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EL DÍA, sábado, 13 de agosto de 2016
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TUINEJE, en Fuerteventura: la
del domingo
fundación de un pueblo que rechazó
por dos veces los ataques piratas de
los ingleses en el siglo XVIII. 6/7
revista semanal de EL DÍA
La montaña que manaba agua
El pasado miércoles, día 10, se cumplió un siglo de la terminación de las obras que, tras 18 años de mucho sufrimiento, incluyendo víctimas mortales, permitieron llevar el agua de los nacientes de Catalanes y Roque Negro hasta Santa Cruz de Tenerife. La terminación de la
galería estuvo acompañada de celebraciones y ocupó portadas en todos los periódicos de la época.
Texto: Aarón Rodríguez González
(geógrafo)
A
manecer del 10 de agosto
de 1916. Es jueves. Mientras Europa se desangra
en la Gran Guerra, Santa
Cruz de Santiago de Tenerife, entonces capital de la Provincia
de Canarias, va a vivir una de las jornadas más memorables en sus 422 años
de historia. En los tormentosos relieves de Anaga se va a poner fin a un
magno esfuerzo colectivo que se ha
prolongado durante 18 años, ha supuesto una inmensa movilización de
recursos materiales y humanos, ha requerido la inyección de importantes
cantidades de dinero público y privado
y ha tenido como consecuencia la pérdida de vidas humanas. Roque Negro
y Catalanes eran nombres totalmente desconocidos para la mayor
parte de la sociedad chicharrera
hasta 1898. Desde entonces, protagonizan las noticias de los rotativos
locales y están presentes en los
labios de los asistentes a las tertulias
que animan la agenda social del
municipio. Algo ha cambiado. En ellos
reside la clave del futuro de la ciudad.
Desde su nacimiento, Santa Cruz ha
regado sus campos y calmado su sed
en los nacientes de Monte de Aguirre. Pero la ciudad ha crecido. Los apenas 3,03 litros por segundo que aportan sus galerías resultan insuficientes para satisfacer las necesidades más
básicas de un vecindario que, durante
la segunda mitad del siglo XIX, ha visto
triplicado su número (de 13.228 habitantes en 1857 a 38.419 en 1900)[i], y
que al finalizar la primera década del
siglo XX ronda las cincuenta mil almas.
La falta de agua es una losa que lastra el crecimiento de la ciudad. A
medida que la población aumenta, la
demanda de agua crece, el caudal de
Aguirre se reduce y las penurias de
la población se agravan. El hilo se tensa
cada vez más y la ciudad necesita hallar
pronto una solución a la escasez. En
esta situación crítica se encontraba
Santa Cruz en 1898. Resultaba de vital
importancia localizar nuevos manantiales y conducir las aguas, con urgencia,
hasta la población.
Apenas 21 años antes, en 1877, se
había producido la supresión del
Ayuntamiento de Taganana y la anexión de su territorio al término municipal de Santa Cruz de Tenerife (1). Un
La galería de
Roque Negro sigue
surtiendo de agua a
Santa Cruz. Arriba, el
arco por donde pasa
la canalización a la
altura de Valleseco. A
la derecha, mapa de
las cuencas que
muestra hacia dónde
vierten las aguas de
la zona con el
trazado del túnel que
cruzaba el
desaparecido
término municipal de
Taganana.
hecho fundamental en la evolución
de los acontecimientos, porque en la
jurisdicción tagananera afloraban
los nacientes de Roque Negro, cuya
existencia llegó a oídos del alcalde Pedro
Schwartz y Matos. Sus aguas no parecían ser muy abundantes, pero
constituían un rayo de esperanza, un
clavo ardiendo al que agarrarse, un
balón de oxígeno para una ciudad a
la que la escasez de agua estaba estrangulando.
Schwartz dispuso que, con carácter de urgencia, el arquitecto municipal redactara el proyecto de obras.
Éste constaba de dos partes: por un
lado, el túnel Catalanes-Roque Negro,
que implicaba horadar la montaña por
ambas vertientes con el propósito de
verter hacia el valle de Bufadero las
aguas que, de forma natural, discurrían hacia el de Afur; por otro, la canalización que había de conducir las aguas
desde Catalanes hasta la ciudad. El
12 de octubre de 1898, el documento
recibía la aprobación del gobernador
civil de la Provincia de Canarias, con
un presupuesto de 622.000 pesetas,
y las obras, adjudicadas a Gaspar E.
Fernández, se iniciaban en febrero de
1899.
En los tres años posteriores se trabajó a destajo: se construyó casi en
su totalidad la canalización y se comenzó la perforación del túnel. No obstante, las obras se vieron ralentizadas por la dureza del roquedo, la ausen-
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sábado, 13 de agosto de 2016, EL DÍA
EN PORTADA
cia de medios mecánicos para realizar la perforación y la inesperada abundancia de agua, que superaba las previsiones más optimistas. Así, a finales de 1902 apenas se había llegado
a los 525 metros (345 por el lado de
Catalanes y 180 por el de Roque Negro),
menos de un tercio de los 1.836 requeridos. Un bagaje a todas luces insuficiente que se unía a las penurias que
pasaban los trabajadores y los numerosos incidentes acontecidos. La
consecuencia de todo ello fue la
rescisión de la contrata y la consecuente
paralización de las obras: una situación que se prolongaría durante siete
largos años(2).
Aunque esto supuso un duro golpe
para las ilusiones de abundancia de
la sociedad santacrucera, lo realizado
hasta el momento suponía ya una importante mejora para la población. Así,
el diario El Progreso estimaba en 600
metros cúbicos cada 24 horas el caudal que ya estaba aportando la galería de Catalanes; una cantidad que,
al añadirse en Tahodio a la que procedía de las galerías del Monte de Aguirre, suponía duplicar el volumen de
agua disponible. Se preveía asimismo
que, de reanudarse los trabajos y finalizarse la obra, en apenas cuatro
años podría rentabilizarse el gasto realizado. “¡Oh, es imperdonable que esas
obras no se continúen de una vez!”, se
lamentaban los redactores (3).
En 1909, el Ayuntamiento retoma
el proyecto, introduciendo una modificación que resultará clave: la incorporación de medios mecánicos con
objeto de acelerar el ritmo de perforación del túnel. Los trabajos se retomaron el 13 de julio de 1910 en la
galería de Catalanes: hasta allí se llevó
por el camino desde Valleseco, pieza
a pieza, a hombros humanos y a lomos
de bestias, el motor de 48 caballos,
la dinamo y las dos máquinas perforadoras que iban a facilitar enormemente la excavación de la galería.
El mismo procedimiento se siguió
con posterioridad en Roque Negro. A
mediados de 1912, los trabajos ya se
encontraban avanzados: el aumento
de la profundidad revelaba, a cada paso,
mayor cantidad de agua y las noticias
que llegaban desde la montaña milagrosa se recibían con enorme alegría.
El asunto, según el diario El Progreso,
despertó “inmensa curiosidad en
toda la población, que está plausiblemente interesada en cuestión de tan
grande y capitalísima importancia”.
Todos en la ciudad querían ser testigos del milagro de la montaña que
manaba agua. Con tal motivo, continúa el diario, “ayer fueron centenares de personas y una nutrida comisión del Ayuntamiento a ver las obras
que en los mencionados nacientes vienen ejecutándose” (4).
