José Miguel - Actividad Cultural del Banco de la República

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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Índice
José Miguel
Corpas Garcés
Su infancia transcurrió jugando con un palo de escoba y
unas checas, tapas de gaseosa que hacían las veces de
pelota. Fue una época en que el deporte en Cartagena
giraba en torno al béisbol y en la que José Miguel, de tanto
jugar en el campo, se encariñó con la naturaleza. Por eso
en 1962, llegó a estudiar Licenciatura en Biología y Química
en la Universidad de Antioquia, donde entregó su vida
como jugador y entrenador de béisbol, iniciando un periodo
histórico para los antioqueños, que se extendió hasta los
años noventa, en el cual Antioquia, siendo un equipo del
interior, triunfó ante los fuertes contendores de la costa.
Pero este moreno alto, de dientes alargados, nariz achatada,
de origen humilde, conversador y de rebosante amabilidad,
campeón seis veces con la Selección Antioquia de Béisbol
y más de diez con Cervecería Unión, tuvo un difícil inicio en
el equipo de la universidad, pues el entrenador de entonces,
Rafael Montoya, no lo recibía porque el grupo estaba
completo. En un tercer intento, José Miguel le pidió que
lo dejara lanzarle a su mejor bateador para que decidiera
si servía o no. El entrenador aceptó; “en esa época tiraba
duro, lancé, y Restrepo no fue capaz de sacar el bate, como
se dice”, cuenta, y cuando Montoya conoció su nombre
exclamó: “¡Hooombe! Usted por qué carajos no dijo que era
José Miguel Corpas”. Hasta las directivas de la universidad
supieron que allí estudiaba el lanzador que había sido figura
en los Octavos Juegos Atlánticos Nacionales de 1960, en
Cartagena, donde quedó campeón con el equipo de Bolívar.
En adelante, sus estudios universitarios transcurrieron entre
ausencias deportivas y exámenes solitarios presentados a
última hora, para luego ejercer apenas seis meses como
docente, en el Liceo Concejo de Medellín, porque se fue a
entrenar al equipo de Pilsen Cervunión, donde trabajó como
jefe de seguridad y luego de deportes hasta jubilarse.
“Fui candela pero ya no lo soy”, comenta extraviando la
mirada al recordar sus días de campeón, inmortalizados
en medallas, trofeos y retratos, como en el que aparece
junto a los futbolistas René Higuita y Francisco Maturana,
cuando Cervecería Unión los eligió como deportistas del año
en 1987. La foto cuelga en la pared de una sala de estar,
cerca al reconocimiento que le hicieron como “beisbolista
que marcó disciplina en Antioquia y Colombia”. Allí un alto
mueble exhibe —además de licores coleccionados en
sus viajes y compartidos sin reproches con sus amigos—
trofeos, un reloj de béisbol y juguetes de sus nietos, a quienes
seguro influenciará como a sus hijos (Sandra se destaca en
softbol y José Luis en béisbol), de la misma forma que lo
hizo su padre, José Corpas Córdoba, beisbolista profesional,
quien lo puso de lanzador a los catorce años en un partido
de adultos en Santa Rita, y debido a la lluvia se le resbaló
la pelota en el lanzamiento, golpeando a un jugador en la
cabeza. José Miguel salió llorando y ante la insistencia de
su papá para que continuara el partido, amenazó con decirle
a su mamá que lo estaba obligando a jugar.
Los lanzamientos de su mano prodigiosa tuvieron sus últimos
días profesionales en Barranquilla en 1980. Antes de eso,
jugó mucho tiempo en la Selección Antioquia, con la que
ganó en 1968 el Campeonato Nacional de Béisbol, y también
en el Pilsen Cervunión de Medellín, donde José Miguel fue
mánager de beisbolistas reconocidos como Gustavo Viera y
Juan Guillermo Calle. Allí, en ese mismo equipo cervecero
es aún entrenador del equipo de jubilados, Softbol Plus
Sesentas; y donde a sus 67 años siente que hizo parte de
una época en la que la gente necesitaba entretenimiento,
en la que el béisbol integraba a la sociedad y en la que él
y otros beisbolistas costeños e isleños se consideraron
completamente paisas en el triunfador equipo antioqueño.
Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Yhobán Camilo Hernández
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Índice
Lucrecia
RAMÍREZ RESTREPO
Pasó su infancia entre médicos, enfermeras y monjas del
Hospital General de Medellín, donde muy pequeña asistió
partos y se volvió la mascota del centro hospitalario donde
trabajaba su madre Libia Restrepo, la primera ginecóloga
que tuvo esta capital. Para Lucrecia Ramírez Restrepo
el entorno médico siempre fue muy familiar. “Era mi otra
casa, hacía turnos con mi mamá y hasta dormía allá”, relata
esta mujer quien hoy es reconocida por su trabajo en pro
del desarrollo social y la salud mental de las mujeres, en
especial de las jóvenes.
Lucrecia es médica de la Universidad Javeriana de Bogotá
y psiquiatra de la Universidad de Antioquia. Siempre, desde
su primer caso clínico, su interés y su objeto de estudio ha
sido el tema de las mujeres. Actualmente, y desde 1990,
es investigadora del Departamento de Psiquiatría de la
universidad, donde coordina el grupo académico de “Salud
mental de las mujeres”, promovido y formado por ella en
el mismo año, cuando muy poco se hablaba de ese tema.
Lucrecia explica: “Sostuvimos que no era lo mismo estudiar
una droga en hombres que en mujeres, que era necesario
ligar la violencia familiar con la morbilidad, tener en cuenta
las condiciones económicas, sociales y culturales de las
personas como factores de riesgo ligados a su salud”.
Apasionada del tema, esta psiquiátra ha desarrollado
investigaciones en síndrome premenstrual, aborto inducido
y espontáneo, discriminación, acoso y abuso sexual
contra las mujeres y trastornos de la conducta alimentaria
(anorexibulimia). Trabajos que han sido reconocidos en
diversos espacios médicos, institucionales y culturales.
Durante la administración de Sergio Fajardo como alcalde
de Medellín en el período 2004-2007, Lucrecia diseñó las
redes de Mujeres públicas y de Mujeres talento, y ejecutó
proyectos para la prevención de la anorexibulimia y el
embarazo en adolescentes. En este proceso, la sorprendió la
gran apropiación del discurso de la delgadez entre las jóvenes
de Medellín: “Encontramos varios factores de riesgo para los
trastornos alimentarios: una tradición de sociedad moralista
donde las mujeres eran relegadas, enfrentadas a partir de
la década de los ochenta a la cultura del narcotráfico y a un
ideal de belleza femenina nuevo, y luego, a un gran impulso
de la industria de la moda, que exige una mujer sumamente
delgada y glamurosa”.
A pesar de que reconoce los avances y los logros alcanzados
por las mujeres a lo largo de las últimas décadas, Lucrecia
afirma que todavía falta mucho para llegar al punto ideal en el
que la mujer deje de estar reducida al entorno doméstico. “La
poca gente interesada en el tema aún tiene una mirada muy
tradicional, condicionada a lo reproductivo. Pero una visión
distinta: la mujer en el espacio público, la mujer en la política,
la mujer que puede dirigir empresas, esa mirada todavía no
es la que orienta el trabajo sobre mujeres, especialmente
en Colombia”, dice. Sin embargo, es optimista y anota
que espera vivir muchos años más para ver una situación
diferente, en la que la mentalidad del país cambie.
Este espíritu libre que es Lucrecia asegura que se siente
feliz de estar en la Universidad de Antioquia, porque “es
de los pocos espacios donde se puede trabajar este tema
desde una perspectiva social, académica y cultural, porque
es un espacio en el que se puede ejercer esta libertad. Por
ejemplo, la investigación de aborto inducido yo no la hubiera
podido hacer en otra facultad de medicina del país”.
