Biologismo

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El BIOLOGISMO
SUMARIO
1º) QUÉ ES EL BIOLOGISMO
2º) PRINCIPALES IDEAS O EJES BÁSICOS DE SU PENSAMIENTO MORAL. . . . .
3º) TRAYECTORIA HISTÓRICA
4º) ANÁLISIS DE PELÍCULAS EN LOS QUE SE APLICA
4.1) Bichos
4.2) Gattaca
4.3) Viven
5º) BIBLIOGRAFÍA
1º) QUÉ ES EL BIOLOGISMO.
Es una corriente ética que pone el principio moral en el valor de la vida, no entendida como humana, sino del
BIOS, es decir, la vida biológica. Por tanto, no es la vida del hombre, sino la del Cosmos. Es una ética
arqueológica, de principios. El bien es igual a la vida y todo lo que sea conforme a esto, es bueno. Este
planteamiento es peligroso pues, según él, la vida del hombre es mala en tanto que hace peligrar el medio
ambiente y, por tanto, la vida del cosmos.
2º) PRINCIPALES IDEAS O EJES BÁSICOS DE SU PENSAMIENTO MORAL.
Entre los factores que condicionan poderosamente nuestra libertad, está el orden biológico, cuya coacción es
tanto más rigurosa cuanto que, a diferencia de la presión social, la llevamos en alguna medida dentro de
nosotros. Particularmente atento a este aspecto de la libertad, a saber, a sus condicionamientos vitales, el
biologismo moral trata de definir la esencia del valor moral según criterios biológicos. Será considerado como
moral un comportamiento que se sitúa en la prolongación de la corriente de la vida y toma así el relevo del
impulso moral.
Así, el biologismo moral desemboca espontáneamente en el evolucionismo moral, que considera moralmente
bueno el comportamiento que, inscribiéndose en el sentido del devenir cósmico e histórico, hace suyo el
sentido de la evolución. El evolucionismo moral, ilustrado sobre todo por Herbert Spencer (1820− 1903),
resulta de la transposición al conjunto de la vida moral y social de los principios del biologismo moral nacido
del transformismo de Charles Darwin (1809− 1882).
La Vida:
Hablamos de vida en la acepción biológica del término, ésa que sentimos surgir oscuramente y vibrar en
nuestro cuerpo y sin la cual, en nuestra condición presente, ningún acto voluntario sería posible. La vida
constituye un involuntario más absoluto, si cabe, que el carácter. Éste, aflora ampliamente a la conciencia, de
forma que podemos hallar con bastante facilidad sus componentes, mientras que la organización biológica de
nuestro cuerpo se nos escapa casi totalmente.
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Sentimos latir nuestro corazón, experimentamos una sensación de malestar o bienestar físico, pero eso no es
más que la punta del iceberg, y todo lo demás queda fuera del campo de la conciencia y de nuestras
observaciones directas. Y, no obstante, aquí también se verifica la reciprocidad de lo voluntario y de lo
involuntario. La primera relación, aquella por la que el querer se apoya sobre el involuntario de la vida, es
evidente. La organización biológica del cuerpo es condición imprescindible del obrar voluntario (no tenemos
por qué hablar de lo que pueda ser la vida volitiva del alma, al separarse del cuerpo, después de la muerte).
Un simple virus y la incapacitación para realizar el trabajo intelectual y la disminución de energías. Un vaso
sanguíneo se rompe en el cerebro, y el pensamiento es incapaz de funcionar normalmente. En cuanto que su
organización se escapa, la vida se condiciona y es, ciertamente, una necesidad cuya opacidad exige voluntad
por parte del individuo.