La enorme expedición, realizada a
pie y a caballo, avanzó por los caminos de Valleseco, Tahodio y el Valle
del Bufadero en dirección a Catalanes, y contó con la cobertura mediática de la época: en ella participaron
figuras del periodismo local de la relevancia de Leoncio Rodríguez, que dejó
Arriba, Pedro
Matos Massieu, el
ingeniero que
concluiría las
complicadas obras, y
un poema de Crosita
alusivo al tema
publicado en la
prensa. A la derecha,
noticia sobre el
accidente que costó
la vida a cinco
obreros que
trabajaban en el
túnel.
testimonio de su experiencia en sus
Estampas tinerfeñas. A lomos de Perico, el burro que eligió como montura, Rodríguez nos cuenta que ascendió por el camino de Valleseco y
alcanzó la boca de la galería de Catalanes. Allí se le invitó a acceder al interior. Al fondo, nos dice, “aumenta el
ruido de las perforadoras, el crujir de
hierros y piedras y el griterío de la colmena humana que se agita entre las
negruras del túnel. El agua, apunta
el célebre fundador de La Prensa, “brota
del techo como espesa lluvia, o surge
de las paredes y el piso de la galería
en incesantes surtidores”. No obstante,
también nos advierte sobre los peligros que entraña una empresa de esta
naturaleza. Al entrar en la galería de
Roque Negro, al otro lado de la montaña, un obrero le refiere lo que sucedió cuando se encontraban escalichando: “Se nos ocurrió dar un zamarriazo en el risco. Abrióse un boquete
en la piedra, y fue tal el chingo de agua
que saltó, que caímos rodando por el
suelo. ¡Aquello parecía un volcán!”(5).
La violencia con que podía surgir
el agua era una amenaza constante e
imprevisible, pero ése no era el único
riesgo que asumían los trabajadores.
El 30 de octubre de 1912, apenas tres
meses después de
la numerosa visita,
un barreno que
explota por accidente acaba con la
vida del capataz
Pedro Torres, casado y con ocho
hijos, y deja herido de gravedad
al joven Juan
Siverio, vecino
de Catalanes
(6). Sólo era el
comienzo. El
golpe que se
recibiría
unos meses
después, el
24 de enero de 1913,
sería mucho mayor. Tanto que, una
vez consumado el desastre, el entusiasta diario El Progreso pedía, con profundo pesar, reforzar las medidas de
seguridad en el interior de la galería.
Para muchos la reclamación llegaba,
sin embargo, demasiado tarde.
Desde el mes de diciembre de 1912
se venían produciendo corrimientos,
invasiones de material que se precipitaban con violencia desde las profundidades del túnel, empujados
por la descomunal fuerza del agua.
Los escombros obstruyeron en un primer momento 14 metros, que luego
se convirtieron en 38 y más adelante
en 40. Ante la frecuencia con que se
suceden estas avalanchas, y previendo una desgracia de la que no quería ser responsable, el ingeniero
municipal José Espejo y Fernández,
director de las obras, decide renunciar al cargo. Antes de hacerlo,
entrega un informe al Ayuntamiento
en el que explica la gravedad de la situación y anuncia que, si se insiste en continuar con la perforación, seguirán produciéndose corrimientos.
Otro aviso, más contundente que
los anteriores, llega el 10 de enero de
1913. El diario La Región informa desde
sus páginas de que la ruptura de una
roca en el fondo de la galería ha libe-
rado un volumen inmenso de agua,
movilizando una gran cantidad de rocas
que obstruyen alrededor de 80 metros
del túnel. El diario añade que para “conocer la verdadera importancia del caudal será preciso dejar expedita la galería y llegar hasta el fondo de la misma”,
reconociendo que se trata de una operación “verdaderamente peligrosa, si
el agua continúa lanzando cantos a
medida que se vaya penetrando en su
interior”(7). A pesar de esta advertencia
y de los reparos de parte de los obreros, que se niegan a regresar a la galería, los trabajos continúan. Se escucha cada vez con mayor frecuencia el
sonido de los desplomes, causados por
la elevada presión del agua. Los corrimientos se repiten y continúan acumulándose escombros que, el 16 de
enero, llegan ya a solo 640 metros de
la boca de la galería.
Finalmente, a las 9:30 de la mañana
del 24 de enero de 1913, sucede la desgracia. Hay diez personas trabajando
en el interior del túnel desde hace algunas horas(8). En ese momento, se escucha un formidable ruido
y uno de
los compañeros grita
a los demás,
instándoles a
que salgan.
Un nuevo corrimiento de
piedras, tierra y
agua se precipita
sobre ellos. Ante
la violencia de la
sacudida,
la
alimentación eléctrica
queda
interrumpida y las
luces se apagan.
En el caos, una parte
de las voces se desvanece. Luchando
contra la avalancha de agua y barro
que invade la galería, un grupo de trabajadores huye, entre gritos de terror,
hacia la salida, donde un inmenso caudal de agua cae en cascada sobre el
barranco. Al salir, se miran unos a otros.
Solo cuatro han conseguido alcanzar
el exterior. Angustiados por el destino
de sus compañeros, se internan en la
montaña y logran localizar a uno de
ellos con vida. Continúan hacia el fondo
y se topan con una masa de barro que
obstruye el túnel hasta el techo; bajo ella se distinguen los pies de una
de las víctimas. Se trata de Ángel Santana, natural de Tegueste, cuyo cadáver es recuperado a lo largo de aquella misma mañana. Los cuatro restantes
trabajadores han corrido la misma
suerte, pero se tardará días en extraer
sus cuerpos inertes del amasijo de piedras y fango. Son Wenceslao López,
natural de La Laguna; Abelardo Torres, natural de Arico; Juan Cabrera,
vecino de Santa Cruz; y Bartolomé
Gómez, natural de Soria. Cuatro de
las cinco víctimas dejan mujer e
hijos: un total de dieciséis. Ninguno
de los fallecidos sobrepasa los cuarenta años. “Muy caras, muy amargas nos están resultando esas precio-
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EL DÍA, sábado, 13 de agosto de 2016
EN PORTADA
sas aguas tan largamente esperadas y
en las que veíamos una fuente de riqueza
para nuestro pueblo”, reflexionan
los redactores de El Progreso, el 25 de
enero de 1913. La montaña, señalaban,
cedía las aguas a cambio de las vidas
de los obreros, “pobres hombres que
ganan el miserable pan sumergidos en
las entrañas de la tierra, arrancándole,
tras inauditos esfuerzos, el vivero de
riqueza que ha de ser bienestar y prosperidad para todos”.
El caudal de la galería aumentó de
forma considerable al producirse el
suceso. Agua a cambio de sangre y dolor: un amargo intercambio entre el
hombre y la tierra. “¿Quién ahora tendrá el valor suficiente para brindarse a proseguir esos trabajos en las entrañas de la tierra?”, se preguntaban en
El Progreso. “Aventurarse a desaparecer en el seno de una montaña, buscando ocultos tesoros para brindar nuevas riquezas a nuestra ciudad, es, más
que heroico, temerario”, reconocían(9).
Sin embargo, los trabajos se reanudaron. El 30 de enero de ese mismo
año, el diario La Región anuncia que
una veintena de personas se encuentra ya realizando las labores de desescombro(10). No obstante, las dificultades de carácter técnico, el pánico
a un nuevo accidente y las tensiones
generadas entre el Ayuntamiento y la
contrata vuelven a paralizar de forma
intermitente los trabajos, que se retoman el 11 de octubre de 1913. Son
momentos convulsos. Se suceden en
la dirección técnica el ingeniero Victoriano Fernández Oliva y el arquitecto
Antonio Pintor, que deciden desviar
la galería con intención de salvar el
sector inestable que produjo los corrimientos, abriendo así una vía más
segura hacia Roque Negro. Sin embargo,
cuando ya se han perforado dos tramos del nuevo túnel, la maquinaria
se tropieza con un sector de características similares al que produjo la
desgracia. Otra vez ante un callejón
sin salida. El golpe es tan severo que
Antonio Pintor renuncia a la dirección
de las obras. El 11 de agosto de 1914,
ante esta situación, el gobernador civil
de la provincia aprueba la paralización de los trabajos en ambas bocas
de la galería: una vez más, las ansias
de los santacruceros se veían frustradas.
Sin dirección, de nuevo parece imposible llevar la empresa a buen término.
Atemorizadas ante la posibilidad de
nuevos corrimientos, todas las personas con probada capacidad para conducir los trabajos han renunciado a
seguir intentándolo.
