EL DÍA, sábado, 13 de agosto de 2016 p1 TUINEJE, en Fuerteventura: la del domingo fundación de un pueblo que rechazó por dos veces los ataques piratas de los ingleses en el siglo XVIII. 6/7 revista semanal de EL DÍA La montaña que manaba agua El pasado miércoles, día 10, se cumplió un siglo de la terminación de las obras que, tras 18 años de mucho sufrimiento, incluyendo víctimas mortales, permitieron llevar el agua de los nacientes de Catalanes y Roque Negro hasta Santa Cruz de Tenerife. La terminación de la galería estuvo acompañada de celebraciones y ocupó portadas en todos los periódicos de la época. Texto: Aarón Rodríguez González (geógrafo) A manecer del 10 de agosto de 1916. Es jueves. Mientras Europa se desangra en la Gran Guerra, Santa Cruz de Santiago de Tenerife, entonces capital de la Provincia de Canarias, va a vivir una de las jornadas más memorables en sus 422 años de historia. En los tormentosos relieves de Anaga se va a poner fin a un magno esfuerzo colectivo que se ha prolongado durante 18 años, ha supuesto una inmensa movilización de recursos materiales y humanos, ha requerido la inyección de importantes cantidades de dinero público y privado y ha tenido como consecuencia la pérdida de vidas humanas. Roque Negro y Catalanes eran nombres totalmente desconocidos para la mayor parte de la sociedad chicharrera hasta 1898. Desde entonces, protagonizan las noticias de los rotativos locales y están presentes en los labios de los asistentes a las tertulias que animan la agenda social del municipio. Algo ha cambiado. En ellos reside la clave del futuro de la ciudad. Desde su nacimiento, Santa Cruz ha regado sus campos y calmado su sed en los nacientes de Monte de Aguirre. Pero la ciudad ha crecido. Los apenas 3,03 litros por segundo que aportan sus galerías resultan insuficientes para satisfacer las necesidades más básicas de un vecindario que, durante la segunda mitad del siglo XIX, ha visto triplicado su número (de 13.228 habitantes en 1857 a 38.419 en 1900)[i], y que al finalizar la primera década del siglo XX ronda las cincuenta mil almas. La falta de agua es una losa que lastra el crecimiento de la ciudad. A medida que la población aumenta, la demanda de agua crece, el caudal de Aguirre se reduce y las penurias de la población se agravan. El hilo se tensa cada vez más y la ciudad necesita hallar pronto una solución a la escasez. En esta situación crítica se encontraba Santa Cruz en 1898. Resultaba de vital importancia localizar nuevos manantiales y conducir las aguas, con urgencia, hasta la población. Apenas 21 años antes, en 1877, se había producido la supresión del Ayuntamiento de Taganana y la anexión de su territorio al término municipal de Santa Cruz de Tenerife (1). Un La galería de Roque Negro sigue surtiendo de agua a Santa Cruz. Arriba, el arco por donde pasa la canalización a la altura de Valleseco. A la derecha, mapa de las cuencas que muestra hacia dónde vierten las aguas de la zona con el trazado del túnel que cruzaba el desaparecido término municipal de Taganana. hecho fundamental en la evolución de los acontecimientos, porque en la jurisdicción tagananera afloraban los nacientes de Roque Negro, cuya existencia llegó a oídos del alcalde Pedro Schwartz y Matos. Sus aguas no parecían ser muy abundantes, pero constituían un rayo de esperanza, un clavo ardiendo al que agarrarse, un balón de oxígeno para una ciudad a la que la escasez de agua estaba estrangulando. Schwartz dispuso que, con carácter de urgencia, el arquitecto municipal redactara el proyecto de obras. Éste constaba de dos partes: por un lado, el túnel Catalanes-Roque Negro, que implicaba horadar la montaña por ambas vertientes con el propósito de verter hacia el valle de Bufadero las aguas que, de forma natural, discurrían hacia el de Afur; por otro, la canalización que había de conducir las aguas desde Catalanes hasta la ciudad. El 12 de octubre de 1898, el documento recibía la aprobación del gobernador civil de la Provincia de Canarias, con un presupuesto de 622.000 pesetas, y las obras, adjudicadas a Gaspar E. Fernández, se iniciaban en febrero de 1899. En los tres años posteriores se trabajó a destajo: se construyó casi en su totalidad la canalización y se comenzó la perforación del túnel. No obstante, las obras se vieron ralentizadas por la dureza del roquedo, la ausen- p2 sábado, 13 de agosto de 2016, EL DÍA EN PORTADA cia de medios mecánicos para realizar la perforación y la inesperada abundancia de agua, que superaba las previsiones más optimistas. Así, a finales de 1902 apenas se había llegado a los 525 metros (345 por el lado de Catalanes y 180 por el de Roque Negro), menos de un tercio de los 1.836 requeridos. Un bagaje a todas luces insuficiente que se unía a las penurias que pasaban los trabajadores y los numerosos incidentes acontecidos. La consecuencia de todo ello fue la rescisión de la contrata y la consecuente paralización de las obras: una situación que se prolongaría durante siete largos años(2). Aunque esto supuso un duro golpe para las ilusiones de abundancia de la sociedad santacrucera, lo realizado hasta el momento suponía ya una importante mejora para la población. Así, el diario El Progreso estimaba en 600 metros cúbicos cada 24 horas el caudal que ya estaba aportando la galería de Catalanes; una cantidad que, al añadirse en Tahodio a la que procedía de las galerías del Monte de Aguirre, suponía duplicar el volumen de agua disponible. Se preveía asimismo que, de reanudarse los trabajos y finalizarse la obra, en apenas cuatro años podría rentabilizarse el gasto realizado. “¡Oh, es imperdonable que esas obras no se continúen de una vez!”, se lamentaban los redactores (3). En 1909, el Ayuntamiento retoma el proyecto, introduciendo una modificación que resultará clave: la incorporación de medios mecánicos con objeto de acelerar el ritmo de perforación del túnel. Los trabajos se retomaron el 13 de julio de 1910 en la galería de Catalanes: hasta allí se llevó por el camino desde Valleseco, pieza a pieza, a hombros humanos y a lomos de bestias, el motor de 48 caballos, la dinamo y las dos máquinas perforadoras que iban a facilitar enormemente la excavación de la galería. El mismo procedimiento se siguió con posterioridad en Roque Negro. A mediados de 1912, los trabajos ya se encontraban avanzados: el aumento de la profundidad revelaba, a cada paso, mayor cantidad de agua y las noticias que llegaban desde la montaña milagrosa se recibían con enorme alegría. El asunto, según el diario El Progreso, despertó “inmensa curiosidad en toda la población, que está plausiblemente interesada en cuestión de tan grande y capitalísima importancia”. Todos en la ciudad querían ser testigos del milagro de la montaña que manaba agua. Con tal motivo, continúa el diario, “ayer fueron centenares de personas y una nutrida comisión del Ayuntamiento a ver las obras que en los mencionados nacientes vienen ejecutándose” (4). La enorme expedición, realizada a pie y a caballo, avanzó por los caminos de Valleseco, Tahodio y el Valle del Bufadero en dirección a Catalanes, y contó con la cobertura mediática de la época: en ella participaron figuras del periodismo local de la relevancia de Leoncio Rodríguez, que dejó Arriba, Pedro Matos Massieu, el ingeniero que concluiría las complicadas obras, y un poema de Crosita alusivo al tema publicado en la prensa. A la derecha, noticia sobre el accidente que costó la vida a cinco obreros que trabajaban en el túnel. testimonio de su experiencia en sus Estampas tinerfeñas. A lomos de Perico, el burro que eligió como montura, Rodríguez nos cuenta que ascendió por el camino de Valleseco y alcanzó la boca de la galería de Catalanes. Allí se le invitó a acceder al interior. Al fondo, nos dice, “aumenta el ruido de las perforadoras, el crujir de hierros y piedras y el griterío de la colmena humana que se agita entre las negruras del túnel. El agua, apunta el célebre fundador de La Prensa, “brota del techo como espesa lluvia, o surge de las paredes y el piso de la galería en incesantes surtidores”. No obstante, también nos advierte sobre los peligros que entraña una empresa de esta naturaleza. Al entrar en la galería de Roque Negro, al otro lado de la montaña, un obrero le refiere lo que sucedió cuando se encontraban escalichando: “Se nos ocurrió dar un zamarriazo en el risco. Abrióse un boquete en la piedra, y fue tal el chingo de agua que saltó, que caímos rodando por el suelo. ¡Aquello parecía un volcán!”