Lucrecia es una mujer alegre, madre de dos jóvenes adultos
dedicados al arte. Una mujer comprometida con la labor de
llevar sus investigaciones más allá de la academia, poniendo
sus resultados al servicio de la gente y en conocimiento de
quienes toman las decisiones para que los impactos sean
visibles y no se queden en libros de estantería.
Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Gloria Estrada Soto
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Gustavo
OLARTE CATAÑO
Parece un niño de escuela vestido de pantalón deportivo
de color negro, camiseta azul ajustada al cuerpo, parado
rígidamente con su lánguida y alta figura, con los brazos
paralelos a las piernas y empuñando continuamente la
mano izquierda en una actitud nerviosa. Su rostro trigueño
de fisionomía alargada luce una mirada retraída, y una
tímida sonrisa deja al descubierto un colmillo calzado en
oro, al contar que por esforzarse tanto en las maratones de
atletismo sufre una tendinitis.
“Yo me exijo mucho pero voy a tener que mermar”, concluye
Gustavo, quien ha sido autoexigente en otras facetas de su
vida, como en sus días de interno en el Hospital Universitario
San Vicente de Paúl, donde trabajaba los viernes toda la
noche para llegar los sábados a las siete de la mañana a
dictar clases de laboratorio hasta la una de la tarde, lo cual
sorprendía al hoy profesor Jaime Calle, que en esa época era
alumno de Gustavo y monitor en el laboratorio de biología
general. Él describe a Gustavo como un profesor que siempre
está dispuesto a colaborarles a los estudiantes; porque “al
final pudo más la docencia”, dice Gustavo, pues aunque
cumplió su sueño de ser médico, fue incapaz de renunciar a
la enseñanza.
La vida se le fue en educar, practicar deporte y estudiar: hizo
tres carreras y una especialización. Se presentó a Medicina
a la Universidad de Antioquia pero no pasó, por lo que
estudió Licenciatura en Biología y Química y se vinculó como
profesor a la misma universidad. Posteriormente, becado por
la Organización de Estados Americanos, se especializó en
Genética en la Universidad de Chile en 1971, donde despertó
admiración por el médico Ricardo Cruz-Coke y donde la
influencia de las ideas allendistas cambiaron su pensamiento
político.
Regresó a Colombia en 1973 tras el golpe de estado contra
el gobierno de Salvador Allende, y retomó la docencia en la
universidad, ampliando sus clases hasta la Facultad de Medicina
donde enseñó genética. Se graduó como biólogo porque
muchas materias eran homologables con la licenciatura y se
matriculó en Medicina para graduarse en 1985, convirtiéndose
en un médico solidario, que chequea y ofrece su diagnóstico a
todo el que lo necesita, porque piensa que “la cooperación da
fuerza para luchar contra las adversidades”.
Del deporte lo atraía el ciclismo, pero sin dinero para una
bicicleta se conformó con un balón. Creó un equipo de fútbol
de estudiantes y fueron campeones en el torneo universitario.
Luego, como seis de contención, disfrutó la gloria en el
equipo de profesores que ganó dos campeonatos nacionales
y fue subcampeón en otro. La jubilación lo individualizó en
el atletismo, con el que ha corrido la media maratón de
Medellín, La Ceja, Rionegro y las carreras de Guarne, y
fue subcampeón en las III Olimpiadas del Cooperativismo
Antioqueño, representando a la Cooperativa de Profesores
de la Universidad de Antioquia.
Tangos, boleros, clásica, le gusta todo tipo de música, así
como leer de astronomía, aparte de literatura, y compartir
con estudiantes, profesores y amigos, a quienes encuentra
todas las mañanas luego de trotar en la Ciudad Universitaria,
de la cual se considera un hijo privilegiado porque le dio todo,
hasta una esposa cuando él ya tenía 47 años, pues por fortuna
a la Facultad de Medicina, llegó una joven alfabetizadora que
se enamoró de Gustavo, quien andaba tan enredado como
deportista, educador y estudiante, que no dejaba espacio ni
para el amor.
Ahora que Gustavo pasa sus días ejercitándose, leyendo y
brindando consultas médicas a personas de escasos recursos
que lo solicitan, piensa que aunque se siente realizado por las
metas alcanzadas en su vida, “hubiese querido estudiar más
y llegar más arriba, para ayudarle a más gente”.
Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Yhobán Camilo Hernández
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Rosita
TURIZO DE TRUJILLO
Es una feminista que todavía usa el apellido de su esposo,
Rosita Turizo de Trujillo, y dice que él no la abandona porque
le gustan las cosas antiguas; que eso la salva. El sentido
del humor complementa la personalidad de esta abogada
que, a sus ochenta años, es una abuela amable, servicial
y contadora de anécdotas, que encuentra divertidas las
propias historias de su vida, disfruta compartiendo con
sus nietos y vive orgullosa de su primera hija: la Unión de
Ciudadanas de Colombia. Más allá de borrar con la mano
lo que hace con el codo, como le dicen sus compañeras
feministas, la decisión de conservar el “de” en sus apellidos
es puramente libre. Bernardo ha sido un apoyo incondicional.
Primero, fue compañero de estudio, luego amigo, novio y
finalmente esposo. Cuando salió el decreto en 1972 para
que las mujeres se pudieran quitar el apellido del cónyuge,
Rosita lo pensó pero no encontró razón alguna para hacerlo.
“Si me hubiera hecho una ofensa me lo hubiera quitado
antes, incluso sin haber surgido la ley”, comenta Rosita,
que hace honor a la enseñanza de sus padres: “Ustedes [los
hijos] tienen que aprender oficios decentes que les permitan
ser libres”. Ella lo es y en el camino le ha enseñado a otras
mujeres a encontrar la libertad.
Desde el bachillerato le decía a sus compañeras que iba a
estudiar Derecho. “Algunas se quedaban calladas, a otras
les daba risa”, dice en forma pausada y termina riéndose,
tapándose la boca con las manos para contener la carcajada,
porque recuerda que en su época el papel de las mujeres
estaba en el hogar. El humor regresa a las palabras lentas de
Rosita cuando cuenta que su papá la llevó con orgullo hasta
la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia para
matricularla. Ese día no se dio cuenta de que era la única
mujer, y ella, que había sido criada en colegios femeninos,
que solo tenía contacto con su papá y sus hermanos,
se vio estudiando en medio de 72 hombres. Lo que más
la asustaba eran las preguntas durante las clases y los
exámenes orales, de quince minutos para cada estudiante,
al final del semestre. Estos temores trasnochaban a Rosita
quien a veces no aguantaba y se ponía a llorar. “Una noche
mi mamá me sintió y se vino a ver. ‘¿A usted qué le pasa
hija?’. Qué susto el que me dio. Yo le dije: ‘Mamá, qué
pena quedarles mal a ustedes, tan ilusionados como están
porque yo la mayor que iba a dar ejemplo, pero no voy a
ser capaz. Yo me voy a quitar, mamá, yo no soy capaz’. Le
conté cuántos éramos y le expliqué qué pasaba. Ella empezó
a sobarme la cabeza tres o cuatro noches seguidas y me
decía: ‘Tranquila, mija, obsérvelos y me cuenta. Mi amor,
con seguridad que el más inteligente, cuando más, será
como usted’. Yo al fin me lo fui creyendo”, completa Rosita.
Gracias a la seguridad infundida por su madre, fue la novena
mujer graduada de Derecho en la Universidad de Antioquia,
y en ese momento comprendió que era abogada, pero no
ciudadana colombiana.