Pero la relación inversa, aquélla por la que el involuntario humano sigue unido y pendiente de la voluntad, es
también verdadera, si bien es menos evidente. En efecto, esta vida que se escapa es, no obstante, la vida del
individuo. Toda esta organización biológica incontrolable es, en último término, para el individuo y, lo que es
aún más asombroso, se sirve de ella a despecho de la necesidad que encubre y a la que no puede dejar de
consentir. El individuo no se ha dado su cuerpo, y con todo, ese cuerpo no está fuera de él, a la manera de un
instrumento: es, en cierto sentido, su cuerpo. Veamos, con más detalle, cómo se presenta la necesidad, unida
al orden biológico, que afecta a nuestro querer.
En cuanto vivientes, nuestra existencia está desde el principio marcada por la contingencia de nuestro
nacimiento. Una contingencia es una necesidad que se nos escapa. Hemos nacido. Hemos comenzado a
existir. Y existimos para algo. Sabemos todo esto, pero con un saber inerte, cuyas implicaciones reales no
percibimos. Y así, nos hallamos ante un acontecimiento propiamente metafísico cuando, por primera vez, un
niño comprende que ha nacido y se da cuenta de que hubo un tiempo en el que el mundo daba vueltas ya sin
que él existiera. Nuestra vida comenzó de alguna manera sin nosotros, y es en este fondo de necesidad donde
todos nuestros proyectos se han desplegado y se despliegan. Somos una libertad que tuvo un comienzo.
Nuestras decisiones y nuestras acciones y logros se jalonan a lo largo de una duración que tiene un punto de
partida y un lugar corpóreo de enraizamiento.
Esto es lo que diferencia para siempre nuestro querer de la voluntad de un ser que fuera puramente espiritual
y, por tanto, eterno. Sin contar que, con la concepción y el nacimiento, se nos ha confiado un bagaje biológico
que condiciona positiva o negativamente la totalidad de nuestra existencia y que afectará, sobre todo, a
nuestro carácter. Es la contingencia de la herencia, dato necesario que exige por nuestra parte consentimiento
y aceptación, desde el momento en que todos nuestros proyectos deberán verterse en este cauce
predeterminado.
En el otro extremo de nuestra existencia terrena está la contingencia de la muerte. Esta vida, que es la
condición ineludible del ejercicio presente de nuestra libertad, esta vida nos traicionará un día y se acabará. Lo
sabemos, sin duda, pero casi siempre con un saber impersonal, en forma de se, tal como Heidegger lo
denuncia con toda razón en Ser y tiempo. Sabemos que el hombre es mortal, que se muere, según una
determinada estadística, de tal o cual enfermedad o de accidente. ¿Pero quién se da cuenta de verdad de que es
un ser para la muerte? ¿No es el indicador de una existencia inauténtica ese vivir sin pensar nunca
existencialmente en la muerte?
La cultura contemporánea se afana más bien por ocultar la muerte, por enmascararla. Pero ¿no comienza el
individuo, en realidad, a vivir una vida auténtica cuando se da efectivamente cuenta de que está destinado a
morir? Si todas sus opciones actuales, todos sus esfuerzos presentes tienen en la muerte su horizonte último.
He aquí una necesidad que impone un consentimiento radical. Ni siquiera el que se suicida escapa a esta
necesidad. Porque el suicidio es determinar el momento y la forma en que el individuo muere, pero esta
decisión deja intacta la necesidad que hace que la vida presente se termine por la muerte.
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No obstante, todos los proyectos de nuestra vida no tienen el sentido que en realidad tienen más que porque
nos encaminamos a la muerte. Sin exagerar demasiado y sin cultivar por mero placer la paradoja, podría
decirse que la muerte es, en cierto modo, la sal de la vida presente. Se nos habla a veces de sabios que sueñan
con hacer a la humanidad biológicamente inmortal, gracias a una determinada técnica médica. Tampoco faltan
quienes, en la esperanza de sacar provecho de esta hazaña, se hacen congelar después de la muerte.