(5). La violencia con que podía surgir el agua era una amenaza constante e imprevisible, pero ése no era el único riesgo que asumían los trabajadores. El 30 de octubre de 1912, apenas tres meses después de la numerosa visita, un barreno que explota por accidente acaba con la vida del capataz Pedro Torres, casado y con ocho hijos, y deja herido de gravedad al joven Juan Siverio, vecino de Catalanes (6). Sólo era el comienzo. El golpe que se recibiría unos meses después, el 24 de enero de 1913, sería mucho mayor. Tanto que, una vez consumado el desastre, el entusiasta diario El Progreso pedía, con profundo pesar, reforzar las medidas de seguridad en el interior de la galería. Para muchos la reclamación llegaba, sin embargo, demasiado tarde. Desde el mes de diciembre de 1912 se venían produciendo corrimientos, invasiones de material que se precipitaban con violencia desde las profundidades del túnel, empujados por la descomunal fuerza del agua. Los escombros obstruyeron en un primer momento 14 metros, que luego se convirtieron en 38 y más adelante en 40. Ante la frecuencia con que se suceden estas avalanchas, y previendo una desgracia de la que no quería ser responsable, el ingeniero municipal José Espejo y Fernández, director de las obras, decide renunciar al cargo. Antes de hacerlo, entrega un informe al Ayuntamiento en el que explica la gravedad de la situación y anuncia que, si se insiste en continuar con la perforación, seguirán produciéndose corrimientos. Otro aviso, más contundente que los anteriores, llega el 10 de enero de 1913. El diario La Región informa desde sus páginas de que la ruptura de una roca en el fondo de la galería ha libe- rado un volumen inmenso de agua, movilizando una gran cantidad de rocas que obstruyen alrededor de 80 metros del túnel. El diario añade que para “conocer la verdadera importancia del caudal será preciso dejar expedita la galería y llegar hasta el fondo de la misma”, reconociendo que se trata de una operación “verdaderamente peligrosa, si el agua continúa lanzando cantos a medida que se vaya penetrando en su interior”(7). A pesar de esta advertencia y de los reparos de parte de los obreros, que se niegan a regresar a la galería, los trabajos continúan. Se escucha cada vez con mayor frecuencia el sonido de los desplomes, causados por la elevada presión del agua. Los corrimientos se repiten y continúan acumulándose escombros que, el 16 de enero, llegan ya a solo 640 metros de la boca de la galería. Finalmente, a las 9:30 de la mañana del 24 de enero de 1913, sucede la desgracia. Hay diez personas trabajando en el interior del túnel desde hace algunas horas(8). En ese momento, se escucha un formidable ruido y uno de los compañeros grita a los demás, instándoles a que salgan. Un nuevo corrimiento de piedras, tierra y agua se precipita sobre ellos. Ante la violencia de la sacudida, la alimentación eléctrica queda interrumpida y las luces se apagan. En el caos, una parte de las voces se desvanece. Luchando contra la avalancha de agua y barro que invade la galería, un grupo de trabajadores huye, entre gritos de terror, hacia la salida, donde un inmenso caudal de agua cae en cascada sobre el barranco. Al salir, se miran unos a otros. Solo cuatro han conseguido alcanzar el exterior. Angustiados por el destino de sus compañeros, se internan en la montaña y logran localizar a uno de ellos con vida. Continúan hacia el fondo y se topan con una masa de barro que obstruye el túnel hasta el techo; bajo ella se distinguen los pies de una de las víctimas. Se trata de Ángel Santana, natural de Tegueste, cuyo cadáver es recuperado a lo largo de aquella misma mañana. Los cuatro restantes trabajadores han corrido la misma suerte, pero se tardará días en extraer sus cuerpos inertes del amasijo de piedras y fango. Son Wenceslao López, natural de La Laguna; Abelardo Torres, natural de Arico; Juan Cabrera, vecino de Santa Cruz; y Bartolomé Gómez, natural de Soria. Cuatro de las cinco víctimas dejan mujer e hijos: un total de dieciséis. Ninguno de los fallecidos sobrepasa los cuarenta años. “Muy caras, muy amargas nos están resultando esas precio- p3 EL DÍA, sábado, 13 de agosto de 2016 EN PORTADA sas aguas tan largamente esperadas y en las que veíamos una fuente de riqueza para nuestro pueblo”, reflexionan los redactores de El Progreso, el 25 de enero de 1913. La montaña, señalaban, cedía las aguas a cambio de las vidas de los obreros, “pobres hombres que ganan el miserable pan sumergidos en las entrañas de la tierra, arrancándole, tras inauditos esfuerzos, el vivero de riqueza que ha de ser bienestar y prosperidad para todos”. El caudal de la galería aumentó de forma considerable al producirse el suceso. Agua a cambio de sangre y dolor: un amargo intercambio entre el hombre y la tierra. “¿Quién ahora tendrá el valor suficiente para brindarse a proseguir esos trabajos en las entrañas de la tierra?”, se preguntaban en El Progreso. “Aventurarse a desaparecer en el seno de una montaña, buscando ocultos tesoros para brindar nuevas riquezas a nuestra ciudad, es, más que heroico, temerario”, reconocían(9). Sin embargo, los trabajos se reanudaron. El 30 de enero de ese mismo año, el diario La Región anuncia que una veintena de personas se encuentra ya realizando las labores de desescombro(10). No obstante, las dificultades de carácter técnico, el pánico a un nuevo accidente y las tensiones generadas entre el Ayuntamiento y la contrata vuelven a paralizar de forma intermitente los trabajos, que se retoman el 11 de octubre de 1913. Son momentos convulsos. Se suceden en la dirección técnica el ingeniero Victoriano Fernández Oliva y el arquitecto Antonio Pintor, que deciden desviar la galería con intención de salvar el sector inestable que produjo los corrimientos, abriendo así una vía más segura hacia Roque Negro. Sin embargo, cuando ya se han perforado dos tramos del nuevo túnel, la maquinaria se tropieza con un sector de características similares al que produjo la desgracia. Otra vez ante un callejón sin salida. El golpe es tan severo que Antonio Pintor renuncia a la dirección de las obras. El 11 de agosto de 1914, ante esta situación, el gobernador civil de la provincia aprueba la paralización de los trabajos en ambas bocas de la galería: una vez más, las ansias de los santacruceros se veían frustradas. Sin dirección, de nuevo parece imposible llevar la empresa a buen término. Atemorizadas ante la posibilidad de nuevos corrimientos, todas las personas con probada capacidad para conducir los trabajos han renunciado a seguir intentándolo. Así están las cosas hasta que el alcalde accidental, Emilio Calzadilla, propone al ingeniero Pedro Matos Massieu como director de las obras. Una elección afortunada. El mes de julio de 1915 se reanudan por fin los trabajos. Será el enésimo y último comienzo. El 10 de agosto de 1916, a golpe de piqueta, cae por fin el último dique que separa ambas vertientes. Emilio Calzadilla, fallecido meses antes, no pudo ver culminada la obra. Las REFERENCIAS (1) Hernández, U. M. (2006). Historia general de la comarca de Anaga. Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea. (2) La Prensa. (12 de agosto de 1916). Una fecha memorable. La Prensa, pág. 1. (3) Roger, L. (17 de agosto de 1908). Los nacientes del agua. El Progreso, págs. 1-2. (4) El Progreso. (29 de julio de 1912). Una visita aguas de Roque Negro y Catalanes marchaban juntas, por fin, “en torrentes de feracidad para nuestros campos, en cascadas de riqueza para nuestro pueblo, en cristalinas ondas que contienen gérmenes de salud y vida”, tal y como escribía Ángel Crosa en La Prensa dos días después. “La misteriosa montaña ha sido horadada. La obra se ha terminado. He ahí el triunfo de la voluntad”, añadía (11). Desde Madrid, a través de un telegrama que se publicaba en el periódico del 12 de agosto, Leoncio Rodríguez se sumaba al júbilo del pueblo de Santa Cruz de Tenerife. “Que seáis nuncio para este pueblo de un amplio horizonte de bienestar”, escribe J. Martí Dehesa(12). Las muestras de alegría son generalizadas. Y no es para menos. Según las estimaciones de La Prensa, contar con las aguas de Roque Negro y Catalanes suponía multiplicar 40 veces el caudal de agua disponible, un incremento que supondría una “transformación tan radical de las condiciones de vida de un pueblo, de tal trascendencia para su presente y su porvenir”, que “Santa Cruz de Tenerife ha de considerar en adelante como día muy grande, como fecha memorable de su historia la del 10 de agosto de 1916”, en que, por fin, quebrado el último obstáculo, el oro líquido de Roque Negro se unió al de Catalanes. El sueño que inició el alcalde Pedro Schwartz y Matos había demorado 18 años de denodado sacrificio, pero se había hecho realidad. a Catalanes y Roque Negro. El Progreso, págs. 1-2. (5) Rodríguez, L. (1912). Roque Negro. En L. Rodríguez, Estampas tinerfeñas. Santa Cruz de Tenerife. (6) El Progreso. (30 de octubre de 1912). Trágico suceso. El Progreso, pág. 2. (7) La Región. (10 de enero de 1913). Catalanes. La Región, pág. 2. (8) Gaceta de Tenerife. (27 de enero de 1913). La catástrofe de Catalanes. Gaceta de Tenerife, pág. 2. Vista del caserío de Catalanes desde La Gollada de La Cancela. (9) El Progreso. (25 de enero de 1913). La catástrofe de ayer en la galería de Catalanes. El Progreso, págs. 1-2. (10) La Región. (30 de enero de 1913). Noticias. La Región, pág. 1. (11) Crosa, Á. (12 de agosto de 1916). Perseveremos. La Prensa, págs. 1-2. (12) Dehesa, J. M. (12 de agosto de 1916). Mi ideal. La Prensa, pág. 1. No obstante, aún quedaba mucho por hacer. Las obras de canalización no se habían finalizado en su totalidad, y no sería hasta el 10 de junio del año siguiente, 1917, cuando las aguas de Roque Negro y Catalanes discurrirían finalmente por las calles de la ciudad, al son de la música de la banda municipal(13). Sin embargo, en esta historia de superación y sacrificio no solo hay vencedores, sino también vencidos. Cuando las aguas que les surtían se fueron rumbo al sur, los manantiales de Roque Negro y Afur comenzaron a secarse y, con ellos, sus barrancos, proveedores del sustento de aquel pequeño mundo agrícola que se encontraba oculto tras las afiladas crestas de Anaga. Gaceta de Tenerife publicaba el 17 de junio de 1917 una amarga carta de protesta que un grupo de vecinos de Taganana hacía llegar a la redacción del rotativo: “Mientras el pueblo santacrucero celebra con cohetes y música, los vecinos de Roque Negro y Afur lloran la pérdida del agua que fecundaba sus terrenos”, decían. Y añadían, con razón, que “el agua de Roque Negro no se iba al mar. El agua tenía sus dueños, quienes las empleaban en regar sus huertas. Jamás pensaron que fincas adquiridas en compra con sus correspondientes dulas de agua pudieran dejárselas de secar.” Sentenciaban, finalmente: “No podemos concebir que haya ley humana ni divina que autorice el poder arrebatar a un individuo una cosa que le pertenece con legítimo derecho, para dársela a quien no puede alegar ningún dominio sobre ella; pero desgraciadamente esto le ha sucedido a Roque Negro y Afur. Les han quitado el único recurso que tenían para poder vivir en aquel Valle”(14). Ésta es la otra cara de la moneda. La de una pequeña población que ve desaparecer su principal recurso en aras del desarrollo de una urbe que le resulta ajena y lejana. El lado menos amable de una fecha memorable para la historia de nuestra capital, que ha quedado enterrada en el olvido. Hoy, el caudal de Catalanes es una sombra del que fue. Sin embargo, aquel túnel, que tanto sufrimiento significó, continúa surtiendo de agua a Santa Cruz. Lo hace de forma silenciosa, y sin que se valore su peso en la historia de la ciudad. Pero cuando se camina por su hermoso entorno, o cuando se contempla la majestuosa canalización que cruza, con un arco portentoso el barranco de Valleseco se constata la magnitud de la empresa que con voluntad, tesón y sacrificio pudo llevar a cabo, hace más de un siglo, el pueblo de Tenerife. En nuestras manos está poner en valor este legado. (13) El Imparcial. (11 de junio de 1917). Una nueva era de progreso. El Imparcial, pág. 2. (14) Gaceta de Tenerife. (17 de junio de 1917). Desde Taganana: ¡qué contraste! Gaceta de Tenerife, pág. 1. NOTA [i] Censos de 1857, 1900 y 1929. Instituto Nacional de Estadística. p4 sábado, 13 de agosto de 2016, EL DÍA La ermita de la Punta de Abona: un eremitorio con historia prehispánica Texto: Francisco Castellano Cabrera H ace ya algunos años comencé un estudio sobre la historia prehispánica del menceyato de Abona con la intención de dar respuestaaunapreguntaquehacíaunamigo acerca del porqué de la ubicación de una ermita en un sitio tan visible, lectura que se fue convirtiendo en apasionada al ir comprobando la importancia que tuvo esta comarca en la sociedad guanche. Unos habitantes que usaban espacios señalados en los distintos menceyatos para la celebración de sus reuniones, ceremonias y fiestas más importantes. Lugares ceremoniales que, muchos de ellos, se siguieron utilizando después de la conquista de Tenerife, sobre todo en las comarcas de la banda sur de la Isla, ya que sus pobladores mantuvieron los usos y costumbres heredadas de sus antepasados y, con ello, sus tradiciones. Precisamente en el territorio de Abona destaca una playa en el actual municipio de Arico que supuestamente era un lugar utilizado por los naturales de la isla para la celebración de estos ritos, con un oratorio en las cercanías donde veneraban y hacían procesiones y ofrendas de luz a una imagen aprovechando la cera que encallaba en la Playa Grande de la Punta de Abona, al igual que la ceremonia que se realizaba en el oratorio de la playa de Chimisay, en el menceyato de Güímar (1). Culto guanche a una figura pagana que muchos años antes de la conquista de Tenerife el sincretismo religioso transformó en una imagen cristiana que seguramente los