Con esa personalidad de reivindicatoria que la llevó a estudiar
Derecho, empezó a trabajar por las mujeres, y así surgieron
la Asociación Profesional Femenina de Antioquia (1955), la
Unión de Ciudadanas de Colombia (1957) y la Corporación
Mundial de la Mujer. Ella se siente como la madre de la
Unión de Ciudadanas de Colombia, porque su papel parte
de enseñarles a las mujeres a ser ciudadanas en ejercicio,
con derechos y deberes, y a interesarse por el país, por la
condición de los más desprotegidos de Colombia. Esa ha sido
su pasión, por eso procura que estas y otras instituciones
educativas que ayudó a crear, sí presten siempre el servicio
social con el que sus fundadores soñaron.
Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Yhobán Camilo Hernández
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Francisco Luis
JIMÉNEZ ARCILA
Cuando apenas amanecía el siglo XX, el dos de octubre de
1902, vio la luz del día en el municipio de Granada (Antioquia)
un pequeño que bautizarían con el nombre de Francisco
Luis Ángel. El hijo de Alejandro Jiménez y Pastora Arcila
(quienes constituyeron un hogar con profundos arraigos
campesinos y cristianos) se convertiría en un prominente
humanista y gran líder que defendió el cooperativismo como
modelo alternativo, interviniendo en múltiples procesos de
organización de los trabajadores del campo y la ciudad,
condensándolos en innumerables escritos sobre doctrina,
sociología, economía y derecho.
Durante sus estudios básicos (realizados en el Colegio
San José de Marinilla) y posteriormente en el mundo
universitario (Escuela de Derecho de la Universidad de
Antioquia), descubrió su proyecto de vida: el bienestar de
los menos favorecidos. Esa vocación de servicio y capacidad
de entrega a los demás se volcó hacia las letras, siendo su
primer libro la tesis titulada Cooperativas de consumo
(laureada y publicada en 1930). Desde entonces, ya fuese
como empleado de la rama jurisdiccional, como docente,
como profesional independiente, como gerente de múltiples
cooperativas o como dirigente, aportó con sus palabras, sus
ideas, sus escritos y sus obras a la formación de un mundo
de bienestar con base en la cooperación.
Dedicó su vida (intelectual, profesional, social y política) a
extender la semilla de la cooperación, primeramente en su
querida Antioquia; luego, como protagonista principal de
la formación de la integración cooperativa continental. Fue
miembro consultor de la Alianza Cooperativa Internacional,
así como de la Organización Internacional del Trabajo,
y presidente de la Organización de Cooperativas de
América. En Francisco Luis se resume la historia de nuestro
cooperativismo en el siglo XX.
En los años sesenta y setenta produjo extraordinarios
estudios. Enseñaba sobre economía, sociología y escribía
ensayos jurídicos para que el cooperativismo en evolución
contara con las fuentes teóricas principales que orientaran
su devenir. Y hacia el final del siglo increíblemente otorgó a
las generaciones futuras un maravilloso legado doctrinario;
al contrario de lo que pudiera pasar con un ser humano
centenario.
Su existencia estuvo marcada por innumerables homenajes
de agradecimiento de quienes fueron tocados por su
inagotable energía de cooperador: hacia el final de su vida le
fue dado el título de Padre del Cooperativismo Colombiano,
se le otorgó por la ACI el Premio Pioneros de Rochdale y fue
merecedor de la Orden de Boyacá.
Francisco Luis parecía fortalecido por el deseo de aportar a
la construcción de un nuevo país, esparciendo semillas de
doctrina por doquier, siempre atento a las problemáticas y
a las soluciones. A sus 106 años de edad, a pesar de que
la enfermedad agazapada anidaba en su pecho, revisaba
notas, releía textos y se aprontaba a responder consultas de
sus amigos y a continuar con sus epístolas no terminadas.
Sin duda, un ser humano sin igual: un roble en su juventud,
un roble en su senectud.
La obra de Jiménez, nacida de una clara conciencia de la
realidad que le correspondió vivir y de una lucha constante
por transformarla, es inmensamente valiosa para dotar
al movimiento cooperativo colombiano y al sistema de
economía solidaria del sustento teórico necesario para lograr
protagonismo en el mundo cambiante de los albores del
siglo XXI. Como sembrador realizó su labor en la esperanza
de que algún día se pudiera recoger el fruto de su sudor y se
sentía feliz cuando descubría que los demás disfrutaban de
su cosecha. Jiménez esparció el don de la esperanza entre
muchos colombianos, inyectando ánimo en los corazones de
quienes creían posible la promesa de la cooperación.
Fotografía: Cortesía periódico El Colombiano / Perfil: Hernando Zabala
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Índice
que al terminar tenía en el bolsillo y por derecho uno de los
codiciados cupos para estudiar abogacía en el Alma Máter,
prescindiendo del examen de admisión. Era el año de 1974.
Enrique
GIL BOTERO
El magistrado Enrique Gil Botero es uno de esos hombres
que parece que sin vacilación alguna —sin incertidumbres
sobre su vocación— empezó a construir su carrera desde
la nada hacia un fin lejano y definido. Y alto. Gil, de 58 años,
desde muy joven se sabía un hombre de leyes. Basta decir
que este hombre que hoy ocupa un extenso despacho
en el ala occidental del Palacio de Justicia, en el corazón
de la república, a los 17 ya se movía entre expedientes,
desempeñándose como citador en un remoto juzgado penal
municipal.
Desde su natal Fredonia salió para estudiar el bachillerato en
el Colegio Nocturno de la Universidad de Antioquia. Cursó
la secundaria con las más altas calificaciones de tal forma
Desde que Gil ingresó a la Facultad de Derecho demostró
que ese era su terreno. En siete semestres de estudio, fue
todo lo que requirió para concluir sus estudios, obtuvo tres
veces la matrícula de honor. Y si antes, sin título, se las
había arreglado para ganarse la vida entre despachos, ahora
con el diploma su carrera se proyectó vertiginosamente.
Inmediatamente pasó de citador a auxiliar de fiscal y muy
pronto encontró un espacio en la academia, un ambiente al
que hoy sigue vinculado como catedrático. Gil empezó su
trasegar por las aulas en la Universidad de Medellín, donde
enseñó sobre la responsabilidad del Estado en el derecho
administrativo.
Paralelamente a la educación, continuó su trayectoria ya
como funcionario público o ya en la esfera privada. Fue
conjuez del Tribunal Administrativo de Antioquia por quince
años, abogado litigante ante la jurisdicción administrativa,
miembro de la asociación de derecho administrativo,
cofundador del Instituto Antioqueño de Responsabilidad Civil
y del Estado.
derecho público que aún hoy se sigue reeditando bajo su
celosa revisión y actualización. Sus miradas y reflexiones
sobre ese y otros temas también se han difundido en
decenas de artículos publicados en las más prestigiosas
revistas de facultades y entidades del país.
En el 2006 su vasta trayectoria fue reconocida a nivel
nacional con su nombramiento como Consejero de Estado.
En el 2008 Gil logró la más alta distinción a que puede aspirar
un jurista como él: fue presidente del Consejo de Estado,
y al concluir esa misión sus pares lo enaltecieron con la
Condecoración José Ignacio Márquez al Mérito Judicial.
“Desde una alta dignidad como la es el Consejo de Estado o
desde la humildad de un trabajo privado y anónimo, siempre
trataré de aportarle a la sociedad todo lo que ésta me dio a
mí cuando me brindó la oportunidad de ir y formarme en una
universidad pública”, dice el magistrado Gil.