Así están las cosas hasta que el alcalde
accidental, Emilio Calzadilla, propone
al ingeniero Pedro Matos Massieu como
director de las obras. Una elección afortunada. El mes de julio de 1915 se reanudan por fin los trabajos. Será el enésimo y último comienzo.
El 10 de agosto de 1916, a golpe de
piqueta, cae por fin el último dique
que separa ambas vertientes. Emilio
Calzadilla, fallecido meses antes, no
pudo ver culminada la obra. Las
REFERENCIAS
(1) Hernández, U. M. (2006). Historia general de
la comarca de Anaga. Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea.
(2) La Prensa. (12 de agosto de 1916). Una fecha
memorable. La Prensa, pág. 1.
(3) Roger, L. (17 de agosto de 1908). Los nacientes del agua. El Progreso, págs. 1-2.
(4) El Progreso. (29 de julio de 1912). Una visita
aguas de Roque Negro y Catalanes marchaban juntas, por fin, “en torrentes
de feracidad para nuestros campos, en
cascadas de riqueza para nuestro
pueblo, en cristalinas ondas que contienen gérmenes de salud y vida”, tal
y como escribía Ángel Crosa en La
Prensa dos días después. “La misteriosa montaña ha sido horadada. La
obra se ha terminado. He ahí el
triunfo de la voluntad”, añadía (11).
Desde Madrid, a través de un telegrama
que se publicaba en el periódico del
12 de agosto, Leoncio Rodríguez se
sumaba al júbilo del pueblo de Santa
Cruz de Tenerife. “Que seáis nuncio
para este pueblo de un amplio horizonte
de bienestar”, escribe J. Martí
Dehesa(12). Las muestras de alegría
son generalizadas. Y no es para
menos. Según las estimaciones de La
Prensa, contar con las aguas de
Roque Negro y Catalanes suponía multiplicar 40 veces el caudal de agua disponible, un incremento que supondría una “transformación tan radical
de las condiciones de vida de un pueblo, de tal trascendencia para su presente y su porvenir”, que “Santa
Cruz de Tenerife ha de considerar en
adelante como día muy grande, como
fecha memorable de su historia la del
10 de agosto de 1916”, en que, por fin,
quebrado el último obstáculo, el oro
líquido de Roque Negro se unió al de
Catalanes. El sueño que inició el alcalde
Pedro Schwartz y Matos había demorado 18 años de denodado sacrificio,
pero se había hecho realidad.
a Catalanes y Roque Negro. El Progreso, págs. 1-2.
(5) Rodríguez, L. (1912). Roque Negro. En L. Rodríguez, Estampas tinerfeñas. Santa Cruz de Tenerife.
(6) El Progreso. (30 de octubre de 1912). Trágico
suceso. El Progreso, pág. 2.
(7) La Región. (10 de enero de 1913). Catalanes.
La Región, pág. 2.
(8) Gaceta de Tenerife. (27 de enero de 1913). La
catástrofe de Catalanes. Gaceta de Tenerife, pág. 2.
Vista del caserío
de Catalanes desde
La Gollada de La
Cancela.
(9) El Progreso. (25 de enero de 1913). La catástrofe de ayer en la galería de Catalanes. El Progreso,
págs. 1-2.
(10) La Región. (30 de enero de 1913). Noticias.
La Región, pág. 1.
(11) Crosa, Á. (12 de agosto de 1916). Perseveremos. La Prensa, págs. 1-2.
(12) Dehesa, J. M. (12 de agosto de 1916). Mi ideal.
La Prensa, pág. 1.
No obstante, aún quedaba mucho
por hacer. Las obras de canalización
no se habían finalizado en su totalidad, y no sería hasta el 10 de junio del
año siguiente, 1917, cuando las aguas
de Roque Negro y Catalanes discurrirían
finalmente por las calles de la ciudad,
al son de la música de la banda municipal(13).
Sin embargo, en esta historia de superación y sacrificio no solo hay vencedores, sino también vencidos. Cuando
las aguas que les surtían se fueron rumbo al sur, los manantiales de Roque
Negro y Afur comenzaron a secarse
y, con ellos, sus barrancos, proveedores
del sustento de aquel pequeño mundo
agrícola que se encontraba oculto tras
las afiladas crestas de Anaga. Gaceta
de Tenerife publicaba el 17 de junio
de 1917 una amarga carta de protesta
que un grupo de vecinos de Taganana
hacía llegar a la redacción del rotativo: “Mientras el pueblo santacrucero
celebra con cohetes y música, los vecinos de Roque Negro y Afur lloran la pérdida del agua que fecundaba sus
terrenos”, decían. Y añadían, con razón,
que “el agua de Roque Negro no se iba
al mar. El agua tenía sus dueños, quienes las empleaban en regar sus huertas. Jamás pensaron que fincas adquiridas en compra con sus correspondientes
dulas de agua pudieran dejárselas de
secar.” Sentenciaban, finalmente:
“No podemos concebir que haya ley
humana ni divina que autorice el poder
arrebatar a un individuo una cosa que
le pertenece con legítimo derecho,
para dársela a quien no puede alegar
ningún dominio sobre ella; pero desgraciadamente esto le ha sucedido a
Roque Negro y Afur. Les han quitado
el único recurso que tenían para poder
vivir en aquel Valle”(14). Ésta es la otra
cara de la moneda. La de una pequeña
población que ve desaparecer su
principal recurso en aras del desarrollo
de una urbe que le resulta ajena y
lejana. El lado menos amable de una
fecha memorable para la historia de
nuestra capital, que ha quedado
enterrada en el olvido.
Hoy, el caudal de Catalanes es una
sombra del que fue. Sin embargo, aquel
túnel, que tanto sufrimiento significó,
continúa surtiendo de agua a Santa
Cruz. Lo hace de forma silenciosa, y
sin que se valore su peso en la historia de la ciudad. Pero cuando se
camina por su hermoso entorno, o
cuando se contempla la majestuosa
canalización que cruza, con un arco
portentoso el barranco de Valleseco
se constata la magnitud de la empresa
que con voluntad, tesón y sacrificio
pudo llevar a cabo, hace más de un
siglo, el pueblo de Tenerife. En
nuestras manos está poner en valor
este legado.
(13) El Imparcial. (11 de junio de 1917). Una nueva
era de progreso. El Imparcial, pág. 2.
(14) Gaceta de Tenerife. (17 de junio de 1917). Desde
Taganana: ¡qué contraste! Gaceta de Tenerife,
pág. 1.
NOTA
[i] Censos de 1857, 1900 y 1929. Instituto Nacional de Estadística.
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sábado, 13 de agosto de 2016, EL DÍA
La ermita de la Punta de
Abona: un eremitorio con
historia prehispánica
Texto: Francisco Castellano Cabrera
H
ace ya algunos años comencé un estudio sobre
la historia prehispánica del
menceyato de Abona con
la intención de dar respuestaaunapreguntaquehacíaunamigo
acerca del porqué de la ubicación de una
ermita en un sitio tan visible, lectura que
se fue convirtiendo en apasionada al ir
comprobando la importancia que tuvo
esta comarca en la sociedad guanche.
Unos habitantes que usaban espacios
señalados en los distintos menceyatos
para la celebración de sus reuniones, ceremonias y fiestas más importantes.
Lugares ceremoniales que, muchos
de ellos, se siguieron utilizando después
de la conquista de Tenerife, sobre todo
en las comarcas de la banda sur de la
Isla, ya que sus pobladores mantuvieron los usos y costumbres heredadas de
sus antepasados y, con ello, sus tradiciones.