evangelizadores europeos procedieron a colocar en algunos de esos puntos de adoración que utilizaban los naturales de la isla, por lo que el santuario de la playa de Arico también pasó a ser templo de otra renombrada imagen, la NOTAS (1) Los historiadores nos hablan de que los guanches del término de Güímar sentían una gran adoración por una Virgen y que cada año, el día de la Candelaria, hacían una gran fiesta en la cual cantaban y bailaban y hacían otras muchas cosas de gran regocijo. Seguramente en la región de Abona también celebraban esa gran fiesta (Beñesmen) en un punto concreto del municipio de Arico. (2) Según nos dice Juan Bethencourt Alfonso, “el clero católico transformó en templos algunos de estos oratorios paganos, y en otros erigió en sus cercanías ermitas, como en las playas de Abona, y en todos procuró sustituir los antiguos ídolos por imágenes cristianas” (Historia del Pueblo Guanche, tomo I, página 294). (3) La Virgen del oratorio del Socorro, intitulada Nues- Y Ermita de la Punta de Abona en la actualidad. tra Señora de Candelaria, situada en un territorio bajo la protección del Mencey de Güímar. La Virgen de Abona en un territorio estratégico en esa época, posiblemente dependiente del Mencey de Taoro, como gran rey y cabeza de la nobleza guanche en ese momento. (4) “Es tradicional que estos preparaban con la chajora o yerba yesquera los pábilos de las velas de cera que fabricaban, con especialidad para sus ritos religiosos” (Juan Bethencourt Alfonso, Historia del Pueblo Guanche, tomo I, pág. 305) (5) Consta que Fray Alonso de Espinosa residía en Tenerife en 1582 y en su libro Historia de Nuestra Señora de Candelaria nos dejó una de las mejores memorias públicas sobre la Historia de Canarias que tenemos, sobre todo los relatos de episodios vividos por él y rubricados con un “yo lo vide”, que confirma su visita en o creo que en artículos anteriores les he hablado del famoso “templario” lagunero al que apodaban “Barrilete”, un majadero pal vino tinto de nota y que hacía un exquisito honor a su apodo. Tanto le daba al morapio como acudía cuando era llamado para hacer de intérprete de francés, con lo que ganaba un dinerillo que lo “estallaba” en las numerosas ventas y tabernas que había en La Laguna allá por la década de los años 40 del pasado siglo. Claro está que esta vida bohemia y “tabernácula” con el transcurrir del tiempo hizo que acabase ingresado en el asilo de ancianos de la ciudad, sito en la calle Viana, muy cerca del Cristo, y la anécdota que seguidamente voy a narrarles tuvo como protagonista al Santísimo Cristo y a Barrilete y me la contó mi amigo Heraclio Cruz, funcionario de la UNED en la calle San Agustín, junto al Palacio Episcopal. Aconteció que una procesión de madrugada del año 1956, y en donde aún no habían aparecido los cantores de malagueñas, el nombrado Barrilete, con una “chispa” que haría resquebrajar los cimientos de Alcohólicos Anónimos, cuando la imagen del Crucificado estaba a su altura, hace algo surrealista: se arrodilla, extiende sus brazos en cruz y con voz potente, rompiendo el silencio de la madrugada, ex- Virgen de Abona (2). Una figura con nombre de la religión católica que en principio quizás pudo tener el calificativo de Virgen de Candelas/Chaxiraxi, derivado de las ofrendas de lumbres con velas de cera que le hacían los naturales de la isla (3). Una cera que en esos tiempos aparecía en determinadas playas de ese litoral sur de la isla proveniente de esa época a varios puntos de la isla donde los naturales seguían con sus tradiciones, entre ellos al actual municipio de Arico. (6) “Querer investigar el origen desta santa reliquia, y de dónde a esta isla hubiese venido, es cosa excusada, pues todo cuanto acerca desto quisiera decir, será adivinar” (Fray Espinosa/Ob. Cit., pág.55). (7) Fray Abreu Galindo refiriéndose al oratorio del Socorro en la playa de Chimisay nos relata que: “Todos los años, la víspera de la Purificación de Nuestra Señora la Virgen María, a dos de febrero, en la noche, se vían (y al presente se ven) muchas lumbres como en procesión por la orilla del mar, alrededor de la cueva donde esta imagen está” (Fray Abreu Galindo, Historia de las Islas Canarias, pág. 305). Barrilete y su petición al Cristo de La Laguna. Fernando Guanarteme sigue ‘mising’ A REÍR QUE SON DOS DÍAS Juan Oliva-Tristán Fernández* clama: “Aplaca, Señor, tu ira / tu justicia y tu rigor / si esta es la España de Franco / guárdanos por Dios, señor”. Como les decía antes, la anécdota me la refirió mi amigo Heraclio Cruz, casado con la franco-canaria Martina, que da clases de francés (el idioma de Barrilete) en el instituto de Icod de los Vinos, y fue doña Juana, madre de Heraclio, quien se la relató. El último rey canarión, Fernando de Guanarteme, nacido en Gáldar, va ya pa cinco siglos, con el nombre aborigen de Tenesor Semidán, fue nombrado hijo predilecto de dicho pueblo en el año 2008. Un poquito lento sí que los millares de abejares salvajes que había en los barrancos, y que la lluvia arrastraba hasta el mar y los guanches recogían en las playas para, introduciéndole un pábilo, elaborar una candela (4). Tradición que siguió después de la aparición de la Virgen cristiana, en el caso del oratorio del Socorro con la imagen de la llamada Nuestra Señora de Candelaria, figuraquelosprimeroscronistasnosdatan con apreciación confusa y la aproximan a finales del siglo XIV y/o principios del XV; uno de ellos, fray Espinosa, mucho antes de que la isla fuera de cristianos ynohubieraenellanoticiadeevangelio(5). Tambiénnosapuntanestosprimigenios cronistas de la Historia de Canarias que encontraron una Isla donde se adoraba y se sacaba en procesión a una Virgen cristianayqueelaveriguarelañoytiempo en que esta sagrada imagen apareció es cosa muy dificultosa (6), y nos describen las procesiones de mucha gente con velas encendidas en las playas del Socorro y Abona, playas con una cueva eremitorio al lado donde todavía los indígenas ocultamente rendían culto a sus diosas de Abona y Chaxiraxi o de Candelaria (7), y sobre el santuario de la Punta del Porís de Abona nos reseñan lo siguiente: “En la playa que dicen de Abona […] se vían también ordinariamente estas procesiones, principalmente por la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora; y estos es tanto verdad, que ahora, en estos tiempos, personas que las han visto se van a dicha playa y hallan velas de cera acabadas de apagar, y algunos las han hallado encendidas y pegadas a los riscos y me enseñaron el lugar y yo lo vide”(8). (8) Fray Espinosa/Ob. Cit., pág. 65 BIBLIOGRAFÍA –Fray Alonso de Espinosa/Historia de Nuestra Señora de Candelaria/ Goya Ediciones. –Fray J. Abreu Galindo/Historia de la conquista de las siete islas de Canarias/ Goya Edic. –Viera y Clavijo/Historia de Canarias, Tomo I –Juan Bethencourt Alfonso/Historia del Pueblo Guanche, Tomo I/ Fco. Lemus Editor. –Antonio Rumeu de Armas/La Conquista de Tenerife (1494-1496)/Instituto de Estudios Canarios. –Aculturación y Etnicidad – El proceso de interación entre guanches y europeos (siglos XIV-XVI)/ Sergio Baucells Mesa/Instituto de Estudios Canarios. estuvo el ayuntamiento galdense en el nombramiento, que llega quinientos y pico años desde su nacimiento. Ahora mismo el monarca –que para el elemento canarión fue un traidor y por tanto aún entiendo menos que a uno de esa calaña se le nombre hijo predilecto– se encuentra “mising”, no sabe, no contesta y está fuera de cobertura. Lo