historia, viajes, ciencias, artes, literatura.

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HISTORIA, VIAJES, CIENCIAS, ARTES, LITERATURA. ™ : :
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ITALIA.—Bueyes de la campaña romana.
T . V I I . (PRIMERA SÉRIEJ.—T. I I I . I.SEGUNÜA SERIE).—84
.
EL MUNDO ILUSTRADO.
666
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V I A J E P I N T O R E S C O DE LOS A L P E S AL E T N A ,
ron
G, STIELER, E. P A U L U S Y W, KAOEN,
LIBRO TERCEHO.
DEL
T T B E R
A L
ETNA.
CAPÍTULO V.
COLINAS DEL QUIRINAL, EL VIMIN
EL ESQUaiNO.
(CONCLUSIÓN).
Al sureste de la plaza de Santa María la Mayor se levanta la iglesia áe San Antonio Abad, can un pórtico
del siglo xiii. El interior de este templo nada ofrece de
notable. Antes de la ocupación de Roma por las tropas
de Víctor Manuel, se bendecían delante de esta iglesia,
del 17 al 23 de enero, toda suerte de animales domésticos.
Al extremo de la calle de Sania Prassede, volviendo á
la derecha, se halla en seguida la iglesia de Santa Práxedes, de la que se ha hablado antes, y que fué construida
en 822 pdr Pascual I, en honor de la ilustre hija del
senador Pudens, habiendo sido restaurada en 1450 por
Nicolás V, en 1832, y finalmente en 1869. Esta iglesia
consta de tres naves divididas por 16 columnas de granito. El altar mayor está aislado y decorado de un baldaquino sostenido por cuatro columnas de pórfido; la
tribuna y el arco principal están adornados de antiguos
mosaicos.
La capilla más notable es la en que se conserva la
columna transportada de Jerusalen por el cardenal Colonna, á cuya columna se cree, como hemos dicho, que
fué atado Nuestro Señor al ser azotado por los judíos.
El pozo existente en el centro de la nave principal
recogió, según tradición, la sangre de numerosos mártires, por los cuidados de santa Práxedes,
La Confesión contiene sarcófagos antiguos donde se
conservan las cenizas de santa Práxedes, de santa Pudenciana, y de varios mártires. El cuadro de la sacristía,
que representa la Flagelaoion del Eedeníor, es de Julio
Romano.
El arco de GaUem, situado al lado de. la iglesia de
San Vito, que nada ofrece de notable, fué erigido en 262
al emperador de este nombre por un tal Aurelio Víctor,
en honor del arrojo de aquel príncipe, arrojo que, dice
la inscripción, sólo se eclipsaba ante su piedad.
La vía Carlos Alberto desemboca en la gran plaza
Víctor Manuel, de'reciente construcción. A mano izquierda se levanta la iglesia de San Eusehio, cuya fundación se remonta á los primeros siglos del cristianismo,
si bien fué reedificada en el siglo último, á excepción
del campanario. La bóveda de esta iglesia fué decorada
porMengs; el cuadro del altar mayor es de Baltasar
Croce.
Enfrente de ella, amano derecha, existen los restos
% un antiguo depósito del Agua Julia 6 Claudia, cuyos
nichos contenían los trofeos llamados de Mario, que
actualmente figuran en la balaustrada del Capitolio.
También se llaman estas ruinas Tro/ei-di-Mario.
Siguiendo una calle recientemente abierta entre San
Ensebio y los trofeos de Mario, se encuentra, á la distancia de diez metros, la puerta de San Lorenzo, una de las
que fueron levantadas en tiempo de Honorio, en el año
402: al principio se llamó Tiiwtina, por dar salida al
camino que conducía á Tibur, hoy Tivoli; después tomó
el nombre de San Lorenzo, porque conduce a l a iglesia
puesta bajo la advocación del santo diácono español.
Esta puerta se halla unida al monumento del antiguo
acueducto de las aguas Marcia, Tepula y Giulia, restaurado por Augusto, Tito y Caracalla.
A media milla fuera de ella se encuentra la basílica
de San Lorenzo Extramuros. En el primer tercio del
siglo IV (año 330), para honrar el sepulcro del valeroso
diácono, que constituía una de las más altas glorias de
la Roma cristiana, Constantino, á ruego de san Silvestre, edificó la basílica de San Lorenzo, ornando la tumba
del santo mártir con un arco triunfal,' sostenido por
columnas de pórfido, y suspendiendo ante ella, para
alumbrarla perpetuamente, una lámpara de oro puro,
de diez picos, que pesaba treinta libras: una corona de
plata, rodeada de cincuenta delfines, brillaba en la altura como remate digno de tan venerando monumento.
Pelagio II reedificó esta iglesia en 578; Honorio III
trasformóla por completo al añadir la na"ve actual: bajo
los pontificados de Nicolás V y de Inocencio X, y últimamente de 1864 á 1870, sufrió una restauración completa, San Lorenzo lleva el título de iglesia patriarcal y
es uno de los siete templos de Roma que visitan los
peregrinos.
La plaza que se extiende delante ide esta iglesia está
adornada de una columna coronada con la estatua de
san Lorenzo. La fachada ha sido decorada recientemente
de pinturas en mosaico que representan á los fundadores
y.conservadores de San Lorenzo Extramuros: Pelagio II,
el emperador Constantino, Honorio III, Pío IX, Sixto III,
Adriano I.
El pórtico, sostenido por seis columnas jónicas, ofrece
aun restos de un mosaico perteneciente al siglo xiii,
bajo el pontificado de Honorio III, que en aquella basílica coronó al conde de Auxerre, Pedro de Courtenay,
• emperador latino de Constantinopla, cuando pasó por
Roma para ir á tomar posesión de aquel imperio.
Esta iglesia consta de tres naves, divididas por 22 columnas jónicas, casi todas de granito, lo cual constituye
la parte que Honorio III añadió cuando cambió la dirección de la obra: dichas columnas son pertenecientes en
su mayor parte á antiguos monumentos, viéndose esculpidos en los capiteles de dos de ellas el lagarto y la
rana.
Del fondo del templo elévase la tribuna, á la cuál se
sube por dos escaleras de mármol, y allí comienza la
basílica antigua, reformada por Pelagio: es el presbiterio actual. Delante del altar mayor, cubierto por un
templete, que se alza sobre cuatro columnas de pórfido,
están los pulpitos (ambones) para la epístola y el evangelio, según el rito de las iglesias primitivas, y en el
fondo la silla episcopal, adornada de piedras de colores.
Bajo el altar hállase la Confesión, donde el papa Pelagio
colocó los cuerpos de san Lorenzo y del protomártir san
Esteban, traídosr entonces de Constantinopla. En este
santuario está el sarcófago en donde fué enterrado san
Zósimo, papa, el año 418 de la era cristiana, el cual está
adornado de bajo-relieves figurando Genios que vendimian, asunto que se ve representado con frecuencia
sobre los monumentos de los primeros siglos del crisr
tianismo,
Muy interesante, como monumento artístico, es el
singular mosaico del siglo vi existente en la parte
EL MUNDO ILUSTRADO.
superior de la tribuna, el cual representa al Salvador
sentado sobre un g-lobo en el acto de bendecir, teniendo
á su lado á san Pedro, san Lorenzo, PelagioII, san Pablo,
san Esteban y san Hipólito.
La urna de mármol con bellísimos relieves de frutas,
flores y pájaros, que está detrás de la tribuna, y que se
supone fué sepulcro del papa Dámaso II, y otro sarcófago más antiguo en que hay representada una ceremonia nupcial, y que se ha cíeido sepulcro del cardenal
Fieschi, sobrino de Inocencio. IV, son dos obras por extremo notables de escultura, en cuyo estudio se han
empleado muy eruditos arqueólogos.
En la pequeña nave de la izquierda hay una capilla
subterránea, célebre por los privilegios é indulgencias
concedidos por varios papas á los que la visitan. Al lado
de esta capilla existe lá puerta que conduce á las venerandas catacumbas de Santa Ciriaca.
En el Campo Vermo, junto á la basílica de San Lorenzo, está hoy el cementerio general de la ciudad de
Roma, cementerio que data del año 1337, habiendo sido
ensanchado considerablemente en 1854.
Al sur de la puerta de San Lorenzo, en el recinto de
la ciudad, se encuentran la iglesia de Santa Bibiana y
las pintorescas ruinas del templo de Minerva Medica.
Sania Bibiana, consagrada en 470 y reconstruida en
1625 por Bernini, consta de tres naves divididas por
ocho columnas antiguas, dos de ellas de granito. Sobre
el altar mayor está la estatua de la santa, la cual se
considera como una de las mejores obras de Bernini:
, debajo del altar hay una preciosa urna antigua de alabastro oriental, que tiene 17 pies de circunferencia y
una cabeza de leopardo en el centro: en ella se conservan los cuerpos de santa Bibiana, de santa Demetria y
de santa Dafrosa> su madre. A la entrada, á mano izquierda, vense los restos de una columna á la que fué
atada santa Bibiana y flagelada hasta que espiró.
El pretendido templo de Minerva Medica, situado cerca
de la iglesia de Santa Bibiana, es un ninfeo antiguo, de
forma decágona (60 metros de ruedo), con nichos profundos revestidos de mármol en la parte inferior y de
estuco en la superior. Este edificio debia formar parte
de unas termas magníficas, como lo prueban las numerosas estatuas halladas en sus inmediaciones, tales como
la Minerva Giustiniání, existente en el Vaticano, á la
que debe indudablemente su nombre primitivo. En
la Edad Media llámesele Termas de Galluccio, pretendiéndose con esto hacerle pasar por las antiguas termas
de Cayo y de Lucio César: de todos modos es interesante
como construcción y data poco más ó menos del siglo lu
de nuestra era.
En 1876 descubriéronse entre estas ruinas y la puerta
Mayor varios columbarios, siendo el más grande de
todos ellos el perteneciente á la familia de los Estatilianos: los objetos que encerraban fueron depositados
en el museo Kircher. "
La vía di Porta-Maggiore conduce en veinte minutos
de la iglesia á la puerta Mayor, formada de un monumento del .4 ÍÍ'WÍÍ í7?«íf¿¿«, sobre el cual corría el ¿IÍÍÍO
wmiks, yendo á parar á un segundo acueducto. Las inscripciones mencionan el primero, que tenia ^5 millas
de largó (70 kilómetros), arrancando de las inmediaciones de Subiaco, y el Ánio novus, de 62 millas {92 kilómetros en longitud), que empezaba en las mismas
fuentes de este rio: los dos fueron erigidos por el emperador Claudio el año 52 de Jesucristo, y restaurados por
Vespa^iano el año 71 y por Tito el año 80. Aureliano
incluyó el monumento coipe siié^ta en el recinto de la
éíad»d> y en la Edad Medía los Golonna convirtiéronle
en fortaleza. Gregorio XVI mandó derribar las COUB-
667
trucciones posteriores y tapiar la arcada del norte.
Una carretera conduce de la puerta Mayor, en cinco
minutos, á Santa Crm en Jermahn {Santa Crece in Gerasaleme). Es una de las basílicas principales de Roma,
no por su magnificencia arquitectónica, sino por su
antiguo venerando origen y por las reliquias que encierra; primitivamente se llamó/y^íomíía, porque Sesoriano {a sedendo) nombrábase el palacio, y Sesorianos
los jardines imperiales que hubo en aquella extremidad
del Esquilino. Fué edificada hacia el año 330 por el emperador Constantino, para.colocar dignamente reliquias
que en Oriente había recogido su piadosa madre santa
Elena.
«El emperador cristiano mostró en esta fundación la
misma, ó quizá más amplia generosidad, que desplegara en las otras basílicas ó en el bautisterio que
lleva su nombre, dice el señor Catalina. Los analistas
é historiadores dan noticia de las ofrendas de oro y
plata, sobre todo del altar de oro macizo de 250 libras,
con que el César enriqueció la nueva iglesia, levantada
para guardar el mayor fragmento de la Cruz en que
murió el Salvador, las espinas que coronaron su frente,
uno de los clavos que taladraron sus manos y sus pies,
la esponja amarga que tocaron sus labios, y la cuerda
que habia sujetado su cuerpo á la columna.
»En los siglos medios la basílica de Santa Cruz sufrió
deterioros y fué objeto de reparaciones, que, si bien
modificaron y alteraron en algo su planta antigua y su
ornamentación, mantuvieron siempre las capillas subterráneas y todo lo que formaba, puede decirse, la construcción primitiva y sus venerandos monumentos, entre
los cuales debe contarse la piedra sepulcral del papa
Benedicto VII, que murió el año 984 (1).
»A la basílica de Santa Cruz en Jerusalen vá unido el
nombre del papa español Alejandro VI, que la favoreció
• sobremanera, y el de una serie de cardenales españoles,
á quienes en mucha parte se deben las obras de restauración y ornato, ejecutadas en ella durante los últimos
siglos.
»A fines del xv, rigiendo la nave de San Pedro el
papaBorgia, Alejandro VI, el gran cardenal de España
don Pediro González de Mendoza, titular de la basílica,
emprendió una casi reedificación de su fábrica, con
cuyo motivo losjrabajadores hubieron de dar con un
hueco en la parte más alta del arco de la tribuna y
encontraron una caja de plomo de más de dos palmos
de longitud, que en otra de mármol, que la cubría, llevaba este rótulo: Hic est titulus «^«cnícií; este es, ó
aquí está, el título de la verdadera Cruz. Era, en efecto,
la tabla de madera, con la triple inscripción, puesta por
los judíos, sobre la cruz del Salvador, el INRI original,
una de las santas reliquias de la Pasión, que se adoran
en la capital del orbe cristiano: tendrá como palmo y
medio de longitud, por nueve ó diez pulgadas de anchura; en su madera, casi negra, se ven los vestigios de
los renglones hebreo, griego y latino, que la acción
de diez y nueve siglos ha desgastado, pero no totalmente
destruido.
»Poco después el cardenal titular, también español,
don Bernardino Carvajal, patriarca de Jerusalen, hizo
pintar la bóveda de la tribuna por el Pinturicchio y reparó la devota capilla de Santa Elena.
»No muy posterior al cardenal Carvajal, vastago
ilustre de una de las más nobles familias de la nación,
fué el cardenal Quiñones, natione hispa.nús, patria legioíífiííMí, como se lee en una lápida de la tribuna, quien
en 1536 erigió el precioso tabernáculo del Sacramento.
(1) En esta iglesia fué celebrado un concilio (año 433).
668
EL MUNDO ILUSTRADO.
En 1540 fueron enterrados en la basílica los restos mortales del cardenal Quiñones, prelado de vasta ciencia,
á quien cupo gran parte en la paz, feliznaente acordada
entre la Santa Sede y el emperador Carlos V.
»Con la interrupción de uno solo, sucedióle en el titulo de Santa Cruz en Jerusalen otro cardenal español,
don Bartolomé de la Cueva, hijo del duque de Alburquerque, quien hizo la escalinata del altar mayor y restauró á toda costa el gran balcón de mármol ó loggia,
desde donde el dia 3 de mayo (Invención de la Cruz),
muestra el cardenal titular las santas reliquias, bendiciendo con ellas al pueblo, que constantemente llena la
ig-lesia. La capilla que hay detrás de esta tribuna, y en
la cual se custodian las reliquias, debióse al cardenal
español Pacheco. Otro cardenal titular de esta basílica,
que también dejó en ella su nombre de ilustre protector,
y perteneció, puede decirse, á la corte de España, fué
el archiduque Alberto, deudo muy cercano de don Felipe II.».
El interior de la iglesia tiene tres naves, divididas
por pilastras, y ocho gruesas columnas de granito de
Egipto. El altar mayor está aislado, y decorado con
cuatro bellas columnas de mármol coralino, que sostienen un baldaquino. Debajo de este altar hay una preciosa urna antigua de basalto, en la cual se conservan
los cuerpos de los santos mártires Cesáreo y Anastasio.
En los antiguos tiempos celebrábase en la basílica de
Santa Cruz en Jerusalen la solemne ceremonia de la
bendición de la Rosa de Oro, que el papa regala, como
don especial de su cariño, á alguna reina ó principe, en
gran manera benemérito de la Santa Sede.
El inmediato convento de la orden del Císter, sirve
ahora de cuartel.
Al. lado de Santa Cruz', en dirección del palacio de
Letran, levantábase el Anfiteatro Castrense, del que sólo
resta un lienzo de pared con 16 arcadas. Esta construcción es completamente de ladrillo, inclusos los capiteles
Santa Groce in Gerusaleme y acueducto de Nerón.
corintios y los demás ornamentos. Su gran eje mide
52 metros, el menor 40 y la arena 38 por 25.
Del lado opuesto de Santa Cruz existe un ábside con
ventanas en plena cintra y algún lienzo de muralla.
Créese que estos restos son los de un templo de Venus y
de Cupido, ó bien los de un ninfeo de Alejando Severo,
ó los del Sessorium, pero faltan datos en apoyo de estas
deducciones.
En la. vía de San Vito está emplazada la iglesia de
San Alfonso de Ligorio, de estilo neo-gótico, construida
hace unos veinte y cinco años á expensas del inglés
Wigley.
Recientemente se ha descubierto á mitad camino de
Santa María la Mayor y del palacio de Letran, una construcción que se quiere sea uno de los Auditorios de los
jardines de Mecenas, existentes en este sitio: es un espacio oblongo, al que se ha añadido un techo.