También sacó tiempo y dedicación para formarse y enseñar
desde los textos: amén de una decena de diplomados,
estudió en Salamanca, España, un posgrado en Derecho
Constitucional. En 1996 escribió el libro Responsabilidad
extracontractual del Estado, un verdadero tratado de
Fotografía: Archivo revista Semana / Perfil: José Monsalve
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Índice
Sobre este último tema publicó el libro Historia de la nueva
Universidad de Antioquia 1963-1970.
Ignacio
vélez escobar
Ignacio Vélez Escobar nació en Medellín en 1918. Se
graduó en 1942 como Doctor en Medicina y Cirugía en
la Universidad de Antioquia. Luego se especializó en la
University Pennsylvania Graduate Shool Of Medicine en
1944. A su regreso se vinculó a la Facultad de Medicina de
su universidad. Fue profesor, varias veces decano y rector;
luego, Gobernador de Antioquia y Alcalde de Medellín.
Fue protagonista en el surgimiento de instituciones
esenciales en la región. “Cuando era gobernador, una de mis
gestiones importantes fue vender el Ferrocarril de Antioquia
a la Nación. Gracias a esa venta logré la creación del Idea,
las Empresas Departamentales de Antioquia (hoy Eade), y
la construcción de La Alpujarra y la Ciudad Universitaria”1.
Franco, directo, agudo y pertinaz, Vélez Escobar no es
partidario de transigir ni matizar lo que se piensa. De la
Universidad dice: “En cobertura sí se mejoró muchísimo, pero
cobertura sin calidad para qué (…) En Colombia sólo hay
tres ciclos educativos. Falta el cuatro, entre el bachillerato y
las carreras profesionales. La idea es conservar la primaria y
la secundaria tal como están concebidas y luego un período
intermedio de “colegio de ciencias” con una duración de dos
años, con formación básica y cultura general. Los alumnos
tienen la facultad de tomar unos cursos opcionales y otros
obligatorios, y ya cuando tengan una orientación adecuada
entonces escogen carrera que es un ciclo más corto que
el actual, Todos, sin importar la disciplina, tienen que saber
historia de Colombia, geografía, matemáticas” 2.
Ignacio Vélez Escobar es un antioqueño visionario de recia
práctica e ideología conservadora, defensor del orden, la
autoridad y la disciplina. Sin embargo, poco se le reconoce
su liderazgo en la implementación de una propuesta
curricular moderna y humanista que tuvo la Universidad de
Antioquia, un modelo educativo de educación superior que
operaba en diversos lugares del mundo y que hoy retoman
las grandes universidades del mundo. Consistía en un ciclo
intermedio. Entre nosotros se denominó Estudios Generales.
Incluía una formación generalizada en ciencias básicas con
cursos opcionales y obligatorios para todos los programas.
Paradójicamente, esa propuesta curricular se desmontó,
aduciendo motivos ideológicos y políticos coyunturalmente
progresistas sin mayor discusión ni razones académicas
y metodológicas consistentes. Ese espacio común de
intercambio, maduración, conocimiento y formación
humanista fue señalado como el lugar de origen de los
problemas de orden público de la Universidad. Al desmontar
ese modelo curricular se asumió uno anacrónico disperso
y conceptualmente incoherente que en buena medida aún
subsiste.
Es, desde ese liderazgo cotidiano, que Ignacio Vélez Escobar
incorpora las diversas orillas ideológicas, desde donde
se inscribe su nombre en la historia de la Universidad de
Antioquia como proyecto cultural académico y científico de
la región.
1
Suárez Restrepo, Catalina. “Ignacio Vélez: un dirigente de mil batallas al que la
vida le ha rendido”. El Colombiano. Medellín. Mayo.2004.
2
Idem.
Fotografía: Archivo Periódico Alma Máter / Perfil: Álvaro Cadavid M.
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Índice
y desde ese momento se vinculó a esta entidad como
voluntario y posteriormente como gerente general, en donde
ya lleva 26 años de servicio. Para él, “los cooperativistas
somos propietarios, privilegiamos al ser humano y
administramos los recursos democráticamente […], por
eso soy un convencido de este movimiento como método
apropiado para buscar el desarrollo social”.
Dagoberto
LÓPEZ ARBELÁEZ
Recuerda que de la mano de su mamá asistió a una
capacitación que la cooperativa financiera del barrio ofrecía
para atraer nuevos asociados. Tenía ocho años, y hoy ese
instante en su vida se convirtió en más de cuarenta años de
trabajo en el sector cooperativista. Dagoberto López nació
en 1953 en Argelia, Valle del Cauca, y creció en el barrio
San Bernardo de Medellín, en donde aquella cooperativa se
convirtió para su familia en la única posibilidad de acceder a
un sistema de crédito y ahorro; y al mismo tiempo sembró
en él una inquietud y un interés que aún hoy continúan.
Siendo tesorero del grupo juvenil de la parroquia del barrio
decidió guardar los pocos recursos que tenían para sus
actividades en la cooperativa de ahorro y crédito de Belén,
Consciente de que su preocupación por lograr condiciones
sociales más justas no dejaría de inquietar su vida, decidió
estudiar Ingeniería Industrial en la Universidad de Antioquia
porque “identificaba a la universidad como una entidad en
la que no solo se daba la formación técnica, sino también
la formación humanística [...]. Escogí Ingeniería Industrial,
porque es una carrera que abarca muchos tópicos, ya que
nos preocupamos por la producción y por la gente”, explica
Dagoberto, quien en sus años de estudio combinó las clases
de cálculo con el trabajo voluntario.
Se graduó en 1982 y un año después accedió a una beca
en la Universidad Sherbrooke de Canadá, en donde fue
uno de los primeros colombianos en obtener un título de
maestría en cooperativismo. Comenzó su trasegar en la vida
política, sin abandonar la Cooperativa Belén, como concejal
de Medellín durante el periodo 2002-2003 y posteriormente
como asesor del Consejo Municipal de Políticas Sociales y
Equidad.
Desde su labor profesional y desde el movimiento
cooperativista a nivel nacional ha impulsado, según
explica, tres grandes ideas: “El trabajo de las cooperativas
con los jóvenes por medio de programas en donde ellos
puedan estudiar y al mismo tiempo contribuir con el relevo
generacional que necesita cualquier entidad; la participación
del cooperativismo en la vida política de una forma no
partidista, pero sí desde una visión diferente que favorezca
este sector, en la medida que nuestra filosofía contribuya
a que los consumidores y productores estén integrados en
asociaciones para mayor beneficio de la sociedad; y por
último, impulsar dentro de las agendas del cooperativismo
la preocupación por una mayor equidad social”.
Estos ideales aplicados a un estilo de vida han significado
para Dagoberto grandes triunfos. Recibió, por parte del
municipio de Medellín, la Medalla Cívica Ricardo Olano por
sus contribuciones al trabajo comunitario, y la Orden de
Caballero, otorgada por el Senado de la República por su
aporte al desarrollo cooperativo.
Siempre ha trabajado para y por el movimiento
cooperativista. Es un apasionado de viajar y conocer otras
culturas; ha visitado varios países de otros continentes
gracias a su trabajo. Sin embargo, para Dagoberto “el éxito
del hombre no se mide por los cargos que ha ocupado ni
por el coeficiente intelectual que uno tenga, sino por la
inteligencia emocional y la capacidad de relacionarnos con
los otros; al fin y al cabo la ciencia y la técnica deben estar
siempre al servicio del ser humano”.
Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Laura Marcela Pedroza
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Índice
de la oratoria, y la palabra es un don que, mezclado con sus
capacidades de dirigente deportivo, lo ha ayudado a ocupar
todos los cargos del deporte en Colombia, incluyendo el
actual como presidente del Comité Olímpico Colombiano,
máxima autoridad deportiva del país.
