13_neoclasicismo y romanticismo

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NEOCLASICISMO Y ROMANTICISMO
1. Arte y revolución.
El período comprendido entre la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo
XIX se caracterizó por los profundos cambios económicos, sociales, políticos e ideológicos que
afectaron a Europa: la Revolución Industrial el auge de la burguesía, la Revolución francesa, las
guerras napoleónicas y las revoluciones burguesas de 1820, 1830 y 1848 que significaron la toma del
poder político por la burguesía, el fin del absolutismo y de la sociedad estamental y la difusión por
Europa del liberalismo político y del nacionalismo.
El estilo neoclásico surgido durante la Ilustración fue adoptado por la burguesía revolucionaria de
1789 por ser el que mejor representaba su ideología de racionalismo, austeridad, moralidad y virtud,
opuesto al aristocrático y desenfadado estilo rococó. Tuvo su apogeo durante el Imperio napoleónico,
que lo difundió a través de las grandes obras que Napoleón mandó construir y se extendió durante las
primeras décadas del siglo XIX. El Neoclasicismo terminó por imponerse como un estilo unificador,
académico y estereotipado, frente al que, desde fecha muy temprana, empezaron a situarse las
actitudes románticas.
2. La recuperación de la Antigüedad.
El Neoclasicismo fue el estilo artístico sucesor del Barroco que plasmó los ideales de la
Ilustración y la ideología burguesa. Tuvo su centro en Francia, se difundió por Europa durante la
segunda mitad del siglo XVIII y alcanzó su esplendor durante la Revolución francesa y el Imperio
napoleónico (1789-1815).
Este periodo no se corresponde con un estilo único. No obstante, del esfuerzo por sistematizar
las normas que caracterizan la belleza nace un modelo dominante, que se sitúa en la Antigüedad
clásica. Ello trae consigo una voluntad de recuperación formal del arte grecolatino, que se opone al
recargamiento decorativo del arte barroco y rococó.
El interés por recuperar la Antigüedad clásica se reforzó con los descubrimientos arqueológicos
de Pompeya y Herculano a mediados del siglo XVIII, por los estudios del arte grecorromano de
eruditos como Winckelmann, Stuart y Lessing, por la difusión de los grabados de ruinas y edificios
romanos de Giovanni Battista Piranesi y por el papel desempeñado por las Academias. También
fueron importantes en la difusión del arte neoclásico la moda de los viajes a Grecia y Roma, donde se
podían ver in situ los restos del arte clásico, y la labor del pintor y tratadista bohemio Antón Rafael
Mengs, que tras sus contactos con Winckelmann se convirtió en ferviente propagandista del nuevo
estilo.
3. Las academias.
La renovación artística del siglo XVIII se evidenció en la difusión de las academias por toda
Europa. Las academias eran centros oficiales de enseñanza artística que se fundaron para unificar el
gusto y difundir el arte clasicista.
Tenían en común la relación con el ideario ilustrado su animadversión hacia las tendencias
barroca y rococó y el propósito de alcanzar en arte la noble simplicidad. Las academias
proporcionaron a los artistas un estatuto social e intelectual más elevado. Para que sus obras fuesen
dignas de estimación, debían adquirir una sólida formación, de modo que reflejaran a la vez un saber
enciclopédico y una conciencia social. A los conocimientos técnicos se añadieron la historia, la
mitología, la teoría del arte, etc., todo ello como preparación para una búsqueda correcta de la forma
estética deseada. Para aprender tales materias el artista había de acudir a un centro que contara con
programas de enseñanza adecuados a sus necesidades.
La mitología y las historias de héroes griegos o romanos estaban constantemente presentes en
los trabajos de las academias, que así contribuían a mantener viva la relación creada con la
Antigüedad.
