HISTORIA, VIAJES, CIENCIAS, ARTES, LITERATURA. ™ : : <- •--; t. j . sf-::i ITALIA.—Bueyes de la campaña romana. T . V I I . (PRIMERA SÉRIEJ.—T. I I I . I.SEGUNÜA SERIE).—84 . EL MUNDO ILUSTRADO. 666 •''N ia?^Li^ V I A J E P I N T O R E S C O DE LOS A L P E S AL E T N A , ron G, STIELER, E. P A U L U S Y W, KAOEN, LIBRO TERCEHO. DEL T T B E R A L ETNA. CAPÍTULO V. COLINAS DEL QUIRINAL, EL VIMIN EL ESQUaiNO. (CONCLUSIÓN). Al sureste de la plaza de Santa María la Mayor se levanta la iglesia áe San Antonio Abad, can un pórtico del siglo xiii. El interior de este templo nada ofrece de notable. Antes de la ocupación de Roma por las tropas de Víctor Manuel, se bendecían delante de esta iglesia, del 17 al 23 de enero, toda suerte de animales domésticos. Al extremo de la calle de Sania Prassede, volviendo á la derecha, se halla en seguida la iglesia de Santa Práxedes, de la que se ha hablado antes, y que fué construida en 822 pdr Pascual I, en honor de la ilustre hija del senador Pudens, habiendo sido restaurada en 1450 por Nicolás V, en 1832, y finalmente en 1869. Esta iglesia consta de tres naves divididas por 16 columnas de granito. El altar mayor está aislado y decorado de un baldaquino sostenido por cuatro columnas de pórfido; la tribuna y el arco principal están adornados de antiguos mosaicos. La capilla más notable es la en que se conserva la columna transportada de Jerusalen por el cardenal Colonna, á cuya columna se cree, como hemos dicho, que fué atado Nuestro Señor al ser azotado por los judíos. El pozo existente en el centro de la nave principal recogió, según tradición, la sangre de numerosos mártires, por los cuidados de santa Práxedes, La Confesión contiene sarcófagos antiguos donde se conservan las cenizas de santa Práxedes, de santa Pudenciana, y de varios mártires. El cuadro de la sacristía, que representa la Flagelaoion del Eedeníor, es de Julio Romano. El arco de GaUem, situado al lado de. la iglesia de San Vito, que nada ofrece de notable, fué erigido en 262 al emperador de este nombre por un tal Aurelio Víctor, en honor del arrojo de aquel príncipe, arrojo que, dice la inscripción, sólo se eclipsaba ante su piedad. La vía Carlos Alberto desemboca en la gran plaza Víctor Manuel, de'reciente construcción. A mano izquierda se levanta la iglesia de San Eusehio, cuya fundación se remonta á los primeros siglos del cristianismo, si bien fué reedificada en el siglo último, á excepción del campanario. La bóveda de esta iglesia fué decorada porMengs; el cuadro del altar mayor es de Baltasar Croce. Enfrente de ella, amano derecha, existen los restos % un antiguo depósito del Agua Julia 6 Claudia, cuyos nichos contenían los trofeos llamados de Mario, que actualmente figuran en la balaustrada del Capitolio. También se llaman estas ruinas Tro/ei-di-Mario. Siguiendo una calle recientemente abierta entre San Ensebio y los trofeos de Mario, se encuentra, á la distancia de diez metros, la puerta de San Lorenzo, una de las que fueron levantadas en tiempo de Honorio, en el año 402: al principio se llamó Tiiwtina, por dar salida al camino que conducía á Tibur, hoy Tivoli; después tomó el nombre de San Lorenzo, porque conduce a l a iglesia puesta bajo la advocación del santo diácono español. Esta puerta se halla unida al monumento del antiguo acueducto de las aguas Marcia, Tepula y Giulia, restaurado por Augusto, Tito y Caracalla. A media milla fuera de ella se encuentra la basílica de San Lorenzo Extramuros. En el primer tercio del siglo IV (año 330), para honrar el sepulcro del valeroso diácono, que constituía una de las más altas glorias de la Roma cristiana, Constantino, á ruego de san Silvestre, edificó la basílica de San Lorenzo, ornando la tumba del santo mártir con un arco triunfal,' sostenido por columnas de pórfido, y suspendiendo ante ella, para alumbrarla perpetuamente, una lámpara de oro puro, de diez picos, que pesaba treinta libras: una corona de plata, rodeada de cincuenta delfines, brillaba en la altura como remate digno de tan venerando monumento. Pelagio II reedificó esta iglesia en 578; Honorio III trasformóla por completo al añadir la na"ve actual: bajo los pontificados de Nicolás V y de Inocencio X, y últimamente de 1864 á 1870, sufrió una restauración completa, San Lorenzo lleva el título de iglesia patriarcal y es uno de los siete templos de Roma que visitan los peregrinos. La plaza que se extiende delante ide esta iglesia está adornada de una columna coronada con la estatua de san Lorenzo. La fachada ha sido decorada recientemente de pinturas en mosaico que representan á los fundadores y.conservadores de San Lorenzo Extramuros: Pelagio II, el emperador Constantino, Honorio III, Pío IX, Sixto III, Adriano I. El pórtico, sostenido por seis columnas jónicas, ofrece aun restos de un mosaico perteneciente al siglo xiii, bajo el pontificado de Honorio III, que en aquella basílica coronó al conde de Auxerre, Pedro de Courtenay, • emperador latino de Constantinopla, cuando pasó por Roma para ir á tomar posesión de aquel imperio. Esta iglesia consta de tres naves, divididas por 22 columnas jónicas, casi todas de granito, lo cual constituye la parte que Honorio III añadió cuando cambió la dirección de la obra: dichas columnas son pertenecientes en su mayor parte á antiguos monumentos, viéndose esculpidos en los capiteles de dos de ellas el lagarto y la rana. Del fondo del templo elévase la tribuna, á la cuál se sube por dos escaleras de mármol, y allí comienza la basílica antigua, reformada por Pelagio: es el presbiterio actual. Delante del altar mayor, cubierto por un templete, que se alza sobre cuatro columnas de pórfido, están los pulpitos (ambones) para la epístola y el evangelio, según el rito de las iglesias primitivas, y en el fondo la silla episcopal, adornada de piedras de colores. Bajo el altar hállase la Confesión, donde el papa Pelagio colocó los cuerpos de san Lorenzo y del protomártir san Esteban, traídosr entonces de Constantinopla. En este santuario está el sarcófago en donde fué enterrado san Zósimo, papa, el año 418 de la era cristiana, el cual está adornado de bajo-relieves figurando Genios que vendimian, asunto que se ve representado con frecuencia sobre los monumentos de los primeros siglos del crisr tianismo, Muy interesante, como monumento artístico, es el singular mosaico del siglo vi existente en la parte EL MUNDO ILUSTRADO. superior de la tribuna, el cual representa al Salvador sentado sobre un g-lobo en el acto de bendecir, teniendo á su lado á san Pedro, san Lorenzo, PelagioII, san Pablo, san Esteban y san Hipólito. La urna de mármol con bellísimos relieves de frutas, flores y pájaros, que está detrás de la tribuna, y que se supone fué sepulcro del papa Dámaso II, y otro sarcófago más antiguo en que hay representada una ceremonia nupcial, y que se ha cíeido sepulcro del cardenal Fieschi, sobrino de Inocencio. IV, son dos obras por extremo notables de escultura, en cuyo estudio se han empleado muy eruditos arqueólogos. En la pequeña nave de la izquierda hay una capilla subterránea, célebre por los privilegios é indulgencias concedidos por varios papas á los que la visitan. Al lado de esta capilla existe lá puerta que conduce á las venerandas catacumbas de Santa Ciriaca. En el Campo Vermo, junto á la basílica de San Lorenzo, está hoy el cementerio general de la ciudad de Roma, cementerio que data del año 1337, habiendo sido ensanchado considerablemente en 1854. Al sur de la puerta de San Lorenzo, en el recinto de la ciudad, se encuentran la iglesia de Santa Bibiana y las pintorescas ruinas del templo de Minerva Medica. Sania Bibiana, consagrada en 470 y reconstruida en 1625 por Bernini, consta de tres naves divididas por ocho columnas antiguas, dos de ellas de granito. Sobre el altar mayor está la estatua de la santa, la cual se considera como una de las mejores obras de Bernini: , debajo del altar hay una preciosa urna antigua de alabastro oriental, que tiene 17 pies de circunferencia y una cabeza de leopardo en el centro: en ella se conservan los cuerpos de santa Bibiana, de santa Demetria y de santa Dafrosa> su madre. A la entrada, á mano izquierda, vense los restos de una columna á la que fué atada santa Bibiana y flagelada hasta que espiró. El pretendido templo de Minerva Medica, situado cerca de la iglesia de Santa Bibiana, es un ninfeo antiguo, de forma decágona (60 metros de ruedo), con nichos profundos revestidos de mármol en la parte inferior y de estuco en la superior. Este edificio debia formar parte de unas termas magníficas, como lo prueban las numerosas estatuas halladas en sus inmediaciones, tales como la Minerva Giustiniání, existente en el Vaticano, á la que debe indudablemente su nombre primitivo. En la Edad Media llámesele Termas de Galluccio, pretendiéndose con esto hacerle pasar por las antiguas termas de Cayo y de Lucio César: de todos modos es interesante como construcción y data poco más ó menos del siglo lu de nuestra era. En 1876 descubriéronse entre estas ruinas y la puerta Mayor varios columbarios, siendo el más grande de todos ellos el perteneciente á la familia de los Estatilianos: los objetos que encerraban fueron depositados en el museo Kircher. " La vía di Porta-Maggiore conduce en veinte minutos de la iglesia á la puerta Mayor, formada de un monumento del .4 ÍÍ'WÍÍ í7?«íf¿¿«, sobre el cual corría el ¿IÍÍÍO wmiks, yendo á parar á un segundo acueducto. Las inscripciones mencionan el primero, que tenia ^5 millas de largó (70 kilómetros), arrancando de las inmediaciones de Subiaco, y el Ánio novus, de 62 millas {92 kilómetros en longitud), que empezaba en las mismas fuentes de este rio: los dos fueron erigidos por el emperador Claudio el año 52 de Jesucristo, y restaurados por Vespa^iano el año 71 y por Tito el año 80. Aureliano incluyó el monumento coipe siié^ta en el recinto de la éíad»d> y en la Edad Medía los Golonna convirtiéronle en fortaleza. Gregorio XVI mandó derribar las COUB- 667 trucciones posteriores y tapiar la arcada del norte. Una carretera conduce de la puerta Mayor, en cinco minutos, á Santa Crm en Jermahn {Santa Crece in Gerasaleme). Es una de las basílicas principales de Roma, no por su magnificencia arquitectónica, sino por su antiguo venerando origen y por las reliquias que encierra; primitivamente se llamó/y^íomíía, porque Sesoriano {a sedendo) nombrábase el palacio, y Sesorianos los jardines imperiales que hubo en aquella extremidad del Esquilino. Fué edificada hacia el año 330 por el emperador Constantino, para.colocar dignamente reliquias que en Oriente había recogido su piadosa madre santa Elena. «El emperador cristiano mostró en esta fundación la misma, ó quizá más amplia generosidad, que desplegara en las otras basílicas ó en el bautisterio que lleva su nombre, dice el señor Catalina. Los analistas é historiadores dan noticia de las ofrendas de oro y plata, sobre todo del altar de oro macizo de 250 libras, con que el César enriqueció la nueva iglesia, levantada para guardar el mayor fragmento de la Cruz en que murió el Salvador, las espinas que coronaron su frente, uno de los clavos que taladraron sus manos y sus pies, la esponja amarga que tocaron sus labios, y la cuerda que habia sujetado su cuerpo á la columna. »En los siglos medios la basílica de Santa Cruz sufrió deterioros y fué objeto de reparaciones, que, si bien modificaron y alteraron en algo su planta antigua y su ornamentación, mantuvieron siempre las capillas subterráneas y todo lo que formaba, puede decirse, la construcción primitiva y sus venerandos monumentos, entre los cuales debe contarse la piedra sepulcral del papa Benedicto VII, que murió el año 984 (1). »A la basílica de Santa Cruz en Jerusalen vá unido el nombre del papa español Alejandro VI, que la favoreció • sobremanera, y el de una serie de cardenales españoles, á quienes en mucha parte se deben las obras de restauración y ornato, ejecutadas en ella durante los últimos siglos. »A fines del xv, rigiendo la nave de San Pedro el papaBorgia, Alejandro VI, el gran cardenal de España don Pediro González de Mendoza, titular de la basílica, emprendió una casi reedificación de su fábrica, con cuyo motivo losjrabajadores hubieron de dar con un hueco en la parte más alta del arco de la tribuna y encontraron una caja de plomo de más de dos palmos de longitud, que en otra de mármol, que la cubría, llevaba este rótulo: Hic est titulus «^«cnícií; este es, ó aquí está, el título de la verdadera Cruz. Era, en efecto, la tabla de madera, con la triple inscripción, puesta por los judíos, sobre la cruz del Salvador, el INRI original, una de las santas reliquias de la Pasión, que se adoran en la capital del orbe cristiano: tendrá como palmo y medio de longitud, por nueve ó diez pulgadas de anchura; en su madera, casi negra, se ven los vestigios de los renglones hebreo, griego y latino, que la acción de diez y nueve siglos ha desgastado, pero no totalmente destruido. »Poco después el cardenal titular, también español, don Bernardino Carvajal, patriarca de Jerusalen, hizo pintar la bóveda de la tribuna por el Pinturicchio y reparó la devota capilla de Santa Elena. »No muy posterior al cardenal Carvajal, vastago ilustre de una de las más nobles familias de la nación, fué el cardenal Quiñones, natione hispa.nús, patria legioíífiííMí, como se lee en una lápida de la tribuna, quien en 1536 erigió el precioso tabernáculo del Sacramento. (1) En esta iglesia fué celebrado un concilio (año 433). 668 EL MUNDO ILUSTRADO. En 1540 fueron enterrados en la basílica los restos mortales del cardenal Quiñones, prelado de vasta ciencia, á quien cupo gran parte en la paz, feliznaente acordada entre la Santa Sede y el emperador Carlos V. »Con la interrupción de uno solo, sucedióle en el titulo de Santa Cruz en Jerusalen otro cardenal español, don Bartolomé de la Cueva, hijo del duque de Alburquerque, quien hizo la escalinata del altar mayor y restauró á toda costa el gran balcón de mármol ó loggia, desde donde el dia 3 de mayo (Invención de la Cruz), muestra el cardenal titular las santas reliquias, bendiciendo con ellas al pueblo, que constantemente llena la ig-lesia. La capilla que hay detrás de esta tribuna, y en la cual se custodian las reliquias, debióse al cardenal español Pacheco. Otro cardenal titular de esta basílica, que también dejó en ella su nombre de ilustre protector, y perteneció, puede decirse, á la corte de España, fué el archiduque Alberto, deudo muy cercano de don Felipe II.». El interior de la iglesia tiene tres naves, divididas por pilastras, y ocho gruesas columnas de granito de Egipto. El altar mayor está aislado, y decorado con cuatro bellas columnas de mármol coralino, que sostienen un baldaquino. Debajo de este altar hay una preciosa urna antigua de basalto, en la cual se conservan los cuerpos de los santos mártires Cesáreo y Anastasio. En los antiguos tiempos celebrábase en la basílica de Santa Cruz en Jerusalen la solemne ceremonia de la bendición de la Rosa de Oro, que el papa regala, como don especial de su cariño, á alguna reina ó principe, en gran manera benemérito de la Santa Sede. El inmediato convento de la orden del Císter, sirve ahora de cuartel. Al. lado de Santa Cruz', en dirección del palacio de Letran, levantábase el Anfiteatro Castrense, del que sólo resta un lienzo de pared con 16 arcadas. Esta construcción es completamente de ladrillo, inclusos los capiteles Santa Groce in Gerusaleme y acueducto de Nerón. corintios y los demás ornamentos. Su gran eje mide 52 metros, el menor 40 y la arena 38 por 25. Del lado opuesto de Santa Cruz existe un ábside con ventanas en plena cintra y algún lienzo de muralla. Créese que estos restos son los de un templo de Venus y de Cupido, ó bien los de un ninfeo de Alejando Severo, ó los del Sessorium, pero faltan datos en apoyo de estas deducciones. En la. vía de San Vito está emplazada la iglesia de San Alfonso de Ligorio, de estilo neo-gótico, construida hace unos veinte y cinco años á expensas