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El Ataque al Corazón
de la Iglesia
Capítulo 7:
La Revolución Científica
Producido por:
© Sanguis et Aqua
TRANSCRIPCIÓN ORIGINAL
DEL PROGRAMA EN AUDIO
Publicado el Lunes, día 11 de abril de 2016
CANAL: http://youtube.com/sanguisetaqua
BLOG: http://sanguisetaqua.wordpress.com
Programa en Audio:
https://www.youtube.com/watch?v=lVnjTYfsIiw&list=
PLzNPsrR6kyx7dltnMmZ3iRHprN8-RwB1Q
Duración:
2 horas 56 minutos 36 segundos
Producido por:
Sanguis et Aqua
Queda terminantemente prohibido todo intento de copia,
fragmentación o alteración del contenido de este documento,
sin autorización previa de los autores.
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EL ATAQUE AL CORAZÓN DE LA IGLESIA
CAPÍTULO 7: LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA
Escrito por: Sanguis et Aqua
“Vanos son ciertamente todos los hombres en quienes no se halla la ciencia de Dios,
que por los bienes visibles no llegaron a entender el Ser Supremo, ni considerando las
obras reconocieron al Artífice de ellas. (…) Si se maravillaron de la virtud e
influencia de estas criaturas, entender debían por ellas que Aquel que las creó las
sobrepuja en poder. Pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se puede a las
claras venir en conocimiento de su Creador. (…) Aunque tampoco a éstos se les
puede perdonar: porque si pudieron adquirir tanta ciencia como para penetrar las
cosas del mundo ¿cómo no llegaron a descubrir a su Señor?”
(Libro de la Sabiduría, capítulo 13, versículos del 1 al 8)
“La ira de Dios se revela desde el Cielo contra toda impiedad e injusticia de los
hombres que tienen aprisionada injustamente la verdad de Dios, puesto que ellos han
conocido claramente lo que se puede conocer de Dios: porque Dios se lo ha
manifestado. En efecto, las perfecciones invisibles de Dios, aun su eterno poder y su
divinidad, se han hecho visibles después de la creación del mundo, por el
conocimiento que de ellas nos dan sus criaturas, de forma que tales hombres son
inexcusables. Porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le
dieron gracias, sino que se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón
quedó lleno de tinieblas, y mientras que se jactaban de sabios, pararon en ser unos
necios, hasta llegar a transferir a un simulacro en imagen de hombre corruptible y a
figuras de aves, y de bestias cuadrúpedas y de serpientes el honor debido solamente a
Dios incorruptible. Por lo cual, Dios los abandonó a los deseos de su corazón, a los
vicios de la impureza, en tanto grado que deshonraron ellos mismos sus propios
cuerpos, ellos que habían colocado la mentira en lugar de la verdad de Dios, dando
culto a las criaturas en lugar de adorar al Creador el cual es digno de ser bendito por
todos los siglos. Amen. Por esto los entrego Dios a pasiones infames. (…) Pues como
no quisieron reconocer a Dios, Dios los entregó a un réprobo sentido, de suerte que
han hecho acciones indignas del hombre, quedando atestados de toda suerte de
iniquidad, de malicia, de fornicación, de avaricia, de perversidad, llenos de envidia,
homicidas, pendencieros, fraudulentos, malignos, chismosos, infamadores, enemigos
de Dios, ultrajadores, soberbios, altaneros, inventores de vicios, desobedientes a sus
padres, irracionales, desgarrados, desamorados, desleales, despiadados. Los cuales, a
pesar de haber conocido el decreto de Dios, no echaron en ver que los que hacen tales
cosas son dignos de muerte, y no solo los que las hacen sino también los que
aprueban a los que las hacen.”
(Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos, capítulo 18 versículos del 18 al 32)
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Que la paz de Cristo esté con todos ustedes,
Somos Sanguis et Aqua, dos fieles católicos.
En este séptimo capítulo de la serie “El Ataque al Corazón de la Iglesia” nos
adentraremos un paso más en el gran engaño luciferino, para sumergirnos en una de sus
etapas menos conocidas, etapa que se desarrollará de forma paralela a la revolución
política y económica que impuso el Nuevo Orden Luciferino en el siglo XIX por medio
del liberalismo y el capitalismo, y que servirá de base para los terribles acontecimientos
que estaban a las puertas para aquel entonces. Hablamos de la revolución científica,
revolución, que como explicaremos, no tuvo absolutamente nada que ver con los nuevos
descubrimientos científicos.
Fue concebida por los enemigos de la fe con el único objetivo de privar a las gentes del
conocimiento de la verdad que podría salvarles de sus garras, mediante la creación e
imposición mundial de una nueva ciencia, o mejor dicho, de una ciencia sesgada, de una
falsa ciencia asentada en el error racionalista, que les hiciese aceptar como irrefutables
los fundamentos de la doctrina luciferina que serían impuestos a la sociedad de manera
velada, para preparar el camino a las nuevas revoluciones que se estaban gestando y, por
supuesto, a la venida del Anticristo.
Así lo habían decretado los falsos judíos en sus “Protocolos de los Sabios de Sion”:
“Los GOYIM [esto es, los no judíos] han perdido la costumbre de pensar por sí
mismos algo que sea distinto de lo que nuestros consejeros científicos les inspiran.
(…) Dejémoslos [pues] creer en la importancia que nosotros mismos les hemos
inspirado de las leyes científicas y sus teorías. Precisamente con ese designio hemos
fomentado constantemente, por medio de nuestra prensa, su confianza ciega en
esas leyes. (…) En el actual estado de la ciencia, tal como nosotros la hemos hecho,
el pueblo, creyendo ciegamente la palabra impresa, se alimenta de los errores, que
en su ignorancia, se le van insinuando por los iniciados en nuestros secretos. (…)
Nuestros sabios, educados para gobernar a los GOYIM, compondrán discursos,
memorias, proyectos que nos darán el necesario influjo sobre las inteligencias y nos
permitirán encauzar sus actividades hacia las ideas y conocimientos que queramos
imponerles. (…) La clase pensante de los GOYIM se ufanará orgullosa de sus
conocimientos, y sin examinarlos a la luz de la lógica pondrá en acción todas las
enseñanzas de la ciencia acumuladas por nuestros agentes para guiar sus
inteligencias en el sentido que a nosotros nos conviene. (…) Fijaos solamente en el
éxito que hemos obtenido creando el DARWINISMO, MARXISMO,
NIETZCHERISMO… [y] la importancia desintegradora que estas directrices han
tenido en las mentes de los GOYIM. (…) Una vez que los pueblos estudien y
aprendan esta ciencia, obedecerán gustosos.”
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Ésta, queridos hermanos, es la falsa ciencia que nos ha sido impuesta en todos los
niveles. Ésta, la falsa ciencia que ha adoctrinado a la humanidad en el error,
conduciéndola directa a su perdición en nombre de una razón que no emplea.
A lo largo de este capítulo nos sumergiremos en esta materia para denunciar el
verdadero propósito de esta falsa ciencia, los perniciosos frutos que trajo consigo en
cada una de las áreas de conocimiento, sus modos de engaño y lo más importante de
todo, les mostraremos la verdad científica que nos han ocultado todo este tiempo, para
que ustedes puedan prevenirse de los ataques que a día de hoy se siguen haciendo a la
verdad en nombre de la razón y puedan salvar sus almas del gran engaño de los
enemigos de la fe, que tratan de mantenernos sometidos por medio de sus mentiras,
porque saben perfectamente que quien tiene el conocimiento, tiene el poder.
Pero comencemos por el principio.
¿A qué llamamos revolución científica? ¿Y por qué fue ésta tan perniciosa para las
almas?
Llamamos revolución científica a la inversión de objetivos y prioridades que sufrió la
ciencia tradicional hasta su total transformación, según los criterios racionalistas, en una
nueva ciencia, una falsa ciencia que permitirá a los enemigos de la fe no ya solo unir a
la humanidad tras la bandera del racionalismo y lanzarla a la guerra directa contra Dios
y su Santa Iglesia, sino introducirla en las ciencias ocultas y hacer que abrace la doctrina
luciferina sin que nadie pueda percatarse si quiera.
Como saben, el primer y principal objetivo de la ciencia tradicional, esto es, del
conjunto de todas las ramas del saber humano, siempre ha sido la búsqueda de la verdad
sobre el mundo que nos rodea y sobre la propia existencia humana. Por ello, en el
pasado y hasta la ilustración, jamás se había considerado a la ciencia como un enemigo
de la fe y de la verdadera religión, la religión católica, sino como su principal aliado y
complemento, ya que así como ésta permitía a las almas el conocimiento pleno de Dios,
la ciencia tradicional les posibilitaba el descubrir la grandeza del Creador por medio del
conocimiento de las criaturas y del universo por Él creado.
Pero la revolución científica llevada a cabo en pos de los ideales del naturalismo y
racionalismo desde la ilustración iba a provocar que este laudable fin fuese abandonado
y que se comenzase a trabajar no ya por descubrir la verdad, sino por encontrar el modo
de apartar a Dios de la ciencia y emplear ésta como un arma para arrebatar la fe a las
naciones y las almas, y adoctrinarlas en los principios ocultistas.
Sus directrices eran claras.
Como explica D. P. Benoit en su obra “La ciudad anticristiana en el siglo XIX”, para
estos enemigos de la fe:
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“La ciencia [debe ser la expresión de la diosa razón que] todo lo juzga y nadie la
juzga a ella. (…) Pero no le basta a la ciencia natural el declararse independiente
[de la autoridad divina y eclesiástica], también debe declarar la guerra al orden
sobrenatural. [Por tanto,] la ciencia secularizada no es tan solo la ciencia
indiferente, es la ciencia enemiga; no es tan solo la ciencia que no conoce a Dios y a
su Cristo, es la ciencia que blasfema de ellos. La fe a los ojos del racionalista es una
preocupación, el orden sobrenatural una quimera y toca a la ciencia librar a todos
los hombres de la ignorancia y combatir la mentira. Para ella Jesucristo no es Dios,
la Iglesia no tiene origen, ni fin, ni poderes divinos, [y] corresponde a la ciencia
desengañar a los hombres.”
Por ello, en 1866, cuando se habían ya alcanzado las primeras victorias enemigas en
esta materia, los masones de Lieja exhortaban a sus camaradas de Londres con estas
palabras, como aparece recogido en la obra de Armando Neut sobre la franc-masoneria:
“Libertemos a la humanidad por la ciencia; sustituyamos las esperanzas del cielo
por las satisfacciones de la conciencia, y arranquemos del espíritu la vana
preocupación de la vida futura.”
Su plan de corrupción estaba en marcha. Pero se les presentaba un gran inconveniente
para sus perniciosas maquinaciones: el Concilio Vaticano I, que amenazaba con llevar
al traste todas sus iniciativas, pues había sido convocado por su Santidad Pio IX con el
único objetivo de enfrentar al terrible mal del racionalismo y naturalismo, así como
había hecho el Concilio de Trento trescientos años antes con respecto a la amenaza
protestante.
Pero los enemigos de la fe supieron adelantarse y de forma paralela a la celebración del
Concilio, que se inauguraría el 8 de diciembre de 1869, fue convocado un conciliábulo
enemigo, el denominado “Anti-Concilio de Nápoles”, que reunía a setecientos de los
principales representantes de la masonería mundial bajo la presidencia del masón,
escritor y político Ricciardi, con el objetivo de reafirmarse en el naturalismo o
racionalismo, base de su infernal doctrina y determinar las medidas que se debían tomar
para acabar con la Santa Iglesia Católica y especialmente con el Santo Padre a quien
consideraban el peor enemigo de la humanidad.
Y por desgracia, los perniciosos frutos de este infernal conciliábulo no tardaron en
aparecer.
En primer lugar, lograron sabotear el mismísimo Concilio Vaticano I e interrumpir sus
trabajos el 20 de octubre de 1870, cuando apenas se habían tratado las primeras
cuestiones, por medio de la sacrílega invasión de Roma de las tropas de Victor Manuel
II, en el contexto de la guerra franco-prusiana, que se libró entre dos de las principales
potencias masónicas del momento. Esta invasión sería aprovechada, además, para
despojar para siempre al Santo Padre de sus legítimos Estados Pontificios y todas sus
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propiedades, que ya no volverían a pertenecerle, obligándolo a permanecer de ahí en
adelante como un prisionero en su propia casa.
Y en segundo lugar, los enemigos de la fe, por medio del Anti-concilio de Nápoles,
dieron el impulso definitivo a la secularización de la ciencia, prestando su apoyo a las
iniciativas anticlericales y anti-eclesiásticas de los lobbies científicos que comenzaban a
formarse, tales como el X-Club inglés del que hablaremos más tarde, que jugará un
papel fundamental en la revolución científica; y apoyando económicamente a los
científicos que trabajasen en pos de su causa haciendo todo lo posible por impedir la
investigación libre.
Pero pese a todas sus maquinaciones, no pudieron impedir que la Santa Iglesia Católica
diese la voz de alarma.
Ciertamente, en la Constitución Dogmática “Filius Dei”, fruto de las primeras sesiones
del Concilio, la Santa Iglesia Católica pudo denunciar sus perniciosos planes y los
peligros que traían consigo el racionalismo y la falsa ciencia que estaban creando. No
poseía este documento la fuerza y profundidad que alcanzó el Concilio de Trento, pues
no pretendía ser más que el documento inicial de un largo Concilio, pero es
suficientemente claro para comprender la verdad que nos han negado y para tomar las
precauciones debidas ante los múltiples ataques que aun a día de hoy, en nombre de la
ciencia se llevan a cabo contra la Santa Iglesia y la verdad salvífica que Ella custodia.
Por ello, ya que son muchas, demasiadas las almas que han sucumbido bajo el peso de
estos engaños, les recomendamos que estudien este valiosísimo documento que tienen
disponible en nuestro Blog para su descarga. Aunque para facilitarles la labor, vamos a
sacar las principales conclusiones del mismo y a explicárselas apoyados en el magisterio
y en el tesoro doctrinal de la Santa Iglesia Católica, para que puedan hacer frente a los
principales ataques enemigos cuando éstos se les presenten.
Como saben, los enemigos de la fe siempre han considerado a Nuestro Señor y a su
Santa Iglesia Católica como los principales enemigos de la ciencia, el progreso y la
razón, y repiten como loros que las verdades de fe son un engaño de la Iglesia para
mantener a las naciones sumisas por medio de la ignorancia. Esta es una acusación harto
injusta, pero si le sumamos los dogmas de una falsa ciencia aparentemente infalible que
contradicen las verdades de fe más básicas y la constante manipulación por la que los
enemigos de la fe tratan de hacernos creer que la fe y la razón son incompatibles, hay
que reconocer que estos desgraciados han creado el cebo perfecto para seducir a las
almas incautas.
Este dulce cebo infernal comienza despertando la soberbia en lo más profundo del
corazón humano apelando a lo que le es más preciado, su inteligencia, poniéndola en
duda y mostrándole el único camino en el que puede ser inteligente, que es
precisamente, rechazando a Dios y a su Santa Iglesia. Y como nadie, por necio que sea,
se considera a sí mismo tonto, todos, uno tras otro, queriendo demostrar su inteligencia,
renegarán voluntariamente de la única verdad que podía salvarles y morderán el anzuelo
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luciferino preparado para arrastrarles a las profundidades satánicas de las que no hay
retorno posible sin intervención divina, como hemos explicado en el capítulo anterior.
Lo más triste de todo esto, es que ninguna de esas personas “inteligentes” se ha parado a
pensar lo más mínimo y a investigar la verdad de los hechos, pues si lo hubieran hecho,
se habrían dado cuenta del terrible engaño en el que han caído, porque, como
demostraremos a continuación todos los argumentos de los enemigos de la fe, así como
su falsa ciencia, no son más que una quimera, una cortina de humo que esconde su
verdadero propósito.
Pero vayamos paso a paso analizando esta cuestión.
Los enemigos de la fe, y todos sus adoctrinados, siempre comienzan sus ataques
afirmando falsamente que las verdades de fe, esto es, los dogmas y enseñanzas de la
Santa Iglesia Católica son una mentira para mantener a las almas en la ignorancia.
Veamos, pues, qué son las verdades de fe, cuál es su verdadero origen y cual es el
verdadero sentido de este ataque suyo tan gratuito que todos repiten a coro.
Como explica el Concilio Vaticano I en su constitución dogmática “Filius Dei”:
“La Iglesia católica ha sostenido y sostiene que hay un doble orden de
conocimiento, distinto no sólo por su principio, sino también por su objeto: (…) la
razón natural y (…) la fe divina.”
Así pues, como explica el Concilio Vaticano I, la razón humana fue creada por Dios
para llegar al conocimiento de lo natural, es decir, al conocimiento del mundo que nos
rodea. Sin embargo, dado que las verdades sobrenaturales que Nuestro Señor nos quería
revelar eran muy superiores a aquellas verdades que puede llegar a abarcar por sí misma
la razón humana, el Señor nos concedió una nueva vía de conocimiento complementaria
al conocimiento natural de la razón, el don de la fe, para que pudiésemos llegar a
abrazar aquellas verdades superiores a nuestra naturaleza, que se conocen como
verdades de fe.
Por tanto, las verdades de fe no han sido un invento diseñado para apartar a los hombres
de la verdad, sino el don divino que nos permite alcanzar un conocimiento superior al
que humanamente tenemos, el conocimiento Supremo de Dios y de la verdad de la
existencia, conocimiento que nos quieren negar los enemigos de la fe por medio de sus
argumentos de la sola razón y que dista mucho de ese supuesto y falso “conocimiento
superior” que éstos dicen proporcionar a sus iniciados.
Pero dejemos que el Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino en su “Suma contra los
gentiles” nos explique la existencia de esta doble vía de conocimiento, que permite
llegar a abrazar los dos tipos de verdades existentes: las naturales, y las sobrenaturales.
“Hay una doble verdad: Hay ciertas verdades de Dios que sobrepasan la capacidad
de la razón humana, como es, por ejemplo, que Dios es uno y trino. Otras hay que
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pueden ser alcanzadas por la razón natural, como la existencia y la unidad de Dios;
las que incluso demostraron los filósofos guiados por la luz natural de la razón. [Y]
es evidentísima la existencia de [estas] verdades divinas que sobrepasan
absolutamente la capacidad de la razón humana.
Como el principio del conocimiento de una cosa determinada es la captación de su
substancia, (…) si, pues, el entendimiento humano se apodera de la substancia de
una cosa, de la piedra, por ejemplo, o del triángulo, nada habrá inteligible en ella
que exceda la capacidad de la razón humana. Mas esto no se realiza con Dios.
Porque el entendimiento humano no puede llegar naturalmente hasta su
substancia, ya que el conocimiento en esta vida tiene su origen en los sentidos y,
por lo tanto, lo que no cae bajo la actuación del sentido tiene imposibilidad de ser
aprehendido por el entendimiento humano, sino en tanto es deducido de lo
sensible. Mas los seres sensibles no contienen virtud suficiente para conducirnos a
ver en ellos lo que la substancia divina es, pues son efectos inadecuados a la virtud
de la causa, aunque llevan sin esfuerzo al conocimiento de que Dios existe y de
otras verdades semejantes pertenecientes al primer principio.
Hay, en consecuencia, verdades divinas accesibles a la razón humana, y otras que
sobrepasan en absoluto su capacidad.
[Piensen] en las deficiencias que experimentamos a diario al conocer las cosas.
Ignoramos muchas propiedades de las cosas sensibles, y las más de las veces no
podemos hallar perfectamente las razones de las que aprehendemos con el sentido.
Mucho más difícil será, pues, a la razón humana descubrir toda la inteligibilidad
de la substancia perfectísima de Dios. (…) Por consiguiente, no se ha de rechazar
sin más, como falso, todo lo que se afirma de Dios, aunque la razón humana no
pueda descubrirlo, como hicieron los maniqueos y mucho infieles.”
Y como hacen los enemigos de la fe actualmente por medio de su naturalismo o
racionalismo, quienes negando la posibilidad de alcanzar el conocimiento supremo a las
gentes, -conocimiento que Nuestro Señor, por medio de su Santa Iglesia Católica ofrece
a todos sin distinción- ofrecen a éstas, un veneno disfrazado de conocimiento que, como
hemos explicado en el capítulo anterior, los lleva directos a la adoración luciferina.
A vista de esto, sobra decir quiénes son los que realmente han sometido a la humanidad
por medio de la ignorancia.
Pero los enemigos de la fe no solo impiden el conocimiento de la verdad suprema a las
naciones, sino que atacan con todas sus fuerzas a quienes lo proporcionan acusándolos
hipócritamente de analfabetos fanatizados, ignorantes irracionales, seguidores de
fabulas y cuentos de viejas, cuando de hecho les aventajan sobremanera en
conocimiento y virtud.
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Por ello hay que dejar claro, que como explica Santo Tomás de Aquino en su obra
“Contra los gentiles”:
“Los que asienten por la fe estas verdades [supremas] que la razón humana no
experimenta, no creen a la ligera, como siguiendo ingeniosas fábulas.
Como se dice en la II Carta de San Pedro: «La divina Sabiduría, que todo lo
conoce perfectamente, se dignó revelar a los hombres sus propios secretos y
manifestó su presencia y la verdad de doctrina y de inspiración con señales claras,
dejando ver sensiblemente, con el fin de confirmar dichas verdades, obras que
excediesen el poder de toda la naturaleza.»