El academicismo no es sinónimo de neoclasicismo. Lo que ocurrió fue que el modelo neoclásico
fue el primero de ser asumido por las academias, que lo defendieron, en el marco del arte oficial de
los estados occidentales durante el siclo XIX. Ya a finales del siglo XVIII surgieron reacciones
contrarias a las academias. Voltaire afirmaba que éstas fomentaban la vulgaridad, en detrimento del
genio, y Diderot sostenía que ahogaban el espíritu artístico. Muchos señalaron que en ellas la
preocupación por el comercio era mayor que la preocupación por el arte. En todas estas opiniones
esta implícita la idea de que la capacidad creadora del individuo y los sentimientos humanos deben
gozar de plena libertad. Son los inicios del Romanticismo. A pesar de todo ello, es cierto que las
academias fueron decisivas en la formación de los principales artistas del momento.
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4. La arquitectura neoclásica.
La singularidad de la arquitectura neoclásica no deriva sólo de una utilización más fiel y limpia del
lenguaje y del espacio clásico sino del deseo de racionalizar las estructuras arquitectónicas con el
ejemplo que representa la Antigüedad.
Los mejores arquitectos neoclásicos evidencian una voluntad de someter los edificios a una
organización lógica, en la que se relacionan los espacios con los usos, tanto en un sentido práctico
como representativo. La Antigüedad no se limita, pues, a proporcionar un repertorio de formas o unas
tipologías, sino, ante todo, un carácter. Ese carácter reside en la claridad estructural, que permite
distinguir elementos sustentantes y volúmenes arquitectónicos, empleados como resultado de una
reflexión teórica. Ello produce un resultado sobrio y solemne
Francia
En Francia se percibe a mediados del siglo XVIII una voluntad de simplificación, racionalidad
constructiva e imitación de la Antigüedad.
En ese sentido, el arquitecto más significativo es Jacques-Germain Soufflot (1713-1780), buen
conocedor tanto del Barroco como de los templos clásicos. En 1754 se hizo cargo del proyecto de la
iglesia de Santa Genoveva: convertida por los revolucionarios en Panteón, es el ejemplo más
característico de la nueva arquitectura.
Jacques Gabriel (1698-1782) es el arquitecto del Petit Trianon (Versalles), pequeño palacete de
la reina María Antonieta.
La arquitectura neoclásica tuvo su máximo esplendor durante el imperio de Napoleón (18041815), que la utilizó para conmemorar sus victorias militares y mandó construir monumentos en París
para compararlos así con los de la antigua Roma. En la etapa del Imperio napoleónico destacaron los
siguientes arquitectos: Pierre Vignon (1763-1828) edificó la iglesia de la Madeleine, en París. Jean
François Chalgrin (1739-1811) realizó con otros arquitectos el Arco de Triunfo de la plaza de la
Estrella (París). Charles Percier (1764-1838) y Pierre Fontaine (1762-1853) proyectaron el Arco de
Triunfo del Carrusel. Jacques Gondoin (1737-1818) y Jean Baptiste Lepére (1761-1844) levantaron la
columna conmemorativa de la Plaza Vendôme, también llamada columna de Austerlitz pues
conmemora la victoria de Napoleón en dicha batalla.
Sin embargo, las ideas más interesantes quedaron en campo de la utopía: dos notables
arquitectos, Étienne-Louis Boullée (1728-1799) y Claude-Nicolas Ledoux (1736-1806) dibujaron
proyectos y formularon ideas en los que un racionalismo geométrico, una representatividad simbólica
y un lenguaje clásico se combinan para plantear un sentido de la arquitectura absolutamente original
y nuevo. Casi ninguna de sus propuestas se llegó a realizar, por eso se llaman visionarios. No
obstante, para la historia de la arquitectura su contribución fue muy valiosa. Una de las obras más
sorprendentes de Boullée es el proyecto para el cenotafio de Newton (1784), cuya monumental
sencillez, donde utiliza formas geométricas puras, produce un efecto imponente.
El Panteón de París, J. Soufflot.
Jacques-Germain Soufflot es el arquitecto francés que introduce en su país el Neoclasicismo,
inspirándose en la tradición grecorromana y trata de eliminar de sus edificios el decorativismo del
barroco rococó.