En la poco frecuentada calle de San Pietro in Vincoli
está situada la iglesia de San Martin ai Monii, antiguo
templo cuya primitiva construcción se atribuye á san
Silvestre, habiendo sido levantado de nuevo por Simaco el año 500. restaurado en 847 por Sergio II, más
tarde por León IX, y modernizado de una manera bri-
11; nte en 1650, por Pedro de Cortona. El convento de
carmelitas anejo á él sirve ahora de cuartel.
El interior consta de tres naves divididas por 24 columnas antiguas de diferentes mármoles y de orden
corintio. Los buenos paisajes que se ven en las paredes
de las naves menores son obras muy estimadas de
Gaspar Poussin; las figuras pertenecen á su hermano
Nicoliis. Los dos paisajes que figuran en la capilla de
Santa María Magdalena de Pazis fueron ejecutados por
Francisco Grimaldi, bolones.
La capilla de la Virgen del Carmen que hay en el
fondo de la nave izquierda, está decorada de buenos
mármoles y de pinturas de Antonio Cavallucci, que
se halla enterrado delante de ella.
Desde la nave principal, y por una doble y magnífica escalera construida sobre los diseños de Pedro de
Cortona, que la rodeó de una muy bella balaustrada, se
sube á la tribuna, decorada de adornos y pinturas del
citado Cavallucci. Delante de ella se levanta el rico
altar mayor de forma esbelta y elegante, que juntamente
con la tribuna y una triple escalera situada debajo,
produce un efecto verdaderamente sorprendente y mágico.
EL MUNDO ILUSTRADO.
El tercer trazo de la escalera conduce á la iglesia
subterránea, cuya bella arquitectura es de Pedro de
n<ii
669
Cortona; en el altar se conservan los cuerpos de san
Silvestre y san Martin, y de muchos otros santos. De
m
PALESTINA. —La vertiente del Wady-Leimoun.
allí se baja á un subterráneo de construcción antigua,
que se dice ser la iglesia erigida en tiempo de Constan­
tino. Aquí se celebraron, bajo el pontificado de san Sil­
vestre, dos concilios, al primero de los cuales concur­
rieron doscientos ochenta y cuatro obispos, y al segundo
doscientos treinta, con asistencia también de Constan-
690
EL MUNDO ILÜSTBADO.
tino. Parte de su pavimento es de mosaico blanco y Antonio PoUajuolo y su hermano Pedro, pintor también
negro, así como lo es también la Virgen que se ve sobre distinguido, reposan en un sepulcro de mármol en la
el altar.
misma basílica Eudoxíana.
Desde San Martin llégase en cinco minutos á la iglesia
Bajo el altar mayor están los huesos del pontífice
de San Pedro in VincoU, llamada también lastUca E'udO' mártir san Saturnino, y los cuerpos de los Macabeos y
xima, «del nombre de dos Eudoxias, dice el señor Cata- de su madre valerosa.
lina, mujer una, hija la otra del emperador Teodosio II,
El convento inmediato á la iglesia de San Pedro í»
de las cuales emperatrices, Eudoxia, la primera,, la VincoU está ocupado por la facultad de ciencias físicas
madre, retirada en Jerusalen por intrigas de la corte, y matemáticas. A mano derecha se levanta la iglesia de
turo la fortuna de adquirir allí, ofrenda piadosa que los San Francisco de Paula, con un convento anejo, convercristianos le hicieron, las dos cadenas de hierro con que tido ahora en Instituto técnico.
san Pedro fué aherrojjado en aquella ciudad por orden
Traducido y adicionado por
de Heredes. La historia añade que la emperatriz pereMARIANO BLANCB.
grina envió á Roma una parte de aquellas cadenas á su
{Continuará}.
hija Eudoxia, casada con Valentiniano III, y luego, en
segundas nupcias y contra su voluntad, con Máximo,
que sólo contaba algunos meses de imperio, cuando
sobrevinieron la invasión de los godos y el triunfo de
Génserico, Eudoxia, recibida la reliquia de Jerusalen,
se apresuró á entregarla al pontífice León I, que luego
EEGDN EL
mereció ser venerado en los altares con el nombre de
san León el Grande. La tradición constante añade que,
CORONEL WILSON, WARREN, JORGE EBERS, HERMANN GUTHE,
habiendo el papa aproximado la cadena de Jerusalen á
otra que el santo, apóstol habia llevado en la cárcel MaViGTOR 6UÉRIN, LORTET Y OTROS AUTORES.
mertina en tiempos de Nerón, y que ya los fieles veneraban, ambas se reunieron milagrosamente como si en
una sola hubieran sido fundidas. Eudoxia entonces
GALILEA S U P E R I O R .
(año 442) resolvió edificar una iglesia suntuosa, destinada á perpetuar la memoria del prodigio, y á ofrecer
Safed.—Meiroun.—Gischala.—Kefr-Beram.
constantemente á la veneración de los fieles las cadenas
del príncipe de los apóstoles: tal fué el origen de la
El valle de Medjel-Keroum, á doscientos cincuenta
basílica de San Pedro in Fincoli, título cardenalicio, metros por término medio sobre el nivel del Mediterráque hoy lleva dignamente un arzobispo español. Los neo, forma un confin natural entre la Galilea superior y
pontífices en todos tiempos han mirado este santuario la inferior. Las montañas que lo dominan p6r la p^irte
como uno.de los más insignes de la Ciudad Eterna.»
del septentrión son nías elevadas que las que se levanEsta basílica fué restaurada por Pelagio I; el papa tan á mediodía: pasadas las primeras se entra en la
Adriano I mandó reedificarla; Julio II la embelleció en Galilea superior y si bien ménós visitadas por los
1503 baj.o la dirección de Baccio Pintelli, y la cedió á los viajeros que las de la Galilea inferior, dé que hemos
canónigos de San Salvador, llamados después canónigos hablado en capítulos anteriores, no por ello dejan de
regulares de San Juan de Letran, y por último, en 1705 ser dignas de atento examen, puesto que también
volvió & ser restaurada. En esta basílica se verificaron allí, en medio de zarzas y matorrales, se encuentran
no pocas elecciones de pontífices, entre ellas la del gran ruinas de todas las épocas y de todas las civilizaciones,
Hildebrando, en 1073, que se llamó Gregorio VII. El in- testimonios mudos de grandes sucesos y hojas de un
terior consta de tres naves, divididas por dos órdenes libro que encierra sublimes enseñanzas para quien sabe
de veinte y dos magníficas columnas istriadas, de leer en ellas debidamente. De un modo sumario descrimármol griego con capiteles dóricos y de siete pies de biremos, en consecuencia, los montes y los lugares más
circunferencia. Entre sus pinturas merecen citarse el elevados de esta comarca, haciendo hincapié en aquellos
retrato (l^jl jC^rdenal Margotti, sobre su sepulcro, el gran que por sus recuerdos históricos merezcan atención
cuadro de la J^l^eracion. de san Pedro, que está en la más detenida.
s a e r i s ^ , p^i,^9 dl^^ Dominiquino, y la Santa Margarita,
A diez 6 doce kilómetros de la antigua Corozab'n 6 del
de Gu^^pj;;if^. é|.6%fi Sebastian en mosaico, trabajo bi- actual Kharbet-Kerazeh, hállanse diseminados sobre
zantini^ 4^19ig(Q f|]f^ f s una de las más estímahles una colina los restos de Achabara, hoy Kharbet-Akbara.
muestras .4^1 9'i't!B$^||^ó. que en Roma se conservan: Junto á un riachuelo existe la aldea de este nombre,
al lado $ie ve el sare^fijgrp dj|l cardenal Cintio Aldobran-^ compuesta de pocas miserables habitaciones y dominada
dini. A la derecho. ^Á isrucerp se nota la famosa tumba á su vez por una plataforma en la que se distinguen los
del papa Julip 11: una .dfs @U9 cuatro caras pertenece al vestigios- de un recinto rectangular, construido con hermausolpfl"i|^e Miguel ^^ngpl hajjia ideado y principiado mosos sillares, y que al parecer pertecen á una antigua
para e8|e pii^^, y .qijfe d^bia colocarse en la nave princi- iglesia. A orillas del riachuelo, por el sur, se alza una
pal de Ign Pedrp en el Vaticano; pero Paulo III hizo especie de gigantesca muralla, formada por peñascos
suspei|4^f j# p|)F^? disponiendo que se colocase aquí. cortados á pico, restos del lugar llamado por Josefo
Miguel Aqflrel p^^fÚ, la estatua de llpisés que se ve roca de Achabara, que este historiador fortificó en la
enme¿ii4e#ji|t»temW,.l» w a l eg cpnsider&d.* ppw.P éppca de la iasurreepipp de legjS^ÍOI contra los romauna obra mae'stí» de la escultura, tanto por su expre- nos. Una hora de camino en dirección norte conduce
sión natural como por sus preciosos detalles.
desde Achabara á Safed.
«Safed, dice el coronel Wilson, es una de las poblaLas cadenas del apóstol san Pedro se guardan en la
sacrisj^, en una especie de gran relicario con puertas ciones más elevadas de la Galilea, de modo que después
4? 1?wnÉ!í! esciilpid^s, las cuales son una de las me^'pres de haber peraiRneeido por espaeip de des ^ e s e s e a p l
^ 1 ? ^ 4j. }H»UWí}filOj e\ wi^%QT de los monumentos dptepibie Qmmi. áeí ¥íiUe i|pl ^ í d ^ g , Itemps Bae©afe«¿p
Sixto tV y de Inocencio ^III en la basílica Vaticana. aqui el Mxe frefi«e á« uní». «egiplÉ atOQiAfiDsa, áiMo^iip
EL MUNDO ILUSTRADO.
nos ha sido por extremo agradable y que ha restaurado
nuestras fuerzas. Hallándose situada en lo alto de una
colina, era de esperar que seria aquella ciudad medianamente limpia, mas no sucede así por cierto, sino que sus
calles son asquerosas y no se advierte señal alguna por
donde conjeturar que sus habitantes traten de mejorarlas. A pesar de ello viene citada como una de las ciudades sagradas de los judíos, con Tiberiades, Hebron y
Jerusalen. La tierra es sumamente fértil en este distrito,
porque gracias á su elevación se forman allí espesas
nubes, siendo abundantes la lluvia y el rocío. Crecen
allí magníficamente el olivo, la higuera, el granado y
la vid, además de otros árboles y plantas.
»En uno de nuestros viajes, en el mes de febrera, al
dirig-irnos á este sitio desde el norte, nos cogió una
repentina y violenta tempestad que duró casi toda la
tarde. Levantábanse á intervalos fuertes ráfagas de
viento acompañadas de lluvia y agua-nieve que impedían á hombres y animales adelantar en su camino. El
frió era intenso, nuestra gente apenas podia soportarlo,
los caminos se habían convertido en torrentes, todo lo
cual fué causa de que desde las seis de la tarde hasta
media noche anduviésemos de una parte á otra en
busca de la ruta que nos llevase á Safed. Cerca de la
una entramos en Safed, y merced á los buenos auxilios
de un vigilante de la ciudad, dispertamos al propietario
de un café, quien en su tosco chiribitil, que para nosotros tuvo entonces honores de palacio, nos encendió un
bonito fuego y nos procuró café negro en abundancia.
El frío y la humedad nos hablan dejado casi extenuados,
pero antes de la mañana habíamos recobrado el calor y
las fuerzas, mientras nuestras bestias sé reanimaban
con el pienso y el abrigo en un /¿Aaíi inmediato.»
La ciudad de Safed se halla dividida en varios cuarteles construidos en los flancos y en la meseta superior de
una montaña muy accidentada, cüyá altura excede de
ochocientos metros sobre el nivel del Mediterráneo. Al
norte de la población habitan los judíos, en número de
siete mil, y al sur y al este los musulmanes, cuyo guarismo es de seis mil: los cristianos apenas llegan á
ciento cincuenta. Los judíos, procedentes de distintas
comarcas, tienen allí varias sinagogas y la parte de la
ciudad que ocupan quedó poco menos que destruida por
completo á causa del terremoto de 1837. De cinco á seis
mil personas murieron por consecuencia de esta catástrofe, siendo los judíos los que principalmente fueron
víctimas de ella. En el cuartel musulmán hay tres mezquitas, muy destrozadas actualmente.
Coronan la parte alta de la ciudad, las ruinas de un
gran recinto elíptico, rodeado por un foso abierto en la
peña y hoy dia terraplenado en más de la mitad. Flanqueaban este recinto diez torres que, al igual de los
muros, carecen hoy dia del revestimiento de piedra
sillar que había en los paramentos. En el interior existe
un segundo foso y más allá el castillo propiamente tal
que ofrece sólo á la vista del viajero, una masa informe
de piedras,-cascajo y tierra. Tenia torres en los ángulos
y cisternas espaciosas y profundas. Su destrucción
aumenta de día en dia, porque los vecinos de Safed han
convertido aquellas ruinas en cantera, de la que extraen continuamente materiales para edificar habitaciones nuevas* Una potente torre aislada, de forma circular, dominaba al castillo, que á su vez dominaba á la
ciudad entera.
Safed hizo importante papel en la época de las Cruzadas. Jacobo Vitry dice que los cristianos, al intento de
amparar sus fronteras contra los musulmanes, erigieron
fortalezas en distintos puntos y entre ellos en Safed al'
noroeste. Este fuerte se construyó probablemente por
671
los años 1138 y 1140. En 1157 Balduino II se refugió en
Safed después de la derrota que experimentó en el lago
Houleh; en 1188, aprovechando Saladino la gran vic^
toria que alcanzó en Hattin, sitió en persona á Safed,
que capituló después de cinco semanas de asedio; en
1220 los musulmanes derribaron esta forzaleza por
miedo de que cayese en poder de los cristianos, y en 1240
la reconstruyeron los caballeros Templarios que se apoderaron de ella nuevamente. En 1266 cedió á los ataques
de Bibars, sultán de Egipto, quien dejó allí numerosa
guarnición, estableció en la ciudad una colonia tenida
de Damasco, edificó dos mezquitas y restauró y coijapletó
sus fortificaciones. En 1759 fué víctima de un temblor
de tierra parecido al de 1837, y en 1799 los francgges, en
la época de la expedición de Bonapárte á Palestina, establecieron momentáneamente una pequeña guarnición
en aquella fortaleza. Para terminar las noticias que
hemos dado sobre Safed, añadiremos que alguna vez se
ha identificado á Safed con Betulia, patria de Judith,
con error manifiesto, según se desprende claramente de
los pasajes de la Biblia en que se habla de esta última
ciudad, cuyo emplazamiento ha de buscarse en la llanura de Esdraelon y en Sanour, según fundadas conjeturas.
Al pié de. la montaña en donde se encuentra Safed,
aparece sobre un montículo la aldea de Aín-Zeitoun, y á
pocos kilómetros de ésta Meiroun¿ que tiene trazas de
haber sido en otras épocas población de alguna Importancia, á juzgar por las ruinas de gran número de casas
que se ven dentro de su perímetro. Las ruinas que llaman principalmente la atención son las de una sinagoga
antigua edificada en una plataforma peñascos», que
tiene en la fachada tres puertas con jambas enormes de
una sola pieza y en el interior columnas mó'nolitas
también, cuyos fustes andan dispersos por toda la aldea.
Existen además en Meiroun ó Meirou numerosas excavaciones sepulcrales y entre ellas la denominada Merharet-el-Art>a'm ó Caverna de los cuarenta, porque podia
contener en sus dos cámaras cuarenta cadáveres. No
lejos de estas cavernas fúnebres.reposan en.,un gran
recinto, debajo de cúpulas, los rabinos Eléazár y Chemaoun, muy venerados en aquella comarca y objeto
general de peregrinación por parte de los habitantes de
Safed. Meiroun, en el Talmud Meirou y Merou, es probablemente el lugar llamado Meroth por Josefa y que
fué fortificado por este historiador, juntp con la peña de
Achabara, Seph y lamnith. Hablando de las excavaciones sepulcrales de Meiroun, dice un autor inglés: «En
una vasta cámara abierta en la peña en Meirou, que
contiene treinta locuU, se enseña á los viajeros la tumba
del gran Hillel y de sus treinta y seis discípulos, y en
otro sitio la del no menos famoso Shammai y de su
mujer. Otros célebres hombres fueron allí enterrados y
entre ellos el rabí Simeón ben'Jochai, reputado autor
del libro Zohar. Por razón de este último, aquel lugar
se ha convertido en sitio de peregrinación de los judíos,
que acuden allí en romería todos los años. No solamente
van á dicho sitio peregrinos de Damasco y de otras ciudades de la Palestina, sino también de Alepp, Constantinopla, el Cairo y Bagdad. Se celebra la romería con
brillantes iluminaciones, danzas y festejos de varias
clases que duran de dia y de noche, llamándose á la
fiesta «el jubileo del rabino Simeón ben Jochai,» Sas
ceremonias, además de presentar un carácter XMQ y
selvático, pecan con frecuencia de inmorales.»
Una hora próximamente de marcha ha d© h^erge
para llegar á una barranca plantada de higueras, granados y vides, por cuyo fondo corre una fuente llftiBida
^ m-eZ-Zj/M. Esta barranca se halla domina^ft {^ m%t^
EL MUNDO ILUSTRADO.