Baltasar
MEDINA
Un día, luego de inaugurar unos juegos en El Carmen de
Viboral, aprovechó su viaje a Medellín para entrar a Guarne
a saludar a su amigo Sixto Orozco, quien casualmente
inauguraba una cancha de tejo en el pueblo. Había banderas,
pólvora y una multitud agolpada en el evento, y cuando
Sixto lo vio venir, anunció que había llegado el delegado
de la Gobernación de Antioquia, Baltasar Medina, director
de Indeportes. Sonaron los aplausos, estalló más pólvora
y obviamente aunque sólo iba a saludar a su amigo, como
cuenta Benjamín Díaz, quien lo acompañaba en esa ocasión,
“Balta aprovechó para echarse un discurso e inaugurar
oficialmente la cancha de tejo. Porque él donde ve tres o
cuatro personas no necesita sino un ladrillo para pararse
y echar su discurso”. Es tan apasionado del deporte como
La importancia de los cargos no le resta humildad a Baltasar,
quien tiene una gracia especial para tratar a las personas,
pues “cree que todos tenemos la obligación de servir a los
demás y de reconocer a la gente como es”. Este hombre
carismático, de cabello y bigote canosos, cara rojiza y
movimientos refinados, nació en Sopetrán, Antioquia, y desde
el bachillerato en la Normal Nacional de Varones, donde fue
director del club deportivo, descubrió una fuerte vocación por
el deporte que en la universidad lo hizo cambiar sus estudios
de Biología y Química, iniciados en 1968, para trasladarse
al programa de Educación Física que apenas comenzaba en
1969. Allí se entregó a la disciplina deportiva, practicó el
baloncesto, la gimnasia, y se apasionó por el ciclismo, por el
que recibió el premio Cochise de Oro de la Liga de Ciclismo
de Antioquia. No obstante, pasó por todas las vivencias
deportivas para ser profesor de Educación Física, y en 1977,
con apenas un año de graduado, estaba vinculado a la
Universidad de Antioquia como docente, labor que alternó a
lo largo de su carrera, con la de dirigente deportivo voluntario
en ligas antioqueñas de gimnasia, judo y baloncesto.
los cuales hizo todo lo posible para mejorar el programa
de Licenciatura en Educación Física. De la misma forma
ascendió de lo municipal a lo departamental y a lo nacional;
fue gerente de Indeportes, secretario de la Oficina de la
Juventud de la Gobernación de Antioquia, e integró comités
de eventos nacionales e internacionales, como campeonatos
de baloncesto realizados en Medellín.
Su experiencia le ha permitido concebir el deporte no de
manera multidisciplinaria sino interdisciplinaria, ya que para
él se requiere que todos los involucrados en la actividad
física tengan comunicación permanente e identidad frente a
los objetivos, y precisamente bajo ese ideal pretende, desde
su puesto en el Comité Olímpico Colombiano, articular
procesos y mejorar la comunicación entre las instituciones
deportivas. También trata de contribuir a la creación de
una política para el deporte en Colombia, coordinando
actividades para apoyar el Plan Decenal del Deporte 20092019, organizado por Coldeportes, pues ahora quiere
complementar su inventario de acciones, actuando a favor
del desarrollo deportivo del país.
Desde la universidad, Baltasar se perfiló como un líder,
empezó haciendo parte del Comité Asesor de Educación
Física y fue jefe de departamento, entre otros cargos, desde
Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Yhobán Camilo Hernández
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Índice
Julio
GONZÁLEZ ZAPATA
Su vida pasa en una oficina del piso cuarto de la Facultad
de Derecho, sentado en su escritorio, preparando clases
o asesorando estudiantes, fumando un cigarrillo de sabor
fuerte que, dice, no le molesta la garganta ni le da tos;
fumar es algo que empezó como un vicio y se volvió una
compulsión, tal vez igual o mayor a la de ser docente, porque
para él, dar clases es una actividad placentera y liberadora,
es poder hablar con los estudiantes y es algo que por ahora
no piensa abandonar.
Con sus largos dedos sostiene el cigarrillo cuyo humo
envuelve la piel trigueña de su rostro. Por su estatura —
es de piernas largas y espalda ancha—, Julio se agacha
un poco para comentar que es abogado pero no le gusta
ejercer; lo tensionan los juicios y los tribunales. Le han
ofrecido grandes cargos en el gobierno y nunca ha querido
aceptar; lo más comprometedor fue ser decano en la
universidad, lo que considera como los tiempos más difíciles
de su vida, porque lo ponían en otro tipo de problemas
que poco le interesan. Lo suyo es enseñar, leer, defender
los planteamientos sobre la libertad y tratar de entender el
mundo, por eso estudió Derecho, pero en el camino se dio
cuenta de que su profesión sólo le permitía ver una parte del
mundo. No se sintió defraudado, asimiló el quehacer como
una visión parcial de los problemas de la sociedad y de la
gente, nunca pensó en cambiar de carrera ni en retirarse
y, luego de 30 años, le ha parecido un instrumento útil para
entender la sociedad.
En la Universidad Nacional de Colombia se especializó en
Instituciones Penales, y en la Universidad de West Virginia,
Estados Unidos, estudió Literatura; algo que no puede
explicar de manera racional. La respuesta más clara es
que era una curiosidad que tenía en la vida y de pronto la
pudo satisfacer. Realmente la literatura, especialmente
latinoamericana y francesa, ha sido un pasatiempo para él.
Hay dos libros que nunca dejaría en ninguna parte: Las mil
y una noches y El Quijote; los demás se podrían perder,
pero estos los ha leído y releído y no pierden la magia.
Como tampoco la pierde el autor que influyó en su enfoque
humanista, el que nunca deja de repasar y con el qué no deja
de tener dudas: Michael Focault, pues piensa que a través
de él ve a los grandes autores clásicos, a los cuales conoció
también a través de sus maestros, Carlos Gaviria, Ramiro
Rengifo, Fernando Mesa, Mario Restrepo y Jairo Duque,
quienes tenían una formación humanística universal de la
cual él, con resignación, dice poseer apenas una parte.
Lo cierto es que de las clases de Julio han salido grandes
abogados, penalistas, magistrados y defensores de la
libertad en el país. Saber que sus alumnos consideran que les
enseñó algo útil y ver que muchos de ellos lo han superado
en conocimiento, es muy gratificante para él, tanto como
ver ganar al Deportivo Independiente Medellín, equipo que
lo apasiona desde niño, cuando el “Caimán” Sánchez era
el arquero. “Cuando gana me siento como nuevo, aunque
realmente no celebro mucho. Ya, si es un campeonato, que
me han tocado poquitos, eso sí es de ‘bebeta’ y de salir
a la calle a gritar”, comenta Julio, aunque a juzgar por su
seria amabilidad, no lo imagino gritando en las calles por
un equipo de fútbol, pero, de ser necesario, sí lo haría por
la Universidad de Antioquia, el eje de su vida en los últimos
treinta años, pues si le quitaran el Alma Máter no quedaría
en nada; precisamente porque su vida transcurre en las
aulas, formando profesionales comprometidos con lo que
piensan, lo que es la justificación social por la que existe el
derecho: la reivindicación de la libertad humana.
Fotografía: Natalia Botero / Perfil: Yhobán Camilo Hernández
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Índice
enunciados con pinza y guantes. Su filigrana enamoraba
a sirios y troyanos, por la forma y su fuerza “elocutoria”
encandilaba a la audiencia y conducía al auditorio con
clarividencia.