Tales son: la curación milagrosa de enfermedades, la resurrección de los muertos,
la maravillosa mutación de los cuerpos celestes y, lo que es más admirable, la
inspiración de los entendimientos humanos, de tal manera que los ignorantes y
simples, llenos del Espíritu Santo, consiguieron en un instante la máxima sabiduría
y elocuencia.
En vista de esto, por la eficacia de esta prueba, una innumerable multitud, no sólo
de gente sencilla, sino también de hombres sapientísimos, corrió a la fe católica, no
por la violencia de las armas ni por la promesa de deleites, sino en medio de
grandes tormentos, en donde se da a conocer lo que está sobre todo entendimiento
humano, y se coartan los deseos de la carne, y se estima todo lo que el mundo
desprecia. Es el mayor de los milagros y obra manifiesta de la inspiración divina el
que el alma humana asienta a estas verdades, deseando únicamente los bienes
espirituales y despreciando lo sensible. Y que esto no se hizo de improviso ni
casualmente, sino por disposición divina, lo manifiestan muchos oráculos de los
profetas, cuyos libros tenemos en gran veneración como portadores del testimonio
de nuestra fe, el que Dios predijo que así se realizaría.
A esta manera de confirmación se refiere la Epístola a los Hebreos: «Habiendo
comenzado a ser promulgada por el Señor, o sea, la doctrina de salvación, fue
entre nosotros confirmada por los que la oyeron, atestiguándolo Dios con señales y
prodigios y diversos dones del Espíritu Santo».
Esta conversión tan admirable del mundo a la fe cristiana es indicio certísimo de
los prodigios pretéritos, que no es necesario repetir de nuevo, pues son evidentes en
su mismo efecto. Sería el más admirable de los milagros que el mundo fuera
inducido por los hombres sencillos y vulgares a creer verdades tan arduas, obrar
cosas tan difíciles y esperar cosas tan altas sin señal alguna. En verdad, Dios no
cesa aun en nuestros días de realizar milagros por medio de sus santos en
confirmación de la fe.
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Siguieron, en cambio, un camino contrario los fundadores de falsas sectas. Así
sucede con Mahoma, que sedujo a los pueblos prometiéndoles los deleites carnales,
a cuyo deseo los incita la misma concupiscencia. En conformidad con las promesas,
les dio sus preceptos, que los hombres carnales son prontos a obedecer, soltando
las riendas al deleite de la carne. No presentó más testimonios de verdad que los
que fácilmente y por cualquiera medianamente sabio pueden ser conocidos con
sólo la capacidad natural. Introdujo entre lo verdadero muchas fábulas y
falsísimas doctrinas. No adujo prodigios sobrenaturales, único testimonio
adecuado de inspiración divina, ya que las obras sensibles, que no pueden ser más
que divinas, manifiestan que el maestro de la verdad está interiormente inspirado.
En cambio, afirmó que era enviado por las armas, señales que no faltan a los
ladrones y tiranos. Más aún, ya desde el principio, no le creyeron los hombres
sabios, conocedores de las cosas divinas y humanas, sino gente incivilizada,
habitantes del desierto, ignorantes totalmente de lo divino, con cuyas huestes
obligó a otros, por la violencia de las armas, a admitir su ley. Ningún oráculo
divino de los profetas que le precedieron da testimonio de él; antes bien, desfigura
totalmente los documentos del Antiguo y Nuevo Testamento, haciéndolos un relato
fabuloso, como se ve en sus escritos. Por esto prohibió astutamente a sus secuaces
la lectura de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, para que no fueran
convencidos por ellos de su falsedad. Y así, dando fe a sus palabras, creen con
facilidad.”
Y lo mismo sucede con los enemigos de la fe, quienes prometiendo falsamente a las
almas la salvación por medio de las sectas protestantes y acatólicas que prohíben leer la
verdadera Biblia, la Biblia Católica, únicamente proporcionan a sus fieles
falsificaciones que les justifican y ritos con los que silenciar sus conciencias llenas de
pecados mientras los conducen directos al infierno; quienes prometiendo a las almas
alcanzar todo su potencial humano, por medio de las doctrinas de los sofistas o falsos
filósofos ilustrados no hacen más que tergiversar la verdad para que el pueblo se aleje
de las verdaderas fuentes de conocimiento; quienes prometiendo a las almas alcanzar el
conocimiento prohibido por medio de los ocultistas las arrastran a las profundidades
luciferinas de las cuales no hay retorno; y quienes prometiendo proporcionar a las
naciones la verdad infalible por medio de tantos y tantos falsos científicos, no han hecho
otra cosa que rechazar dicha verdad y adoctrinar al mundo en lo que saben que es
mentira.
Y podríamos seguir así hasta el infinito, pero ya solo con esto queda perfectamente clara
y desmentida la primera parte del engaño.
Pasemos pues a la segunda. La segunda parte de su engaño es aquella que afirma que
existe una superioridad de la razón con respecto a la fe, que la razón tiene autoridad
suficiente para juzgarlo todo, Dios incluido, y que si no se abducen pruebas empíricas
de la existencia de Dios, es que éste no existe.
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Pero este postulado, no es solamente falso, sino que como el anterior, es la inversión
total y absoluta de la verdad. En palabras de Santo Tomás de Aquino en su obra “Sobre
la ley:”
“La fe está sobre la razón humana, y por eso no podemos llegar a ello sino por la
gracia.”
Así lo ha revelado Nuestro Señor y así lo afirmó siempre la Santa Iglesia Católica: la fe
es superior a la razón porque permite el conocimiento de las verdades supremas,
imprescindibles para la salvación, que la razón jamás podrá abarcar por su limitación
natural.
Por tanto, no tiene sentido alguno afirmar que la razón tiene autoridad suficiente para
juzgar verdades superiores a su capacidad, y mucho menos, afirmar que dado que Dios
no se puede meter en una probeta y demostrar en el laboratorio su existencia empírica,
se puede concluir racionalmente que Él no existe. Esto es una barbaridad, una
afirmación totalmente irracional a la par que ridícula, que sería peor incluso a que se
concluyese que ya que un recién nacido que ni sobrevivir puede por sí mismo, no sabe
ni puede construir ni manejar una central nuclear para proveer energía a toda la región,
éstas no son humanamente realizables, porque hay más diferencia hay entre la razón
humana y Dios, que entre la inteligencia de un recién nacido y la de un hombre adulto.
Pero estos pseudo-intelectuales con su “brillante” inteligencia no son capaces de
entender que han sido engañados en algo tan simple.
Pero, ¿qué ganan los enemigos de la fe con esta inversión de prioridades? ¿Por qué
tratan por todos los medios de que las gentes pongan la razón sobre la fe y traten de
juzgar con su razón aquello que se escapa de ella?
Pues precisamente porque este es el medio más seguro e indetectable para impedir a las
almas llegar a Dios y lograr su salvación, ya que al hacerles rechazar la fe, les han
cerrado para siempre la puerta del único camino que conduce a la verdad salvífica,
dejándolas a ciegas con la luz de la sola razón y a merced de todas sus artimañas, con
todo lo que esto implica.
Por ello, explicaba ya Santo Tomás de Aquino en su “Suma contra los gentiles”, que:
“Si se abandonase a esfuerzo de la sola razón el descubrimiento de la verdad, se
seguirían tres inconvenientes:
El primero, que muy pocos hombres conocerían a Dios. Hay muchos
imposibilitados para hallar la verdad, (…) pues no se puede llegar al conocimiento
de dicha verdad sino a fuerza de intensa labor investigadora, y ciertamente son
muy pocos los que quieren sufrir este trabajo por amor de la ciencia, a pesar de
que Dios ha insertado en el alma de los hombres el deseo de esta verdad.
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El segundo inconveniente es que los que llegan a apoderarse de dicha verdad lo
hacen con dificultad y después de mucho tiempo, ya que, por su misma
profundidad, el entendimiento humano no es idóneo para apoderarse
racionalmente de ella. (…) La humanidad, por consiguiente, permanecería
inmersa en medio de grandes tinieblas de ignorancia, si para llegar a Dios sólo
tuviera expedita la vía racional. (…)
El tercer inconveniente es que, por la misma debilidad de nuestro entendimiento
para discernir y por la confusión de fantasmas, la mayoría de las veces el error se
mezcla en la investigación racional, y, por tanto, para muchos serían dudosas
[aquellas] verdades que realmente están demostradas. (…) Por esto fue necesario
presentar a los hombres, por vía de fe, una certeza fija y una verdad pura de las
cosas divinas. La divina clemencia proveyó, pues (…) [el medio] para que todos
puedan participar fácilmente del conocimiento de lo divino sin ninguna duda o
error.”
Como ven, el enemigo obra a la inversa que Nuestro Señor. El Altísimo decretó que
todos, hasta los más humildes podían conocer los más altos misterios del Reino de los
Cielos por medio de la fe, encargando a la Santa Iglesia Católica la custodia y difusión
de dichos misterios. Los enemigos de la fe, en cambio, a ejemplo de su señor infernal,
tratan de impedir que la humanidad alcance la verdad, limitando hasta el conocimiento
pleno de su infernal doctrina a un pequeño número de elegidos, a la élite que gobierna el
mundo y constituirá el séquito de honor del Anticristo cuando aparezca. Así, son
muchos los afiliados a las filas masónicas, muchos los que trabajan aun sin darse cuenta
en pos de su causa, pero poquísimos los que realmente conocen las profundidades de
sus secretos. Sin olvidarnos, por supuesto, que, como hemos explicado en el capítulo
anterior, esta inversión de prioridades que sitúa a la razón por encima de la fe no es ya
solo la repetición del pecado luciferino de la soberbia, sino la primera etapa de la
apostasía y del proceso de degeneración del alma del que no se puede salir si no es por
un milagro de la gracia divina.
De esta forma, aparentando traer la luz de la sola razón a las naciones, el Maligno
envuelve a las almas en las más oscuras tinieblas, y no parará hasta corromperlas
totalmente, cumpliéndose así en ellas las palabras de Nuestro Señor en el Evangelio
según san Mateo capítulo 6 versículo 24, que dice:
“Si lo que debe ser luz en ti es oscuridad, ¡cuán grande será la tiniebla!”
Esta es la razón por la que los siervos del Maligno no han cesado de tentar a las almas
para que consientan en guiarse únicamente por la luz de la sola razón, y seducidos por
sus engaños, como explica Santo Tomás de Aquino en su obra “Contra los gentiles”:
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“Hay muchos que, engreídos con la agudeza de su ingenio, creen que pueden
abarcar toda la naturaleza de un ser, y piensan que es verdadero todo lo que ellos
ven y falso lo que no ven.
Para librar, pues, al alma humana de esta presunción y hacerla venir a una
humilde investigación de la verdad, fue necesario que se propusieran al hombre,
por ministerio divino, ciertas verdades que excedieran plenamente la capacidad de
su entendimiento.
(…) [Así pues] únicamente poseeremos un conocimiento verdadero de Dios cuando
creamos que está sobre todo lo que podemos pensar de Él, ya que la substancia
divina trasciende el conocimiento natural del hombre. Porque el hecho de que se
proponga como de fe alguna verdad divina trascendente, le afirma en el
convencimiento de que Dios está por encima de lo que puede pensar.”
De esta forma Nuestro Señor establecía la humildad como principio de su verdadero
conocimiento, como explica en el Evangelio según San Mateo capítulo 11 versículos del
25 al 27:
“Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas
cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los humildes. Sí, Padre, pues tal
ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce
bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a
quien el Hijo se lo quiera revelar.”
¡Oh mortales, inclinaos ante la Sabiduría Divina! Dios en su justicia ha determinado que
únicamente los humildes reciban el don de la fe que les permita alcanzar los
conocimientos necesarios para lograr su salvación, mientras que los soberbios, perecen
en su pecado al obstinarse en querer abarcarlo todo por las solas fuerzas de su razón,
cuya luz no es más que tinieblas.
No se dejen engañar por ellos, queridos hermanos. Si desean salvar sus almas es
imprescindible que se prevengan de la infernal soberbia de pensar que la razón propia
puede juzgar las verdades de fe reveladas por Nuestro Señor, ya que su sola presencia
en sus corazones les llevará directos al abismo.
Veamos pues, el tercer y último de los principales argumentos de los enemigos de la fe
para atacar a la Santa Iglesia Católica, ese que dice que existe una contradicción clara
entre la razón y la fe y por tanto, esta última debe ser rechazada en pos de la primera.
Demostremos pues, como entre el conocimiento natural dado por la razón y el
conocimiento sobrenatural dado por la fe, no solo no existe contradicción alguna, sino
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que ambos tienden al mismo fin, que es precisamente llegar al conocimiento de Dios,
conocimiento necesario para salvar nuestras almas.
Pero dejemos que lo explique Santo Tomás de Aquino en su obra “Contra los gentiles”
“El conocimiento natural (…) ha sido infundido por Dios en nosotros, ya que Él es
autor de nuestra naturaleza. (…) En consecuencia, las verdades que poseemos por
revelación divina no pueden ser contrarias al conocimiento natural. Nuestro
entendimiento no puede alcanzar el conocimiento de la verdad cuando está sujeto
por razones contrarias. Si Dios infundiera los conocimientos contrarios, nuestro
entendimiento se encontraría impedido para la captación de la verdad. Esto no es
posible en Dios. Permaneciendo intacta la naturaleza, no puede ser cambiado lo
natural; y es imposible que haya a la vez en un mismo sujeto opiniones contrarias
de una misma cosa. Dios no infunde, por tanto, en el hombre una certeza o fe
contraria al conocimiento natural.”
Por tanto, como concluye este gran santo en su “Comentario a las Sentencias de Pedro
Lombardo”:
"La fe no está contra la razón, sino sobre la razón.”
Pero ante esto, alguno podría pensar:
¿Por qué aparentemente existe una contradicción entre las verdades de fe y las
verdades de la razón, tal y como los enemigos de la fe afirman?
Pues por una de dos: o bien porque la razón está equivocada en sus argumentos por
negligencia, o bien, porque ésta se encuentra manipulada para aceptar la mentira como
si fuese verdad, como sucede en el caso de la falsa ciencia.
Esto lo explica en detalle el Concilio Vaticano I en su constitución dogmatica “Filius
Dei”, donde se desenmascara este intento de los enemigos de la fe de seducir a las
naciones por medio de esta falsa ciencia fundamentada en la doctrina infernal.
“Aunque la fe se encuentra por encima de la razón, no puede haber nunca
verdadera contradicción entre una y otra: ya que es el mismo Dios que revela los
misterios e infunde la fe, quien ha dotado a la mente humana con la luz de la
razón. Dios no puede negarse a sí mismo, ni puede la verdad contradecir la verdad.
La aparición de esta especie de vana contradicción se debe principalmente al hecho
o de que los dogmas de la fe no son comprendidos ni explicados según la mente de
la Iglesia, o de que las fantasías de las opiniones son tenidas por axiomas de la
razón. De esta manera, «definimos que toda afirmación contraria a la verdad de la
fe iluminada es totalmente falsa».
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Además la Iglesia que, junto con el oficio apostólico de enseñar, ha recibido el
mandato de custodiar el depósito de la fe, tiene por encargo divino el derecho y el
deber de proscribir toda falsa ciencia, a fin de que nadie sea engañado por la
filosofía y la vana mentira. Por esto todos los fieles cristianos están prohibidos de
defender como legítimas conclusiones de la ciencia aquellas opiniones que se sabe
son contrarias a la doctrina de la fe, particularmente si han sido condenadas por la
Iglesia; y, más aun, están del todo obligados a sostenerlas como errores que
ostentan una falaz apariencia de verdad.
La fe y la razón no sólo no pueden nunca disentir entre sí, sino que además se
prestan mutua ayuda, ya que, mientras por un lado la recta razón demuestra los
fundamentos de la fe e, iluminada por su luz, desarrolla la ciencia de las realidades
divinas; por otro lado la fe libera a la razón de errores y la protege y provee con
conocimientos de diverso tipo. Por esto, tan lejos está la Iglesia de oponerse al
desarrollo de las artes y disciplinas humanas, que por el contrario las asiste y
promueve de muchas maneras. Pues no ignora ni desprecia las ventajas para la
vida humana que de ellas se derivan, sino más bien reconoce que esas realidades
vienen de «Dios, el Señor de las ciencias», de modo que, si son utilizadas
apropiadamente, conducen a Dios con la ayuda de su gracia. La Iglesia no impide
que estas disciplinas, cada una en su propio ámbito, aplique sus propios principios
y métodos; pero, reconociendo esta justa libertad, vigila cuidadosamente que no
caigan en el error oponiéndose a las enseñanzas divinas, o, yendo más allá de sus
propios límites, ocupen lo perteneciente a la fe y lo perturben.”
Con esto queda demostrado que jamás ha habido una contradicción entre razón y fe, ya
que ambas fueron creadas por Dios para ayudarnos a llegar a Él, y jamás Nuestro Señor
o la Santa Iglesia Católica han querido mantener a las almas en la ignorancia, pues lo
único que han pretendido en todo momento es darnos a conocer la verdad que puede
salvarnos.
Sin embargo, los enemigos de la fe iban a tergiversar la verdad de tal forma, que
aprovecharían esta condena eclesial a su favor, vendiéndola a las masas como una
condena al conocimiento científico, cuando en realidad se trataba de una condena a sus
manipulaciones, arrastrándolas así a abrazar su falsa ciencia fundamentada sobre el
racionalismo.
Pero, ¿en qué consiste exactamente esta falsa ciencia? O mejor dicho, ¿en qué han
quedado las distintas ramas del conocimiento tras esa inversión de objetivos provocada
por la revolución científica?
Nos lo explica D. P. Benoit, en su obra “La ciudad anticristiana en el siglo XIX”:
“[Si] hay una ciencia más desnaturalizada por los racionalistas [es] la historia.
Habían ya tenido [éstos] ilustres modelos en los protestantes de los siglos XVI y
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XVII: Se han encargado de su obra y la han proseguido con un odio digno de sus
antecesores.
Probad de calcular el número de obras históricas publicadas por los racionalistas:
no podéis. Tratad de contar el número de falsas apreciaciones sobre personas e
instituciones, de las narraciones mentirosas o interpretaciones malignas, en una
palabra, de las calumnias dirigidas contra la Iglesia o contra personajes
eclesiásticos: más fácil os seria saber cuántos granos de arena hay en las orillas de
los mares o estrellas en el Cielo. (...) Cuanto en el pasado lleva el sello de la Iglesia,
es escarnecido, infamado y desfigurado, basta que un personaje o una sociedad
lleven la librea de Jesucristo para ser calumniados. Al contrario, se ensalza cuanto
es hostil a la Iglesia o ajeno a su influencia. Los pontífices romanos son unos
ambiciosos, déspotas severos, a menudo unos disolutos, los obispos son intrigantes
y codiciosos, los monjes idiotas y fanáticos, y los concilios focos de ignorancia y de
barbarie. Los grandes hombres de la Iglesia y hasta los grandes santos vienen a ser
unos hábiles, intolerantes crueles y a veces unos monstruos. Las instituciones
eclesiásticas son instrumento de degradación y corrupción y las leyes canónicas un
código de inmoralidad y ferocidad. La Edad Media es una época de esclavitud e
ignorancia porque entonces los pueblos hacían profesión de reconocer el reinado
de Jesucristo. (…) Ora la Iglesia es una institución inmóvil que detiene la marca
del progreso ora la convierten en una sociedad que no ha cesado de variar como
todas las humanas sociedades empero siempre ha sido la madre de todos los
despropósitos, causa de guerras y anarquía. ¿Quién pudiera contar las
declamaciones contra la inquisición ya políticas ya religiosas, contra el poder de los
papas, contra los privilegios eclesiásticos?
Por otra parte se excusa y glorifica a los enemigos de la iglesia: los heresiarcas son
pensadores, los fautores de cismas, héroes de la libertad, y mártires, ciertos
malvados justamente condenados por sus crímenes. Los perseguidores de la Iglesia
fueron engañados por la política y provocados por el espíritu invasor de los
obispos. Basta que los príncipes más crueles y libertinos hayan hecho guerra a la
Iglesia para que se intente rehabilitar su memoria. Siempre que se ve a un papa o a
un obispo disputando con un emperador o un rey, a un santo luchando con un
enemigo de la fe, se sienten simpatías y preferencias por el príncipe y el hereje. No
nos sorprende, [pues] dijo Jesucristo a los apóstoles: «El mundo os aborrecerá,
porque me aborrece a Mí y a mi Padre».”
A lo largo de los capítulos de esta serie hemos explicado y desmentido numerosas
leyendas negras, que se han creado para desprestigiar a la Santa Iglesia y a la
Civilización católica. Como ejemplo de descarada manipulación histórica para
calumniar al papado y manchar la pureza de la Civilización Católica, tenemos aquella
leyenda negra creada sobre los papas Borgia, Calixto III y Alejandro VI cuyo único
crimen fue ser papas y españoles en el momento en que el imperio español y el papado
estaban siendo frontalmente atacados por todos.
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Ambos, Calixto III y Alejandro VI, cuyos nombres de nacimiento fueron
respectivamente Alfonso y Rodrigo, pertenecían a la familia de Borja, familia que
distaba mucho de ser la familia conspiradora y poderosa que la historia nos presenta. Se
trataba en realidad de una familia de la pequeña nobleza rural española, de la que
salieron diversos santos, tales como San Francisco de Borja.
