Desequilibrios territoriales y sostenibilidad local. Conceptos

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Material de uso exclusivo con fines académicos.
Bromberg Zilberstein, Paul. (s.f.). Presentación del libro: Desequilibrios territoriales y sostenibilidad
local. Conceptos, metodologías y realidades Julio Carrizosa.
Presentación del libro
Desequilibrios territoriales y sostenibilidad local.
Conceptos, metodologías y realidades
Julio Carrizosa
Paul Bromberg
Instituto de Hábitat, Ciudad y Territorio
Facultad de Artes
Universidad Nacional
En este país, en donde vivimos bajo la permanente amenaza de que si yo te doy a
leer mi libro, tú entonces me das a leer el tuyo, me correspondió la grata tarea de
leer y comentar, exonerándome del pago de regalías al autor, el libro de nuestro
admirado colega Julio Carrizosa Desequilibrios territoriales y sostenibilidad local.
Conceptos, metodologías y realidades.
Muy bien editado por Unibiblos. Soy un cazador de gazapos de edición, y en la
lectura de este libro no encontré sino un par de errores, sin contar, eso sí, la
reiteración de una equivocada tradición editorial colombiana, cumplida
rigurosamente, de no incluir índices analíticos, a pesar de la ayuda de Bill Gato.
Debo advertirles a los asistentes algo sobre mi biografía personal que ayuda a
interpretar cómo leo estos libros. Desde pequeño, mirar hacia el firmamento en
una noche sin luna era para mí estremecedor. Percibía la insignificancia del ser
humano. Cuando estudié física la situación empeoró, pues lo que vemos son
vestigios de cuerpos que ya no existen. Cuando tuve que tocar fenómenos
biológicos, llegué a la terrible convicción de que somos los seres humanos somos
un accidente. Decidí dejar de pensar en ello y dedicarme a rangos de tiempo
menores: cien años… Me resisto aún a aceptar la frase de Keynes, antes de la
bomba atómica y del boom del ecologismo: “en el largo plazo todos estaremos
muertos”. Quienes trabajan los fenómenos globales de la madre tierra nos van
convenciendo de que cuando esos cambios sean mensurables, ya será demasiado
tarde…
Es posible que los seres humanos debamos preocuparnos antes de los riesgos para
el planeta de la actividad humana que de cómo nos defenderemos durante la
próxima glaciación. Supongo que habrá otra. Los colombianos tenemos que
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preocuparnos por la manera como las libertades de todo tipo están produciendo
una forma de ocupación del territorio que terminará perjudicándonos a todos.
Quizás debamos llegar a acuerdos, es decir, autorizar al Estado a actuar de
manera más firme frente a esos procesos, que quedan muy pobremente descritos
tachándolos de mercado.
Desequilibrios territoriales y sostenibilidad local trata de este problema. Es un tema
bien difícil, desde el punto de vista conceptual, y desde la tarea de diseñar las
estrategias para cambiar el rumbo.
Debido a la tradición en la que se inscribe el trabajo del profesor Carrizosa, el
problema comienza con una bien lograda historia de la noción de sostenibilidad.
Como siempre ocurre en el caso de teorías sobre la acción humana, no puede
estar ajena esta historia a los intereses en conflicto, a la idea de que alguna teoría
hegemónica ha logrado entronizarse en ciertos lugares y ha mantenido limitado el
campo de acción social que permitiría que otra teoría y las prácticas que de ella se
derivan se conviertan en verdad. Como no es una historia desde los triunfadores,
no hace una lista de logros cognitivos sucesivos, sino de enfrentamientos. Una
cierta postura militante en estas áreas es realmente inevitable.
Justo es reconocer que estos enfoques integrales tienen severos riesgos, y así lo
reconoce el autor. La complejidad justifica “hablar desde el deseo”, lo que antes se
justificaba cuando rodaba la rueda de la historia, que todo parece indicar que
pinchó. Y por ello junto al trabajo concienzudo que desde este enfoque realizan
académicos serios como el profesor Carrizosa aparecen otros trabajos llenos de
parrafadas superficiales. Como se ha dicho en otros campos, el profesor Carrizosa
transita por un potrero donde acaban de pastar muchas vacas, pero casi, casi,
logra pisar solamente las margaritas.