Precisamente en el territorio de Abona destaca una playa en el actual
municipio de Arico que supuestamente era un lugar utilizado por los naturales de la isla para la celebración de estos
ritos, con un oratorio en las cercanías
donde veneraban y hacían procesiones
y ofrendas de luz a una imagen aprovechando la cera que encallaba en la Playa
Grande de la Punta de Abona, al igual
que la ceremonia que se realizaba en el
oratorio de la playa de Chimisay, en el
menceyato de Güímar (1). Culto guanche a una figura pagana que muchos años
antes de la conquista de Tenerife el sincretismo religioso transformó en una imagen cristiana que seguramente los
evangelizadores europeos procedieron a colocar en algunos de esos puntos de adoración que utilizaban los naturales de la isla, por lo que el santuario
de la playa de Arico también pasó a ser
templo de otra renombrada imagen, la
NOTAS
(1) Los historiadores nos hablan de que los guanches del término de Güímar sentían una gran adoración por una Virgen y que cada año, el día de la Candelaria, hacían una gran fiesta en la cual cantaban y
bailaban y hacían otras muchas cosas de gran regocijo. Seguramente en la región de Abona también celebraban esa gran fiesta (Beñesmen) en un punto concreto del municipio de Arico.
(2) Según nos dice Juan Bethencourt Alfonso, “el
clero católico transformó en templos algunos de estos
oratorios paganos, y en otros erigió en sus cercanías ermitas, como en las playas de Abona, y en todos procuró
sustituir los antiguos ídolos por imágenes cristianas” (Historia del Pueblo Guanche, tomo I, página 294).
(3) La Virgen del oratorio del Socorro, intitulada Nues-
Y
Ermita de la Punta
de Abona en la
actualidad.
tra Señora de Candelaria, situada en un territorio bajo
la protección del Mencey de Güímar. La Virgen de Abona
en un territorio estratégico en esa época, posiblemente
dependiente del Mencey de Taoro, como gran rey y
cabeza de la nobleza guanche en ese momento.
(4) “Es tradicional que estos preparaban con la chajora o yerba yesquera los pábilos de las velas de cera que
fabricaban, con especialidad para sus ritos religiosos”
(Juan Bethencourt Alfonso, Historia del Pueblo Guanche, tomo I, pág. 305)
(5) Consta que Fray Alonso de Espinosa residía en
Tenerife en 1582 y en su libro Historia de Nuestra Señora
de Candelaria nos dejó una de las mejores memorias
públicas sobre la Historia de Canarias que tenemos,
sobre todo los relatos de episodios vividos por él y rubricados con un “yo lo vide”, que confirma su visita en
o creo que en artículos anteriores les he hablado del
famoso “templario” lagunero al que apodaban
“Barrilete”, un majadero pal vino tinto de nota y que
hacía un exquisito honor a su apodo. Tanto le daba al morapio como acudía cuando era llamado para hacer de intérprete de francés, con lo que ganaba un dinerillo que lo “estallaba” en las numerosas ventas y tabernas que había en La
Laguna allá por la década de los años 40 del pasado siglo.
Claro está que esta vida bohemia y “tabernácula” con el
transcurrir del tiempo hizo que acabase ingresado en el asilo
de ancianos de la ciudad, sito en la calle Viana, muy cerca
del Cristo, y la anécdota que seguidamente voy a narrarles tuvo como protagonista al Santísimo Cristo y a Barrilete y me la contó mi amigo Heraclio Cruz, funcionario de
la UNED en la calle San Agustín, junto al Palacio Episcopal.
Aconteció que una procesión de madrugada del año 1956,
y en donde aún no habían aparecido los cantores de malagueñas, el nombrado Barrilete, con una “chispa” que haría
resquebrajar los cimientos de Alcohólicos Anónimos, cuando la imagen del Crucificado estaba a su altura, hace algo
surrealista: se arrodilla, extiende sus brazos en cruz y con
voz potente, rompiendo el silencio de la madrugada, ex-
Virgen de Abona (2). Una figura con nombre de la religión católica que en principio quizás pudo tener el calificativo
de Virgen de Candelas/Chaxiraxi, derivado de las ofrendas de lumbres con velas
de cera que le hacían los naturales de
la isla (3). Una cera que en esos tiempos aparecía en determinadas playas de
ese litoral sur de la isla proveniente de
esa época a varios puntos de la isla donde los naturales seguían con sus tradiciones, entre ellos al actual
municipio de Arico.
(6) “Querer investigar el origen desta santa reliquia,
y de dónde a esta isla hubiese venido, es cosa excusada,
pues todo cuanto acerca desto quisiera decir, será adivinar” (Fray Espinosa/Ob. Cit., pág.55).
(7) Fray Abreu Galindo refiriéndose al oratorio del
Socorro en la playa de Chimisay nos relata que: “Todos
los años, la víspera de la Purificación de Nuestra Señora
la Virgen María, a dos de febrero, en la noche, se vían
(y al presente se ven) muchas lumbres como en procesión por la orilla del mar, alrededor de la cueva donde
esta imagen está” (Fray Abreu Galindo, Historia de las
Islas Canarias, pág. 305).
Barrilete y su petición al Cristo
de La Laguna. Fernando
Guanarteme sigue ‘mising’
A REÍR QUE SON DOS DÍAS
Juan Oliva-Tristán Fernández*
clama: “Aplaca, Señor, tu ira / tu justicia y tu rigor / si esta
es la España de Franco / guárdanos por Dios, señor”.
Como les decía antes, la anécdota me la refirió mi amigo
Heraclio Cruz, casado con la franco-canaria Martina, que
da clases de francés (el idioma de Barrilete) en el instituto
de Icod de los Vinos, y fue doña Juana, madre de Heraclio,
quien se la relató.
El último rey canarión, Fernando de Guanarteme,
nacido en Gáldar, va ya pa cinco siglos, con el nombre aborigen de Tenesor Semidán, fue nombrado hijo predilecto
de dicho pueblo en el año 2008. Un poquito lento sí que
los millares de abejares salvajes que había
en los barrancos, y que la lluvia arrastraba hasta el mar y los guanches recogían en las playas para, introduciéndole
un pábilo, elaborar una candela (4). Tradición que siguió después de la aparición de la Virgen cristiana, en el caso del
oratorio del Socorro con la imagen de
la llamada Nuestra Señora de Candelaria,
figuraquelosprimeroscronistasnosdatan
con apreciación confusa y la aproximan
a finales del siglo XIV y/o principios del
XV; uno de ellos, fray Espinosa, mucho
antes de que la isla fuera de cristianos
ynohubieraenellanoticiadeevangelio(5).
Tambiénnosapuntanestosprimigenios
cronistas de la Historia de Canarias que
encontraron una Isla donde se adoraba
y se sacaba en procesión a una Virgen
cristianayqueelaveriguarelañoytiempo
en que esta sagrada imagen apareció es
cosa muy dificultosa (6), y nos describen las procesiones de mucha gente con
velas encendidas en las playas del
Socorro y Abona, playas con una cueva
eremitorio al lado donde todavía los indígenas ocultamente rendían culto a sus
diosas de Abona y Chaxiraxi o de Candelaria (7), y sobre el santuario de la Punta
del Porís de Abona nos reseñan lo
siguiente: “En la playa que dicen de Abona
[…] se vían también ordinariamente estas
procesiones, principalmente por la fiesta
de la Asunción de Nuestra Señora; y estos
es tanto verdad, que ahora, en estos tiempos, personas que las han visto se van a
dicha playa y hallan velas de cera acabadas de apagar, y algunos las han hallado
encendidas y pegadas a los riscos y me
enseñaron el lugar y yo lo vide”(8).
(8) Fray Espinosa/Ob. Cit., pág. 65
BIBLIOGRAFÍA
–Fray Alonso de Espinosa/Historia de Nuestra Señora
de Candelaria/ Goya Ediciones.
–Fray J. Abreu Galindo/Historia de la conquista de
las siete islas de Canarias/ Goya Edic.
–Viera y Clavijo/Historia de Canarias, Tomo I
–Juan Bethencourt Alfonso/Historia del Pueblo Guanche, Tomo I/ Fco. Lemus Editor.