En su infancia, Rodrigo quedó huérfano de padre, y con su madre y hermanos fueron
acogidos por su tío Alfonso, que era cardenal. Alfonso por su excelentísima labor
diplomática, puso fin al terrible cisma de occidente y llegaría a convertirse en Calixto
III, un gran papa que fue descaradamente calumniado de nepotismo, por tomar
determinadas medidas que no eran más que los intentos de supervivencia del Santo
Padre ante los enemigos de la fe, que desde el renacimiento se habían estado infiltrando
en la Santa Iglesia Católica, como explica Lola Galan en su obra “El papa Borgia: Un
inédito Alejandro VI liberado al fin de la leyenda negra”:
“El [supuesto] nepotismo de que hizo gala Alfonso de Borja era casi una norma de
supervivencia para un pontífice, rodeado por camarillas de enemigos y falsos
amigos, y necesitado imperiosamente del apoyo de personas de total confianza que
no podían ser otras que sus parientes directos. (…) [Por ello] los sobrinos de
Calixto —Pedro Luis y Rodrigo— pasaron de inmediato a ocupar puestos de
responsabilidad en la corte pontificia.(…) [Y Rodrigo, llegará] a ser, en el
organigrama jerárquico, el hombre de máxima confianza del papa Calixto III.”
Y pese a su impopularidad, prosigue Lola Galán:
“Calixto III se mantuvo por encima de tentaciones nacionalistas y defendió a la
Iglesia de Roma mejor que los mismos romanos.”
Por su parte, Rodrigo de Borja que llegará a ser Alejandro VI, era un asceta que adoptó
a sus sobrinos cuando quedaron huérfanos así como él había sido adoptado en su niñez,
pero la historia le catalogaría injustamente con las etiquetas de comilón, borracho, avaro
y fornicador entregado a toda clase de excesos y vicios.
Como explica Lola Galán en su obra “El papa Borgia: Un inédito Alejandro VI liberado
al fin de la leyenda negra”:
“Alejandro VI [fue] un papa excepcional al que la Iglesia católica debe mucho,
pero que por abandono de propios y envidia de extraños, por azares del destino y
caprichos de la historia, fue convertido en personificación del mal, y cuya
memoria, obra y dimensión histórica han estado sometidas a cinco siglos de
leyenda negra, esencialmente injusta. (…)
En su vida privada es modesto hasta lo frugal; las fuentes de la época dicen que en
su mesa se sirve un solo plato y que, por esta razón, otros cardenales evitan comer
con él. Es y será siempre completamente abstemio. Gasta lo menos posible y los
que le rodean a veces llegan a calificar tal actitud de avaricia. Pero en la vida
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pública, al servicio de su cargo y posición, es espléndido como pocos. Rodrigo tiene
enormes ingresos, pero no menores gastos. Edifica el Palacio Episcopal de Pienza
para agradar a Pío II, (…) reconstruye las fortalezas de Subiaco y también el
castillo de Civita Castellana, cerca de Roma. (…) Mejoró todas las iglesias que
estaban bajo su jurisdicción, gastando en ello sumas enormes. [etc…] (…)
La leyenda pinta sin dificultades un panorama de desenfreno sexual y moral en el
que cabe incluso el incesto. [Pero] la Historia tiene problemas serios a la hora de
demostrar la paternidad de Rodrigo en todos y cada uno de los casos [en los que se
le atribuye]. Existe tal confusión en las fechas de nacimiento de los [supuestos]
hijos del Papa, tal ausencia de datos fiables, que algunos autores, [tales] como el
sacerdote especialista en Alejandro VI, Peter de Roo, (…) dado el cúmulo de
contradicciones [existentes], creen en un papa Borgia casto y puro (…) [y
demuestran] que estos [supuestos] hijos [suyos] eran más bien sobrinos, o parientes
muy próximos. Hijos adoptivos en definitiva, pero tanto o más queridos que si
hubieran sido biológicos.”
Esto, queridos hermanos, no es más que uno de los millones de ejemplos que
pudiéramos poner de los ataques directos y gratuitos que contra la Santa Iglesia
Católica, sus miembros y contra la verdad misma, se han hecho en nombre de una falsa
ciencia, que no merece ni considerarse científica.
Pero por si esto fuera poco, como explica D. P. Benoit en su obra “La ciudad
anticristiana en el siglo XIX” hay una forma de ataque empleada por la falsa ciencia
histórica mucho más perniciosa para las almas que ésta que acabamos de describir.
“En este terreno como en todos los otros, al lado del odio declarado hallamos
también los artificios del odio hipócrita. Muchos racionalistas principalmente de
este siglo, han sabido desnaturalizar la historia dándose aires de gran moderación
y severa imparcialidad. (…) Hasta llega el historiador a mostrarse afecto a la
Iglesia, a veces le prodiga grandes elogios. Si hace reservas, parece ser el primero
en sentir que la verdad le obligue a ello. Vitupera a la Iglesia sobre un particular, y
la alaba sobre otros, y hasta la vitupera mientras parece prodigarle alabanzas. (…)
A la verdad estos son los historiadores peligrosos, estos son los peores enemigos de
la verdad. Leed a tal o cual historiador, jamás hallareis en él una calumnia
declarada, un ataque directo, pero la narración viene dispuesta con tanto arte que
los acontecimientos a pesar de ser referidos sustancialmente se presentan con
apariencias engañosas. Ni siquiera se infiere nada: dejase al lector sacar las
deducciones contentándose con proporcionarle los elementos del proceso.
¿Por qué tal página nos deja una impresión desfavorable a tal santo personaje, a
tal orden religiosa y a la Iglesia? Es preciso fijarse mucho para descubrir el
artificio del adversario.”
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Y el mismo fenómeno nos encontramos en el periodismo, en la literatura y la música,
pues los enemigos de la fe amparados por la todopoderosa ficción que todo lo permite o
por la autoridad del autor, tratan por todos los medios de corromper las costumbres y
adoctrinar a la población en una línea determinada, inyectándole palabra tras palabra,
verso tras verso, el veneno luciferino.
Ciertamente, el peor mal para las almas y en definitiva para la Santa Iglesia Católica no
es el ataque directo, sino el veneno que constantemente nos llega camuflado en
infinidad de discursos, artículos, novelas, películas, canciones, anuncios, noticias y
opiniones que sin darnos cuenta, gota a gota, van infectando nuestras mentes y
alterándolas hasta tal punto de ir modelando y condicionando nuestras opiniones,
decisiones y modo de vida en una línea determinada, que jamás hubiéramos seguido por
nosotros mismos en otras condiciones y que nos lleva en definitiva a abrazar el
naturalismo o racionalismo, haciéndonos caer en su mismo pecado, y abrazar como
indiscutibles los dogmas luciferinos que nos harán sufrir en propia carne ese proceso de
degeneración que conduce irremediablemente a la ruina.
Así pues, como existían dos formas de caer en la apostasía del pecado luciferino, existen
dos escuelas entre los racionalistas entre las que se pueden clasificar todas sus obras: la
de odio declarado, y la de odio solapado. La primera odiará a Nuestro Señor como su
peor enemigo, y la otra, le odiará aparentando que le admira. Por lo que hay que tener
especial cuidado con las obras pertenecientes a esta última ya que aparentando piedad,
inyectan en las almas el mismo veneno que las blasfemas obras de la primera escuela.
Nos lo explica con un ejemplo D. P. Benoit en su obra “La ciudad anticristiana en el
siglo XIX”:
“[Para la primera escuela, la de odio directo] Moisés, los profetas y sobre todo
Nuestro Señor Jesucristo son impostores que engañaron a los pueblos apacentando
su credulidad con fabulas pueriles que envilecieron e hicieron infeliz al género
humano, oprimiéndole con varios terrores y lanzándole en busca de los bienes
imaginarios. «La fe de Cristo –dicen- contradice a la humana razón y esta
pretendida revelación divina no solo para nada sirve sino que todavía es
perjudicial a la perfección del hombre». (…) Según otra versión salida de la misma
escuela, no es Jesucristo el impostor; lo son los Apóstoles, los papas y los obispos.
[Dicen:] «Si les diésemos oídos, deberíamos dudar de la existencia de Jesucristo; y
en todo caso, no podríamos admitir que hubiese hecho cosa alguna extraordinaria.
Los sacerdotes le compusieron una leyenda; la ignorancia y la credulidad del vulgo
le dieron los primeros adoradores; la espada de los príncipes hizo lo demás. Todos
los cultos se originan de la bellaquería sacerdotal, la superstición de los pueblos y
la tiranía de los reyes. La religión católica, [por consiguiente] (…) merece el
desprecio y odio de los sabios». Para estos [falsos] doctores el reinado del evangelio
es el reinado de las tinieblas; el de la herejía, del cisma y aun de la barbarie
musulmana o pagana, es el reinado de la luz. (…) Estos impíos llegan hasta a
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confesar que prefieren el paganismo al catolicismo, porque el vicio especifico de los
paganos era el vicio sensual, ponderable de la lujuria. (…)
La segunda escuela [que es la del odio solapado] ha tomado su sistema de ataque
de las doctrinas de ciertos grados masónicos. (…) Según las doctrinas de esta
escuela, Jesucristo es un hombre de talento que supo encontrar el punto de
contacto entre las antiguas teorías de oriente y occidente, las puso en armonía con
las creencias judías, y formo con ellas un sistema sencillo y armónico que
admitieron los diversos pueblos porque todos creyeron volver a hallar en él sus
propias creencias. (…) [Para ellos] es, pues, Jesucristo un sabio de incomparable
merito; (…) un defensor ardoroso de la libertad popular; el primer héroe de la
democracia; un pensador osado que abrió nuevos caminos a la humana
inteligencia, que excitó la cólera de la aristocracia farisea que explotaba en
provecho suyo al pueblo y murió mártir de la gran causa a la que había
consagrado su vida; (…) un agradable moralista que enseñó a los hombres la
fraternidad universal; un revolucionario trascendental; un demócrata gigantesco
que lastimado por los honores otorgados a los reyes fue el primero en proclamar la
soberanía del pueblo; el más grande de entre todos los reformadores; el primero de
los socialistas; el más antiguo comunista, que concibió la fecunda idea de los
derechos del hombre y el poder de la muchedumbre, que concibió la emancipación
de los pobres, el advenimiento al poder de las últimas capas sociales, y se remontó
hasta la idea de la comunidad de bienes; el fundador de la religión verdadera, de la
religión de la humanidad, de la religión eternal, del culto sin sacerdotes, sin
templos, sin practicas exteriores que descansa por completo en los sentimientos del
corazón, en la inmediata relación con el Padre, del verdadero reino de Dios, del
reino del espíritu en el cual todos somos reyes y sacerdotes, y en definitiva dioses,
donde el juicio moral del mundo queda a cargo de la conciencia de cada hombre
justo y del brazo del pueblo.”
En resumen, para la primera escuela, la de la apostasía declarada, Nuestro Señor
Jesucristo o bien es el mayor impostor de la historia o un personaje ficticio inventado
por los impostores para engañar y someter a la humanidad; mientras que para la segunda
escuela, la de la apostasía solapada o encubierta, Nuestro Señor Jesucristo, es un sabio,
un ideal, un mito, digno de admiración, eso sí, pero en definitivas cuentas un hombre
que fue divinizado por los excesos de una admiración fanática.
Y así, aquello que a primera vista pudieran parecer opiniones enfrentadas, no son sino
dos formas de convencernos de la misma mentira, pues ambas formas acaban negando
la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y la existencia misma de Dios, aunque la
segunda forma tiene el plus de peligrosidad derivado de pasar desapercibida.
De este mismo modo procederán para atacar a la Santa Iglesia Católica, a sus miembros
y todos y cada uno de los aspectos de su doctrina.
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Así pues, queridos hermanos, de la misma forma que se negarían con toda sus fuerzas a
beber un vaso de agua pura de manantial que contuviese disuelto dos gotas de veneno
letal, han de negarse a leer y aceptar los argumentos de los racionalistas de modo
solapado, por mucho prestigio éstos que tengan y por muy inocuas que parezcan sus
obras, y en caso de detectarlas durante su lectura, saber desecharlas inmediatamente
como el veneno que son, para evitar verse infectados por el mal que esconden. ¿A que
ninguno de ustedes bebería un veneno letal confiando que el remedio que se han
fabricado les evitará la muerte? Pues la misma precaución deben tener con las obras
enemigas. Es importantísimo que desconfíen de sus propias fuerzas y que eviten
exponerse voluntariamente al peligro. Ya es tremendamente ardua la batalla de cada día
que debemos pelear por salvar nuestra alma, para que alguno alardeando de su
capacidad, ande exponiéndose de modo suicida a las armas enemigas.
Pero sigamos con las palabras de D. P. Benoit en su obra “La ciudad anticristiana en el
siglo XIX”:
“Decía Joseph de Maîstre: «hace tres siglos que la historia es una conspiración
contra la verdad». Nos podemos añadir: «Hace dos siglos que entraron en la
misma conspiración la filosofía y todas las ciencias humanas».”
Veamos pues, cómo se han visto afectadas las demás ciencias, comenzando por la
filosofía.
En palabras de D. P. Benoit:
“La filosofía según su verdadera significación es el conjunto de verdades que la
razón humana puede descubrir con sus fuerzas naturales. Por consiguiente, lejos
de contradecir la fe, le prepara los caminos y en lugar de combatir a Jesucristo nos
lleva a Él.
[Sin embargo desde] el siglo XVIII, [se denomina] filosofía a todo sistema que so
pretexto de no admitir otras verdades que las que demuestra la razón rechaza las
verdades superiores de la revelación. Es el racionalismo puro. (…) [Desde
entonces] la filosofía se ha convertido en un arsenal de armas contra la revelación.
Ya no es la inteligencia que va en busca de la fe, sino la inteligencia que va en
busca de la duda y la apostasía. (…)Los pretendidos filósofos tan unánimes en sus
ataques al orden sobrenatural, están muy discordes entre si acerca de las verdades
naturales. Como los racionalistas protestantes de los siglos XVI, y XVII, (…)
ofrecen las mismas divergencias de opinión sobre todas las cuestiones filosóficas,
(…) pero parece que ellos mismos miran como cosa indiferente tales divergencias.
A su modo de ver, la filosofía consiste principal y casi exclusivamente en la
rebeldía de la razón contra la doctrina revelada de Jesucristo, el hombre. Sea cual
fuere su opinión merece la cualidad de filosofo desde el momento en que rechaza el
evangelio y combate a la Iglesia. (…)
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[Entonces] ¿Hay aun filosofía entre nosotros? (…) [No,] no hay más que un
amasijo de sistemas contradiciéndose mutuamente, unánimes empero en erigir el
pretendido derecho del hombre de no recibir de nadie, ni siquiera de Dios mismo,
sino de forjarse él su propia creencia y poniendo la rebeldía de la razón orgullosa
contra la palabra de Dios. (…) Abrid sus manuales: (…) solo hallareis en ellos
oscuridad y confusión, todo son teorías inverosímiles, contradictorias, a menudo
ininteligibles, comúnmente falsas, y siempre incompletas, cuya flaqueza y errores
que en vano tratan de encubrir sus autores bajo el barniz de un estilo académico.
[En ellos] tras pasar revista a las diversas soluciones de los filósofos anteriores, y
después de haber aducido razones contra todos los sistemas [siempre] se acaba con
esta desesperadora conclusión: «Cuestión no resuelta todavía y probablemente
insoluble». Esto ya no es filosofía: son páginas de historia de la filosofía vacías de
sentido que se hunden en las tinieblas. (…) El racionalismo ha querido hacer de la
filosofía la émula y rival de la teología, y por poco la dejan aniquilada.”
Pero no crean que la filosofía fue la única embarcada en estas cuestiones. Las ciencias
políticas como bien saben, fueron totalmente trastocadas por medio de los sofistas de la
ilustración para construir el anti-sistema, el sistema de gobierno opuesto al establecido
por Nuestro Señor, el Nuevo Orden luciferino que traerá la ruina a las naciones, y su
labor en la economía no iba a ser menos.
Como explica D. P. Benoit en su obra “La ciudad anticristiana en el siglo XIX”, ya
desde el siglo XVIII:
“Los economistas sientan como regla general que el estado debe preocuparse
exclusivamente de la prosperidad general y mantenerse indiferente a todas las
cuestiones religiosas. Según ellos dicen, el comercio, la industria, no pueden
florecer, las fuentes de la riqueza publica no pueden recibir incremento sino a
condición de que se aleja la religión de la vida pública y nacional. Así que en
nombre de la prosperidad temporal de los pueblos, piden una organización social e
instituciones públicas totalmente sustraídas a la acción de la religión. Parece que
solo quieren tratar cuestiones económicas, y que son respetuosos ataques al orden
sobrenatural y a la antigua constitución católica de la sociedad. Discuten
cuestiones sociales, pero es para llegar siempre a esta conclusión: la religión de
Jesucristo es funesta a la prosperidad temporal de las naciones. Bajo la capa de las
teorías económicas abogan por el racionalismo y si hablan tanto del bienestar de
los pueblos es para hacerlos caer en la apostasía. En una palabra, así como los
filósofos se las han con las verdades de la revelación en nombre de las verdades de
la razón; asimismo los economistas invocando la prosperidad temporal de los
pueblos combaten el orden social cristiano.”
Y lo mismo sucede en las demás áreas de conocimiento humano.
Como explica D. P. Benoit:
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“Los racionalistas han trabajado casi con igual encarnizamiento en hacer de todas
las demás ciencias, otras tantas máquinas de guerra contra la verdad sobrenatural.
La astronomía, la geología, la física y demás ciencias naturales, la etnografía, la
arqueología, la paleontología, la numismática y todas las ciencias de antigüedades
y sobre todo la exegesis y la crítica han tenido que comparecer como testigos
contra Moisés, Jesucristo y la Iglesia.
Se han pedido a la anatomía y a la medicina argumentos contra las leyes y consejos
de la Iglesia sobre el ayuno, la abstinencia y la virginidad. (…) Los libros del
antiguo y nuevo testamento han sido analizados con la paciencia y mala fe de los
sectarios a fuerza de volver y revolver y comparar y a veces alterar textos, se ha
creído hallar en ellos inverosimilitudes, imposibles y contradicciones: uno tras
otro, como llevamos dicho, se han ido convirtiendo en relatos de la ignorancia o la
impostura, composiciones de algunos falsarios desconocidos, colecciones de cantos
populares o leyendas fabulosas.
Hanse invocado contra la palabra de Dios los recuerdos y tradiciones de los
pueblos, los restos de las antiguas ciudades. Se ha pretendido haber hallado
argumentos contra ella en las capas de la tierra, en los espacios celestes y en los
fenómenos de la naturaleza. Cada vez que ve la luz un vestigio de la antigüedad,
parece que al momento se pregunta qué partido podrá sacarse de él contra los
libros inspirados y las tradiciones de la Iglesia. Cada vez que un descubrimiento
viene a ensanchar los dominios de la ciencia, se hacen esfuerzos para convertirlo en
pieza de convicción contra los errores y mentiras de los curas.”
Así, por ejemplo, se ha hecho creer a las naciones que los primeros fieles católicos,
copiaron de las culturas paganas sus formas y sus fiestas y que las transformaron hasta
crear todo el calendario liturgico católico, cuando la realidad es que se llevó a cabo el
fenómeno inverso, como explica Thomas J. Talley en su obra “Los orígenes del Año
liturgico”.
Por poner un ejemplo concreto, como Thomas J.Talley demuestra, la idea de que la
fecha de la navidad fue sacada de los paganos se remonta a dos sofistas de finales del
siglo XVII y principios del XVIII: Paul Ernst Jablonski, un protestante alemán que
pretendía demostrar que la celebración del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre era
una de las muchas "paganizaciones" que habían transformado el cristianismo apostólico
puro en catolicismo; y Dom Jean Hardouin, un monje benedictino que aparentando
defender la fe católica de las ideas de Jablonski, trastocó la verdad intentando demostrar
que la Iglesia católica había adoptado festivales paganos para fines cristianos sin
paganizar el Evangelio. Y tanto uno de forma directa, como el otro, de forma solapada,
llegaban a la misma conclusión: que la Iglesia Católica habia readaptado los ritos del
paganismo. Dado que en el calendario Juliano, creado en el año 45 a.C. bajo Julio
César, el solsticio de invierno caía en 25 de diciembre, a ambos les pareció evidente que
esa fecha debía haber contenido obligatoriamente un significado pagano antes de haber
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sido cristiana. Pero lo cierto es que dicha fecha en cuestión no había tenido ningún
sentido religioso en el calendario festivo pagano en tiempos anteriores al emperador
Aurelio, que gobernó desde el año 270 d. C. hasta su asesinato en el año 275, y el culto
al sol tampoco desempeñaba un papel importante en Roma antes de su llegada.
Está perfectamente documentado que el emperador romano Aurelio promocionó el
establecimiento del festival del "Nacimiento del Sol Invicto" el 25 de diciembre del año
274 como método para unificar los diversos cultos paganos del Imperio Romano
alrededor de una conmemoración del "renacimiento" anual del sol, en un intento de
crear la alternativa pagana a esa fecha que ya gozaba de importancia para la Iglesia
Católica primitiva que se expandía de forma imparable por el imperio. Existen pruebas
de que ya desde el siglo I la Santa Iglesia Católica celebraba dicha fecha, el 25 de
diciembre, como el día del nacimiento de Cristo, y se sabe con certeza que ya en la
época de Tertuliano -hablamos del año 155 al 220 despues de Cristo-, la Iglesia Católica
primitiva, tras diversos estudios rigorosos de los hechos, y cambios entre los calendarios
judío y juliano, había demostrado que tanto la fecha de la Encarnación de Nuestro Señor
como la de su Muerte en Cruz, los dos acontecimientos mas importantes de la historia
de la humanidad, sucedieron el 25 de marzo. Por tanto, sumandose los 9 meses
correspondientes a la fecha de la Encarnación, quedaba fijado el 25 de diciembre, como
la fecha del nacimiento de Cristo. Por lo que la verdadera ciencia histórica demuestra
que no fue el catolicismo quien copió al paganismo, sino al revés, que el paganismo
readaptó sus fiestas para encajarlas con el calendario católico y presentar así una
alternativa pagana al mismo, dejando con esto patente la perversa manipulación que los
enemigos de la fe han hecho sobre esta cuestión para favorecer sus planes.
