XI Congreso Argentino de Antropología Social

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XI Congreso Argentino de Antropología Social
Rosario, 23 al 26 de Julio de 2014
GRUPO DE TRABAJO GT 70 Antropología, biociencias y tecnología
TÍTULO DE TRABAJO Biociencias, tecnología e imaginación literaria
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Nombre y apellido. Institución de pertenencia.
María Alejandra Dellacasa – ICA – FFyL – UBA
– XI Congreso Argentino de Antropología Social – Facultad de Humanidades y Artes – UNR – Rosario, Argentina
Biociencias, tecnología e imaginación literaria
A partir de este trabajo proponemos un análisis de la obra de H. Wells (1896) La
isla del Dr. Moreau, en tanto ofrece una instancia de reflexión acerca de los límites
de los avances científicos y la percepción social de la ciencia en el siglo XIX. En
este sentido, retomaremos algunas ideas en torno al mecanicismo y la
fragmentación corporal con la intención recuperar la noción de cuerpo -artefacto.
En la obra, los cuerpos híbridos producidos en el laboratorio a partir de la
manipulación de fragmentos y la mixtura de especies animales dan lugar a
criaturas liminares, rodeadas de abyección, impureza y peligro. Dichas creaciones
desafían las fronteras de la “normalidad”, trastocando las clasificaciones, el orden
2
y las leyes de la “naturaleza”, en tanto pertenecen simultáneamente a dos
órdenes del mundo: natural/ artificial, vivo /muerto, humano/ animal. Algunas de
las visiones proféticas de H. Wells se concretaron en cierta medida a partir del
uso quirúrgico de fragmentos animales con fines terapéuticos, mediante la
creación del Programa de Xenotrasplantes a mediados del siglo XX.
Consideramos a lo largo de este trabajo que las obras de ciencia ficción
constituyen oportunidades para reflexionar acerca delas dimensiones sociales de
la ciencia y la tecnología.
Palabras clave: ciencia y tecnología – literatura de ciencia ficción – híbridos
Origen y contexto de producción de una ficción científica
La literatura de ciencia ficción nace en el siglo XIX junto a Mary Shelley, Julio
Verne y H. G. Wells, los autores que cobraron mayor popularidad. En sus obras, el
género científico ficcional se transforma en una literatura de corte popular y la
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ciencia es empleada como un medio para conducir a los lectores a un mundo
fantástico, en el que los desarrollos tecnológicos abren posibilidades ilimitadas.
Sin embargo, desde sus mismos inicios, la ciencia ficción presenta una mirada
ambivalente respecto de los ‘avances’ y los controvertidos ‘efectos’ de la ciencia y
la tecnología en la sociedad.
Herbert George Wells nació en Inglaterra en 1866, además de dedicarse a la
escritura fue periodista, docente e historiador. Sus obras se cuentan entre las más
‘futuristas’, siempre dentro de lo que se denomina ficción científica. Escribió: “La
máquina del tiempo” (1895), “El hombre invisible” (1897), “La guerra de los
mundos” (1898) y el trabajo que retomaremos aquí “La isla del Dr. Moreau”, en
1896. Muchas de sus obras fueron adaptadas al cine, particularmente la que nos
ocupa en este trabajo tuvo varias versiones en la pantalla gigante: “La isla de las
almas perdidas” (Erle, C. Kenton, 1932) “La isla del Dr. Moreau” (Don Taylor,
1977) y más recientemente “La isla del Dr. Moreau” (John Frankenheimer, 1996).
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Al partir de una obra artística (en este caso literaria) para abordar una reflexión en
el campo de la antropología, la ciencia y la tecnología, lo hacemos con la intención
de reconstruir y describir relatos y modelos de intervención científica que
entendemos que se corresponden con y dependen de, ciertos tipos particulares de
estructura histórico-social. Esta creación de ciencia ficción de H. Wells, tiene como
telón de fondo la era victoriana en Gran Bretaña en la que predominaban los
valores morales, puritanos, la familia y existía una confianza ciega en la razón
como fe ordenadora. A la vez, los avances tecnológicos en relación a la
producción y al comercio de mercancías se hallaban en ese momento en pleno
desarrollo, colocando a Gran Bretaña al frente de la industrialización y del
mercado financiero, arrojando como resultado una suerte de estabilidad política e
institucional. Finalmente, y no es un detalle menor en este cuadro de situación,
unos años antes y en esas mismas latitudes, se publicaba la obra de Charles
Darwin “El origen de las especies” (1859) con todas las controversias que
despertaría inmediata y posteriormente.