Alberto
CaDAVID MEJÍA
Alberto Cadavid es un ser sencillo y vital; pero a la vez
complejo y lleno de misterios. Él es como un círculo que
se cierra y se abre sobre sí mismo. Cada vez que se abre
desglosa alguna especificidad de ese ser inmensamente
desconocido por nosotros.
Supe de Alberto en la Universidad de Antioquia, cuando
ambos estudiábamos Lenguas Modernas. Luego, pude
conocerlo en profundidad cuando fuimos, muchos años
después, compañeros, colegas y estudiosos de varias
disciplinas de la lingüística pura y aplicada. Yo era en ese
entonces y sigo siendo un neófito principiante de maestro;
mientras mi amigo se distinguía como un erudito de la
palabra. Se podría afirmar que el hombre escogía los
Una vez, me acuerdo todavía, ilustraba el concepto del
entorno en sí y para sí. Según Alberto, “house no es casa”.
En realidad ni ha sido, ni será; casa podría ser house;
aunque su significado cultural difiere; pero nosotros, los
que estábamos trabajando con actos de habla superficiales,
perdíamos el contexto cultural, histórico, étnico, cognitivo
y lingüístico que hace tránsito desde los umbrales del seno
materno hasta situarse por encima del bien y del mal; sin
perder de vista ese continuo transcurrir del ser y la sociedad,
su identidad simple y la identidad múltiple que subyacen,
se complementan, se contrapuntean y/o se distancian
en el proceso de provocar el conocimiento y los saberes
cotidianos.
Como su padre zapatero, Alberto interpreta en las cuerdas
los aires colombianos, donde llega, diseña estrategias
culturales y estéticas para proteger el agua, la naturaleza y
el entorno natural, vivir, sentir el territorio para describirlo y
narrarlo, y así, vigorizar la cultura colectiva. Es este el núcleo
de sus laboratorios de lenguaje. Con su trabajo juicioso y
en silencio protege de terceros aquello que realiza. Articula
naturaleza, arte, lengua y lenguajes.
actividad como investigador etnográfico, maestro riguroso,
metódico con la lengua, sensible y creativo con los lenguajes.
Su actividad en los sectores cultural, social y cooperativo, la
realiza con la gente. Escribió la novela La montaña regresa
y un libro de relatos. Hizo pausas para especializarse en
Inglaterra y posgraduarse en la Universidad de Lovaina en
Bélgica. Alberto es un ser universal, estudioso, incansable.
Por encima de todo, Alberto es un gran amigo, un tesoro
que, afortunadamente, los que lo conocemos, sabemos del
valor de su presencia en nuestras vidas. Su exquisitez nada
tiene que ver con lo rebuscado. Especialmente, este hombre
honesto, como cosa rara en estos días, valora la amistad
por sobre todas las cosas. Como hijo menor, le ha tocado
mostrarles a su familia y a sus hermanos del alma que puede
y sabe defenderse aquí y en cualquier parte. A Concha, toda
su vida le mostró que puede medírsele al desafío que fuese,
y la colmó de cariño y afecto. En esa dinastía, donde muy
pocos han sido admitidos. Por lo sencillo, “descomplicado”
y a la vez complejo, Alberto es, ha sido y siempre será,
reconocido y recordado como un fuera de serie.
Mi amigo se ha destacado como gestor, estratega y líder
cultural. La región del Suroeste antioqueño es testigo de su
Fotografía: Cortesía periódico Alma Máter / Perfil: Oakley Forbes / Álvaro Cadvid
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Índice
Rocío
PINEDA GARCÍA
En la sala de cirugía de un hospital del municipio de Don
Matías, Antioquia, una mujer de 34 años nunca despertó
después de que le aplicaran anestesia con una mascarilla de
éter. Rocío Pineda García tenía siete años cuando su madre
murió en el tratamiento por un aborto espontáneo. Muchos
años después, la vida le daría la oportunidad de dictar, en
ese mismo lugar, una conferencia sobre salud femenina,
riesgos durante el embarazo, abortos y maternidad, a las
mujeres obreras de la región. Para ella fue como cerrar un
ciclo.
Rocío Pineda García habla pausado y firme; su voz,
su presencia, sus movimientos emanan seguridad y
tranquilidad. Ha recorrido medio mundo en su interés por
conocer las diferencias culturales y aprender de ellas.
Disfruta de la literatura, la música y el arte. Es una mujer
librepensadora, demócrata y comprometida con las causas
sociales. Feminista radical, participó en la fundación de
Mujeres Colombianas por la Paz, la Red Nacional de Mujeres
y la Ruta Pacífica de las Mujeres.
político y social de los sesenta y los setenta, en el que
surgieron los movimientos hippies y de los negros en Estados
Unidos en la lucha por los derechos civiles, la revolución de
mayo del 68 en Francia, la oposición a la guerra de Vietnam
y el feminismo, fue determinante en su postura frente al
mundo.
Su espíritu libertario e independiente y la influencia directa
de su padre en su formación, la llevaron a cuestionar desde
niña los patrones sociales y los códigos de comportamiento
establecidos para las mujeres. “En el colegio veía cómo a
las demás niñas las preparaban para ser bellas, madres y
esposas. Me preguntaba por qué. No quería ser mamá ni
casarme, el matrimonio para mí era como una tragedia, una
trampa, una cárcel. Yo quería ir a la universidad”, dice.
Tras varios años de ejercer su profesión, entendió que
ésta era una mera “extensión del trabajo doméstico” y no
trascendía al análisis y al entendimiento del ser individual
y en su relación con la sociedad, por ello dejó de ejercerla
y se dedicó a la investigación social y a la esfera política.
Se desempeñó en importantes cargos públicos en defensa
de los derechos humanos, la promoción de la participación
política y económica de las mujeres, y la procura de mejores
condiciones laborales y de salud para ellas.
De manera paralela a sus estudios de Licenciatura en
Enfermería en la Universidad de Antioquia, se involucró al
movimiento estudiantil y a los campamentos universitarios,
con los que realizó tareas de desarrollo social en el campo,
como alfabetización y educación de la población. Esa
experiencia le mostró la realidad de pobreza y atraso. Fue
entonces cuando comenzó a tomar una posición política
frente a la injusticia y a las necesidades de sociedades más
democráticas, justas y equitativas.
Inquieta por el conocimiento, se adentró en las ciencias
sociales, la literatura y la filosofía. Conoció a la novelista
y filósofa Simone de Beauvoir, su puerta de entrada al
feminismo y su principal inspiradora. El contexto histórico,
Hoy en día, se mantiene firme en la búsqueda de su más
grande sueño: “que las mujeres sean autónomas y dueñas
de su vida, sin ningún tipo de tutelaje, que puedan disfrutar
el amor y la familia, pero ante todo que pueden vivir sus
decisiones con libertad”.
Mirándose a sí misma, en la amplitud y tranquilidad de
su sala, expresa con satisfacción: “Me siento una mujer
realizada porque fui capaz de romper las ataduras y los
moldes tradicionales. Fui la protagonista y única responsable
de lo que he hecho y me ha pasado. Me he sentido dueña de
mi vida. He logrado desarrollar mis capacidades. He logrado
lo que he querido. Soy un espíritu libre”.
Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Diana Isabel RIvera
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Índice
de desaparecidos que emprendió en el 2004 como único
funcionario del Programa de Atención a Víctimas de la
Alcaldía de Medellín.
Gabriel Jaime
BUSTAMANTE RAMÍREZ
Camina por un callejón del Nororiente. Va en línea recta,
por el centro, despacio. A través del teléfono recibe
instrucciones. No repara en los vecinos, no mira por las
ventanas, no hace señales ni otras llamadas. Le ordenan
que se detenga. El costal abandonado al pie del poste es
lo que busca. ¿Ese costal? Le dicen que se apure. Lo abre:
son huesos secos, quebrados, amarillos. Las piernas le
tiemblan, alguien lo auxilia antes del desmayo.