Pero ¿se ha pensado a qué callejón sin salida, y sobre todo, a qué ausencia de sentido conduciría semejante
inmortalidad empírica, biológica? No hablamos de la inmortalidad bienaventurada que es plenitud de vida
resucitada en Dios y en la que no existe el peligro de aburrirse. Hablamos de esa crueldad insípida que sería la
prolongación indefinida de la vida presente, siglo tras siglo, milenio tras milenio. ¿Quién se atrevería a casarse
de por vida en estas condiciones?, ¿qué sentido tendría emprender una carrera profesional en la que no habría
que reemplazar a nadie y en la que nadie estaría llamado a sucedernos? Pensemos en ello: el atractivo de todo
lo que emprendemos aquí abajo está en que, después del tiempo de la preparación, viene la cumbre de la vida
adulta, luego el declive, el retiro, y finalmente, la muerte. Conscientemente o no, la muerte condiciona todas
nuestras decisiones y les confiere una parte de su sentido, y, sin embargo, es un horizonte cuya necesidad se
nos escapa.
Por último, entre la contingencia inicial del nacimiento y la contingencia final de la muerte se instala la
necesidad, también implacable, del crecimiento y la edad del individuo. El conocimiento, la decrepitud, el
nacimiento o la muerte no son controlables por el ser humano. De igual forma, el hombre soporta
necesariamente su edad como un dato sobre el que no tiene poder alguno. Ahora bien, la contingencia de la
edad determina considerablemente la amplitud de nuestras decisiones y el alcance de nuestros esfuerzos. No
se deciden las mismas cosas y no se es capaz de los mismos logros a los quince años, a los veinte, a los
cuarenta o a los sesenta.
En resumen, todo lo que el ser humano decide se sitúa después del comienzo y antes del fin de un poder que le
desborda y que obedece a sus propias leyes, a saber, en esta vida, que se desarrolla sin él, que terminará por
faltarle y que no obstante, es su vida. Paradoja desconcertante, la vida viene de más lejos que el hombre; por
el cauce de la evolución biológica se remonta incluso más allá de sus antepasados, a la noche de la vida
animal. Y no obstante, milagrosamente, puede llegar a ser la expresión de sí mismo.
Hasta tal punto es esto así que su cuerpo se convierte, dentro de ciertos límites, en el reflejo de las
preocupaciones del alma. En alguna medida, tiene la salud que merece. Sus ojos, su cara, terminan por
traducir la intensidad o la mediocridad de su vida espiritual. De alguna forma, se hace presente en el devenir
de su cuerpo.
¿No es asombroso que esta organización biológica que viene de más lejos que el individuo, e incluso de más
lejos que la Humanidad, responda plenamente a las iniciativas y a los impulsos de nuestra voluntad, tal como
lo revela, por encima de todo, la maravilla del lenguaje? Hablar es producir el sentido gracias a los sonidos.
Ejemplos que demuestran la ambigüedad del biologismo moral y del evolucionismo moral:
Haciendo ver que a partir de criterios puramente biológicos o evolucionistas se pueden desembocar en
opciones morales radicalmente opuestas. Una moral que toma como base de juicio el criterio de la vida
biológica puede desembocar en una ética francamente positiva del respeto a la vida humana. Pero, apoyándose
en este mismo criterio unilateralmente absolutizado, se puede llegar también a un culto aberrante de la vida y,
en particular, como en el caso de la Alemania nazi, a la promoción de antivalores fundados en prejuicios
raciales.
En el debate sobre el aborto, el criterio puramente biológico es engañoso. Algunos denuncian el aborto en
nombre del respeto a la vida. Pero otros, en nombre del principio análogo de la calidad de vida, son favorables
a ciertas formas de aborto eugenésico en el caso de fetos que habrán de sufrir graves minusvalías físicas o
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mentales. El hecho de que el mismo criterio pueda ser invocado tanto en un caso como en otro, indica
elocuentemente que este criterio es incapaz de zanjar por sí sólo el problema propiamente moral que con él se
vincula, pero que en modo alguno puede reducirse al mismo. Como veremos más adelante, lo que merece un
respeto absoluto no es la vida biológica como tal, sino la vida humana, es decir, la vida como sustrato de la
persona.