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En la obra de H. Wells tanto las ideas del evolucionismo, como ciertos atisbos de
eugenesia1, se entremezclan en un cóctel en el que el principio de evolución
tecnológica se presenta como metáfora de la evolución natural. En el relato
ficcional que nos ocupa, los avances técnico-científicos en el campo de las
biociencias abren posibilidades inimaginadas respecto de la creación y
manipulación de la vida. Después de publicada la obra de H. Wells, se generaron
un tendal de críticas desde los más diversos sectores, e incluso se prohibió su
difusión; dos años después de su edición se creaba la Liga Británica para la
abolición de la vivisección. En este sentido, no dejan de asombrar los efectos
‘concretos’ que el tránsito entre literatura, cine, arte, ciencia y tecnología pueden
aportar a la recreación y resignificación que el imaginario social tiene respecto de
quiénes son los científicos, qué cosas hacen en sus laboratorios y cuáles son los
límites de sus producciones.
El juego con la utopía y la distopía en torno a los alcances de los desarrollos
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científico-tecnológicos, se convirtió en un ‘clásico’ que no dejó de representarse en
las más variadas producciones artísticas desde el siglo XIX y cuyas recreaciones
han registrado un marcado aumento en cantidad y calidad en las últimas décadas.
Dadme materia y os construiré un mundo
En la novela de H. Wells, el Dr. Moreau es un médico que recluta animales y los
traslada en barco, una especie de estación biológica, hacia una misteriosa isla con
la ayuda de su colaborador, Montgomery. En uno de esos viajes, se infiltra en la
tripulación el narrador de esta historia, un biólogo llamado Prendick cercano a
1
El término “eugenesia” fue acuñado por F. Galton en 1883, para hacer referencia al estudio
científico del mejoramiento racial y a los usos que podían tener los conocimientos sobre la herencia
biológica (Stepan, 1991).
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Thomas Huxley y a Charles Darwin2, que es quien logra develar el misterio. El Dr.
Moreau es un famoso cirujano que tuvo que abandonar Inglaterra luego de que un
periodista, también ‘infiltrado’ en su laboratorio como ayudante, diera a conocer
que parte de sus experimentaciones implicaban la mutilación de seres vivos.
Cuando Prendick arriba a la isla descubre que está poblada por una raza de raras
criaturas humanoides creada por Moreau a partir de animales viviseccionados,
como parte de un experimento3. Sus conocimientos quirúrgicos le habían
permitido perfeccionarse en la plasticidad y la escultura de la figura humana, pero
no acababa ahí el anhelo que guiaba a este científico, quería además dotar a esas
criaturas de una mente similar a la de los hombres y para ello recurría a la
hipnosis. Tal como le explica el Dr. Moreau a Prendick cuando descubre su
laboratorio, llevaba más de veinte años experimentando y entrenándose en el arte
del trasplante y los injertos de órganos y tejidos. Así habían ido acumulándose las
experimentales criaturas, algunas morían, otras quedaban incompletas o eran
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abandonadas en el proceso de manipulación. En el final de la historia, los seres
monstruosos se rebelan contra su ‘padre’ y lo matan.
El mito de Prometeo, en el que logra robar el fuego para entregarlo a los hombres,
es asociado habitualmente al nacimiento de la técnica. En la novela de G. Wells,
dicho mito aparece recreado acompañado del consiguiente castigo por
desobedecer a ‘los dioses’ y desafiar el orden natural, pretendiendo ganar dominio
2
Para legitimar la autoridad del narrador y su experticia respecto del tema en cuestión, se lo
presenta en la novela como miembro del Royal College of Science y como discípulo del biólogo
Thomas Huxley (1825-1865) ferviente divulgador y defensor de las ideas de Darwin.
3
La idea de que es posible crear humanoides a partir de otros seres vivos se remonta al siglo XVI.