Pero la peor manipulación de todas, o mejor dicho, la que más daño ha hecho a las
almas, se ha llevado a cabo en las ciencias naturales, ya que por ella los enemigos de la
fe han arrastrado a infinidad de almas al abismo.
A continuación trataremos de explicarles los principales engaños y la verdad que nos
han ocultado, pero antes de sumergirnos en sus mentiras, hemos de tratar una cuestión
que la mayoría de la población de a pie suele pasar por alto y que los enemigos de la fe
aprovechan para su confusión y manipulación: Se trata de la diferencia sustancial entre
los términos científicos empleados para explicar los fenómenos naturales, que si se
analiza en profundidad deja en evidencia que la ciencia actual no es una herramienta
para buscar la verdad, sino únicamente un arma propagandística dirigida en una línea
determinada para tratar de apartar a las masas de la idea de Dios y su Santa Iglesia, y
conducirlas al ocultismo por medio de falacias sin demostración real.
Así pues, tenemos a grandes rasgos tres conceptos científicos con claras diferencias
entre sí, que no se deben confundir.
En primer lugar, están las hipótesis, que son meras suposiciones, soluciones probables
propuestas por los científicos para tratar de explicar un fenómeno a vista de la
información y datos recogidos. Y en definitiva, meras opiniones, que no tienen peso
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alguno ya que no han sido fruto de ninguna investigación, pues son por así decirlo los
inicios de ésta.
Pongamos un ejemplo práctico para que todos lo entiendan:
Se produce una explosión –Dios no lo quiera- en un determinado lugar. Entre los
testigos de la misma, hay científicos, y éstos hacen públicas sus hipótesis: unos dicen
que una banda terrorista pudo haber puesto un artefacto explosivo, otros afirman que la
explosión fue debida a un meteorito caído del cielo, otros que se fue originada por un
misil lanzado por el país enemigo,… Ahora bien, ¿Saben éstos científicos la verdad de
lo sucedido? No, solo la suponen partiendo de lo que cada uno considera más probable a
la luz de los hechos. Finalmente, tras una larga y seria investigación se descubren las
evidencias de que un cortocircuito provocó un incendio, que se extendió rápidamente y
éste causó la explosión de un depósito de propano. Por tanto, ninguna de las hipótesis
iniciales fue cierta. ¿Pasa algo por ello? No, porque las hipótesis son meras opiniones.
Conocido el error, se rectifica y fin de la historia.
Por tanto la conclusión es obvia. Si escuchan a un científico, por muy brillante que sea,
dar sus hipótesis de cualquier tema, por mucha propaganda que se les dé y por muy
científicas que éstas se presenten, hay que tomar dichas hipótesis como lo que son:
opiniones falibles, que como tales pueden fallar, como de hecho sucede en la mayoría
de los casos.
Ahora bien, ¿Arriesgarían sus almas por una simple opinión de un mortal? Solo un loco
lo haría. Y sin embargo, ¿a cuántos incautos han seducido ya por medio de novelas
pseudocientificas, o documentales, con hipótesis extravagantes de algunos autores que
han sido tomadas al pie de la letra? Asusta con solo pensarlo. Pero demos un paso más
adelante.
En segundo lugar tenemos las teorías científicas, y atención a esto porque aquí radica la
fuente de confusión general.
Las teorías científicas, a grandes rasgos, son hipótesis que intentan dar explicación a un
fenómeno determinado, explicando su comportamiento por medio de un modelo de
dicho sistema. Ahora bien, lo que las convierte en una categoría distinta, es decir, en
teorías en lugar de en hipótesis, no es su ratificación o verificación científica, sino el
hecho de que dichas hipótesis sean aceptadas como ciertas por la comunidad científica.
¿Esto garantiza infalibilidad en dicha teoría? Por supuesto que no.
Las hipótesis, que son opiniones, por muy complejas que éstas sean, pueden ser falsas,
como de hecho suelen serlo. Y como ustedes saben, una opinión falsa no se convierte en
verdadera por el simple hecho de que la sostenga un gran número de personas. Por
tanto, no es difícil deducir que una teoría científica no tiene absolutamente nada que ver
con una verdad absoluta, y por tanto, puede ser perfectamente errónea, como de hecho
suelen serlo.
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La propia historia es testigo de esto, puesto que multitud de teorías que fueron
universalmente aceptadas por el mundo científico, resultaron ser falsas con el tiempo. Y
el ejemplo más claro lo tienen en la concepción del universo por la astronomía:
Los sabios y científicos de la antigüedad en base a sus observaciones e investigaciones,
trazaron unos modelos astronómicos que situaban a la tierra (plana) en el centro del
universo, rodeada de diversas esferas concéntricas por donde se desplazaban los cuerpos
celestiales. Esta teoría, que fue conocida como teoría geocéntrica, fue el resultado de las
investigaciones más avanzadas de la época y de hecho se trataba de un modelo brillante
que permitía incluso hacer ciertas predicciones sobre las trayectorias de estrellas y
planetas, lo que le llevó a estar en vigor durante gran parte de la historia del a
humanidad, con el beneplácito de la comunidad científica.
¿Era esta teoría la verdad? Ya saben que no. En el siglo XVI, cuando los avances
técnicos permitieron hacer mejores observaciones, y tras muchos traspiés iniciales, como el rechazo a Galileo, que como explicábamos en el capítulo 4 de esta serie no
tuvo nada que ver con la Santa Iglesia Católica sino con la opinión científica
universalmente aceptada por aquel entonces- la comunidad científica se dio cuenta que
se había equivocado. Entonces, se pudieron cambiar los modelos según las nuevas
investigaciones y apareció así la teoría heliocéntrica, que situaba al sol y no a la tierra
en el centro del universo y ésta, por supuesto no plana sino redonda.
¿Era esta nueva teoría la verdad? Tampoco. Porque como ahora sabemos, el sistema
solar no es ni mucho menos el centro del universo, la tierra no es una esfera perfecta
sino achatada por los polos y los planetas no orbitan en esferas concéntricas sino en
elipses. Y podríamos seguir así hasta el infinito, pero la conclusión es obvia: Que las
teorías científicas, por más que nos quieran adoctrinar por medio de ellas, no son
verdades infalibles y no pueden ser tomadas como tales, sino por lo que son: hipótesis
sobre la realidad temporalmente aceptadas por la comunidad científica, únicamente
hasta que aparezca una teoría más ajustada a la realidad, o que permita explicar un poco
mejor dicho fenómeno aunque no sea la verdad acerca del mismo.
Ahora bien, ¿qué harán los enemigos de la fe?
Presentar por hechos innegables ciertas teorías e hipótesis con infinidad de lagunas e
incoherencias con los verdaderos descubrimientos de la ciencia, hasta el punto de
adoctrinar a la sociedad en aquello que se sabe que es mentira, para apartarla de Dios y
mantener las investigaciones en un solo sentido, aquel establecido por ellos mismos,
que trata de justificar las mentiras del ocultismo sobre el universo y el hombre.
Pero hermanos, esto no es ciencia, es adoctrinamiento. Es negar la propia naturaleza de
la ciencia, que es la búsqueda de la verdad y obstinarse en lo que saben que es mentira,
por seguir adelante con su plan de corrupción.
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Pero, ¿estamos afirmando con esto que toda la ciencia actual es una hipótesis y una
mentira? No, toda no, pero actualmente la mayoría.
Existe una tercera categoría dentro de los postulados científicos que son las Leyes, y
estas no son ya modelos, sino las fórmulas matemáticas reales que gobiernan los
fenómenos del universo conocido, y como tales, se cumplen en todo momento y lugar y
permiten hacer toda clase de predicciones futuras con total exactitud.
Un ejemplo de ley que todos conocerán al menos por sus consecuencias inmediatas, es
la Ley de Gravitación Universal descubierta -que no inventada- por Isaac Newton. Es
por esta ley que existe la fuerza de la gravedad que provoca que los objetos caigan hacia
abajo y nos mantengamos pegados a la tierra y no flotando en el vacío, y por ella
sabemos que a igualdad de condiciones, los cuerpos de igual masa se comportarán del
mismo modo.
Y lo mismo sucederá con el resto de las leyes existentes, descubiertas o no, que
permiten que el universo sea como es, y no el caos total y absoluto, probando y
atestiguando así por su mera existencia la presencia de un Legislador, y confirmando
con la razón los dogmas de la Santa Iglesia Católica que afirman que Dios que no solo
ha creado el universo sino que lo dirige, gobierna y sostiene.
Pero la falsa ciencia atea tiene sus propias teorías. Veamos, pues cuáles han sido sus
principales engaños sobre el origen del universo, de las leyes científicas que lo rigen, de
la vida y del ser humano y por supuesto, la verdad que nos han ocultado.
No es nuestra labor hacer un tratado científico sobre estas cuestiones, pero sí les
daremos, como hemos prometido al inicio del programa, las pistas clave para que
identifiquen el engaño y puedan prevenirse de él.
Veamos pues:
LA VERDAD SOBRE EL ORIGEN DEL UNIVERSO
Es dogma de fe que el universo ha sido creado por Dios de la nada en el origen de los
tiempos, y que desde entonces es regido y gobernado por Él. Por ello, la falsa ciencia
hará todo lo posible, no ya solo por negar esta idea sino por tergiversar la realidad para
adaptarla a sus tesis espirituales ocultistas y presentarlas como si fuesen ciencia
aprovechando la ignorancia general de las gentes en estas materias para llevar a cabo el
adoctrinamiento ocultista más descarado que la humanidad ha sufrido hasta el momento
con vistas a la venida del Anticristo.
El primer paso realizado por los enemigos de la fe fue tratar de negar la existencia de
Dios, en nombre de la razón por medio de su falsa ciencia.
Así apareció la primera teoría atea sobre el origen del universo, la “teoría de la eternidad
de la materia” que nació de la corriente filosófica denominada materialismo, que como
era de esperar, se fundamenta en la apostasía racionalista.
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Esta teoría, que fue tomada como dogma por el ateísmo marxista, afirma que la materia,
y por tanto el universo, han existido desde toda la eternidad, deshaciéndose de este
modo de la idea de un Dios Creador para explicar el origen de las cosas.
Pero, como explica el jesuita Carlos Staehling en su obra “Ateismo marxista”:
“La eternidad de la materia es una afirmación, no una demostración. Físicamente
es inverificable y filosóficamente es inaceptable. [Sin embargo] los marxistas que se
precian de no admitir en su doctrina teórica y práctica sino los hechos que la
ciencia ha demostrado ser ciertos, admiten esta afirmación de la eternidad de la
materia sin demostración alguna y la imponen sin más, como un postulado base de
su ateísmo.”
Ciertamente, esta teoría de la eternidad de la materia, pese a que fue presentada como
científica, no tiene justificación científica alguna.
En primer lugar, contradice una ley fundamental del universo: la Ley de la
Conservación de la Energía, que afirma que la cantidad total de energía en cualquier
sistema físico aislado y sin interacción con ningún otro sistema, como es el caso del
universo, permanece invariable con el tiempo, aunque dicha energía puede
transformarse en otra forma de energía, lo que dicho de un modo más simple
equivaldría a decir que en el universo la energía no se crea ni se destruye sino que se
transforma.
Sin embargo, estas transformaciones tienen un límite, como explica el Jesuita Manuel
María Carreira, profesor de física y astronomía de la universidad de Cleveland en
EEUU, en su obra “Dios, el hombre y el universo”:
“La ley de la conservación de energía se entiende de la suma total de energía de
todo orden que el cosmos encierra: mecánica, química, eléctrica, calorífica, etc…
pero la energía calorífica se llama energía degradada porque no puede
transformarse íntegramente en otra energía. [De esta forma] la energía mecánica
puede transformarse enteramente en energía calorífica pero no al revés. [Y ya que]
la energía calorífica crece continuamente en el universo y como, en su mayor parte,
no es apta para producir de nuevo trabajo útil, resulta que la [energía] utilizable
disminuye incesantemente. Este proceso de degradación de la energía se llama
entropía. La entropía crece sin interrupción hasta llegar a la muerte térmica del
universo.”
Y esto no es una opinión, sino el resultado de otra ley de nuestro universo,
concretamente la Segunda Ley de la Termodinámica que afirma, entre otras cosas, que
la cantidad de la entropía del universo tiende a incrementarse con el tiempo, hasta que
se alcance el equilibrio térmico del mismo, lo que se conoce como su muerte térmica. El
hecho de que no se haya llegado aún a ese punto, significa que el universo no es eterno.
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Como explica el jesuita Antonio Romañá, director del Observatorio de Astrofísica del
Ebro en su obra “Origen del mundo ante la ciencia y la fe”:
“Es evidente que si el universo debe acabar ha debido también comenzar; porque
de otro modo, si el universo hubiera existido por toda la eternidad ya se hubiera
transformado toda la energía y habríamos llegado ya al fin.”
Y como tal fin no se ha dado, es prueba más que suficiente de que el universo no es
eterno y que la teoría de la eternidad de la materia es falsa.
Pero esta no es la única prueba científica real que desmiente dicha teoría.
Como explica otro jesuita, el P. Jorge Loring en su obra “Para salvarte”:
“Otro de los argumentos para demostrar que la materia no puede ser eterna es la
transformación de unos elementos radiactivos en otros. Si la materia fuera eterna,
ya no quedaría potasio-40, ni rubidio-87, ni uranio-235, pues ya se habrían
transformado en argón-40, en estroncio-87 y en plomo-207 respectivamente. Por el
punto de desintegración de los cuerpos radiactivos podemos afirmar que la
materia no es eterna, pues si la materia fuese eterna ya se había transformado
totalmente. Si hoy queda en el mundo potasio y uranio radiactivos, es porque
todavía no han transcurrido los miles de años necesarios para que se transformen
en argón y plomo respectivamente.”
Por ello, el físico francés Jean E. Charon afirma en su obra “Los grandes enigmas de la
astronomia” que:
“La radiactividad natural proporciona un método sumamente preciso para fechar
el nacimiento de la materia (…) [Y por tanto] la materia tuvo que aparecer en un
momento determinado”
Quedando de nuevo demostrada la falsedad de la teoría atea de la eternidad del
universo.
Como explica el jesuita y físico Manuel Maria Carreira, en su obra “antropocentrismo
científico y religioso” publicada en 1983:
“La idea materialista-marxista de una materia eterna es totalmente anticientífica.
Está en contradicción palmaria con todos los datos de la ciencia moderna.”
Y ciertamente, las evidencias de que el universo tuvo un origen en el tiempo llegaron a
ser tantas y tan claras, que en un momento dado la falsa ciencia empeñada en asentar el
ateísmo como primer paso de su plan de adoctrinamiento mundial se vio obligada a
replantear sus términos, aunque ciertas personas todavía a día de hoy siguen
defendiendo lo indefendible.
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El golpe más duro a la teoría atea de la eternidad de la materia fue dado por un
sacerdote católico belga, llamado George Lemaître, doctor en matemáticas y física, e
investigador en astronomía en la universidad de Cambridge.
Este gran sacerdote, acérrimo buscador de la verdad, sabiendo que Dios no nos puede
engañar, y que por tanto no podía existir contradicción posible entre los dogmas de fe
revelados por Él mismo y las leyes del universo que la ciencia ansiaba descubrir, estuvo
años obsesionado con la idea de que el “hágase la luz” del Génesis debía poder
explicarse científicamente de alguna manera, y no paró hasta que encontró evidencias
demostrables de dicho evento.
Concretamente, descubrió y demostró que el universo estaba en expansión, que las
galaxias se alejaban unas de otras según una ley que pudo formular, y que este
movimiento dependía de una constante que pudo estimar. Publicó sus resultados en
1927 sin apenas repercusión. Cosa curiosa porque escasamente dos años después, en
1929, apareció la publicación de Edwin Hubble, otro científico que incluía los mismos
cálculos que había hecho el P. Lemaître, y en seguida la comunidad científica le
atribuyó a él dichos descubrimientos, pasando a la historia la ley y la constante
descubiertas por el P. Lemaître como Ley de Hubble y Constante de Hubble.
¿Qué sucedió? Pues básicamente que ningún científico racionalista estaba por la labor
de atribuir a un sacerdote el descubrimiento más importante del siglo XX.
Pero la cosa no quedó ahí.
El P. Lemaître, publicó el 9 de mayo de 1931, en un artículo titulado “El comienzo del
mundo desde el punto de vista de la teoría cuántica”, una teoría que explicaba el origen
del universo según los descubrimientos del universo en expansión que había realizado,
en la que concluía que si el universo está en expansión como de hecho demostró, en el
pasado debía haber ido ocupando un espacio cada vez más pequeño, hasta que en algún
momento determinado todo el universo se encontrase concentrado en una especie de
“átomo primitivo”, desde donde se habría expandido debido a un evento similar a una
gran explosión, que como él afirmaba, no era sino el acto de la creación misma, aquel
“hágase la luz” que el Señor le pidió demostrar.
A este articulo acompañó posteriormente una gran obra titulada “La hipótesis del átomo
primitivo”, donde explicaba con detalle sus conclusiones.
Sin embargo, las ideas expuestas por el P. Lemaître tropezaron no solo con críticas sino
con una abierta hostilidad por parte de los científicos racionalistas que reaccionaron
incluso de modo violento. Ellos veían en su trabajo una terrible amenaza para sus
planes, porque la ley que había demostrado y la teoría que se deducía como
consecuencia directa de la misma, favorecían las ideas religiosas acerca de la creación,
y rompían con el antagonismo que ellos habían creado entre fe y razón, entre fe y
ciencia.
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Max Planck, premio nobel de física, profesor de física teórica y director del instituto
físico en la universidad de Berlín, llamado con razón el padre de la física moderna,
afirmó en su obra “Religión y ciencias naturales”, hablando de los descubrimientos del
P. Lemaître:
“Lo que nosotros tenemos que mirar como la mayor maravilla es el hecho de que
la conveniente formulación de esta ley produce, en todo hombre imparcial, la
impresión de que la naturaleza estuviera regida por una voluntad inteligente.”
Y prueba de su convicción es que se convirtió al catolicismo al final de su vida, y no fue
el único. Ciertamente, muchos verdaderos científicos volvieron a la fe de este modo. Y
la certeza de estos descubrimientos eran tales, que incluso Su Santidad Pio XII declaró
ante los científicos del mundo entero reunidos el 22 de noviembre de 1951, como se lee
en el “Acta apostolicae sedis”:
“La ciencia de hoy ha confirmado con exactitud propia de pruebas físicas que
nuestro universo es obra de un Creador.”
Por ello, como explica Claude Tresmontant en su obra “Ciencia del universo y
problemas metafísicos”:
“Cuando en pleno siglo XX los científicos teóricos y los experimentadores
descubrieron la necesidad de admitir un principio del universo, los sabios
materialistas bregaron como verdaderos diablos… pues saben muy bien que si
logra imponerse la tesis del principio del universo, el fin del materialismo ha
llegado.”
Por este motivo, para evitar que las almas que habían conseguido arrastrar al ateísmo
recuperasen su fe y volviesen a la Santa Iglesia Católica, los enemigos de la fe crearon
una teoría paralela a aquella del P. Lemaître, que trataba de explicar ese hecho
innegable de la expansión de las galaxias desterrando la posibilidad de la existencia de
Dios y del acto creador. Esta teoría fue publicada por Fred Hoyle con el nombre de
“Teoría del estado estacionario” que suponía que aunque el universo está en expansión,
éste no tendría por qué cambiar su apariencia con el tiempo, excluyendo así la idea de
principio y fin que tanto molestaba a los partidarios de la ciencia atea.
Pero los problemas con esta teoría de Fred Hoyle comenzaron a surgir a finales de 1960,
cuando las evidencias observacionales empezaron a mostrar que, de hecho, el Universo
estaba cambiando. La prueba definitiva vino dada en 1965 por el descubrimiento de la
radiación de fondo de microondas por los radioastrónomos Arno Penzias y Robert
Wilson, que recibirían 13 años más tarde el premio nobel de física, por haber recogido
por primera vez en la historia el eco remanente de la gigantesca explosión que tuvo
lugar al comienzo de la creación del cosmos, tal y como el P. Lemaître postulaba, y
excluyendo así para siempre la teoría de Fred Hoyle puesto que su modelo era incapaz
de explicar dicha radiación de fondo con características térmicas.
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Estos descubrimientos cambiaron la concepción del universo para siempre. Porque ya
no se trataba de simples teorías, sino de hechos demostrados: El universo tuvo un origen
temporal, comenzó a existir en un momento dado, desde donde se expandió debido a
una gran explosión, que pasó a conocerse por su nombre en inglés, “Big Bang”, que no
solo no era contradictoria con las verdades de fe, sino que constituía la confirmación
práctica de las mismas.