–Antonio Rumeu de Armas/La Conquista de Tenerife (1494-1496)/Instituto de Estudios Canarios.
–Aculturación y Etnicidad – El proceso de interación entre guanches y europeos (siglos XIV-XVI)/ Sergio Baucells Mesa/Instituto de Estudios Canarios.
estuvo el ayuntamiento galdense en el nombramiento, que
llega quinientos y pico años desde su nacimiento. Ahora
mismo el monarca –que para el elemento canarión fue un
traidor y por tanto aún entiendo menos que a uno de esa
calaña se le nombre hijo predilecto– se encuentra “mising”,
no sabe, no contesta y está fuera de cobertura.
Lo de Guanarteme ha sido un “entierra-desentierra”, pues
estuvo sepultado en la iglesia de Los Realejos, en la iglesia de la Concepción de La Laguna y en la ermita de San
Cristóbal, también de mi ciudad Patrimonio.
Ahora quieren, por medio de un georradar, localizarlo
en la mentada ermita para proceder a la prueba del ADN,
para su posterior traslado a la Catedral de Santa Ana, o a
su iglesia de Gáldar o al Castillo de Mata, pues si esto hicieran sí que “lo matan”. Acostumbrado como ya debe de estar
a la humedad y los verodes laguneros, con este brusco cambio de temperatura sus “canillas” dudamos muy mucho
que lo resistan y un rey que se precie debe tener esta parte
de la osamenta en excelente estado de conservación.
Olivaradas. Gua-zap: en telefonía móvil “gua” es una lagunerismo que significa asombro; y “zap”: expresión para espantar a los mininos.
*Pensionista de larga duración
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EL DÍA, sábado, 13 de agosto de 2016
San Juan de la Rambla
El Pico de la Grieta
Texto: Esteban de León
(Hijo Predilecto. Exalcalde.)
No pido otra cosa, el cielo sobre mí y
el camino bajo mis pies (Stevenson)
L
a villa de San Juan de la Rambla, situada en el norte
tinerfeño, entre el municipio de La Guancha y la villa
de Los Realejos, discurre de
cumbre a mar por varios de los más bellos
y encantadores parajes de la isla. Es rica
en patrimonio histórico, cultural,
monumental y artístico, además de contar con numerosos atractivos naturales, que son excepcionales para la práctica del turismo rural. Creo, sin temor
a equivocarme, que la zona de costa que
abarca desde La Rambla de Castro, en
Los Realejos, hasta el casco de San Juan
de la Rambla forma una de los espacios naturales más espectaculares de
nuestra isla.
La naturaleza, siempre tan rica en colorido y en diversidad de especies,
siembra toda su geografía de las más
variadas plantas y flores, de embriagadores aromas y gran belleza. En invierno, frecuentemente, la bruma se
posa sobre la villa otorgándole una tonalidad gris. Pero prácticamente todo el
año prevalecen los luminosos verdes
de sus campos y los blancos y dorados
caseríos que elogian sus visitantes. La
brisa y el brillo del día tiñen el olor y
el recuerdo de no sé qué paraísos.
El pueblo, que pregona el eslogan de
“Villa de luz y serenidad”, acoge la sede
insular de la red de Centros Históricos
de Canarias y la oficina descentralizada
del Cicop.
Recorrer esta villa, pasear por el histórico casco, acercarse a la belleza y la
tranquilidad de sus recoletos rincones,
admirar sus casonas de extraordinarios
balcones y vetustos tejados, descansar
en sus apacibles plazas de palmeras,
vagar por las sorprendentes calles
que albergan vestigios del rico pasado...
es una auténtica fiesta para los sentidos.
La villa posee abundantes lugares
donde deleitarnos que van desde los
frondosos pinares, pasando por sus serenos y atractivos barrios, atravesando
los fértiles campos con sus casas de pórticos encalados, hasta llegar al mar, al
canto de la orilla, donde andan presentes
los alientos juguetones de la espuma.
Aquí siempre está el mar con su
variado repertorio sensorial.
Son varios los senderos con que cuenta
el pueblo. Pero de entre ellos elijo uno
por su encanto: el que enlaza el cascoLas Aguas-Barranco de Ruiz y La Vera.
Partiendo del histórico casco, y escoltado por sus antiguas casonas, la
carretera nos lleva al pintoresco y mari-
nero barrio de Las Aguas, paisaje verde y blanco destacando sobre el oscuro resplandor de la lava volcánica que
se adentra en la mar. Arribando
a la luz, a la tranquilidad, a la
avenida de la piscina municipal, lamentablemente cerrada,
nos encontramos con la línea
popular de los restaurantes: “El
Sótano”, “Los Arroces”, “La Escuela”, que con muchos años
de andadura son ya fieles
exponentes de la cocina insular. Se nota la profesionalidad
e ilusión de su personal.
Degustar un delicioso arroz o
un pescado fresco en el paseo
marítimo son sólo algunas
de las sugerentes ideas que debemos tener en mente cuando
hablamos de Las Aguas.
Dejamos atrás Las Aguas y
por una serpenteante e idílica
senda, colgada sobre la orilla
del mar, entre tarajales y palmeras, penetramos en el
pequeño, recogido y recoleto
barrio de La Rambla, con su ermita, tan sencilla y solemne a
la vez, a su popular “plaza del
Humo”, a los acantilados sufridores que lo encumbran. Allí
las distancias son cortísimas
y sus huertos se estremecen con
el suave aleteo de las rosas. Su
camino, antiguo y empedrado,
que lo conforma y lo aglutina,
está siempre vedado al tráfico
rodado. Siempre conservado.
Es el eterno Camino Real.
Siguiendo el ascendente
sendero llegamos a la carretera
general del Norte y, desde allí,
bordeando el frondoso y
monumental Barranco de
Ruiz, sintiendo la naturaleza,
por el conocido Camino de las
Pencas, observando el viejo
molino de agua, lentamente
vamos subiendo para hacer
meta en el sugestivo y productivo barrio
de La Vera.
Decíamos antes que la villa posee innumerables espacios dignos de ser visitados, paisajes, rincones antiguos,
casonas, balcones, tejados, piedras…
Tiene lugares, esencias, elementos, que
la distinguen, que la diferencian, que
la hacen singular. Valgan a modo de ejemplo: los Roques, Chico y Grande, en el
mar que baña el casco, su soberbio y
centenario Pino del Molino de Viento,
árbol monumental de interés insular,
o sus cuevas guanches, que han surtido brillantemente al Museo Arqueológico Provincial y que, suspendidas
sobre el casco, son como una atalaya
en lo alto del acantilado. Por cierto, sería
un lugar muy especial para recrear la
La silueta
imponente del
Pico.
vida guanche y serviría de mirador sobre
el pueblo y el norte tinerfeño.
Pero me quiero detener en el punto
de encuentro del sendero con la carretera
general del Norte. Es el Barranco de Ruiz,
espacio protegido, declarado Sitio de
Interés Científico en la Ley de Espacios
Naturales de Canarias. Según David
Bramwell, director del Jardín Botánico
Viera y Clavijo, refiriéndose a las siemprevivas, “es la mayor población de Limonium arborescens de la isla, uno de los
secretos más importantes de la botánica tinerfeña”.
Este espacio tiene un corazón virgen
que hay que descubrir a pie, abriéndose
paso en un complejo entramado de plantas, jibalberas, tabaibas, cardones,
menta-poleos, tajinastes... Aquí hay poco
espacio para la estridencia. Los sonidos de sus aves se deslizan y acarician
sin esfuerzos. Es una borrachera de verdes sensaciones, mientras sus altas paredes nos ofrecen la grandiosidad del glorioso azul. Ahí, en ese lugar, encumbrado, sobresaliente, distinguido,
nos encontramos con un enorme
tocón, con la erguida y soberbia roca en medio de la ladera,
emergiendo entre los matorrales y cardones. Es el Pico
de la Grieta.