de Guanarteme ha sido un “entierra-desentierra”, pues estuvo sepultado en la iglesia de Los Realejos, en la iglesia de la Concepción de La Laguna y en la ermita de San Cristóbal, también de mi ciudad Patrimonio. Ahora quieren, por medio de un georradar, localizarlo en la mentada ermita para proceder a la prueba del ADN, para su posterior traslado a la Catedral de Santa Ana, o a su iglesia de Gáldar o al Castillo de Mata, pues si esto hicieran sí que “lo matan”. Acostumbrado como ya debe de estar a la humedad y los verodes laguneros, con este brusco cambio de temperatura sus “canillas” dudamos muy mucho que lo resistan y un rey que se precie debe tener esta parte de la osamenta en excelente estado de conservación. Olivaradas. Gua-zap: en telefonía móvil “gua” es una lagunerismo que significa asombro; y “zap”: expresión para espantar a los mininos. *Pensionista de larga duración p5 EL DÍA, sábado, 13 de agosto de 2016 San Juan de la Rambla El Pico de la Grieta Texto: Esteban de León (Hijo Predilecto. Exalcalde.) No pido otra cosa, el cielo sobre mí y el camino bajo mis pies (Stevenson) L a villa de San Juan de la Rambla, situada en el norte tinerfeño, entre el municipio de La Guancha y la villa de Los Realejos, discurre de cumbre a mar por varios de los más bellos y encantadores parajes de la isla. Es rica en patrimonio histórico, cultural, monumental y artístico, además de contar con numerosos atractivos naturales, que son excepcionales para la práctica del turismo rural. Creo, sin temor a equivocarme, que la zona de costa que abarca desde La Rambla de Castro, en Los Realejos, hasta el casco de San Juan de la Rambla forma una de los espacios naturales más espectaculares de nuestra isla. La naturaleza, siempre tan rica en colorido y en diversidad de especies, siembra toda su geografía de las más variadas plantas y flores, de embriagadores aromas y gran belleza. En invierno, frecuentemente, la bruma se posa sobre la villa otorgándole una tonalidad gris. Pero prácticamente todo el año prevalecen los luminosos verdes de sus campos y los blancos y dorados caseríos que elogian sus visitantes. La brisa y el brillo del día tiñen el olor y el recuerdo de no sé qué paraísos. El pueblo, que pregona el eslogan de “Villa de luz y serenidad”, acoge la sede insular de la red de Centros Históricos de Canarias y la oficina descentralizada del Cicop. Recorrer esta villa, pasear por el histórico casco, acercarse a la belleza y la tranquilidad de sus recoletos rincones, admirar sus casonas de extraordinarios balcones y vetustos tejados, descansar en sus apacibles plazas de palmeras, vagar por las sorprendentes calles que albergan vestigios del rico pasado... es una auténtica fiesta para los sentidos. La villa posee abundantes lugares donde deleitarnos que van desde los frondosos pinares, pasando por sus serenos y atractivos barrios, atravesando los fértiles campos con sus casas de pórticos encalados, hasta llegar al mar, al canto de la orilla, donde andan presentes los alientos juguetones de la espuma. Aquí siempre está el mar con su variado repertorio sensorial. Son varios los senderos con que cuenta el pueblo. Pero de entre ellos elijo uno por su encanto: el que enlaza el cascoLas Aguas-Barranco de Ruiz y La Vera. Partiendo del histórico casco, y escoltado por sus antiguas casonas, la carretera nos lleva al pintoresco y mari- nero barrio de Las Aguas, paisaje verde y blanco destacando sobre el oscuro resplandor de la lava volcánica que se adentra en la mar. Arribando a la luz, a la tranquilidad, a la avenida de la piscina municipal, lamentablemente cerrada, nos encontramos con la línea popular de los restaurantes: “El Sótano”, “Los Arroces”, “La Escuela”, que con muchos años de andadura son ya fieles exponentes de la cocina insular. Se nota la profesionalidad e ilusión de su personal. Degustar un delicioso arroz o un pescado fresco en el paseo marítimo son sólo algunas de las sugerentes ideas que debemos tener en mente cuando hablamos de Las Aguas. Dejamos atrás Las Aguas y por una serpenteante e idílica senda, colgada sobre la orilla del mar, entre tarajales y palmeras, penetramos en el pequeño, recogido y recoleto barrio de La Rambla, con su ermita, tan sencilla y solemne a la vez, a su popular “plaza del Humo”, a los acantilados sufridores que lo encumbran. Allí las distancias son cortísimas y sus huertos se estremecen con el suave aleteo de las rosas. Su camino, antiguo y empedrado, que lo conforma y lo aglutina, está siempre vedado al tráfico rodado. Siempre conservado. Es el eterno Camino Real. Siguiendo el ascendente sendero llegamos a la carretera general del Norte y, desde allí, bordeando el frondoso y monumental Barranco de Ruiz, sintiendo la naturaleza, por el conocido Camino de las Pencas, observando el viejo molino de agua, lentamente vamos subiendo para hacer meta en el sugestivo y productivo barrio de La Vera. Decíamos antes que la villa posee innumerables espacios dignos de ser visitados, paisajes, rincones antiguos, casonas, balcones, tejados, piedras… Tiene lugares, esencias, elementos, que la distinguen, que la diferencian, que la hacen singular. Valgan a modo de ejemplo: los Roques, Chico y Grande, en el mar que baña el casco, su soberbio y centenario Pino del Molino de Viento, árbol monumental de interés insular, o sus cuevas guanches, que han surtido brillantemente al Museo Arqueológico Provincial y que, suspendidas sobre el casco, son como una atalaya en lo alto del acantilado. Por cierto, sería un lugar muy especial para recrear la La silueta imponente del Pico. vida guanche y serviría de mirador sobre el pueblo y el norte tinerfeño. Pero me quiero detener en el punto de encuentro del sendero con la carretera general del Norte. Es el Barranco de Ruiz, espacio protegido, declarado Sitio de Interés Científico en la Ley de Espacios Naturales de Canarias. Según David Bramwell, director del Jardín Botánico Viera y Clavijo, refiriéndose a las siemprevivas, “es la mayor población de Limonium arborescens de la isla, uno de los secretos más importantes de la botánica tinerfeña”. Este espacio tiene un corazón virgen que hay que descubrir a pie, abriéndose paso en un complejo entramado de plantas, jibalberas, tabaibas, cardones, menta-poleos, tajinastes... Aquí hay poco espacio para la estridencia. Los sonidos de sus aves se deslizan y acarician sin esfuerzos. Es una borrachera de verdes sensaciones, mientras sus altas paredes nos ofrecen la grandiosidad del glorioso azul. Ahí, en ese lugar, encumbrado, sobresaliente, distinguido, nos encontramos con un enorme tocón, con la erguida y soberbia roca en medio de la ladera, emergiendo entre los matorrales y cardones. Es el Pico de la Grieta. Hoy quisiera destacar ese monumento natural que normalmente pasa de manera humilde, mansa, dócil, y que en realidad es un ídolo altivo, encumbrado, señoreando al bello y encantador barrio de La Rambla. Para situarlo mejor, diré que circulando por la carretera general del Norte, dirección Los Realejos-Icod, cuando se llega a este pueblo, nos encontramos con el citado y profundo Barranco de Ruiz y su parque recreativo. La carretera pendiente nos hace ver esa torre natural que hace de vigía. Una roca que hoy sigue mirando descaradamente desde la altura con elegante y sólida armonía: Pico de la Grieta. Pienso que si estuviera en otro lugar, sin lugar a dudas, serviría de icono, de preciosa estampa, de efigie emblemática, como lo es, salvando las