La misma ambigüedad hallamos en el debate sobre el fin de la vida humana, si nos atenemos a criterios
estrictamente biológicos. Dos comportamientos se enfrentan en la materia, y parecen diametralmente
opuestos: por una parte, la eutanasia activa y, por otra, el ensañamiento terapéutico. Los partidarios de la
eutanasia piensan que la vida humana puede, con el consentimiento del enfermo, abreviarse deliberadamente o
incluso suprimirse de forma positiva cuando no es ya viable biológicamente y cuando no hay esperanzas de
restablecerla.
De modo más general, aquí están todas las cuestiones planteadas por la bioética; para ser tratadas de manera
propiamente ética, han de abordarse según criterios distintos a los simplemente biológicos. Todo aquello que
el hombre puede realizar en materia de fecundación artificial o de manipulación genética no es
automáticamente moral por el mero hecho de que no sea técnica y biológicamente posible. La misma
ambigüedad se encuentra en el evolucionismo moral. Tomado en sí mismo, el criterio de la evolución no
escapa a la vaguedad y puede ser invocado en los sentidos más opuestos.
Considerado desde un ángulo estrictamente biológico, es susceptible de conducir a las formas más aberrantes
del eugenismo, ya que conduce necesariamente a juzgar que ciertos tipos de vida humana, afectados de graves
diferencias, son contrarios al sentido de la evolución. Pero, en nombre del mismo criterio de la evolución, se
podrá desembocar en una moral que favorece el respeto fraternal hacia la vida humana disminuida. Y ello
porque se habrá incluido con toda justicia el progreso moral y, por consiguiente, el respeto a toda persona
humana, en el concepto de evolución, lo cual viene a indicar que la noción de progreso, tomada de forma
abstracta, no basta para fundar el valor moral. Toda la cuestión consiste en saber de qué progreso se habla:
¿progreso de quién, hacia qué y en función de qué? Interrogantes todos ellos que no pueden encontrar
respuesta satisfactoria más que a un nivel superior al argé de la libertad.
3º) TRAYECTORIA HISTÓRICA.
El estoicismo un conjunto de doctrina filosóficas, un modo de vida y una concepción del mundo es una
escuela filosófica greco− romana y, al mismo tiempo, una constante en la historia del pensamiento occidental.
En el primer sentido, la escuela estoica se halla dividida en diversos períodos. El estoicismo antiguo, fundado
por Zenón de Citium y continuado por Aristón de Quíos, Cleantes y Crisipo, se caracteriza por la prosecución
de algunos rasgos de la escuela cínica, particularmente en la esfera política y moral. Los antiguos estoicos se
preocupaban muy especialmente de cuestiones físicas que relacionaban con sus ideas acerca de la divinidad y
del destino. La física estoica procede casi enteramente de este período, lo mismo que su racionalismo, que fue
desvirtuado gradualmente en los posteriores representantes de la escuela.
El llamado estoicismo medio, cuyas dos máximas figuras son Panecio de Rhodas y Posidonio de Apamea,
tiene, en cambio, un rasgo platónico escéptico; abandona gran parte de la tradición de la antigua física estoica
y, por así decirlo, se platoniza, haciéndose sucesivamente evemerista y panteísta. Los estoicos de este período
tienden a dar mayor importancia a los problemas humanos; sus concepciones han influido considerablemente
sobre el mundo romano por mediación del círculo de Escipión Emiliano y han constituido el fundamento de
las creencias y de la acción moral de no pocos estadistas en Roma, pudiéndose calificar en parte el estoicismo
como uno de los elementos de la vida romana a partir del siglo I antes de J.C.