Jacques-Germain Soufflot proyectó la iglesia de Santa Genoveva (París), construida en la
segunda mitad del siglo XVIII y convertida con la Revolución francesa en Panteón de Hombres
Ilustres. El Panteón es un templo de cruz griega inspirado en la forma en la planta paleocristiana; en
el exterior se utilizan columnas y dintel. Las principales novedades que aporta están relacionadas con
la reinterpretación contemporánea de algunas edificaciones de la antigüedad. Así, presenta un pórtico
con columnas sobre el que descansa un ático inspirado en el Panteón de Agripa. Por otro lado,
Soufflot centralizó el espacio con una cúpula a imitación de la catedral de San Pablo de Londres.
Alemania
En Berlín y Munich encontramos los edificios neoclásicos más interesantes. Los arquitectos
alemanes se inspiraron sobre todo en los modelos griegos.
En Munich destacó Leo von Klenze (1784-1864), autor de la Gliptoteca, museo de escultura
concebido como un templo griego. En Berlín destacaron Karl G. Langhans (1733-1808), que proyectó
la Puerta de Brandemburgo inspirada igualmente en los propileos atenienses, y Karl Friedrich von
Schinkel (1781-1841), que construyó el Altes Museum o Museo de Arte Antiguo, inspirado en las
stoas griegas.
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Gran Bretaña
Los arquitectos británicos más representativos fueron Robert Smirke (1781-1867), quien.
construyó el Museo Británico (Londres), y Robert (1728-1792) y James Adam (1730-1794), creadores
de las terraces (terrazas), bloques de viviendas de fachada única de piedra y ladrillo con pórticos de
entrada y sobria decoración, dispuestos a lo largo de una calle o en torno a un parque. CI
España
El Neoclasicismo se introdujo en España en la segunda mitad del siglo XVIII, durante el reinado
de Carlos III, impulsado por la Academia de Bellas Artes de San Fernando (1752).
Juan de Villanueva (1739-1811) fue el arquitecto más importante del neoclasicismo en España.
Tras su formación en la Academia de San Fernando residió en Roma, donde estudió la arquitectura
clásica y renacentista. Entre sus obras destacan las casas de Arriba y de Abajo (o del Príncipe) de El
Escorial, proyectadas para residencia de los infantes; el Observatorio Astronómico (Madrid); y, sobre
todo, el Museo del Prado.
Dentro del sistema constructivo clásico, en sus edificios aparecen claramente vinculadas las
necesidades espaciales con una lógica estructural; poseen volúmenes nítidos y están articulados con
limpieza y sobriedad, buscando contrastes y ritmos armónicos.
Otros arquitectos destacados fueron: Francesco Sabatini (1721-1797), Italiano al servicio de
Carlos III, que realizó en Madrid la Puerta de Alcalá y la fachada de San Francisco el Grande y el
edificio de la Aduana (hoy Ministerio de Hacienda); y Ventura Rodríguez (1717-1785) autor de la
fachada de la catedral de Pamplona y la iglesia de los Agustinos (Valladolid).
El Museo del Prado, Juan de Villanueva
El Museo del Prado fue proyectado por el arquitecto Juande Villanueva en 1785 aunque no se
terminó hasta 1819 por las interrupciones causadas por la Guerra de la independencia. Este edificio
se considera la obra cumbre de la arquitectura neoclásica española y fue el primer museo construido
en España.
El Museo del Prado fue proyectado para Museo de Ciencias Naturales y formaba parte de todo un
programa de reformas urbanas realizado durante el reinado de Carlos III.
En el edificio predominan las líneas horizontales y la sensación de orden y equilibrio. El Museo se
compone de tres cuerpos unidos entre sí por dos galerías alargadas (en total cinco cuerpos), con una
planta rectangular alargada y simétrica. Los dos cuerpos de los extremos tienen planta cuadrada
mientras que el central tiene forma de templo clásico. Es interesante destacar el contraste entre los
cuerpos que sobresalen del conjunto (extremos y central) y los que no (los dos intermedios), creando
un juego de luz y sombra que aporta dinamismo a la fachada rompiendo su monotonía. Este
dinamismo se refuerza por la bicromía lograda gracias a la combinación de la piedra y el ladrillo.