Hoy quisiera destacar ese
monumento natural que normalmente pasa de manera humilde, mansa, dócil, y que en
realidad es un ídolo altivo,
encumbrado, señoreando al
bello y encantador barrio de
La Rambla. Para situarlo
mejor, diré que circulando por
la carretera general del Norte,
dirección Los Realejos-Icod,
cuando se llega a este pueblo,
nos encontramos con el citado
y profundo Barranco de Ruiz
y su parque recreativo. La carretera pendiente nos hace ver
esa torre natural que hace de
vigía. Una roca que hoy sigue
mirando descaradamente
desde la altura con elegante
y sólida armonía: Pico de la
Grieta. Pienso que si estuviera
en otro lugar, sin lugar a dudas, serviría de icono, de
preciosa estampa, de efigie emblemática, como lo es, salvando las distancias, el Roque Nublo.
Creo que todos, sin excepción, amamos a nuestra patria chica, el lugar donde hemos nacido y pasado la niñez
y juventud. Por eso ruego perdonen si, en mis palabras, hay
un exceso de ese sentimiento. Pero es que yo nunca me
he ido de La Rambla. Soy más
de este pueblo de lo que yo
mismo creo y cuanto más lejos
me encuentro, lo soy más.
Los pueblos abren las puertas de sus monumentos y sus
museos. San Juan de la Rambla también ofrece al visitante
lugares que albergan tesoros
ocultos. Mil rincones donde
deleitar los sentidos. Pueden parecer detalles, cosas sin importancia, pero para disfrutar de este pueblo es fundamental que se dedique tanto
tiempo a la búsqueda de estas minucias como a dejarse impresionar por los
monumentos. El silencio, la soledad y
el misterio que nos ofrecen son un
remanso de paz entre tantos ruidos. Y
así, en esta geografía sin aduanas, adentrándonos por las galerías del sentimiento,
podremos dar vida a nuestro interior,
en su paisaje.
La sección “El retrato de José
Carlos Gracia” se suspende tres
semanas por vacaciones de su autor
reanudándose el 3 de septiembre.
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sábado, 13 de agosto de 2016, EL DÍA
LUGARES SAGRADOS (XXXI)
Fuerteventura: Tuineje, fundación del pueblo, su
ermita y su defensa frente a la piratería inglesa
A través del documento rubricado por el venerable beneficiado de la isla, Juan Pérez de Montañés, corroborado por el escribano público
Domingo S. Betancourt, fechado en 1695, podemos conocer a los fundadores de este particular enclave, así como su inicio como entidad
poblacional en la encantadora isla de Fuerteventura. Nada pudieron hacer los corsarios ingleses para doblegar su espíritu de libertad.
El camello (dromedario para la ciencia) utilizado como escudo, simulando las estratagemas de Aníbal el cartaginés, resultó ser un utillaje
bélico imprescindible para decantar en su favor estas acciones.
Texto: Emiliano Guillén Rodríguez
(periodista, cronista oficial y miembro
del Instituto de Estudios Canarios)
Fotos: Doña Julia
A
l igual que ocurre con
todos los pueblos del
mundo fundados y desarrollados bajo el paraguas del Cristianismo,
cuando estos comienzan a sentirse
importantes en el proceso evolutivo
–que es casi de inmediato al nacimiento
del propio asentamiento humano– se
plantea la construcción de un lugar
sagrado para que sirva como templo
destinado al cumplimiento de los
preceptos religiosos e, igualmente, para
el recogimiento digno de los restos mortales de sus devotos. Siempre acogidos por la seguridad que le proporciona
el amparo de sus muros sacros.
También en el resguardado y coqueto
pueblo de Tuineje, en la mágica isla
de Fuerteventura, ocurriría lo mismo.
El ritual, con alguna que otra variante,
en muchos casos irrelevante, se cumple casi fielmente, como se hubo de
cumplir en la inmensa mayoría de los
lugares, al menos para los pueblos de
estas islas.
En Tuineje, donde aún parecen resonar los lamentos de los ingleses en
Tamasite y en El Cuchillete, allá por
el año de 1740, unos 44 años previos
al hecho reseñado, que estudiaremos.
El 9 de septiembre de 1696, se
reúne un entusiasta grupo de lugareños que “declaran solemnemente
ser los verdaderos fundadores de este
enclave”, dirigidos por Baltasar
Pérez, para testificar todos juntos por
sí e “in solidum” haber construido
una ermita para dedicar al arcángel
San Miguel en el lugar de Tuineje.
En el auto que nos ocupa manifiestan sentir la necesidad de tener un
espacio separado en el que satisfacer sus necesidades espirituales, y
que además sirva como lugar sagrado
para recoger a todos sus hermanos
difuntos. Para ello han prometido conceder las limosnas que adjunta el expediente. Este documento se protocoliza en Agua de Bueyes en la fecha indicada. Lo rubrican Juan Silvera, Nicolás Díaz Castaño, Manuel de León y
Domingo Hernández Batista. En calidad de testigos figuran Pedro López
de Vergara, presbítero, y el licenciado
Domingo S. Bethancourt, escribano
público. Todos estantes en esta isla.
Los vecinos de Tuineje habían cursado una petición previamente para
que se les permitiera la construcción
de dicha ermita. La solicitud está fechada
en la reseñada isla el día 9 de marzo
de 1696, firmada por el venerable Juan
Pérez Montañés. Se le envía al obispo
de Canaria y se les autoriza, dando licencia para ello en la forma acostumbrada.
Celebran su primera misa en ella en
marzo de 1702.
El auto recoge los nombres de las personas que se dicen, según ellos mismos, fundadores de la localidad. El listado de promotores es el que se adjunta, incluidos todos en el encabezado del documento para la dotación:
Domingo Hernández, Miguel Hernández, Juan de León Díaz, Juan Silvera el viejo, Baltasar de los Reyes, africano, Sebastián ¿Jorge?, Cristóbal
Alonso, Juan Díaz Fleitas, Juan Silvera
el mozo, Bartolomé Izquierdo, y
Manuel de León.
Tuineje es una localidad majorera
que se asienta en zona de tierra fértil. Todo su contexto básico brilla en
rojo intenso bajo el sol del mediodía.
Las gavias tradicionales son muy
abundantes en su entorno. En la
actualidad, como señalan sus propios
vecinos, que se hacen llamar moriscos, otros enclaves le han menguado
el protagonismo. El histórico lugar ha
ido lentamente perdiendo hegemonía
poblacional en beneficio de otros
asentamientos de la costa. Aquí ha ocurrido un fenómeno similar al acaecido
en otros municipios de Canarias.
Muchas de las villas y lugares históricos del archipiélago han visto
cómo sus barrios costeros, modernamente, han incrementado notablemente
su población movidos por la dinámica
económica actual, en claro detrimento de sus lugares clásicos; como
consecuencia de un sistema de producción y de riqueza muy diferentes
al que se practicaba cuando surgieron
estos núcleos poblacionales, generalmente huidos de la costa por razones
de seguridad; y fundados en las
medianías, donde la tierra es más benigna y las humedades algo más
bondadosas, más propias para los cultivos entonces en uso, especialmente
basados en las siembras de cereales,
Templo parroquial
de Tuineje.
cuando estos emporios históricos
comenzaron a sentirse importantes.
Hoy se hallan alejados de las preferencias comerciales en boga. Sus alternativas están siendo muy poco valoradas por el ramo económico vigente.
No obstante, es previsible que resurjan.
En contra de todo ello, los tuinejenses,
dicho así, en un castellano refinado –tuinejeros para otros, e incluso moriscos,
como ha sido dicho–, están firmemente
dispuestos a mantener, sin embargo,
su identidad a toda costa. Se opondrán
por todos los medios, según su propia aseveración, a cualquier intento de
perder sus privilegios tradicionales.