El propio Arno Penzias, descubridor de la radiación de fondo cósmica afirmó lo
siguiente:
“Si no tuviera otros datos que los primeros capítulos del génesis, algunos de los
salmos y otros pasajes de las Escrituras, habría llegado esencialmente a la misma
conclusión en cuanto al origen del Universo que la que nos aportan los datos
científicos”
Y no fue el único en llegar a estas conclusiones.
Por ejemplo, en 1973, Jean Heidmann, el astrónomo titular del observatorio de París,
explicando la nueva concepción del universo, y desarrollándola matemáticamente en su
obra titulada “Introduction a la cosmologie”, la concluía con estas palabras:
“Esto es en toda su sencillez el Fiat lux [el hágase la luz], la expresión bíblica del
momento de la creación”
Robert Jastrow, científico, fundador del instituto Goddard para estudios espaciales de la
NASA, profesor de astronomía y geología en la universidad de Columbia, profesor de
ciencias de la tierra en el Dartmouth College, y presidente del comité de exploración
lunar de la NASA afirmó en su obra titulada “el telar mágico” que:
“El repentino nacimiento del universo es un hecho científico probado (…) fue
literalmente el momento de la creación.”
Y en su obra “Dios y los astrónomos” hizo la siguiente afirmación:
“Cuando el astrónomo llega a la cumbre de sus conocimientos del origen del
cosmos, le dan la bienvenida los teólogos que estaban allí desde hace muchísimos
siglos”
La conclusión que sacó José María Ciurana en su obra el “Fin del materialismo ateo”
publicada en 1974, es tremendamente esclarecedora:
“Antes, cuando en los siglos XVIII y XIX, ciencia y religión se hallaban en
conflicto a nosotros, los católicos, nos llamaban retrógrados, ignorantes y
obscurantistas. Ahora, por una curiosa ironía de los tiempos, estos “cariñosos”
adjetivos los podemos dirigir con mucha mayor razón a los ateos recalcitrantes,
que realmente dan muestras de atraso e ignorancia, cuando se empeñan en seguir
defendiendo la eternidad de la materia a pesar de que la ciencia moderna, con
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pruebas experimentales nos indica bien claramente que la materia tiene una edad
y un principio en el existir.”
Pero esto no era más que el principio.
El 23 de Abril de 1992 un equipo de investigadores, dirigidos por Jorge Smoot,
anunciaba el descubrimiento de fluctuaciones en el fondo cósmico de radiación,
detectadas por medio del satélite COBE, que reflejaban el momento en el que en la
expansión del universo tuvo lugar el acoplamiento entre materia y energía. Las
imágenes obtenidas por dicho satélite se consideran como fotografías de esa explosión
inicial, por eso a Jorge Smoot se le ha llamado el hombre que fotografía el nacimiento
del universo. Si el cosmos no es eterno, obviamente se hacía imprescindible la
existencia de un Ser Eterno que provocase su origen, pues todo lo que comienza
necesita de otro para empezar a existir.
¿Qué iba a hacer, pues la ciencia atea para mantener lejos la idea de un Creador aun con
pruebas tan concluyentes?
Pues tratar de inventarse otra nueva teoría que incluyese los últimos descubrimientos,
pero permitiese evadir la idea de que el universo tuvo un origen concreto.
Esta fue la “Teoría del universo oscilante”, una teoría que retomaba la idea de que el
universo era eterno, es decir, que no tenía principio ni fin absolutos, pero no de manera
estática, sino por medio de un dinámica cíclica en la se alternaban periodos de
expansión con periodos de compresión, o dicho de otro modo, que las galaxias que
actualmente se expanden llegarían a un punto en el que se pararían y comenzarían a
comprimirse de nuevo hasta colisionar y volver a formar el punto inicial, desde donde
volvería a brotar todo con una nueva explosión y así hasta el infinito.
Esta teoría que en sus inicios causó mucho revuelo y se ganó innumerables adeptos, fue
un estrepitoso fracaso ya que contradecía claramente las leyes de la física. En palabras
del físico, astrónomo y matemático James Jeans que se pueden leer en la obra “Cómo y
cuándo acabará el mundo” del jesuita Ignacio Puig:
“Un universo cíclico está en completo desacuerdo con el principio bien establecido
de la segunda ley de la termodinámica que nos enseña que el universo cíclico es
imposible”
Pero esa no es la única evidencia. Otro jesuita, el P. José María Riaza, en su obra “El
comienzo del mundo” explica que:
“Las galaxias no volverán nunca a caer hacia atrás pues su velocidad de fuga es
tres veces mayor que la velocidad crítica.”
Por tanto, a la falsa ciencia atea no le quedó más remedio que aceptar la verdad de los
hechos y aceptar la teoría del Big Bang del P. Lemaître que ratificaba el dogma católico
de la creación, pero iban a tergiversarla de tal modo que emplearían el mismísimo grito
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del universo al nacer como arma contra su Creador, su Santa Iglesia Católica y la verdad
revelada.
¿Y cómo harían esto? Pues sustituyendo la acción creadora de Dios y su Divina
Providencia por el frio azar y adoctrinando a las masas a creer que por medio de la
teoría del Big Bang, se había demostrado científicamente que el dogma de la creación
era un absurdo y que todo había surgido y se había ido formando por azar a partir de una
explosión inicial. Pero esto no son más que calumnias y falacias totalmente acientíficas
en clara contradicción con la razón. Como explicó el recientemente canonizado Juan
Pablo II en su audiencia general del 10 de julio de 1985, publicada en el número 2230
de la revista Ecclesia diez días después:
“Hablar de casualidad para el Universo que presenta una organización tan
compleja en los elementos, y un finalismo tan maravilloso en la vida (…) equivale a
querer admitir los efectos sin causa. Se trata de una aplicación de la inteligencia
humana que renunciaría así a pensar y a buscar una solución a sus problemas.”
Ciertamente, si descartamos la idea de Dios, es demostrable a diario por cualquiera, que
de la nada no puede salir algo por sí solo, y que las leyes no surgen por azar, pues en el
azar, por definición, no hay ley.
Y aquí, por supuesto, no hay que confundirse azar con falta de información, porque el
hecho de que no se sepa cómo funciona algo no significa que se rija por puro azar.
El azar es por definición aleatorio e imprevisible, donde un resultado determinado no es
repetible a voluntad, como sí sucede cuando un fenómeno es regido por una ley. El azar
es todo lo contrario y opuesto a la existencia de una ley. En palabras coloquiales, es la
anarquía total y absoluta, el caos.
Entonces, si por definición el azar excluye toda posibilidad de ley, ¿cómo explica la
falsa ciencia el origen de las leyes que rigen el universo? ¿Quién las ha establecido? Y
lo más importante, ¿Quién las mantiene?
La falsa ciencia no responde, y contra toda lógica, contra los principios de la ciencia
real y contra la verdad revelada sigue repitiendo sus falsos axiomas de que todo el
universo se fue formando a sí mismo por simple azar, a partir de la gran explosión
inicial. Pero esto no es ciencia, es obstinación en el error, es adoctrinamiento, y lo más
triste de todo es que con estos argumentos falsos y ridículos han seducido a infinidad de
almas.
Queridos hermanos, imagínense que pudiésemos tomar todas las piezas de un avión
sueltas, y apilarlas en un punto. Y una vez allí las hiciésemos explotar. ¿Creen que por
casualidad nos saldría otro avión, perfectamente construido sin intervención alguna, y
que funcionase perfectamente con todos sus sistemas, no una sola vez, sino durante 20 o
30 años? Pues esto, que es físicamente imposible, pese a todo, sería más probable que el
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hecho de que el universo con toda su complejidad se formase por puro azar como los
enemigos de la fe afirman.
Pero ellos no iban a rendirse tan fácilmente. Un primer intento de tratar de solventar este
problema de las probabilidades apareció con la justificación del tiempo, afirmando que
a un tiempo muy largo, todas las probabilidades existentes podrían llegar a cumplirse en
algún momento y por ello, en algún momento de la historia pudo darse la probabilidad
de que apareciese el universo tal y como lo conocemos por simple azar. Pero esto que
puede sonar muy convincente, y funcionar en el papel, en la práctica no tiene sentido
alguno, como verán volviendo con el ejemplo anterior:
¿Creen que si estuviesen cien mil millones de años o los que fuesen haciendo explotar
piezas de avión, conseguirían alguna vez por este método una aeronave último modelo
lista y preparada para incorporarse a una aerolínea? ¿o cualquier clase de nave a motor?
¿o si quiera alguna clase de máquina que funcionase mínimamente? Y lo más
importante, ¿creen que el número de intentos cambiaría el hecho de que sacar algo de
tanta complejidad del caos absoluto y hacerlo perdurar y funcionar en el tiempo en ese
estado estable por obra y gracia del azar es imposible?
Pues si eso les parece imposible, más lo es sacar una ley del azar, porque el azar excluye
por definición toda ley y aquí da igual que se considere un periodo de segundo que uno
cien mil millones de trillones de años, el resultado no variará, dejando con ello patente
el fracaso de esta teoría.
Por ello los falsos científicos ateos se vieron obligados a dar un paso más allá, y
desarrollar teorías estrambóticas basadas en la mera especulación para tratar de
salvaguardar el problema de las probabilidades y la contradicción azar-ley en la que
incurrían, y así apareció la denominada “teoría de los universos paralelos” de la que
existen diversas variantes.
Esta teoría en sus orígenes, postulaba que nuestro universo con sus leyes físicas no era
más que una de las múltiples posibilidades existentes, por ello, según sus defensores,
debieran existir infinitos universos para que se cumplan todas esas posibilidades
existentes y poder justificar así la existencia de nuestras leyes por azar. Pero su fracaso
fue estrepitoso.
Pongamos un ejemplo para que lo entiendan. Si en este universo hay una tierra donde
llueve hacia abajo, según esta teoría, en otro universo habrá una tierra en la que llueva
hacia arriba, en otro una tierra donde en vez de agua llueva leche, y en otro una que en
vez de leche, llueva azúcar glas, en otro que no haya tierra, y en otro en que haya
cuarenta mil tierras orbitando una en elipse, otra en pentágono, otra en zigzag… y todo
aquello que su imaginación les permita pensar. Como nada está determinado en el azar,
todo lo que se les ocurriese y más sería posible en alguno de los múltiples universos
existentes.
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Obviamente esto es una absurdidad, no ya solo indemostrable científicamente, sino
fuera de toda lógica, porque como la verdadera ciencia demuestra, solo con que una de
las múltiples constantes universales que gobiernan nuestro universo variase lo más
mínimo, éste se vería tan trasformado que no lo reconoceríamos, por lo que no podrían
existir copias exactas con variaciones significativas sin que todo lo demás se viese
afectado. Si se cambiase un poco por ejemplo, la distancia de la tierra al sol, su rotación,
su campo magnético o su tamaño, tendríamos un planeta totalmente congelado o
totalmente abrasado, y en definitiva, donde la vida sería imposible, dejando con esto
patente la imposibilidad de tener universos paralelos con pequeñas variaciones entre sí
para cubrir todas las posibilidades.
Aun así, esta idea de los universos paralelos no cayó en saco roto, y fue reformulada en
diversas formas, tomando eso sí, como hipótesis de partida que todos los universos
comparten las mismas leyes físicas para evitarse llegar a estas ridiculeces de la teoría
original. Pero pese a todo, los falsos científicos no lograron sino conjeturar diversas
teorías científicamente indemostrables, fruto de sus más variopintas especulaciones que
no lograban salvaguardarse del error del principio: ni siquiera con toda su imaginación e
inventiva en funcionamiento fueron capaces de explicar el motivo por el cual un
universo gobernado por el azar estaba regido por estrictas leyes físicas, cuando éstas son
imposibles en el azar.
Pero esta contradicción entre ley y azar en la que incurrían todos estos falsos científicos
y que consideraban insolventable, permitió que los verdaderos científicos de todos los
tiempos llegasen a Dios por medio de la Ciencia, porque todos ellos sabían que la
existencia de las leyes físicas exigía necesariamente la presencia de un Legislador que
las haya establecido y las haga ejecutar.
El propio Isaac Newton, descubridor de las leyes de gravitación universal había
afirmado que:
”El conjunto del Universo no pudo nacer sin el proyecto de un ser inteligente. (…)
La admirable disposición y armonía del universo, no ha podido sino salir del plan
de un Ser omnisciente y omnipotente”
Werner Heisenberg, considerado como uno de los físicos más grandes de todos los
tiempos, premio nobel por sus investigaciones sobre física nuclear, que formulo
matemáticamente la teoría unificadora de los campos energéticos, gravitatorio,
electromagnético y nuclear (fuerte y débil), llegó a afirmar en 1969 en declaraciones de
prensa en su visita a Madrid, tal y como recoge el P. Loring en su obra “Para salvarse”:
“Lo que Creo es en Dios, y que de Él viene todo. Las partículas atómicas tienen un
orden, que tiene que haber sido impuesto por Alguien.”
Y A.C. Morrison, que fue presidente de la Academia de Ciencias de Nueva York en su
obra “el hombre no está solo” dijo:
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“Apoyándonos en leyes matemáticas irrefutables, hay que llegar a admitir que el
universo, necesariamente, ha sido ideado y hecho por una inteligencia superior”
Con lo que queda demostrado que aunque la falsa ciencia haya conseguido imponerse a
nivel mundial y se empeñe en publicar e imponer teorías estrafalarias que funcionan
únicamente en el papel, la verdadera ciencia, la ciencia real y demostrable, no solo no
contradice la fe, sino que la confirma, dando evidencias más que plausibles sobre el
dogma de la creación del universo y la existencia del Creador. Por ello, el matemático y
físico alemán Max Born, que recibió el premio nobel de física en 1954 por sus
investigaciones en mecánica cuántica, afirmó que:
“Solo la gente boba dice que la ciencia lleva al ateísmo.”
Sin embargo los enemigos de la fe no iban a conformarse con la imposición de una falsa
ciencia atea a nivel mundial. Su plan iba todavía más lejos, y no pararían hasta
transformar la falsa ciencia atea en la falsa ciencia ocultista, una ciencia que silenciando
la verdad, les permitiría justificar y enseñar los dogmas de la doctrina infernal sobre el
universo, el mundo y el hombre, por medio de teorías indemostrables e incomprobables
por el método científico real.
Así pues, para tratar de explicar el origen del universo en clave ocultista surgió, entre
otras, la teoría de cuerdas.
Esta imaginativa teoría afirma que los objetos compuestos de átomos y partículas
subatómicas, están formados no por materia, sino por pequeñas cuerdas que pueden
vibrar en diferentes frecuencias, formando con su vibración la materia. Estas cuerdas y
por tanto los entes creados por ellas, ocuparían 11 dimensiones, que son las 11
dimensiones comunes a todos los universos existentes que ellos postulan.
Pero esto que se presenta como la teoría más innovadora y puntera del momento, no es
más que la repetición de aquello que los ocultistas llevaban enseñando desde hace
siglos. La doctrina ocultista afirma que hay 11 dimensiones o planos posibles que se
corresponden con los diferentes grados de vibración de los seres. Cada ser se encuentra
en una de esas dimensiones o planos vibracionales y éstos pueden pasar de un plano a
otro por medio de evoluciones o degeneraciones espirituales que alteren la vibración de
su alma.
Y esto no es una simple casualidad, se cumple en todos y cada uno de los puntos de la
teoría de cuerdas.
Así, para la teoría de cuerdas, existen múltiples universos que son como membranas de
energía conectadas entre sí por medio de agujeros de gusano que pueden ser empleados
para pasar de un universo a otro, o para recorrer más rápido el propio universo. Estos
vórtices o agujeros de gusano se producirían por medio del choque energético de estas
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membranas, y serían la explicación científica de toda clase de fenómenos paranormales
experimentados en el planeta.
Por su parte, los ocultistas, reconocen la existencia de otros mundos, que están
comunicados entre sí por medio de los denominados portales dimensionales, que
permiten a los seres cruzar de uno a otro y que son abiertos por medio de invocaciones
energéticas al cosmos.
De aquí que suelan abrir dichos portales dimensionales por medio de sus invocaciones y
conjuros para que se manifiesten los maestros ascendidos, esto es, los demonios y les
guíen en su ascensión a la vibración suprema.
Y pudiéramos seguir así, punto por punto, y teoría tras teoría, pero la conclusión a la
que llegaríamos sería la misma. Como afirma el ocultista, Jose Luis Parise en su
conferencia “En qué consiste vivir la nueva era y como lograrlo”:
“La física cuántica [actual] llega a las mismas conclusiones que las culturas
iniciáticas: el Universo se mueve en 11 dimensiones, que son los 11 pasos de la
magia, y cada una de esas dimensiones tiene una lógica particular y entre sí se
conectan. Ese es el camino de la Nueva Era. ”
Y no solo de la nueva era, sino que como afirma en otro lugar:
“En la cábala, en el árbol de la vida, las 11 sefirot, [son] las once claves (…) para
tocar lo divino”
Es decir, que la teoría de cuerdas que fue presentada como la explicación científica más
puntera sobre el origen del universo, no es más que una forma velada de presentar los
11 pasos inspirados por Satanás que el ser humano debe seguir para llegar a ser un dios,
tal y como Lucifer prometió, que no son más que los 11 pasos de degeneración del alma
hasta llegar a la adoración satánica plena, por lo que a pesar de que actualmente se
ensalza y encumbra profesionalmente a los físicos teóricos por sus supuestos
descubrimientos, estos descubrimientos no son más que postulados fantasiosos,
indemostrables e inverificables científicamente, y cuando se descubra que todo esto es
un engaño, que todo esto no es más que un adoctrinamiento ocultista llevado a cabo en
nombre de la ciencia, como explica Lee Smolin en su obra “las dudas de la física en el
siglo XXI: ¿es la teoría de cuerdas un callejón sin salida?”:
“Consideraremos a los teóricos de cuerdas unos de los mayores fracasados de la
ciencia (...). Su historia constituirá una leyenda moral de cómo no hacer ciencia, de
cómo no permitir que se sobrepasen tanto los límites, hasta el punto de convertir la
conjetura teórica en fantasía”
Pero el adoctrinamiento ocultista más descarado se está llevando a cabo en nombre de
una teoría que se impuso en el siglo XIX para ocultar:
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LA VERDAD SOBRE EL ORIGEN DE LA VIDA.
Los ocultistas siempre han afirmado que el universo con todos sus seres se encuentra en
un estado de evolución constante que lo va perfeccionando a lo largo de los siglos en un
proceso sin fin a través de múltiples existencias, hasta que el cosmos y el ser humano,
alcancen el máximo de su potencial, que les permita a éstos llegar a ser como dioses en
un idílico paraíso terrenal gobernado por las máximas del naturalismo o racionalismo.
Según explican, esta evolución está guiada por los maestros ascendidos, es decir, los
demonios, y según ellos culminará con la llegada del instructor Global, esto es, del
Anticristo, quien creen que posibilitará el paraíso en la tierra. Así, para llegar a este
ideal, afirman que la humanidad debe ser capaz de librarse de todo aquello que
imposibilite dicho proceso de evolución individual y colectiva. Por este motivo, hacen
todo lo posible por eliminar de raíz todo rastro de lo antiguo y lo pasado que impida esta
evolución, y llegado el momento, el gran despertar de la humanidad que ellos creen que
los elevará a un plano superior, no dudarán en exterminar a quienes persistan en
actitudes contrarias a la evolución cósmica, tales como el catolicismo, ya que
consideran los católicos no están preparados para dar dicho paso y son un impedimento
para los demás. Pero lo más grave de todo, es que como el ocultismo cree en la
evolución constante, asesinar a alguien no es considerado un crimen, sino un favor a la
persona asesinada, ya que afirman que se trata de una invitación a abandonar esta
dimensión a la que no pertenecen que les posibilitará lograr una nueva oportunidad en
un plano de existencia inferior para evolucionar y dejar atrás sus errores. A estos
extremos llegan.
Por su parte, el teólogo, falso judío y masón inglés Charles Darwin, reformuló todas y
cada una de estas ideas aplicándolas a las ciencias naturales, y desarrolló una teoría
fundamentada en la mera especulación, empíricamente indemostrable y científicamente
falsa que fue impuesta al mundo bajo el nombre de “Teoría de la Evolución de las
especies”, en la que explicaba que todos los seres vivos, y en extensión todo el universo,
están sujetos a un estado de evolución constante, por lo que todas las formas de vida
existentes son el resultado de la evolución de otras más simples, y éstas a su vez,
habrían surgido por evolución de una primera célula producida por azar en la tierra
primitiva. El mecanismo que según Darwin regularía la evolución sería la selección
natural, quien se encarga de eliminar por medio de la muerte los elementos defectuosos
favoreciendo así a los más aptos y permitiendo que las nuevas generaciones se vayan
perfeccionando paulatinamente. Por eso la muerte de los inadaptados no es vista como
un mal, sino como un medio necesario para favorecer la evolución de la especie, por lo
que pueden imaginar las consecuencias que esta perversa teoría en último término traerá
consigo.
Escuchen lo que Darwin escribió al respecto en su obra “El Origen del hombre” en la
que aplicaba a la sociedad humana los dogmas luciferinos sobre la evolución y
selección natural.
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“Entre los salvajes, los individuos débiles en cuerpo y mente desaparecen muy
pronto, y los que sobreviven se distinguen comúnmente por su vigorosa salud.
Nosotros, los hombres civilizados, en cambio, nos esforzamos por frenar el proceso
de eliminación; construimos asilos para los imbéciles, los mutilados y los enfermos;
legislamos leyes pobres, y nuestros médicos apelan a toda su habilidad para
conservar el mayor tiempo posible la vida de cada individuo. Hay muchísimas
razones para creer que la vacuna ha salvado la vida a millares de personas que,
por la debilidad de su constitución, hubieran sucumbido a los ataques de la viruela.