El cuerpo central de la fachada principal se destaca del resto con un pórtico hexástilo de
columnas toscanas gigantes como el de los templos clásicos. Este pórtico es adintelado y su
coronamiento se decora con un relieve. Las galerías de la fachada tienen una columnata jónica en el
primer piso mientras que el piso bajo se decora mediante nichos con jarrones y estatuas alegóricas,
coronados por medallones, alternados con arcos de medio punto. Las estatuas representan alegorías,
los medallones son de artistas y el relieve del pórtico representa a Fernando VII rodeado de figuras
mitológicas y alegóricas, como protector de las artes y las ciencias. Estas esculturas son posteriores
a la traza del Museo y datan del siglo XIX.
5. La pintura neoclásica y el cuadro de significación moral y cívica: J. L. David.
La pintura neoclásica se inspiró en la escultura clásica dada la carencia de pinturas
grecorromanas y significó la vuelta a los modelos clásicos de belleza, orden, armonía y sobriedad
frente al dinamismo y colorido del Barroco. Predominaron el dibujo y la forma sobre el color, las
composiciones ordenadas, la contención de los personajes y los fondos arquitectónicos clasicistas.
Los temas reflejaron las ideologías políticas del momento inspirándose en la historia contemporánea
o la historia y mitología de la Antigüedad clásica.
J. L. David.
La formación artística de Jacques-Louis David (1748-1776) está vinculada al culto a la
Antigüedad que los grandes intelectuales europeos rendían en Roma a finales del siglo XVIII,
convertida en meca de la educación estética de quienes mostraban mejores aptitudes técnicas para
el ejercicio del arte. Allí realizó su primera obra emblemática, El juramento de los Horacios (1784). El
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tema fue interpretado, inmediatamente, como un manifiesto ético: el cuadro exaltaba la virtud cívica,
el patriotismo y el heroísmo. La pintura, pues, estaba llamada a encarnar valores serios de gran
alcance social, al tiempo que los acontecimientos históricos se convertían en motivos memorables
que servían a su enseñanza.
El triunfo de David, comprometido con los ideales revolucionarios, vendría en los años siguientes,
cuando hace de la pintura la expresión de sus ideales políticos: en 1793 pinta La muerte de Marat,
impresionante homenaje laico a un héroe asesinado. Ese compromiso cívico le lleva a simpatizar con
Napoleón, al que admira como heredero de ese proceso revolucionario: en 1800 pinta el retrato de Na
poleón cruzando el San Bernardo y, poco después, La coronación de Napoleón (1800-1805), donde
la austeridad del principio se transforma, sin perder el estilo preciso y descriptivo, en un espectáculo
propagandístico.
El juramento de los Horacios, David.
El juramento de los Horacios de Jacques-Louis David, óleo sobre lienzo neoclásico realizado en
1784, se considera una de las obras más significativas del Neoclasicismo francés.
La obra ilustra el momento en que el padre de los Horacios toma juramento a sus hijos antes de
que éstos se enfrenten con los Curiáceos, representantes de Alba Longa. Pese a estar emparentados
con sus rivales, deben anteponer su deber cívico y la defensa de Roma al sentimiento familiar. La
obra transmite un mensaje ético que exalta el civismo, el patriotismo y el heroísmo en un episodio de
la historia de Roma, interpretado como llamamiento a la unión de los franceses para acabar con el
absolutismo.
Esta obra, inspirada en la escultura en relieve del pasado greco romano, destaca por su
composición clara, casi teatral, enfatizada por las vestimentas; en el cuadro las figuras y fondo
arquitectónico (triple arcada toscaza) se corresponden en número y disposición. La escena se
organiza en grupos contrapuestos que representan el deber frente a sentimiento. Destaca el dibujo y
los colores sencillos en la ejecución de los dos grupos de personajes.
