construidos.
¾ La dimensión normativa; representa las interpretaciones de los significados de los símbolos. Se
expresan en doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y políticas que a su vez
afirman el significado de varón y mujer, masculinas y femeninas.
Desde la perspectiva de Bourdieu el “habitus” representa aquellas prácticas particulares que
responden a condiciones de existencia. Son disposiciones “verdaderas” para un determinado contexto
que a su vez son transferibles; en sí principios generadores y ordenadores de prácticas (Bourdieu; 2000:
90).
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¾ La dimensión sistémica; hace referencia a las instituciones y organizaciones sociales como es
el sistema de parentesco, el educativo, económico y político.
¾ La cuarta dimensión hace referencia a la identidad subjetiva, la pregunta central en este caso es
cómo se construyen las identidades genéricas y cómo se relaciona dicho aspecto con las
actividades, organizaciones sociales y representaciones culturales históricamente específicas.
La propuesta metodológica de Scott nos introduce al problema de cómo se relacionan, en
última instancia, estas dimensiones en la vida de las personas. Para Scott parte del trabajo de
investigación que tienen los y las historiadoras/es es explicar cómo estas dimensiones se
interrelacionan. Al respecto podemos decir que las dimensiones en sí mismas se ubican en distintos
niveles de análisis. Unos corresponden a aspectos estructurales (normas, símbolos y sistemas) y
otros al nivel de las acciones de los y las individuas/os (como es la construcción de la identidad de
género); a su vez los niveles y las dimensiones están interrelacionados. Trataremos de retomar dicho
enfoque metodológico en la investigación a desarrollar.
2. Género e historia
La historia de las mujeres, como área específica de la historia es reciente y por lo tanto se
encuentra en proceso de legitimación y consolidación, actualmente en América Latina se debate
sobre su especificidad, en cuanto se cuestiona su validez o no; sin embargo, proponemos no
incorporarnos al debate, pero si plantearnos una serie de aspectos que la nueva historia de las
mujeres propone, en tanto consideramos enriquece la perspectiva de la investigación.
La nueva historia de las mujeres propone a nivel general la necesidad de determinar cuál ha
sido la presencia en el acontecer histórico o el protagonismo histórico del género femenino, ya que,
“a pesar de que el sexo femenino ha representado la mitad o más de la población humana, las
diversas corrientes historiográficas, tanto tradicionales como renovadoras, han excluido a las
mujeres de sus estudios” (Nash: 1984; 9). Partiremos de que las mujeres necesitamos reconstruir
nuestra historia porque, “el desconocimiento del pasado de un grupo social implica ignorar su
acción histórica, bloquear el camino para la adquisición de conciencia de grupo y para la actuación
en el presente en función de un futuro deseado. Dejar a un grupo sin memoria de sí mismo
“conlleva una debilitación de su identidad y su anclaje en la objetivación permanente” (Vigil: s.f.;
23).
Consideramos que para acceder a la recuperación histórica del género femenino, la historia de
las mujeres no puede concebirse igual a la de los varones, por “eso la nueva historiografía trata de
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comprender el significado de los sexos, de grupos de género (gender groups) en el pasado histórico”
(Zemon; 1976: 91).
Consideramos que el planteamiento de la nueva historia de las mujeres es clave en tanto nos
permite vincular dos aspectos muy importantes en el desarrollo de la historiografía; por un lado
contamos con los aportes más historiográficos de la historia social, área que se ha interesado por
analizar a los actores sociales en toda su dimensión, en donde se visibilizan los sectores más
marginados, que como tales, por no protagonizar procesos históricos de forma evidente, no se
rescataba su experiencia social e individual que definitivamente enriquecen los procesos históricos,
aceptando con ello la dinamicidad de la historia, de los perpetuos procesos, de la complejidad en
que nos desarrollamos. Sin embargo, a pesar de todo ese contenido humanizador de la historia, de la
historia de los hombres sencillos, de la gente de todos los días; la historia social, no ha integrado en
sus propuestas teórico-metodológicas, la experiencia particular de las mujeres. Este error, a nuestro
modo de ver, no solo lo ha cometido la historia social, todo lo contrario, los ejemplos sobran;
tenemos por ejemplo el caso de la teoría liberal, así como la teoría marxista tradicional. La historia
liberal a partir de su premisa básica de que la historia la hacen los grandes hombres, aquellos que
han trascendido el imperfecto mundo, lógicamente, a la hora de realizar los estudios de las mujeres,
parte de que las mujeres que han de estudiar son aquellas que han logrado salirse de la “media”, de
la muchedumbre, y que por sus actos merecen ser rescatadas por la historia. Paradójicamente,
aquellas mujeres que para ellos se convierten en sujetos representativos, son las que han logrado
desarrollarse en campos que la sociedad ha dispuesto para los hombres.