Paracelso aseguraba en sus obras que podía crear lo que llamó “homúnculos”. Las criaturas no
median más de 30 cm y tras poco tiempo los seres se volvían contra su creador. La receta
alquímica para los homúnculos consistía en combinar carbón, mercurio, semen y restos de piel de
animal (por lo que sería un híbrido). Todo debería ser enterrado en estiércol de caballo durante
cuarenta días
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sobre la naturaleza4. Las criaturas que no cumplen con las ‘leyes’ y desobedecen
al ‘padre’ son asesinadas; a la vez, el propio Dr. Moreau, es castigado con la
muerte en manos de sus propias creaciones, debido a las trasgresiones y
alteraciones que ha provocado. En este sentido, se describe una lucha entre la
“racionalidad científica” y la “revolución salvaje de la naturaleza”, en la que
pareciera que cuanto más audaces y desafiantes se sienten la ciencia y los
científicos ante las “leyes naturales”, más estrepitoso y patético resulta su fracaso.
La sociedad occidental no ha dejado de construir y reforzar una serie de mitos en
torno a la tecnología que se han hecho presentes a lo largo de la historia. Los
representantes de la llamada Teoría crítica, Horkheimer y Adorno (1944),
sostienen la idea de que la ciencia está poseída en el fondo por mitos, que en
apariencia son rechazados por la razón científica “Básicamente la tecnología se
inscribe en el vórtice que tensa dos fuerzas antagónicas: tecnofobia y tecnofilia. La
primera hunde sus raíces en los mitos de origen que nutrieron al romanticismo y
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que sueña la emergencia de la tecnología como una maldición divina -el anatema
del artificio- y, análogamente en virtud de su sacralidad, la tecnología es
conjeturada como redentora y portadora de la salvación de la humanidad” (Roca,
2011:85). El sueño tecnofílico de Moreau, en el que podía crear una raza de seres
‘superiores’, se ve coartado por la pesadilla tecnofóbica que él mismo ha desatado
a partir de la manipulación, mixtura y alteración de distintas especies animales.
David Noble (1990) desarrolla un interesante análisis de la tecnología y la ciencia
como parte de la ‘religión moderna’. En este sentido, plantea que la tecnología
funciona como un mito colectivo mediante el que los hombres buscan cohesionar,
controlar y dar sentido a su experiencia. “Los mitos nos guían, nos inspiran y nos
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La idea del científico como un ‘nuevo Prometeo’ tiene su origen en el siglo XVIII y fue enunciada
inicialmente por Kant, para referirse a Franklin y al pararrayos, producto de su invención.
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permiten vivir en un universo que en último término es incontrolable y misterioso”,
afirma (1990:18). Los sacrificios, los años de trabajo y encierro del Dr. Moreau en
el laboratorio, junto a su afán de inmortalidad reflejado en su pretensión de
perpetuarse en la memoria de sus logros; “evoca emociones religiosas de
omnipotencia, devoción y sobrecogimiento; o que se ha convertido en una nueva
religión con su propia casta eclesiástica, sus rituales arcanos y sus artículos de
fé” (Noble, 1990:17). Las aspiraciones de Moreau y su frenética búsqueda por la
perfectibilidad parecen no tener límites; manipula la vida de animales inocentes
tortura, mata y abandona a sus víctimas. Con cierta inspiración biologicista el
pensamiento eugenésico logró, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX,
consolidarse como un discurso científico que proporcionó el marco tanto para la
formulación de mandatos culturales como para la investigación médica (Stepan,
1991).
Sin embargo, el mentado optimismo en los avances científico-tecnológicos, y la ‘fe
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ciega’ en el bienestar que proveerían a la humanidad, comenzó a opacarse a
mediados del siglo XX, dando visibilidad a un fenómeno conocido como Síndrome
de Frankestein. “Desde la escuela de Frankfurt en adelante, la concepción de la
tecnología como una instancia neutral y apolítica (tesis de la autonomía de la
tecnología), se ha vuelto conceptualmente caduca e insostenible” (Roca: 2010:14).