Finalmente, el llamado estoicismo nuevo, que se extendió a lo largo de la época por gran parte del mundo
político romano, sin que sea en ninguna ocasión partido político, sino una norma para la acción. De todos
modos, los estoicos de la época siguen estudiando las concepciones físicas y lógicas del antiguo estoicismo
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medio, el cual, es casi totalmente ignorado durante este nuevo período. Haciendo abstracción de las
considerables diferencias que separan entre sí los tres períodos mencionados y cada uno de los principales
representantes de la escuela se puede calificar el estoicismo de doctrina racionalista, corporalista y
determinista, con una moral de tipo socrático fundada en la consecución de la eudamonía (felicidad).
El voluntarismo de los estoicos es en efecto más bien un rasgo del carácter moral que una concepción de la
esencia del hombre, el cual se halla siempre determinado por el destino. En su física se manifiestan más que
en ninguna otra escuela las mencionadas características. El mundo es para los estoicos enteramente material.
No existe lo incorpóreo, que no es, en todo caso, más que el vacío del aspecto externo de la actividad del ser.
Todo lo que es, es corporal, inclusive la razón. Pero el determinismo estoico no es mecanicista; se trata más
bien de la inexorabilidad de todo acontecer preformado por la razón suprema, que actúa según los fines
inherentes a su sabiduría. Lo real está completamente penetrado por un soplo material, que anima la materia y
que identifica de un modo panteísta la naturaleza con la divinidad, haciendo de la física estoica un verdadero
materialismo espiritualista.
Siguiendo precedentes heracliteanos, los estoicos designaban al fuego como principio del mundo; de él han
nacido los cuatro elementos y a él vuelven en una sucesión infinita de nacimientos y destrucciones. El fuego
es el principio activo, dinámico, que se opone a la pasividad que gradualmente van adquiriendo los cuatro
elementos al alejarse de él. El universo es un compuesto de elementos reales y racionales; sus diversas partes
se mantienen unidad gracias a la tensión producida por el alma universal que todo lo penetra y vivifica. Así, la
teoría de las fuerzas divinas aproxima las concepciones físicas del antiguo estoicismo a las creencias
religiosas populares de los griegos, de las que se apartaron en los posteriores períodos. A la física o filosofía
natural se sobrepone la Lógica o filosofía racional, y la ética o filosofía moral, como las tres partes
inseparables de la filosofía enlazadas por la unidad de su objeto.
La lógica, que comprende también la teoría del conocimiento y la retórica , trata del saber y de las relaciones
de los juicios. El alma es un encerado sobre el cual inscriben las cosas externas las impresiones (fantasías) que
el alma puede aceptar o negar, de lo cual depende la verdad o el error. Si acepta la impresión tal como es,
surge una "catalepsia", una comprensión. La certidumbre absoluta o evidencia es una "impresión
comprensiva". Esta teoría de la evidencia fundada en un intuitivismo radical distingue a los estoicos del
platonismo, particularmente de la teoría de la reminiscencia.
Junto con ello investigaron los estoicos lo diferentes tipos de juicios, que dividieron en hipotéticos,
conjuntivos, disyuntivos, causales y comparativos, Todas estas investigaciones lógicas se hallan relacionadas,
por otra parte con los problemas gramaticales, que fueron ampliamente dilucidados en el estoicismo antiguo.
La parte más conocida del estoicismo, la Ética, se halla fundada en la eudamonía, pero está no consiste en el
placer, sino en el ejercicio de la virtud misma, en la propia autosuficiencia que permite al hombre desasirse de
los bienes externos.
El primer imperativo ético es vivir conforme a la naturaleza, esto es, conforme a la razón, pues lo natural es
racional. La felicidad radica en la aceptación del destino, en el combate contra las fuerzas de la pasión que
producen la intranquilidad. Al resignarse al destino se resigna también el hombre a la justicia, pues el mundo
es, en tanto que racional, justo.