La muerte de Marat, David.
Nos encontramos ante un "retrato histórico" que pertenece a la ideología en imágenes de la
burguesía francesa revolucionaria: Jean Paul Marat muerto en la bañera después de haber recibido la
puñalada de Charlotte Corday. David se propone como un deber la lúcida y despiadada fidelidad a los
hechos. Sobre un fondo oscuro que ocupa más de la mitad superior del lienzo, presenta a Marat
muerto, con el torso algo de perfil, desnudo y herido, mientras el rostro, ladeado y enmarcado por un
blanco turbante, se muestra frontalmente. Con su mano derecha, que cuelga de la bañera, sostiene
todavía la pluma, probable alusión a su oficio de periodista; la izquierda sujeta una carta escrita con
caligrafía clara y manchada de sangre que proyecta una alargada sombra sobre el mantel verde que
cubre la tabla-escritorio. Vestigios de la presencia de Marie-Anne-Charlotte Corday d'Armans son el
cuchillo ensangrentado del primer término, la sangre que tiñe el agua de la bañera y parte de la
sábana y la herida del pecho.
El pulgar de Marat señala el término "benevolencia"; ¿hay que entender que fue su benevolencia
lo que en última instancia le causó la muerte? La vieja caja del primer término, el remiendo de la
sábana que cubre la bañera, la austeridad de los útiles de escritura y la ausencia de decoración del
fondo parecen aludir con espléndida insistencia a la pobreza del "Ami du peuple"; y aunque pobre,
Marat muere dando "su último trozo de pan". Con la pluma que sostiene en la mano al parecer ha
escrito en el pedazo de papel que sobresale de la caja: “daréis este asignado a esta madre de cinco
hijos cuyo marido se marchó a defender la patria”. Caridad y patriotismo, humildad y benevolencia, se
expresan a través de objetos captados con intenso realismo.
Características formales: Los pliegues de la blanca sábana manchada por la sangre del héroe, la
arruga que forma el mantel verde, la carta de Corday, todavía un poco doblada, las vetas de la
madera, los agujeros y los clavos de la caja, o el papel que sobresale en primer término, sugieren que
David no desconocía el lenguaje de la naturaleza muerta holandesa del siglo XVII y que lo empleó
para dar verosimilitud a la escena. La descripción minuciosa de los objetos establece un expresivo
contraste con el fondo vacío, formado por unas rápidas y vibrantes pinceladas de sombra y luz.
Mientras la frágil figura de Marat aparece dramáticamente iluminada, la sombra asciende en diagonal
evocando la huida de la vida del cuerpo agonizante.
La cabeza, el escrito y la pluma están íntimamente relacionados mediante una figura triangular.
La pluma señala la dirección del escrito, en vez de estar abatida. Igualmente, la nariz nos lleva hacia
el escrito, como si en éste se centraran los valores humanitarios de Marat.
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6. La recuperación del medievo por el Romanticismo.
El Romanticismo irrumpe en la escena artística del primer tercio del S. XIX con toda la fuerza de
su rebeldía y su inconformismo frente a la dictadura impuesta por las Academias. No podía ser de
otra forma. El arte no puede constreñirse a unas únicas fórmulas establecidas, porque la libertad es la
esencia misma de la creación artística.
El arte romántico se presenta como un fenómeno extraordinariamente nuevo, inspirado por la
voluntad de romper completamente tanto con el clasicismo como con el rococó. Socialmente había
nacido un hombre nuevo de las alteraciones políticas y de las violentas corrientes de ideas que
señalaron el final del siglo XVIII. Este hombre nuevo aspiraba a formas plásticas liberadas de las
formas antiguas y volvió sus ojos hacia el pasado lejano. Volver a la Edad Media, instaurar una nueva
Edad Media, era consumar la ruptura total con el rococó.
El hombre romántico tendió el puente de las formas hasta la época gótica porque aspiraba a
rehacer la Europa unánime medieval, a reconstruir en sí mismo el pensamiento y la sensibilidad de
los siglos antiguos. Con ello se afirmaba su individualidad al mismo tiempo que su espíritu nacional.