Mecanicismo y fragmentación: el cuerpo como artefacto
Las ideas en torno a la mecanización de los fenómenos vivos (Descartes, Harvey)
del siglo XVII, presentan los cuerpos y las máquinas como estructuras similares:
compuestos de piezas articuladas, ensambladas de tal manera de garantizar
ciertas funciones. Subyace una concepción segmentada de partes, piezas que
existen en forma autónoma, que pueden ser localizadas e incluso reemplazadas
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por otras. Ésta noción es la que autoriza la idea de fragmentación sobre un cuerpo
que fue inicialmente concebido como una unidad, universal, natural y estable.
En el siglo XVII, el cuerpo humano se presenta desacralizado y comienza a
implementarse la autopsia como una práctica sistemática. La mirada interior del
cuerpo, abre un mundo de nuevos hallazgos y posibilidades tanto de examen y
escrutinio como de manipulación. Tal como afirma Le Breton (1990) la ciencia ha
mantenido siempre una relación ambivalente con el cuerpo, es a la vez un patrón
a perfeccionar, un límite a superar (enfermedades, vejez, amputaciones) y a la
vez un modelo a imitar. El cuerpo no es más que una constelación de
herramientas en interacción, “una estructura de engranaje aceitados y sin
sorpresas (…) Sólo se le otorga a Dios el privilegio de ser un artesano más hábil y
perfecto que los demás”. (Le Breton, 1990:78)
La idea de fragmentación está asociada a la concepción del cuerpo como
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artefacto, en tanto se convierte en el producto de condiciones histórico-sociales
particulares y refleja dimensiones políticas, económicas, estéticas y simbólicas; así
como tensiones en torno a las ideas de raza, pureza, perfectibilidad, normalidad,
que son en definitiva producto de construcciones históricas. En este entramado de
relaciones de poder, los intereses políticos y los desarrollos científico tecnológicos
juegan un rol protagónico en la construcción colectiva de significados sociales.
En “La isla del Dr. Moreau” se recrea la construcción tecnológica de vida, a partir
de la (re)unión de fragmentos corporales en el laboratorio. Se propone una ruptura
del tiempo lineal de la vida en los seres viviseccionados, que parece recontinuar
en otras entidades, en nuevos cuerpos producidos quirúrgicamente.
Los desarrollos científico tecnológicos en el campo de la salud, habilitaron la
práctica y perfeccionamiento de nuevas técnicas quirúrgicas tendientes a la
normalización y el ensamblaje de los cuerpos. A la vez, dichos desarrollos se
vieron acompañados de otros avances como el concepto de asepsia y el uso de
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fluidos antisépticos5 que se utilizan en las intervenciones. Además del formol6,
que abrió la novedosa posibilidad de conservar órganos y fragmentos de tejido
como ‘entidades’ que cobran existencia ‘fuera del cuerpo’.
En 1620 el filósofo británico Francis Bacon publicó su Novum Organum o
Indicaciones relativas a la interpretación de la naturaleza, obra en la que planteó
que la ciencia era capaz de dar al ser humano el dominio sobre la naturaleza.
Ciencia y tecnología fueron presentadas así como formas autónomas de cultura,
como actividades valorativamente neutrales, como una alianza heroica de
conquista cognitiva y material de la naturaleza.
La producción de seres liminares y la alteración de los ‘órdenes’ de la
naturaleza
La paradoja del cuerpo concebido como un ‘objeto natural’ y devenido a la vez en
‘artefacto’, se sostiene en la mirada moderna. Como ya mencionamos, las
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prácticas biomédicas han vuelto al cuerpo un objeto transparente, maleable y
dispuesto a la intervención.
En el ‘taller quirúrgico’ del Dr. Moreau, el proyecto corporal es eterno: esculpir y
esculpir hasta lograr la perfección. En el proceso de creación en el que se intenta
imitar lo más fielmente la ‘normalidad’, las criaturas que finalmente se producen,
son híbridos entre especies. El cuerpo deja de pensarse como una entidad natural,
innata, inmutable, o como el ‘regalo de Dios’ y es visto como una herramienta que
puede usarse para deconstruir la noción de ser vivo o unificarlo.