672
por la elevada colina El-Djich, debajo de la cual y por
sobre la fuente se extiende una plataforma, natural en
parte y en parte artificial, conforme lo prueban los
restos de un muro de contension en piedra sillería. En
esta plataforma hay las ruinas de una antig-ua sinagoga, edificio orientado al norte y del que se conservan
Cavernas en el Wady-Leimoun,
valle de la Columna.
aun tres bases de columna hun
didas en el suelo en el sitio mis
moque ocuparon, varios fustes rotos esparcidos acá y
acullá y los fragmentos de dos pies derechos y de un
(liatel decorado por molduras. La colina de El-Djich
sirve de asiento en su vertiente meridional á la aldea
d-3 su nombre, dividida en dos barrios, el de los musulraiaes y el de los cristianos, en número de trescientosy
de doscientos setenta respectivamente. En la meseta
superior se encuentran todavía los vestigios de un muro
de circunvalación en sillería, del que en 1863 se guardaban aun restos considerables, que han desaparecido
ahora por haberse empleado los materiales en la edificación de una nueva iglesia. Procedían estos restos de
la muralla que rodeó en otros tiempos á la acrópolis de
la antigua Gischala, de la cual El-Djich ha conservado
el nombre. La meseta que la rodeaba se halla á ochocientos metros sobre el nivel del mar y está plantada
actualmente de viñas, higueras y olivos. El-Djich es sin
disputa la ciudad ó aldea de Gischala mencionada por
Josefo en distintas ocasiones, que fué incendiada y
arrasada por los pueblos vecinos, reconstruida por Juan,
hijo de Levi, y circuida de murallas al intento de ponerla al abrigo de nuevos ataques. El mismo Juan trató
en seguida de sublevar á sus compatriotas contra los
romanos, por lo que Vespasiano envió á Tito para que
se apoderase de la ciudad, y Juan escapó de ella durante
la noche tomando la ruta de Jerusalen. San Jerónimo
dice, si bien no dando fe completa á la tradición, que
los padres de san Pablo eran originarios de Gischala y
que habían sido trasladados á Tarses, en Cilicia, por los
romanos. El-Djich ó el Gischala de Josefo es la misma
EL MüNtoO ILUSTRADO.
673
ciudad designada por los rabinos con el nombre de
Goucli-Halab y que dicen ser renombrada por sus ricos
aceites.
De El-Djich á Kefr-Beram ó Beirim la distancia es
muy corta. De las dos sinagog-as que hay en este pueblo,
una de ellas es quizás la más interesante de Palestina,
en el concepto de la importancia y belleza de sus ruinas. Mide cuarenta y
seis pies de ancho por sesenta de largo.
La fachada del sur, que se mantiene
casi toda en pié, tiene tres puertas, de
hermosas proporciones, con robustas
molduras y ornamentadas con severidad
y buen gusto, viéndose sobre la central
un arco decorado asimismo. Las columnas dóricas, que formaban el pórtico pavimentado que
precedía al ingreso, han desaparecido, á excepción de
una de ellas que existe todavía al extremo de aquel
cuerpo de edificio. Las labores de talla en piedra que se
ven en la fachada de esta mezquita revelan la mano
hábil de un artista.
Fuera de la aldea de Kefr-Beram existen las ruinas
de otra sinagoga, casi derruida del todo, puesto que
sólo se con.«erva en pié una gran puerta con su arquitrabe, decorados de festones y de un rosetón en el centro.
Una inscripción hebraica que M. Renán estudió en 1860
dice lo siguiente: «¡Que la paz reine en este lugar y
pn todos los lugares de Israel. José, levita hijo de Levi,
ha hecho este dintel. ¡Que Dios bendiga sus obras!»
Cerca de Kerf-Beram, se encuentra el Kefar-Beram de
los a n t i g u o s \
itinerarios j u díos, sitio lleno de tumbas
abiertas en la peña y
objeto de las piadosas
peregrinaciones de los
hijos de Israel, que visitaban la Palestina.
A través de montes
y valles, por caminos
fatigosos, se vá desde Kerf-Beram á Kades, aldea de
solos trescientos habitantes, que ocupa apenas el tercio
de una colina antes cubierta toda de habitaciones y rodeada de un muro en sillería, del que se notan todavía
/
^
T. VII. (PRIMERA SERIE).—T. III. (SEGUNDA SÉRIE).—85.
EL MUNDO ILUSTRADO.
674
algunos vestigios. Las casas de la aldea tienen todas
fragmeotoH antiguos, y en una de ellas, al decir de un
moderno viajero, existe sobre una columna una cabeza
esculpida, que representa la testa del sol eon corona de
rayos. Las higueras, las plantas de tabaco, los arbustos
espinosos han invadido el espacio ocupado antes por
habitaciones. Elévanse allí dos colinas que sirvieron en
pasados tiempos de emplazamiento á una población
considerable y bellamente situada. Las casas y los edificios públicos se alzaban en sus flancos formando
terrazas que había regularizado la mano del hombre.
Hacia el este se ven tres sarcófagos, hundidos en parte
en la tierra, los señales de un edificio destruido, y las
hermosas ruinas de un segundo edificio cuadrado, que
media diez metros por cada fachada. Hállase derruida
toda la parte superior y se penetra en él por una linda
puerta, adornada de molduras, que ocupa el centro de la
fachada meridional. En el interior contenia este edificio
cuatro arenaciones de medio punto, que se conservan
aun, debajo de las cuales había once grandes nichos
rectangulares, cada uno de los cuales debió contener
un sarcófago. Este monumento es, pues, un antiguo
mausoleo perteneciente á una rica y poderosa familia
olvidada y desconocida hoy, y de la que ninguna inscripción señala el nombre.
A poca distancia del anterior edificio se encuentran
las ruinas de otro mausoleo y de un templo pagano.
Parte de la fachada de este último se conserva todavía, sí bien están fuera de su sitio algunos de los
sillares, todos los que tienen ese hermoso color dorado
propio de las antiguas construcciones del mediodía y
que se produce por la continuada acción de los rayos
solares en la piedra. Precedía al templo por el este un
pórtico con columnas corintias, cuyos fustes y capiteles
andan mutilados por el suelo: tres puertas rectangulares dan ingreso á la celia, formando la puerta central
dos jambas y un dintel monolitos, de extraordinarias
dimensiones. Elegantes adornos escultóricos embellecen una de las jambas que se conservan y el arquitrabe,
que yace derribado y roto, y en el cual se ven flores, racimos de uvas y en el centro una cierva que tiene mutilada la cabeza. En otra parte del arquitrabe se ven
señales de una escultura que fué probablemente una
águila, y otra águila con las alas extendidas figura,
asimismo, en el dintel de una de Las puertas laterales.
Traducido y adicionado por
F, MlQUEL Y BADÍA.
(Continuará).
RELACIÓN C O K T E H P O B A N E A ,
POH
OOK JOSÉ ORTEGA MUNILLA.
TERCERA PARTE.
(coi(TnrUActON>.
Envuelta en su abrigo de verano, cuya
eruardaba su cabeza del fresco ambiente
permanecía inmóvil, apoyada en una de
^líé íecoraban jsu patio, contemplando
QS(;en$ de la última
¡Iteres charlaban y se
capucha resde la noche,
las columnas
con radiante
despedida, en
besaban á la
par, haciendo con Pepillo que se reia, el coro á José
que las excitaba gravemente á partir.
De repente, Antoñillo destacóse del grupio y se encaminó hacia Blanca.
Ésta le vio llegar, animándole con su dulce sonrisa.
Pensó que vendría á hacerle el último encargo respecto á Dolores, y esperó.
Empero el muchacho nada le dijo.
Llegó hasta ella, detúvose, inclinóse con profundo
respeto,, besó el ribete de su abrigo, y retiróse del
mismo modo.
Blanca llevó sus manos á la frente, exclamando con
júbilo y sorpresa:
—¡Ah!
Parecía asaltada de una idea peregrina.
—¡Nos verenios, señora Garduña! añadió en voz baja.
¡Siento impulsos de burlarme de mí misma, y hasta del
gobernador!
Después, al subir la .escalera apoyada en el brazo de
Dolores y seguida de Pepillo, pensaba así, absorta aun
en la idea que momentos antes la cautivara:
—¡Oh, esto es preciso meditarlo mucho! Calma, pues,
calma. No edifiquemos castillos en *l aire como á los
quince años. Pudiera ser todo ello una ilusión.
XXL
. Dias de calma.
En tanto que los amigos de don Félix abogaban por
su negocio en e í gobierno civil, en casa de éste se deslizaban los días muy felices para la pobre Lola.
Blanca la trataba cual si fuera su hermana mayor, y
no omitía cuidados para volverle las fuerzas y la salud
debilitadas por el rudo choque que en tan corto espacio
había sufrido la delicada y suave niña. Nunca la separaba de sí;; si salía, la llevaba, y hasta la hacia dormir
en sus pfopias habitaciones. No quería que cosiera, ni
menos que se dedicará á ningún trabajo de otra especie: en.cambio la hacía leer, y la interrogaba luego
vivamente sobre el contenido del libro, pasándose las
horas y las horas con ella en graves y profundas conversaciones: en fin, la observaba.
'La gratitud de Lola era infinita.
Sin la negra nube que sentía rugir en lontananza,
hubiera sido completamente dichosa.
Cierto que no estaba en casa de su madre, pero la veía
á todas horas: por la mañana, al medio día, á la caidíta
de IA.tarde, a l a noche: sí, á la noche: estas eran las
horas más felices para la pobre niña.
El primero que llegaba era Antonio, agitado como el
que ha corrido mucho, y sin quitarse la ropa vieja del
campo. Aun era de dia cuando Antonio llegaba.
A éste seguían la abuela y la impaciente Isabelita,
que no quería esperar la calma de su padre.
Su buen padre, más mirado que Antoñillo, creía una
irreverencia presentarse á Blanca con la ropa del trabajo y cubierto de polvo: así, pues, se detenia un cuarto
de hora, y él y Regla eran los últimos que llegaban:
pero todos se estaban allí has,ta las doce, y cenaban en
familia con don Félix y Blanca. •
Nada diremos del bizarro Pepillo: le encantaba aquella
vida de dulce ociosidad. Ocupaba las habitaciones de
los ausentes sobrinos de Blanca, y poco á poco, á fuerza
de ver los grabados de los libros de Julián, llegó á'
aficionarse á su lectura, haciéndose menos arrebatado'
y más reflexivo. Pasaba, pues, el dia de guardia en
ausencia de don Félix (porque de los criados no se fiaba)
visitando á su madre, leyendo acostado ÍBdoIeutemente
E L MUNDO ILUSTRADO.
en el sofá dé Julián, ó escuchando á Blanca cuando tocaba el piano.
Esta hora del dia guardaba los mayores encantos
para él.
En casa de Regla también todo habla cambiado: al
desaliento y á la inacción, sucedió la más completa
actividad. Mientras más pronto se despacharan los quehaceres, más tiempo quedaba libre para visitar á Lola.
Costura, plancha, calceta, ó cualquier otra de las mil
ocupaciones mujeriles que se fijara para el dia, quedaba
despachada en un vuelo, iban y venian á casa de Blanca,
y siempre era aguardado con impaciencia José.
De Antonio no se hacian cuenta para nada, porque á
pesar de las justas observaciones de su madre, se iba
derecho desde el campo á ver á su hermana Lola.
También le reconvenía Regla algunas veces, porque
jamás se detenia como antes en casa de Oarmencita
Morón.
—¡Pues! ¡Eso es! exclamaba el muchacho de mal talante. ¡Bonito humor tenemos todos ahora para visitas!
Además que no tengo tiempo, madre. Como vosotras
veis á mi hermana á todas horas, y Pepe está allí á pié
firme, no os hacéis cuenta.de los demásv ¿No digo.bien,
padre?
—Dices bien, hijo.
— ¡Pues es claro! No te enojes, madrecita, pero deja
que esto sé. sosiegue, y entonces iré á ver á Carmericíta,
á Pepa, á Micaelilla, y hasta á la tia Belén si tú quieres.
—jSabes que á tu hijo Antonio se le ha soltado la
lengua con las pesadumbres? dijo una vez Regla sonriendo y dirigiéndose á su esposo.
-^Dímelo á mí, contestó éste, que lo tengo á la vera
todo el dia. Siempre está- con el reloj adelantado, y no
tiene más sentido que el de cojer el trote hacia acá.
—Padr«, que ya es tal hora.
— ¡Chiquillo!
—Sí, padre, mira el sol.
Y en cuanto pasa un minuto:
—Padre, ya habrá dado la media.
'
—¿Antonio, quieres callar?
—¿Pero todo se ha dcihacer hoy? ¡Bueno está lo bueno! Vamonos, padre: Pronto vá á dar la oración.
—^Y así nos llevamos todo el santo dia. Por supuesto
que cuando yo salgo por el portillo ya está él en Bonanza, y no le vuelvo á echar la vista encima hasta la
noche. Créete tú, que si á mí no me pasara lo mismo,
algunas veces le habla de reñir. Pero ya se ve, el pobrecillo como todos nosotros tiene el sentido puesto en
Lola, y como no la ha visto por la niañana, se figura
que á un volver de cabeza se la van á quitar á la señorita Blanca.
XXIL
El plan de Blanca.
Así se pasaban los dias, cuando una mañana recibió
don Félix muy malas nuevas de Cádiz.
Su amigo el secretario del gobierno le comunicaba,
que el señor gobernador acogió con suma frialdad el
negocio; que habla dicho que era cosa del juez, y que
todo hacia revelar una decisión desfavorable. Esta carta
consternó al buen don Félix, que apenas se atrevía á
mostrársela á su hija, mas cuando al fin se resolvió á
ello, advirtió con asombro que ésta la leia sin inmutarse
y que si bien preocupada, no parecía inquieta.
—¿Deberemos preparar para tan mala nueva á nuestros amigos? preguntó al fin.
-&1&
—Esperemos, papá.
—Como quieras.
La señorita de Espinosa guardó la carta en su bolsillo,
en la mesa pareció muy preocupada, habló muy poco
todo el dia, y no tocó el piano, con gran sentimiento de
Pepillo.
Este salió al declinar la tarde, dejando á su hermana
Lola en compañía de Blanca y de su costurera, en una
salita baja próxima á la puerta de la calle donde paraban siempre.
El reloj de sobremesa dio una hora, viniendo á sacar
á Blanca de una profunda meditación.
—La media ya, murmuró al fin.
—Ya mi hermano Antonio ha de estar muy cerca,
pensó Dolores.
—Mira, Lola, hija mia, añadió Blanca; aquí no se ve,
y quiero que me deshagas la marca de este pañuelo.
Sube á la azotea con Paca, que allí tendréis buena luz.
¡Ah! mira, y entre las dos vais á hacer otra cosa. La
almáciga grande de margaritas que está en el lebrillo
la vais á trasplantar toda á las macetas que hice subir
esta mañana.
Mucho admiró á Lola ésta orden: jamás le daba ninguna de esta clase y mucho menos cuando se aproximaba la hora en qué empezaba á venir su familia. Sin
embargo, obediente y buena, no hizo la menor observación, alegrándose acaso interiormente de poder servir á
su señorita á costa de algún sacrificio. Tomó, pues, el
pañuelo de manos de Blanca, y salió seguida de la costurera.
A poco resonó un fuerte campanillazo.
Dolores se estremeció de alegría.
Habla reconocido el modo de llamar de su hermano
Antonio.
—Ya está ahí, pensó. La señorita no se acordaba sin
duda, pero ahora me llamará.
No obstante, Blanca no la llamó, y ella no pensó siquiera en desobedecer.
—Buenas tardes, señorita, dijo Antonio penetrando
en la pieza en que solía aguardarle Lola.
—Adiós, Antonio, contestóle Blanca pasaindo rápidamente al lado suyo.
El muchacho pensó que iba á llamar á su hermana
como otras veces habia sucedido; pero con'gran sorpresa
suya vio qué Blanca cerraba la puerta, volviendo á pasar
por junto á él en dirección al sofá,
—Aproxímate, Antonio, dijo con acento grave. Ven,
siéntate aquí á mi lado: tenemos mucho que hablar,
hijo mió. Por eso he alejado á tu hermana: quizá nunca
debe penetrar ella el misterio de esta conversación.
— ¡Me asusta usted, señorita!
—Pues nó té asustes, Antonio. Nada que empeore la
situación puede salir de nuestra conferencia.
• —Entonces...
'
—Pero acaso puede tener por resultado un gran
bien.
—Hable usted, señorita, que la escucho atento. ¿Quizá
se han recibido malas noticias de Cádiz?
—Sí, hijo: mira.
Y la señorita de Espinosa puso en sus manos la
carta.
Rocorrióla Antonio rápidamente y después exclama
aterrado:
— ¡Jesús, Dios mío! ¿Con qué tras de un pleito nos 1?,
quitarán? ¿Con qué no queda esperanza?
—Sí queda, Antonio: recuerda mis frases anteriores).
Queda esperanza, y para mí más que nunca: pero no la
cifro ni en el gobernador, ni en el juez, sino en tí solo,
Antonio.
676
EL MUNDO ILUSTRADO.
— ¡Bien! ¡La de Pepillo! exclamó el muchacho en un
arranque de violenta energía. ¡Sólo debemos contar con
nuestras propias fuerzas cuando no hay justicia en el
mundo! Mande usted, señorita. ¿Qué debo hacer?
—En primer lugar, dijo Blanca con animación cre-
PALESTINA. —Antigua sinagoga en Meiroun.
quiero que en casa se pasen apuros por mí. Madre está
muy consentida en que me librará con el dinero, y
como ella en su vida piensa en intereses y no se cuida
de pasar apuros, está la pobre tan contenta sin ocuparse
de esto: verdad también que barbas mayores quitan
menores; pero yo me iré. Y más le digo á usted, señorita, aunque no llegue á mi número, como nos quiten á
ini hermana Lola siquiera un dia, me iré.
ciente, no te irás al ejército como dijiste en un rapto
de furor el otro dia, aunque el gobernador sentencie en
contra nuestra, ó envié el asunto á los tribunales.