del inglés Wigley. Recientemente se ha descubierto á mitad camino de Santa María la Mayor y del palacio de Letran, una construcción que se quiere sea uno de los Auditorios de los jardines de Mecenas, existentes en este sitio: es un espacio oblongo, al que se ha añadido un techo. En la poco frecuentada calle de San Pietro in Vincoli está situada la iglesia de San Martin ai Monii, antiguo templo cuya primitiva construcción se atribuye á san Silvestre, habiendo sido levantado de nuevo por Simaco el año 500. restaurado en 847 por Sergio II, más tarde por León IX, y modernizado de una manera bri- 11; nte en 1650, por Pedro de Cortona. El convento de carmelitas anejo á él sirve ahora de cuartel. El interior consta de tres naves divididas por 24 columnas antiguas de diferentes mármoles y de orden corintio. Los buenos paisajes que se ven en las paredes de las naves menores son obras muy estimadas de Gaspar Poussin; las figuras pertenecen á su hermano Nicoliis. Los dos paisajes que figuran en la capilla de Santa María Magdalena de Pazis fueron ejecutados por Francisco Grimaldi, bolones. La capilla de la Virgen del Carmen que hay en el fondo de la nave izquierda, está decorada de buenos mármoles y de pinturas de Antonio Cavallucci, que se halla enterrado delante de ella. Desde la nave principal, y por una doble y magnífica escalera construida sobre los diseños de Pedro de Cortona, que la rodeó de una muy bella balaustrada, se sube á la tribuna, decorada de adornos y pinturas del citado Cavallucci. Delante de ella se levanta el rico altar mayor de forma esbelta y elegante, que juntamente con la tribuna y una triple escalera situada debajo, produce un efecto verdaderamente sorprendente y mágico. EL MUNDO ILUSTRADO. El tercer trazo de la escalera conduce á la iglesia subterránea, cuya bella arquitectura es de Pedro de n<ii 669 Cortona; en el altar se conservan los cuerpos de san Silvestre y san Martin, y de muchos otros santos. De m PALESTINA. —La vertiente del Wady-Leimoun. allí se baja á un subterráneo de construcción antigua, que se dice ser la iglesia erigida en tiempo de Constan­ tino. Aquí se celebraron, bajo el pontificado de san Sil­ vestre, dos concilios, al primero de los cuales concur­ rieron doscientos ochenta y cuatro obispos, y al segundo doscientos treinta, con asistencia también de Constan- 690 EL MUNDO ILÜSTBADO. tino. Parte de su pavimento es de mosaico blanco y Antonio PoUajuolo y su hermano Pedro, pintor también negro, así como lo es también la Virgen que se ve sobre distinguido, reposan en un sepulcro de mármol en la el altar. misma basílica Eudoxíana. Desde San Martin llégase en cinco minutos á la iglesia Bajo el altar mayor están los huesos del pontífice de San Pedro in VincoU, llamada también lastUca E'udO' mártir san Saturnino, y los cuerpos de los Macabeos y xima, «del nombre de dos Eudoxias, dice el señor Cata- de su madre valerosa. lina, mujer una, hija la otra del emperador Teodosio II, El convento inmediato á la iglesia de San Pedro í» de las cuales emperatrices, Eudoxia, la primera,, la VincoU está ocupado por la facultad de ciencias físicas madre, retirada en Jerusalen por intrigas de la corte, y matemáticas. A mano derecha se levanta la iglesia de turo la fortuna de adquirir allí, ofrenda piadosa que los San Francisco de Paula, con un convento anejo, convercristianos le hicieron, las dos cadenas de hierro con que tido ahora en Instituto técnico. san Pedro fué aherrojjado en aquella ciudad por orden Traducido y adicionado por de Heredes. La historia añade que la emperatriz pereMARIANO BLANCB. grina envió á Roma una parte de aquellas cadenas á su {Continuará}. hija Eudoxia, casada con Valentiniano III, y luego, en segundas nupcias y contra su voluntad, con Máximo, que sólo contaba algunos meses de imperio, cuando sobrevinieron la invasión de los godos y el triunfo de Génserico, Eudoxia, recibida la reliquia de Jerusalen, se apresuró á entregarla al pontífice León I, que luego EEGDN EL mereció ser venerado en los altares con el nombre de san León el Grande. La tradición constante añade que, CORONEL WILSON, WARREN, JORGE EBERS, HERMANN GUTHE, habiendo el papa aproximado la cadena de Jerusalen á otra que el santo, apóstol habia llevado en la cárcel MaViGTOR 6UÉRIN, LORTET Y OTROS AUTORES. mertina en tiempos de Nerón, y que ya los fieles veneraban, ambas se reunieron milagrosamente como si en una sola hubieran sido fundidas. Eudoxia entonces GALILEA S U P E R I O R . (año 442) resolvió edificar una iglesia suntuosa, destinada á perpetuar la memoria del prodigio, y á ofrecer Safed.—Meiroun.—Gischala.—Kefr-Beram. constantemente á la veneración de los fieles las cadenas del príncipe de los apóstoles: tal fué el origen de la El valle de Medjel-Keroum, á doscientos cincuenta basílica de San Pedro in Fincoli, título cardenalicio, metros por término medio sobre el nivel del Mediterráque hoy lleva dignamente un arzobispo español. Los neo, forma un confin natural entre la Galilea superior y pontífices en todos tiempos han mirado este santuario la inferior. Las montañas que lo dominan p6r la p^irte como uno.de los más insignes de la Ciudad Eterna.» del septentrión son nías elevadas que las que se levanEsta basílica fué restaurada por Pelagio I; el papa tan á mediodía: pasadas las primeras se entra en la Adriano I mandó reedificarla; Julio II la embelleció en Galilea superior y si bien ménós visitadas por los 1503 baj.o la dirección de Baccio Pintelli, y la cedió á los viajeros que las de la Galilea inferior, dé que hemos canónigos de San Salvador, llamados después canónigos hablado en capítulos anteriores, no por ello dejan de regulares de San Juan de Letran, y por último, en 1705 ser dignas de atento examen, puesto que también volvió & ser restaurada. En esta basílica se verificaron allí, en medio de zarzas y matorrales, se encuentran no pocas elecciones de pontífices, entre ellas la del gran ruinas de todas las épocas y de todas las civilizaciones, Hildebrando, en 1073, que se llamó Gregorio VII. El in- testimonios mudos de grandes sucesos y hojas de un terior consta de tres naves, divididas por dos órdenes libro que encierra sublimes enseñanzas para quien sabe de veinte y dos magníficas columnas istriadas, de leer en ellas debidamente. De un modo sumario descrimármol griego con capiteles dóricos y de siete pies de biremos, en consecuencia, los montes y los lugares más circunferencia. Entre sus pinturas merecen citarse el elevados de esta comarca, haciendo hincapié en aquellos retrato (l^jl jC^rdenal Margotti, sobre su sepulcro, el gran que por sus recuerdos históricos merezcan atención cuadro de la J^l^eracion. de san Pedro, que está en la más detenida. s a e r i s ^ , p^i,^9 dl^^ Dominiquino, y la Santa Margarita, A diez 6 doce kilómetros de la antigua Corozab'n 6 del de Gu^^pj;;if^. é|.6%fi Sebastian en mosaico, trabajo bi- actual Kharbet-Kerazeh, hállanse diseminados sobre zantini^ 4^19ig(Q f|]f^ f s una de las más estímahles una colina los restos de Achabara, hoy Kharbet-Akbara. muestras .4^1 9'i't!B$^||^ó. que en Roma se conservan: Junto á un riachuelo existe la aldea de este nombre, al lado $ie ve el sare^fijgrp dj|l cardenal Cintio Aldobran-^ compuesta de pocas miserables habitaciones y dominada dini. A la derecho. ^Á isrucerp se nota la famosa tumba á su vez por una plataforma en la que se distinguen los del papa Julip 11: una .dfs @U9 cuatro caras pertenece al vestigios- de un recinto rectangular, construido con hermausolpfl"i|^e Miguel ^^ngpl hajjia ideado y principiado mosos sillares, y que al parecer pertecen á una antigua para e8|e pii^^, y .qijfe d^bia colocarse en la nave princi- iglesia. A orillas del riachuelo, por el sur, se alza una pal de Ign Pedrp en el Vaticano; pero Paulo III hizo especie de gigantesca muralla, formada por peñascos suspei|4^f j# p|)F^? disponiendo que se colocase aquí. cortados á pico, restos del lugar llamado por Josefo Miguel Aqflrel p^^fÚ, la estatua de llpisés que se ve roca de Achabara, que este historiador fortificó en la enme¿ii4e#ji|t»temW,.l» w a l eg cpnsider&d.* ppw.P éppca de la iasurreepipp de legjS^ÍOI contra los romauna obra mae'stí» de la escultura, tanto por su expre- nos. Una hora de camino en dirección norte conduce sión natural como por sus preciosos detalles. desde Achabara á Safed. «Safed, dice el coronel Wilson, es una de las poblaLas cadenas del apóstol san Pedro se guardan en la sacrisj^, en una especie de gran relicario con puertas ciones más elevadas de la Galilea, de modo que después 4? 1?wnÉ!í! esciilpid^s, las cuales son una de las me^'pres de haber peraiRneeido por espaeip de des ^ e s e s e a p l ^ 1 ? ^ 4j. }H»UWí}filOj e\ wi^%QT de los monumentos dptepibie Qmmi. áeí ¥íiUe i|pl ^ í d ^ g , Itemps Bae©afe«¿p Sixto tV y de Inocencio ^III en la basílica Vaticana. aqui el Mxe frefi«e á« uní». «egiplÉ atOQiAfiDsa, áiMo^iip EL MUNDO ILUSTRADO. nos ha sido por extremo agradable y que ha restaurado nuestras fuerzas. Hallándose situada en lo alto de una colina, era de esperar que seria aquella ciudad medianamente limpia, mas no sucede así por cierto, sino que sus calles son asquerosas y no se advierte señal alguna por donde conjeturar que sus habitantes traten de mejorarlas. A pesar de ello viene citada como una de las ciudades sagradas de los judíos, con Tiberiades, Hebron y Jerusalen. La tierra es sumamente fértil en este distrito, porque gracias á su elevación se forman allí espesas nubes, siendo abundantes la lluvia y el rocío. Crecen allí magníficamente el olivo, la higuera, el granado y la vid, además de otros árboles y plantas. »En uno de nuestros viajes, en el mes de febrera, al dirig-irnos á este sitio desde el norte, nos cogió una repentina y violenta tempestad que duró casi toda la tarde. Levantábanse á intervalos fuertes ráfagas de viento acompañadas de lluvia y agua-nieve que impedían á hombres y animales adelantar en su camino. El frió era intenso, nuestra gente apenas podia soportarlo, los caminos se habían convertido en torrentes, todo lo cual fué causa de que desde las seis de la tarde hasta media noche anduviésemos de una parte á otra en busca de la ruta que nos llevase á Safed. Cerca de la una entramos en Safed, y merced á los buenos auxilios de un vigilante de la ciudad, dispertamos al propietario de un café, quien en su tosco chiribitil, que para nosotros tuvo entonces honores de palacio, nos encendió un bonito fuego y nos procuró café negro en abundancia. El frío y la humedad nos hablan dejado casi extenuados, pero antes de la mañana habíamos recobrado el calor y las fuerzas, mientras nuestras bestias sé reanimaban con el pienso y el abrigo en un /¿Aaíi inmediato.» La ciudad de Safed se halla dividida en varios cuarteles construidos en los flancos y en la meseta superior de una montaña muy accidentada, cüyá altura excede de ochocientos metros sobre el nivel del Mediterráneo. Al norte de la población habitan los judíos, en número de siete mil, y al sur y al este los musulmanes, cuyo guarismo es de seis mil: los cristianos apenas llegan á ciento cincuenta. Los judíos, procedentes de distintas comarcas, tienen allí varias sinagogas y la parte de la ciudad que ocupan quedó poco menos que destruida por completo á causa del terremoto de 1837. De cinco á seis mil personas murieron por consecuencia de esta catástrofe, siendo los judíos los que principalmente fueron víctimas de ella. En el cuartel musulmán hay tres mezquitas, muy destrozadas actualmente. Coronan la parte alta de la ciudad, las ruinas de un gran recinto elíptico, rodeado por un foso abierto en la peña y hoy dia terraplenado en más de la mitad. Flanqueaban este recinto diez torres que, al igual de los muros, carecen hoy dia del revestimiento de piedra sillar que había en los paramentos. En el interior existe un segundo foso y más allá el castillo propiamente tal que ofrece sólo á la vista del viajero, una masa informe de piedras,-cascajo y tierra. Tenia torres en los ángulos y cisternas espaciosas y profundas. Su destrucción aumenta de día en dia, porque los vecinos de Safed han convertido aquellas ruinas en cantera, de la que extraen continuamente materiales para edificar habitaciones nuevas* Una potente torre aislada, de forma circular, dominaba al castillo, que á su vez dominaba á la ciudad entera. Safed hizo importante papel en la época de las Cruzadas. Jacobo Vitry dice que los cristianos, al intento de amparar sus fronteras contra los musulmanes, erigieron fortalezas en distintos puntos y entre ellos en Safed al' noroeste. Este fuerte se construyó probablemente por 671 los años 1138 y 1140. En 1157 Balduino II se refugió en Safed después de la derrota que experimentó en el lago Houleh; en 1188, aprovechando Saladino la gran vic^ toria que alcanzó en Hattin, sitió en persona á Safed, que capituló después de cinco semanas de asedio; en 1220 los musulmanes derribaron esta forzaleza por miedo de que cayese en poder de los cristianos, y en 1240 la reconstruyeron los caballeros Templarios que se apoderaron de ella nuevamente. En 1266 cedió á los ataques de Bibars, sultán de Egipto, quien dejó allí numerosa guarnición, estableció en la ciudad una colonia tenida de Damasco, edificó dos mezquitas y restauró y coijapletó sus fortificaciones. En 1759 fué víctima de un temblor de tierra parecido al de 1837, y en 1799 los francgges, en la época de la expedición de Bonapárte á Palestina, establecieron momentáneamente una pequeña guarnición en aquella fortaleza. Para terminar las noticias que hemos dado sobre Safed, añadiremos que alguna vez se ha identificado á Safed con Betulia, patria de Judith, con error manifiesto, según se desprende claramente de los pasajes de la Biblia en que se habla de esta última ciudad, cuyo emplazamiento ha de buscarse en la llanura de Esdraelon y en Sanour, según fundadas conjeturas. Al pié de. la montaña en donde se encuentra Safed, aparece sobre un montículo la aldea de Aín-Zeitoun, y á pocos kilómetros de ésta Meiroun¿ que tiene trazas de haber sido en otras épocas población de alguna Importancia, á juzgar por las ruinas de gran número de casas que se ven dentro de su perímetro. Las ruinas que llaman principalmente la atención son las de una sinagoga antigua edificada en una plataforma peñascos», que tiene en la fachada tres puertas con jambas enormes de una sola pieza y en el interior columnas mó'nolitas también, cuyos fustes andan dispersos por toda la aldea. Existen además en Meiroun ó Meirou numerosas excavaciones sepulcrales y entre ellas la denominada Merharet-el-Art>a'm ó Caverna de los cuarenta, porque podia contener en sus dos cámaras cuarenta cadáveres. No lejos de estas cavernas fúnebres.reposan en.,un gran recinto, debajo de cúpulas, los rabinos Eléazár y Chemaoun, muy venerados en aquella comarca y objeto general de peregrinación por parte de los habitantes de Safed. Meiroun, en el Talmud Meirou y Merou, es probablemente el lugar llamado Meroth por Josefa y que fué fortificado por este historiador, juntp con la peña de Achabara, Seph y lamnith. Hablando de las excavaciones sepulcrales de Meiroun, dice un autor inglés: «En una vasta cámara abierta en la peña en Meirou, que contiene treinta locuU, se enseña á los viajeros la tumba del gran Hillel y de sus treinta y seis discípulos, y en otro sitio la del no menos famoso Shammai y de su mujer. Otros célebres hombres fueron allí enterrados y entre ellos el rabí Simeón ben'Jochai, reputado autor del libro Zohar. Por razón de este último, aquel lugar se ha convertido en sitio de peregrinación de los judíos, que acuden allí en romería todos los años. No solamente van á dicho sitio peregrinos de Damasco y de otras ciudades de la Palestina, sino también de Alepp, Constantinopla, el Cairo y Bagdad. Se celebra la romería con brillantes iluminaciones, danzas y festejos de varias clases que duran de dia y de noche, llamándose á la fiesta «el jubileo del rabino Simeón ben Jochai,» Sas ceremonias, además de presentar un carácter XMQ y selvático, pecan con frecuencia de inmorales.» Una hora próximamente de marcha ha d© h^erge para llegar á una barranca plantada de higueras, granados y vides, por cuyo fondo corre una fuente llftiBida ^ m-eZ-Zj/M. Esta barranca se halla domina^ft {^ m%t^ EL MUNDO ILUSTRADO. 