En relación al marxismo tradicional diremos que nos explica la subordinación de las mujeres
como determinada por las relaciones económicas, o mejor dicho, las relaciones de producción. Se
parte, en este caso, de que las mujeres lograrán emanciparse cuando logren su independencia
económica, la cual se logra, acto seguido de que se construya primero la sociedad socialista que
permitirá la igualdad no solo de las clases, sino también de la igualdad de los sexos.
Estos planteamientos, de ambas corrientes, se reflejan en el tipo de estudios que las mismas
han desarrollado. En el primer caso sobresalen los trabajos de carácter biográfico; mientras que en
el segundo caso, la corriente marxista ha realizado muchos estudios valiosos que nos hablan de la
subordinación de las mujeres, el trabajo invisible de esta, la doble jornada de trabajo, estudios que
en su mayoría han posibilitado el desarrollo de amplios debates, que indudablemente han
contribuido a la profundización de la temática de las mujeres en general.
Debemos reconocer, que la invisibilidad de las mujeres en los estudios históricos,
sociológicos y en general en las ciencias sociales, no corresponde a la conspiración malvada de los
varones, sino a la concepción androcéntrica de las ciencias en general. La elección del campo de
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estudio, su delimitación y los temas en general, obedecen a presupuestos ideológicos que
determinan o influyen enormemente en los temas:
“El prejuicio masculino que ha condicionado tanto la historiografía tradicional como la
renovada lleva implícito la marginación de la mujer en sus estudios. Tradicionalmente la historia
que ha predominado se ha fijado más en la esfera pública, y los procesos de transformación social
se han analizado desde el punto de vista político y económico con distintos análisis que abarcan
tanto los cambios coyunturales como los ritmos de larga duración. El cambio social se suele situar
en la esfera pública, mientras que se ignoran los procesos, las instituciones y los organismos
relacionados más directamente con el individuo, es decir con la familia, el matrimonio y las
relaciones interpersonales” (Nash; 1984: 18).
La inquietud inmediata, ante la anterior afirmación, es que, a pesar de que la teoría en sí no
tiene “género”, tiene un contenido androcéntrico, fundado en los procesos de socialización,
construcción de la subjetividad, del imaginario social y de las instituciones que en parte norman
nuestras acciones.
Por tal razón, la nueva historia de las mujeres o la historia con un enfoque de género se
propone realizar un análisis histórico a partir de la historia total, entendida esta como el análisis
sociológico del devenir histórico, en donde se analice tanto las estructuras económicas, sociales y
políticas como los aspectos relativos a la historia privada, de las familias, las personas, la
sexualidad, el trabajo doméstico, la socialización de hijos e hijas, entre otros aspectos para
establecer una visión integral del conjunto de la experiencia histórica y social de las mujeres, que
incluya la historia de los géneros para entender desde la particularidad de la vida de las mujeres la
sociedad y sus procesos de transformación.
De ahí, que la nueva historia de las mujeres parte de una visión o enfoque de género,
perspectiva que intenta analizar las condiciones que posibilitan la subordinación de las mujeres, y
que para analizarlo es necesario la intromisión en la vida privada y cotidiana de las personas.
3. Vida cotidiana
Consideramos que partir de una reconstrucción de la historia desde lo cotidiano es un enfoque
primordial del cual debe de partir la actual investigación, es una categoría de análisis que se basa en
el acontecer de la vida privada y doméstica de las personas. Si bien es cierto que las mujeres
profesionales al incorporarse a la educación superior y luego al mercado de trabajo salen en alguna
medida de su invisibilidad, no podemos tratar su proceso solo desde el ámbito público ya que su
vivencia personal en el ámbito privado es indispensable rescatarla y objetivizarla, para entender la
complejidad de su proceso. Sabemos, que la vida cotidiana de los sujetos se ha venido rescatando,
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como un aspecto central para comprender los procesos que han vivido y protagonizado las mujeres.
Se ha venido reconociendo que es necesario adentrarnos a los procesos internos de las personas para
entender los cambios que se suscitan en la estructura y superestructura de las sociedades. Además
de ser un campo fascinante, en lo personal, cuando hablamos de las mujeres, debemos entrar un
poco en el terreno de nuestra propia historia y hasta de nuestro presente.