Al cosmopolitismo artificial de “los siglos de las luces” se hacía suceder un sentimiento nacional
vigoroso, auténtico, nutrido en las fuentes más vivificadoras de la raza. La nostalgia de lo que se
había perdido, de la fresca y pura espiritualidad de la Edad Media, de su fantasía copiosa y alegre,
del sentimiento subordinándose a la razón, condujo a una idealización de esos siglos que el
clasicismo llamaba oscuros.
Al mismo tiempo se vuelve hacia los textos poéticos de la Edad Media que proporcionan temas a
los artistas y un nuevo concepto del mundo, moral y espiritual.
La vuelta a la Edad Media, a su religiosidad a la unidad cristiana que representa la Europa de
antes de la Reforma, entraña la conversión al catolicismo de gran número de artistas protestantes
sobre todo en Alemania. Este interés que se aplica al pensamiento y a la sensibilidad de la Edad
Media se refuerza con el deseo de salvar lo que subsiste de los monumentos de esa época y
restaurarlos piadosamente.
Son por tanto los restauradores los que se constituyen en defensores y propagandistas de ese
retorno al gótico. Entre los grandes propagandistas de este estilo estaban los británicos Augustus
Pugin (1812-1852) y John Ruskin (1818-1900) así como el francés Eugéne Violet-Le-Duc (18411879), famoso por su obra literaria, sus restauraciones de catedrales góticas francesas y sus edificios
neogóticos, donde empleó el hierro en las estructuras.
7. Eclosión de la pintura como arte burgués por excelencia.
La pintura romántica se desarrolló en la primera mitad del siglo XIX, en un contexto social de
ascenso de las clases medias a través de las revoluciones liberales burguesas. El Romanticismo fue
un movimiento esencialmente burgués, e incluso el movimiento burgués por excelencia en un doble
sentido. Por una parte, fue la tendencia que rompió definitivamente con los convencionalismos del
clasicismo, de la artificiosidad y la retórica cortesanas aristocráticas, del estilo elevado y el lenguaje
refinado. Por otro lado, el artista romántico buscó su clientela en un público burgués que sancionará
su éxito con la demanda de su obra en un mercado de arte cada vez más animado; y ya no tanto en
los patrones tradicionales (nobleza, clero, monarquía).
Los temas fundamentales de la pintura romántica fueron el paisaje, en sus distintos aspectos
pintorescos y sublimes; la literatura; el medievo; lo exótico; el autorretrato; el mundo de las pasiones y
de los sueños; lo religioso.
Desde el punto de vista formal, la pintura romántica presenta las siguientes características: las
composiciones de gran amplitud y, a veces, complejidad, que pueden incluir fugas; el apartamiento de
la perfección idealista del dibujo de contorno y la tendencia al abocetamiento; el cromatismo
monocorde, en colores cálidos y oscuros dominantes; el interés en la atmósfera; la pincelada suelta;
el movimiento y el dramatismo.
Los principales representantes fueron Goya, Géricault, Delacroix, Constable, Turner y Friedrich.
Théodore Géricault (1791-1824)
Sus figuras idealizadas de influencias miguelangelescas son todavía neoclásicas, pero sus temas
son dramáticos, con composiciones diagonales, movimiento y fuertes contrastes de claroscuro.
Sus primeras obras siguen tratando temas inspirados en las guerras napoleónicas, como el Oficial de
cazadores de la Guardia Imperial, cargando (1812. Su obra más representativa fue La balsa de
Medusa (1819). Son interesantes sus retratos de locos, de gran fuerza expresiva y profundidad
psicológica y sus cuadros inspirados en los caballos, como el Derby de Epsom
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La Balsa de la Medusa, Géricault.
El cuadro se expuso en París en el Salón Oficial de 1819. Actualmente se encuentra en el Museo
del Louvre (París).