En consecuencia, los miembros débiles de las sociedades civilizadas propagan su
especie. Nadie que haya asistido a la cría de animales domésticos dudará que esto
debe ser muy perjudicial para la raza humana. Es sorprendente ver la rapidez con
la que la falta de cuidado o el cuidado mal llevado a cabo conduce a la
degeneración de una raza doméstica, pero exceptuando el caso del hombre mismo,
casi nadie sería tan ignorante como para permitir que sus peores animales se
reproduzcan. (…)
[Pero éste no es el único problema.] Existe en las sociedades civilizadas un
obstáculo importante para el incremento numérico de los hombres de cualidades
superiores, sobre cuya gravedad insisten Grey y Francis Galton, a saber: que los
pobres y holgazanes, degradados también a veces por los vicios se casan de
ordinario a edad temprana, mientras que los jóvenes prudentes y económicos,
adornados casi siempre de otras virtudes, lo hacen tarde a fin de reunir recursos
económicos con que sostenerse y sostener a sus hijos. (...) Resulta así que los
holgazanes, los degradados y, con frecuencia, viciosos tienden a multiplicarse en
una proporción más rápida que los próvidos y en general virtuosos (...) En la lucha
perpetua por la existencia habría prevalecido la raza inferior, y menos favorecida
sobre la superior, y no en virtud de sus buenas cualidades, sino de sus graves
defectos. (…)
Y su conclusión es firme:
“En algún periodo del futuro, no muy distante, como en cuestión de siglos, es casi
seguro que las razas civilizadas del hombre exterminarán y reemplazarán a las
razas salvajes en todo el mundo.”
Es decir, a los considerados menos aptos y atrasados, tal y como postula la doctrina
ocultista, tal como ha sucedido en los totalitarismos del siglo XX y tal como sucederá al
final de los tiempos con la venida del Anticristo.
¿Puede alguien creerse que esta coincidencia exacta entre ambas doctrinas es casual?
¿Puede haber algo más pernicioso para el ser humano que la aplicación de estos
principios? Y pese a todos los males que ya ha provocado, a día de hoy esta teoría se
encuentra impuesta en todos los ámbitos, y son muchos, demasiados, los que contra
toda lógica creen su infalibilidad científica aun cuando la verdadera ciencia ha
demostrado su falsedad, abrazando así la doctrina ocultista que les llevará a la ruina.
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Porque esta teoría, como demostraremos, no fue creada para describir la verdad, sino
para tres fines concretos: para apartar a las almas de Dios, para imponer a las naciones
los dogmas luciferinos de manera velada y finalmente, para servir de fundamento
científico a la doctrina ocultista que en un momento dado será presentada como la única
explicación válida sobre el universo y el hombre como preparación final al
advenimiento del Anticristo.
De esta forma, como explican los falsos judíos en sus “Protocolos de los sabios de
Sion”:
“Una vez que los pueblos estudien y aprendan esta ciencia, obedecerán gustosos.”
Por lo que esto, queridos hermanos, no son conjeturas ni conclusiones precipitadas sin
fundamento alguno. Como demostraremos a continuación, la teoría de la evolución
propuesta por Darwin no solo no tiene ningún fundamento científico, sino que la
verdadera ciencia ha demostrado con creces que es falsa. Veamos pues, los hechos tal
como sucedieron y lo más importante, la verdad que nos han ocultado.
Oficialmente la teoría de la evolución propuesta por Darwin -y resaltamos que se trata
de una teoría, y no de una ley- se presentó al mundo como resultado de la fusión de
otras dos teorías existentes en su época: la teoría poblacional del economista y masón
Malthus de la que hablamos en el capítulo 5 al tratar del capitalismo, y las ideas de otro
masón, Lamarck que, según afirman algunos historiadores, fue el primero en hablar de
la evolución en las ciencias naturales.
El economista y masón Malthus, en su ensayo sobre la población publicado en 1798
había planteado el problema de la lucha por la supervivencia de la humanidad. Su tesis,
como explicábamos, se basaba en la presunción de que la diferencia de crecimiento
entre la población mundial y la cantidad de alimentos disponibles era tan grande, que
llegaría un momento en que la cantidad de recursos existentes sería muy inferior a las
necesidades de una población en aumento, lo que provocaría una terrible lucha por el
control de recursos y medios de supervivencia, y en definitiva, la destrucción de la
sociedad tal y como la conocemos. Para evitar ese momento, Malthus proponía hacer
una gestión efectiva de la muerte de manera artificial, por medio de epidemias,
hambrunas y guerras para limitar la población y evitar así tan catastrófico final.
Darwin tomará esta idea de la lucha sobre la supervivencia de la que hablaba Malthus
para describir el proceso de selección natural que regula el equilibrio de las poblaciones
de las especies en el entorno. Así, cuando el entorno cambia o el alimento escasea, solo
aquellos que presenten ventajas funcionales que les permitan obtenerlo sobrevivirán y
se reproducirán, pasando así dichas ventajas funcionales a las generaciones futuras. Por
su parte los que no consigan adaptarse a las nuevas circunstancias y no puedan llegar al
alimento, morirán, pudiendo producirse así la extinción de especies enteras, como de
hecho sucede.
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Esta es primera parte de la hipótesis de Darwin, la cual es perfectamente observable,
demostrable y verificable en la naturaleza, por lo que desmentirla es faltar a la verdad.
Pero la manipulación darwinista comienza cuando se presenta este mecanismo natural,
que es cierto, acompañado de las mentiras y errores evolucionistas fundamentados en la
doctrina ocultista, como base científica para llevar a cabo el control artificial de las
especies y especialmente de la humanidad por medio del asesinato. Pero expliquemos
en base a los ejemplos más conocidos por qué la selección natural no tiene
absolutamente nada que ver con la evolución.
El primer ejemplo que los evolucionistas emplean para justificar su falsa teoría de la
evolución es el ejemplo o experimento de las polillas:
En Inglaterra hay dos tipos diferentes de polillas moteadas: las gris claro o blancas y las
gris oscuro o negras. Antes de la revolución industrial el 95% de las polillas de
Inglaterra eran blancas. Esto se debía a que su tonalidad les permitía camuflarse en
árboles y fachadas claras de las ciudades, haciéndolas prácticamente indetectables para
los depredadores y proporcionándoles una ventaja competitiva frente a las polillas
negras, que no tenían dicha protección.
Sin embargo, con la llegada de la revolución industrial se produjo un cambio en el
entorno: la quema de grandes cantidades de carbón llenó de hollín el aire de las
ciudades industriales y esté se asentó sobre la tierra, edificios y hasta troncos de los
árboles, tiñendo a todos estos con un tono oscuro. Este cambio favoreció a las polillas
negras, a la par que dificultaba el camuflaje de las polillas blancas, por lo que en poco
tiempo, la población de las polillas negras que hasta entonces era minoritaria aumentó, y
la de las polillas blancas, predominantes poco tiempo atrás, pasó a ser únicamente del
2% en ciudades, manteniendo eso sí, su supremacía en zonas no industriales donde esta
alteración no se produjo.
Este es el argumento que los evolucionistas emplean como un ejemplo práctico de su
teoría evolutiva, pero aunque pueda sonar muy convincente, el mecanismo descrito no
tiene absolutamente nada que ver con la evolución de las especies, porque no se produce
un cambio de una especie a otra. Las polillas blancas no evolucionaron hasta ser negras,
sino que las blancas murieron, y las negras sobrevivieron, y al sobrevivir en mayor
cantidad, estas últimas pudieron reproducirse y aumentar su número.
Aun en el caso hipotético de que las condiciones de hollín provocasen la extinción de
las polillas blancas, no se podría decir que éstas evolucionaron a negras, sino
únicamente que éstas murieron y las negras no.
Y lo mismo sucede con el segundo ejemplo, el ejemplo de los pinzones de pico estrecho
y corto y los de pico grande y fuerte, empleado por el propio Darwin en su obra que
todos los evolucionistas citan como la prueba visible de la evolución de un tipo de pico
al otro.
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Darwin observó en las Galápagos que en épocas de lluvias los dos tipos de pinzones
tenían acceso al alimento sin problemas, pero en épocas de sequía cuando únicamente se
encontraban disponibles semillas en el suelo dentro de duras cascaras, los pinzones de
pico corto no podían obtenerlo por ser incapaces de partir dichas cáscaras, mientras que
los pinzones con un pico más grande y fuerte podían abrirlas con facilidad. Así, si esta
carestía continuaba, los pinzones de pico corto morirían de hambre mientras que los de
pico grande y fuerte sobrevivirían haciendo que esta característica suya del pico pasase
a la descendencia.
Pero de nuevo esto no es evolución. Es simplemente la muerte de una subespecie de
pinzón y la supervivencia de otra que se hará mayoritaria al no tener tantas dificultades
para encontrar alimento. Estas observaciones, que no tienen nada que ver con la
evolución, no son más que la explicación de un proceso natural que popularmente se
conoce como la ley del más fuerte: es decir, que ante algún cambio en el entorno, el
fuerte (o mejor adaptado) sobrevive, y el débil (o peor adaptado) muere, pero de nuevo,
nada que ver con la susodicha evolución, y mucho menos con el control artificial de las
poblaciones por medio del asesinato selectivo.
Esta fue la conclusión a la que llegaron diversos científicos de la época, como De Vries,
que concluyó su obra titulada “Species and Varieties: Their Origin by Mutation” con
estas palabras:
“Puede que la selección natural explique la supervivencia del más fuerte, pero no
puede explicar la llegada del más fuerte.”
Por lo que queda demostrado que aunque la selección natural es cierta, y científicamente
demostrable, ésta no es prueba de que haya existido alguna vez la mencionada
evolución de las especies, ni mucho menos, que sea esta la explicación del origen de la
vida.
Pero veamos como trató de justificar el sr. Darwin sus ideas sobre evolución.
Según la versión oficial, para su teoría Darwin se basó en las ideas de otro masón, el
naturalista Lamarck, quien en su obra titulada “Filosofía zoológica” publicada en 1809,
escribió los siguientes postulados:
1) Los cambios del medioambiente generan nuevas necesidades en los organismos.
2) Para adaptarse al nuevo escenario, los organismos deben modificar el uso de sus
órganos.
3) Si un órgano es usado de manera continuada, éste tiende a crecer, mientras que
si no se utiliza, éste tiende a desaparecer. Concluyendo con esto que la función o
la necesidad de la función es la que crea el órgano.
4) Los cambios adquiridos se transmiten de generación en generación.
5) Por la sucesión de pequeños cambios se producirá la evolución.
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De la unión de estas ideas, con la lucha por la supervivencia de Malthus, Darwin
deducirá que si las características adquiridas por el método de Lamarck se adaptan
mejor al medio existente, esas características dotarán a la especie de mayores
probabilidades de supervivencia que los peores adaptados, y así, generación tras
generación, irán desapareciendo los rasgos menos ventajosos hasta aparecer una especie
nueva totalmente diferente de la primera. Con estos postulados aparentemente
convincentes pero científicamente falsos, Darwin tratará de explicar el origen de la vida,
sin contar con la idea de Dios, en terminología ocultista y los enemigos de la fe tomarán
dichas ideas y las transformarán en dogmas infalibles e irrebatibles ante las gentes, que
confiando en sus palabras, bebieron como si fuese agua, el ajenjo del error.
Pero dejemos que Darwin hable por sí mismo, y nos demuestre lo poco profesionales
que eran sus métodos de investigación. En su obra “The Variation of Animals and
Plants Under Domestication” Darwin explica lo siguiente. Presten atención:
"Se han registrado varios casos de gatos, perros y caballos que habiendo tenido sus
colas, patas, etc.. amputadas o lesionadas, produjeron descendencia con las mismas
partes malformadas; aunque como no es raro para nada que malformaciones
similares aparezcan espontáneamente, todos esos casos podrían ser por mera
coincidencia. Sin embargo, el Dr. Prosper Lucas ha dado, en base a buenas
autoridades, una lista tan larga de partes heridas, que es difícil no creer en ella.
Así, una vaca que ha perdido un cuerno por un accidente, con la supuración
consecuente, produjo tres terneros a los que le faltaba el cuerno en el mismo lado
de la cabeza. Con el caballo es difícil dudar que las exostosis óseas de las patas,
causadas por viajar tanto por caminos largos, sean heredadas. Blumenbach
registra el caso de un hombre que tenía casi mutilado el dedo meñique de su mano
derecha, y que, consecuentemente, había crecido torcido, y sus hijos habían tenido
torcido el mismo dedo de la misma mano de manera similar. Un soldado, quince
años antes de casarse, perdió su ojo izquierdo debido a una oftalmia purulenta, y
sus dos hijos tuvieron microftalmia en el mismo lado del ojo. Si se reportó con
veracidad, en todos estos casos en los que el padre había tenido un órgano herido
de un lado, y más de un niño había nacido con el mismo órgano afectado del mismo
lado, las posibilidades contra una mera coincidencia son enormes.... En su
conjunto, difícilmente podemos evitar el admitir que las heridas y las mutilaciones
se heredan ocasionalmente, especialmente las que van acompañadas de
enfermedades, o tal vez exclusivamente las que ocurren cuando éstas les siguen."
Y todo esto le llevó a concluir la siguiente barbaridad:
"Poseemos ahora evidencia concluyente de que los efectos de las operaciones se
heredan algunas veces."
Sí lo han escuchado bien, Darwin estaba afirmando que poseía la evidencia científica de
que si por ejemplo, una persona es operada y le extirpan el apéndice, sus hijos tendrían
muchas probabilidades de nacer sin ella; si por accidente una persona pierde una pierna,
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sus hijos posiblemente nacerían cojos, y si por desgracia una persona perdió durante su
vida un ojo, sus pobres hijos podrían nacer tuertos…
En definitiva, un sin sentido para cualquiera, pero esto no impidió que Darwin lo hiciese
teoría científica bajo el nombre de “herencia de características adquiridas”.
Como explica la bióloga Lynn Margulis, en su obra “Captando genomas”:
“Al parecer se prefiere olvidar que Darwin acabó por inventarse una explicación
lamarckiana —su hipótesis pangenética— para explicar el origen de las
variaciones heredables. (…) El punto de vista de Darwin, difícilmente diferenciable
del de Lamarck, constituye una declaración formal en favor de la «herencia de
características adquiridas». (…) La «herencia de características adquiridas», se
conoce como lamarckismo y se equipara con el error”
Pero, ¿Qué afirmaba esta teoría de herencia lamarckista?
Como explica el científico Matthew Hamilton en su obra “Population Genetics”:
"Lamarck decía que los individuos contenían «fluido nervioso» y que los órganos o
los rasgos que se usaran o ejercitaran más frecuentemente atraían más de ese
fluido nervioso, causando que esos mismos rasgos u órganos se desarrollaran más
en la descendencia.
Su ejemplo más conocido es el del largo cuello de la jirafa, que él decía que se
había formado porque estos animales lo usaban continuamente estirándose para
alcanzar las hojas de los topes de los árboles. Más tarde, Charles Darwin y muchos
de sus contemporáneos se suscribieron a la idea de la herencia mezclada."
Darwin estaba convencido de que en épocas de escasez de alimentos las jirafas
estirarían sus cuellos y que por su uso, de tanto estirarlos, según la hipótesis
lamarckiana, éstos irían creciendo dando como resultado descendencias con cuellos más
largos. Por ello, retomó el ejemplo lamarckiano de las jirafas en su obra “Sobre el
origen de las especies”, y fundamentó sobre estas hipótesis, su “teoría Pangenésica”,
que incluyó en sus últimas obras de biología y las últimas ediciones de “sobre el origen
de las especies” como principal justificación a su teoría evolutiva. Siguiendo sus pasos
muchos evolucionistas hoy en día siguen afirmando la ridiculez que el ser humano
terminará perdiendo sus dedos meñiques por falta de uso.
La teoría Pangenésica de Darwin, en palabras del científico Michael R. Rose en su obra
“Darwin's Spectre: Evolutionary Biology in the Modern World”:
“Combinaba la herencia mezclada con la herencia de caracteres adquiridos.
Darwin supuso que el material de herencia estaba conformado por un largo
número de «gémulas», que afirmaba que eran partículas las partículas de la
herencia. (…) Él pensaba que las gémulas migraban a través del cuerpo recogiendo
información sobre el estado de las diferentes partes del cuerpo. Antes de la
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reproducción, algunas gémulas migrarían de regreso hacia las gónadas, donde
entonces conseguirían subir a bordo del gameto antes de la fertilización.”
O dicho de un modo más claro, que antes de que el acto reproductivo se llevase a cabo,
unas partículas recorrerían el cuerpo de ambos progenitores verificando cuál era su
estado en ese preciso momento, para transmitirlo, tal como estaba a la generación
siguiente.
Sobra decir, que como afirma Steven Carr, en su obra “Flemin Jenkin reviews a later
edition of the Origin of Species”:
“Esta idea esencialmente Lamarckiana fue el mayor error científico de Darwin.”
Y Darwin no tardaría en quedar en evidencia ante sus propios seguidores.
Así fue como en la década de 1880, el evolucionista August Weismann queriendo
demostrar científicamente las ideas de Darwin se dio de bruces con este error.
Weismann realizó sádicos experimentos en los que les cortó las colas a 68 ratones
blancos que hizo procrear a lo largo de cinco generaciones, esperando poder demostrar
que los ratones terminarían naciendo sin colas como Darwin aseguraba que pasaría
eventualmente, pero se topó con la cruda realidad, al darse cuenta que invariablemente
todos los ratones descendientes nacían siempre con colas iguales a las de su especie.
Weismann recogió y publicó sus conclusiones en su “Ensayo sobre la herencia", donde
decía:
“Nacieron 901 [ratones] jóvenes por cinco generaciones de padres mutilados
artificialmente y sin embargo no había un solo ejemplo de una cola rudimentaria
ni cualquier otra anormalidad en el órgano.”
Este hecho llevó a Weismann y a otros científicos posteriores a abandonar su creencia
en la teoría evolutiva fundamentada en esta errónea herencia de caracteres.
El científico William Bateson, consciente de los errores de Darwin, explicó en su obra
“Mendel’s principles of Heredity” lo absurdo de la situación:
“La ocurrencia de una adaptación progresiva que es transmitida por efectos de uso
le había parecido algo tan natural a Darwin y a sus contemporáneos que no
pensaron que ninguna prueba de la realidad fisiológica del fenómeno fuera
necesaria. El experimento de [Wallace] Weismann reveló la insuficiencia absoluta
de las pruebas en que se basaron tales creencias.”
Por tanto, el experimento de Weismann dejó patente no ya solo que la teoría darwinista
de la herencia era errónea, sino que la teoría de la evolución carecía de fundamento
científico, por asentarse en simples especulaciones y no en experimentos comprobables,
rigurosos y repetibles de la realidad, como la ciencia exige.
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Aunque el golpe más duro a la teoría de la evolución vendría dado de manos un
sacerdote católico llamado Gregor Mendel, un verdadero científico experimental que
vivía como monje según la regla de san Agustín, quien, tras más de 10 años de serias
investigaciones sobre la herencia biológica, descubrió y formuló matemáticamente las
leyes biológicas que la rigen, que pasarían a la historia como las Leyes de Mendel.
Como explica Hammerly Dupuy, en su obra “El mundo futuro”:
“Mendel demostró que la herencia depende de leyes fijas (…) [y que] la
transmisión de características adquiridas [defendida por Darwin] es imposible,
debido a la ley del retorno. Cada ser lleva en sí células generatrices en cuyos
cromosomas están las características de sus antepasados, [que] no pueden ser
alteradas sino por el alcoholismo y por factores patológicos, lo cual implica una
degradación y no una evolución. (…) Las especies, no representan clasificaciones
arbitrarias, sino reales: pertenecen a la misma especie los seres que tienen
descendientes como consecuencia de su unión.”
Por su parte, como explica Pravda, en su obra “Darwin only had theology degree”:
“Darwin enseñó que no había límites a la variación biológica y que, si se les diera
suficiente tiempo, un pez podría convertirse en un ser humano. Mendel, por otra
parte, mostró que hay límites naturales a las variaciones biológicas. Las
variaciones dentro de los géneros biológicos (tales como variedades o razas de
perros, gatos, caballos, vacas, etc.) son posibles, pero no las variaciones más allá de
géneros biológicos, especialmente de los más simples a otros más complejos.”
Lo que dicho de un modo más simple significa que aunque dentro de una misma especie
puedan producirse cambios menores y aparecer subespecies o razas, como por ejemplo,
las diversas razas de perros, los cambios de una especie a otra son imposibles por las
leyes inmutables de la herencia que rigen el universo. De este modo, las leyes de la
herencia descubiertas –que no inventadas- por el P. Mendel derrumbaban por completo
aquella idea especulativa de Darwin que afirmaba que las bacterias se pueden convertir
en peces, los peces en aves, las aves en reptiles, los reptiles en anfibios y los anfibios en
mamíferos, y las resituaba en su legítimo campo, el campo de la ciencia ficción.
La contradicción era tan clara, que gracias a las leyes de Mendel los verdaderos
científicos que buscaban la verdad se dieron cuenta de la estafa de la evolución. Este fue
el caso del evolucionista William Bateson, quien en su obra titulada “Mendel’s
principles of Heredity” reconoció los principales errores sobre los que se fundamentaba
la teoría darwinista:
“El concepto de la «evolución» como algo que procede de la formación gradual de
masas de individuos por la acumulación de cambios impalpables, es un concepto
que el estudio de la genética demuestra inmediatamente que es falso. De una vez
por todas, esa carga tan gratuitamente llevada en ignorancia de la fisiología
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genética por los evolucionistas del siglo pasado, puede ser dejada en el olvido...