Asunto de gustos. A riesgo de ser estigmatizado en el campo de los malos, afirmo
que el autor es más justo describiendo a los amigos que la postura de los
enemigos. Son unos simplistas ramplones, además ingenuos o perversos
protectores del gran capital. No soy economista ni mucho menos experto en
economía neoclásica, pero el enfoque de la teoría de los bienes comunes, de la
construcción social desde los dilemas de acción colectiva tipo dilema del prisionero,
no me parecen tan banales como para que no merezcan una mención. Mucho
trabajo de muy buena calidad, muy iluminante, se ha hecho desde estas
metodologías. Que en más de una ocasión sus resultados se han sido convertido
en ideologías delirantes en manos de ciertos gestores nacionales e itnernaciones,
es un pecado, en el que se cae de uno u otro lado.
En seguida sitúa el tema de sostenibilidad frente las políticas sobre el tema
regional que se han declarado – digo yo más que ejecutado – y especialmente a
las teorías del desarrollo. Carrizosa contrasta la opción por el desarrollo con la
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opción por la sostenibilidad, que concreta en propuestas interesantes que podrían
ser políticamente viables, aunque el mismo reconoce como no sencillas,
semejantes a las que sugirió para el caso de Bogotá-Cundinamarca. Más
aglomeraciones en grandes ciudades y un espacio rural desierto, sería perjudicial
para todos. Aunque se reconoce que algunos municipios pueden ser insostenibles,
otros que corren el riesgo de decadencia pueden ser objeto de acciones de política
pública para producir condiciones estables que respeten las diferencias culturales.
En más de una ocasión funde en uno sola dos nociones cuya diferencia es muy
importante: casco urbano y municipio. No me interesa tanto destacar la relación
urbano rural que podría aclararse si no se confunden, sino la realidad políticoadministrativa: Un municipio tiene gobierno; un casco urbano, no, a menos que
sea él mismo un municipio. Municipio es una realidad sociológica, con tradición
histórica, pero además una realidad institucional – organizacional, diría North.
Tiene autoridades, concejo, alcalde, se gasta una buena cantidad de recursos en
su administración. ¿Es inconcebible un municipio con dos casos urbanos separados
del mismo tamaño? ¿Podemos afirmar producir 1090 y pico municipios a partir de
los 500 de comienzos del siglo XX ha operado una realidad social, o una realidad
política? No entiendo por política esa confusión entre hombre social y hombre
político de Aristóteles. Entiendo “sistema político” como a partir de Easton lo
entiende la ciencia política. Entre otras cosas, el sistema político tiene políticos que
rentan de las separaciones. Yo ha asistido a la creación de dos municipios a partir
de uno en una decisión en la que los ciudadanos pierden, aunque ganan los que
vivirán de nuevos gastos de funcionamiento que antes eran inversión.
Quizás la objeción más grande que le haría al enfoque del libro es éste desprecio
por considerar la realidad de los sistemas políticos. Considérelo un bien o un mal
necesario, en todos las comunidades se da la necesidad de tomar decisiones
colectivas, y cuando el cara a cara deja de ser viable, terminará apareciendo una
división del trabajo. La calidad del ejercicio de la nueva profesión depende de
muchas cosas. Negarla, es un error. Se niega al pensar con el deseo. Veamos dos
frases del texto: se piensa en la opción de “una fuerte alianza entre el Estado y la
Comunidad para construir un verdadero propósito nacional”, aunque este ideal no
se ve muy cercano” (86).
¿Qué es el Estado aquí? ¿El reinado de Colombia, regentado por un rey que
produce príncipes y con un funcionariado que está a su servicio? ¿No es el Estado
actual una construcción de esa Comunidad? ¿qué es esa comunidad?
El asunto es que considera como una posibilidad las maravillas de las frases
grandilocuentes, tipo Viviescas: “hacer públicas las ciudades ya existentes”;
Gómez: un proyecto colectivo, proyecto de ciudad, tenga la capacidad de movilizar
recursos, energías e ilusiones locales…”
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Cuando se considera el sistema político como una realidad existente, muchas de
las dificultades para tomar decisiones colectivas adecuadas se explican. Si se cree
que este enfoque es un error garrafal, debe presentarse juiciosamente, y luego
criticarse. Otra cosa es pensar con el deseo. Que ya en esta modalidad, debe estar
prohibido desde la Complejidad.