La existencia del mal y el hecho de la coexistencia en las pasiones de la naturalidad y de la irracionalidad dio
origen a una teodicea, desarrollada sobre todo por Crisipo, que intentó justificar el mal por la necesidad de los
contrarios. El mal consiste en lo que es contrario a la voluntad de la razón del mundo, en el vicio, en las
pasiones, en cuanto destruye y perturba el equilibrio. Con todo, la teoría de la resignación, que hubiera debido
conducir aparentemente a la aceptación de todo lo existente como necesario, no impidió a los estoicos ejercer
una crítica social y política y abogar por reformas fundadas en sus ideales del cosmopolitanismo y del sabio.
El fondo estoico de muchas personalidades del mundo romano vale como una prueba de este rasgo del
estoicismo, que se manifiesta con más rigor cuando la parte teórica va siendo arrinconada por la concepción
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del estoicismo como actitud ante la vida y aun como religión.
Considerado en su conjunto, el estoicismo aparece, sin embargo, como algo más que como una escuela y una
"secta"; es, como ha señalado certeramente María Zambrano "la recapitulación de los conceptos e ideas
fundamentales de la filosofía griega", "el zumo que arroja al ser exprimida la filosofía griega cuando alguien
quiere saber a qué atenerse". Lo cual no significa en modo alguno que el estoicismo sea un mero sincretismo;
de modo análogo a los neoplatónicos, los estoicos representan la transposición al plano filosófico del afán
común de salvación y aun la expresión de esta salvación en la forma de vida del sabio. Pero mientras los
neoplatónicos tendían a una filosofía religiosa o a una religión filosófica propia exclusivamente del elegido
que, teniendo conciencia de la crisis, pretendía sobreponerse a ella, los estoicos descendían de continuo hacia
el hombre común, de suerte que el estoicismo representa un vigoroso esfuerzo de salvación total y no sólo de
desdeñoso apartamiento del sabio.
El aprendizaje de la actitud ante la muerte, el sostenerse y resistir en el mar embravecido de la existencia
podrían transmitirse a todos, y si de hecho no ocurrió así en una proporción análoga a como ocurrió en el
cristianismo, se debió a que, a pesar de todo, el estoicismo era una filosofía popularizada y una religión
filosófica en vez de ser un pensamiento común a todos y una religión auténtica. Sin embargo, la persistencia
de la actitud estoica señala que es tal vez una de las raíces de su vida o, cuando menos, una de las actitudes
últimas que el hombre occidental adopta cuando, aparecida la crisis, busca un camino para acomodarse a ella,
un ideal provisional que tenga en lo posible la figura de una postura definitiva.
4º) ANÁLISIS DE PELÍCULAS EN LOS QUE SE APLICA.
4.1) Bichos.
A) Sinopsis: En nombre de los insectos oprimidos del mundo, una ingeniosa hormiga llamada Flik contrata a
un grupo de guerreros para defender a su colonia de una banda de saltamontes, liderados por el malvado
Hopper. Pero un auténtico calvario comienza para Flik, cuando descubre que los supuestos luchadores son
alocados artistas de circenses. La situación se vuelve confusa, cómica y disparatada.
B) Corriente ética reflejada: Darwinismo. El más fuerte vive a costa del más débil. Las hormigas han de
recolectar comida para los saltamontes. Si no lo hacen, éstos acabarán con ellas. Más aún, la supervivencia de
las hormigas está condicionada a la satisfacción de las necesidades de los saltamontes, ya que han de
conseguir la comida para ellos aún a riesgo de conseguirla para ellas mismas. Este planteamiento lleva
implícito la superioridad de unos especimenes sobre otros, por lo que su supervivencia es prioritaria.
C) Conclusiones: El Darwinismo Social no puede ser, en modo alguno, el modo de comportamiento de las
sociedades humanas, ni el criterio de juicio de las acciones humanas. Pretender que no sólo los más fuertes
han de sobrevivir, sino que además se haga a costa de los débiles es ruin, mezquino y tiránico. Además, tal
pretensión es radicalmente contraria a la dignidad humana. El criterio para la supervivencia no debe ser la ley
de la selva, sino la ley del respeto, de la ayuda mutua y de la colaboración entre individuos en aras del bien
común, del bien para todos los integrantes de la sociedad.