—¿Y si me toca? preguntó Antoñillo volviendo por
una transición rápida á su anterior desaliento. Yo no
—¿Y por qué te irás, Antonio?
— ¡Porque no quiero perderme... y si llego á ver tal cosa, me
pierdo como hay Dios!
Blanca le escuchaba cada vez
más satisfecha de sus planes.
El muchacho prosiguió con
acento sombrío:
—Sí señora, señorita Blanca. ¡Crea usted que
aun ahora mismo, me acometen muy malas
ideas! Pepe tiene razón: muerta esa mujer, nadie tendría que reclamar á mi hermana Lola.
Y cuando en el campo se me fija la idea de que se la
han quitado á usted de aquí... ¡Jesús, madre mía de
mi alma, no lo quiero pensar! Entonces... se me ocurre
matar al mundo entero.
—¿Pero, Antonio, no piensas en lo que sucedería
después?
—Pues si no pensara, ¿quién le dice á usted, señorita,
que no hubiera yo hecho polvo á esa mujer? ¡Sí que
EL MUNDO ILUSTRADO.
677
678
EL MUNDO ILUSTRADO.
pienso, pero no en mí! Sin Lola tanto tengo yo con estar
colgado como aquí en este sofá... y si supiera yo que
ellas todas se quedaban tranquilas... ¡Pero, ya se ve...!
¿Y mi padre luego? Ese es el que me da más en qué
pensar. ¡Ya sabe usted que le da por las cosas de la
honra! ¡El diablo lo ha cogido por ahí! ¡Si mañana le
ajusticiaran á un hijo suyo, pasado se moría de vergüenza él!
— ¡Calla, Antonio, calla! exclamó al fin la señorita de
Espinosa entre severa y conmovida, tu padre tiene razón,
y es Dios y no el diablo quien le inspira esas ideas. A ellas
debes ceñirte. Los hombres honrados como él, llegan á
fines honrados por honrados caminos. Por los que tú
piensas, jamás.
—¡Ay, señorita de mi alma, bien sé que no soy digno
de besar la tierra que mi padre pisa, pero usted me ha
hecho hablar! Asi soy, y asi me presento ante usted,
porque usted, como mi madre, tiene indulgencia para
todos.
—Pues bien, eso quiero. Sigue siendo franco conmigo
en cuanto voy á proponerte, en cuanto voy á preguntarte.
—Lo seré: lo juro. Gon usted sola me atrevería yo á
ser franco hasta el punto que lo he sido. Usted no ha de
quererme como mi madre, para que me contenga el
temor de afligirla demasiado. Proponga usted y pregunte usted, señorita.
—Pues bien, no irás á ser soldado^ y en tu casa no se
pasarán apuros por librarte, porque en mi carpeta tengo
ya contado el dinero.
—¡Oh, señorita Blanca...!
—No sigas, exclamó ésta interrumpiéndole. Nada me
debes tú: lo he hecho por tu hermana Lola. La pobre
niña se apenaba mucho con esta idea y ha sido preciso
tranquilizarla. ¡ Te quiere tanto!
— ¡En eso no me gana, señorita! Pero, en fin, no iré .
á servir al rey, puesto que á usted no le arredran las
consecuencias de mis barbaridades. ¿Mas y luego? ¿Qué
debemos hacer para que nadie nos dispute á mi hermana Lola?
—Escucha, Antonio, dijo Blanca con gravedad. Hablase de una sabia ley, que deberá promulgarse muy
pronto, y por esa ley sé otorgan á la Garduña más derechos sobre Lola de los que aun tiene hoy.
—¿Y dice usted que es buena?
—Si; déjame terminar. Si esa ley estuviera; terminada
y vigente, entre otras cosas, no permitiría casarse ¿i tu
hermana sin permiso de la Garduña hasta tener bien
cumplidos los veinte y cinco años.
— ¡Qué iniquidad !>
—Afortunadamente para nosotros, prosiguió Blanca
con precipitación, esa ley aun no nos rige... pero...
debemos apresurarnos, porque pudiera promulgarse de
un dia á otro. Si mañana ordenara el gobernador entregársela á la Garduña, antes de Ta noche iría por ella el
señor vicario y la depositaría de nuevo en mi casa...
¿De los brazos de un esposo quién podría arrancarla
después?
— i Es verdad! exclamó con explosión Antonillo comprendiéndola á medias.
Después añadió con extraño desaliento:
—Pero es el caso que mi hermana no tiene novio,
señorita... al menos que yo sepa.
—Ya lo sé: no tienp novio, dijo Blanca admirada de la
sencillez del muchacho, mas puede tenerlo.
—¡Es verdad! Pero yo pensaba... que... ella no hacia
caso de ninguno...
T al expresarse así, mezclábanse á la angustia de su
voz ciertas vibraciones de indefinible esperanza.
—A tal extremo pueden llegar las cosas...
—¡Tiene usted razón! Aunque de nosotros se alejé
para siempre, más quiero verla casada con un hombre
honrado, que no en poder de esa mujer un dia siquiera. ¡Yo sé de muchos... que están muertos por sus
pedazos... Periquillo Berrinche... por ejemplo... Manuel,
el hijo de Mercedes... y mi tocayo, el hijo del tío Calores, la están queriendo cuanto há, con fatigas negras!
Todos son hombres de bien... y si ella se decide por
alguno...
—No se trata aquí de Periquillo, ni de Manuel, ni de
tu tocayo tampoco, exclamó Blanca con alguna viveza.
Tanta candidez le alarmaba. Empezaba á dudar de su
penetración. •
Antonio repuso:
— ¡Ah! entonces...
—¡Entiéndeme de una vez, hijo mío! Lola no es tu
hermana.
—Eso tiene poco que entender, señorita. ¿Si ella fuera
mi hermana, pasaríamos las fatigas que estamos pasando?
—¡Pues bien, Antonio, cásate con ella! exclamó Blanca
decidiéndose al fin.
El muchacho la miró asombrado, después sus grandes
ojos, desmesuradamente abiertos, recorrieron la estancia
como para cerciorarse de que no dormía, luego se puso
de pié cual si fuera un autómata, por último llevó
ambas manos á su corazón y volvió á caer sobre el sofá,
pero permaneció mudo.
—Cásate con ella, Antonio, repitió la señorita de Espinosa. ¡Ella merece ser amada por todos conceptos;
así nadie podrá arrancarla de tus brazos; asi tendrás la
dicha de volvérsela á tu madre para siempre! ¿Callas,
Antonio? ¿Nada me respondes? Bien, pues, calla. Vamos,
serénate, hijo mió, que después hablarás.
El muchacho hacia grandes esfuerzos por serenarse,
procuraba respirar libremente y se apenaba de no poder
conseguirlo. Quería apurar hasta el fondo aquella cuestión que de tal modo estremecía todas las fibras de su
alma; quería cerciorarse de la posibilidad de aquel imposible ; pero no hallaba frases que sirvieran á sus ideas,
ni voces para articularlas en su boca.
Después de una larga pausa pudo exclamar, al fin,
con acento entrecortado:
—¡Señorita... yo... yo..,!
—¡Tú, sí, Antonio! ¿No habías pensado en ello? Bien
lo sé: tu emoción me lo demuestra. Mas yo vengo en tu
auxilio.
— ¡Oh, señorita... gracias...! Pero... Dios mío, ¿cómo
puede ser eso?
—Porque no es tu hermana: bien lo sabes. Si la quieres y té quiere, ¿qué poder impedirá que sea tu esposa,
si sabemos aprovechar el tiempo?
— ¡Imposible, imposible, imposible! repitió Antonio
sofocado siempre por la emoción que aquella idea le
producía.
Blanca encontró el medio de volverle su calma: aunque
veía el fondo del corazón del pobre muchacho, le dijo
con aparente seriedad:
—Bien, si tú no quieres, olvida cuanto hemos hablado: ya te dije al principio que quizá Lola ignoraría
siempre nuestra conversación. Ya ves que he tomado
mis precauciones. Una negativa por tu parte heriría de
fijo las fibras de aquel corazón tan delicado si llegara á
saberla: pero nunca la sabrá, tranquilízate. No quiero
que te creas obligado por ninguna clase de consideración. Este secreto se quedará entre nosotros. Si tu amor
fraternal hacia ella excluye de tí todo otro amor...
—¡Oh, señorita... no es eso.,, no es eso...!
EL MUNDO ILUSTRADO.
—Explícate, Antonio. ¿Qué es?
— ¡Es... que ella no querrá! exclamó Antonio logrando
al cabo tomar algún dominio sobre sí.
—Eso lo sabremos muy pronto. No creo que te rechace,
pero repito que en breve saldremos de dudas. Vé á tu
casa, hijo mió, obten el permiso de tus padres y vuelve
en seguida. Aquí te esperaré con ella, y tan pronto como
me lo indiques, os dejaré solos para que puedas explicarle nuestras esperanzas con más libertad.
—¿Yo salir ahora con esa embajada? ¿Yo decírselo á
ella? ¡Perdone usted, señorita, eso no lo hago yo aunque
me fusilen! Iré á mi casa, se lo diré á mi madre, se lo
diré á mi padre, haré todo cuanto usted me ordene,
menos eso.
Sonrióse Blanca, y le dijo:
—Está bien, Antonio: se lo diré yo, puesto que te
niegas. ¿Estás contento de mí?
—¡Ay, señorita Blanca!
El muchacho no pudo añadir ni una palabra más;
pero llevó á sus labios la mano de su protectora.
—Ahora vé, dijo ésta. Ella no debe saber nada si no
obtenemos el permiso de tus padres.
— ¡Madre dirá que sí, de fijo! Me parece que la estoy
oyendo: las bendiciones lloverán sobre usted, señorita.
Mi abuela será de su opinión, y en cuanto, á la niña y
Pepe, se volverán locos de contento... pero mi padre...,
¡Mi padre es el que me da cuidado, señorita de mi alma!
—¿Temes que diga que no?
— ¡ Ay, sí, señora, todo lo temo! Siempre está á vueltas con los linajes y las familias honradas... ¡Gomó si
cada uno no fuera hijo de sus obras! En fin, á la vista
está. ¿No ha estado la pobrecita de mi hermana Lola
tantos días en casa de la Garduña? i Pues no ha permitido que vaya mi madre á verla ni una vez! Se cerró á
la banda diciendo que no y no: ni llantos ni súplicas lo
ablandaron. A mi abuela le dijo que no se lo podia prohibir, pero que le daria una gran pesadumbre con subir
al barrio alto, y que lo que es respecto á Isabelita, -ni
pensarlo siquiera.
—¿Y á tí te lo prohibió también? .
—A mí, no señora; pero yo no iba porque.estaba ciego
y temia hacer un desatino.
—Pues, á pesar de todo eso, no te desanimes, Aritonio.
Ten esperanza, hijo mió, y si hoy dice que ño, mañana
tal vez se dejará ablandar por vuestras penas y por la
suya propia. Quiere decir, que hasta entonces nada
sabrá la niña; pero no perdanios el tiempo: corre á tu
casa, y si vuelves con noticias favorables, esta misma
noche se lo diré y quedará todo arreglado.
—Pero... señorita...
-¿Qué?
—¡No sé como me expliqué!
—Conmigo siempre con la mayor claridad. Habla..
—Pues bien, el negarme yo á decírselo, no es soló por
encogimiento; tengo además otra razón.
—Explícate.
—Ella es una paloma bendita, como dice mi madre;
eso á la vista está; nunca ha tenido más voluntad que
la nuestra, y basta de media vez que uno de nosotros le
indique cualquier cosa, para que ella lo haga sin vacilar. ¡Aun sin indicárselos adivina ella nuestros deseos,
conque, ya ve usted! Si yo le hablara de tal asunto,
diría que sí á ojos cerrados: por mi madre, por todos
nosotros, no hay sacrificio que ella no se impusiera;
pero no es esto lo que quiero yo. Ahora bien, dígame
usted, señorita Blanca, ¿qué hubiera hecho mi madre
por la pobre nifia, si ella, atendiendo sólo á mi felicidad,
se impusiera «ti ttiarido que no fuera de su gusto?
Miróle Bláttea gQfpíéaaídat le enternecía profunda-
679
mente la extremada delicadeza del pobre muchacho.
—Tienes razón, dijo; nada le debería, si eso fuese;
pero tranquilízate: yo le he escogido á Lola un esposo
digno de todo su amor, y ella sabrá pagarle después que
yo le diga todo el que le guarda.
—¡Nada de pagos, por Dios: eso es justamente lo que
yo quiero evitar, señorita! Por eso la encargo á usted
de esta comisión: yo me vendería: por eso confio á su
delicadeza de usted la dicha de esa hermana, que me
importa más que la mía propia.
—Descuida, Antonio, te he comprendido, contestó la
señorita de Espinosa enjugando una lágrima; exploraré
antes su corazón, usaré con ella de algunos rodeos y
sólo en el caso de ver que se inclina...
—¡Eso! ¡Que Dios se lo premie á usted, señorita
Blanca! exclamó el muchacho interrumpiéndola. ¡Se vá
usted á ella con mil rodeos, explora usted su corazón, y
si usted ve que se inclina á alguno de los otros, no tenga
usted reparo en decírmelo! Se casará con él, y la veremos dichosa y libre de la Garduña. Son buenos muchachos; eso yo lo fio. Manuel es todo un buen mozo,
Perico tiene una hacienda suya muy bonita... y en
cuanto á mi tocayo, es un tocador de guitarra de lo
poco, y tiene üiucho partido con las mujeres. ¡Éste ha
de ser al que ella prefiera! En tal caso, ¡por Dios, señorita, ni una palabra de lo dicho esta tarde! ¡Ahora, si
me equivoco... si ella se inclina...!
—Sigue, hijo mió.
-^¡ Si ella, por amor á mi madre y con el corazón completamente libre, se halla dispuesta á aceptar el de un
hombre que le ofrezca no separarla nunca de su familia... entonces... entonces, ."^eñorita Blanca, se lo dice
usted todo y que sea lo que Dios quiera!
r-Bien.
—Con esto me conformo, prosiguió Antoñillo levantándose con resolución; pero no aceptaré nada menos.
—¡Bi,en, hijo mío! volvió á exclamar con acento firme
la sefloritft de Espinosa. Tus generosos designios se
cumpliráin cualquiera que sea la inclinación de Lola.
Haces bien en fiarte de mí. Jamás pensé que debiera
inmolarse al egoísmo de uno la felicidad de tres. Vive
tranquilo..1 pero confia. Mi experiencia, mi penetración,
me han dicho que para que Lola te ame como tú la
amas, bastará que el eco de mi acento llame á su corazón, revelándole lo que quizá aun ignora. Contigo he
acertado: sírvate esto de garantía.
— ¡ Ay señorita Blanca, usted estudia con los ángeles!
Una sonrisa melancólica entreabrió los labios de
Blanca ante esta entusiasta exclamación de su protegido.
Después, mirándole con bondad, dijo, mostrándole la
puerta:
—Todo queda dicho entre nosotros. Ahora apresúrate,
hijo mío. Pudiéramos recibir malas noticias mañana, y
de un modo ó de otro ella no volverá á dormir en casa
de la Garduña.
Tomó Antonio el sombrero y se encaminó á la puerta,
pero una vez allí, volvióse y dijo á Blanca con acento
suplicante:
—¡Cuidado, señorita, por el amor de Dios!
—Vé descuidado.
—¿Y si ella me ha sentido y pregunta ?
—Le diré que has vuelto á salir á la calle para un encargo mío, como es la verdad.
—Entonces, quédese usted con Dios, señorita.
—Que él te traiga con buenas nuevas. Adiós, Antonio.
Salió el muchacho.
Entretanto Blanca decía:
— ¡Vé con Dios, alma generosa! Sabré cumplirte mi
EL MUNDO ILUSTRADO.
680
palabra, sabré consumar tu sacrificio, si contra lo que
creo, Dolores amase á otro. „;
. ::
XXIIL
En familia.
Las sombras del crepúsculo descendían del cielo
cuando Antonio salió cerrando tras sí la puerta.
Su hermana, que desde la azotea percibió este ruido,
aun tuvo tiempo de lanzarse al pretil y divisarle al trasponer la esquina.
—Mi hermano es, dijo. No me engañaba. ¿Por qué se
vá sin verme? ¿Por qué no me habrá llamado la señorita? ¿Si volverá? ¿Si no volverá hasta mañana? ¡ Ay, no
todos son como mi niño Pepe! ¡Ese sí!... Pero... ¡qué ingrata soy! ¡todos me quieren muchísimo más de lo que
yo merezco!
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Y Dolores se quedó pensativa.
Poco después, terminado su cometido, ambas jóvenes
bajaron de la azotea.
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PALESTINA. —Santuario judío en Meiroun.
La bondad de Blanca alentó á Dolores para preguntarle tímidamente el motivo de la desaparición de su
hermano.
Blanca le contestó, según había convenido con Antonio, asegurándole que en breve volvería.
La niña aguardó en vano media hora: Antonio no
pareció.
Era de noche ya y Pepe tampoco parecía: esto era
muy extraño en él, que jamás faltaba tanto tiempo de
su nueva casa: sin duda estaría en la de sus padres,
pero aun así era muy extraño.
En fin, sonó la hora de la llegada de Isabel é Isabelita,
y éstas no podían tardar.