distancias, el Roque Nublo. Creo que todos, sin excepción, amamos a nuestra patria chica, el lugar donde hemos nacido y pasado la niñez y juventud. Por eso ruego perdonen si, en mis palabras, hay un exceso de ese sentimiento. Pero es que yo nunca me he ido de La Rambla. Soy más de este pueblo de lo que yo mismo creo y cuanto más lejos me encuentro, lo soy más. Los pueblos abren las puertas de sus monumentos y sus museos. San Juan de la Rambla también ofrece al visitante lugares que albergan tesoros ocultos. Mil rincones donde deleitar los sentidos. Pueden parecer detalles, cosas sin importancia, pero para disfrutar de este pueblo es fundamental que se dedique tanto tiempo a la búsqueda de estas minucias como a dejarse impresionar por los monumentos. El silencio, la soledad y el misterio que nos ofrecen son un remanso de paz entre tantos ruidos. Y así, en esta geografía sin aduanas, adentrándonos por las galerías del sentimiento, podremos dar vida a nuestro interior, en su paisaje. La sección “El retrato de José Carlos Gracia” se suspende tres semanas por vacaciones de su autor reanudándose el 3 de septiembre. p6 sábado, 13 de agosto de 2016, EL DÍA LUGARES SAGRADOS (XXXI) Fuerteventura: Tuineje, fundación del pueblo, su ermita y su defensa frente a la piratería inglesa A través del documento rubricado por el venerable beneficiado de la isla, Juan Pérez de Montañés, corroborado por el escribano público Domingo S. Betancourt, fechado en 1695, podemos conocer a los fundadores de este particular enclave, así como su inicio como entidad poblacional en la encantadora isla de Fuerteventura. Nada pudieron hacer los corsarios ingleses para doblegar su espíritu de libertad. El camello (dromedario para la ciencia) utilizado como escudo, simulando las estratagemas de Aníbal el cartaginés, resultó ser un utillaje bélico imprescindible para decantar en su favor estas acciones. Texto: Emiliano Guillén Rodríguez (periodista, cronista oficial y miembro del Instituto de Estudios Canarios) Fotos: Doña Julia A l igual que ocurre con todos los pueblos del mundo fundados y desarrollados bajo el paraguas del Cristianismo, cuando estos comienzan a sentirse importantes en el proceso evolutivo –que es casi de inmediato al nacimiento del propio asentamiento humano– se plantea la construcción de un lugar sagrado para que sirva como templo destinado al cumplimiento de los preceptos religiosos e, igualmente, para el recogimiento digno de los restos mortales de sus devotos. Siempre acogidos por la seguridad que le proporciona el amparo de sus muros sacros. También en el resguardado y coqueto pueblo de Tuineje, en la mágica isla de Fuerteventura, ocurriría lo mismo. El ritual, con alguna que otra variante, en muchos casos irrelevante, se cumple casi fielmente, como se hubo de cumplir en la inmensa mayoría de los lugares, al menos para los pueblos de estas islas. En Tuineje, donde aún parecen resonar los lamentos de los ingleses en Tamasite y en El Cuchillete, allá por el año de 1740, unos 44 años previos al hecho reseñado, que estudiaremos. El 9 de septiembre de 1696, se reúne un entusiasta grupo de lugareños que “declaran solemnemente ser los verdaderos fundadores de este enclave”, dirigidos por Baltasar Pérez, para testificar todos juntos por sí e “in solidum” haber construido una ermita para dedicar al arcángel San Miguel en el lugar de Tuineje. En el auto que nos ocupa manifiestan sentir la necesidad de tener un espacio separado en el que satisfacer sus necesidades espirituales, y que además sirva como lugar sagrado para recoger a todos sus hermanos difuntos. Para ello han prometido conceder las limosnas que adjunta el expediente. Este documento se protocoliza en Agua de Bueyes en la fecha indicada. Lo rubrican Juan Silvera, Nicolás Díaz Castaño, Manuel de León y Domingo Hernández Batista. En calidad de testigos figuran Pedro López de Vergara, presbítero, y el licenciado Domingo S. Bethancourt, escribano público. Todos estantes en esta isla. Los vecinos de Tuineje habían cursado una petición previamente para que se les permitiera la construcción de dicha ermita. La solicitud está fechada en la reseñada isla el día 9 de marzo de 1696, firmada por el venerable Juan Pérez Montañés. Se le envía al obispo de Canaria y se les autoriza, dando licencia para ello en la forma acostumbrada. Celebran su primera misa en ella en marzo de 1702. El auto recoge los nombres de las personas que se dicen, según ellos mismos, fundadores de la localidad. El listado de promotores es el que se adjunta, incluidos todos en el encabezado del documento para la dotación: Domingo Hernández, Miguel Hernández, Juan de León Díaz, Juan Silvera el viejo, Baltasar de los Reyes, africano, Sebastián ¿Jorge?, Cristóbal Alonso, Juan Díaz Fleitas, Juan Silvera el mozo, Bartolomé Izquierdo, y Manuel de León. Tuineje es una localidad majorera que se asienta en zona de tierra fértil. Todo su contexto básico brilla en rojo intenso bajo el sol del mediodía. Las gavias tradicionales son muy abundantes en su entorno. En la actualidad, como señalan sus propios vecinos, que se hacen llamar moriscos, otros enclaves le han menguado el protagonismo. El histórico lugar ha ido lentamente perdiendo hegemonía poblacional en beneficio de otros asentamientos de la costa. Aquí ha ocurrido un fenómeno similar al acaecido en otros municipios de Canarias. Muchas de las villas y lugares históricos del archipiélago han visto cómo sus barrios costeros, modernamente, han incrementado notablemente su población movidos por la dinámica económica actual, en claro detrimento de sus lugares clásicos; como consecuencia de un sistema de producción y de riqueza muy diferentes al que se practicaba cuando surgieron estos núcleos poblacionales, generalmente huidos de la costa por razones de seguridad; y fundados en las medianías, donde la tierra es más benigna y las humedades algo más bondadosas, más propias para los cultivos entonces en uso, especialmente basados en las siembras de cereales, Templo parroquial de Tuineje. cuando estos emporios históricos comenzaron a sentirse importantes. Hoy se hallan alejados de las preferencias comerciales en boga. Sus alternativas están siendo muy poco valoradas por el ramo económico vigente. No obstante, es previsible que resurjan. En contra de todo ello, los tuinejenses, dicho así, en un castellano refinado –tuinejeros para otros, e incluso moriscos, como ha sido dicho–, están firmemente dispuestos a mantener, sin embargo, su identidad a toda costa. Se opondrán por todos los medios, según su propia aseveración, a cualquier intento de perder sus privilegios tradicionales. En este sentido, recuerda el caminante que, en una de las muchas y muy distendidas reuniones, dedicada casi exclusivamente a la caza y captura de datos y vivencias que les pudiesen identificar, planteada una interpelación por su parte sobre la posibilidad de mudar las casas consistoriales a zonas costeras, donde reside la mayor parte de la población, la respuesta no pudo ser más contundente: “No sabe usted cómo se las gastan los moriscos. De aquí no se p7 EL DÍA, sábado, 13 de agosto de 2016 mueve una piedra”. Para que eso no ocurra, para evitarlo, estamos nosotros. La convicción fue de tal magnitud que, incluso, pareció habérseles despertado todas las sensibilidades juntas, en un sólo instante, cual ramillete pleno del sentir. Ante una aseveración de esta índole, bien cabe pensar que, en su caso, si se intentara agredir