5
En Inglaterra a mediados del siglo XIX, Joshep Lister fue pionero en el desarrollo de las prácticas
de asepsia y antisepsia por calor en las intervenciones quirúrgicas, con la intención de reducir las
muertes de pacientes por infección de sus heridas en los procesos postoperatorios. En 1865
descubrió los antisépticos.
6
El formol para conservar preparaciones zoológicas similares a las que se presentan en “La Isla
del Dr. Moreau”, fue utilizado por primera vez en 1893. Éste y otros datos de la novela, dan cuenta
de lo actualizado que se encontraba H. Wells respecto de los avances en las áreas de la biología y
la medicina.
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Donna Haraway (1991) argumenta que las posibilidades de intervenciones
corporales que habilitan las nuevas tecnologías, disputan las rígidas oposiciones
modernas: vivo/ muerto, naturaleza/ artificio, etc. Contrariamente a la idea de un
organismo holístico, Haraway concibe el cuerpo como una entidad híbrida con
límites permeables y constantemente mutables, entrando en permanente
conjunción con lo no-orgánico.
La fusión natural/artificial descansa sobre la re-conceptualización del cuerpo como
‘cuerpo tecnológico’, una figura liminal perteneciente simultáneamente al menos,
dos sistemas de significación que se presentaban como previamente
incompatibles –el orgánico/natural y el tecnológico/cultural (Balsamo, 1996). En las
nociones de cyborg de Haraway (1991) lo natural y lo artificial deviene
indistinguible, proyectando una imagen que trasciende lo natural del cuerpo por la
tecnología. Todo ser vivo u objeto puede ser pensado en términos de emsablado y
desensamblado; no hay arquitectura natural que fuerce el sistema de diseño.
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Con la misma minuciosidad que ‘el científico’, se encargó de crear y catalogar tan
prolijamente los órdenes de la naturaleza, recodemos a Linneo y su Systema
Naturae (1735); su ‘doble’, el mismo hombre esta vez ‘artista’, juega a
desordenarlos, a romper los límites (frágiles) pero tan estrictamente establecidas
entre las especies naturales. Los cruces de fronteras siempre, de alguna manera,
son sancionados.
Parece no haber una posibilidad de ‘reencause’ para esos cuerpos ‘abyectos’ que
desafían las fronteras de la ‘normalidad’ y que pueblan “La isla”. Lo ‘abyecto’ en
términos de Julia Kristeva (1998) refiere a lo que es excluido y no es posible
asimilar a las normas establecidas quedando por fuera de ellas; encarnan el lugar
de “lo vacilante, amenazador, peligroso y se perfilan como no-ser”. Al trazar un
límite entre lo posible y lo imposible, lo ‘abyecto’ es la frontera constitutiva del
propio sistema, que “se construye sobre el no reconocimiento de sus próximos”
(1998:13).
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A su vez, Foucault (2000) describe dentro de la noción de anomalía al ‘monstruo
humano’ como un concepto jurídico – biológico, un sujeto que viola a la vez, las
leyes sociales o morales y las naturales. Es a la vez lo imposible y lo prohibido, lo
extremo y lo extremadamente raro. El monstruo comete una infracción que lo
dejará anatómicamente fuera de la ley, transgrede los límites naturales de las
clasificaciones. El monstruo es la forma natural de la contra-naturaleza. Es el
principio de inteligibilidad de todas las formas de anomalía. El análisis de la
anomalía, deviene en una inteligibilidad tautológica, el principio de explicación que
no remite más que a sí mismo. Es una noción jurídica que se desprende del
derecho romano en la que ya se proponía distinguir: la deformidad, la lisiadura, la
monstruosidad y desde la Edad Media, representará la mezcla, lo mixtura de dos
especies, de dos reinos, de dos formas, de dos sexos.
Las imágenes de un progreso tecnológico infinito y positivo dominan nuestra
comprensión de la medicina moderna. De este modo lo social y lo científico, el
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adentro y el afuera, se presentan como espacios escindidos. Este proceder parece
ser parte de la ‘asepsia’ que permite preservar los cuerpos y las técnicas de
intervención del ‘afuera’: la religión, la moral, la política, la sociedad.