Vale advertir que en su contraste entre una propuesta de desarrollo regional
fundamentada en la sostenibilidad mirada en sentido complejo y los economistas,
creo que el autor le otorga un poder que no considero real a los planes sobre
desarrollo regional. Decir que el desarrollo regional se desarrolló “a lo Currie” es un
error. Currie dijo unas cosas, otros dijeron otras, pero ningún plan se ejecutó.
Simplemente, no se hizo nada. Ha habido discursos, documentos técnicos sobre el
tema. Pero en general, se cumplen los que llaman a la inacción como política
pública; se encuentran documentos que proponen estrategias combinadas en las
que únicamente se realiza “lo fácil”, es decir, aquello que tiene un grupo político o
económico con suficiente capacidad de presión. En un Estado tan frágil como el
nuestro suponer que nuestro desarrollo regional es fruto de planeación, más que
de la inacción a favor de intereses, es un error.
El tercero y cuarto capítulo son muy interesantes, y creo que tienen el germen de
un enfoque que puede crear escuela. Se trata de presentar una metodología para
estudiar la sostenibilidad, condición indispensable para hacer diagnósticos y en
seguida hacer propuestas de política, que aprueban los profesionales de las
decisiones, de acuerdo con sus mecanismos de responsabilidad.
No es éste el sitio para resumir la propuesta metodológica. El armazón de
conceptos parece fértil, y precisamente en el capítulo cuarto trata de concretarlo.
Microsistema como el nivel nacional, sistema el nivel regional y subsistema el
municipal. El énfasis en los procesos. Cadenas, estructuras y nudos son conceptos
que el autor ha expuesto en trabajos previos. Y luego viene el terror de los
científicos sociales: predicción, o prospección, si se quiere. Se trata del
reconocimiento de que las realidades regionales son polideterminadas, y de que
cada una debe mirarse en detalle. Termina con un ejemplo de indicadores de
sostenibilidad integral potencial en el nivel municipal: biofísica, social, económica,
política, cultural. “lo que se pretende, dice el autor, no es simplificar hasta el
extremo de que los directivos puedan tomar decisiones rápidas con base en un
supuesto “indicador maestro”, sino precisamente todo lo contrario: presentar la
situación en toda su complejidad para que quienes decidan tengan que tomarse el
tiempo necesario y no sean engañados por falsas cuantificaciones”.
Este tercer capítulo comienza con una digresión epistemológica. Estoy entre los
lectores que prefieren pasar las angustias epistemológicas de un solo tajo, al
comienzo. Que en el primer capítulo nos demuestren con lujo de detalles que es
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imposible conocer, bien. Y luego, en los capítulos restantes, ya habiendo pasado el
rito, nos deleitamos conociendo.
Y estas consideraciones epistemológicas resultan ser una profesión de fe
antipositivista: “Ante la complejidad de los temas, no es posible emplear el método
científico-positivista sin que se pierda la integralidad…” No estoy de acuerdo. El
positivismo no tiene nada contra las ecuaciones diferenciales en las que no se
desprecian los términos más allá del término lineal. El positivismo tampoco
propone que una fórmula mágica, única y feliz, orientará la voluntad de los
hombres. La positivista investigación biomédica todavía no ha encontrado la
“glándula del libre albedrío”. Positivismo no es simplismo ni ramplonería. Es más,
una aproximación positivista a las decisiones del sistema político puede dejar un
campo abierto al “azar” de la política tan grande como una que se autodefina
superior y para ello utilice el término complejidad. Hay positivistas tan cobardes
como algunos complejistas, que se niegan a hacer proyecciones. Yo no los
contrataría, a ninguno de los dos, para que ayuden a gobernar. Nuevamente, que
algunos escenarios técnicos hayan sido tomados por economistas-cerrados-decabeza no significa que a la entrada de esas entidades se rinda culto al
positivismo. Le puedo encontrar algún parecido físico a nuestro presidente con
Augusto Compte, pero creo que éste se ríe de la risa en su tumba cuando se dice
que este país saldrá adelante si nos levantamos más temprano. En general los
científicos positivistas no son madrugadores sino trasnochadores. Como Luis
Vidales.