672 por la elevada colina El-Djich, debajo de la cual y por sobre la fuente se extiende una plataforma, natural en parte y en parte artificial, conforme lo prueban los restos de un muro de contension en piedra sillería. En esta plataforma hay las ruinas de una antig-ua sinagoga, edificio orientado al norte y del que se conservan Cavernas en el Wady-Leimoun, valle de la Columna. aun tres bases de columna hun didas en el suelo en el sitio mis moque ocuparon, varios fustes rotos esparcidos acá y acullá y los fragmentos de dos pies derechos y de un (liatel decorado por molduras. La colina de El-Djich sirve de asiento en su vertiente meridional á la aldea d-3 su nombre, dividida en dos barrios, el de los musulraiaes y el de los cristianos, en número de trescientosy de doscientos setenta respectivamente. En la meseta superior se encuentran todavía los vestigios de un muro de circunvalación en sillería, del que en 1863 se guardaban aun restos considerables, que han desaparecido ahora por haberse empleado los materiales en la edificación de una nueva iglesia. Procedían estos restos de la muralla que rodeó en otros tiempos á la acrópolis de la antigua Gischala, de la cual El-Djich ha conservado el nombre. La meseta que la rodeaba se halla á ochocientos metros sobre el nivel del mar y está plantada actualmente de viñas, higueras y olivos. El-Djich es sin disputa la ciudad ó aldea de Gischala mencionada por Josefo en distintas ocasiones, que fué incendiada y arrasada por los pueblos vecinos, reconstruida por Juan, hijo de Levi, y circuida de murallas al intento de ponerla al abrigo de nuevos ataques. El mismo Juan trató en seguida de sublevar á sus compatriotas contra los romanos, por lo que Vespasiano envió á Tito para que se apoderase de la ciudad, y Juan escapó de ella durante la noche tomando la ruta de Jerusalen. San Jerónimo dice, si bien no dando fe completa á la tradición, que los padres de san Pablo eran originarios de Gischala y que habían sido trasladados á Tarses, en Cilicia, por los romanos. El-Djich ó el Gischala de Josefo es la misma EL MüNtoO ILUSTRADO. 673 ciudad designada por los rabinos con el nombre de Goucli-Halab y que dicen ser renombrada por sus ricos aceites. De El-Djich á Kefr-Beram ó Beirim la distancia es muy corta. De las dos sinagog-as que hay en este pueblo, una de ellas es quizás la más interesante de Palestina, en el concepto de la importancia y belleza de sus ruinas. Mide cuarenta y seis pies de ancho por sesenta de largo. La fachada del sur, que se mantiene casi toda en pié, tiene tres puertas, de hermosas proporciones, con robustas molduras y ornamentadas con severidad y buen gusto, viéndose sobre la central un arco decorado asimismo. Las columnas dóricas, que formaban el pórtico pavimentado que precedía al ingreso, han desaparecido, á excepción de una de ellas que existe todavía al extremo de aquel cuerpo de edificio. Las labores de talla en piedra que se ven en la fachada de esta mezquita revelan la mano hábil de un artista. Fuera de la aldea de Kefr-Beram existen las ruinas de otra sinagoga, casi derruida del todo, puesto que sólo se con.«erva en pié una gran puerta con su arquitrabe, decorados de festones y de un rosetón en el centro. Una inscripción hebraica que M. Renán estudió en 1860 dice lo siguiente: «¡Que la paz reine en este lugar y pn todos los lugares de Israel. José, levita hijo de Levi, ha hecho este dintel. ¡Que Dios bendiga sus obras!» Cerca de Kerf-Beram, se encuentra el Kefar-Beram de los a n t i g u o s \ itinerarios j u díos, sitio lleno de tumbas abiertas en la peña y objeto de las piadosas peregrinaciones de los hijos de Israel, que visitaban la Palestina. A través de montes y valles, por caminos fatigosos, se vá desde Kerf-Beram á Kades, aldea de solos trescientos habitantes, que ocupa apenas el tercio de una colina antes cubierta toda de habitaciones y rodeada de un muro en sillería, del que se notan todavía / ^ T. VII. (PRIMERA SERIE).—T. III. (SEGUNDA SÉRIE).—85. EL MUNDO ILUSTRADO. 674 algunos vestigios. Las casas de la aldea tienen todas fragmeotoH antiguos, y en una de ellas, al decir de un moderno viajero, existe sobre una columna una cabeza esculpida, que representa la testa del sol eon corona de rayos. Las higueras, las plantas de tabaco, los arbustos espinosos han invadido el espacio ocupado antes por habitaciones. Elévanse allí dos colinas que sirvieron en pasados tiempos de emplazamiento á una población considerable y bellamente situada. Las casas y los edificios públicos se alzaban en sus flancos formando terrazas que había regularizado la mano del hombre. Hacia el este se ven tres sarcófagos, hundidos en parte en la tierra, los señales de un edificio destruido, y las hermosas ruinas de un segundo edificio cuadrado, que media diez metros por cada fachada. Hállase derruida toda la parte superior y se penetra en él por una linda puerta, adornada de molduras, que ocupa el centro de la fachada meridional. En el interior contenia este edificio cuatro arenaciones de medio punto, que se conservan aun, debajo de las cuales había once grandes nichos rectangulares, cada uno de los cuales debió contener un sarcófago. Este monumento es, pues, un antiguo mausoleo perteneciente á una rica y poderosa familia olvidada y desconocida hoy, y de la que ninguna inscripción señala el nombre. A poca distancia del anterior edificio se encuentran las ruinas de otro mausoleo y de un templo pagano. Parte de la fachada de este último se conserva todavía, sí bien están fuera de su sitio algunos de los sillares, todos los que tienen ese hermoso color dorado propio de las antiguas construcciones del mediodía y que se produce por la continuada acción de los rayos solares en la piedra. Precedía al templo por el este un pórtico con columnas corintias, cuyos fustes y capiteles andan mutilados por el suelo: tres puertas rectangulares dan ingreso á la celia, formando la puerta central dos jambas y un dintel monolitos, de extraordinarias dimensiones. Elegantes adornos escultóricos embellecen una de las jambas que se conservan y el arquitrabe, que yace derribado y roto, y en el cual se ven flores, racimos de uvas y en el centro una cierva que tiene mutilada la cabeza. En otra parte del arquitrabe se ven señales de una escultura que fué probablemente una águila, y otra águila con las alas extendidas figura, asimismo, en el dintel de una de Las puertas laterales. Traducido y adicionado por F, MlQUEL Y BADÍA. (Continuará). RELACIÓN C O K T E H P O B A N E A , POH OOK JOSÉ ORTEGA MUNILLA. TERCERA PARTE. (coi(TnrUActON>. Envuelta en su abrigo de verano, cuya eruardaba su cabeza del fresco ambiente permanecía inmóvil, apoyada en una de ^líé íecoraban jsu patio, contemplando QS(;en$ de la última ¡Iteres charlaban y se capucha resde la noche, las columnas con radiante despedida, en besaban á la par, haciendo con Pepillo que se reia, el coro á José que las excitaba gravemente á partir. De repente, Antoñillo destacóse del grupio y se encaminó hacia Blanca. Ésta le vio llegar, animándole con su dulce sonrisa. Pensó que vendría á hacerle el último encargo respecto á Dolores, y esperó. Empero el muchacho nada le dijo. Llegó hasta ella, detúvose, inclinóse con profundo respeto,, besó el ribete de su abrigo, y retiróse del mismo modo. Blanca llevó sus manos á la frente, exclamando con júbilo y sorpresa: —¡Ah! Parecía asaltada de una idea peregrina. —¡Nos verenios, señora Garduña! añadió en voz baja. ¡Siento impulsos de burlarme de mí misma, y hasta del gobernador! Después, al subir la .escalera apoyada en el brazo de Dolores y seguida de Pepillo, pensaba así, absorta aun en la idea que momentos antes la cautivara: —¡Oh, esto es preciso meditarlo mucho! Calma, pues, calma. No edifiquemos castillos en *l aire como á los quince años. Pudiera ser todo ello una ilusión. XXL . Dias de calma. En tanto que los amigos de don Félix abogaban por su negocio en e í gobierno civil, en casa de éste se deslizaban los días muy felices para la pobre Lola. Blanca la trataba cual si fuera su hermana mayor, y no omitía cuidados para volverle las fuerzas y la salud debilitadas por el rudo choque que en tan corto espacio había sufrido la delicada y suave niña. Nunca la separaba de sí;; si salía, la llevaba, y hasta la hacia dormir en sus pfopias habitaciones. No quería que cosiera, ni menos que se dedicará á ningún trabajo de otra especie: en.cambio la hacía leer, y la interrogaba luego vivamente sobre el contenido del libro, pasándose las horas y las horas con ella en graves y profundas conversaciones: en fin, la observaba. 'La gratitud de Lola era infinita. Sin la negra nube que sentía rugir en lontananza, hubiera sido completamente dichosa. Cierto que no estaba en casa de su madre, pero la veía á todas horas: por la mañana, al medio día, á la caidíta de IA.tarde, a l a noche: sí, á la noche: estas eran las horas más felices para la pobre niña. El primero que llegaba era Antonio, agitado como el que ha corrido mucho, y sin quitarse la ropa vieja del campo. Aun era de dia cuando Antonio llegaba. A éste seguían la abuela y la impaciente Isabelita, que no quería esperar la calma de su padre. Su buen padre, más mirado que Antoñillo, creía una irreverencia presentarse á Blanca con la ropa del trabajo y cubierto de polvo: así, pues, se detenia un cuarto de hora, y él y Regla eran los últimos que llegaban: pero todos se estaban allí has,ta las doce, y cenaban en familia con don Félix y Blanca. • Nada diremos del bizarro Pepillo: le encantaba aquella vida de dulce ociosidad. Ocupaba las habitaciones de los ausentes sobrinos de Blanca, y poco á poco, á fuerza de ver los grabados de los libros de Julián, llegó á' aficionarse á su lectura, haciéndose menos arrebatado' y más reflexivo. Pasaba, pues, el dia de guardia en ausencia de don Félix (porque de los criados no se fiaba) visitando á su madre, leyendo acostado ÍBdoIeutemente E L MUNDO ILUSTRADO. en el sofá dé Julián, ó escuchando á Blanca cuando tocaba el piano. Esta hora del dia guardaba los mayores encantos para él. En casa de Regla también todo habla cambiado: al desaliento y á la inacción, sucedió la más completa actividad. Mientras más pronto se despacharan los quehaceres, más tiempo quedaba libre para visitar á Lola. Costura, plancha, calceta, ó cualquier otra de las mil ocupaciones mujeriles que se fijara para el dia, quedaba despachada en un vuelo, iban y venian á casa de Blanca, y siempre era aguardado con impaciencia José. De Antonio no se hacian cuenta para nada, porque á pesar de las justas observaciones de su madre, se iba derecho desde el campo á ver á su hermana Lola. También le reconvenía Regla algunas veces, porque jamás se detenia como antes en casa de Oarmencita Morón. —¡Pues! ¡Eso es! exclamaba el muchacho de mal talante. ¡Bonito humor tenemos todos ahora para visitas! Además que no tengo tiempo, madre. Como vosotras veis á mi hermana á todas horas, y Pepe está allí á pié firme, no os hacéis cuenta.de los demásv ¿No digo.bien, padre? —Dices bien, hijo. — ¡Pues es claro! No te enojes, madrecita, pero deja que esto sé. sosiegue, y entonces iré á ver á Carmericíta, á Pepa, á Micaelilla, y hasta á la tia Belén si tú quieres. —jSabes que á tu hijo Antonio se le ha soltado la lengua con las pesadumbres? dijo una vez Regla sonriendo y dirigiéndose á su esposo. -^Dímelo á mí, contestó éste, que lo tengo á la vera todo el dia. Siempre está- con el reloj adelantado, y no tiene más sentido que el de cojer el trote hacia acá. —Padr«, que ya es tal hora. — ¡Chiquillo! —Sí, padre, mira el sol. Y en cuanto pasa un minuto: —Padre, ya habrá dado la media. ' —¿Antonio, quieres callar? —¿Pero todo se ha dcihacer hoy? ¡Bueno está lo bueno! Vamonos, padre: Pronto vá á dar la oración. —^Y así nos llevamos todo el santo dia. Por supuesto que cuando yo salgo por el portillo ya está él en Bonanza, y no le vuelvo á echar la vista encima hasta la noche. Créete tú, que si á mí no me pasara lo mismo, algunas veces le habla de reñir. Pero ya se ve, el pobrecillo como todos nosotros tiene el sentido puesto en Lola, y como no la ha visto por la niañana, se figura que á un volver de cabeza se la van á quitar á la señorita Blanca. XXIL El plan de Blanca. Así se pasaban los dias, cuando una mañana recibió don Félix muy malas nuevas de Cádiz. Su amigo el secretario del gobierno le comunicaba, que el señor gobernador acogió con suma frialdad el negocio; que habla dicho que era cosa del juez, y que todo hacia revelar una decisión desfavorable. Esta carta consternó al buen don Félix, que apenas se atrevía á mostrársela á su hija, mas cuando al fin se resolvió á ello, advirtió con asombro que ésta la leia sin inmutarse y que si bien preocupada, no parecía inquieta. —¿Deberemos preparar para tan mala nueva á nuestros amigos? preguntó al fin. -&1& —Esperemos, papá. —Como quieras. La señorita de Espinosa guardó la carta en su bolsillo, en la mesa pareció muy preocupada, habló muy poco todo el dia, y no tocó el piano, con gran sentimiento de Pepillo. Este salió al declinar la tarde, dejando á su hermana Lola en compañía de Blanca y de su costurera, en una salita baja próxima á la puerta de la calle donde paraban siempre. El reloj de sobremesa dio una hora, viniendo á sacar á Blanca de una profunda meditación. —La media ya, murmuró al fin. —Ya mi hermano Antonio ha de estar muy cerca, pensó Dolores. —Mira, Lola, hija mia, añadió Blanca; aquí no se ve, y quiero que me deshagas la marca de este pañuelo. Sube á la azotea con Paca, que allí tendréis buena luz. ¡Ah! mira, y entre las dos vais á hacer otra cosa. La almáciga grande de margaritas que está en el lebrillo la vais á trasplantar toda á las macetas que hice subir esta mañana. Mucho admiró á Lola ésta orden: jamás le daba ninguna de esta clase y mucho menos cuando se aproximaba la hora en qué empezaba á venir su familia. Sin embargo, obediente y buena, no hizo la menor observación, alegrándose acaso interiormente de poder servir á su señorita á costa de algún sacrificio. Tomó, pues, el pañuelo de manos de Blanca, y salió seguida de la costurera. A poco resonó un fuerte campanillazo. Dolores se estremeció de alegría. Habla reconocido el modo de llamar de su hermano Antonio. —Ya está ahí, pensó. La señorita no se acordaba sin duda, pero ahora me llamará. No obstante, Blanca no la llamó, y ella no pensó siquiera en desobedecer. —Buenas tardes, señorita, dijo Antonio penetrando en la pieza en que solía aguardarle Lola. —Adiós, Antonio, contestóle Blanca pasaindo rápidamente al lado suyo. El muchacho pensó que iba á llamar á su hermana como otras veces habia sucedido; pero con'gran sorpresa suya vio qué Blanca cerraba la puerta, volviendo á pasar por junto á él en dirección al sofá, —Aproxímate, Antonio, dijo con acento grave. Ven, siéntate aquí á mi lado: tenemos mucho que hablar, hijo mió. Por eso he alejado á tu hermana: quizá nunca debe penetrar ella el misterio de esta conversación. — ¡Me asusta usted, señorita! —Pues nó té asustes, Antonio. Nada que empeore la situación puede salir de nuestra conferencia. • —Entonces... ' —Pero acaso puede tener por resultado un gran bien. —Hable usted, señorita, que la escucho atento. ¿Quizá se han recibido malas noticias de Cádiz? —Sí, hijo: mira. Y la señorita de Espinosa puso en sus manos la carta. Rocorrióla Antonio rápidamente y después exclama aterrado: — ¡Jesús, Dios mío! ¿Con qué tras de un pleito nos 1?, quitarán? ¿Con qué no queda esperanza? —Sí queda, Antonio: recuerda mis frases anteriores). Queda esperanza, y para mí más que nunca: pero no la cifro ni en el gobernador, ni en el juez, sino en tí solo, Antonio. 