La concepción de la naturaleza como un fenómeno exterior, escindida de lo social
(incluso del ‘ambiente’), es el esquema que subyace en del pensamiento científico
moderno y constituye la trama narrativa que sirve de base al desarrollo de la
biomedicina y a la particular construcción que ésta hace del cuerpo como objeto
‘natural’.
En el proceso de humanización progresiva de animales que se narra en la novela,
además de cuerpos, el Dr. Moreau se proponía la construcción artificial de la
conciencia de sus criaturas. Descartes presenta al hombre compuesto por dos
dimensiones: el cuerpo material, que funciona como límite; y el alma o el espíritu,
fuente de razón y primacía sobre el cuerpo.
Esta concepción dualista, se materializa en un cuerpo esculpido mediante técnicas
quirúrgicas y un alma ‘inmaterial,’ pero no por ello menos intervenible y moldeable,
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que debe ser ‘humanizada’ por el ‘creador’. Para lograrlo Moreau elabora un
sistema de organización social mediante el cual los seres que ha creado, y que
son ahora los habitantes de la isla, deben cumplir una serie de reglas que
pretenden alejarlos de su ‘instinto’ y su ‘salvajismo’. Así se narra una lucha
permanente entre creador y criaturas, en la que éstas últimas son sometidas
mediante el miedo y la violencia a acatar un código normativo compuesto por
mandamientos “divinos”:
-No andarás en cuatro patas
-No sorberás la bebida
-No comerás carne, ni pescado
-No cazarás a otros hombres
-Esa es la Ley, ¿Acaso no somos hombres?- repiten incansablemente a coro las
criaturas. Y concluyen el recitado gritando:
–Suya es la Casa del Dolor.
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–Suya es la Mano que crea.
–Suya es la Mano que hiere.
–Suya es la Mano que cura.
El ‘padre’ recurre al conductismo y a la hipnosis para introducir en la mente de las
criaturas el contenido que desea. Subyace en la narración, la idea de que existe
un núcleo personal permanente, una ‘esencia’ humana que se identifica con el
carácter moral (ethos, la raíz última del comportamiento) y que ‘el creador’
pretende ‘plasmar’ en sus víctimas. Los habitantes de” La Isla” sienten miedo del
propio ser ante su indefinición, miedo a atravesar la frontera antropofágica. Temen
perder el carácter moral, pero el mayor miedo no es a la muerte, sino a devorarse
a otros.
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Palabras finales
Al estilo de una visión profética (o tal vez, haciendo manifiestas algunas
experimentaciones que ya se venían desarrollando incipientemente) parte de las
tecnologías biomédicas descriptas en “La Isla del Dr. Moreau” se materializaron
experimentalmente a comienzos del siglo XX en las técnicas de Xenotrasplante.
“El trasplante de órganos, células vivas y tejidos animales a seres humanos se
denomina xenotrasplante. Experimentos recientes han puesto de manifiesto que el
trasplante de órganos de cerdos transgénicos a babuinos da resultados entre
moderados y buenos, lo que mejora las perspectivas de futuro de los trasplantes
de órganos de cerdos a seres humanos” (WHO/ EMC/ ZOO/ Report, 1998). En
1964 se implementa el primer Programa de Xenotrasplantes Clínicos con riñones,
corazones e hígados en EE.UU. Desde ese momento los experimentos no sólo no
se han detenido, sino que se han diversificado tanto en relación a las especies
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animales empleadas, como a las aplicaciones terapéuticas de los trasplantes. Aún
quedan varias cuestiones por resolverse en un campo de experimentación que se
presenta como fértil, por un lado los problemas relacionados a la compatibilidad y
al rechazo inmunológico, por otro, se debe poder garantizar una procedencia
“segura” y libre de enfermedades de los órganos y tejidos extraídos de animales. A
esto último se asocia un cuestionamiento bioético que ha comenzado a hacerse
oír con cada vez más fuerza en los últimos años, y tiene que ver con la utilización,
mutilación y muerte de especies animales en nombre de los ‘avances’ biomédicos.