Los que hemos tenido la angustia de distribuir presupuesto público no podemos
pasar por alto que buscamos instrumentos para gobernar. El mismo texto en parte
lo reconoce, porque a pesar de su pequeña diatriba contra los índices, trata de
producir un índice complejo en su capítulo cuarto. Es lo más interesante del texto y
tampoco es éste el espacio para resumirlo en detalle. Se trata de aplicar la
metodología del capítulo 3 a una buena parte de municipios colombianos. Por
supuesto, el autor no sugerirá que de acuerdo con este índice se supriman
municipios. Esta es una decisión política, lo que quiere decir que si a los que tienen
la posibilidad de tomar decisiones no les interesa, despedirán al que hizo los
índices y pedirán un Conpes diferente. Un Conpes a nadie se le niega de principio.
Lo bueno y lo malo de todo esto es que en últimas, el credo epistemológico se
parece a la frasecita leninista del “análisis concreto de la situación concreta”. En el
empirismo más estrecho, no hay teoría. Tampoco teoría de la complejidad. No hay
“caída de los cuerpos”, sino este lápiz cayendo aquí y ahora. Y en efecto, el
capítulo quinto es presentado por el autor como un ejemplo del análisis concreto
de la situación concreta. Es un análisis apasionante del altiplano cundiboyacense,
mejor dicho, en últimas, de Bogotá. Aunque el autor lo presenta como un ejemplo
de lo que fue desarrollando en los capítulos 3 y 4, no encuentro fácil entenderlo
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así. Es el análisis concreto de la situación concreta, para responder la pregunta de
qué es Bogotá y por qué llegó a ser lo que es.
Algunas ideas son bien interesantes, pero especialmente, el texto es delicioso de
leer. Creo, nuevamente, que la confusión sobre el sistema político es la causa de
algunos afirmaciones realmente cuestionables.
Comienzo con una afirmación del capítulo 3 que contiene una referencia a Bogotá:
“Bogotá es una ciudad cuya élite se integra por una sola ideología… cercana a la
economía neoclásica… ve el resto como un país a reconquistar militarmente” (65)
Quién es Bogotá? ¿El proyecto paisa y cordobés que nos gobierna? ¿Es el
Congreso un congreso Bogotano?
Miren esta frase:
“En todos los indicadores… Bogotá mejnora su posición… y va en camino de
convertirse en un centro hegemónico de poder, con suficiente margen de
decisión para determinar la suerte del país” (65).
Poder, ¿cuál? Político, claramente, no. Algunos de los candidatos por Bogotá a la
Cámara de Representantes me preguntaron por ideas para el programa: “Lo que
más le conviene a Bogotá es que el país y los municipios sean bien gobernados”.
¿Está dominado el congreso por una ideología Bogotana? ¿No les parece suficiente
el resultado electoral para demostrar que no? ¿No será que le falta algún análisis
concreto de la situación concreta de la sostenibilidad política?
Hace falta la ciencia de la complejidad? (16) Es como lo que conecta la primera
escena de las tres películas con la última de “El señor de los anillos”. Comienza y
aparece un anillo y entonces, varúuuuuuuuuuuum sploshhhhhh”, y se acaba la
película. Eso que pasó entre la primera escena y la última, es la complejidad.
Parte de la dificultad, no advertida, aunque expresada en términos de “azar” (pg
XXX) es la esencia de la política.
La idea de ciudades y no polis es simpática, pero no tiene en cuenta las
posibilidades de nuestro sistema político. Veamos esta ingenuidad: “El segundo
escenario sería posible si las tendencias cívicas de la ciudad sobrepasaran las
tendencias neoclásicas, y se fortalecieran reconociendo la necesidad de la
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reconciliación social… Bogotá podria actuar más como líder de la paz que como
promotor de la guerra”. ¿Tendencias neoclásicas? ¿Somos neoclásicos?
Final:
El profesor Carrizosa supera mucha de la literatura tradicional en su corriente. No
sólo nos advierte que puede haber un mundo mejor una vez que deje de ser
manejado por reduccionistas analíticos, que se mueven entre el cinismo y la
ramplonería, sino que se aventura en algo muy interesante que vale la pena seguir
construyendo: una manera de diagnosticarlo y propuestas para gobernarlo hacia la
tierra de promisión. Esto hay que negociarlo con el sistema político, aquél que
produce decisiones respaldadas por la autoridad del Estado (authoritative
decisions). Somos muy lentos en esta Colombia que va dando pasos irreversibles,
tanto que nos arriesgamos a parecemos a Aureliano Segundo, condenado a
entender el documento que le permitirá conocer su destino justo cuando ya
comenzaba a ser tarde.
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