676 EL MUNDO ILUSTRADO. — ¡Bien! ¡La de Pepillo! exclamó el muchacho en un arranque de violenta energía. ¡Sólo debemos contar con nuestras propias fuerzas cuando no hay justicia en el mundo! Mande usted, señorita. ¿Qué debo hacer? —En primer lugar, dijo Blanca con animación cre- PALESTINA. —Antigua sinagoga en Meiroun. quiero que en casa se pasen apuros por mí. Madre está muy consentida en que me librará con el dinero, y como ella en su vida piensa en intereses y no se cuida de pasar apuros, está la pobre tan contenta sin ocuparse de esto: verdad también que barbas mayores quitan menores; pero yo me iré. Y más le digo á usted, señorita, aunque no llegue á mi número, como nos quiten á ini hermana Lola siquiera un dia, me iré. ciente, no te irás al ejército como dijiste en un rapto de furor el otro dia, aunque el gobernador sentencie en contra nuestra, ó envié el asunto á los tribunales. —¿Y si me toca? preguntó Antoñillo volviendo por una transición rápida á su anterior desaliento. Yo no —¿Y por qué te irás, Antonio? — ¡Porque no quiero perderme... y si llego á ver tal cosa, me pierdo como hay Dios! Blanca le escuchaba cada vez más satisfecha de sus planes. El muchacho prosiguió con acento sombrío: —Sí señora, señorita Blanca. ¡Crea usted que aun ahora mismo, me acometen muy malas ideas! Pepe tiene razón: muerta esa mujer, nadie tendría que reclamar á mi hermana Lola. Y cuando en el campo se me fija la idea de que se la han quitado á usted de aquí... ¡Jesús, madre mía de mi alma, no lo quiero pensar! Entonces... se me ocurre matar al mundo entero. —¿Pero, Antonio, no piensas en lo que sucedería después? —Pues si no pensara, ¿quién le dice á usted, señorita, que no hubiera yo hecho polvo á esa mujer? ¡Sí que EL MUNDO ILUSTRADO. 677 678 EL MUNDO ILUSTRADO. pienso, pero no en mí! Sin Lola tanto tengo yo con estar colgado como aquí en este sofá... y si supiera yo que ellas todas se quedaban tranquilas... ¡Pero, ya se ve...! ¿Y mi padre luego? Ese es el que me da más en qué pensar. ¡Ya sabe usted que le da por las cosas de la honra! ¡El diablo lo ha cogido por ahí! ¡Si mañana le ajusticiaran á un hijo suyo, pasado se moría de vergüenza él! — ¡Calla, Antonio, calla! exclamó al fin la señorita de Espinosa entre severa y conmovida, tu padre tiene razón, y es Dios y no el diablo quien le inspira esas ideas. A ellas debes ceñirte. Los hombres honrados como él, llegan á fines honrados por honrados caminos. Por los que tú piensas, jamás. —¡Ay, señorita de mi alma, bien sé que no soy digno de besar la tierra que mi padre pisa, pero usted me ha hecho hablar! Asi soy, y asi me presento ante usted, porque usted, como mi madre, tiene indulgencia para todos. —Pues bien, eso quiero. Sigue siendo franco conmigo en cuanto voy á proponerte, en cuanto voy á preguntarte. —Lo seré: lo juro. Gon usted sola me atrevería yo á ser franco hasta el punto que lo he sido. Usted no ha de quererme como mi madre, para que me contenga el temor de afligirla demasiado. Proponga usted y pregunte usted, señorita. —Pues bien, no irás á ser soldado^ y en tu casa no se pasarán apuros por librarte, porque en mi carpeta tengo ya contado el dinero. —¡Oh, señorita Blanca...! —No sigas, exclamó ésta interrumpiéndole. Nada me debes tú: lo he hecho por tu hermana Lola. La pobre niña se apenaba mucho con esta idea y ha sido preciso tranquilizarla. ¡ Te quiere tanto! — ¡En eso no me gana, señorita! Pero, en fin, no iré . á servir al rey, puesto que á usted no le arredran las consecuencias de mis barbaridades. ¿Mas y luego? ¿Qué debemos hacer para que nadie nos dispute á mi hermana Lola? —Escucha, Antonio, dijo Blanca con gravedad. Hablase de una sabia ley, que deberá promulgarse muy pronto, y por esa ley sé otorgan á la Garduña más derechos sobre Lola de los que aun tiene hoy. —¿Y dice usted que es buena? —Si; déjame terminar. Si esa ley estuviera; terminada y vigente, entre otras cosas, no permitiría casarse ¿i tu hermana sin permiso de la Garduña hasta tener bien cumplidos los veinte y cinco años. — ¡Qué iniquidad !> —Afortunadamente para nosotros, prosiguió Blanca con precipitación, esa ley aun no nos rige... pero... debemos apresurarnos, porque pudiera promulgarse de un dia á otro. Si mañana ordenara el gobernador entregársela á la Garduña, antes de Ta noche iría por ella el señor vicario y la depositaría de nuevo en mi casa... ¿De los brazos de un esposo quién podría arrancarla después? — i Es verdad! exclamó con explosión Antonillo comprendiéndola á medias. Después añadió con extraño desaliento: —Pero es el caso que mi hermana no tiene novio, señorita... al menos que yo sepa. —Ya lo sé: no tienp novio, dijo Blanca admirada de la sencillez del muchacho, mas puede tenerlo. —¡Es verdad! Pero yo pensaba... que... ella no hacia caso de ninguno... T al expresarse así, mezclábanse á la angustia de su voz ciertas vibraciones de indefinible esperanza. —A tal extremo pueden llegar las cosas... —¡Tiene usted razón! Aunque de nosotros se alejé para siempre, más quiero verla casada con un hombre honrado, que no en poder de esa mujer un dia siquiera. ¡Yo sé de muchos... que están muertos por sus pedazos... Periquillo Berrinche... por ejemplo... Manuel, el hijo de Mercedes... y mi tocayo, el hijo del tío Calores, la están queriendo cuanto há, con fatigas negras! Todos son hombres de bien... y si ella se decide por alguno... —No se trata aquí de Periquillo, ni de Manuel, ni de tu tocayo tampoco, exclamó Blanca con alguna viveza. Tanta candidez le alarmaba. Empezaba á dudar de su penetración. • Antonio repuso: — ¡Ah! entonces... —¡Entiéndeme de una vez, hijo mío! Lola no es tu hermana. —Eso tiene poco que entender, señorita. ¿Si ella fuera mi hermana, pasaríamos las fatigas que estamos pasando? —¡Pues bien, Antonio, cásate con ella! exclamó Blanca decidiéndose al fin. El muchacho la miró asombrado, después sus grandes ojos, desmesuradamente abiertos, recorrieron la estancia como para cerciorarse de que no dormía, luego se puso de pié cual si fuera un autómata, por último llevó ambas manos á su corazón y volvió á caer sobre el sofá, pero permaneció mudo. —Cásate con ella, Antonio, repitió la señorita de Espinosa. ¡Ella merece ser amada por todos conceptos; así nadie podrá arrancarla de tus brazos; asi tendrás la dicha de volvérsela á tu madre para siempre! ¿Callas, Antonio? ¿Nada me respondes? Bien, pues, calla. Vamos, serénate, hijo mió, que después hablarás. El muchacho hacia grandes esfuerzos por serenarse, procuraba respirar libremente y se apenaba de no poder conseguirlo. Quería apurar hasta el fondo aquella cuestión que de tal modo estremecía todas las fibras de su alma; quería cerciorarse de la posibilidad de aquel imposible ; pero no hallaba frases que sirvieran á sus ideas, ni voces para articularlas en su boca. Después de una larga pausa pudo exclamar, al fin, con acento entrecortado: —¡Señorita... yo... yo..,! —¡Tú, sí, Antonio! ¿No habías pensado en ello? Bien lo sé: tu emoción me lo demuestra. Mas yo vengo en tu auxilio. — ¡Oh, señorita... gracias...! Pero... Dios mío, ¿cómo puede ser eso? —Porque no es tu hermana: bien lo sabes. Si la quieres y té quiere, ¿qué poder impedirá que sea tu esposa, si sabemos aprovechar el tiempo? — ¡Imposible, imposible, imposible! repitió Antonio sofocado siempre por la emoción que aquella idea le producía. Blanca encontró el medio de volverle su calma: aunque veía el fondo del corazón del pobre muchacho, le dijo con aparente seriedad: —Bien, si tú no quieres, olvida cuanto hemos hablado: ya te dije al principio que quizá Lola ignoraría siempre nuestra conversación. Ya ves que he tomado mis precauciones. Una negativa por tu parte heriría de fijo las fibras de aquel corazón tan delicado si llegara á saberla: pero nunca la sabrá, tranquilízate. No quiero que te creas obligado por ninguna clase de consideración. Este secreto se quedará entre nosotros. Si tu amor fraternal hacia ella excluye de tí todo otro amor... —¡Oh, señorita... no es eso.,, no es eso...! EL MUNDO ILUSTRADO. —Explícate, Antonio. ¿Qué es? — ¡Es... que ella no querrá! exclamó Antonio logrando al cabo tomar algún dominio sobre sí. —Eso lo sabremos muy pronto. No creo que te rechace, pero repito que en breve saldremos de dudas. Vé á tu casa, hijo mió, obten el permiso de tus padres y vuelve en seguida. Aquí te esperaré con ella, y tan pronto como me lo indiques, os dejaré solos para que puedas explicarle nuestras esperanzas con más libertad. —¿Yo salir ahora con esa embajada? ¿Yo decírselo á ella? ¡Perdone usted, señorita, eso no lo hago yo aunque me fusilen! Iré á mi casa, se lo diré á mi madre, se lo diré á mi padre, haré todo cuanto usted me ordene, menos eso. Sonrióse Blanca, y le dijo: —Está bien, Antonio: se lo diré yo, puesto que te niegas. ¿Estás contento de mí? —¡Ay, señorita Blanca! El muchacho no pudo añadir ni una palabra más; pero llevó á sus labios la mano de su protectora. —Ahora vé, dijo ésta. Ella no debe saber nada si no obtenemos el permiso de tus padres. — ¡Madre dirá que sí, de fijo! Me parece que la estoy oyendo: las bendiciones lloverán sobre usted, señorita. Mi abuela será de su opinión, y en cuanto, á la niña y Pepe, se volverán locos de contento... pero mi padre..., ¡Mi padre es el que me da cuidado, señorita de mi alma! —¿Temes que diga que no? — ¡ Ay, sí, señora, todo lo temo! Siempre está á vueltas con los linajes y las familias honradas... ¡Gomó si cada uno no fuera hijo de sus obras! En fin, á la vista está. ¿No ha estado la pobrecita de mi hermana Lola tantos días en casa de la Garduña? i Pues no ha permitido que vaya mi madre á verla ni una vez! Se cerró á la banda diciendo que no y no: ni llantos ni súplicas lo ablandaron. A mi abuela le dijo que no se lo podia prohibir, pero que le daria una gran pesadumbre con subir al barrio alto, y que lo que es respecto á Isabelita, -ni pensarlo siquiera. —¿Y á tí te lo prohibió también? . —A mí, no señora; pero yo no iba porque.estaba ciego y temia hacer un desatino. —Pues, á pesar de todo eso, no te desanimes, Aritonio. Ten esperanza, hijo mió, y si hoy dice que ño, mañana tal vez se dejará ablandar por vuestras penas y por la suya propia. Quiere decir, que hasta entonces nada sabrá la niña; pero no perdanios el tiempo: corre á tu casa, y si vuelves con noticias favorables, esta misma noche se lo diré y quedará todo arreglado. —Pero... señorita... -¿Qué? —¡No sé como me expliqué! —Conmigo siempre con la mayor claridad. Habla.. —Pues bien, el negarme yo á decírselo, no es soló por encogimiento; tengo además otra razón. —Explícate. —Ella es una paloma bendita, como dice mi madre; eso á la vista está; nunca ha tenido más voluntad que la nuestra, y basta de media vez que uno de nosotros le indique cualquier cosa, para que ella lo haga sin vacilar. ¡Aun sin indicárselos adivina ella nuestros deseos, conque, ya ve usted! Si yo le hablara de tal asunto, diría que sí á ojos cerrados: por mi madre, por todos nosotros, no hay sacrificio que ella no se impusiera; pero no es esto lo que quiero yo. Ahora bien, dígame usted, señorita Blanca, ¿qué hubiera hecho mi madre por la pobre nifia, si ella, atendiendo sólo á mi felicidad, se impusiera «ti ttiarido que no fuera de su gusto? Miróle Bláttea gQfpíéaaídat le enternecía profunda- 679 mente la extremada delicadeza del pobre muchacho. —Tienes razón, dijo; nada le debería, si eso fuese; pero tranquilízate: yo le he escogido á Lola un esposo digno de todo su amor, y ella sabrá pagarle después que yo le diga todo el que le guarda. —¡Nada de pagos, por Dios: eso es justamente lo que yo quiero evitar, señorita! Por eso la encargo á usted de esta comisión: yo me vendería: por eso confio á su delicadeza de usted la dicha de esa hermana, que me importa más que la mía propia. —Descuida, Antonio, te he comprendido, contestó la señorita de Espinosa enjugando una lágrima; exploraré antes su corazón, usaré con ella de algunos rodeos y sólo en el caso de ver que se inclina... —¡Eso! ¡Que Dios se lo premie á usted, señorita Blanca! exclamó el muchacho interrumpiéndola. ¡Se vá usted á ella con mil rodeos, explora usted su corazón, y si usted ve que se inclina á alguno de los otros, no tenga usted reparo en decírmelo! Se casará con él, y la veremos dichosa y libre de la Garduña. Son buenos muchachos; eso yo lo fio. Manuel es todo un buen mozo, Perico tiene una hacienda suya muy bonita... y en cuanto á mi tocayo, es un tocador de guitarra de lo poco, y tiene üiucho partido con las mujeres. ¡Éste ha de ser al que ella prefiera! En tal caso, ¡por Dios, señorita, ni una palabra de lo dicho esta tarde! ¡Ahora, si me equivoco... si ella se inclina...! —Sigue, hijo mió. -^¡ Si ella, por amor á mi madre y con el corazón completamente libre, se halla dispuesta á aceptar el de un hombre que le ofrezca no separarla nunca de su familia... entonces... entonces, ."^eñorita Blanca, se lo dice usted todo y que sea lo que Dios quiera! r-Bien. —Con esto me conformo, prosiguió Antoñillo levantándose con resolución; pero no aceptaré nada menos. —¡Bi,en, hijo mío! volvió á exclamar con acento firme la sefloritft de Espinosa. Tus generosos designios se cumpliráin cualquiera que sea la inclinación de Lola. Haces bien en fiarte de mí. Jamás pensé que debiera inmolarse al egoísmo de uno la felicidad de tres. Vive tranquilo..1 pero confia. Mi experiencia, mi penetración, me han dicho que para que Lola te ame como tú la amas, bastará que el eco de mi acento llame á su corazón, revelándole lo que quizá aun ignora. Contigo he acertado: sírvate esto de garantía. — ¡ Ay señorita Blanca, usted estudia con los ángeles! Una sonrisa melancólica entreabrió los labios de Blanca ante esta entusiasta exclamación de su protegido. Después, mirándole con bondad, dijo, mostrándole la puerta: —Todo queda dicho entre nosotros. Ahora apresúrate, hijo mío. Pudiéramos recibir malas noticias mañana, y de un modo ó de otro ella no volverá á dormir en casa de la Garduña. Tomó Antonio el sombrero y se encaminó á la puerta, pero una vez allí, volvióse y dijo á Blanca con acento suplicante: —¡Cuidado, señorita, por el amor de Dios! —Vé descuidado. —¿Y si ella me ha sentido y pregunta ? —Le diré que has vuelto á salir á la calle para un encargo mío, como es la verdad. —Entonces, quédese usted con Dios, señorita. —Que él te traiga con buenas nuevas. Adiós, Antonio. Salió el muchacho. Entretanto Blanca decía: — ¡Vé con Dios, alma generosa! Sabré cumplirte mi EL MUNDO ILUSTRADO. 