Dolores se consoló; mas transcurrió un cuarto de hora
y aquéllas no parecieron.
Entonces la misma Blanca principió á inquietarse,
aunque por diversos motivos.
Temia que se realizaran los temores de Antonio respecto á José.
Lola recelaba que hubiera sucedido á su familia algún
accidente desagradable.
Blanca procuraba en vano calmar su afán.
Así transcurrieron las horas.
Ya Blanca se disponía á enviar un recado á casa de
Regla, cuando apresurado tropel se, sintió en la calle,
viniendo á sacar de su inquietud á entrambas jóvenes.
EL MUNDO ILUSTRADO.
— ¡Ya están ahí! exclamó Lola, y se lanzó como una
flecha al encuentro de su familia.
Blanca interrogó con inquietud el semblante de José,
que fué el primero que penetró en la estancia, empero
este examen la dejó tranquila.
Nada alteraba aquel rostro sereno; antes bien, su expresión de bondad parecía revestirse aquella noche con
una suave tinta de aleg-ría.
No así su esposa: ésta era más explícita en la mani-
681
festación de todos sus sentimientos. Tras él presentóse
en la puerta radiante, y exclamó con acento apasionado:
—¿Dónde está la hija de mi alma?
Isabel la tiró del vestido indicándole que se reprimiera: Dolores se arrojó en sus brazos cual siempre
hacia: Pepillo penetró en la estancia haciendo cabriolas,
y por fin, los últimos de todos fueron Antonio y su hermana Isabel.
Aun leyó Blanca en los candidos ojos de esta última
PALESTINA. — Restos de una sinagoga en Kefr-Beram.
la expresión de indefinible asombro, de inexplicable
sorpresa que producía en su espíritu el gran acontecimiento que se preparaba.
Su hermano, sin osar levantar los ojos del suelo, la
llevaba asida del brazo para evitar una explosión, ateniéndose á la frase de Pepillo, que solia decir:
— ¡Esta chiquilla se dispara como una escopeta!
Sin embargo, esta vez fué prudente: supo respetar
toda la delicadeza de su hermano, y abrazó á Dolores,
reprimiendo á duras penas su alegría.
Excusado es decir que la abuela y José hicieron lo
mismo,
T. v a . (PRIMERA sÉBlB).—T. I U . (SEGUNDA SERIE).—86.
Entretanto Antonio no se atrevía á avanzar: clavado
junto á la puerta, permanecía inmóvil. A pesar de su
confianza en Blanca, temía que Dolores hubiera penetrado su secreto. Empero, como la pobre niña lo ignoraba
todo, se dirigió á su encuentro cual tenia de costumbre,
é inclinando hacia él su bella cabeza para que la besara,
le dijo con cierto airecito de reconvención :
—Buenas noches, hermano mío. ¡Que olvidadísima
me tienes hoy!
Tranquilizóse Antonio con estas palabras: Lola nada
sabia.
Besó, pues, su rubia cabellera, y abrazándola tímida-
682
EL MUNDO ILUSTRADO.
mente, sentóse para disimular su turbación al lado de
Pepillo, que jugaba con el perro.
Ya Regla é Isabel se habían aproximado á Blanca, y
después de abrazarse como en albricias de un fausto
acontecimiento, agrupadas las tres en el sofá, charlaban
en yoz baja.
Por grande que fuera la reserva que todos trataron de
imponerse, no pudo menos de notar Dolores un tinte
inusitado de animación en aquel cuadro.
Su blanca y serena figura se escapaba del tono general. Acaso también la de su hermano Antonio le parecía
más opaca que otras noches; mas de todas maneras
advertía en él algo extraño: no era su aire taciturno de
siempre.
En este concepto les dirigió varias preguntas; pero
su madre se encargó de responder por todos, diciendo
así:
—De sobra sabes tú lo que tenemos, hija de mi alma.
Pero haces bien en reservar los secretos que la señorita
te confia.
Antonio se estremeció.
—i Ah, ya! exclamó la niña mirando á Blanca con aire
significativo.
— ¡Pues eso es! prosiguió Regla. ¿Acaso no sabes tú
desde anoche que la señorita. Dios se lo pague, tiene
contado en su carpeta el diiiero para librar á tu hermano Antonio del servicio del rey?
—Sí, sí, sí lo sé. Tienes razón, madre. Pero la señorita
me encargó que te lo callara, y por eso no me atrevía ni
aun á estar alegre. Mas él, ¿por qué está triste? ¿Acaso
se obstina en que ha dé marchar?
—Sí, hija. ¿Has visto qjjé criatura? ¡ Qué desagradecido con la señorita, qué ingrato con nosotros!... Pero no
pases tú pena, porque no se ha de ir. Donde hay patrón
no manda marinero.
—No seas tonto, Antoñillo; no le des que sentir á
madre, exclamó la buena niña con gravedad.
Después, volviéndose á Regla, añadió:
|
—Verás, madre, que pronto le convenzo: él siempre
ha hecho caso de lo que yo le digo,
T sentándose al lado de Antonio, se esforzaba en persuadirle Coa buLenas razones de lo inconveniente de su
conducta y arriesgado de las empresas en que quería
lanzarse, cuando vinieron á anunciar que la cena estaba
en la mesa.
Aquella noche sí que honraron verdaderamente los
comensales la mesa de don Félix. El buen caballero estaba admirado.
Por vez primera, desde que cenaban juntos, accedió
el esposo de Regla á vaciar una botella de su excelente
manzanilla: las mujeres desocupaban con rapidez sus
platos; Isabelita y Pepe charlaban hasta por los codos,
aquélla, siempre fijando en sus hermanos mayores sus
ojos sorprendidos; éste, riéndose y dirigiéndole á ella
guiñadas significativas, en tanto que Antoñillo, cabizbajo y absorto, ni siquiera probaba los manjares que
Blanca le servia, haciéndolos pasar desde su plato á la
boca de su amigo Briján, que, como el difunto, cuando
él era niño, apoyaba ahora su inteligente cabeza sobre
las rodillas de su amo.
Regla y Blanca le observaban con enternecimiento;
pero nada decían.
Entretanto don Félix se preguntaba:
—Señor, ¿qué tiene esta gente?
A Lola le parecía muy natural todo aquello después
dé lá explicación dé su madre: sin embargo, los ojos de
Isab^itale causaban cierta inquietud.
—£¡ét& contenta coíno todos, se decía, esto es muy
natural. Pero ¿por qué ese asombro? ¿Acaso puede es-
pantarse nadie de un rasgo bueno de la señorita Blanca?
Lo que es á ella la subyuga de fijo otra causa... y esa
causa bien sé yo lo que puede ser.
Cuando se levantaron de la mesa, inquieta por su
niña, la arrastró hacia el hueco de una ventana y ciñéndola entre sus brazos, le preguntó:
—¿Qué tienes, hija mía? ¿Por qué me miras así?
—Por nada, Lola, por nada.
—No. Tú algo has sabido. Quieres decírmelo y no te
atreves. Habla, Isabelita; quizá como en otros tiempos
desvaneceré tu inquietud.
—Pues bien; sí, hermana mía. Algo sé... pero no de
quien tú te figuras... ¡Ese, acaso ya no volverá á acordarse de nosotros! Pero no hagas caso de lo que te digo.
Bien sé yo que se acuerda... sino, no estuviera tan
alegre hoy... á pesar de todo.
—¿Pero qué es todo?
—¡Que se ven en el mundo cosas muy raras, muy
raras! Pues bien, otras menos raras pudieran verse
también en lo sucesivo.
—¿Aludes á Luís?
—Sí.
—EjLplícate.
—Ahora no puede ser. Hay en todo esto un secreto
que no es mío. Pero... te lo diré mañana.
—¿Me lo prometes?
^Sí.
—No quiero que me ocultes ningún secreto.
—Descuida. Nada te oculto. Mañana lo sabrás.
Después de esta escena, durante la cual su hermano
no apartó los ojos de Lola, todos se despidieron con
vivas demostraciones de cariño.
En vano trató Isabelita de hacer alarde de su discreción con Antonio, refiriéndole su diálogo con Lola. El
pobre muchacho ya lo sabia: lo habia leido en Ja expresión de sus rostros, y en aquellos momentos, inquieto y
agitado ante el grupo de Blanca y Lola que se representaba en su imaginación, escuchaba distraído el relato
de la hermosa niña.
J. ORTEGA
MUNILLA.
(Continuará).
HISTORIA NATURAL DEL HOMBRE.
D. JUAN MONT8ERBAT T ARCH8.
LOS HOTENTOTES () KHOIKHOIÍlES.
(CONCLUSIÓN).
Cuando un joven desea casarse, lo comunica á su
padre ó tutor, que le acompaña á la choza de su novia.
Allí empiezan á ofrecer por vía de regalo daja ó tabaco,
se encienden las pipas y cuando el cáñamo y tabaco
empiezan á producir su efecto narcótico, se anima el
pretendiente, y presenta, apoyado.por su padre, su solicitud. Si hay conformidad de pareceres se hacen desde
luego los preparatiyos, se dispone en primer lugar la
fiesta ó convite, y la nueva pareja se vá sin más ceremonias. El divorcio es permitido y frecuente siempre
que las dos partes convengan en dividir la fortuna, el
ganado, el ajuar y los hijos, llevándose la mujer los de
su sexo y quedándose los varones con el padre.
Los ñamas no.reconocen jefe alguno común; cada uno
de los doce clanes en que se dividen, poco más ó menos,
EL MUNDO ILUSTRADO.
tiene su cacique particular, que no ejerce otra influencia ni autoridad que la que le da su mayor opulencia,
pero cuya dig-nidad es hereditaria; su choza suele ser
alg-o más espaciosa que las otras, ]y en las comilonas
¿omunes le toca la mejor tajada. La mayor parte de los
clanes son hotentotes orlam ó sea inmigrados del Cabo;
los ñamas verdaderos se llaman pueblo real para distinguirse de los otros. El cacique, por lo demás, decide
cuándo y dónde ha de trasladarse su clan, dirime y
zanja las cuestiones que surgen entre sus miembros,
cas.tiga á algún picaro ó criminal y convoca las asambleas populares asistido por un consejo de individuos
nota,bles de la tribu. Fuera de esto ha de procurar
adquirir alguna autoridad por su energía y hechos personales, como por ejemplo en cacerías arriesgadas, etc.,
pues á no hacerlo así, nadie le respeta. Los ñamas,
como hemos dicho, suelen tener esclavos, que tratan
por lo común bastante bien, aunque no falten por
esto ejemplos de lo contrario y aun de crueldad refinada, principalmente por parte de las mujeres.
Los homicidios impremeditados se indemnizan con
regalos que el homicida ha de dar á los miembros de la
familia de la víctima, y con un banquete pagado por el
mismo, al cual asisten los parientes y amigos de ambas
familias, mientras el culpable, embadurnado con la
sangre de la vaca sacrificada, ha de mirar como los
demás se comen las tajadas. Las muertes causadas con
prem;editacion sólo pueden pagarse con la sangre del
-óqaatador, tocando á los parientes del difunto, y en su
defecto á su naejorainigo, el deber de tomar venganza.
' Los viejos, decrépitos y enfermos se colocan en una
choza separada, donde se Íes provee de alimentos sin
otro cuidado alguno, y si la enfermedad es maligna se
muda la tribu á otro puesto y abandona el enfermo á su
suerte. A los difuntos les envuelven dentro de algunas
pieles usadas y los meten en posición agazapada en
madrig-ueras hechas por erizos ú otro animal silvestre,
tapando el agujero con tierra y piedras. Si el difunto
era cacique se hace el montón algo más grande. El acto
de la sepultura se celebra también con una comilona en
la cual toman parte los parientes y amigos, quienes
matan, según la riqueza del difunto, una ó más cabezas
de gíinado.
' En general, llegan los hotentotes á una edad muy
avanzada, y muchos se ven de noventa y cien años;
cosa singular, atendido que no viven en la abundancia
y se hallan, toda su vida expuestos á la inclemencia del
tiempo. Los santones ó magos curanderos pretenden
también poder hacer llover, descubrir secretos y otras
artes mágicas; el hecho es que curan casi siempre á
las personas mordidas por serpientes. No emprenden
eura alguna sin que antes se mate un carnero ó buey,
ségUn'la fortuna del enfermo, porque, como es natural,
toca al mago entóncps la parte de! león. Todas las enfermedades son causadas, según ellos, por culebras que
hay que sacar del cuerpo'del paciente, lo cual efectúan
haciendo yariasi incisiones en él.
Poir lo dicho se ve que los héteptotes, y en particular
los ñamas, son muy sociables y amigos de fiestas y
y comilonas, con sus danzas, que nada tienen que ver
con culto alguno religioso, sino simplemente con la
expansión, sobre todo si hay café, té, crii y tabaco.
Suelen verificarse estas danzas en las noches de luna,
ypnáo aeoinpañadas de canto y música. Los danzantes,
hombres y mujeres, se colocan en círculo alrededor de
otro danzante que parece dirigir á los demás, quienes,
asidos de las manos, dan la vuelta, ya poco á poco ya
prisa. Al cabo de cierto tiempo se sueltan y entonces baila cada uno libremente, moviendo con las
683
piernas todo el cuerpo hasta que el cansancio los rinde.
El instrumento nacional de música se llama gora (se
escribe !gora; la exclamación! acompaña en la escritura
muchas letras para designar un sonido especial), y
tiene la foTma de un arco Con un cañón de pluma en
uno de sus ex.tremos para soplar sobre las cuerdas, que
también se tañen con un palito colocando el instrumento entre piernas como un arpa y aguantándolo con
un pié. Los sonidos que produce son turbios y varían,
de modo que es difícil producir el mismo tono á voluntad.
Las ideas religiosas de los hotentotes son muy confusas y parecen reducirse á una especie de veneración de
las almas de los difuntos, á juzgar por el temor que les
inspiran los cadáveres, tanto que no solamente desmontan la choza donde ha muerto alguien sino que nadie
se atreve á utilizar las perchas para otra choza ni catar
siquiera viandas cocidas con la lumbre de esta leña. No
pasará tampoco ningún hotentote cerca de una sepultura sin echar encima una piedra ó rama de árbol, por
manera que se forman en sitios frecuentados sobre las
tumbas, eminencias bastante considerables. Al echar la
piedra ó rama pronuncian la palabra Haitsi-aiMp, que
parece significar el alma muerta en general, que resucita en otros cuerpos y vuelve á morir. Este ser figura
en muchas leyendas de los hotentotes junto con otro
que llaman Tsui-goap, nombre que significa rodilla llagada ó desollada, bien que el que lo lleva es nada menos
que el Creador del género humano, dispensador de todo
lo bueno, y además, como Haitsi-aibip en su tiempo, un
gran mágico. La tercera entidad divina parece ser la
luna, porque figura con las dos anteriores en los cuentos. Verdad es que los khoikhoines celebran la luna
nueva con cantos y danzas en los cuales toman parte
todos los individuos de cada clan; durante los eclipses
de luna entonan lamentaciones, y si la tribu se encuentra casualmente empeñada en una empresa, como una
cacería ó traslación, no pasa adelante por temor de un
éxito desgraciado. No hay que decir que la superstición
y la creencia en artes mágicas son grandísimas, como
también las otras creencias en espíritus, augurios y
presentimientos, que tienen no pocos partidarios entre
todas las naciones europeas, y por lo mismo encuéntranse en sus leyendas y cuentos, como en muchas tradiciones europeas, diferentes trasformaciones de hombres
en animales.
Los mágicos de los hotentotes fabrican y venden
muchas clases de amuletos y fomentan en su interés la
superstición y el terror de las apariciones.
. Los misioneros han influido ya mucho en las creencias
religiosas de los hotentotes, según pretenden aquéllos,
pero el hecho es que hay más apariencia que verdad;
los que viven en las poblaciones del Cabo si algo adoran
es el aguardiente, mientras la innata pereza é indolencia de esta gente sólo se fomenta en las estaciones de
los misioneros, porque allí con el pretexto de imponerse
en las verdades del cristianismo no trabajan. Merensky,
misionero también, dice que la índole propia de los
hotentotes los hace asequibles al cristianismo: son sensibles ,^ lloran, sollozan, hacen plegarias, y hasta llegan
á fingir accidentes y éxtasis, pero no pasa una hora sin
que parezcan haberlo olvidado todo, y efectivamente,
resulta á menudo que todo era una comedia para lograr
algo que deseaban. Los hotentotes coraí acuden solícitos
á las escuelas de las misiones mientras dura la distribución de tabaco que se les da para atraerlos, pero en
cesando este aliciente ya se hacen el remolón. Otro misionero, el doctor Holub, dice que exceptuando la tribu de
los metáleles, en ninguna han obtenido los esfuerzos
COMPRA DE ÜN ESCLA.VO EN EL TÜRQUESTAN.—CUADRO DE WASILI WERESCHAGIN.
(Véase la página 091).
EL MUNDO ILUSTRADO.
686
de los misioneros tan poco resultado como en la de los
coras, quienes no solamente admiten en sus aldeas y
chozas, gustosos, ó, la escoria de la población blanca,
sino que se prestan á satisfacer todas sus licencias desenfrenadas. La doctrina cristiana materialízanla á su
manera, y un misionero, después de un trabajo inaudito
para hacer comprender á sus catecúmenos lo que es la
mala conciencia, cosa que ni siquiera conocen ni menos
tienen palabra para designarlo, haciéndoles ver con
gestos que causaba; en el interior el remordimiento,
logró, cuando les preguntó lo que era la conciencia,
sólo la contestación: «dolor de barriga.»