4.2) Gattaca.
A) Sinopsis: Mediante manipulación genética, se ha creado una nueva variedad de seres humanos sin ninguna
tara física o psíquica. Vincent fue concebido de forma natural, lo que le llevará a luchar en un mundo en el
que la élite está reservada para los portadores de un ADN perfecto.
B) Corriente ética reflejada: Genetismo. A partir del cientificismo y del materialismo se piensa que lo único
que existe es la vida biológica, del cosmos. Todo lo que tiene que ver con las leyes de la materia influye en el
individuo: por ejemplo: el genoma. Desde una perspectiva materialista todo está en el genoma, lo que es falso
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porque un mismo genoma en ambientes diferentes se desarrollará de forma también diferente. El genetismo es
una tendencia del biologismo, en sentido de que todo está escrito en el código genético, lo que determina el
comportamiento de los individuos. Afirma, por tanto, la determinación del individuo a lo dispuesto en su
ADN. Pero, lo cierto, es que el ADN supone una cierta predisposición a algo, pero no una determinación. El
individuo, con su voluntad y su conciencia, puede controlar las tendencias a las que su mapa genético le
predisponga porque el ser humano es, ante todo, libre.
C) Conclusiones: El planteamiento de la película refleja una visión de la dignidad humana escalofriante: una
persona vale en función de su ADN. Los individuos con unas cualidades determinadas establecidas en sus
genes son la nueva élite de la sociedad. Todos aquellos de cuyo mapa genético se han eliminado
enfermedades, imperfecciones y se les han potenciado otras cualidades como la inteligencia o la fortaleza
física, son promocionados a los mejores puestos en las empresas y son tratados casi como semidioses. Por el
contrario, aquellos que han sido concebidos de forma tradicional y que, por tanto, su ADN no ha sido
depurado se convierten en esclavos.
Al fin y al cabo, la película no plantea nada nuevo: discriminación de personas. Aunque esta vez, el criterio
discriminatorio no es la raza, la clase social o la nacionalidad, sino los genes. Es un nuevo tipo de racismo:
racismo genético. La medicina genética no es que sea buena o mala per sé. El uso que se haga de ella sí puede
serlo. Si con la medicina genética erradicamos enfermedades hasta ahora incurables y sin recurrir a
embriones, la humanidad habrá dado un paso de gigante. Pero si se pretende que se puedan encargar seres
humanos como si fueran coches: con gran inteligencia y estatura de serie y que además quienes lo hagan se
enriquezcan, asistiremos a la muerte de la ética y la dignidad humana.
Si al final triunfa la elección a la carta de las cualidades de una persona cometeremos el mayor acto de
soberbia que se puede cometer: jugar a ser Dios. Y no sólo eso, además habremos acabado con una
característica inherente al ser humano: el espíritu de superación, la lucha ante los defectos. Si todo se nos da
hecho, incluso antes de nacer, ¿ para qué nacemos ?
4.3) Viven.
A) Sinopsis: Octubre de 1972, el avión en el que viajan los componentes de un equipo de rugby uruguayo se
estrella en Los Andes. Las difíciles condiciones climáticas y la casi imposibilidad de situar el lugar exacto del
accidente en una extensa zona montañosa hacen desistir a los equipos de rescate. Al cabo de unos días, los
supervivientes se dan cuenta de este hecho y de que han sido dados por muertos. Si quieren sobrevivir,
tendrán que arreglárselas por sus propios medios.
Ante las extremas condiciones de vida y el acuciante problema de la falta de comida, toman la decisión de
alimentarse de los cadáveres de los fallecidos. Sólo meses más tarde, cuando ya las condiciones climáticas lo
permiten, Nando uno de los supervivientes, se lanza a través de la montaña en busca de ayuda. Los equipos de
rescate llegan pocas semanas después.