Ahora tenemos una prueba experimental de que las variaciones son controladas
por una ley fisiológica.”
Y muchos otros siguieron su ejemplo abandonando para siempre las falacias
evolucionistas.
Pero ni Darwin, ni los evolucionistas, ni los enemigos de la fe, iban a permitir que un
sacerdote católico tirase por tierra su teoría atea fundamentada en el ocultismo, por lo
que comenzaron a crear un lobby para acabar con el P. Mendel, su influencia, y todo
aquello que pudiese favorecer la idea de Dios en la ciencia. Así en la década de 1860,
surgió un grupo anticlerical británico, conocido como el "X-Club", determinado a
secularizar la ciencia y acabar con esas figuras cléricas que tanto daño hacían a su plan
por sus investigaciones independientes. Entre los miembros del grupo figuraban, entre
otros, Thomas H. Huxtle y Joseph Dalton, dos figuras conocidas por promover
incesantemente la teoría de Darwin, Francis Galton, primo de Darwin y principal
promotor de la eugenesia; y Herbert Spencer, principal promotor del darwinismo social,
cuyas principales consecuencias explicaremos en capítulos siguientes.
El X-Club y otros lobbies similares, exigían que la teoría de la evolución de Darwin se
impusiese en todos los círculos científicos como única explicación aceptable del origen
de la vida, y que se impidiese que religiosos se inmiscuyeran en los asuntos científicos
porque según ellos, una mente sacerdotal o religiosa no conducía a la ciencia, y no era
más que un impedimento.
Lo irónico de todo esto es que el P. Mendel había sido mucho más científico en sus
estudios, que todos ellos juntos, puesto que Darwin, y estos falsos científicos que le
siguieron se basaban únicamente la especulación, defendiendo teorías indemostrables
por la observación, e inverificables por el método científico baconiano que por cierto, el
P. Mendel sí empleó con toda su rigurosidad a lo largo de 10 años de experimentos que
le llevaron al descubrimiento de la ley de la herencia.
Y he aquí la cruda verdad: aquellos que aparentemente defendían una ciencia libre de
toda influencia, eran los únicos que la estaban manipulando para adaptarla a sus ideas
preconcebidas: a un mundo sin Dios fundamentado en los dogmas ocultistas.
Pero lo más escandaloso de todo es que Darwin, a quien defendía todo el aparato de la
falsa ciencia, ni siquiera era un científico. Como él mismo afirmó en su biografía, había
estudiado únicamente teología y desconocía los fundamentos esenciales de la física,
química y las matemáticas. Por ello, no veía ningún problema en pensar que un
conjunto de gas eventualmente podría convertirse en una bacteria, un pez o un ser
humano.
Como afirma el intelectual, David Brewster, en su obra “los hechos y fantasías del Sr.
Darwin”:
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“Sus razonamientos son casi siempre vagos e inconclusos. Sus generalizaciones
parecen haberse alcanzado antes de que haya obtenido los sustentos sobre los que
los apoya: sus datos, aunque con frecuencia parecen nuevos e interesantes, son
poco más que conjeturas. Los grandes fenómenos del mundo de la vida, y el
instinto, y la razón (…) se han convertido en manos del Sr. Darwin en la base de
una especulación peligrosa y degradante.”
Toda esta falta de conocimientos de Darwin y lo fantasioso de su teoría fundamentada
en el ocultismo, contrastan sobremanera con la carrera científica del clérigo Mendel,
quien incorporó a la biología y al estudio natural, los conocimientos sobre física
experimental, lógica simbólica y matemáticas avanzadas, que había adquirido en sus
años de estudio en la Universidad de Olomouc, donde fue alumno personal de dos
grandes físico-matemáticos: Friedrich Franz, quien le guio con las matemáticas
aplicadas, y Christian Doppler, físico experimental, célebre por haber teorizado el efecto
Doppler en 1842.
Y contrastan con las opiniones de cientos de verdaderos científicos que libres de
cualquier barrera ideológica, buscan por encima de todo la verdad.
Así, por ejemplo, Richard Smalley, padre de la nanotecnología, no dudó en declarar
públicamente en 2005:
“Con mis conocimientos de química y física, es claro que la evolución no pudo
haber ocurrido.”
G. Sermonti, profesor de genética de la universidad de Perugia, según atestigua Raul
Leguizamon en su libro “Análisis crítico de la evolución biológica” afirmó
rotundamente que:
“El darwinismo es una verdadera falsificación científica (…) es una falta de
honradez”
Por su parte, el ingeniero agrónomo Silvano Borroso en su obra “El evolucionismo en
apuros”, explica que:
“Sin duda alguna es imposible para cualquier ser vivo haberse cambiado en
cualquier otro distinto de su propia especie (…) y esto no por la Biblia. (…) Los
problemas se originan todos desde dentro: desde la física, la química, las
matemáticas, la anatomía, la fisiología, etc…”
Y el doctor Raul Leguizamon en su obra “La ciencia contra la fe” es absolutamente
tajante afirmando que:
“Esta creencia en el origen del hombre a partir del mono solo puede ser una
hipótesis de trabajo, una suposición, una conjetura (…) siempre de carácter
hipotético. No solo no demostrada, sino indemostrable. (…) La razón determinante
y fundamental por la cual algunos autores creen que el hombre se originó a partir
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del mono se basa en la aceptación ciega e incondicional de la hipótesis
evolucionista-darwinista que así lo afirma. Y punto.”
Y el descubrimiento del ADN no hizo más que confirmar las leyes de la herencia
descubiertas por el P. Mendel. Era el ADN y no el azar el que definía los caracteres de
un determinado ser, y esto no de forma aleatoria, sino en base a unas leyes físicas que
permitían pequeñas variaciones entre los individuos de una misma especie, pero nunca
que se pudiese franquear la barrera de una especie a otra.
Por ello, como afirma el franciscano Luis Arnaldich, en su obra “La Biblia y la
evolución”, está científicamente demostrado que:
“Por simple evolución no es posible franquear el abismo que existe entre el reino
animal y el hombre. Con las solas fuerzas naturales, ningún animal pudo
evolucionar y llegar a un grado de perfección tal que le permitiera salir del círculo
de la especie animal y entrar en el de la especie humana.
Y esto se debe a que, como explica el P. Baldomero Jiménez Duque en su obra titulada
“Llamada y existencia”:
“Los hallazgos más recientes y serios de la biología demuestran que los
cromosomas de todos los hombres son iguales, no hay, por tanto, nada más que
una familia humana; [y que] los cromosomas de los primates más parecidos al
hombre son totalmente distintos, por lo tanto, el hombre no procede de los
primates.”
Sin embargo, a pesar de todas las evidencias que dejaban claro que la teoría de la
evolución darwinista era una farsa totalmente acientífica, los darwinistas, siguieron
aferrándose a ella, dividiéndose en dos grupos: Los que creían en el "gradualismo" del
evolucionismo clásico, es decir, en una evolución gradual de las especies, tal y como
defendía Darwin, pese a que había sido totalmente refutada y desmentida desde todos
los ámbitos de la ciencia, incluida la paleontología, al no existir, pese a lo que nos
cuentan, ninguna clase de forma intermedia en el registro fósil; y los nuevos
evolucionistas, denominados “saltacionistas”, que para defenderse de estas acusaciones
afirmaban que la evolución se produce por medio de mutaciones, cambios bruscos o
saltos gigantescos en el ADN, llevados a cabo por azar. Pero de nuevo los verdaderos
científicos demostraron que estaban tan equivocados como los primeros en su visión de
la herencia, ya que caían en sus mismas contradicciones.
Una de las críticas más famosas ha sido la bióloga Lynn Margulis, quien en la revista
Discover declaró que en la genética no existe prueba alguna a favor de la teoría neodarwinista, explicando lo siguiente:
“Durante más de cuarenta años he oído repetidamente hablar de los errores
genéticos. Los errores genéticos existen, pero generan enfermedades. No se conoce
que haya surgido ninguna especie mediante errores genéticos. Este es el problema
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que tengo con los neo-darwinistas, ellos enseñan que lo que está generando
novedades es la acumulación de mutaciones al azar en el ADN, en un sistema
directo dirigido por la selección natural. Si quieres huevos más grandes, sigues
eligiendo los genes que causan que haya huevos más grandes, y obtienes huevos
más y más grandes; pero también consigues gallinas con plumas defectuosas y
piernas temblorosas. La selección natural elimina y tal vez mantiene, pero no
crea.”
Por su parte, Daniel Lapazano, en el primer volumen de su libro de "De esto no se
habla", añade:
“La genética nos dice que los rasgos de las criaturas y sus diferencias respecto de
sus progenitores provienen de los genes, no del azar. Los genes determinan las
propiedades biológicas de los animales, no la casualidad. (...) La hipótesis de las
«mutaciones naturales» no ayuda realmente a explicar el origen de nuevas
especies. (…) No es posible entender cómo la vida pudo haber evolucionado cuando
los mecanismos de la herencia, que garantizan la perpetuidad de las especies, no
son renovadores sino, por el contrario, conservadores. No son pocos los que opinan
que la genética conspira contra la teoría de Darwin.”
Pero los enemigos de la fe, ofuscados en sus teorías, en seguida reaccionaron.
En 1953, Stanley Miller como parte de su tesis doctoral dirigida por H. Urey, llevó a
cabo unos experimentos cuyos resultados aparentemente confirmaban las hipótesis de
un científico ruso llamado Alexander Oparín, quien en los años 20, fundamentándose en
la idea darwinista de que todas las formas de vida evolucionaron a partir de una primera
célula producida por azar, afirmaba que era posible la evolución química, es decir, que
la primera célula viva, y la vida en sí, pudo haber surgido espontáneamente en
condiciones adecuadas a partir de los elementos químicos más simples de la Tierra y
atmosfera primigenias.
Esto fue un escándalo mediático que saturó los medios de comunicación del mundo
entero. Los enemigos de la fe proclamaron a grandes voces que Miller había demostrado
científicamente la teoría de la evolución, y que había obtenido pequeñas partículas de
vida por medio de sus experimentos con una mezcla de gases supuestamente similar a la
de la atmosfera primitiva, sometida a descargas eléctricas en presencia de agua y otros
compuestos, y en definitiva, que la vida surgió en unas condiciones ambientales muy
distintas a las actuales, a partir de moléculas orgánicas y que como no competían con
ningún otro organismo vivo, las primeras células habrían sobrevivido, se habrían
reproducido y mediante la intervención de la selección natural se habrían ido
diversificando hasta los actuales organismos. Pero nada más lejos de la verdad.
Si bien es cierto que Miller consiguió obtener en su laboratorio compuestos orgánicos
complejos tales como aminoácidos, ácidos grasos y nucleótidos, esto no está ni
remotamente relacionado con crear vida, aunque abrió el camino a la obtención de
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numerosas moléculas orgánicas en el laboratorio, tales como azucares, glicerina,
aminoácidos, polipéptidos, ácidos grasos, hemoglobina y un largo etc, pero ninguna de
estas moléculas posee ni poseerá vida.
Además, como afirma el doctor por la universidad de Berkeley Duane T. Gish en su
obra “Especulaciones y experimentos relacionados con las teorías sobre el origen de la
vida: crítica”, tanto Miller como Oparín:
“Hacen tantas suposiciones para derivar esta atmósfera primitiva, [que] en
realidad no la derivaron: la supusieron. (…) Se adopta la suposición de que la
Tierra primitiva poseía una atmósfera reductora de hidrógeno, amoníaco, metano,
agua, y nitrógeno.”
Y suposición tras suposición terminaron resucitando las ideas de una obsoleta teoría
biológica conocida como “teoría de la generación espontánea” que afirmaba que la vida
podía surgir de manera espontánea a partir de materia orgánica, de materia inorgánica o
de una combinación de ambas, y que había sido desmentida ya a principios del siglo
XIX por Pasteur, quien por medio de serios experimentos estrictamente científicos y
repetibles a voluntad, probó irrefutablemente no ya solo que la vida no puede generarse
espontáneamente sino que cualquier forma de vida existente derivaba necesariamente de
otro ser vivo existente con anterioridad.
Pero sus mentiras durarían poco tiempo, ya que en la segunda mitad del siglo XX se le
iba a dar a la teoría de la evolución el golpe definitivo que la desbancaría y la devolvería
al campo de la ciencia ficción del que había salido, por medio del descubrimiento de los
organismos de complejidad irreducible.
El propio Darwin había dejado por escrito en su obra “Sobre el origen de las especies”:
“Si pudiera demostrarse que ha existido un órgano complejo que no se formó por
numerosas y ligeras modificaciones sucesivas, mi teoría fracasaría por completo.”
Y estos sistemas de complejidad irreducible que harían fracasar la teoría darwinista,
como veremos a continuación, se encontraron no en pequeño número en un área
determinada, sino a miles de millares y en todas partes.
Pero, ¿qué son los órganos complejos o sistemas de complejidad irreducible?
Se trata de sistemas formados por multiplicidad de piezas en los que todas ellas son
imprescindibles para que se lleve a cabo la función que los caracteriza, de modo que si
se elimina o falla alguna de ellas, la función no puede realizarse.
Un ejemplo sencillo de esta clase de sistemas sería el caso de una ratonera. Ésta está
formada por un gatillo con el cebo, un muelle potente, una varilla llamada martillo, una
vara retenedora para asegurar el martillo en su lugar, y la base que lo sostiene. Si falta
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alguna de estas partes, o es defectuosa, el mecanismo de la ratonera no funcionará y ésta
no servirá absolutamente para nada.
Darwin sabía que si se encontraban estos órganos o sistemas en la naturaleza, su teoría
fracasaría, ya que quedaría patente que no pudieron formarse a partir de pequeñas
modificaciones sucesivas como él postulaba, ya que al no haber función y no aportar
una ventaja competitiva en sus etapas intermedias, estos órganos creados por azar serían
eliminados por selección natural.
Ahora bien, ¿Qué sistemas de complejidad irreducible fueron descubiertos?
Pues en primer lugar, el flagelo bacteriano, una especie de cola que poseen las bacterias
para desplazarse, cuyo funcionamiento y constitución son idénticos al de un motor
fueraborda hecho por el hombre. Toda una maravilla de la ingeniería a nivel minúsculo.
En palabras de Scott Minnich, biólogo molecular de la universidad de Idaho, para “La
clave del misterio de la vida”:
“El flagelo bacteriano con dos marchas, adelante y atrás, con refrigeración con
agua movido por energía protónica, tiene un estator, un rotor una articulación en
u, un eje propulsor y una hélice, que funcionan como estas piezas de maquinaria.
No es por comodidad que les damos estos nombres sino porque realmente estas son
sus funciones.”
Y un mecanismo así, es imposible que pueda ser generado por selección natural debido
a la complejidad irreducible.
Para que el motor bacteriano funcione se necesitan alrededor de 40 piezas proteínicas
diferentes. Si falta o falla alguna de estas piezas o no está colocada en su lugar, el
flagelo no funcionará, y será eliminado por la selección natural al no proporcionar una
ventaja competitiva.
Para que fuese posible explicar su formación por evolución, deberían aparecer de la
nada y a la vez las 40 piezas que lo forman, y éstas, sin nada ni nadie que las guie,
deberían colocarse en el orden y lugar adecuado para que un mecanismo que jamás
había existido antes comience a funcionar, funcione correctamente y sea preservado.
Pero como afirma el biólogo Scott Minnich para “La clave del misterio de la vida”:
“Con el flagelo bacteriano hablamos de una maquina con 40 piezas (…) Incluso si
se concede que se tienen todas las piezas necesarias para construir una de estas
máquinas, esto solo es parte del problema. Más complejo es el tema de las
instrucciones de montaje. Este tema nunca lo abordan los oponentes del
argumento de la complejidad irreducible.”
Y no lo abordan porque saben que destroza por completo todo su lobby científico
fundamentado en el error. No solo no pueden explicar el origen de esas 40 piezas por
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azar, tampoco encuentran una explicación válida para el mecanismo por el cual fueron
ensambladas, y ni siquiera para justificar la existencia de las instrucciones de montaje
que dirigían dicho mecanismo.
Y el flagelo bacteriano no era más que el pico del iceberg, el primero de una infinidad
de sistemas de complejidad irreducible que se fueron descubriendo. De hecho, se ha
descubierto que la misma célula, base de cualquier forma de vida, es un sistema de
complejidad irreducible, dejando con ello más que patente que la evolución no es más
que una farsa totalmente insostenible.
Ciertamente, en el siglo XIX, los científicos creían que la célula era un glóbulo de
protoplasma que no era difícil de explicar, por lo que aún tenían excusa. Pero con los
avances científicos de la última mitad del siglo XX se ha podido demostrar que el nivel
de complejidad de la célula es tan alto, que no es explicable por medio de la evolución,
por lo que la actitud de los evolucionistas y de la comunidad científica en general de
seguir defendiendo lo indefendible es injustificable.
En palabras del bioquímico de la universidad de Lehigh, Michael J. Behe para “La clave
del misterio de la vida”:
“En la misma base de la vida, donde las moléculas y las células realizan su función
hemos descubierto máquinas, literalmente máquinas moleculares. Hay diminutos
camiones moleculares que transportan suministros de una parte a otra de la célula.
Hay máquinas que capturan la energía de la luz solar y la transforman en energía
utilizable. ”
Y estos son solo ejemplos. Cada célula está compuesta por cientos de miles de
máquinas moleculares con funciones propias, y para su formación individual deben
contarse no ya solo con las piezas adecuadas, sino con unas instrucciones de montaje
precisas y con el trabajo de otras máquinas moleculares, también de complejidad
irreducible, que las descifren y ejecuten.
Además, cada pieza individual de una maquina molecular, está formada o bien de una
sola molécula de proteína, o bien de un conjunto de proteínas ensambladas, que a su vez
están compuestas de aminoácidos enlazados en grandes cadenas en una secuencia
determinada.
Se ha descubierto que existen 20 tipos de aminoácidos que se emplean en la
construcción de las cadenas de proteínas. Estos aminoácidos son como las 20 letras del
alfabeto de la vida. Si están bien colocados se tiene un texto con sentido, los
aminoácidos se doblarán formando la arquitectura pre-programada en su orden y se
obtendrá un elemento funcional; pero si están secuenciados inadecuadamente, se
formarán unas estructuras sin sentido que no servirán para nada y serán eliminadas.
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Esto es complejidad irreducible en cascada, inexplicable en términos evolutivos, ya en
la propia célula, base de toda forma de vida. Y considerando que el ser humano está
compuesto por cientos de miles de millones de células, pueden darse cuenta de que la
complejidad de nuestra constitución supera toda lógica evolutiva.
Como resume el biólogo molecular de la universidad de Berkeley, Jed Macosko, para
“La clave del misterio de la vida” hablando de los tipos de máquinas moleculares
existentes:
“Hay tantas máquinas moleculares en el cuerpo humano como funciones realiza.
De modo que cuando uno piensa en el oído, la vista, el olfato, el gusto, el tacto la
coagulación de la sangre la acción respiratoria, la respuesta inmunológica, todo
esto exige una gran multitud de máquinas.”
Y añade el bioquímico Michael J. Behe en su obra “La caja negra de Darwin”:
“Al ir en aumento el número de sistemas biológicos de complejidad irreducible que
carecen de explicación, nuestra confianza en que el criterio darwiniano es un
fracaso se dispara hasta las más altas cotas que permite la ciencia."
Pero, ¿qué hizo la falsa ciencia luciferina ante estos descubrimientos para tratar de
justificar su errónea posición?
Pues como siempre, inventarse una nueva teoría que solventase este problema de la
complejidad irreducible en términos evolutivos.
El encargado de llevar a cabo esta labor fue el biólogo Kenyon, quien por su teoría de la
“predestinación bioquímica” afirmaba que eran las propiedades químicas de los
aminoácidos mismos las que provocaban sus uniones y su secuenciado por una supuesta
ley de atracción, indemostrable e inexistente, que como saben tiene su equivalente
ocultista. A esto se conoció como la evolución química.
Pero como explica el bioquímico Michael J. Behe en su obra “La caja negra de
Darwin”:
“La evolución molecular no tiene fundamento en la autoridad científica. (...) Hay
aseveraciones de que tal evolución ocurrió, pero ni una sola de ellas cuenta con el
apoyo de experimentos o cálculos pertinentes. Como nadie conoce la evolución
molecular por experiencia directa, y como no hay ninguna autoridad en la cual
basar las afirmaciones de conocerla, puede decirse francamente que (...) la
aseveración de la evolución molecular darwiniana no es más que una
fanfarronada.”
Y esto era tan evidente que el propio Kenyon, escasamente 5 años después de la
publicación de su teoría se retractó de la misma por su falta de sentido. Era totalmente
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falso que las cadenas de aminoácidos pudiesen generarse solas por simple atracción. El
mismo lo afirmó con estas palabras:
“No hay ni la más ligera posibilidad de un origen evolutivo químico ni siquiera
para la más simple de las células.”
¿Y por qué cambió de opinión con tanta rapidez? Porque a día de hoy se conoce con
detalle el sistema de formación de las proteínas, cuyo procesado por medio de los
aminoácidos es la máquina de ingeniería más perfecta del universo, capaz de asombrar
por su rapidez, belleza y precisión a los ingenieros más especializados.