Los hotentotes actuales, como sus antepasados, Viven
en constante enemistad con todos-Ios demás indigeüas
del África del Sur. Desprecian y odian á los bosquimanes, que con sus invasiones sangrientas han dado siempre abundante motivo para estos sentimientos y que
han contribuido más que nadie á la reducción extraordinaria de los khoikhoines; pero por otra patte hacen
lo mismo con los cafres, con cuya tribu de los hereró los
ñamas tuvieron, no hace todavía veinte años, una guerra
de exterminio, y finalmente otra entre hotentotes, es
decir, entre los ñamas y los otames, ú hotentotes de la
colonia del Cabo, que emigraron para metierse entre lo.s
suyos que continuaban independientes. Lo peor es que
los misioneros protestantes tuvieron en estas guerras
una gran parte de culpa, más por ignorancia que por
picardía.
LOá PUEBLOS DEL GRUPO BAKTü.
Generalidades.
Si fijamos la vista en un mapa etnológico de África,
vemos en toda la parte meridional, ál este del territorio
de los hotentotes y bosquimanes, desde el extremo sur
hasta más allá del ecuador, un solo color que representa
la extensión de un gran grupo de pueblo? cuyos idiomas
patentizan un origen común, porque derivan todos de
un mismo idioma primitivo desaparecido mucho tiempo
há. k todos estos pueblos se aplica el nombre de cafres,
de origen árabe, que significa infiel ó sea no-mahometano. Bleek, el Jacobo Grimm del África meridional,
llama á todos estos idiomas iantu, porque en todos ellos
designa la palabra Mntu hombre ó persona, pueblo,
gente. La raíz es ntv, y ala, viniendo á ser el artículo definido del plural. Así se llama el hombre en todo el territorio cruzado por las dos diagonales, trazada una desde
elrioKei, que forma el límite entre'los hotentotes y
cafres hasta la isla de Fernando Po, y la otra desde el
golfo de las Ballenas hasta la desembocadura del rio
Chub (Djoub, Dehub): la primera atraviesa 14 grados de
longitud y 35 de latitud, y la segunda 28 grados de longitud y 23 de latitud, midiendo respectivamente-4,450 y
3,700 kilómetros de longitud. Fritsch, Bleek, Federico
Mueller, Peschel y otras autoridades, dividen los idiomas
de los pueblos que habitan esta inmensa superficie en
tres grupos principales; el oriental, el central y el occidental, variando en algunos detalles. Mueller divide el
grupo idiomático oriental en otros tres suh-grupos;
el uno comprende los idiomas cafres, el otro los zambesi y el tercero los de Zanzíbar. Los idiomas ma-sona,
laroze, ta-yeye y otros, los coloca en el grupo zambesi.
El grupo principal'central lo divide en los sub-grupos
de los idiomas se-ehuanas y tequezas; los idiomas sechuanas los subdivide en el se-gúto al este, y los se-rolon
y ierjlapi al oeste, y las lenguas tequezas en ma-molosi,
ma-ton^a y ma-loenga.
El grupo principal occidental se divide en los dos
sub-grupos de los idiomas tunda y eovgo; al grupo iunda
corresponden las lenguas hereró, lunda y longa, y al grupo
coTigo las lenguas mpongve, hele, isubu y Fernando Po.
En el grupo principal oriental ocupan el cafre el
mediodía, el sechuana el centro y el teqüéza él hórté."
El cafre se distingue por una abundancia de formas
antiquísimas, y lo hablan los cafres, amacosas ó cafres
fronterizos, los mMs y los ma-suasis. Estos últimos eran
llamados por los basutos, hasta el año 1843,"baríii;^tisos,
porque su cacique de entonces se llamaba Rapusa, c^íaao
en el año 1860 se llamaba la gente del cacique Um-suásí,
ma-suasis 6 ama-suasis.
Al este de estos últimos se citan los ma-cansanas y al
mediodía los vna-gholas.
El idioma sechuana es hablado por los chuanes y | e
divide en el sesuto, ó sea el idioma de los basutos, y íb&
idiomas se-Jlapi y serolon. En los mapas regulares sp
encontrará anotado un pueblo chuan casi exactamente
á 25° latitud sur y 25° longitud al este de Greenwich.
El tercer grupo ó tequeza lo coloca Bleek alrededor del
golfo Delagoa y del rio Lorenzo Marques, con los idiomas
afines ma-molosi, ma-ton^a y ma-loenga, que no siempre
corresponden á los nombres geográficos de los mapas.
Forma el tránsito al grupo oriental medio delmozambique ó zambesi el in-hambane con la población marítima
del mismo nombre en el trópico. En el Zambesi inferior
se encuentran Tete y Seña con los idiomas de igual
nombre. Los dialectos de Sáfala, Q,uiliíimnse y Mé-rdvi,
pertenecen al idioma sefM, y en geneyal al grupo zambesi el macuá y el quihiau, que hablan los ma-hiau {xa,hiau ó ve-iao).
Los idiomas qui-camia y qui-suaheli. forman el subgrupo del zambesi del nordeste; el primero lo hablan
los acampas, quinicas y quisamiala; éste lo hablan los
vasambarastXL üsambala, y los íi*i-swaA«ZÍ. Los ««¿íocpmo*
hablan el quipocomo,9&a de los anteriores.
Entre los pueblos del grupo meridional central cita
Bleek los bayeyes, que los chuanes llaman bahjopas;
luego los baloyazis, mapondas (bapondas, ó bamapondas), bañencos, baiocas, baroises y bachuebas, es decir, que
estos pueblos, con sus respectivos dialectos del mismo
nombre, ocupan aproximadamente la cuencatidráulica
del Zambesi superior. Los bayeyes viven junto al lago
de Ngami. ^
. El grupo occidental se divide, según Bleek, en. los
tres sub-grupos Bunda, Congo y Noroeste. Los idiomas
bunda son:
1.' El ocM-hereró, que hablan los ¿««ios,, llamados
también damaras. Las tribus occidentales de este grupo
se llaman ova-hererós, y las orientales ommbandeherus.
2." Elfiííwfoíí^ú!,que hablan los (waíw^oí, ovactiímbis,'
ovacuancheras, ovanguaruices ú ocaruces y los ocorongaces.
3.° El nano ó bénguaía, y
4." El cmngolaAe. Angola.
Viene luego hacia el Gongo con sus dos dialectos, el
congo y el mpongve.
En el noroeste hablan el diquele los baqmks; el ^ettga
en las islas de Coriseo; el duala ó cam^^n, y el idioma
llamado Fernando Po.
Todos estos pueblos é idiomas forman un grupo idiomático de la clase de los pronominales-prefijos,, que
comprende asimismo las familias idiomáticas meifa y
gor.
. . . . • '
Federico Mueller, que en el fondo concuerda con
Bleek, caracteriza mejor que ningún otro autor lingüista
todos estos idiomas, que son los tipos más perfectos de
la construcción llamada aglutinadora. Según él son
suaves y armoniosos al oído, y las palabras polisilábicas. Casi todas las sílabas están compuestas de conso-
EL MUNDO ILUSTRADO.
nante y vocal, acabando siempre en esta última. Las
radicales de que están compuestas las palabras, son
también polisilábicas, excepto alg-unas relativamente
más modernas que son monosilábicas. Las formas gramaticales resultan de la colocación de los elementos por
delante, es decir, como prefijos, y rara vez por sufijos
(ó afijos). De ahí viene una riqueza verdaderamente
asombrosa de formas, tanto que el cafre tiene nada
menos que 8 pretéritos imperfectos, otros tantos pluscuamperfectos, etc., siendo la aglomeración tal, que las
palabras más largas se descomponen fácilmente en sus
elementos, con la particularidad que el pronombre ó el
artículo del sujeto de cualquiera oración se repiten en
los demás miembros de la misma, es decir, en los adjetivos, verbos y oraciones relativas, si bien en formas
abreviadas, como de omu el, la, se repite solamente v, ii
ó m; mas como hay en el zulú, por ejemplo, 14 y en
otros dialectos cafres hasta 16 artículos y pronombres
demostrativos del singular y otros tantos del plural,
formando todos con sus abreviaciones ,un verdadero
ejército, debería resultar para el extranjero una confusión grandísima; pero muy al contrario, le facilitan
mucho la comprensión al paso que preservan el idioma
de alteraciones y conservan á sus vocablos su independencia y fijeza. En zulú, por ejemplo, es el artículo del
nominativo singular í ó ¿ y el demostrativo este li ó simplemente I, y para decir: «nuestro hermoso país,» dicen:
«el este ^áis, el mxestto, el este hermoso ó sea: i-li zoé
V etu c-¿fjlé ó, en una palabra, ilizoeletuelijlé.>>Livingstone afirma que estas repeticiones constituyen hasta
una ventaja de los idiomas bantu sobre los europeos.
«Dan á cada oración, decía, una energía y claridad igual,
y excluyen toda equivocación sobre su relación con la
oración que precede, evitando también las dudas fastidiosas que resultan en nuestros idiomas europeos del
uso de este y aquel ó el 'primero y el último, para fijar la
relación á lo dicho anteriormente.» A pesar de esta opinión del célebre viajero, damos la razón á Bleek, quien
considera estas voces siempre repetidas como un apéndice embarazoso, que arrastra los idiomas bantu como
un peso muerto, que impide dominar la idea general
del discurso.
JUAN MONTSERRAT Y ARCHS.
¡Continuará).
POR
LUCIANO
BIART.
TRADUCIDO Vgf. PRANCSs
POR
DON MARIANO BLANCH.
CAPITULO PRIMERO.
En'el desierto.
—¡Pelícano! ¡pelícano!
•—¿Qué tú querer, masa Celestino?
—Poca cosa, amigo mío; que tengas compasión de tus
piernasy de lasmias, que moderes el paso. Hace seis
horas q.ue estamostrepando, y empiezo á creer que vamos
á encontrarnos de repente en las regiones de la luna.
—Nosotros no, subir tanto, por fortuna, masa Celes^
tino.
687
—¿Y por qué no, muchacho? Después de haber recorrido el Yucatán, la Misteca, la Huasteca, Chihuahua,
Coahuila, Tamaulipas, Nuevo Leonj en una palabra,
todos los Estados que, según dice nuestro amo, forman
la república mejicana; después de haber escalado diez
veces las montañas de la gran Cordillera, lo que, sea
dicho entre paréntesis, nos ha obligado á bajar por ellas
igual número de veces; después de habernos bañado
sucesivamente en las aguas del océano Pacífico, del
océano Atlántico y del mar Bermejo, no veo inconveniente en que nos remontemos á las regiones de la luna.
Esto nada tendría de extraño, y estoy seguro que
nuestro amo nos llevaría allí sin titubear si creyese encontrar en tales regiones una planta, una concha, un
insecto ó un cuadrúpedo desconocidos.
—Sí, él gustar mucho de los animalitos.
—También le gusta.n los animalazos. Pelícano; bien
lo sabes tú. Aunque el doctor Pedro sólo nos dirige la
palabra para regañarnos, hemos de confesar que en
medio de su fingida indiferencia nos quiere como si
fuésemos hijos suyos.
—Mientras nosotros hablar, el amo .estar ya allá
arriba, dijo Pelícano levantando los br^z.C(^' é indicando
la cima de la montaña que iban subiendor
—Tienes razón, Pelícano, tienes razón. Apretemos el
paso; pero naveguemos de conserva, cual viejos marinos, ya que éste es nuestro oficio: no me gusta ir rezagado.
I
Los dos interlocutOFi^s, que marchabah con dificultad
por ir cargados con ufla especie de mochila, volvieron á
emprender su penosa ascensión. En el momento que los
presentamos al lector recorri?in un terreno pedregoso
sin la menor traza de sendero, en el que sólo medraban
contados cactos. Seguíales un enprjgae perro mastín, con
las orejas caídas y sacando un palmo de lengua. Dientes
de Acero (con este nombre había ¡sido bautizado el perro
en cuestión), tenia por amos -desde sunacimiento á Pelícano, negro de pura raza, á .pesar de ser hijo deja
Martinica, y á Celestino, un parisiense lanzado por los
caprichos de la fortuna a l a vida del mar y más tarde,
por una de las contingencias de lu oficio, á las costas
del Yucatán.
Alto, robusto, siempre alegre. Pelícano vestía pantalón y chaqueta de ante, lo mismo que su compañero, y ambos calzaban largas polainas para librarse
de los espinos y de las de mordeduras de las serpientes.
Los dos viajeros parecían todaví?, jóvenes; pero en la
negra y ensortijada cabellera del más pequeño, es deoir,
de Celestino, asomaban ya algunas hebras de plata. Su
dulce, franco y bondadoso rostro sólo se diferenciaba
del de Pelícano por cierto aire picaresco. Los dos
amigos,—y para convencerse de que lo eran bastaba
fijarse en las miradas de inquietud que entre ellos se
cruzaban cada vez que la cuesta ofrecía algún peligro,llevaban' á la bandolera una ligera escopeta de dos
cañones, y de su cintura colgaba el gran cuchillo de
caza mejicano, el machete, indispensable para cuantos
se aventuran en las selvas -vírgenes.
—Doctor pasar por aquí, dijo de repente Pelícano señalando un tronco de árbol caido de puro viejo, que
estaba desprovisto de su corteza,
—Sí, contestó Celestino, y debe haber hecho algún
descubrimiento, pues ha descortezado completamente
este árbol añoso. ¡Uf! añadió el ex-marinero. ¡Nunca
acabamos de llegar! Cuando navegábamos á bordo de la
Joven Amalia, Pelícano, teníamos la ventaja de que el
buque andaba por nosotros.
,
—Sí, pero un día oscuro, oscuro. Joven Amalia estre*Uarse en las rocas y nosotros caer en el mar.
,
688
EL MUNDO ILUSTRADO.
—En, cuyo fondo dormiría desde hace quince años,
camarada, si no me hubieses pescado con riesgo de tu
vida.
—Tá pescar á mí, masa Celestino.
—Yo creía, Pelícano, replicó éste en tono severo, que
no volverías más á la carga; que había quedado establecido que el pescado fui yo.
Dos ó tres silbidos lanzados desde la cima de la montaña pusieron fin á esta conversación.
—Amo llamar, dijo Pelícano.
Celestino cogió un silbato de plata que pendía de su
cuello y sopló con toda su fuerza. Esto probablemente
era una señal convenida, pues todo volvió á quedar en
silencio, reanudando su ascensión los dos ex-marine-
PALESTINA.—Tumba en Kedes.
ros. Transcurrida media hora llegaron á la cima de la
montaña, encontrándose en medio de un bosque de
abetos. Detuviéronse un instante para cobrar aliento,
lanzando curiosas miradas en torno suyo. Por todos
lados veíanse árboles derribados y cubiertos, al igual
del suelo, de una espesa capa de musgo verdinegro.
Sobre aquella sombría alfombra descollaban de trecho
en trecho florecillas rosadas, especie de geranio silvestre. De repente Pelícano señaló á su compañero una
ancha entalladura acabada de practicar en el tronco de
un árbol, indicio para ellos del camino que habían de
seguir, pues en el acto entrambos se metieron en las
profundidades del bosque. La montaña terminaba en
un cono abrupto; de consiguiente, después de haber
adelantado unos diez pasos, Celestino y Pelícano se encontraron sobre una pendiente tan escarpada como
aquella que acababan de subir; pero á la sazón se trataba de bajar. El descenso fué muy rápido, habiendo sido
arrastrados nuestros conocidos por su propio peso y
guiándose de trecho en trecho por las entalladuras que
EL MUNDO ILUSTRADO.
ofrecían los troncos de los árboles, especie de jalones
dejados por su amo. Pasado el bosque de abetos, los dos
amigos se encontraron en medio de un robledal, y luego
en una meseta, donde les estaba esperando su amo, el
doctor Pedro Brigaut.
Éste se mantenia en pié, apoyadas las manos en el
cañón de una larga escopeta. Vestido con una chaqueta
de caza color de castaña, un chaleco de tela gris y
un pantalón de la misma estofa, cuyas extremidades
iban metidas en unas polainas de cuero, llevaba un
paquetito y además la caja de hojalata, inseparable de
todos los naturalistas. Habia tirado al
suelo el sombrero
de paja de anchas
alas, dejando ver su
ancha frente completamente calva.
Alto, con los ojos
pequeños, nariz
larga y aguileña,
boca g r a n d e , con
todo sus facciones
e x p r e s a b a n tanta
i n t e l i g e n c i a , su
penetrante mirada
era tan dulce, que
en seguida se adivinaba al hombre de
bien. Y en efecto lo
era, aunque sabia
ocultar su sensibilidad natural bajo
el manto de la ironía; pero sus palabras, á veces amargas , bruscas, sólo
engañaban á aquellos que no le con o c i a n íntimamente.
En el momento
en que aparece á
n u e s t r o s ojos, el
doctor Pedro hallábase completamente abstraído, explicándose su éxtasis .
al fijarse en el panorama que tenia
delante. Una serie
de picos que iban
disminuyendo gradualmente, semejantes á los peldaños de una escalera
gigantesca, terminaban en el litoral bañado por las
aguas del golfo de Méjico, litoral que, á causa de su
temperatura abrasadora le ha valido el nombre de
Tierra Caliente. A sus pies revoloteaban águilas, buitres
negros y sarcoranfos; un poco más abajo milanos, trupiales, vencejos cubrían la atmósfera; más abajo aun
volaban aparejados innumerables loros, y luego divisábanse espesas sábanas de verdura que se extendían
hasta las orillas del golfo de Méjico, de esa inmensa
caldera donde nace el Gul/Siream, cuyas cálidas ondas
se desparraman hasta las costas de Francia, de Inglaterra y de Irlanda, y derriten los hielos de la Groenlandia.