B) Corriente ética reflejada: El biologismo se puede analizar a partir de diferentes corrientes. Consideramos
que la perspectiva darwinista es la más apropiada para analizar este largometraje. Según Darwin la ley
fundamental que rige la vida es la de la evolución. Las especies van cambiando en función de la necesidad de
adaptarse al medio en base a la lucha del más fuerte. El principal fin de todo ser vivo es sobrevivir. Si la
naturaleza funciona así, el hombre también ha de hacerlo. Es la ley de la selva en sentido biológico. La
naturaleza está por encima de los intereses individuales del ser humano. Todas las cosas se rigen por la ley
natural. La naturaleza es el fin, no el medio. Esta opinión es también compartida por Malthus, que afirma que
el pobre debe morir. Estos principios se cumplen en la obra de Frank Marshall Viven y se observan sobre todo
en el momento en el que los supervivientes del accidente aéreo, se encuentran ante el dilema moral de elegir
entre morir o mantenerse con vida a costa de alimentarse de carne humana. Los biologistas cifran la felicidad
en el vivir conforme a la naturaleza, en los seres humanos esto equivale a vivir de acuerdo con la razón, es
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decir, no dejarse dominar por las pasiones. El hombre se diferencia del resto de los animales por su capacidad
de raciocinio, sin embargo, es en situaciones extremas cuando el instinto más primitivo −el de supervivencia−
se impone a otras consideraciones.
Incluso ante esta situación los protagonistas se negaban a actuar solamente en función de sus instintos,
prefiriendo la propia muerte.
También podría enfocarse desde otro principio del biologismo: la prioridad del bien común sobre el
individual. En la película, esto se observa cuando renuncian a respetar los cuerpos de los fallecidos por
mantener con vida al mayor número de personas posible. Lo que persiguen es la supervivencia del grupo,
frente a la oposición de algunos que se niegan a aceptar dicha solución. Cuando algunos de ellos deciden
marcharse e intentar continuar por sus propios medios; el resto no lo permite; ya que consideran que
permaneciendo unidos existen más probabilidades de alcanzar la salvación.
C) Conclusiones: Si la película partiese de un planteamiento darwinista radical, los protagonistas tendrían
que verse obligados a provocar la muerte de unos cuantos individuos en aras de la supervivencia del grupo.
Pero esto no se da, ya que el accidente de avión ha provocado muertes. Por tanto, la dicotomía planteada es
sólo parcial, es decir, lo que se ha de decidir es si para sobrevivir se alimentan de los cadáveres de unas
personas que ya han muerto, pero que no han matado ellos.
¿Qué pasaría si tuviesen que matarse unos a otros? ¿Sería moralmente rechazable este comportamiento?. Por
un lado, si se mata alguien para comérselo y así sobrevivir, el hombre está comportándose únicamente en base
a sus instintos. Si, por el contrario, deciden respetarse unos a otros, aunque eso implique la muerte por
inanición, están comportándose humanamente, en tanto que se respeta la vida, pero su conducta es suicida, ya
que conduce a todos a la muerte. La elección es extremadamente compleja. No obstante, si consideramos la
definición de ser humano animal racional vemos que la segunda palabra es la que confiere identidad, la que
define lo característicamente humano: la racionalidad. La racionalidad es lo que le permite al ser humano no
comportarse como un animal. Siguiendo por esta línea de argumentación, la conclusión es clara: el hombre no
se alimenta de la carne de otros hombres para sobrevivir porque el hombre no es un animal.
BIBLIOGRAFÍA.
1 − . LEONARD, André: El Fundamento de la Moral. Madrid, 1997.
2 − . GAMBRA, Rafael: Historia Sencilla de la Fiolosofía. Madrid, 1961.
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