La historia se repite una y otra vez en sus recuerdos. Le llega
de día, de pronto, cuando ve a una mujer desorientada como
si buscara algo; se le aviva en el sueño, al alba, cuando
es más necesario un tránsito sereno. No podrá librarse
de ella, lo sabe, porque es la impronta de la búsqueda
Su tarea no era, precisamente, buscar cadáveres. Se
trataba de acercar el gobierno de la ciudad —sobre quien
recayó la obligación de reintegrar a ex paramilitares— con
las víctimas, de las que pocos se ocupaban. Las súplicas de
las mujeres marcaron el rumbo de su compromiso personal:
“Ayúdeme a encontrar a mi hijo”, le decían en los barrios,
en las concentraciones, en las oficinas públicas. “¡Lo que se
perdió acaso fue un perro!”, le dictó una mujer en medio de
la impotencia, y él copió obediente, casi abofeteado.
No eran eso sus amigos desaparecidos durante el gobierno
de Turbay Ayala y los años que le siguieron. En nombre de
ellos, salió a protestar cuando era apenas un adolescente
que participaba en grupos juveniles de izquierda y vivía en
el barrio Camilo Torres Restrepo de La Estrella. Allí, una vez
dejó la finca del abuelo y perdió su sombra protectora, el
mundo cambió. La vida le mostró las inequidades, conoció
las derrotas, y la ciudad se le antojó hostil, poco apta para la
vida: en 1985 un policía entró a la inspección de policía de
San Antonio de Prado, mató a dos personas y se suicidó. Uno
de los muertos era su padre, un investigador empeñado en
develar los vínculos de algunos agentes con el narcotráfico.
Después de hacer parte del contingente 153, formado por
universitarios remisos reclutados en todo el país, y de sufrir el
asesinato de uno de sus mejores amigos, decidió refugiarse
en la selva chocoana. Realizó programas de radio con los
indígenas del Medio Atrato bajo la tutela de misioneros
claretianos, y, dos años después —perseguido por quienes
confunden el trabajo comunitario con subversión—, regresó
al seno del hogar donde la mamá no se cansaba de decir que
esa aventura era una irresponsabilidad.
Una camioneta fue su tabla de salvación. A las dos de la
mañana llegaba a la plaza mayorista de mercado, hasta el
mediodía lidiaba con cajas, costales y guacales por toda la
ciudad. En la tarde se convertía en estudiante: Economía,
Idiomas, Zootecnia... Se detuvo en Historia y se plantó en
la violencia, tema que lo unió como investigador a Alonso
Salazar, su amigo de adolescencia, el periodista de los
noventa dedicado a las barriadas heridas, agrietadas, sin
futuro.
En lugar de patrones y comandantes, a Jaime lo sedujeron
los que fueron derrotados sin entrar siquiera en batallas. Por
eso, asumirse como líder del primer proyecto gubernamental
de atención a víctimas en Colombia fue, simplemente, un
mandato del corazón. A él le obedeció cuando se fue por
primera vez al Chocó en busca de amistad con los indígenas
de Beté y Tagachí; cuando caminó por aquel callejón en
busca de los restos de un muchacho que se hicieron viejos
en una fosa clandestina; cuando dejó la ciudad, hace unos
meses, y se fue de nuevo al Chocó en busca aquellos
indígenas convertidos hoy en víctimas.
Fotografía: Natalia Botero / Perfil: Patricia Nieto Nieto
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Índice
Ana Piedad
JARAMILLO restrepo
De lejos se reconoce a Ana Piedad Jaramillo porque le saca
una cabeza al promedio —y hasta dos a quienes la miramos
como a la Virgen quiteña del Panecillo, allá en las alturas—;
pero también porque habla con sus manos, grandes y
voluptuosas, que habría querido pintar Guayasamín, y con
sus ojos, chispeantes y curiosos, que Buñuel habría pasado
por la navaja.
Porque Ana Piedad no es como las “famas” ni las
“esperanzas” entre las que Julio Cortázar clasificaba a
las especies humanas aburridas. Ella siempre ha sido un
“cronopio”: curiosa, insaciable, provocadora. Cuentan que
desde el colegio religioso comenzó a formarse en su perfil
de periodista-bohemia-contestataria, amiga de “micos”
y demás especímenes; con el de joven atildada de buena
sociedad, hábil para la diplomacia. Políticamente incorrecta
o correcta, según el estado del tiempo y del ánimo. Luego
comenzó su vida de aventurera con un inocente grupo
juvenil, Viva la Gente, sin drogas ni psicodelia, que la paseó
por varios países a punta de canciones. Desde entonces
hace las veces de cancionero andante en fiestas y saraos. En
otros ambientes recita poemas, recuerda al dedillo tramas
de novelas, recrea al personal con desternillantes anécdotas
o hace gala de sus dotes teatrales.
“Ana P.” se graduó en 1984 de Comunicación Social en la
Universidad de Antioquia antes de dejarse arrastrar por el
sueño parisino. En París se quedó los años suficientes para
estudiar cine y volverse guía experta en recorridos a pie o en
bicicleta por sus santuarios patrimoniales y marginales. Esa
experiencia le serviría años después, cuando regresó como
agregada cultural de la embajada colombiana para mantener
un pie en los arrabales parisinos, y el otro en los ambientes
refinados del arte y la intelectualidad. Sin dar un salto brusco
hizo lo propio en el consulado de Montreal, como entusiasta
promotora del talento colombiano. En el interregno fue
traductora del francés, editora de publicaciones, asesora
del Ministerio de Relaciones Exteriores y coautora del Plan
Distrital de Turismo de Bogotá.
pero una paisa cosmopolita (aunque últimamente salga en
el crucigrama de El Colombiano).
Por eso la cuadratura del círculo —como el marco deseado
para una obra perfecta— se da con su nombramiento como
directora del Museo de Antioquia, institución que conoció
como joven reportera del diario cultural El Mundo en los
años ochenta. En esa época, entrevistar a Débora Arango en
su vejez reposada, tras descubrir sus pinturas descarnadas
y brutales fue para “Ana P.” algo así como una epifanía.
Desde entonces no paró de devorar el arte en todas sus
presentaciones, mejor todavía, de conocer a los artistas
en la intimidad de sus talleres, comenzando en París donde
compartió con Luis Caballero, Víctor Laignelet, Lorenzo
Jaramillo, Saturnino Ramírez y Darío Morales, entre muchos
otros.
Su infinita curiosidad por los asuntos de la vida y del arte le
permite admirar ambos en tono mayor de tragedia o menor
de comedia, en grandes y pequeños formatos, en volúmenes
boterianos o en miniaturas que pudieran desaparecer entre
sus manos.
De vuelta a Colombia aceptó la dirección del Teatro Jorge
Eliécer Gaitán y durante un año mantuvo una variada e
ininterrumpida programación cultural. Una paisa —Jaramillo
Restrepo— manejando un emblemático teatro bogotano;
Fotografía: León Darío Peláez, revista Semana / Perfil: Maryluz Vallejo M.
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Índice
Cuando Muyuy arribó a Medellín en 1996 para vivir con su tía
Asunción, se maravilló, según dice, de “tantas cosas raras”:
semáforos y ascensores. La idea era terminar el bachillerato.
“Estaba cansado de la educación que me daban las hermanas
franciscanas; me pegaban y decían que yo era un bruto, me
lo dijeron tanto que me lo creí… Ya en Medellín me di cuenta
de que no era así”.