Tan abismado estaba el doctor en su contemplación,
que sus dos criados pudieron acercarse, dejar la mochila
T. VII. ;nniMEnA S É U I E ) . — T . U I , (SEGUNDA S É M E ) . — 8 7 .
ém
en tierra é instalarse á su lado sin que al parecer lo
notara. Los ex-marineros de la Joven Amelia, aunque
acostumbrados al espectáculo grandioso que ofrece la
Cordillera, á su vez enmudecieron y quedaron inmóviles
ante aquel magnífico horizonte. El sol iba descendiendo
á su ocaso, y las sombras invadían el oriente. De las
profundidades que nuestros tres conocidos dominaban
partían los mil extraños ruidos que á la hora crepuscular interrumpen el imponente silencio del desierto. Un
rugido lejano de bestias feroces puso sobre aviso á
Dientes de Acero, el cual se hallaba sentado gravemente
al borde de la barranca, contemplando el espacio, pestañeando y boste-.
zando.
—¿Qué sucede?
dijo el doctor cual
si acabase de ser
despertado de improviso. ¡Ah! ¿habéis llegado ya, haraganes? añadió
encarándosecon sus
dos criados. Hace
más de u n a hora
que os estoy esperando.
—Camino muy fatigoso, objetó Pelícano.
—Y las cajas pesan mucho, añadió
Celestino.
El doctor se encogió de hombros
como si compadeciese á aquellos dos
s é r e s , se frotó el
cráneo con la palma de la mano derecha, y nuevamen •
te fijó sus ojos en el
espacio.
—¿Dónde nos encontramos , señorV
preguntó Celestino;
¿lo sabe usted?
—Sí, sí, contestó
el doctor, pues por
segunda vez contemplo este panorama. Extraño animal es el hombre, añadió como si hablase para sí; á
la vista de este paisaje despiértanse mis recuerdos,
vuelvo á ver el pasado, y me siento conmovido, no
puedo menos de confesarlo.
—¿Estaré desmemoriado? dijo Celestino después de
haber vuelto á examinar las alturas que les rodeaban y
dirigiéndose á su amigo. Dime, Pelícano, ¿recuerdas por
acaso haber pisado antes esta meseta?
—No, masa Celestino, contestó el negro. Nosotros
jamás venir aquí, estoy seguro de ello.
—Todavía no os conocía, amigos míos, replicó el
doctor, cuando visité por primera vez esta parte de Méjico. Acababa de llegar de Europa, de Francia, que
abandoné...
El doctor no continuó su relato: Celestino y Pelícano
no se atrevían á respirar, temerosos de disgustarle.
690
EL MUNDO ILUSTRADO.
Desde mucho tiempo atrás sabían que su amo había
perdido á su esposa y un hijo que adoraba; que por
aquella época, á consecuencia de reveses de la fortuna,
habia desaparecido su único hermano, sin haberse
sabido jamás de él; sabían que á causa de este triple
infortunio el doctor habia cobrado aborrecimiento á los
lugares que algún día fueron testigos de su felicidad, y
que se había embarcado para Méjico á fin de dedicarse
exclusivamente á los estudios de la historia natural y
para buscar en la vida activa, accidentada, peligrosa de
los viajes de exploración, si no el olvido, siquiera un
lenitivo á los sinsabores que desgarraban su alma.
Sabían también que bajo la brusquedad y la misantrcpía aparentes del doctor, se ocultaba el alma más tierna
El doctor Pedro hallábase completamente ab:itraido,
y sensible que jamás hubiese animado humano cuerpo,
y durante los quince años que viajaban juntos, Celestino y Pelícano hablan tenido ocasión de convencerse
del inmenso afecto que su amo les profesaba bajo un
exterior rudo y exigente.
Transcurrieron diez minutos: el primero que interrumpió el silencio fué Dientes de Acero, que lanzó un
aullido.
—i Cállate! gritó el doctor. Este maldito animal
siempre tiene el talento de hablar fuera de propósito, lo
mismo que los hombres. Si uno de vosotros quisiese obedecerme, poco tardaríamos en vernos libres de este
alborotador.
—Es más difícil de lo que usted cree, señor, el deshacerse de Dientes de Acero. ¿Ha olvidado usted por ventura que el nombre que lleva lo debe á haber roto con
sus colmillos la cadena de hierro que le sujetaba después que nos fué robado? Dientes de Acero es de la
misma madera que Pelícano y que vuestro servidor; si
usted le despide, volverá á buscarle y le encontrará,
pues le quiere.
—Siendo así, lo que debe hacerse con él, objetó el
naturalista, es arrojarle en el fondo del primer rio que
vadeemos; pero mientras llega esta ocasión, no descuidéis su pitanza, pues el muy taimado cuando vivaquea
se olvida de proveer á su subsistencia.
—El pobre empezar á ser viejo, repuso Pelícano, y
gustar de un buen fuego.
— ¡Viejo! ¡viejo! repitió el doctor. En efecto, tiene
diez y seis años. El tiempo vuela, y nos deja helados,
tristes, lo mismo á los hombres que á las bestias. Pero,
¿quién de los dos preguntaba poco há dónde nos encontramos?
—Yo, mi amo, dijo Celestino.
—Nos encontramos, querido, en el límite de la tierra
de los mistecas, y vamos á penetrar en el de los antiguos totonaques, es decir, en la provincia de Veracruz,
la cual recorrí de un extremo á otro á mi llegada á
Méjico, hace diez y ocho, años. Si no ando equivocado
estamos á cuatro jornadas de la Halconera, hacienda
donde viví tres años en compañía del hombre más inteligente y más bueno que he conocido en mi vida, el
mestizo José.
—¿Entonces, señor, preguntó Celestino, tenemos el
mar delante de nosotros?
—No, muchacho, no; el mar está á nuestra izquierda;
delante de nosotros se encuentra el Yucatán.
—¡El Yucatán! repitieron á un tiempo Celestino y
Pelícano.
—1 Ah, hijos mios! veo que este nombre exalta vuestra
imaginación. Recordáis el valle de las Palmeras, esa
Cápua donde perdimos diez años preciosos. Vivíase muy
bien en el palacio de Edén. Ninguna ocupación más que
beber, comer y dormir, tres cosas en que sois maestros
consumados.
—Efectivamente, este nombre despierta mil recuerdos
en nuestra mente, repuso Celestino sin que al parecer
se hubiese fijado en el arranque de su amo. Las costas
del Yucatán fueron testigos de nuestro naufragio; allí le
conocimos á usted; allí, como acaba usted de recordar,
fuimos huéspedes de don Pedro Aguílar; allí nos confió
usted la educación de Unac, el pequeño tolteca que
luego casó con la señorita Camila. ¡ Ah, señor! ¡cómo le
querían á usted en aquella casa y cuánto gusto tendrían
en volverle á ver!
—Pchs, profirió el doctor, ¿quién se acuerda de mí?
—Don Pedro, la señorita Camila, el pequeño Unac,
dijo Pelícano; yo estar seguro de ello.
—De lo que yo estoy seguro, replicó el doctor, es que
apenas se haya puesto el sol nos vamos á helar en estas
alturas, pues gracias á vuestra falta de precaución carecemos de leña para encender fuego.
—Permítame usted, mi amo, que le haga otra pregunta, dijo Celestino: ¿volveremos al Yucatán?
El doctor se acarició la barba, se sobó el cráneo, miró
con aire socarrón á sus dos criados, como si disfrutara
con la ansiedad que les devoraba.
—Vamos á la Halconera, dijo al fin, donde me propongo estrechar la mano á mi antiguo amigo José, á no
ser, añadió frunciendo el ceño, que la muerte haya
segado su existencia. Nos detendremos un mes en aquel
sitio para descansar de las fatigas del dilatado viaje que
acabamos de llevar á cabo, y para ordenar los tesoros
científicos recogidos desde Tehuantepec. Luego, si no lo
tomáis á mal, antes de embarcarnos para Europa volveremos al Yucatán y recorreremos el valle de las Palmeras: vosotros me guiareis, ya que soy vuestro amo y
debo obedeceros en todo y por todo.
EL MUNDO ILUSTRADO.
Celestino y Pelícano cambiaron una mirada de inteligencia y á un tiempo se apoderaron de las manos del
doctor.
—Bueno, bueno, holgazanes, dijo éste; dejadme tranquilo y disponed nuestro vivac.
Pelícano y Celestino se acercaron á un tuya á cuyo
pié habían dejado sus mochilas y empezaron á recoger
ramas secas. De repente suspendieron su tarea, escuchando sorprendidos: una detonación lejana acababa de
resonar bajo sus pies, detonación repetida sucesivamente por los ecos de la cordillera.
Traducido delfrancés por
MARIANO
BLANCH.
691
establecióse en Munich, donde pintó en el taller de
Herschelt muchos de sus cuadros sobre los dibujos que
habia reunido durante la expedición al Turquestan y en
su viaje hasta la frontera de China. En 1874 hizo un
viaje á la India inglesa, y el año pasado sorprendió al
mundo con su exposición de cuadros, en los que se
revela al gran artista independiente y con escuela
propia.—R.
EL HUERTANO.
DIBUJO DE EUGENIO GIMENO.
(Continuará),
(Véase el grabado de la página 692).
COMPRA DE UN ESCLAVO EN EL TURQUESTAN.
CUADRO DE WASILI WERESCHAGIN.
(Véase el grabado de las páginas 684 y 685).
Esta escena de la vida mahometana habla j)or sí y
no necesita explicación; pero sí merece el aüto^ del
cuadro que digamos algo de él, por ser un tipo extraño
entre los artistas, muchos de los cuales pieiisán que
ciertas singularidades y extravagancias forman parte
de su carrera.
Este pintor ruso, hijo de un rico propietario de Cherepovets, en la provincia de Novgorod, y de madre tártara, surgió súbitamente á la escena con una exposición
brillante de cuadros suyos que presentó hace apenas un
año al público en las principales capitales de Europa,
representando escenas de la última guerra turco-rusa,
de la expedición militar rusa al Turquestan, y otras de la
vida oriental, que habia hecho en un viaje hasta la
frontera china, y en otfo á la India inglesa. Las escenas
de la guerra tiomólas todo el mundo por uüa protesta
muda de un gran filósofo-artista contra ésaá matanzas
ordenadas y organizadas por soberanos guiados por motivos que isi existen, los infelices subditos no llegan á
conocerlos nunca, ó á lo más al cabo de algunos siglos.
Wereschagin niega que éste sea su objetó, pero en su
catálogo pone por título á un cuadro qué representa
una pirámide de cráneos que mandó erigir ün jefe turquestan con las cabezas de sus enemigos muertos en
las guerras que sostuvo: «Apoteosis de la guerra. Dedicada á todos los vencedores pasados, presentes y fu-,
turos.»
La realidad de los cuadros de Wereschagin es espantosa en todo y por todo, porque.hasta los mendigos mahometanos acurrucados á la puerta de una mezquita halos
pintado no solamente tales como son sino hasta con su
pasatiempo asqueroso dé matar los insectos parásitos
que pululan en su ropa y cabeza despeinada.
Hé aquí cómo hizo su carrera el artista en que nos
ocupamos: Hasta la edad de 17 años estudió en^ la Academia de marina de San Petersburgo, que dejó con el
grado de ofibial; de allí pasó á la de Bellas Artes
de la misma capital, pero no gustándole la atmósfera clásica, se fué al Cáucaso y á Tifliá, donde dibujó
al natural y sólo al lápiz, los objetos que más le gustaban. En üh viaje que Ihizo después por Alemania,
Francia y España, aprendió la aplicación y el valor de
los colores; quedóse á fines de 1864 en París, donde estudió el colorido en la escuela de Bellas Artes bajo la
dirección del célebre pintor orientalista GérOme, En 1871
El grabado que ofrecemos en este número á nuestros
favorecedores con el título que sirve de epígrafe á estas
líneas, representa uno de-los tipos privinciános españoles más clásicos, que mejor se adapta al suelo que los
ha visto nacer ¡y á sus costumbres, y que con más pureza y hermosura se conserva en esa feraz y prodigiosa
tierra dé MÚ|icia, cuya vega no tiene rival en el mundo
por ía riqu^a.y variedad,de flores y frutos. Allí puede
admirarse bajo un cielo azul purísimo, que los trigos se
anticipan á los demás de España, formando mares de
espigag.que, agitadas por el viento, constituyen ondas,
vihie!ní|o á estrellarse sus rompientes contra los innumerables troncos de las copudas moreras, cuyo cultivo
tanto, importa á la comarca y es una de sus principales
riquezas, empíeíindose la hoja para la cria de los gusanos de seda; cosecha muy trabajosa aunque corta pero
de grandes fendimentos. Hay además magníficos naranjos, granados,, ciruelos, melocotoneros, almendros, en
una palabra, toda la rica vegetación propia de los países
templados, frutos que son explotados con la laboriosidad
é inteligencia que caracteriza á.sus huertanos. Uno de
ellos ha servido dé tipo al inspirado lápiz del joven y
distinguicio pintor don Eugenio &imeno, y creemos que
con dificultad puede hacerse dibujo más acabado que el
que tenemos el gusto de presentar á nuestros suseritores.
Son los huertanos el verdadero tipo de la raza africana, modificado algún tanto por la civilización del país
en que habitan; gesneraimente de estatura elevada, de
constitución robusta, revelada por el moreno subido del
color de su piel, po-r la expresión de sus negros y rasgados ojos y un todo varonil en su apostura, que da á
entender la fuerza y la energía, condiciones que gustan
sin duda poner de relieve por medio del traje, que consiste, como concienzuda y fielmente representa el dibujo, en zaragüelles de lino blanco muy anchos, que llegan
muy poco más abajo de las rodillas dejando ver por
consiguiente sus nervudas piernas apenas cubiertas
por medias de trabilla; los pies calzados con la ligera
alpargata, sujetada por cinta de color vivo al cuello de
la pierna. La camisa, también de lino blanco, es notable por su gran cuello pasado por un solo botón; viene
luego la indispensable faja que rodea la cintura y sirve
como de almacén donde el huertano vá depositando el
pañuelo, la petaca, el dinero y todo aquello que tiene
miedo de ;^erder; el chaleco de seda de vistosos colores
es sumamente corto y sólo por lujo Uevft botones de
plata labrada, ó filigranada, porque apenan si uno solo
es el que se abrocha: en verano no usan chaqueta, pero
en invierno la gastan de pana negra muy corta y con
manga muy estrecha: por fin, un pañuelo de seda rodea
su cabeza viniendo á sujetarse al lado derecho de la
,,f
EL HUERTANO.—DIBUJO DE EUGENIO GIMENO.
(Véase la página 691).
2L MUNDO ILUSTRADO.
SAVONAROLA PREDICANDO CONTRA EL LUJO.
FRAGMENTO CENTRAL DE UN CUADRO DE L. DE LANGEMANTELS.—(Véasela página 691),
693
694
EL MUNDO ILUSTRADO,
frente por medio de un lazo grande, y sobre este pañue- César victorioso á un papa. La manía trascendía también
lo vá ó bien el sombrero de fieltro con grandes alas, fuera de los límites del arte; los señores juraban contipara defender la cara de los rayos del sol durante el nuamente por Jove, hablaban siempre de la muerte bajo
trabajo, ó la clásica monterilla de terciopelo negro, que las ifnágenes de la Parca traidora ó del Orco infausto, y
es lo más característico de su traje. Tanto én invierno procuraban que los actos de su vida semejasen algo á la
como en verano nunca olvida el huertano su manta, vida egoísta y alegre de los romanos y griegos.
en invierno para preservarse del frió y en verano como
En medio del furor clásico, y en Florencia, apareció
verdadero comodín que para todo sirve, lo mismo para el fraile dominico Jerónimo Savonarola, enemigo el más
ir depositando en el cugujon sus compras que para otros encarnizado del Renacimiento. Fuera de su centro entre
múltiples y variados usos. El dandy más elegante no aquella sociedad corrompida j pói^ su manera de pensar
tiene la variedad de bastones que cualquier huertano: basada en los dogmas y las leyes del cristianismo, no
es objeto que nunca abandona, tanto al dirigirse al por eso deja de ocupar un lugar grandioso en aquella
campo como á su regreso y cuando para sus negocios época. Sus sermones inspirados atraían gentío numetiene necesidad de trasladarse de una á otra población; roso de todas las clases, tanto en la iglesia del convento
cada vez lo escoge al azar d^ cualquier arbusto ó árbol de San Marcos como en la severa catedral. Cada una de
de los que existen por las orillas de las acequias. Preci-i sus oraciones causaba una revolución én ía ciudad y
sámente trasladándole á alguna población para su ne- exacerbaba las enemistades de, los dos bandos que se
gocio es como ha querido representar "el señor Gimeno formaron: la de los tiepidi (tibios) ó cortesanos disolutos
al huertano y lo há conseguido; su estudio ha sido tan y la de los piaffnmi (llorones) ó pSííMdarios de Savodetenido que no falta el más mínimo detalle que lo dé narola.