680 palabra, sabré consumar tu sacrificio, si contra lo que creo, Dolores amase á otro. „; . :: XXIIL En familia. Las sombras del crepúsculo descendían del cielo cuando Antonio salió cerrando tras sí la puerta. Su hermana, que desde la azotea percibió este ruido, aun tuvo tiempo de lanzarse al pretil y divisarle al trasponer la esquina. —Mi hermano es, dijo. No me engañaba. ¿Por qué se vá sin verme? ¿Por qué no me habrá llamado la señorita? ¿Si volverá? ¿Si no volverá hasta mañana? ¡ Ay, no todos son como mi niño Pepe! ¡Ese sí!... Pero... ¡qué ingrata soy! ¡todos me quieren muchísimo más de lo que yo merezco! : • • . ..t Y Dolores se quedó pensativa. Poco después, terminado su cometido, ambas jóvenes bajaron de la azotea. _ . , . , , ,,-, PALESTINA. —Santuario judío en Meiroun. La bondad de Blanca alentó á Dolores para preguntarle tímidamente el motivo de la desaparición de su hermano. Blanca le contestó, según había convenido con Antonio, asegurándole que en breve volvería. La niña aguardó en vano media hora: Antonio no pareció. Era de noche ya y Pepe tampoco parecía: esto era muy extraño en él, que jamás faltaba tanto tiempo de su nueva casa: sin duda estaría en la de sus padres, pero aun así era muy extraño. En fin, sonó la hora de la llegada de Isabel é Isabelita, y éstas no podían tardar. Dolores se consoló; mas transcurrió un cuarto de hora y aquéllas no parecieron. Entonces la misma Blanca principió á inquietarse, aunque por diversos motivos. Temia que se realizaran los temores de Antonio respecto á José. Lola recelaba que hubiera sucedido á su familia algún accidente desagradable. Blanca procuraba en vano calmar su afán. Así transcurrieron las horas. Ya Blanca se disponía á enviar un recado á casa de Regla, cuando apresurado tropel se, sintió en la calle, viniendo á sacar de su inquietud á entrambas jóvenes. EL MUNDO ILUSTRADO. — ¡Ya están ahí! exclamó Lola, y se lanzó como una flecha al encuentro de su familia. Blanca interrogó con inquietud el semblante de José, que fué el primero que penetró en la estancia, empero este examen la dejó tranquila. Nada alteraba aquel rostro sereno; antes bien, su expresión de bondad parecía revestirse aquella noche con una suave tinta de aleg-ría. No así su esposa: ésta era más explícita en la mani- 681 festación de todos sus sentimientos. Tras él presentóse en la puerta radiante, y exclamó con acento apasionado: —¿Dónde está la hija de mi alma? Isabel la tiró del vestido indicándole que se reprimiera: Dolores se arrojó en sus brazos cual siempre hacia: Pepillo penetró en la estancia haciendo cabriolas, y por fin, los últimos de todos fueron Antonio y su hermana Isabel. Aun leyó Blanca en los candidos ojos de esta última PALESTINA. — Restos de una sinagoga en Kefr-Beram. la expresión de indefinible asombro, de inexplicable sorpresa que producía en su espíritu el gran acontecimiento que se preparaba. Su hermano, sin osar levantar los ojos del suelo, la llevaba asida del brazo para evitar una explosión, ateniéndose á la frase de Pepillo, que solia decir: — ¡Esta chiquilla se dispara como una escopeta! Sin embargo, esta vez fué prudente: supo respetar toda la delicadeza de su hermano, y abrazó á Dolores, reprimiendo á duras penas su alegría. Excusado es decir que la abuela y José hicieron lo mismo, T. v a . (PRIMERA sÉBlB).—T. I U . (SEGUNDA SERIE).—86. Entretanto Antonio no se atrevía á avanzar: clavado junto á la puerta, permanecía inmóvil. A pesar de su confianza en Blanca, temía que Dolores hubiera penetrado su secreto. Empero, como la pobre niña lo ignoraba todo, se dirigió á su encuentro cual tenia de costumbre, é inclinando hacia él su bella cabeza para que la besara, le dijo con cierto airecito de reconvención : —Buenas noches, hermano mío. ¡Que olvidadísima me tienes hoy! Tranquilizóse Antonio con estas palabras: Lola nada sabia. Besó, pues, su rubia cabellera, y abrazándola tímida- 682 EL MUNDO ILUSTRADO. mente, sentóse para disimular su turbación al lado de Pepillo, que jugaba con el perro. Ya Regla é Isabel se habían aproximado á Blanca, y después de abrazarse como en albricias de un fausto acontecimiento, agrupadas las tres en el sofá, charlaban en yoz baja. Por grande que fuera la reserva que todos trataron de imponerse, no pudo menos de notar Dolores un tinte inusitado de animación en aquel cuadro. Su blanca y serena figura se escapaba del tono general. Acaso también la de su hermano Antonio le parecía más opaca que otras noches; mas de todas maneras advertía en él algo extraño: no era su aire taciturno de siempre. En este concepto les dirigió varias preguntas; pero su madre se encargó de responder por todos, diciendo así: —De sobra sabes tú lo que tenemos, hija de mi alma. Pero haces bien en reservar los secretos que la señorita te confia. Antonio se estremeció. —i Ah, ya! exclamó la niña mirando á Blanca con aire significativo. — ¡Pues eso es! prosiguió Regla. ¿Acaso no sabes tú desde anoche que la señorita. Dios se lo pague, tiene contado en su carpeta el diiiero para librar á tu hermano Antonio del servicio del rey? —Sí, sí, sí lo sé. Tienes razón, madre. Pero la señorita me encargó que te lo callara, y por eso no me atrevía ni aun á estar alegre. Mas él, ¿por qué está triste? ¿Acaso se obstina en que ha dé marchar? —Sí, hija. ¿Has visto qjjé criatura? ¡ Qué desagradecido con la señorita, qué ingrato con nosotros!... Pero no pases tú pena, porque no se ha de ir. Donde hay patrón no manda marinero. —No seas tonto, Antoñillo; no le des que sentir á madre, exclamó la buena niña con gravedad. Después, volviéndose á Regla, añadió: | —Verás, madre, que pronto le convenzo: él siempre ha hecho caso de lo que yo le digo, T sentándose al lado de Antonio, se esforzaba en persuadirle Coa buLenas razones de lo inconveniente de su conducta y arriesgado de las empresas en que quería lanzarse, cuando vinieron á anunciar que la cena estaba en la mesa. Aquella noche sí que honraron verdaderamente los comensales la mesa de don Félix. El buen caballero estaba admirado. Por vez primera, desde que cenaban juntos, accedió el esposo de Regla á vaciar una botella de su excelente manzanilla: las mujeres desocupaban con rapidez sus platos; Isabelita y Pepe charlaban hasta por los codos, aquélla, siempre fijando en sus hermanos mayores sus ojos sorprendidos; éste, riéndose y dirigiéndole á ella guiñadas significativas, en tanto que Antoñillo, cabizbajo y absorto, ni siquiera probaba los manjares que Blanca le servia, haciéndolos pasar desde su plato á la boca de su amigo Briján, que, como el difunto, cuando él era niño, apoyaba ahora su inteligente cabeza sobre las rodillas de su amo. Regla y Blanca le observaban con enternecimiento; pero nada decían. Entretanto don Félix se preguntaba: —Señor, ¿qué tiene esta gente? A Lola le parecía muy natural todo aquello después dé lá explicación dé su madre: sin embargo, los ojos de Isab^itale causaban cierta inquietud. —£¡ét& contenta coíno todos, se decía, esto es muy natural. Pero ¿por qué ese asombro? ¿Acaso puede es- pantarse nadie de un rasgo bueno de la señorita Blanca? Lo que es á ella la subyuga de fijo otra causa... y esa causa bien sé yo lo que puede ser. Cuando se levantaron de la mesa, inquieta por su niña, la arrastró hacia el hueco de una ventana y ciñéndola entre sus brazos, le preguntó: —¿Qué tienes, hija mía? ¿Por qué me miras así? —Por nada, Lola, por nada. —No. Tú algo has sabido. Quieres decírmelo y no te atreves. Habla, Isabelita; quizá como en otros tiempos desvaneceré tu inquietud. —Pues bien; sí, hermana mía. Algo sé... pero no de quien tú te figuras... ¡Ese, acaso ya no volverá á acordarse de nosotros! Pero no hagas caso de lo que te digo. Bien sé yo que se acuerda... sino, no estuviera tan alegre hoy... á pesar de todo. —¿Pero qué es todo? —¡Que se ven en el mundo cosas muy raras, muy raras! Pues bien, otras menos raras pudieran verse también en lo sucesivo. —¿Aludes á Luís? —Sí. —EjLplícate. —Ahora no puede ser. Hay en todo esto un secreto que no es mío. Pero... te lo diré mañana. —¿Me lo prometes? ^Sí. —No quiero que me ocultes ningún secreto. —Descuida. Nada te oculto. Mañana lo sabrás. Después de esta escena, durante la cual su hermano no apartó los ojos de Lola, todos se despidieron con vivas demostraciones de cariño. En vano trató Isabelita de hacer alarde de su discreción con Antonio, refiriéndole su diálogo con Lola. El pobre muchacho ya lo sabia: lo habia leido en Ja expresión de sus rostros, y en aquellos momentos, inquieto y agitado ante el grupo de Blanca y Lola que se representaba en su imaginación, escuchaba distraído el relato de la hermosa niña. J. ORTEGA MUNILLA. (Continuará). HISTORIA NATURAL DEL HOMBRE. D. JUAN MONT8ERBAT T ARCH8. LOS HOTENTOTES () KHOIKHOIÍlES. (CONCLUSIÓN). Cuando un joven desea casarse, lo comunica á su padre ó tutor, que le acompaña á la choza de su novia. Allí empiezan á ofrecer por vía de regalo daja ó tabaco, se encienden las pipas y cuando el cáñamo y tabaco empiezan á producir su efecto narcótico, se anima el pretendiente, y presenta, apoyado.por su padre, su solicitud. Si hay conformidad de pareceres se hacen desde luego los preparatiyos, se dispone en primer lugar la fiesta ó convite, y la nueva pareja se vá sin más ceremonias. El divorcio es permitido y frecuente siempre que las dos partes convengan en dividir la fortuna, el ganado, el ajuar y los hijos, llevándose la mujer los de su sexo y quedándose los varones con el padre. Los ñamas no.reconocen jefe alguno común; cada uno de los doce clanes en que se dividen, poco más ó menos, EL MUNDO ILUSTRADO. tiene su cacique particular, que no ejerce otra influencia ni autoridad que la que le da su mayor opulencia, pero cuya dig-nidad es hereditaria; su choza suele ser alg-o más espaciosa que las otras, ]y en las comilonas ¿omunes le toca la mejor tajada. La mayor parte de los clanes son hotentotes orlam ó sea inmigrados del Cabo; los ñamas verdaderos se llaman pueblo real para distinguirse de los otros. El cacique, por lo demás, decide cuándo y dónde ha de trasladarse su clan, dirime y zanja las cuestiones que surgen entre sus miembros, cas.tiga á algún picaro ó criminal y convoca las asambleas populares asistido por un consejo de individuos nota,bles de la tribu. Fuera de esto ha de procurar adquirir alguna autoridad por su energía y hechos personales, como por ejemplo en cacerías arriesgadas, etc., pues á no hacerlo así, nadie le respeta. Los ñamas, como hemos dicho, suelen tener esclavos, que tratan por lo común bastante bien, aunque no falten por esto ejemplos de lo contrario y aun de crueldad refinada, principalmente por parte de las mujeres. Los homicidios impremeditados se indemnizan con regalos que el homicida ha de dar á los miembros de la familia de la víctima, y con un banquete pagado por el mismo, al cual asisten los parientes y amigos de ambas familias, mientras el culpable, embadurnado con la sangre de la vaca sacrificada, ha de mirar como los demás se comen las tajadas. Las muertes causadas con prem;editacion sólo pueden pagarse con la sangre del -óqaatador, tocando á los parientes del difunto, y en su defecto á su naejorainigo, el deber de tomar venganza. ' Los viejos, decrépitos y enfermos se colocan en una choza separada, donde se Íes provee de alimentos sin otro cuidado alguno, y si la enfermedad es maligna se muda la tribu á otro puesto y abandona el enfermo á su suerte. A los difuntos les envuelven dentro de algunas pieles usadas y los meten en posición agazapada en madrig-ueras hechas por erizos ú otro animal silvestre, tapando el agujero con tierra y piedras. Si el difunto era cacique se hace el montón algo más grande. El acto de la sepultura se celebra también con una comilona en la cual toman parte los parientes y amigos, quienes matan, según la riqueza del difunto, una ó más cabezas de gíinado. ' En general, llegan los hotentotes á una edad muy avanzada, y muchos se ven de noventa y cien años; cosa singular, atendido que no viven en la abundancia y se hallan, toda su vida expuestos á la inclemencia del tiempo. Los santones ó magos curanderos pretenden también poder hacer llover, descubrir secretos y otras artes mágicas; el hecho es que curan casi siempre á las personas mordidas por serpientes. No emprenden eura alguna sin que antes se mate un carnero ó buey, ségUn'la fortuna del enfermo, porque, como es natural, toca al mago entóncps la parte de! león. Todas las enfermedades son causadas, según ellos, por culebras que hay que sacar del cuerpo'del paciente, lo cual efectúan haciendo yariasi incisiones en él. Poir lo dicho se ve que los héteptotes, y en particular los ñamas, son muy sociables y amigos de fiestas y y comilonas, con sus danzas, que nada tienen que ver con culto alguno religioso, sino simplemente con la expansión, sobre todo si hay café, té, crii y tabaco. Suelen verificarse estas danzas en las noches de luna, ypnáo aeoinpañadas de canto y música. Los danzantes, hombres y mujeres, se colocan en círculo alrededor de otro danzante que parece dirigir á los demás, quienes, asidos de las manos, dan la vuelta, ya poco á poco ya prisa. Al cabo de cierto tiempo se sueltan y entonces baila cada uno libremente, moviendo con las 683 piernas todo el cuerpo hasta que el cansancio los rinde. El instrumento nacional de música se llama gora (se escribe !gora; la exclamación! acompaña en la escritura muchas letras para designar un sonido especial), y tiene la foTma de un arco Con un cañón de pluma en uno de sus ex.tremos para soplar sobre las cuerdas, que también se tañen con un palito colocando el instrumento entre piernas como un arpa y aguantándolo con un pié. Los sonidos que produce son turbios y varían, de modo que es difícil producir el mismo tono á voluntad. Las ideas religiosas de los hotentotes son muy confusas y parecen reducirse á una especie de veneración de las almas de los difuntos, á juzgar por el temor que les inspiran los cadáveres, tanto que no solamente desmontan la choza donde ha muerto alguien sino que nadie se atreve á utilizar las perchas para otra choza ni catar siquiera viandas cocidas con la lumbre de esta leña. No pasará tampoco ningún hotentote cerca de una sepultura sin echar encima una piedra ó rama de árbol, por manera que se forman en sitios frecuentados sobre las tumbas, eminencias bastante considerables. Al echar la piedra ó rama pronuncian la palabra Haitsi-aiMp, que parece significar el alma muerta en general, que resucita en otros cuerpos y vuelve á morir. Este ser figura en muchas leyendas de los hotentotes junto con otro que llaman Tsui-goap, nombre que significa rodilla llagada ó desollada, bien que el que lo lleva es nada menos que el Creador del género humano, dispensador de todo lo bueno, y además, como Haitsi-aibip en su tiempo, un gran mágico. La tercera entidad divina parece ser la luna, porque figura con las dos anteriores en los cuentos. Verdad es que los khoikhoines celebran la luna nueva con cantos y danzas en los cuales toman parte todos los individuos de cada clan; durante los eclipses de luna entonan lamentaciones, y si la tribu se encuentra casualmente empeñada en una empresa, como una cacería ó traslación, no pasa adelante por temor de un éxito desgraciado. No hay que decir que la superstición y la creencia en artes mágicas son grandísimas, como también las otras creencias en espíritus, augurios y presentimientos, que tienen no pocos partidarios entre todas las naciones europeas, y por lo mismo encuéntranse en sus leyendas y cuentos, como en muchas tradiciones europeas, diferentes trasformaciones de hombres en animales. Los mágicos de los hotentotes fabrican y venden muchas clases de amuletos y fomentan en su interés la superstición y el terror de las apariciones. . Los misioneros han influido ya mucho en las creencias religiosas de los hotentotes, según pretenden aquéllos, pero el hecho es que hay más apariencia que verdad; los que viven en las poblaciones del Cabo si algo adoran es el aguardiente, mientras la innata pereza é indolencia de esta gente sólo se fomenta en las estaciones de los misioneros, porque allí con el pretexto de imponerse en las verdades del cristianismo no trabajan. Merensky, misionero también, dice que la índole propia de los hotentotes los hace asequibles al cristianismo: son sensibles ,^ lloran, sollozan, hacen plegarias, y hasta llegan á fingir accidentes y éxtasis, pero no pasa una hora sin que parezcan haberlo olvidado todo, y efectivamente, resulta á menudo que todo era una comedia para lograr algo que deseaban. Los hotentotes coraí acuden solícitos á las escuelas de las misiones mientras dura la distribución de tabaco que se les da para atraerlos, pero en cesando este aliciente ya se hacen el remolón. Otro misionero, el doctor Holub, dice que exceptuando la tribu de los metáleles, en ninguna han obtenido los esfuerzos COMPRA DE ÜN ESCLA.VO EN EL TÜRQUESTAN.—CUADRO DE WASILI WERESCHAGIN. (Véase la página 091). EL MUNDO ILUSTRADO. 