En este sentido, recuerda el caminante que, en una de las muchas y muy
distendidas reuniones, dedicada casi
exclusivamente a la caza y captura de
datos y vivencias que les pudiesen identificar, planteada una interpelación por
su parte sobre la posibilidad de mudar
las casas consistoriales a zonas costeras,
donde reside la mayor parte de la población, la respuesta no pudo ser más contundente: “No sabe usted cómo se las
gastan los moriscos. De aquí no se
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EL DÍA, sábado, 13 de agosto de 2016
mueve una piedra”. Para que eso no
ocurra, para evitarlo, estamos nosotros.
La convicción fue de tal magnitud
que, incluso, pareció habérseles despertado todas las sensibilidades juntas, en un sólo instante, cual ramillete
pleno del sentir. Ante una aseveración
de esta índole, bien cabe pensar que,
en su caso, si se intentara agredir la
historia, o la tradición del lugar, antes
de la consecución definitiva, habrá costado más de un serio disgusto. La resistencia a cualquier cambio en este sentido contará de seguro con una oposición activa y férrea.
Vueltos al aspecto eclesiástico, quepa decir que esta localidad perteneció a la ayuda parroquial de Pájara hasta
el año de 1787, en el que ya queda constituido en beneficio propio. Como ya
es común, la antigua fábrica se iría reformando, ampliando y mejorando en su
arquitectura, a medida que crecía el
pueblo en riquezas, hasta alcanzar el
noble aspecto con el que cuenta en la
actualidad.
El templo sería saqueado por los corsarios ingleses en varias intentonas,
pero en ninguna de ellas lograron su
objetivo. En todas las ocasiones siempre serían diezmados.
Como es de sospechar, para poder
lograr la deseada concesión de ermita
propia, es preciso hipotecar bienes suficientes que permitan mantener dignamente al sacerdote, a los reparos y
a las más que previsibles mejoras de
la nueva fábrica.
El vecindario, para este fin, logra
reunir una aportación de 138,5 fanegas de trigo, 13,5 fanegas de cebada,
seis machos cabríos, un jumentillo,
un ternero, 734 reales y la clavazón
para la nueva fábrica. Riqueza considerada como suficiente para cubrir
las necesidades previstas. Además, se
compromete a dotarla de todo cuanto
fuese necesario: cálices, “piedra de
ara” (piedra de altar), y de todo lo
demás para la decencia del Santísimo.
Con todo lo preciso para celebrar el
santo sacrificio de la misa en ella,
cuando llegue la ocasión y el tiempo,
lo suplirán. También la sagrada imagen.
Los vecinos que colaboraron más significativamente en la dotación de la
ermita serían Juan de León Silvera, con
20 fanegas de trigo, y Miguel Hernández,
con 300 reales. La totalidad de los
donantes recogidos resultó ser de 46
vecinos, cada uno con su aportación
según posibilidades. Este dato nos viene
a confirmar que la población ya crecía con regularidad en la zona.
En vista de que se han mencionado
sucintamente los saqueos sufridos por
causa de los ingleses, quepa incluir referencias de tales desmanes; en todos
los casos, con resultados nefastos para
los invasores.
Uno de los aconteceres que honra
sobremanera a este pueblo, a la isla entera y a todo el pueblo canario, fue,
sin duda, la lucha sin cuartel sostenida
en contra de la piratería inglesa, que
por muchos años asoló nuestras costas archipielágicas.
Corría octubre del año de 1740, concretamente el día 13, y la gran mayoría de los majoreros se entretenían en
la siembra del cereal; no en vano, la
isla llegó a ser el mejor granero de Canarias, especialmente cuando las lluvias
le eran propicias. Las abundantes
cosechas permitían mitigar hambrunas en el resto de sus hermanas e,
incluso, reponer simientes para cosechas venideras, cuando la penuria alcanzaba niveles de gran alarma social. La
mayoría de los años del siglo XVIII fueron desdichados para los siempre sufridos campesinos que, además de tener
que soportar la escasez productiva y
los tiempos de sequía, con sus consecuentes hambrunas, cargaban sobre
sus espaldas con el látigo y la tiranía
de los señores de la isla. Muchos de
ellos, a pesar del pueblo, hoy copan
con sus noblezas los más destacados
símbolos de sus heráldicas. Paralelamente, contaban también con el afán
recaudatorio de la Iglesia que, en nombre del Señor, exigía su parte.
Estas fechas de octubres remansados, los mares calmos y la magnanimidad de sus extensas playas facilitaban la arribada de los corsarios a sus
costas, para desembarcar en ellas
con fines poco alentadores. Con malévola intencionalidad, penetraban
hasta las villas, pueblos, casas señoriales y ermitas. En estas últimas se guardaban los mejores tesoros destinados
al culto divino, para la honra de sus
celebrantes. En los míseros refugios
del estado llano, muy poco o nada de
valor había para saquear.
El día 13 de octubre del señalado año
de 1740, cuando los campos comenzaban a verdear tímidamente tras la caída
de las primeras lluvias y el germinar
de las sementeras, un pirata inglés, precavido de que en la isla no había milicia regular ni fortificación infran-
El camello, uno de
sus emblemas.
queable, y confiando en que se lanzaba a la consecución de una aventura
relativamente fácil, fondeó y desembarcó en las magníficas playas de Tuineje, concretamente por Gran Tarajal,
con una tropa de cincuenta y tres elementos bien armados.
Alertados de inmediato los hombres
disponibles de Tiscamanita, el propio
Tuineje, Pájara, Antigua, Agua de
Bueyes, Casillas de Morales, Totó, La
Florida y Las Casitas, al mando de teniente coronel Sánchez Umpiérrez, se
prepararon para la batalla en El Cuchillete. Los nuestros, armados de palos,
regatones, chuzos, pinchos, lanzaderas de piedras, varas y otros aperos de
labranza, aplicando además su particular habilidad para manejar el garrote,
o la puntería demostrada en el lanzamiento de piedras, le presentaron
batalla en este lugar.
La improvisada milicia majorera utilizó, al modo de Aníbal, el cartaginés,
con sus elefantes contra los romanos,
muchos camellos como parapeto para
llegar ilesos a la lucha cuerpo a
cuerpo. Los camellos sacrificados
recibieron en sus cuerpos las primeras andanadas, pero la rapidez de los
defensores no permitió al enemigo recargar de nuevo sus mosquetes. Al punto
ya habían caído sobre ellos con saña,
sin dejarles tregua ni razón. El resultado se decantó claramente para los
locales. El invasor sería derrotado y vencido. Un total de 33 casacas rojas fallecieron en la refriega. Las 20 restantes
fueron hechas prisioneros. Todas sus
armas y pertrechos confiscados.
Muchos de los camellos, acostumbrados
a la mansedumbre del paisaje y a la
benevolencia de sus dueños, ante el
fragor de la batalla, o bien ilesos, o bien
malheridos, huyeron despavoridos
luego, eso sí, de haber cumplido con
su cometido, servir como imprescin-
dible utillaje bélico; como magnífico
escudo defensivo.
Cuando los de Pájara llegaron al
campo de batalla, contemplaron un
espectáculo dantesco y aterrador:
muchos corsarios muertos, muchos
camellos sacrificados, otros tantos agónicos; los más de ellos, huidos presas
del pánico, por causa de los disparos
de los ingleses, del estrépito de la contienda, o los propios bramidos mortales de sus congéneres. También algunos de los lugareños perdieron la vida
en la defensa de su isla, de sus familias y de sus enseres.
En venganza por lo acontecido, en
una tentativa de liberar a sus compatriotas, el 24 de noviembre del mismo
año el barco regresó. Lo intentaron de
nuevo, ahora con más efectivos y mejores pertrechos. Los majoreros entonces ya disponían de su propio fuego
confiscado en el encuentro anterior.