Iacharuna
Muyuy Jojoa
Iacharuna Muyuy Jojoa es alto, pulcro y altivo, hijo de una
milenaria cultura amerindia, un inga orgulloso. Cuando habla
en público —directo, crítico y franco— usa su elegante
kusma en conjunto con otros atuendos nativos. Al iniciar sus
discursos dice en lengua nativa: “Ñamby kuna kaina yuyai
sug purisunche”; en español: “Desde antiguas tradiciones
caminemos por nuevos senderos”.
Ingresó a la Universidad de Antioquia ejerciendo el derecho
a cupos para pueblos nativos. Llegó de Santiago, un
remoto municipio del Putumayo, territorio frío dedicado a la
producción de leche, maíz, fríjol, papa, hortalizas y frutales.
“Allá no se sabe de edificios, computadoras y menos de
escaleras eléctricas”, explica.
Quiere dar forma a un negocio, pero la burocracia de los
papeles y la falta de recursos se lo han impedido. Requiere
apoyos para incubar la idea de comercializar trajes con
diseños propios de la cultura Inga. Como líder busca organizar
a su pueblo que considera “atropellado, en un principio por los
conquistadores en busca de El Dorado; luego, por la teocracia
colonial, y ahora, por la guerrilla y los paramilitares”.
Muyuy creció percibiendo la invasión de los colonos, los
blancos, como algo pernicioso. Allá, según recuerda, todo se
conjugaba con ese propósito: monjas brabuconas, hermanos
maristas crueles, invasión de tierras, golpes y leyendas de
antiguas luchas. Sin embargo tuvo siempre el cobijo y la
protección de los adultos más arraigados de su pueblo; fue
criado por un grupo de taitas expertos en medicina tradicional
a quienes prometió fidelidad. “Cuando tengo la oportunidad
de viajar, llevo en la mochila mi kusma”, se refiere al traje
tradicional masculino que lució el día de su graduación como
sociólogo en el 2008.
“Uno como indígena se ve deslumbrado por la llamada
civilización. Al ingresar a la universidad, me dije: ‘así me toque
barrer aquí… Con tal de que no me saquen, barro’. Cuando
pienso en la universidad tengo un remolino de sensaciones:
me siento muy agradecido y orgulloso, aprendí mucho, pero
también sabía que tenía que incorporar parámetros ajenos,
imposiciones culturales que en ocasiones me eran difíciles
de entender. Al graduarme comprendí que mi lugar era en
Putumayo, con los míos, con mi cielo, con mis árboles,
portando el orgullo de mi apellido, de mi lengua natal, de mi
flauta, de mis plumas, de mis dioses y creencias, y aportar a
mi comunidad con el conocimiento adquirido en la ciudad”,
comenta Muyuy, que tiene como uno de sus retos preservar
en la tradición medicinal.
Atrás quedó el tiempo en que era el gobernador del cabildo
de niños. De pequeño fue aventurero y respetuoso, atento
y sumiso a las órdenes de sus mayores. Desde que tiene
memoria, ha participado en las celebraciones ingas, en los
grupos de baile, toca la flauta, dirige comparsas, está atento
a que nunca falte la chicha ni el yagé en los rituales de
sanación.
Cuando llega a Santiago, su pueblo, duerme donde le den
posada, todos son una gran familia. Su paso por la universidad
de Antioquia le ayudó a comprender su pasado, lo que
significa ser indígena en este país, “ahogado en los intereses
particulares”, como afirma. Ya no se cree la idea de ser inferior.
“Ahora sólo estoy para los míos, para hacernos conocer y
respetar. Somos 22 mil personas de paz, descendientes de
los Incas, y eso me hace sentir muy orgulloso”.
Fotografía: Cortesía Archivo Familiar / Perfil: Pompilio Peña Montoya
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UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Índice
desde que se jubiló de la Universidad de Antioquia, a finales
de 1993. En los encuentros con amigos y cómplices, nacieron
los viajes para que los niños de las veredas conocieran el
mar, la donación de bicicletas para que los estudiantes
puedan desplazarse a las escuelas y más recientemente la
biblioteca y centro comunitario de la vereda Pantanillo, un
espacio que desde el 2009 acoge a los pobladores de la
zona rural.
Gloria
BERMÚDEZ BERMÚDEZ
Hace ya veinte años que Gloria Bermúdez llegó a vivir al
municipio de El Retiro, a la casa que le ayudaron a conseguir
y restaurar sus amigos Gonzalo Soto y Elkin Obregón. Una
construcción hermosa, con muros de tapia, techos altos y
un patio interior desde el que se puede apreciar el solar,
poblado de árboles, flores y personajes cotidianos.
En el “patio de los milagros”, como lo llama ella, convergen
todo tipo de visitantes, allí toman forma muchas de las ideas
que el tesón de Gloria vuelve realidad. Allí siempre está la
anfitriona, con una sonrisa acogedora para el que llega y un
relato emocionado y detallado de sus proyectos.
En este lugar de la casa se sueñan y crean muchos de los
proyectos en los que Gloria pone su liderazgo y vitalidad
Un propósito define el trabajo de Gloria: estimular en
los niños y jóvenes el deseo de leer, explorar y aprender.
Así como lo motivó en ella la hermana Purificación, en el
Colegio El Carmelo, con sus lecturas en voz alta mientras las
alumnas hacían trabajos manuales; o el profesor Hernando
Elejalde, docente del CEFA, quien la motivó a navegar
en el maravilloso mundo de la literatura cuando era una
adolescente.
El fin del bachillerato la encontró leyendo con gusto
insaciable y sin tener muy claro el futuro profesional. Fue
un hermano quien la animó a presentarse a la Escuela de
Bibliotecología, que estaba recién fundada y funcionaba en
el barrio Buenos Aires.
El día que fue a buscar información sobre esta novedosa
carrera terminó presentando la prueba de admisión junto a
muchos de sus futuros compañeros. Sus clases comenzaron
en enero de 1962.
Gloria recuerda que esta era la primera oferta de formación
en Bibliotecología en el país y en América Latina, un programa
académico que en ese momento estaba más orientado
al proceso técnico del documento que a la promoción del
libro y la lectura, algo que muchas veces la puso a dudar
del camino elegido. Entre sus compañeros estaban jóvenes
de diferentes países, especialmente centroamericanos; con
ellos se graduó a finales de 1964.
Recién egresada de la universidad se desempeñó como
bibliotecaria del Colegio San José. Luego hizo parte
del grupo de Estudios Generales en la Universidad de
Antioquia, bajo la dirección de Antonio Mesa Jaramillo, a
quien siempre tiene presente por su visión humanista. De
allí pasó a la Biblioteca Central recién creada; el final de
los años sesenta la encontró acompañada de un grupo de
estudiantes haciendo la clasificación y catalogación de los
libros que apenas comenzaban a llegar.
Gloria entiende su trabajo como algo cercano a la gente, sin
muchos formalismos y como un goce permanente. Así lo
vivió en la Universidad Nacional, donde dirigió las bibliotecas
de Arquitectura y Ciencias Humanas; en Revistas Técnicas,
la empresa que tuvo por años para distribuir publicaciones
periódicas especializadas; y en la Universidad de Antioquia,
donde trabajó como jefe de servicios al público de la
Biblioteca Central.
En el Laboratorio del Espíritu, la biblioteca rural que fundó en
la vereda Pantanillo con el apoyo de amigos y pobladores,
continúa con el propósito de cultivar en niños y jóvenes el
amor por la lectura, el arte y la naturaleza. Luego de años
de abandono, la escuela antigua es nuevamente sitio de
encuentro y creación para los habitantes de la zona rural.
Fotografía: Julián Roldán / Perfil: Carlos Mario Guisao
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