686 de los misioneros tan poco resultado como en la de los coras, quienes no solamente admiten en sus aldeas y chozas, gustosos, ó, la escoria de la población blanca, sino que se prestan á satisfacer todas sus licencias desenfrenadas. La doctrina cristiana materialízanla á su manera, y un misionero, después de un trabajo inaudito para hacer comprender á sus catecúmenos lo que es la mala conciencia, cosa que ni siquiera conocen ni menos tienen palabra para designarlo, haciéndoles ver con gestos que causaba; en el interior el remordimiento, logró, cuando les preguntó lo que era la conciencia, sólo la contestación: «dolor de barriga.» Los hotentotes actuales, como sus antepasados, Viven en constante enemistad con todos-Ios demás indigeüas del África del Sur. Desprecian y odian á los bosquimanes, que con sus invasiones sangrientas han dado siempre abundante motivo para estos sentimientos y que han contribuido más que nadie á la reducción extraordinaria de los khoikhoines; pero por otra patte hacen lo mismo con los cafres, con cuya tribu de los hereró los ñamas tuvieron, no hace todavía veinte años, una guerra de exterminio, y finalmente otra entre hotentotes, es decir, entre los ñamas y los otames, ú hotentotes de la colonia del Cabo, que emigraron para metierse entre lo.s suyos que continuaban independientes. Lo peor es que los misioneros protestantes tuvieron en estas guerras una gran parte de culpa, más por ignorancia que por picardía. LOá PUEBLOS DEL GRUPO BAKTü. Generalidades. Si fijamos la vista en un mapa etnológico de África, vemos en toda la parte meridional, ál este del territorio de los hotentotes y bosquimanes, desde el extremo sur hasta más allá del ecuador, un solo color que representa la extensión de un gran grupo de pueblo? cuyos idiomas patentizan un origen común, porque derivan todos de un mismo idioma primitivo desaparecido mucho tiempo há. k todos estos pueblos se aplica el nombre de cafres, de origen árabe, que significa infiel ó sea no-mahometano. Bleek, el Jacobo Grimm del África meridional, llama á todos estos idiomas iantu, porque en todos ellos designa la palabra Mntu hombre ó persona, pueblo, gente. La raíz es ntv, y ala, viniendo á ser el artículo definido del plural. Así se llama el hombre en todo el territorio cruzado por las dos diagonales, trazada una desde elrioKei, que forma el límite entre'los hotentotes y cafres hasta la isla de Fernando Po, y la otra desde el golfo de las Ballenas hasta la desembocadura del rio Chub (Djoub, Dehub): la primera atraviesa 14 grados de longitud y 35 de latitud, y la segunda 28 grados de longitud y 23 de latitud, midiendo respectivamente-4,450 y 3,700 kilómetros de longitud. Fritsch, Bleek, Federico Mueller, Peschel y otras autoridades, dividen los idiomas de los pueblos que habitan esta inmensa superficie en tres grupos principales; el oriental, el central y el occidental, variando en algunos detalles. Mueller divide el grupo idiomático oriental en otros tres suh-grupos; el uno comprende los idiomas cafres, el otro los zambesi y el tercero los de Zanzíbar. Los idiomas ma-sona, laroze, ta-yeye y otros, los coloca en el grupo zambesi. El grupo principal'central lo divide en los sub-grupos de los idiomas se-ehuanas y tequezas; los idiomas sechuanas los subdivide en el se-gúto al este, y los se-rolon y ierjlapi al oeste, y las lenguas tequezas en ma-molosi, ma-ton^a y ma-loenga. El grupo principal occidental se divide en los dos sub-grupos de los idiomas tunda y eovgo; al grupo iunda corresponden las lenguas hereró, lunda y longa, y al grupo coTigo las lenguas mpongve, hele, isubu y Fernando Po. En el grupo principal oriental ocupan el cafre el mediodía, el sechuana el centro y el teqüéza él hórté." El cafre se distingue por una abundancia de formas antiquísimas, y lo hablan los cafres, amacosas ó cafres fronterizos, los mMs y los ma-suasis. Estos últimos eran llamados por los basutos, hasta el año 1843,"baríii;^tisos, porque su cacique de entonces se llamaba Rapusa, c^íaao en el año 1860 se llamaba la gente del cacique Um-suásí, ma-suasis 6 ama-suasis. Al este de estos últimos se citan los ma-cansanas y al mediodía los vna-gholas. El idioma sechuana es hablado por los chuanes y | e divide en el sesuto, ó sea el idioma de los basutos, y íb& idiomas se-Jlapi y serolon. En los mapas regulares sp encontrará anotado un pueblo chuan casi exactamente á 25° latitud sur y 25° longitud al este de Greenwich. El tercer grupo ó tequeza lo coloca Bleek alrededor del golfo Delagoa y del rio Lorenzo Marques, con los idiomas afines ma-molosi, ma-ton^a y ma-loenga, que no siempre corresponden á los nombres geográficos de los mapas. Forma el tránsito al grupo oriental medio delmozambique ó zambesi el in-hambane con la población marítima del mismo nombre en el trópico. En el Zambesi inferior se encuentran Tete y Seña con los idiomas de igual nombre. Los dialectos de Sáfala, Q,uiliíimnse y Mé-rdvi, pertenecen al idioma sefM, y en geneyal al grupo zambesi el macuá y el quihiau, que hablan los ma-hiau {xa,hiau ó ve-iao). Los idiomas qui-camia y qui-suaheli. forman el subgrupo del zambesi del nordeste; el primero lo hablan los acampas, quinicas y quisamiala; éste lo hablan los vasambarastXL üsambala, y los íi*i-swaA«ZÍ. Los ««¿íocpmo* hablan el quipocomo,9&a de los anteriores. Entre los pueblos del grupo meridional central cita Bleek los bayeyes, que los chuanes llaman bahjopas; luego los baloyazis, mapondas (bapondas, ó bamapondas), bañencos, baiocas, baroises y bachuebas, es decir, que estos pueblos, con sus respectivos dialectos del mismo nombre, ocupan aproximadamente la cuencatidráulica del Zambesi superior. Los bayeyes viven junto al lago de Ngami. ^ . El grupo occidental se divide, según Bleek, en. los tres sub-grupos Bunda, Congo y Noroeste. Los idiomas bunda son: 1.' El ocM-hereró, que hablan los ¿««ios,, llamados también damaras. Las tribus occidentales de este grupo se llaman ova-hererós, y las orientales ommbandeherus. 2." Elfiííwfoíí^ú!,que hablan los (waíw^oí, ovactiímbis,' ovacuancheras, ovanguaruices ú ocaruces y los ocorongaces. 3.° El nano ó bénguaía, y 4." El cmngolaAe. Angola. Viene luego hacia el Gongo con sus dos dialectos, el congo y el mpongve. En el noroeste hablan el diquele los baqmks; el ^ettga en las islas de Coriseo; el duala ó cam^^n, y el idioma llamado Fernando Po. Todos estos pueblos é idiomas forman un grupo idiomático de la clase de los pronominales-prefijos,, que comprende asimismo las familias idiomáticas meifa y gor. . . . . • ' Federico Mueller, que en el fondo concuerda con Bleek, caracteriza mejor que ningún otro autor lingüista todos estos idiomas, que son los tipos más perfectos de la construcción llamada aglutinadora. Según él son suaves y armoniosos al oído, y las palabras polisilábicas. Casi todas las sílabas están compuestas de conso- EL MUNDO ILUSTRADO. nante y vocal, acabando siempre en esta última. Las radicales de que están compuestas las palabras, son también polisilábicas, excepto alg-unas relativamente más modernas que son monosilábicas. Las formas gramaticales resultan de la colocación de los elementos por delante, es decir, como prefijos, y rara vez por sufijos (ó afijos). De ahí viene una riqueza verdaderamente asombrosa de formas, tanto que el cafre tiene nada menos que 8 pretéritos imperfectos, otros tantos pluscuamperfectos, etc., siendo la aglomeración tal, que las palabras más largas se descomponen fácilmente en sus elementos, con la particularidad que el pronombre ó el artículo del sujeto de cualquiera oración se repiten en los demás miembros de la misma, es decir, en los adjetivos, verbos y oraciones relativas, si bien en formas abreviadas, como de omu el, la, se repite solamente v, ii ó m; mas como hay en el zulú, por ejemplo, 14 y en otros dialectos cafres hasta 16 artículos y pronombres demostrativos del singular y otros tantos del plural, formando todos con sus abreviaciones ,un verdadero ejército, debería resultar para el extranjero una confusión grandísima; pero muy al contrario, le facilitan mucho la comprensión al paso que preservan el idioma de alteraciones y conservan á sus vocablos su independencia y fijeza. En zulú, por ejemplo, es el artículo del nominativo singular í ó ¿ y el demostrativo este li ó simplemente I, y para decir: «nuestro hermoso país,» dicen: «el este ^áis, el mxestto, el este hermoso ó sea: i-li zoé V etu c-¿fjlé ó, en una palabra, ilizoeletuelijlé.>>Livingstone afirma que estas repeticiones constituyen hasta una ventaja de los idiomas bantu sobre los europeos. «Dan á cada oración, decía, una energía y claridad igual, y excluyen toda equivocación sobre su relación con la oración que precede, evitando también las dudas fastidiosas que resultan en nuestros idiomas europeos del uso de este y aquel ó el 'primero y el último, para fijar la relación á lo dicho anteriormente.» A pesar de esta opinión del célebre viajero, damos la razón á Bleek, quien considera estas voces siempre repetidas como un apéndice embarazoso, que arrastra los idiomas bantu como un peso muerto, que impide dominar la idea general del discurso. JUAN MONTSERRAT Y ARCHS. ¡Continuará). POR LUCIANO BIART. TRADUCIDO Vgf. PRANCSs POR DON MARIANO BLANCH. CAPITULO PRIMERO. En'el desierto. —¡Pelícano! ¡pelícano! •—¿Qué tú querer, masa Celestino? —Poca cosa, amigo mío; que tengas compasión de tus piernasy de lasmias, que moderes el paso. Hace seis horas q.ue estamostrepando, y empiezo á creer que vamos á encontrarnos de repente en las regiones de la luna. —Nosotros no, subir tanto, por fortuna, masa Celes^ tino. 687 —¿Y por qué no, muchacho? Después de haber recorrido el Yucatán, la Misteca, la Huasteca, Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas, Nuevo Leonj en una palabra, todos los Estados que, según dice nuestro amo, forman la república mejicana; después de haber escalado diez veces las montañas de la gran Cordillera, lo que, sea dicho entre paréntesis, nos ha obligado á bajar por ellas igual número de veces; después de habernos bañado sucesivamente en las aguas del océano Pacífico, del océano Atlántico y del mar Bermejo, no veo inconveniente en que nos remontemos á las regiones de la luna. Esto nada tendría de extraño, y estoy seguro que nuestro amo nos llevaría allí sin titubear si creyese encontrar en tales regiones una planta, una concha, un insecto ó un cuadrúpedo desconocidos. —Sí, él gustar mucho de los animalitos. —También le gusta.n los animalazos. Pelícano; bien lo sabes tú. Aunque el doctor Pedro sólo nos dirige la palabra para regañarnos, hemos de confesar que en medio de su fingida indiferencia nos quiere como si fuésemos hijos suyos. —Mientras nosotros hablar, el amo .estar ya allá arriba, dijo Pelícano levantando los br^z.C(^' é indicando la cima de la montaña que iban subiendor —Tienes razón, Pelícano, tienes razón. Apretemos el paso; pero naveguemos de conserva, cual viejos marinos, ya que éste es nuestro oficio: no me gusta ir rezagado. I Los dos interlocutOFi^s, que marchabah con dificultad por ir cargados con ufla especie de mochila, volvieron á emprender su penosa ascensión. En el momento que los presentamos al lector recorri?in un terreno pedregoso sin la menor traza de sendero, en el que sólo medraban contados cactos. Seguíales un enprjgae perro mastín, con las orejas caídas y sacando un palmo de lengua. Dientes de Acero (con este nombre había ¡sido bautizado el perro en cuestión), tenia por amos -desde sunacimiento á Pelícano, negro de pura raza, á .pesar de ser hijo deja Martinica, y á Celestino, un parisiense lanzado por los caprichos de la fortuna a l a vida del mar y más tarde, por una de las contingencias de lu oficio, á las costas del Yucatán. Alto, robusto, siempre alegre. Pelícano vestía pantalón y chaqueta de ante, lo mismo que su compañero, y ambos calzaban largas polainas para librarse de los espinos y de las de mordeduras de las serpientes. Los dos viajeros parecían todaví?, jóvenes; pero en la negra y ensortijada cabellera del más pequeño, es deoir, de Celestino, asomaban ya algunas hebras de plata. Su dulce, franco y bondadoso rostro sólo se diferenciaba del de Pelícano por cierto aire picaresco. Los dos amigos,—y para convencerse de que lo eran bastaba fijarse en las miradas de inquietud que entre ellos se cruzaban cada vez que la cuesta ofrecía algún peligro,llevaban' á la bandolera una ligera escopeta de dos cañones, y de su cintura colgaba el gran cuchillo de caza mejicano, el machete, indispensable para cuantos se aventuran en las selvas -vírgenes. —Doctor pasar por aquí, dijo de repente Pelícano señalando un tronco de árbol caido de puro viejo, que estaba desprovisto de su corteza, —Sí, contestó Celestino, y debe haber hecho algún descubrimiento, pues ha descortezado completamente este árbol añoso. ¡Uf! añadió el ex-marinero. ¡Nunca acabamos de llegar! Cuando navegábamos á bordo de la Joven Amalia, Pelícano, teníamos la ventaja de que el buque andaba por nosotros. , —Sí, pero un día oscuro, oscuro. Joven Amalia estre*Uarse en las rocas y nosotros caer en el mar. , 688 EL MUNDO ILUSTRADO. —En, cuyo fondo dormiría desde hace quince años, camarada, si no me hubieses pescado con riesgo de tu vida. —Tá pescar á mí, masa Celestino. —Yo creía, Pelícano, replicó éste en tono severo, que no volverías más á la carga; que había quedado establecido que el pescado fui yo. Dos ó tres silbidos lanzados desde la cima de la montaña pusieron fin á esta conversación. —Amo llamar, dijo Pelícano. Celestino cogió un silbato de plata que pendía de su cuello y sopló con toda su fuerza. Esto probablemente era una señal convenida, pues todo volvió á quedar en silencio, reanudando su ascensión los dos ex-marine- PALESTINA.—Tumba en Kedes. ros. Transcurrida media hora llegaron á la cima de la montaña, encontrándose en medio de un bosque de abetos. Detuviéronse un instante para cobrar aliento, lanzando curiosas miradas en torno suyo. Por todos lados veíanse árboles derribados y cubiertos, al igual del suelo, de una espesa capa de musgo verdinegro. Sobre aquella sombría alfombra descollaban de trecho en trecho florecillas rosadas, especie de geranio silvestre. De repente Pelícano señaló á su compañero una ancha entalladura acabada de practicar en el tronco de un árbol, indicio para ellos del camino que habían de seguir, pues en el acto entrambos se metieron en las profundidades del bosque. La montaña terminaba en un cono abrupto; de consiguiente, después de haber adelantado unos diez pasos, Celestino y Pelícano se encontraron sobre una pendiente tan escarpada como aquella que acababan de subir; pero á la sazón se trataba de bajar. El descenso fué muy rápido, habiendo sido arrastrados nuestros conocidos por su propio peso y guiándose de trecho en trecho por las entalladuras que EL MUNDO ILUSTRADO. ofrecían los troncos de los árboles, especie de jalones dejados por su amo. Pasado el bosque de abetos, los dos amigos se encontraron en medio de un robledal, y luego en una meseta, donde les estaba esperando su amo, el doctor Pedro Brigaut. Éste se mantenia en pié, apoyadas las manos en el cañón de una larga escopeta. Vestido con una chaqueta de caza color de castaña, un chaleco de tela gris y un pantalón de la misma estofa, cuyas extremidades iban metidas en unas polainas de cuero, llevaba un paquetito y además la caja de hojalata, inseparable de todos los naturalistas. Habia tirado al suelo el sombrero de paja de anchas alas, dejando ver su ancha frente completamente calva. Alto, con los ojos pequeños, nariz larga y aguileña, boca g r a n d e , con todo sus facciones e x p r e s a b a n tanta i n t e l i g e n c i a , su penetrante mirada era tan dulce, que en seguida se adivinaba al hombre de bien. Y en efecto lo era, aunque sabia ocultar su sensibilidad natural bajo el manto de la ironía; pero sus palabras, á veces amargas , bruscas, sólo engañaban á aquellos que no le con o c i a n íntimamente. En el momento en que aparece á n u e s t r o s ojos, el doctor Pedro hallábase completamente abstraído, explicándose su éxtasis . al fijarse en el panorama que tenia delante. Una serie de picos que iban disminuyendo gradualmente, semejantes á los peldaños de una escalera gigantesca, terminaban en el litoral bañado por las aguas del golfo de Méjico, litoral que, á causa de su temperatura abrasadora le ha valido el nombre de Tierra Caliente. A sus pies revoloteaban águilas, buitres negros y sarcoranfos; un poco más abajo milanos, trupiales, vencejos cubrían la atmósfera; más abajo aun volaban