RIO DE JANEIRO Y EL BRASIL EN EL ESCENARIO DE LAS OLIMPÍADAS DEL 2016 Ricardo Vélez Rodríguez Coordenador do Centro de Pesquisas Estratégicas “Paulino Soares de Sousa”, da UFJF. Coordenador do Núcleo de Estudos Ibéricos e Ibero-americanos da UFJF. [email protected] Sin lugar a dudas que fué un triunfo para las autoridades deportivas y para los gestores públicos, el hecho de que la ciudad de Rio de Janeiro haya sido escogida como sede de las Olimpíadas de 2016. Este triunfo comenzó a ser preparado en los años noventa del siglo pasado, cuando dirigentes deportivos y municipales se empeñaron en seguir los consejos del directivo del COI, Juan Antonio Samaranch, acerca de lo que la ciudad de Rio debería hacer para ser contemplada con una Olimpíada. El alto dirigente deportivo español aconsejó que Rio pleiteara primero ser sede de los Juegos Panamericanos del 2007. A la cabeza de la iniciativa del Municipio de Rio de Janeiro estaba el Prefecto César Maia, que terminó siendo el gestor principal del PAN de 2007, evento que se revistió de indudable éxito. Si por un lado es positiva la escogencia de Rio como sede de las Olimpíadas del 2016, por otro lado no deja de ser preocupante el enorme reto al que dirigentes deportivos y políticos tendrán que hacer frente, para que el magno evento no se convierta en un fiasco. Pensando en voz alta, quisiera destacar lo que me parece fundamental para ser realizado en el período de seis años que separan la fecha de hoy de las Olimpíadas del 2016. En primer lugar, a mi modo de ver, debe ser solucionado el problema de la seguridad pública. Rio de Janeiro tiene hoy 1.200 favelas, la mayor parte de ellas controladas por narcotraficantes o por paramilitares. Sólo en unas pocas, que se pueden contar en los dedos de la mano (cuatro a lo sumo), el Estado ha entrado para quedarse y garantizarles a los ciudadanos seguridad y tranquilidad. En las 1.196 favelas restantes impera el crimen organizado. Haciendo un cronograma apretado, las autoridades deberían reconquistar para la ciudadanía aproximadamente 200 favelas por año, a fin de que, en 2016, sea efectivamente el Estado el que mande en esas comunidades y no los traficantes o los paramilitares (que en Rio son llamados de “milicianos”). Los noticiarios informaban ayer que el gobierno federal tiene planeado ocupar, hasta fines del 2010, 45 favelas. Con ese ritmo, en 2016 las fuerzas del Estado controlarían apenas 270 comunidades, faltando, por lo tanto, más de 900 favelas para que en ellas impere la ley y no la selva. Un desafío tremendo! Hoy en día, según cálculos de estudiosos cariocas, casi dos millones de personas viven en Rio sometidas a la voluntad de traficantes y paramilitares. Serán capaces las autoridades brasileñas de responder a la altura a ese desafío y rescatar de la “narcodictadura” a tantos brasileños? Hay un problema organizacional en relación con la seguridad: es necesario acabar rápido, de una vez por todas, con la denominada “banda podrida” de la policía carioca, que infesta a casi la mitad del organismo policial, tanto civil cuanto militar. Si en Bogotá fué posible depurar a la policía, en las famosas reformas de los años noventa, lo mismo podría hacerse en Rio de Janeiro. Los gobernantes cariocas podrían pedirle una asesoría, por ejemplo, al general Rosso José Serrano, el hombre que limpió la estructura de la policía colombiana, especialmente en la capital. Y podrían llevar en consideración el trabajo de pacificación realizado, en Bogotá y Medellín, por los alcaldes Antanas Mockus, Enrique Peñalosa y Sergio Fajardo, a lo largo de los últimos diez años, que dejaron un saldo expresivo de disminución acelerada de la criminalidad. En segundo lugar, debe dársele solución al problema del transporte masivo urbano. La cuestión básica es modernizar el sistema de trenes, que van del centro de la ciudad a las zonas norte y oeste y a la denominada “Baixada Fluminense”, un conglomerado de municipios que son las ciudades-dormitorios de Rio de Janeiro (Nilópolis, Caxias, Queimados, Xerém, etc.). El transporte para estas ciudades es de pésima calidad, tanto el de trenes, como el de buses. Las inversiones en estos medios de transporte, especialmente el de trenes, han sido siempre parcas. Los historiadores cuentan que, a comienzos de la República, hubo una partida presupuestal grande para dotar a estas regiones de transporte ferroviario digno. El dinero fué desviado y aplicado en obras suntuarias en la parte aristocrática de la ciudad, la Zona Sur, como sucede aún hoy en día. Y es que los políticos cariocas viven en las exclusivas regiones de Ipanema, Leblon, Copacabana y Barra da Tijuca, en donde se concentran las grandes inversiones. Es lógico que ninguno de ellos quiera hacer obras en las zonas deprimidas de la ciudad, que son recorridas únicamente en períodos de consecha electoral, para buscar los votos de los más humildes. En tercer lugar, debe ser solucionado el problema hotelero, a fin de dotar a la ciudad de una base cómoda para alojar a los miles de turistas que vendrán con motivo de las Olimpíadas. Rio posee hoy una red hotelera con 22 mil lechos. Hay un déficit de 18 mil, para garantizar el mínimo de 40 mil lechos. Se tratara de una inversión de gran porte, que llevará practicamente a una duplicación de la capacidad hotelera. En cuarto lugar, se hace necesario que el sistema público de salud funcione de forma adecuada. Hoy en día, con la centralización del denominado “Sistema Unificado de Saúde”, la capacidad de hospitales y puestos de salud para atender a la población se ha reducido dramáticamente. Es necesario revisar la errada política excesivamente centralizadora de la gestión en materia de salud pública por parte de la Unión, que ha conducido al actual callejón sin salida. Frente a todos estos retos, debemos preguntarnos si los gobiernos federal, estadual y municipal están hoy en día a la altura para gerenciar las múltiples obras que se harán necesarias. Por lo que se ha visto de descalabro administrativo en las dos administraciones de Lula da Silva, así como en las gestiones de Sergio Cabral (Estado de Rio de Janeiro) y de Eduardo Paes (Municipio), deberá haber un gran esfuerzo de racionalidad administrativa y de saneamiento de la gestión de recursos, para que el presupuesto calculado para las Olimpíadas de 25 mil millones de Reales (14 y medio billones de dólares) no se torne una pesadilla para el contribuyente brasileño. Hay malos indicios en los esfuerzos que Lula está haciendo para que el Tribunal de Cuentas de la Unión no fiscalece con rigor los gastos de los Juegos Olímpicos. Después del “mensalão” y del torrente de robos al dinero público cometidos por los petistas en el poder, no es buen augurio esta tentativa de aliviar la fiscalización que Lula propone. La opinión pública brasileña deberá estar con las pilas puestas para que no le salga demasiado cara la cuenta de las Olimpíadas del 2016.