la historia, o la tradición del lugar, antes de la consecución definitiva, habrá costado más de un serio disgusto. La resistencia a cualquier cambio en este sentido contará de seguro con una oposición activa y férrea. Vueltos al aspecto eclesiástico, quepa decir que esta localidad perteneció a la ayuda parroquial de Pájara hasta el año de 1787, en el que ya queda constituido en beneficio propio. Como ya es común, la antigua fábrica se iría reformando, ampliando y mejorando en su arquitectura, a medida que crecía el pueblo en riquezas, hasta alcanzar el noble aspecto con el que cuenta en la actualidad. El templo sería saqueado por los corsarios ingleses en varias intentonas, pero en ninguna de ellas lograron su objetivo. En todas las ocasiones siempre serían diezmados. Como es de sospechar, para poder lograr la deseada concesión de ermita propia, es preciso hipotecar bienes suficientes que permitan mantener dignamente al sacerdote, a los reparos y a las más que previsibles mejoras de la nueva fábrica. El vecindario, para este fin, logra reunir una aportación de 138,5 fanegas de trigo, 13,5 fanegas de cebada, seis machos cabríos, un jumentillo, un ternero, 734 reales y la clavazón para la nueva fábrica. Riqueza considerada como suficiente para cubrir las necesidades previstas. Además, se compromete a dotarla de todo cuanto fuese necesario: cálices, “piedra de ara” (piedra de altar), y de todo lo demás para la decencia del Santísimo. Con todo lo preciso para celebrar el santo sacrificio de la misa en ella, cuando llegue la ocasión y el tiempo, lo suplirán. También la sagrada imagen. Los vecinos que colaboraron más significativamente en la dotación de la ermita serían Juan de León Silvera, con 20 fanegas de trigo, y Miguel Hernández, con 300 reales. La totalidad de los donantes recogidos resultó ser de 46 vecinos, cada uno con su aportación según posibilidades. Este dato nos viene a confirmar que la población ya crecía con regularidad en la zona. En vista de que se han mencionado sucintamente los saqueos sufridos por causa de los ingleses, quepa incluir referencias de tales desmanes; en todos los casos, con resultados nefastos para los invasores. Uno de los aconteceres que honra sobremanera a este pueblo, a la isla entera y a todo el pueblo canario, fue, sin duda, la lucha sin cuartel sostenida en contra de la piratería inglesa, que por muchos años asoló nuestras costas archipielágicas. Corría octubre del año de 1740, concretamente el día 13, y la gran mayoría de los majoreros se entretenían en la siembra del cereal; no en vano, la isla llegó a ser el mejor granero de Canarias, especialmente cuando las lluvias le eran propicias. Las abundantes cosechas permitían mitigar hambrunas en el resto de sus hermanas e, incluso, reponer simientes para cosechas venideras, cuando la penuria alcanzaba niveles de gran alarma social. La mayoría de los años del siglo XVIII fueron desdichados para los siempre sufridos campesinos que, además de tener que soportar la escasez productiva y los tiempos de sequía, con sus consecuentes hambrunas, cargaban sobre sus espaldas con el látigo y la tiranía de los señores de la isla. Muchos de ellos, a pesar del pueblo, hoy copan con sus noblezas los más destacados símbolos de sus heráldicas. Paralelamente, contaban también con el afán recaudatorio de la Iglesia que, en nombre del Señor, exigía su parte. Estas fechas de octubres remansados, los mares calmos y la magnanimidad de sus extensas playas facilitaban la arribada de los corsarios a sus costas, para desembarcar en ellas con fines poco alentadores. Con malévola intencionalidad, penetraban hasta las villas, pueblos, casas señoriales y ermitas. En estas últimas se guardaban los mejores tesoros destinados al culto divino, para la honra de sus celebrantes. En los míseros refugios del estado llano, muy poco o nada de valor había para saquear. El día 13 de octubre del señalado año de 1740, cuando los campos comenzaban a verdear tímidamente tras la caída de las primeras lluvias y el germinar de las sementeras, un pirata inglés, precavido de que en la isla no había milicia regular ni fortificación infran- El camello, uno de sus emblemas. queable, y confiando en que se lanzaba a la consecución de una aventura relativamente fácil, fondeó y desembarcó en las magníficas playas de Tuineje, concretamente por Gran Tarajal, con una tropa de cincuenta y tres elementos bien armados. Alertados de inmediato los hombres disponibles de Tiscamanita, el propio Tuineje, Pájara, Antigua, Agua de Bueyes, Casillas de Morales, Totó, La Florida y Las Casitas, al mando de teniente coronel Sánchez Umpiérrez, se prepararon para la batalla en El Cuchillete. Los nuestros, armados de palos, regatones, chuzos, pinchos, lanzaderas de piedras, varas y otros aperos de labranza, aplicando además su particular habilidad para manejar el garrote, o la puntería demostrada en el lanzamiento de piedras, le presentaron batalla en este lugar. La improvisada milicia majorera utilizó, al modo de Aníbal, el cartaginés, con sus elefantes contra los romanos, muchos camellos como parapeto para llegar ilesos a la lucha cuerpo a cuerpo. Los camellos sacrificados recibieron en sus cuerpos las primeras andanadas, pero la rapidez de los defensores no permitió al enemigo recargar de nuevo sus mosquetes. Al punto ya habían caído sobre ellos con saña, sin dejarles tregua ni razón. El resultado se decantó claramente para los locales. El invasor sería derrotado y vencido. Un total de 33 casacas rojas fallecieron en la refriega. Las 20 restantes fueron hechas prisioneros. Todas sus armas y pertrechos confiscados. Muchos de los camellos, acostumbrados a la mansedumbre del paisaje y a la benevolencia de sus dueños, ante el fragor de la batalla, o bien ilesos, o bien malheridos, huyeron despavoridos luego, eso sí, de haber cumplido con su cometido, servir como imprescin- dible utillaje bélico; como magnífico escudo defensivo. Cuando los de Pájara llegaron al campo de batalla, contemplaron un espectáculo dantesco y aterrador: muchos corsarios muertos, muchos camellos sacrificados, otros tantos agónicos; los más de ellos, huidos presas del pánico, por causa de los disparos de los ingleses, del estrépito de la contienda, o los propios bramidos mortales de sus congéneres. También algunos de los lugareños perdieron la vida en la defensa de su isla, de sus familias y de sus enseres. En venganza por lo acontecido, en una tentativa de liberar a sus compatriotas, el 24 de noviembre del mismo año el barco regresó. Lo intentaron de nuevo, ahora con más efectivos y mejores pertrechos. Los majoreros entonces ya disponían de su propio fuego confiscado en el encuentro anterior. En esta nueva ocasión, aplicando similares estrategias, en los llanos del Campo Florido, en la montaña de Tamasite, el triunfo se volvió a decantar en favor de los defensores. Desde entonces, esta montaña de Tamasite, el camello, el demostrado arrojo de sus habitantes y los llanos del Campo Florido serán por siempre los símbolos que identifiquen a estos lugares, como lo habría de ser posteriormente la plaza fortificada de Santa Cruz de Tenerife, con la derrota definitiva del insistente hostigamiento anglosajón sobre estos contornos insulares. Hechos fidedignos éstos, jamás reconocidos por los propios británicos. Siempre fue su lema borrar todo rastro palpable de sus múltiples derrotas. Fuente documental básica: –Archivo Histórico Diocesano de San Cristóbal