aparejados innumerables loros, y luego divisábanse espesas sábanas de verdura que se extendían hasta las orillas del golfo de Méjico, de esa inmensa caldera donde nace el Gul/Siream, cuyas cálidas ondas se desparraman hasta las costas de Francia, de Inglaterra y de Irlanda, y derriten los hielos de la Groenlandia. Tan abismado estaba el doctor en su contemplación, que sus dos criados pudieron acercarse, dejar la mochila T. VII. ;nniMEnA S É U I E ) . — T . U I , (SEGUNDA S É M E ) . — 8 7 . ém en tierra é instalarse á su lado sin que al parecer lo notara. Los ex-marineros de la Joven Amelia, aunque acostumbrados al espectáculo grandioso que ofrece la Cordillera, á su vez enmudecieron y quedaron inmóviles ante aquel magnífico horizonte. El sol iba descendiendo á su ocaso, y las sombras invadían el oriente. De las profundidades que nuestros tres conocidos dominaban partían los mil extraños ruidos que á la hora crepuscular interrumpen el imponente silencio del desierto. Un rugido lejano de bestias feroces puso sobre aviso á Dientes de Acero, el cual se hallaba sentado gravemente al borde de la barranca, contemplando el espacio, pestañeando y boste-. zando. —¿Qué sucede? dijo el doctor cual si acabase de ser despertado de improviso. ¡Ah! ¿habéis llegado ya, haraganes? añadió encarándosecon sus dos criados. Hace más de u n a hora que os estoy esperando. —Camino muy fatigoso, objetó Pelícano. —Y las cajas pesan mucho, añadió Celestino. El doctor se encogió de hombros como si compadeciese á aquellos dos s é r e s , se frotó el cráneo con la palma de la mano derecha, y nuevamen • te fijó sus ojos en el espacio. —¿Dónde nos encontramos , señorV preguntó Celestino; ¿lo sabe usted? —Sí, sí, contestó el doctor, pues por segunda vez contemplo este panorama. Extraño animal es el hombre, añadió como si hablase para sí; á la vista de este paisaje despiértanse mis recuerdos, vuelvo á ver el pasado, y me siento conmovido, no puedo menos de confesarlo. —¿Estaré desmemoriado? dijo Celestino después de haber vuelto á examinar las alturas que les rodeaban y dirigiéndose á su amigo. Dime, Pelícano, ¿recuerdas por acaso haber pisado antes esta meseta? —No, masa Celestino, contestó el negro. Nosotros jamás venir aquí, estoy seguro de ello. —Todavía no os conocía, amigos míos, replicó el doctor, cuando visité por primera vez esta parte de Méjico. Acababa de llegar de Europa, de Francia, que abandoné... El doctor no continuó su relato: Celestino y Pelícano no se atrevían á respirar, temerosos de disgustarle. 690 EL MUNDO ILUSTRADO. Desde mucho tiempo atrás sabían que su amo había perdido á su esposa y un hijo que adoraba; que por aquella época, á consecuencia de reveses de la fortuna, habia desaparecido su único hermano, sin haberse sabido jamás de él; sabían que á causa de este triple infortunio el doctor habia cobrado aborrecimiento á los lugares que algún día fueron testigos de su felicidad, y que se había embarcado para Méjico á fin de dedicarse exclusivamente á los estudios de la historia natural y para buscar en la vida activa, accidentada, peligrosa de los viajes de exploración, si no el olvido, siquiera un lenitivo á los sinsabores que desgarraban su alma. Sabían también que bajo la brusquedad y la misantrcpía aparentes del doctor, se ocultaba el alma más tierna El doctor Pedro hallábase completamente ab:itraido, y sensible que jamás hubiese animado humano cuerpo, y durante los quince años que viajaban juntos, Celestino y Pelícano hablan tenido ocasión de convencerse del inmenso afecto que su amo les profesaba bajo un exterior rudo y exigente. Transcurrieron diez minutos: el primero que interrumpió el silencio fué Dientes de Acero, que lanzó un aullido. —i Cállate! gritó el doctor. Este maldito animal siempre tiene el talento de hablar fuera de propósito, lo mismo que los hombres. Si uno de vosotros quisiese obedecerme, poco tardaríamos en vernos libres de este alborotador. —Es más difícil de lo que usted cree, señor, el deshacerse de Dientes de Acero. ¿Ha olvidado usted por ventura que el nombre que lleva lo debe á haber roto con sus colmillos la cadena de hierro que le sujetaba después que nos fué robado? Dientes de Acero es de la misma madera que Pelícano y que vuestro servidor; si usted le despide, volverá á buscarle y le encontrará, pues le quiere. —Siendo así, lo que debe hacerse con él, objetó el naturalista, es arrojarle en el fondo del primer rio que vadeemos; pero mientras llega esta ocasión, no descuidéis su pitanza, pues el muy taimado cuando vivaquea se olvida de proveer á su subsistencia. —El pobre empezar á ser viejo, repuso Pelícano, y gustar de un buen fuego. — ¡Viejo! ¡viejo! repitió el doctor. En efecto, tiene diez y seis años. El tiempo vuela, y nos deja helados, tristes, lo mismo á los hombres que á las bestias. Pero, ¿quién de los dos preguntaba poco há dónde nos encontramos? —Yo, mi amo, dijo Celestino. —Nos encontramos, querido, en el límite de la tierra de los mistecas, y vamos á penetrar en el de los antiguos totonaques, es decir, en la provincia de Veracruz, la cual recorrí de un extremo á otro á mi llegada á Méjico, hace diez y ocho, años. Si no ando equivocado estamos á cuatro jornadas de la Halconera, hacienda donde viví tres años en compañía del hombre más inteligente y más bueno que he conocido en mi vida, el mestizo José. —¿Entonces, señor, preguntó Celestino, tenemos el mar delante de nosotros? —No, muchacho, no; el mar está á nuestra izquierda; delante de nosotros se encuentra el Yucatán. —¡El Yucatán! repitieron á un tiempo Celestino y Pelícano. —1 Ah, hijos mios! veo que este nombre exalta vuestra imaginación. Recordáis el valle de las Palmeras, esa Cápua donde perdimos diez años preciosos. Vivíase muy bien en el palacio de Edén. Ninguna ocupación más que beber, comer y dormir, tres cosas en que sois maestros consumados. —Efectivamente, este nombre despierta mil recuerdos en nuestra mente, repuso Celestino sin que al parecer se hubiese fijado en el arranque de su amo. Las costas del Yucatán fueron testigos de nuestro naufragio; allí le conocimos á usted; allí, como acaba usted de recordar, fuimos huéspedes de don Pedro Aguílar; allí nos confió usted la educación de Unac, el pequeño tolteca que luego casó con la señorita Camila. ¡ Ah, señor! ¡cómo le querían á usted en aquella casa y cuánto gusto tendrían en volverle á ver! —Pchs, profirió el doctor, ¿quién se acuerda de mí? —Don Pedro, la señorita Camila, el pequeño Unac, dijo Pelícano; yo estar seguro de ello. —De lo que yo estoy seguro, replicó el doctor, es que apenas se haya puesto el sol nos vamos á helar en estas alturas, pues gracias á vuestra falta de precaución carecemos de leña para encender fuego. —Permítame usted, mi amo, que le haga otra pregunta, dijo Celestino: ¿volveremos al Yucatán? El doctor se acarició la barba, se sobó el cráneo, miró con aire socarrón á sus dos criados, como si disfrutara con la ansiedad que les devoraba. —Vamos á la Halconera, dijo al fin, donde me propongo estrechar la mano á mi antiguo amigo José, á no ser, añadió frunciendo el ceño, que la muerte haya segado su existencia. Nos detendremos un mes en aquel sitio para descansar de las fatigas del dilatado viaje que acabamos de llevar á cabo, y para ordenar los tesoros científicos recogidos desde Tehuantepec. Luego, si no lo tomáis á mal, antes de embarcarnos para Europa volveremos al Yucatán y recorreremos el valle de las Palmeras: vosotros me guiareis, ya que soy vuestro amo y debo obedeceros en todo y por todo. EL MUNDO ILUSTRADO. Celestino y Pelícano cambiaron una mirada de inteligencia y á un tiempo se apoderaron de las manos del doctor. —Bueno, bueno, holgazanes, dijo éste; dejadme tranquilo y disponed nuestro vivac. Pelícano y Celestino se acercaron á un tuya á cuyo pié habían dejado sus mochilas y empezaron á recoger ramas secas. De repente suspendieron su tarea, escuchando sorprendidos: una detonación lejana acababa de resonar bajo sus pies, detonación repetida sucesivamente por los ecos de la cordillera. Traducido delfrancés por MARIANO BLANCH. 691 establecióse en Munich, donde pintó en el taller de Herschelt muchos de sus cuadros sobre los dibujos que habia reunido durante la expedición al Turquestan y en su viaje hasta la frontera de China. En 1874 hizo un viaje á la India inglesa, y el año pasado sorprendió al mundo con su exposición de cuadros, en los que se revela al gran artista independiente y con escuela propia.—R. EL HUERTANO. DIBUJO DE EUGENIO GIMENO. (Continuará), (Véase el grabado de la página 692). COMPRA DE UN ESCLAVO EN EL TURQUESTAN. CUADRO DE WASILI WERESCHAGIN. (Véase el grabado de las páginas 684 y 685). Esta escena de la vida mahometana habla j)or sí y no necesita explicación; pero sí merece el aüto^ del cuadro que digamos algo de él, por ser un tipo extraño entre los artistas, muchos de los cuales pieiisán que ciertas singularidades y extravagancias forman parte de su carrera. Este pintor ruso, hijo de un rico propietario de Cherepovets, en la provincia de Novgorod, y de madre tártara, surgió súbitamente á la escena con una exposición brillante de cuadros suyos que presentó hace apenas un año al público en las principales capitales de Europa, representando escenas de la última guerra turco-rusa, de la expedición militar rusa al Turquestan, y otras de la vida oriental, que habia hecho en un viaje hasta la frontera china, y en otfo á la India inglesa. Las escenas de la guerra tiomólas todo el mundo por uüa protesta muda de un gran filósofo-artista contra ésaá matanzas ordenadas y organizadas por soberanos guiados por motivos que isi existen, los infelices subditos no llegan á conocerlos nunca, ó á lo más al cabo de algunos siglos. Wereschagin niega que éste sea su objetó, pero en su catálogo pone por título á un cuadro qué representa una pirámide de cráneos que mandó erigir ün jefe turquestan con las cabezas de sus enemigos muertos en las guerras que sostuvo: «Apoteosis de la guerra. Dedicada á todos los vencedores pasados, presentes y fu-, turos.» La realidad de los cuadros de Wereschagin es espantosa en todo y por todo, porque.hasta los mendigos mahometanos acurrucados á la puerta de una mezquita halos pintado no solamente tales como son sino hasta con su pasatiempo asqueroso dé matar los insectos parásitos que pululan en su ropa y cabeza despeinada. Hé aquí cómo hizo su carrera el artista en que nos ocupamos: Hasta la edad de 17 años estudió en^ la Academia de marina de San Petersburgo, que dejó con el grado de ofibial; de allí pasó á la de Bellas Artes de la misma capital, pero no gustándole la atmósfera clásica, se fué al Cáucaso y á Tifliá, donde dibujó al natural y sólo al lápiz, los objetos que más le gustaban. En üh viaje que Ihizo después por Alemania, Francia y España, aprendió la aplicación y el valor de los colores; quedóse á fines de 1864 en París, donde estudió el colorido en la escuela de Bellas Artes bajo la dirección del célebre pintor orientalista GérOme, En 1871 El grabado que ofrecemos en este número á nuestros favorecedores con el título que sirve de epígrafe á estas líneas, representa uno de-los tipos privinciános españoles más clásicos, que mejor se adapta al suelo que los ha visto nacer ¡y á sus costumbres, y que con más pureza y hermosura se conserva en esa feraz y prodigiosa tierra dé MÚ|icia, cuya vega no tiene rival en el mundo por ía riqu^a.y variedad,de flores y frutos. Allí puede admirarse bajo un cielo azul purísimo, que los trigos se anticipan á los demás de España, formando mares de espigag.que, agitadas por el viento, constituyen ondas, vihie!ní|o á estrellarse sus rompientes contra los innumerables troncos de las copudas moreras, cuyo cultivo tanto, importa á la comarca y es una de sus principales riquezas, empíeíindose la hoja para la cria de los gusanos de seda; cosecha muy trabajosa aunque corta pero de grandes fendimentos. Hay además magníficos naranjos, granados,, ciruelos, melocotoneros, almendros, en una palabra, toda la rica vegetación propia de los países templados, frutos que son explotados con la laboriosidad é inteligencia que caracteriza á.sus huertanos. Uno de ellos ha servido dé tipo al inspirado lápiz del joven y distinguicio pintor don Eugenio &imeno, y creemos que con dificultad puede hacerse dibujo más acabado que el que tenemos el gusto de presentar á nuestros suseritores. Son los huertanos el verdadero tipo de la raza africana, modificado algún tanto por la civilización del país en que habitan; gesneraimente de estatura elevada, de constitución robusta, revelada por el moreno subido del color de su piel, po-r la expresión de sus negros y rasgados ojos y un todo varonil en su apostura, que da á entender la fuerza y la energía, condiciones que gustan sin duda poner de relieve por medio del traje, que consiste, como concienzuda y fielmente representa el dibujo, en zaragüelles de lino blanco muy anchos, que llegan muy poco más abajo de las rodillas dejando ver por consiguiente sus nervudas piernas apenas cubiertas por medias de trabilla; los pies calzados con la ligera alpargata, sujetada por cinta de color vivo al cuello de la pierna. La camisa, también de lino blanco, es notable por su gran cuello pasado por un solo botón; viene luego la indispensable faja que rodea la cintura y sirve como de almacén donde el huertano vá depositando el pañuelo, la petaca, el dinero y todo aquello que tiene miedo de ;^erder; el chaleco de seda de vistosos colores es sumamente corto y sólo por lujo Uevft botones de plata labrada, ó filigranada, porque apenan si uno solo es el que se abrocha: en verano no usan chaqueta, pero en invierno la gastan de pana negra muy corta y con manga muy estrecha: por fin, un pañuelo de seda rodea su cabeza viniendo á sujetarse al lado derecho de la ,,f EL HUERTANO.—DIBUJO DE EUGENIO GIMENO. (Véase la página 691). 2L MUNDO ILUSTRADO. SAVONAROLA PREDICANDO CONTRA EL LUJO. FRAGMENTO CENTRAL DE UN CUADRO DE L. DE LANGEMANTELS.—(Véasela página 691), 693 694 EL MUNDO ILUSTRADO, frente por medio de un lazo grande, y sobre este pañue- César victorioso á un papa. La manía trascendía también lo vá ó bien el sombrero de fieltro con grandes alas, fuera de los límites del arte; los señores juraban contipara defender la cara de los rayos del sol durante el nuamente por Jove, hablaban siempre de la muerte bajo trabajo, ó la clásica monterilla de terciopelo negro, que las ifnágenes de la Parca traidora ó del Orco infausto, y es lo más característico de su traje. Tanto én invierno procuraban que los actos de su vida semejasen algo á la como en verano nunca olvida el huertano su manta, vida egoísta y alegre de los romanos y griegos. en invierno para preservarse del frió y en verano como En medio del furor clásico, y en Florencia, apareció verdadero comodín que para todo sirve, lo mismo para el fraile dominico Jerónimo Savonarola, enemigo el más ir depositando en el cugujon sus compras que para otros encarnizado del Renacimiento. Fuera de su centro entre múltiples y variados usos. El dandy más elegante no aquella sociedad corrompida j pói^ su manera de pensar tiene la variedad de bastones que cualquier huertano: basada en los dogmas y las leyes del cristianismo, no es objeto que nunca abandona, tanto al dirigirse al por eso deja de ocupar un lugar grandioso en aquella campo como á su regreso y cuando para sus negocios época. Sus sermones inspirados atraían gentío numetiene necesidad de trasladarse de una á otra población; roso de todas las clases, tanto en la iglesia del convento cada vez lo escoge al azar d^ cualquier arbusto ó árbol de San Marcos como en la severa catedral. Cada una de de los que existen por las orillas de las acequias. Preci-i sus oraciones causaba una revolución én ía ciudad y sámente trasladándole á alguna población para su ne- exacerbaba las enemistades de, los dos bandos que se gocio es como ha querido representar "el señor Gimeno formaron: la de los tiepidi (tibios) ó cortesanos disolutos al huertano y lo há conseguido; su estudio ha sido tan y la de los piaffnmi (llorones) ó pSííMdarios de Savodetenido que no falta el más mínimo detalle que lo dé narola. á entender. A pesar de lo difícil del asunto lo ha exCombatió el célebre dominieo contra la corrupción puesto con la ruda verdad de su actitud, de su traje y genefal éh todas sus manifestaciOifeSi A la literatura hasta del terreno que pisa.