Vamos pues a tratar de explicarles este proceso del modo más sencillo posible
apoyándonos en unas imágenes tomadas del documental “la Clave del origen de la vida”
por lo que les recomendamos que, si no lo están haciendo, visualicen su pantalla.
El proceso en cuestión es el siguiente:
En el núcleo de todas y cada una de la cuasi infinidad de células que forman un
organismo se encuentra el ADN, que es la doble hélice que contiene de forma
codificada las instrucciones de montaje de las proteínas que éste organismo necesita,
por medio del secuenciado de nucleótidos, es decir, de cuatro tipos de compuestos
químicos denominados con las letras ACTG que son, por así decirlo, el lenguaje de la
vida, común a todos los seres vivos.
En el momento en el que se necesita una de estas proteínas para la construcción, por
ejemplo, de una maquina molecular o cualquier estructura necesaria para el organismo
se inicia el procedimiento en el núcleo de la célula.
Se comienza leyendo y copiando las instrucciones de montaje de la doble hélice de
ADN compactada en los cromosomas por medio de un proceso llamado “transcripción”
que consta de estas dos etapas:
Una maquina molecular específicamente diseñada localiza en la hebra de ADN la
sección donde se encuentra la información a leer y la desenrolla, exponiendo así las
instrucciones genéticas codificadas, necesarias para ensamblar la proteína deseada.
En ese momento, otra máquina molecular lee dichas instrucciones y las copia por medio
del secuenciado de nucleótidos, formando la cadena de ARN mensajero.
Una vez concluida la transcripción, y mientras el ADN vuelve a enroscarse como
estaba, la delicada hebra de ARN mensajero que contiene las instrucciones de montaje
es conducida al exterior del núcleo por medio del complejo sistema de poros de éste y
llevada hasta una fábrica molecular denominada ribosoma.
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Una vez se encuentra fijada la hebra, se inicia el proceso de “traducción”, en el cual, se
transcribe en aminoácidos la información contenida en los nucleótidos del ARN, o
dicho de otro modo, se interpreta la información contenida en el ARN mensajero
ensamblando en el ribosoma una cadena de aminoácidos secuenciados tal y como las
instrucciones determinan, lo que en términos informáticos equivale a decir que se
ejecutan las instrucciones de montaje que determinan el orden de los aminoácidos.
Pero, ¿Cómo se realiza esto?
Pues bien, los aminoácidos son transportados hasta el ribosoma en el orden adecuado
por medio de máquinas moleculares, y este orden determinará el tipo de proteína que se
va a crear.
Pero el secuenciado de aminoácidos no genera automáticamente la proteína.
Para que la proteína esté lista, esta cadena de aminoácidos creada en el ribosoma, deberá
ser conducida por otra máquina molecular a una maquina con forma de barril, donde se
plegará la cadena de aminoácidos para formar la proteína en la forma adecuada. Si el
secuenciado es incorrecto la proteína no se plegará y será descartada.
Una vez formada la proteína, esta es liberada y conducida por medio de otras máquinas
moleculares allá donde sea necesaria y será ensamblada a las demás proteínas en el
lugar y orden adecuado para construir otras máquinas moleculares, tejidos, o estructuras
necesarias para el buen funcionamiento del organismo.
Esto, queridos hermanos, es exactamente el mismo proceso que sigue la CPU de
nuestros ordenadores y sistemas electrónicos, creados por el hombre para leer y ejecutar
instrucciones previamente programadas, y nadie en su sano juicio diría que han sido
construidos por azar.
A vista de tal belleza, tal precisión, tal singularidad y especificación, el propio Kenyon
fascinado explica para “La Clave del origen de la vida”:
“Uno se queda totalmente asombrado al percibir a esta escala un aparato tan
finamente ajustado, un dispositivo que lleva la impronta de un diseño y producción
inteligentes y tenemos los detalles de un inmenso y complejo ámbito molecular de
procesado de información genética, y es precisamente en este nuevo campo de la
genética molecular que vemos la prueba más evidente de designio en la tierra.”
Lo que en otras palabras significa que en la genética tenemos la prueba más evidente de
que la vida, y por extensión el universo, tiene su origen no ya en el simple azar, sino en
la mente de un Creador que diseñó esta maravilla tecnológica.
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Pero muchos, creyéndose científicos y no siendo más que pobres necios engañados por
las mentiras de los enemigos de la fe, siguen obstinados en su error y son incapaces de
reconocer la evidencia: que la verdadera ciencia ha confirmado lo que la Santa Iglesia
Católica venia enseñando desde hace dos milenios, que el universo y la vida fueron obra
de la Inteligencia Suprema de Dios y son sostenidos por Él.
Stephen C. Meier, filósofo de la ciencia, explica el adoctrinamiento que la falsa ciencia
está llevando a cabo en nombre del racionalismo y naturalismo para “La clave del
origen de la vida”
“Desde fines del siglo XIX, desde la época de Darwin, de hecho en parte debido a la
obra de Darwin el origen de las especies, los científicos llegaron a aceptar una
definición de ciencia que excluye la posibilidad del designio como explicación
científica, y esta convicción tiene un nombre, se llama naturalismo metodológico, y
significa sencillamente que si uno va a ser científico debe limitarse a explicaciones
que recurran solo a causas naturales. No se puede invocar a la inteligencia como
causa y sin embargo constantemente deducimos la presencia de la inteligencia. Es
parte de nuestro razonamiento reconocer los efectos de la inteligencia.”
Y esto es un experimento que puede hacer cualquiera a diario.
¿No es cierto que cuando vemos unos grabados en una roca perdida, un mensaje escrito
en la arena de una playa desierta, o una planta podada de una forma específica, no lo
atribuimos al azar, ni la evolución, ni a la erosión de los elementos sino a una
inteligencia creadora, aunque no podamos verla?
Y esto no es algo casual, pues como explica Stephen C. Meier estamos programados
para reconocer los efectos de la inteligencia, y esto no de cualquier manera, sino que
como concluye el matemático William Dembski en su obra “The design inference” tras
analizar el proceso que nos lleva a reconocer de forma automática una actividad
inteligente previa en un determinado objeto, para que hagamos tal inferencia, se precisa
de improbabilidad y especificación, es decir, que dicho diseño que observamos sea
tremendamente improbable que se produjese por azar y que se trate de algo reconocible.
Lo que aplicado a un ejemplo práctico viene a decir que si encontramos en la playa una
frase escrita en la arena, la consideramos inmediatamente como obra del hombre porque
es tremendamente improbable que el mar haya hecho eso por sí solo y porque
reconocemos que los trazos no son al azar, sino que coinciden con los trazos de las
letras pertenecientes al alfabeto latino y que tienen un significado propio, es decir, que
contienen información.
Por ello, para William Dembski, la prueba irrefutable que permite reconocer la
existencia de una inteligencia creadora es precisamente el encontrar información
codificada por cualquier método en una de sus obras.
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Este es el motivo por el cual las investigaciones actuales para encontrar vida en el
universo se mueven en esa línea, es decir, en buscar señales portadoras de información
reconocible, que no pueda producirse por azar, como por ejemplo, la secuencia de los
números primos.
Si se encontrase algo así, sería para ellos una prueba indiscutible de vida extraterrestre,
porque como explica el propio William Dembski para “La clave del origen de la vida”:
“Esto no se obtendría por azar. [Pero para tener esta convicción] se necesitaría
complejidad o improbabilidad, muchísimos números primos y una pauta. Y
tendría que ser justo la pauta adecuada, no la que uno imponga, sino una que esté
ahí objetivamente.”
Y he aquí la gran contradicción en la que ha caído la falsa ciencia actual. Por un lado los
científicos buscan ansiosos pruebas de la existencia de una inteligencia extraterrestre
que no existe para tener un argumento demoledor contra Dios y su Santa Iglesia
Católica, pero a la vez, tienen ante sus ojos la mayor prueba de designio jamás
encontrada y la desestiman considerándola como fruto del azar.
¿De qué estamos hablando?
Pues del propio ADN, la gran molécula que almacena las instrucciones de montaje de
las proteínas y codifica los aminoácidos en el orden adecuado, que contiene tal cantidad
de información almacenada y codificada que se trata del conjunto de información más
compacto y elaborado de todo el universo conocido, de complejidad y precisión
superior a los sistemas informáticos más avanzados desarrollados por el hombre.
A día de hoy se ha demostrado que las instrucciones genéticas para construir las
proteínas del organismo unicelular más simple llenarían cientos de páginas de texto
escrito, y que una sola secuencia de ADN humano tiene más de 3.000 millones de
caracteres individuales. No hay entidad en todo el universo que almacene y transmita
más información que una molécula de ADN y sin embargo, contra toda lógica, la siguen
atribuyendo al solo azar que guio la evolución darwinista creando así la mayor farsa
científica de la historia de la humanidad, porque obtener la información del ADN por
puro azar y mantenerla en el tiempo, sería muchísimo más complejo que lanzar
infinidad de letras al aire y obtener en su caída no ya una palabra, sino una novela
conocida por todos y que siguiera saliendo cada vez que las lanzásemos; y está más que
demostrado que el ADN no pudo haberse generado espontáneamente por selección
natural, ya que por definición la selección natural no podría haber funcionado antes de
la existencia de la primera célula viva, porque solo puede actuar sobre organismos
capaces de reproducirse, que son precisamente las células dotadas de ADN que pasan
sus cambios a generaciones futuras. Como sin ADN no hay auto-reproducción, y sin
auto-reproducción la selección natural no pudo actuar, los evolucionistas no pueden
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evocar sin faltar a la verdad al azar y a la selección natural como causa y origen del
ADN, ya que éste existió necesariamente con anterioridad.
Por tanto, no es cierto que la ciencia actual esté contra la fe. Se sabe de sobras que, pese
a que la teoría de la evolución se ha impuesto actualmente como dogma irrefutable, que,
como afirma el famoso científico contemporáneo sir Fred Hoyle, en su obra “el universo
inteligente”:
“La teoría darwinista es errónea.”
Y esto es algo que no puede ser pasado por alto. Como afirma el físico, biólogo
molecular y neurocientífico Francis Crick, premio nobel de investigación del ADN en
1962:
“Los biólogos deben recordar constantemente que lo que ven no fue diseñado sino
que evolucionó.”
Pero esto no es ciencia, es adoctrinamiento, es manipulación de la verdad para llegar a
unas conclusiones prefijadas de antemano, y en definitiva, es aplicar la máxima del
ocultista y jerarca nazi, Joseph Goebbels que afirmaba que:
“Una mentira repetida mil veces se transforma en verdad.”
Y esto es algo muy grave. El aparato científico mundial se ha convertido en un
instrumento de las élites para mantener a la población en la ignorancia, y los llamados
científicos actuales creyendo que trabajan en pos de la verdad, no son más que esclavos
e instrumentos del enemigo para ejecutar su plan. Y ¿quién denuncia esto?
La Santa Iglesia Católica lo ha hecho con todas sus fuerzas por medio del Concilio
Vaticano I y los sucesivos documentos eclesiales, pero nadie escuchó sus palabras de
verdad, y actualmente, como afirma el científico y zoólogo D.M.S. Watson en la
publicación “Nature” de 1929 Volumen 123:
“La teoría de la evolución es una teoría universalmente aceptada no porque pueda
ser probada como verdadera, sino porque la alternativa, una creación especial, es
claramente increíble.”
Esto es un escándalo con todas sus letras. Como afirma Pierre Paul Grassé, miembro de
la academia francesa y considerado como el primer zoólogo del mundo, en su obra
“Evolución de lo viviente”:
“Hay que hacer reflexionar a los biólogos sobre la ligereza de las interpretaciones y
extrapolaciones que los doctrinarios presentan como verdades demostradas.”
Como afirma Paul Nelson, filósofo de la biología para “La clave del origen de la vida”:
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“La ciencia debería ser una investigación en busca de la verdad acerca del mundo.
(…) No deberíamos prejuzgar lo que pudiera ser verdad, no debiéramos decir no
me gusta esta explicación pues la dejo de lado. Cuando topamos con un enigma de
la naturaleza deberíamos aplicarle todas las posibles causas que lo pudieran
explicar. Uno de los problemas con la teoría de la evolución es que excluye
artificialmente un tipo de causa incluso antes de que la evidencia haya tenido la
posibilidad de hablar y la causa que excluye es la Inteligencia.”
Ahora bien, seguramente alguno de ustedes piense:
Todo esto está muy bien, pero ¿es posible considerar la creación como una premisa
científicamente aceptable?
Aunque la pregunta que debieran hacerse es la siguiente:
¿Es posible considerar la creación, es decir, el diseño inteligente del universo como algo
científicamente imposible cuando tenemos evidencias científicas tan claras de ella?
Por una parte, recordamos, tenemos las leyes físicas, inexplicables por azar, que exigen
la presencia de un Legislador que las haya establecido y las mande ejecutar, tenemos las
pruebas verídicas de que el universo empezó en un momento y lugar determinados, y
para ello es imprescindible la existencia de una Causa Primera, y tenemos el ADN como
base de toda forma de vida, que es muchísimo más complejo que el ordenador más
avanzado que hayamos podido desarrollar.
Si para generar las líneas del código informático más simple no se emplean secuencias
de números aleatorios sino a ingenieros especializados, ¿no va a ser necesario un
Creador para desarrollar el sistema informático más complejo del universo?
Pero dejemos que hablen los expertos en la materia.
Como afirma el filósofo y científico Stephen Meier para “La clave del origen de la
vida”:
“Forma parte de nuestra base de conocimiento que los agentes inteligentes pueden
producir sistemas ricos en información de modo que este argumento no se basa en
lo que no sabemos sino que se basa en lo que si sabemos acerca de la estructura de
causa y efecto del mundo. Hoy en día sabemos que no hay explicación naturalista,
que no existe ninguna causa natural que produzca información: ni la selección
natural ni procesos de auto-organización, ni el puro azar. Pero sí que sabemos de
una causa capaz de producir la información, y es la inteligencia. Así que cuando
alguien infiere designio por la presencia de información en el ADN de hecho está
haciendo lo que en las ciencias históricas se denomina una inferencia hacia la
mejor explicación. De modo que cuando encontramos un sistema rico en
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información en la célula, concretamente en la molécula de ADN podemos inferir
que una inteligencia entró en juego en su origen incluso aunque no estuviéramos
allí para observar el origen del sistema.”
Por ello, como afirma el biólogo molecular de la universidad de Idaho, Scott Minnich
para “La clave del origen dela vida”:
“El designio vuelve a estar sobre la mesa. Estos sistemas no pueden explicarse por
ley natural y si buscamos la verdad, y realmente están diseñados, si hay que ser
ingenieros de sistemas para comprenderlos, entonces, ¿Cuál es el problema? Uno
va a donde los datos le llevan. Y las implicaciones… sí, claro, tiene profundas
implicaciones metafísicas. Pero si así es, que así sea.”
En palabras de Paul Nelson, filósofo de la biología para “La clave del origen de la
vida”:
“El designio nos da una explicación que pertenece al conjunto de instrumentos de
la ciencia. Las causas inteligentes son reales, dejan evidencia de su existencia, y
una ciencia sana es una ciencia que busca la verdad y que deja que la evidencia
hable por sí misma. “
Y el bioquímico Michael J. Behe es mucho más tajante afirmando que:
“La idea del designio del inteligente es totalmente científica. Desde luego puede que
tenga explicaciones religiosas, pero no depende de premisas religiosas.”
Por tanto, queridos hermanos, no han de tener dudas al respecto. Es totalmente
científico el considerar que una Inteligencia Suprema, es decir, un Creador puso allí esta
información contenida en el ADN, por lo que peca de imprudencia quien escudándose
en la ciencia, y en sus propias convicciones ateas, se obstina en lo que sabe que es un
error y no reconoce la evidencia científica que tiene ante sus narices, que abala y ratifica
científicamente el dogma de la creación, es decir, el diseño inteligente del universo por
parte de Dios.
En un futuro próximo declararán que ha sido la inteligencia suprema de los
extraterrestres y no la de Dios la que ha creado el ADN en la tierra, y seguirán así
invento tras invento, tratando de justificar lo injustificable.
Con todo esto podemos concluir, en palabras de Luis Vialleton, biólogo, profesor y
decano de la facultad de medicina de Montpellier, y miembro de la academia de París
que aparecen recogidas en la obra “Tras los pasos de Dios” de Manuel Quirell, que:
“La tesis evolucionista es absolutamente incapaz de explicar el origen de la vida.
La palabra creación que fue eliminada del lenguaje biológico, debe volver para
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explicar el hecho indudable de que el mundo nos es dado como un conjunto
coordinado y planificado”
Que, en palabras del franciscano Luis Arnaldich, en su obra “La biblia y la evolución”:
“El primer hombre no es, ni pudo ser, el resultado supremo de la evolución animal,
sino que un ser que existe porque Dios lo creo. Dios está en el origen del hombre, y
sin su acción especialísima el hombre no hubiera llegado a existir.”
Y lo más importante de todo, que, en palabras del científico italiano Antonio Chiichichi
para Il tempo de Roma que también fueron publicadas en el diario Ya el 31 de marzo de
1987:
“El ateísmo no tiene a sus espaldas ni la ciencia ni la razón. El ateísmo es también
un acto de fe. La única diferencia es que el ateo tiene fe en la nada. (…) Quien
quiera profesar la fe en la nada, que continúe siendo ateo; pero a condición de que
no pretenda que su opción esté motivada por razones científicas.”
Por tanto, queridos hermanos, ya conocen la verdad. Han visto como la verdadera
ciencia y la verdadera razón, que fueron creadas por Dios para que lleguemos a Él no
solo no son contradictorias con las verdades de fe y los dogmas revelados por Nuestro
Señor, sino que concuerdan y confirman dichos dogmas y las verdades superiores que
no pueden abarcar, pero sí pueden intuir, tal y como nos había explicado el Magisterio
de la Santa Iglesia Católica.
Ahora bien, hemos de aclarar una última cuestión.
La creencia en los dogmas y su infalibilidad, aunque puedan razonarse y se encuentren
pruebas científicas que los abalen, no debe fundamentarse en la razón, porque entonces
estaríamos cayendo en el pecado luciferino del racionalismo, sino en la firme
convicción de que son verdaderos únicamente porque Dios nos los ha revelado.
Hermanos, si creen firmemente en Él y en su Palabra, que jamás puede engañarnos y se
someten humildemente a su Santa Voluntad asentándose firmemente en la Roca de
Cristo y en su Cátedra de verdad que es la Santa Iglesia Católica, la falsa ciencia puede
decir las barbaridades que quiera que su alma estará a salvo.
Pero si se asientan en la sola razón, si únicamente creen los milagros divinos cuando la
ciencia los abala, al más mínimo viento de novedades sucumbirán, porque la razón no
ha sido creada para profundizar en las verdades supremas del universo y terminaran
agarrándose a las dulces mentiras de los enemigos de la fe tan satisfactorias para la
soberbia razón.
Queridos hermanos, esto no se basa en una lucha de fuerzas para ver quien tiene los
mejores argumentos. Esto es una lucha entre la humildad de los que cumplen la
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voluntad de Dios y la soberbia de quienes en su rebeldía quieren buscar cualquier
excusa para seguir cumpliendo la voluntad propia.
Solo así puede entenderse que, como explica el jesuita y sacerdote Jorge Loring, en su
obra “Para salvarse”:
“[Los] hombres a quien estorba la religión se agarran ansiosos a estas teorías mal
demostradas como si fueran dogmas de fe, para desechar los verdaderos dogmas
de fe que les estorban. No porque en los dogmas de la religión [católica] haya
misterios, lo que ellos tienen en contra de la religión [católica] no son dificultades
científicas, sino prejuicios y dificultades morales.
Si la religión [católica] no obligara a tener a raya las pasiones, nadie tendría nada
en contra de la religión. Y si los preceptos morales dependieran de las verdades de
la física, muchos negarían la física en lugar de negar la religión católica. (…) No
hay nada que ciegue más que obstinarse en el pecado. Lo dijo Jesucristo «El que
obra mal odia la luz». Y ya lo dijo Bacon: «Solo niega a Dios aquel a quien le
conviene que no exista». [Ciertamente,] si no hay árbitro que sancione, cada cual
hará lo que más le convenga. Por eso dijo Dostoieski: «Si Dios no existe, todo está
permitido». (…) Si no se respeta a Dios, ¿qué cosa se puede respetar? Las
consecuencias a la larga son funestas.”
Y el único modo que tenemos para evitar que nos afecten es huir de toda ocasión de
pecado, prevenirnos del veneno racionalista en todas sus formas, llevar una vida de
oración y penitencia, sometiéndonos humildemente en cada instante a la voluntad de
Dios y repitiendo constantemente actos de fe, como éste que recomiendan los antiguos
devocionarios:
“Creo firmemente, Dios mío, todo lo que la Santa Iglesia Católica, Apostólica y
Romana manda creer porque Vos sois, oh Verdad infalible, quien se lo ha
revelado.”
Así pues, como afirma Nuestro Señor en el Evangelio según san Mateo capítulo 7
versículos del 24 al 27:
“Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el
hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los
torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no
cayó, porque estaba cimentada sobre roca.
Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el
hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los
torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue
grande su ruina.”
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Somos Sanguis et Aqua.
Que la paz, y sobre todo la verdad de Cristo estén con todos ustedes.
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Sanctus Deus, Sanctus Fortis, Sanctus Immortalis
Miserere nobis et totius mundi.
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