Los discursos simbólicos sobre el cuerpo, las posibilidades de intervenirlo y
perfeccionarlo en la ficción científica de Wells, se enmarcan en las
representaciones que sostiene la sociedad moderna occidental sobre el lugar
prominente que debe ocupar la ciencia, sus prácticas y la idea de progreso
tecnológico. Paralelamente, la novela representa una de los primeros
cuestionamientos abiertos a los límites de la tecnología y esgrime una crítica a la
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pretendida visión inocente de la ciencia, como una instancia neutral y apolítica. El
triunfo de la distopía subyace en la trama narrativa.
H. Wells, logra un incipiente cuestionamiento político a las consecuencias de la
revolución industrial y al ascenso del individualismo del mercado. Lo que puede
leerse como un enfrentamiento con el avance indiscriminado de la ciencia,
constituye un primer antecedente que inaugura una visión alternativa al optimismo
cientificista del siglo XIX. Paralelamente, en esta visión teñida de romanticismo
(igual que en Mary Shelley) subyace un temor metafísico que cuestiona los límites
del conocimiento humano frente a un conocimiento divino que nos estaría vedado.
A lo largo del siglo XX, desde distintos enfoques, se han ido de desarrollado una
serie de planteos críticos que apuntan a reflexionar sobre las formas de poder y
autoridad que operan en la tecnología moderna y sobre la dimensión moral en las
prácticas reales de la racionalidad científico-tecnológica. En este sentido, “La
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antropología esgrime excelentes oportunidades para interrogar las formas de
producir y legitimar conocimiento y artefactos, cuestionando la neutralidad y
autonomía de la ciencia y la tecnología. Es decir, entendiéndolas como
dispositivos que instituyen prácticas productoras de verdad y certezas, que
contienen valores, técnicas limitadas y limitantes (technological frames) y
ajustados sistemas normativos de –auto- validación y legitimación, en términos de
distribución simbólica de autoridad y jerarquías” (Roca, 2010:16).
A fines de los años ’60 y principios de los ’70 comienza a conformarse el campo
de los llamados estudios CTS, que reflejan en el ámbito académico y educativo
una nueva percepción de la ciencia y la tecnología, a la que adhieren la
consideración de sus relaciones con la sociedad. Los estudios de Ciencia,
Tecnología y Sociedad buscan comprender la dimensión social de la ciencia y la
tecnología, tanto desde el punto de vista de los factores de naturaleza social,
política o económica que modulan el conocimiento científico-tecnológico, como por
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lo que concierne a las repercusiones técnicas, ambientales y culturales de ese
cambio. El aspecto más innovador de este enfoque se encuentra en la
caracterización social de los factores responsables del cambio científico. Se
propone entender la ciencia y la tecnología, no como una actividad autónoma que
sigue una lógica interna de desarrollo, sino como un proceso inherentemente
social donde los elementos no epistémicos o técnicos, los valores morales y
éticos, juegan un rol decisivo. Los estudios de CTS proporcionan herramientas
para la observación y el análisis de los conceptos y valores que se transmiten
desde la ciencia ficción y que contribuyen a la conformación de un ideario social
respecto de la tecnociencia y sus productos. “Así podemos observar cómo esa
imagen va cambiando a tenor de acontecimientos históricos, y también cómo se
va produciendo dentro del género una evolución de la misma no sólo dependiente
de la realidad de su tiempo, sino también de la controversia y el diálogo entre las
distintas concepciones de la tecnociencia presentes en las novelas y relatos”
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(Castro Vilalta, 2008:174).
La ciencia ficción constituye un género híbrido en dos sentidos: por un lado se
combinan las aparentemente contradictorias ciencia y fantasía; a la vez, se trata
de una literatura que combina la pedagogía y la propaganda. Las producciones
artísticas de ciencia ficción constituyen uno de los medios de comunicación de la
ciencia.
La imaginación literaria presenta dilemas “inconcebibles” al desarrollo científico y
tecnológico de la sociedad industrial. La raza, el cuerpo, la identidad, la ciencia y
tecnología se presentan como fenómenos “vivos” recreados continuamente y
resignificados a partir de las obras ficcionales.
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– XI Congreso Argentino de Antropología Social – Facultad de Humanidades y Artes – UNR – Rosario, Argentina
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– XI Congreso Argentino de Antropología Social – Facultad de Humanidades y Artes – UNR – Rosario, Argentina
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