á entender. A pesar de lo difícil del asunto lo ha exCombatió el célebre dominieo contra la corrupción
puesto con la ruda verdad de su actitud, de su traje y genefal éh todas sus manifestaciOifeSi A la literatura
hasta del terreno que pisa.---J. R. V.
pagana oponía la poesía bíblica, que cenocia y mentaba
muy á-menudo, con sus itnágenes grandiosas y sus comparaciones siempre bien halladas. A l a escuela filosófica, que entonces estabaformándose, de los sostenedores
de la fe por la razón humana, contestaba Savonarola:
SAVONAROLA PREDICANDO CONTRA EL LUJO.
«De nada sirve la coüfirmacitin dé l a r a z o n ; tomadla
FRAGMENTO CENTRAL DE UN CUADRO DE L. DE LANGEMANTELS. leyycreedla sencillamente; tratáis de hacer como David
que al ir á matar á Goliat quiso toinai: las armas de
Saúl, mas no'podía moverse con tanto peso; entonces
cogió sus piedrasysu honda y venció.»
Cp^é^ser^igral^ado dé la página 693).
Quería preparar el triunfó del arte, la "poesía y la fe
La oratoria religiosa estaba en el siglo-xiv y princi- cristiana' paí-á uína era ííueva s^ue debía ser comenzada
pios del XV muy lejos del estado brillante á. que la lle- por él en aquel siglo xvi y en:FlópeJiéia|i^ este objeto
varon nuestros místicos del siglo de oro ó de los Austrias. tendían todos sus esfú-érzóSé El arte, qüé'tanta imporExceptuando á san Vicente Ferrer, que por algún tiempo tancia tenia en aquélláíS cortesítáMaáas; debía ser esenconservó,la magnificencia y la unción de la verdadera cialmente cristiano, següü Savonattíla. ¡^No reside la
oratoria religiosa, todos los predicadores descendían á belleza sólo en lá armonía dé las líneas, decía, sino en
nimiedades y hasta á ridiculeces indignas del templo. el perfume espiritual que las aninia; dos táujeres igualGomólas lenguas romanas ¡aun no estaban completa- mente hermosas, pero desiguales én virtud, son apremente, formadas, mezclaban en sus oraciones el idioma ciadas de una manera diferente hasta por los hombres
propio ¡con el latín, acompañándolas con gestos indeco- más sensuales. Ahí éstáel verdadero arte; ño en desnurosos ó exagerados que hoyj relatados con la espontánea deces lúbricas, S'inó en ideas y SfentíTaiéotos grandiosos.»
sencillez de las crónicas, nos parecen esencialmente Tratando de música, quería desterrar del uso general
ridículos.
las canciones obscenas que entonces- abundaban y susMas.Uégó el Renacimiento, y con él se infiltraron tituirlas por los hermosos cánticos de la Iglesia, tales
aficiones al paganismo gfíego y romano en? todas las como el Feni creaiorjél -Am «»«mííeZ2a. Llevaba casi
clases sociales. En las cortes italianas fu4 donde alcanzó siempre consigo Tutt cráneo de marfil para recordar hasta
mayor iniportaneia, el renacimiento dé. lo clásico, no con el gesto lasivaaiídade» efímeras del mundo. Imitando
librándose del contagio ni aun la corte pontificia; con él al Divino Mae»troíy;Í?«í»«ía dU losn0os, y decía poéticreció el desorden délas costumbres y la corrupción ge- camente que ««1 alma inmaculada' de< un niño conserneral. El clero seguía la corriente y su perversión pro- vado puro, recibía las visitas de los ángeles que le
vocó la necesidad de una reforma; quisieron verificarla, :eommnicaban «seteig'tes é inefabl'es inspiraciones.» Dulos luteranos exagerándola y saliéndose de la Iglesia, rante tres' aüosi/consfecutivos se hicieron en Florencia
de modo que fué la suya una falsa reforma. Después fué procesiones de desagravios por Carnaval, dirigidas por
dispuesta sabiamente por la misma Iglesia ortodoxa, él. Los tiepidi, éi,;pe&ar de que contaban en sus filas los
cortesanos y la nobleza, no se atrevieron á turbarlas,
representada en el concilio dé Trento.
Florencia fué la cuna del Reiiacimiento, desde cuya temerosos de los partidarios! de Savonarola que eran en
ciudad;se desparramó por Italia y después por Francia, número imponente. .En una de aqiiellas procesiones se
España, etc.; en Florencia también alcanzó su mayor quemaron multitud de figuras y libros deshonestos, que
esplendor durante el gobierno autoritario de los Medi- se denominaban sin distinción anatemas y qué fueron
éis. Los pintores y escultores se dedicaron á estudiar los recogidos de casa en casa por multitud dé niños enviamodelos de la antigüedad en busca de aquella pureza dos del dominico. Los trabajos de los influyentes señores
de formas del arte clásico en el cual cifraban todo su tiepidi, ayudados por las calumnias más infames, lograideal; los poetas resucitaron la mitología pagana é imi- ron que se resfriase algo el entusiasmo por fray Jerónitaban al pulcro Horacio, al descarado Ovidio ó al agrio mo ; y valiéndose de la apatía general, asaltaron un día
Juvenal, y tanto era su amor por los antiguos paganos, el convento de San Marcos, donde aquél vivía, y le
que llegaron i comparar con Júpiter Olímpico y con hicieron condenar á muerte por delito de alta traición
EL MUNDO ILUSTRADO.
y por haber pretendido turbar la paz de la república. De
manera tan inicua cayó aquel hombre que parecía destinado á remover y cambiar el rumbo de la civilización.
Ni el espacio ni el momento son propicios para discutir el significado de fray Jerónimo Savonarola dentro de
lalg-lesia y de la sociedad; mas los homenajes que le
rindieron sus contemporáneos y sus descendientes,
prueban que, si no por sus tendencias, merece por su
talento ser puesto entre los grandes hombres, del comienzo de la época moderna. Entre sus admiradores
contaba al célebre Pico de la Mirándola, docto en todas
las ciencias de su tiempo; al canónigo Benivieni, ingenio universal que á pesar de ser amigo de los Médicis
publicó una defensa de Savonarola; al humanista Ángel
Policiano y á san Felipe de Neri, que tenia en su celda
una imagen del monje ñorentino rodeada con el nimbo
de los santos. Rafael de Urbino hizo la apoteosis de fray
Jerónimo colocándole entre los doctores de la Iglesia
en la Visita del Sacramento, y su efigie circuló en millones de medallas y retratos con un mote que decia:
doctor y mártir.
Un joven pintor alemán, el señor L; de Langemantels,
ha compuesto el cuadro titulado Savonarola predicando
contra el lujo, cuyo fragmento central vá reproducido
por el grabado de la página 693. Eepresenta este fragmento al gran predicakior> de pié sobre una itarima en
la catedral, mientras haée un sermón. Cubierto con la
Cándida vestidura de su orden y alargando una de sus
manos escuálidas con un gesto lleno.de dignidad, mientras con la otra sostiene la calavera y el. rosario, está
hablando contra el lujo y la disipación de la época. Por
entre los pliegues de la oscura capucha se ve su cara
macerada por la penitencia, en la que brillan los ojos
levantados hacia el cielo, como dos ¡cirios encendidos
en una cripta románica. A su entorno los pecadores
lloran lágrimas de arrepentiniiento, las hermosas damas
deponen á sus plantas los lujosos arreos que eran aguijón de la carne ó besan la orilla de su burdo sayal para
purificar sus labios manchados por el pecado, y los devotos contemplan extaSiados aquella faz en que brilla
la celeste llama del Esplr|tu Santo.—J. M. F.
EL CASTILLQ D É LY P ^ K (1).
(DEDICADA
Á CARLOS
FERNANDEZ
En el fondo del valle, junto al río
Cuya corriente gime cadenciosa,
Hay á los pies de un áíamo ^onibrlo
Entre el menudo césped una Ibsa.
Duerme allí, la mujer que en hora impía
El conde de Lydek robó cobarde,
Bella como el éiíbor del núevó día,
Pura como la estrella de 1^ tarde.
Jamás á sus pesares la arrancaron
La súplica ó él ruego o l a aména¿a;
Los dias y las noches la encontraron
Llorando la deshonra de su raza.
'
Y al fln murió de padecer rendida:
Del tibio sol ante la luz naciente
Triste inclinó, como la flor herida,
Sobre su pecho la nevada frente.
(1) Leída en el Ateneo de MacTrW en U Ss laarzo de 18^.
SHAW.)
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Y entonces, al mirar desvanecidas
Sus quimeras de dichas destrozadas,
Dos lágrimas surcaron encendidas
Del conde las mejillas atezadas.
Pero pronto, feroz, borró las huellas
De aquel dolor por sus pasiones locas:
Más que en su faz las lágrimas aquellas
Dura el rocío en las salvajes rocas.
Que pronto puso á su quebranto vallas,
Y después, olvidados sus enojos,
Mojó su faz la sangre en las batallas
Pero no el llanto del dolor sus ojos.
II.
Era una tarde triste; tarde llena
De luz y de quietud; calma sombría
Por el espacio azul, se dilataba;
Ni una rama en los bosques se movía.
Ni un rumor en el valle se escuchaba:
Sólo la voz sonora del torrente
Que ante los pardos muros de granito
Irritado fruncia su cOrrientej
Sonaba á veces como humano grito,
Á veces cual conjuró misterioso
O maldición, ó queja lastimera;
Viajero eterno que buscaba ansioso.
No encontrando descanso, éh su carrera,
El ancho mar como üriico reposo.
Gosvinda de Lydek, junto á la ojiva
Del gótico salón bordaba en tanto,
Y era su mano ter¿á y naéaradá
Pasando por las flores del bordado
l<a mariposa que inconstante liba
La trémula corola perfumada
De las flores que brotan en el prado.
En cercano sitial, la altiva frente
Sobre la izquierda mano, y apoyada
La fuerte diestra sobre el ancho cuello
De un enorme mastín, ávidamente
Un joven caballero contemplaba
De la rubia condesa el róstfo'bélloQue de dolor y sombras se empañaba.
Al ñn la frente aleando, cuál movido
Por súbito valor, con Calma horrible
Exclamó y con acento comprimido:
— «No manchará mis labios un reproche.
Lo habéis dicho, condesa; es imposible;
Es que no quiere Dios; parto esta noche.»
Una lágrima entónces^en losojos
De Gosvinda brilló; su voz sonora
Vibró anhelante entre sus labios rojos,
Y — ¡ triste—dijo—la üiujer qXie adora I
La que insensata el eórtrz'ón entrega '
Al primer hombre que su'amor implora
Y ansiando amor hasta sus plantas Ilegal '
Bien sabes que cual yo nadie ha adorado,
Que es tu amor, para mi pecho enamorado.
Lo que la aurora del naciente dia
Es á la flor del valle abandonado.
Si eres noble, cual yo, según tú dices,
-^
Habla á mi padre;-á nuestro amor, segura
Estoy que ha de acceder: ¡me quiere tanto!
¿Qué padre deja que huipedezca el llanto
De la hija amada la mirada pura?
Una sonrisa amafga> al par que altiva.
Del caballero el pálido semblante
Iluminó, brillandb'fug'i'líiva; "
Y después con acento palpitante.
Con el acento ardiente-y misterioso
De la pasión que comprimida estalla
Deshaciendo en su curso proceloso
El fuerte dique y la segura valla:
—«Sarcasmos, dijo, de la suerte impía:
Ni yo á tu padre pediré tu mano.
Ni el conde Osear tu mano me daría
Aunque á sus plantas me postrara en vano.
¿Quién mi nobleza y mi Bolar le fia?
EL MUNDO ILUSTRADO.
6%
¿Quién soy ante sus ojos altaneros
Para enlazar al mió su linaje?
Uno más entre tantos caballeros
Que vengadores del ajeno ultraje
Varian de castillo y de bandera,
Cual cambian, al llegar la primavera,
Los hambrientos milanos de plumaje.
Mi patria está muy lejos, ¿quién conoce
De donde viene el ave de los cielos?
Tu padre mi linaje desconoce
Y el blasón que ilustraron mis abuelos.
MÍO es Oñate y Alburquerque es mío,
Peñaflel, Belorado y Ponferrada
Me declaran pechando señorío
Y aumentan con sus huestes mi mesnada.
Conde soy en León y en las Castillas,
Reyes tengo por deudos, y en la tierra
De bravura y honor, donde he nacido
Soy amado en la paz, y soy temido
Cuando resuena mi clarin de guerra:
Mas desterrado en extranjeros lares,
Nada aquí son mi nombre y mis riquezas,
Tu padre aumentaría mis pesares,
Acaso en su delirio me insultara,
Y yo, Gosvinda mia, te perdiera.
Por cruel, si mi mano lé matara,
Y por vil si tu amor me contuviera.»
Su faz pálida y bella, ,
Su hermosa faz, que el llanto humedecía^
Como á la flor la lluvia del estío.
Ocultó entre sus manos la doncella
Mientras con labio trémulo decia:
«¿ Cómo oponernos al destino impío ?
¿ Qué puedo hacer contra la dura suerte
Por tu amor, que es mi vida, Ñuño mió?»
«¿Qué que puedes hacer? ] Lo puedes todo !
Si tu pasión á mi pasión iguala.
Huye conmigo hasta mi patria; el cielo
Es allí más azul, más luz exhala
El encendido sol sobre aquel suelo.
Son sus noches serenas más rientes,
Y sus flores más bellas,
Y ecos tienen más dulces sus corrientes
Y fulgores más claros sus estrellas;
Tuyos serán mi nombre y mis Estados,.
Ven conmigo, la dicha nos espera,
Ven y burlemos el destino impío,
Si es que no quieres que tu Ñuño muera
Lejos de tí, llorando tu desvío.»
Y vibraba su acento apasionado
Con el rumor que el viento en la espesura
Y el raudal del arroyo sobre el prado
Y de Gosvinda la mirada pura.
En su mirada amante se encendía:
Todo era en derredor calma y repeso; .
Hasta el eco sonoro del torrente
Parecía gemir más misterioso.
Ya Gosvinda lloraba
Y Ñuño, ante sus píes arrodillado,
Más tierno y más amante suplicaba •
Y volvía á rogar con loco anhelo:
Y un acento angustiado
Entre el rumor de un beso.enamorado
Dijo: « No puedo más; lo quiere el cielo.»
En Vano el-.conde sobre el rico lecho
Del sueño las caricias misteriosas
Buscó; tres veces se quedó dormido,
Y otras tres veces despertó maltrecho
Y presa de obsesionas, angustiosas .: .
El indomable espíritu abatido.
Soñó primero que la piel hirsuta • - .
Del oso enorme, que venció su mano
Y que á los pies del lecho se extendía,.
Nueva vida cobraba en sus enojos
Y con sus fuertes garras le oprimía
Y en él fijaba sus ardientes ojos
Y con su enorme boca se reía.
Después flotar hacia el siniestro lado
De su yelmo condal, vio los airones
Y contempló en silencio y aterrado'
Manchar sombras siniestras sus blasones.
Y cuanto más su vista la miraba
La sombra misteriosa más crecía
Y en dos pedazos el blasón surcaba
Como barra de infame bastardía.
Entonces despertó, pero la calma
No descendió á su espíritu sombrío:
Negro presentimiento allá en su alma
Se revolvía abrumador y frío.
Saltó ansioso del lecho y vacilante
Corrió á buscar en brazos de su hija
El olvido del fúnebre presagio.
Como busca cansado y anhelante
El marino una tabla en el naufragio.
Aturdido, confuso y sin aliento
Cruzó veloz el conde una crujía,
A la puerta llegó de otro aposento
Y contempló en silencio y asombrado
El cuadro que á su vista se ofrecía,
Con la loca avidez del que aterrado
Teme el abismo y contemplarlo ansia.
Descolgarse y huir miró el anciano
Por la ojiva entreabierta un caballero,
El mismo, el mismo, á quien fió su mano
La guarda del castillo; el que guiara
A los combates su escuadrón guerrero,
El que en la lucha le llamó su hermano
Huía de su vista.; sorprendido.
Se revolvió irritado y altanero.
Cual si hubiese sentido
Rasgar su corazón su mismo acero.
Miró hacia atrás; reinaba en el recinto
El silencio sombrío de la muerte.
Rígido el cuerpo, la color quebrada
Y por su peso la cabeza inerte
Sobre el respaldo del sitial doblada
Dejando ver el nacarado cuello,
Gosvinda de Lydek yacía sola
Del sol poniente ante el postrer destello.
Que formaba al besar su rostro bello
Un fulgor semejante á una aureola.
Á su lado el mastín triste y sombrío
El cuerpo inanimado contemplaba;
Hosca la vista y erizado el pelo
Entre sus fuertes garras destrozaba
Una gorra de rojo terciopelo;^
É irritado la estancia recorría
Y otra Vez su camino desandaba
Para lamer la inerte
Mano, de la condesaj que cubría
El amarillo tinte de la muerte.
Mudo el conde quedó; mas su coraje
Pronto asomó sobre su faz morena
Con el rubor ardiente del ultraje:
Asi tras la tormenta, el oleaje
Las algas deja eíi'ia mojada arena.
Besó después con abrasados labios
De Gosvinda infeliz la frente yerta,
Y buscando venganza á sus agravios
Trémulo el cuerpo!; la mirada incierta"
— [Hola —gritó con voz terrible y dura—
Hola tras mí, los qué ostentáis grabada
La estrella de Lydek en la armadura.
Los que ceñís por mi blasón la espada 1
Mi collar de barón al que primero
En el pecho del jefe castellano
Señale mi venganza con eu acero.
JOSÉ J . HERRERO.
(Se concluirá,'.
Reservados todos lOs-defechos de píopiedad artística y literaria.— Queda hecho el depósito que marca la ley.
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