En esta nueva ocasión, aplicando similares estrategias, en los llanos del Campo
Florido, en la montaña de Tamasite,
el triunfo se volvió a decantar en favor
de los defensores. Desde entonces, esta
montaña de Tamasite, el camello, el
demostrado arrojo de sus habitantes
y los llanos del Campo Florido serán
por siempre los símbolos que identifiquen a estos lugares, como lo habría
de ser posteriormente la plaza fortificada de Santa Cruz de Tenerife, con
la derrota definitiva del insistente hostigamiento anglosajón sobre estos
contornos insulares. Hechos fidedignos éstos, jamás reconocidos por los
propios británicos. Siempre fue su lema
borrar todo rastro palpable de sus múltiples derrotas.
Fuente documental básica:
–Archivo Histórico Diocesano de San
Cristóbal de La Laguna. Legajo 1.604.
Documento 20.
p8
sábado, 13 de agosto de 2016, EL DÍA
www.eldia.es/laprensa
Revista semanal de EL DÍA. Segunda época, número 1.045
El juego online sale a la calle
Texto: Diego Francisco Fariña Vega
(licenciado en Psicología.
Técnico especialista en Informática de Gestión)
L
os juegos online han proporcionado formas alternativas de interacción entre
una gran cantidad de individuos que se encuentran
físicamente en cualquier parte del mundo. A través de las pantallas iluminadas
de sus dispositivos electrónicos, los
más jóvenes, y no sólo ellos, pueden
experimentar aventuras y sensaciones en mundos virtuales de gran realismo, comunicarse, vivir emociones
límite o unirse a interesantes comunidades sin salir de su propio dormitorio, utilizando para ello una tecnología que se adapta cada vez más a sus
necesidades y curiosidad.
Estos seductores medios de entretenimiento se propagan con facilidad
a través del rápido acceso a Internet,
y los conocimientos e intereses de los
más pequeños en las llamadas nuevas tecnologías de la información y la
comunicación (TIC), que sirven de instrumento de acceso a dichos contenidos.
Algunas de las causas que motivan
actualmente la utilización de este tipo
de plataformas online en los jóvenes
están referidas al entorno, esto es, la
ausencia de espacios de recreo seguros fuera del domicilio, sobre todo en
las grandes urbes; a las condiciones
climatológicas o a las zonas de difícil acceso, donde los videojuegos se
convierten en una posibilidad de encuentro entre amigos o compañeros
de clase, con la tranquilidad adicional que genera en los padres y madres
saber que el niño o la niña se encuentra
jugando tranquilamente en su habitación.
Los juegos de rol online
Existen muchos tipos de juegos online
y, aunque en primera instancia todos
persiguen fines lúdicos, algunos combinan objetivos educativos o incluso
terapéuticos. Por encima del reto
básico de divertir, hay un grupo muy
concreto que se caracteriza por contener un significativo potencial adictivo: son los juegos de rol online, en
los que cada jugador toma el lugar de
uno de los personajes de la aventura.
La proyección de la persona real en
uno de los fascinantes personajes creados de manera virtual supone uno de
los mayores atractivos de estas plataformas. A través de estos avatares o
representaciones gráficas, los usuarios pueden llegar a asumir grandes
riesgos sin un compromiso físico
real. Sin embargo, cuando los triunfos del jugador se traducen en superación de fases o en elogios por parte
del grupo, es preciso observar si se produce un aumento real de la autoestima
y de la confianza en sí mismo o, por
el contrario, efectos adversos cuando
las fases no son superadas o surge la
crítica o la presión de los pares.
La rapidez y facilidad de acceso, la
recompensa inmediata diseñada mediante potentes estrategias de refuerzo
de la conducta o la numerosa y atractiva oferta de un espacio multimedia
que permite compartir experiencias
entre iguales hacen de estas herramientas online un entorno al que hay
que prestar especial atención cuando
nos referimos a una población vulnerable y ávida de sensaciones como es
la de los más jóvenes.
Los videojuegos, en principio, no han
de ser considerados como peligrosos.
En la mayoría de los casos promueven la imaginación, la creatividad, la
memoria, el razonamiento o la atención, y pueden llegar a ser buenas herramientas de socialización. Pero cuando
coinciden en el tiempo una serie de
circunstancias en la vida del menor
y, además, el adulto restringe de forma exhaustiva la actividad lúdica online
o, en otro extremo, no ejerce ningún
control sobre los periodos de acceso
o no supervisa ni media en cuanto a
los contenidos presentados por el juego,
que pueden ser inapropiados o mal
interpretados, puede ocurrir que un
uso en exceso pueda dar lugar a conductas de riesgo con consecuencias:
fracaso escolar, aislamiento, sedentarismo, comportamientos agresivos
o indeseados contactos con desconocidos, además de otras afecciones como
mareos, cansancio, ansiedad o irritabilidad.
En los casos en que los menores
superan los tiempos que pueden ser
considerados como aceptables para
la práctica de juegos online, es decir,
cuando la dedicación interfiere en el
tiempo que comparte con la familia,
con amistades sin mediación de la tecnología, cuando le impide realizar actividades deportivas y artísticas, disfrutar de un ocio alternativo y al aire
libre o un descanso y alimentación adecuados, el menor puede presentar desregulación emocional, una disminución del nivel de atención en el
entorno académico e incluso interferir
negativamente en las relaciones del
núcleo familiar.
El caso Pokémon Go
En estas últimas semanas, una de
las noticias más relacionadas con el
mundo tecnológico, la conducta y los
menores, sin menospreciar al sector
adulto, ha sido la de la aparición de
la app lúdica Pokémon Go.
El nombre del juego deriva de una
contracción de las palabras pocket y
monster, es decir, “monstruos de
bolsillo”, y sus creadores, Satoshi Tajiri
y Ken Sugimori, lanzaron la primera
versión al mercado en 1996 para la consola Game Boy. El objetivo de las primeras ediciones, que básicamente se
ha respetado en las posteriores, era capturar y entrenar a la mayor cantidad
de pokemons posibles, unos originales monstruos de aspecto amable
que están dotados de alguna habilidad especial.
La última versión del original Pokémon Go (disponible desde mediados
del mes de julio de 2016 en España)
incluye el atractivo de obligar a los jugadores a abandonar su entorno habitual de juego, generalmente su habitación, al situar las claves del juego en
ubicaciones geolocalizadas en el exterior, desde un parque, restaurante o
una playa, hasta un museo. Con ello,
los creadores del juego intentan evitar el sedentarismo al que normalmente
se ve sometido el jugador, al exigirle
interactuar con el entorno fuera del
mundo virtual. Este hecho ha llevado
al encuentro en la calle de jugadores
y no jugadores –muchos de estos últimos, por primera vez, tienen constancia
e información sobre un videojuego online al que juegan millones de usuarios en todo el mundo–, permitiendo
a los dos grupos compartir y opinar
en un mismo espacio de debate, lo cual
no deja de ser enriquecedor y una oportunidad para la reflexión y el intercambio de puntos de vista.
¿Y si nuestro hijo o hija, sobrino o
sobrina no logra resistirse a la atracción de un juego de moda del que tanto
se habla? ¿Qué podemos hacer como
adultos? Pues mediar sobre los contenidos del juego, gestionar sus periodos de conexión y que estos estén adaptados a la edad del menor, velar por
su descanso, ofrecer alternativas en
su tiempo de ocio sugerentes e incluso,
¿por qué no?, interesarse en compartir
con el menor un rato en uno de esos
gimnasios o pokeparadas del juego
donde, una vez capturados los pokemons, podamos hacer uso de los espacios donde estaban ubicados y
aprovechar para promover valores y
principios que los ayuden a protegerse
ante una próxima ola de juegos online
de la que, probablemente, no nos prevengan los medios de comunicación.
¿Que no sabes lo que es una ‘pokeparada’? Seguramente cualquier joven
podrá resolverte esta cuestión. En cualquier caso, si las circunstancias han
llegado a una ausencia total de control del juego por parte del menor y
si son latentes las dificultades académicas o los problemas en casa, no dudes
en acudir a un profesional que te ayude
a reorientar la situación.
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