La preocupación por la vida cotidiana surge también del viraje que ha dado la historiografía
para encontrar la “otra historia”, la historia encubierta de los sujetos, del individuo, que no se hace
en los grandes foros, o en procesos organizativos formales del ámbito público. Henri Lefebvre, es
uno de los precursores, que hace sus incursiones en este campo desde 1946, y en 1980 hace hincapié
en la necesidad de vincular la cotidianidad con la sociedad, en su libro La vida cotidiana en el
mundo moderno.
Algunos aspectos que nos interesa incorporar al análisis de las mujeres profesionales desde lo
cotidiano, es la visión de mundo que ellas tenían de sí mismas y de la sociedad. Sin embargo, para
adentrarse a este mundo cotidiano de las mujeres profesionales debemos partir de que “la vida
cotidiana como tal, es sumamente heterogénea, y esta es la razón por la cual su centro solo puede
ser el particular, en el cual aquellas esferas, formas de actividad, etc.… decididamente heterogéneas
se articulan en una Unidad” (Heller: 1987; 93). De lo cual se desprende que la vida cotidiana a pesar
de la particularidad que estudia, no es un valor autónomo, porque son las formas de actividad que se
acumulan y se articulan, porque a su vez la cotidianidad tiene sentido sólo en el contexto de otro
medio, en la historia y en los procesos históricos.
La heterogeneidad de los aspectos que componen a la vida cotidiana está determinada por las
capacidades físicas del individuo, por sentimientos y emociones que nos involucran como un todo.
Capacidades y sentimientos que se hacen presentes en la vida cotidiana que a su vez, al igual
que la vida pública, se dan procesos de alienación, que aunque distintos interactúan entre sí.
Entendemos por cotidianidad lo que hacemos, sentimos, percibimos de la sociedad, del
ámbito familiar, en fin de las estructuras socioeconómicas de una sociedad determinada, así como la
forma que actuamos diariamente en ella, en cómo nos vinculamos a los espacios, en lo que somos y
queremos ser y la articulación social que se da entre la experiencia individual y la colectiva. “La
vida cotidiana de las mujeres (aunque no solo de ellas), incluye muchas formas de sobrevivir y
resistir, de subordinarse y revelarse, que bajo la apariencia de la pasividad o la apatía, cobra otra
dimensión o significado; la cultura por ejemplo es un campo de continuidad y ruptura, de
aceptación y adaptación, pero también de resistencia y rebelión” (Radkau; 1986: 91). Tenemos así,
que “la vida cotidiana es la totalidad de las actividades que caracterizan las reproducciones
singulares de la posibilidad permanente de la reproducción social” (Heller; 1987: 9).
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La perspectiva cultural estudia la vida cotidiana de las personas en tanto modo de vivir, que
trata de vincular y establecer un equilibrio entre el análisis macro y lo micro social, en nuestro caso
nos interesa integrar esta visión culturalista porque nos posibilita estudiar a las mujeres
profesionales como personas que se ubican dentro de un conjunto de costumbres, normas,
experiencias, percepciones, rituales y acciones, en donde se expresan y experimentan actividades y
relaciones sociales; además de que nos permite integrar la visión de género que es necesaria para
abordar dicha investigación, que a su vez está integrada en los planeamientos que las historiadoras
vienen proponiendo, en cuanto a la necesidad de consolidar “la nueva historia de las mujeres”.
Por tanto entendemos por vida cotidiana “... la totalidad de las actividades que caracterizan
las reproducciones singulares productoras de la posibilidad permanente de reproducción social”
(Heller; 1972: 9). Heller retoma una tesis básica planteada por Marx y Engels en La Ideología
Alemana, en la tesis sobre Feuerbach, a saber que”... la transformación de la vida cotidiana, de las
relaciones y circunstancias de los hombres, no es anterior ni posterior a la transformación política y
económica, sino simultánea con ella” (Heller; 1972: 12). Con ello la autora desea plantear cómo la
vida cotidiana es parte de un todo integrado, por tanto, las acciones que se realizan cotidianamente
responden a un contexto histórico específico.
Por otra parte, Heller habla de las “objetivaciones inmediatamente específicas”, retomando el
concepto lukacsiano para explicar que “los productos de la práctica que constituyen la realidad
externa a los miembros singulares de la especie” (Heller; 1972: 8), es parte de la cotidianidad y
permiten el desarrollo del la construcción en sociedad.