de La Laguna. Legajo 1.604. Documento 20. p8 sábado, 13 de agosto de 2016, EL DÍA www.eldia.es/laprensa Revista semanal de EL DÍA. Segunda época, número 1.045 El juego online sale a la calle Texto: Diego Francisco Fariña Vega (licenciado en Psicología. Técnico especialista en Informática de Gestión) L os juegos online han proporcionado formas alternativas de interacción entre una gran cantidad de individuos que se encuentran físicamente en cualquier parte del mundo. A través de las pantallas iluminadas de sus dispositivos electrónicos, los más jóvenes, y no sólo ellos, pueden experimentar aventuras y sensaciones en mundos virtuales de gran realismo, comunicarse, vivir emociones límite o unirse a interesantes comunidades sin salir de su propio dormitorio, utilizando para ello una tecnología que se adapta cada vez más a sus necesidades y curiosidad. Estos seductores medios de entretenimiento se propagan con facilidad a través del rápido acceso a Internet, y los conocimientos e intereses de los más pequeños en las llamadas nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC), que sirven de instrumento de acceso a dichos contenidos. Algunas de las causas que motivan actualmente la utilización de este tipo de plataformas online en los jóvenes están referidas al entorno, esto es, la ausencia de espacios de recreo seguros fuera del domicilio, sobre todo en las grandes urbes; a las condiciones climatológicas o a las zonas de difícil acceso, donde los videojuegos se convierten en una posibilidad de encuentro entre amigos o compañeros de clase, con la tranquilidad adicional que genera en los padres y madres saber que el niño o la niña se encuentra jugando tranquilamente en su habitación. Los juegos de rol online Existen muchos tipos de juegos online y, aunque en primera instancia todos persiguen fines lúdicos, algunos combinan objetivos educativos o incluso terapéuticos. Por encima del reto básico de divertir, hay un grupo muy concreto que se caracteriza por contener un significativo potencial adictivo: son los juegos de rol online, en los que cada jugador toma el lugar de uno de los personajes de la aventura. La proyección de la persona real en uno de los fascinantes personajes creados de manera virtual supone uno de los mayores atractivos de estas plataformas. A través de estos avatares o representaciones gráficas, los usuarios pueden llegar a asumir grandes riesgos sin un compromiso físico real. Sin embargo, cuando los triunfos del jugador se traducen en superación de fases o en elogios por parte del grupo, es preciso observar si se produce un aumento real de la autoestima y de la confianza en sí mismo o, por el contrario, efectos adversos cuando las fases no son superadas o surge la crítica o la presión de los pares. La rapidez y facilidad de acceso, la recompensa inmediata diseñada mediante potentes estrategias de refuerzo de la conducta o la numerosa y atractiva oferta de un espacio multimedia que permite compartir experiencias entre iguales hacen de estas herramientas online un entorno al que hay que prestar especial atención cuando nos referimos a una población vulnerable y ávida de sensaciones como es la de los más jóvenes. Los videojuegos, en principio, no han de ser considerados como peligrosos. En la mayoría de los casos promueven la imaginación, la creatividad, la memoria, el razonamiento o la atención, y pueden llegar a ser buenas herramientas de socialización. Pero cuando coinciden en el tiempo una serie de circunstancias en la vida del menor y, además, el adulto restringe de forma exhaustiva la actividad lúdica online o, en otro extremo, no ejerce ningún control sobre los periodos de acceso o no supervisa ni media en cuanto a los contenidos presentados por el juego, que pueden ser inapropiados o mal interpretados, puede ocurrir que un uso en exceso pueda dar lugar a conductas de riesgo con consecuencias: fracaso escolar, aislamiento, sedentarismo, comportamientos agresivos o indeseados contactos con desconocidos, además de otras afecciones como mareos, cansancio, ansiedad o irritabilidad. En los casos en que los menores superan los tiempos que pueden ser considerados como aceptables para la práctica de juegos online, es decir, cuando la dedicación interfiere en el tiempo que comparte con la familia, con amistades sin mediación de la tecnología, cuando le impide realizar actividades deportivas y artísticas, disfrutar de un ocio alternativo y al aire libre o un descanso y alimentación adecuados, el menor puede presentar desregulación emocional, una disminución del nivel de atención en el entorno académico e incluso interferir negativamente en las relaciones del núcleo familiar. El caso Pokémon Go En estas últimas semanas, una de las noticias más relacionadas con el mundo tecnológico, la conducta y los menores, sin menospreciar al sector adulto, ha sido la de la aparición de la app lúdica Pokémon Go. El nombre del juego deriva de una contracción de las palabras pocket y monster, es decir, “monstruos de bolsillo”, y sus creadores, Satoshi Tajiri y Ken Sugimori, lanzaron la primera versión al mercado en 1996 para la consola Game Boy. El objetivo de las primeras ediciones, que básicamente se ha respetado en las posteriores, era capturar y entrenar a la mayor cantidad de pokemons posibles, unos originales monstruos de aspecto amable que están dotados de alguna habilidad especial. La última versión del original Pokémon Go (disponible desde mediados del mes de julio de 2016 en España) incluye el atractivo de obligar a los jugadores a abandonar su entorno habitual de juego, generalmente su habitación, al situar las claves del juego en ubicaciones geolocalizadas en el exterior, desde un parque, restaurante o una playa, hasta un museo. Con ello, los creadores del juego intentan evitar el sedentarismo al que normalmente se ve sometido el jugador, al exigirle interactuar con el entorno fuera del mundo virtual. Este hecho ha llevado al encuentro en la calle de jugadores y no jugadores –muchos de estos últimos, por primera vez, tienen constancia e información sobre un videojuego online al que juegan millones de usuarios en todo el mundo–, permitiendo a los dos grupos compartir y opinar en un mismo espacio de debate, lo cual no deja de ser enriquecedor y una oportunidad para la reflexión y el intercambio de puntos de vista. ¿Y si nuestro hijo o hija, sobrino o sobrina no logra resistirse a la atracción de un juego de moda del que tanto se habla? ¿Qué podemos hacer como adultos? Pues mediar sobre los contenidos del juego, gestionar sus periodos de conexión y que estos estén adaptados a la edad del menor, velar por su descanso, ofrecer alternativas en su tiempo de ocio sugerentes e incluso, ¿por qué no?, interesarse en compartir con el menor un rato en uno de esos gimnasios o pokeparadas del juego donde, una vez capturados los pokemons, podamos hacer uso de los espacios donde estaban ubicados y aprovechar para promover valores y principios que los ayuden a protegerse ante una próxima ola de juegos online de la que, probablemente, no nos prevengan los medios de comunicación. ¿Que no sabes lo que es una ‘pokeparada’? Seguramente cualquier joven podrá resolverte esta cuestión. En cualquier caso, si las circunstancias han llegado a una ausencia total de control del juego por parte del menor y si son latentes las dificultades académicas o los problemas en casa, no dudes en acudir a un profesional que te ayude a reorientar la situación.