---J. R. V. pagana oponía la poesía bíblica, que cenocia y mentaba muy á-menudo, con sus itnágenes grandiosas y sus comparaciones siempre bien halladas. A l a escuela filosófica, que entonces estabaformándose, de los sostenedores de la fe por la razón humana, contestaba Savonarola: SAVONAROLA PREDICANDO CONTRA EL LUJO. «De nada sirve la coüfirmacitin dé l a r a z o n ; tomadla FRAGMENTO CENTRAL DE UN CUADRO DE L. DE LANGEMANTELS. leyycreedla sencillamente; tratáis de hacer como David que al ir á matar á Goliat quiso toinai: las armas de Saúl, mas no'podía moverse con tanto peso; entonces cogió sus piedrasysu honda y venció.» Cp^é^ser^igral^ado dé la página 693). Quería preparar el triunfó del arte, la "poesía y la fe La oratoria religiosa estaba en el siglo-xiv y princi- cristiana' paí-á uína era ííueva s^ue debía ser comenzada pios del XV muy lejos del estado brillante á. que la lle- por él en aquel siglo xvi y en:FlópeJiéia|i^ este objeto varon nuestros místicos del siglo de oro ó de los Austrias. tendían todos sus esfú-érzóSé El arte, qüé'tanta imporExceptuando á san Vicente Ferrer, que por algún tiempo tancia tenia en aquélláíS cortesítáMaáas; debía ser esenconservó,la magnificencia y la unción de la verdadera cialmente cristiano, següü Savonattíla. ¡^No reside la oratoria religiosa, todos los predicadores descendían á belleza sólo en lá armonía dé las líneas, decía, sino en nimiedades y hasta á ridiculeces indignas del templo. el perfume espiritual que las aninia; dos táujeres igualGomólas lenguas romanas ¡aun no estaban completa- mente hermosas, pero desiguales én virtud, son apremente, formadas, mezclaban en sus oraciones el idioma ciadas de una manera diferente hasta por los hombres propio ¡con el latín, acompañándolas con gestos indeco- más sensuales. Ahí éstáel verdadero arte; ño en desnurosos ó exagerados que hoyj relatados con la espontánea deces lúbricas, S'inó en ideas y SfentíTaiéotos grandiosos.» sencillez de las crónicas, nos parecen esencialmente Tratando de música, quería desterrar del uso general ridículos. las canciones obscenas que entonces- abundaban y susMas.Uégó el Renacimiento, y con él se infiltraron tituirlas por los hermosos cánticos de la Iglesia, tales aficiones al paganismo gfíego y romano en? todas las como el Feni creaiorjél -Am «»«mííeZ2a. Llevaba casi clases sociales. En las cortes italianas fu4 donde alcanzó siempre consigo Tutt cráneo de marfil para recordar hasta mayor iniportaneia, el renacimiento dé. lo clásico, no con el gesto lasivaaiídade» efímeras del mundo. Imitando librándose del contagio ni aun la corte pontificia; con él al Divino Mae»troíy;Í?«í»«ía dU losn0os, y decía poéticreció el desorden délas costumbres y la corrupción ge- camente que ««1 alma inmaculada' de< un niño conserneral. El clero seguía la corriente y su perversión pro- vado puro, recibía las visitas de los ángeles que le vocó la necesidad de una reforma; quisieron verificarla, :eommnicaban «seteig'tes é inefabl'es inspiraciones.» Dulos luteranos exagerándola y saliéndose de la Iglesia, rante tres' aüosi/consfecutivos se hicieron en Florencia de modo que fué la suya una falsa reforma. Después fué procesiones de desagravios por Carnaval, dirigidas por dispuesta sabiamente por la misma Iglesia ortodoxa, él. Los tiepidi, éi,;pe&ar de que contaban en sus filas los cortesanos y la nobleza, no se atrevieron á turbarlas, representada en el concilio dé Trento. Florencia fué la cuna del Reiiacimiento, desde cuya temerosos de los partidarios! de Savonarola que eran en ciudad;se desparramó por Italia y después por Francia, número imponente. .En una de aqiiellas procesiones se España, etc.; en Florencia también alcanzó su mayor quemaron multitud de figuras y libros deshonestos, que esplendor durante el gobierno autoritario de los Medi- se denominaban sin distinción anatemas y qué fueron éis. Los pintores y escultores se dedicaron á estudiar los recogidos de casa en casa por multitud dé niños enviamodelos de la antigüedad en busca de aquella pureza dos del dominico. Los trabajos de los influyentes señores de formas del arte clásico en el cual cifraban todo su tiepidi, ayudados por las calumnias más infames, lograideal; los poetas resucitaron la mitología pagana é imi- ron que se resfriase algo el entusiasmo por fray Jerónitaban al pulcro Horacio, al descarado Ovidio ó al agrio mo ; y valiéndose de la apatía general, asaltaron un día Juvenal, y tanto era su amor por los antiguos paganos, el convento de San Marcos, donde aquél vivía, y le que llegaron i comparar con Júpiter Olímpico y con hicieron condenar á muerte por delito de alta traición EL MUNDO ILUSTRADO. y por haber pretendido turbar la paz de la república. De manera tan inicua cayó aquel hombre que parecía destinado á remover y cambiar el rumbo de la civilización. Ni el espacio ni el momento son propicios para discutir el significado de fray Jerónimo Savonarola dentro de lalg-lesia y de la sociedad; mas los homenajes que le rindieron sus contemporáneos y sus descendientes, prueban que, si no por sus tendencias, merece por su talento ser puesto entre los grandes hombres, del comienzo de la época moderna. Entre sus admiradores contaba al célebre Pico de la Mirándola, docto en todas las ciencias de su tiempo; al canónigo Benivieni, ingenio universal que á pesar de ser amigo de los Médicis publicó una defensa de Savonarola; al humanista Ángel Policiano y á san Felipe de Neri, que tenia en su celda una imagen del monje ñorentino rodeada con el nimbo de los santos. Rafael de Urbino hizo la apoteosis de fray Jerónimo colocándole entre los doctores de la Iglesia en la Visita del Sacramento, y su efigie circuló en millones de medallas y retratos con un mote que decia: doctor y mártir. Un joven pintor alemán, el señor L; de Langemantels, ha compuesto el cuadro titulado Savonarola predicando contra el lujo, cuyo fragmento central vá reproducido por el grabado de la página 693. Eepresenta este fragmento al gran predicakior> de pié sobre una itarima en la catedral, mientras haée un sermón. Cubierto con la Cándida vestidura de su orden y alargando una de sus manos escuálidas con un gesto lleno.de dignidad, mientras con la otra sostiene la calavera y el. rosario, está hablando contra el lujo y la disipación de la época. Por entre los pliegues de la oscura capucha se ve su cara macerada por la penitencia, en la que brillan los ojos levantados hacia el cielo, como dos ¡cirios encendidos en una cripta románica. A su entorno los pecadores lloran lágrimas de arrepentiniiento, las hermosas damas deponen á sus plantas los lujosos arreos que eran aguijón de la carne ó besan la orilla de su burdo sayal para purificar sus labios manchados por el pecado, y los devotos contemplan extaSiados aquella faz en que brilla la celeste llama del Esplr|tu Santo.—J. M. F. EL CASTILLQ D É LY P ^ K (1). (DEDICADA Á CARLOS FERNANDEZ En el fondo del valle, junto al río Cuya corriente gime cadenciosa, Hay á los pies de un áíamo ^onibrlo Entre el menudo césped una Ibsa. Duerme allí, la mujer que en hora impía El conde de Lydek robó cobarde, Bella como el éiíbor del núevó día, Pura como la estrella de 1^ tarde. Jamás á sus pesares la arrancaron La súplica ó él ruego o l a aména¿a; Los dias y las noches la encontraron Llorando la deshonra de su raza. ' Y al fln murió de padecer rendida: Del tibio sol ante la luz naciente Triste inclinó, como la flor herida, Sobre su pecho la nevada frente. (1) Leída en el Ateneo de MacTrW en U Ss laarzo de 18^. SHAW.) 695 Y entonces, al mirar desvanecidas Sus quimeras de dichas destrozadas, Dos lágrimas surcaron encendidas Del conde las mejillas atezadas. Pero pronto, feroz, borró las huellas De aquel dolor por sus pasiones locas: Más que en su faz las lágrimas aquellas Dura el rocío en las salvajes rocas. Que pronto puso á su quebranto vallas, Y después, olvidados sus enojos, Mojó su faz la sangre en las batallas Pero no el llanto del dolor sus ojos. II. Era una tarde triste; tarde llena De luz y de quietud; calma sombría Por el espacio azul, se dilataba; Ni una rama en los bosques se movía. Ni un rumor en el valle se escuchaba: Sólo la voz sonora del torrente Que ante los pardos muros de granito Irritado fruncia su cOrrientej Sonaba á veces como humano grito, Á veces cual conjuró misterioso O maldición, ó queja lastimera; Viajero eterno que buscaba ansioso. No encontrando descanso, éh su carrera, El ancho mar como üriico reposo. Gosvinda de Lydek, junto á la ojiva Del gótico salón bordaba en tanto, Y era su mano ter¿á y naéaradá Pasando por las flores del bordado l<a mariposa que inconstante liba La trémula corola perfumada De las flores que brotan en el prado. En cercano sitial, la altiva frente Sobre la izquierda mano, y apoyada La fuerte diestra sobre el ancho cuello De un enorme mastín, ávidamente Un joven caballero contemplaba De la rubia condesa el róstfo'bélloQue de dolor y sombras se empañaba. Al ñn la frente aleando, cuál movido Por súbito valor, con Calma horrible Exclamó y con acento comprimido: — «No manchará mis labios un reproche. Lo habéis dicho, condesa; es imposible; Es que no quiere Dios; parto esta noche.» Una lágrima entónces^en losojos De Gosvinda brilló; su voz sonora Vibró anhelante entre sus labios rojos, Y — ¡ triste—dijo—la üiujer qXie adora I La que insensata el eórtrz'ón entrega ' Al primer hombre que su'amor implora Y ansiando amor hasta sus plantas Ilegal ' Bien sabes que cual yo nadie ha adorado, Que es tu amor, para mi pecho enamorado. Lo que la aurora del naciente dia Es á la flor del valle abandonado. Si eres noble, cual yo, según tú dices, -^ Habla á mi padre;-á nuestro amor, segura Estoy que ha de acceder: ¡me quiere tanto! ¿Qué padre deja que huipedezca el llanto De la hija amada la mirada pura? Una sonrisa amafga> al par que altiva. Del caballero el pálido semblante Iluminó, brillandb'fug'i'líiva; " Y después con acento palpitante. Con el acento ardiente-y misterioso De la pasión que comprimida estalla Deshaciendo en su curso proceloso El fuerte dique y la segura valla: —«Sarcasmos, dijo, de la suerte impía: Ni yo á tu padre pediré tu mano. Ni el conde Osear tu mano me daría Aunque á sus plantas me postrara en vano. ¿Quién mi nobleza y mi Bolar le fia? EL MUNDO ILUSTRADO. 6% ¿Quién soy ante sus ojos altaneros Para enlazar al mió su linaje? Uno más entre tantos caballeros Que vengadores del ajeno ultraje Varian de castillo y de bandera, Cual cambian, al llegar la primavera, Los hambrientos milanos de plumaje. Mi patria está muy lejos, ¿quién conoce De donde viene el ave de los cielos? Tu padre mi linaje desconoce Y el blasón que ilustraron mis abuelos. MÍO es Oñate y Alburquerque es mío, Peñaflel, Belorado y Ponferrada Me declaran pechando señorío Y aumentan con sus huestes mi mesnada. Conde soy en León y en las Castillas, Reyes tengo por deudos, y en la tierra De bravura y honor, donde he nacido Soy amado en la paz, y soy temido Cuando resuena mi clarin de guerra: Mas desterrado en extranjeros lares, Nada aquí son mi nombre y mis riquezas, Tu padre aumentaría mis pesares, Acaso en su delirio me insultara, Y yo, Gosvinda mia, te perdiera. Por cruel, si mi mano lé matara, Y por vil si tu amor me contuviera.» Su faz pálida y bella, , Su hermosa faz, que el llanto humedecía^ Como á la flor la lluvia del estío. Ocultó entre sus manos la doncella Mientras con labio trémulo decia: «¿ Cómo oponernos al destino impío ? ¿ Qué puedo hacer contra la dura suerte Por tu amor, que es mi vida, Ñuño mió?» «¿Qué que puedes hacer? ] Lo puedes todo ! Si tu pasión á mi pasión iguala. Huye conmigo hasta mi patria; el cielo Es allí más azul, más luz exhala El encendido sol sobre aquel suelo. Son sus noches serenas más rientes, Y sus flores más bellas, Y ecos tienen más dulces sus corrientes Y fulgores más claros sus estrellas; Tuyos serán mi nombre y mis Estados,. Ven conmigo, la dicha nos espera, Ven y burlemos el destino impío, Si es que no quieres que tu Ñuño muera Lejos de tí, llorando tu desvío.» Y vibraba su acento apasionado Con el rumor que el viento en la espesura Y el raudal del arroyo sobre el prado Y de Gosvinda la mirada pura. En su mirada amante se encendía: Todo era en derredor calma y repeso; . Hasta el eco sonoro del torrente Parecía gemir más misterioso. Ya Gosvinda lloraba Y Ñuño, ante sus píes arrodillado, Más tierno y más amante suplicaba • Y volvía á rogar con loco anhelo: Y un acento angustiado Entre el rumor de un beso.enamorado Dijo: « No puedo más; lo quiere el cielo.» En Vano el-.conde sobre el rico lecho Del sueño las caricias misteriosas Buscó; tres veces se quedó dormido, Y otras tres veces despertó maltrecho Y presa de obsesionas, angustiosas .: . El indomable espíritu abatido. Soñó primero que la piel hirsuta • - . Del oso enorme, que venció su mano Y que á los pies del lecho se extendía,. Nueva vida cobraba en sus enojos Y con sus fuertes garras le oprimía Y en él fijaba sus ardientes ojos Y con su enorme boca se reía. Después flotar hacia el siniestro lado De su yelmo condal, vio los airones Y contempló en silencio y aterrado' Manchar sombras siniestras sus blasones. Y cuanto más su vista la miraba La sombra misteriosa más crecía Y en dos pedazos el blasón surcaba Como barra de infame bastardía. Entonces despertó, pero la calma No descendió á su espíritu sombrío: Negro presentimiento allá en su alma Se revolvía abrumador y frío. Saltó ansioso del lecho y vacilante Corrió á buscar en brazos de su hija El olvido del fúnebre presagio. Como busca cansado y anhelante El marino una tabla en el naufragio. Aturdido, confuso y sin aliento Cruzó veloz el conde una crujía, A la puerta llegó de otro aposento Y contempló en silencio y asombrado El cuadro que á su vista se ofrecía, Con la loca avidez del que aterrado Teme el abismo y contemplarlo ansia. Descolgarse y huir miró el anciano Por la ojiva entreabierta un caballero, El mismo, el mismo, á quien fió su mano La guarda del castillo; el que guiara A los combates su escuadrón guerrero, El que en la lucha le llamó su hermano Huía de su vista.; sorprendido. Se revolvió irritado y altanero. Cual si hubiese sentido Rasgar su corazón su mismo acero. Miró hacia atrás; reinaba en el recinto El silencio sombrío de la muerte. Rígido el cuerpo, la color quebrada Y por su peso la cabeza inerte Sobre el respaldo del sitial doblada Dejando ver el nacarado cuello, Gosvinda de Lydek yacía sola Del sol poniente ante el postrer destello. Que formaba al besar su rostro bello Un fulgor semejante á una aureola. Á su lado el mastín triste y sombrío El cuerpo inanimado contemplaba; Hosca la vista y erizado el pelo Entre sus fuertes garras destrozaba Una gorra de rojo terciopelo;^ É irritado la estancia recorría Y otra Vez su camino desandaba Para lamer la inerte Mano, de la condesaj que cubría El amarillo tinte de la muerte. Mudo el conde quedó; mas su coraje Pronto asomó sobre su faz morena Con el rubor ardiente del ultraje: Asi tras la tormenta, el oleaje Las algas deja eíi'ia mojada arena. Besó después con abrasados labios De Gosvinda infeliz la frente yerta, Y buscando venganza á sus agravios Trémulo el cuerpo!; la mirada incierta" — [Hola —gritó con voz terrible y dura— Hola tras mí, los qué ostentáis grabada La estrella de Lydek en la armadura. Los que ceñís por mi blasón la espada 1 Mi collar de barón al que primero En el pecho del jefe castellano Señale mi venganza con eu acero. JOSÉ J . HERRERO. (Se concluirá,'. Reservados todos lOs-defechos de píopiedad artística y literaria.— Queda hecho el depósito que marca la ley.