Toda persona tiene que vivir la vida cotidiana. Nadie, independientemente de su posición
social, del lugar que ocupa en la división social del trabajo puede desprenderse totalmente de su
cotidianidad. Por eso Heller afirma que “La vida cotidiana es la vida de todo hombre” (Heller;
1972: 10). Más ello no significa que la vida de una persona 5 esté totalmente determinada por la vida
cotidiana.
En la vida cotidiana las personas participan de forma integral, movilizando “…Todas sus
capacidades intelectuales, sus habilidades manipulativas, sus sentimientos, pasiones, ideas e
ideologías” (Heller; 1972: 39). “El hombre de la cotidianidad es activo y goza, obra y recibe, es
afectivo y racional, pero no tiene ni tiempo ni posibilidad de absorberse enteramente en ninguno de
estos aspectos para poder apuntarlo según toda su intensidad” (Heller; 1972: 40).
La autora en el texto no habla de la persona sino del hombre; sin embargo, hemos considerado que
la palabra persona o individuo/a es más inclusiva que la de hombre, en la medida en que esta última
nos puede a veces inducir a mirar sólo a varones, dejando por fuera a las mujeres.
5
14
La cotidianidad precede al sujeto. Las personas nacen insertas en su cotidianidad. Mediante la
socialización el sujeto aprehende las habilidades necesarias para la vida cotidiana de la sociedad.
Mas no significa que no pueda modificar algunas de sus prácticas socialmente aprendidas. La
persona adulta debe ser capaz de “manipular las cosas” imprescindibles para la vida cotidiana. El
proceso de asimilación de las cosas y las relaciones sociales –lo que otras escuelas denominarían
socialización- empieza siempre “por grupos (ejemplo la familia, escuela, comunidades menores).
Estos grupos –copresenciales- median y transmiten al individuo las costumbres, las normas, la ética.
Existe así una relación entre los “precesores”, los “contemporáneos” y los “sucesores”, una persona
en particular integra en sus acciones y forma de vida parte de las experiencias que le han sido
transmitidas en el tiempo, sea por sus contemporáneos, los precesores o bien sucesores (Shutz y
Luckmann; 1973).
La dinámica básica de la particularidad humana es la satisfacción de las necesidades
humanas. Estas necesidades se hacen conscientes en el individuo como necesidades del YO (tengo
hambre, tengo frío, tengo miedo, etc.). Lo particular de las necesidades no son las necesidades
mismas (hambre, frío, amor, etc.), sino su modo de manifestarse, siempre referido al YO, el cual
está siempre dirigido a la satisfacción de la necesidad (Heller; 1973).
Según Heller, Bourdieu y Goffman lo más relevante es que los elementos que constituyen y
caracterizan la vida cotidiana no producen “absolutos”. Siempre existe un margen de acción,
movimiento y posibilidad de desarrollo para el individuo. Existen las contradicciones, razón por la
cual es posible la presencia de resistencias, movimientos contracturales y contranormativos (León;
1999). Si las personas no cuentan con dicho espacio de acción se produce la “extrañación”. Según
Heller, la extrañación se da cuando en lo cotidiano la persona no tiene espacio, campo, libertad
alguna de elección o selección, posibilidades de desarrollo. En tanto que “extrañación, es, desde
luego, siempre extrañación respecto de algo, y precisamente respecto de las posibilidades concretas
del desarrollo específico de la humanidad” (Heller; 1972: 42).
Estos referentes, desde mi punto de vista deben guiar nuestro ángulo analítico, es
indispensable relacionar distintos niveles de la vida de las personas para tratar de vincular lo
personal con lo sociohistórico, para desde allí generar el contexto que permita entender el desarrollo
de las personas, sus vidas, deseos, sueños, conflictos y logros desde una perspectiva integral. Así la
relación individuo-sociedad se retroalimenta para reproducir y producir, la sociedad. Para estudiar
la historia con una perspectiva de género, se hace indispensable estudiar los pliegues de la historia,
de los que nos habla Foucault encontrar en el camino, no lineal de las acciones humanas, lo que no
se ha dicho, lo que no se ha escuchado, lo que al fin y al cabo a veces, la historia oficial olvida, pero
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prevalece en el entretejido de quienes asistieron, observaron, protagonizaron y contaron, la otra
historia, la aún no contada porque permanece como “no encontrada”.
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