Ecuador vuelve a tener Corte Suprema de Justicia

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AGE N DA I N T E R N AC I O N A L N º 7
G u s t avo C h o p i t e a
Ecuador vuelve a tener
Corte Suprema de Justicia
En medio de una severa crisis, la institucionalización del Poder
Judicial abre nuevas perspectivas para los ecuatorianos
P OR GUSTAVO CHOPITEA
Analista en Relaciones Internacionales
LA
FALTA DE INDEPENDENCIA del Poder Judicial es un peligroso y extendido mal
que tiene carácter de endémico en demasiados países de América Latina.
Lo que es sumamente grave, porque ausentes la independencia y la imparcialidad real de
los jueces, simplemente no hay República.
Ocurre que sin justicia independiente los ciudadanos quedan -inevitablemente- sujetos a
la arbitrariedad del poder, público y privado.
La experiencia histórica ecuatoriana
La historia de Ecuador es, en esto, absolutamente paradigmática.
A lo largo del último siglo, su Poder Judicial ha estado -cíclicamente- bajo la influencia
del poder político. A veces, hasta con algún descaro.
Ya en 1906 su Corte Suprema fue “reorganizada” por el liberal Eloy Alfaro Delgado.
Desde entonces, las interferencias políticas con el Poder Judicial se sucedieron, como
si ellas fueran normales, o inevitables. Cada nueva administración procuró contar con
tribunales “leales”, esto es jueces que fueron “funcionales” al poder.
En 1938 lo hizo Alberto E. Gallo; en 1970, José María Velazco Ibarra; en 1974, Guillermo
Rodríguez Lara; en 1976, el triunvirato de Alfredo Bóveda Burbano, Guillermo Durán y Luis
Leoro Franco; en 1984, León Febres Cordero; y más recientemente Lucio Gutiérrez, que manoseó abiertamente casi todas las instituciones judiciales ecuatorianas, incluyendo la Corte Suprema, a través de alterar su composición. La Corte por él designada respondió a sus designios
y anuló rápidamente los distintos procesos por peculado que se seguían contra quienes fueran
sus circunstanciales aliados políticos: Abdalá Bucaram, Alberto Dahik, y Gustavo Noboa.
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Al abusar del Poder Judicial, Gutiérrez desnudó la fragilidad del sistema político todo. La
maniobra que recientemente intentara Gutiérrez resultó tan burda, que el pueblo de Quito
salió a la calle reclamando -conmovedoramente- una justicia independiente.
Como consecuencia, Gutiérrez debió renunciar y tuvo que salir, precipitadamente, de su
país. Hoy, regresado, está alojado en un calabozo.
La conformación de un tribunal independiente
Después de siete interminables meses de subsistir sin su máximo tribunal judicial, Ecuador acaba de poner en posesión a su nueva Corte Suprema de Justicia.
Esta vez ella sí luce independiente. Sus 31 nuevos magistrados juraron hacer cumplir la
ley sin presiones políticas, económicas o gremiales.
De esta manera se ha vuelto a la normalidad constitucional. O sea, a operar con los tres
poderes del Estado debidamente constituidos.
Los magistrados de la nueva Corte fueron seleccionados a través de un riguroso proceso
público de calificación.
A través del mismo se revisaron los antecedentes técnicos de 311 candidatos. Se calificó
su idoneidad. Sólo eso. No sus ideologías. Ni sus vinculaciones políticas. Ni sus conexiones, de ningún tipo.
El mejor calificado de todos, José Vicente Troya, asumió como Presidente interino del
Alto Tribunal.
Ecuador, respecto de cuyo Poder Judicial -en su conjunto- flotan feas acusaciones de corrupción, debiera tener claro ahora lo importante que es la transparencia en la selección
de los magistrados. Porque -también en esta cuestión- la luz del sol es -se ha dicho- el
mejor desinfectante.
Un proceso particularmente significativo
Este ha sido un paso trascendental para la re-institucionalización de Ecuador, en el
que cooperaran activa y positivamente representantes de las Naciones Unidas y de la
OEA.
Como sentenciara el propio Presidente de Ecuador, Alfredo Palacio, “la ingerencia perversa en las funciones de la justicia no puede volver a ocurrir nunca más en la historia”.
Ojalá que sea así. Allí y aquí.
No obstante, lo cierto es que logrado esto, todavía quedan muchas tareas institucionales
por emprender en Ecuador para poder superar lo que hoy luce como una profunda crisis
de gobernabilidad.
Una de las más urgentes, probablemente, sea la de designar un nuevo Tribunal Constitucional, también independiente, y capaz de asegurar la vigencia efectiva de los derechos
humanos.
Otra, también sumamente crítica, es la reorganización del Consejo de la Judicatura.
Pero esto es tan solo parte de la imprescindible tarea de fortalecimiento de los poderes
del Estado en busca de gobernabilidad.
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La actual administración -que acaba de decir, por cuarta vez, que está dispuesta a abandonar su cuestionado proyecto de referéndum para una reforma constitucional- debe
comprender que la etapa que le toca en suerte conducir es fundamental y esencialmente
transitoria, o sea va solo hasta enero del 2007.
Y centrarse en asegurar prioritariamente a una salida electoral que sea transparente. Si
para esto fuera necesario reformular -técnicamente- la legislación electoral podría, quizás, intentarlo. Pero solo eso. No más.
Hace solo ocho meses Ecuador pareció estar a las puertas mismas de un feo estallido
social. La caída del ex Presidente Lucio Gutiérrez lo evitó, cual fusible. Pero a costa de
ingresar en una etapa de fragilidad institucional.
Desde entonces el Presidente Palacio ha estado pulseando peligrosamente con el Congreso, tratando de empujar una cuestionable reforma constitucional. La vigésima en la vida
institucional del país.
Para ello ha impulsado ya cuatro veces la realización de un cuestionable plebiscito abierto para que la ciudadanía resuelva si desea, o no, convocar una Asamblea Constituyente
“refundacional”, sin mencionar para qué. Como ella tendría facultades para destituir al
Congreso, esto no atrae nada a los legisladores que -en cambio- procuran que, si hubiera
reforma, ésta sea “acotada” desde el vamos. No una Constituyente “abierta”, lo que puede
derivar en un salto al vacío o, peor, en una suerte de “Fujimorazo” del 1993. Particularmente cuando el Presidente Palacio carece de todo apoyo electoral sustancial o endoso
social de alguna significación.
Por esto, desde el Legislativo le advierten -a viva voz- al Presidente que si insiste en su
llamado a una Constituyente “abierta”, lo someterán a juicio político. Todo un mensaje.
También el Tribunal Nacional Electoral de Ecuador ha dicho que el Presidente Palacio no
puede hacer este tipo de convocatoria abierta.
Hasta ahora, en el camino de regreso a la “normalidad”, la fuerte tensión entre el Ejecutivo
y el Congreso no ha ayudado nada. Lo de la Corte Suprema, en cambio, sí. Y mucho ■
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