La Medusa era el nombre de una fragata francesa que transportaba a un grupo de colonos
franceses hacia Senegal que, naufragó durante una tempestad cuando navegaba a lo largo de la
costa africana (1916). De los 149 pasajeros que se refugiaron en una gran balsa durante doce días,
tan solo encontraron a quince vivos cuando acudieron a rescatarlos. Los supervivientes pronto
contaron los horrores que habían hecho y soportado, hambre, sed, insolación, locura, suicidio,
asesinato, canibalismo,…
El cuadro representa una muchedumbre, una maraña de personajes desconocidos, un enredo de
cuerpos entrelazados que no están realizando ninguna acción heroica, sino sufriendo
desesperadamente. El momento elegido por el pintor es cuando los supervivientes a lo lejos avistan
otro barco y esperan ser rescatados.
En cuanto a la composición, para Argán hay un crescendo que parte de cero, de los muertos en
primer plano, de los moribundos ya indiferentes a todo, para pasar a los reanimados por la
esperanza. Sobre el plano inestable y oscilante de la balsa la composición muestra dos ejes
contrarios, uno marcado por el cadáver (la cara del mismo es un retrato de su amigo Delacroix) que
yace en el primer plano sostenido por un anciano, y que continúa hasta el joven situado en la parte
superior que levanta la tela pidiendo ayuda; el otro por el mástil del velamen completado por la
diagonal del cadáver del primer plano a la derecha del lienzo. Estas diagonales compositivas, evocan
la fuerza del barroco.
La galería de actitudes y posiciones de los cuerpos actúa como el elemento esencial del drama
humano que nos muestra el pintor, su realismo dramático recuerda a los cuerpos de Miguel Ángel o
Rubens. Aunque prescinde de detalles escabrosos, como úlceras o escenas de canibalismo relatadas
por los supervivientes, los gestos, las miradas y otros componentes del cuadro como la luz, los
colores, la atmósfera o el mar, terminan por dotar a la obra de una intensidad trágica tal y como el
episodio había sido. El cielo lo representa ennegrecido por una serie de nubarrones oscuros, el mar
levantado en un fuerte oleaje y oscurecido por el amenazante reflejo del cielo y la luz es
caravaggiesca, reflejando intensos contrastes que nos remiten al tenebrismo. Es una obra
desbordante de pasión, con total ausencia de elementos de estoicismo o heroísmo, tan solo seres
humanos anónimos protagonistas de una tragedia inconmensurable.
Eugéne Delacroix (1798-1863).
Constituye el gran nombre de la pintura romántica francesa. Viajero por tierras entonces exóticas
-sur de España y norte de Africa- y por Inglaterra, participó asiduamente en el salón de París con
obras que alcanzaron una resonancia crítica decisiva en el seno del nuevo movimiento. Estuvo
influido por la pintura barroca de Rubens y de Rembrandt. Su estilo se caracterizó por una pincelada
suelta, riqueza del color, gran dinamismo, composiciones diagonales y temas dramáticos. Su pintura
influyó en los impresionistas pues utilizó colores puros, sin mezclas, en algunas de sus obras.
Entre sus obras podemos citar La matanza de Quíos (1824), La muerte de Sardanápalo (1827),
La libertad guiando al pueblo (1830), Mujeres de Argel, La caza del león y La entrada de los
cruzados en Constantinopla.
La libertad guiando al pueblo, Delacroix.
La obra es un óleo sobre lienzo pintado por el francés Delacroix en 1830, y se conserva en el
Museo del Louvre (París). Es una de las pinturas más representativas del estilo romántico.
En primer plano aparecen en escorzo los muertos en las barricadas, mezclados revolucionarios y
soldados; en un segundo plano aparece la masa del pueblo que avanza dirigida por una figura
femenina con el pecho desnudo, tocada con el gorro frigio, que enarbola la bandera tricolor y porta un
fusil. Esta figura es una alegoría de la Libertad, ocupa el centro del cuadro y se representa como una
diosa clásica idealizada. A su izquierda aparece un niño armado con pistolas y a su derecha un
burgués armado tocado con sombrero de copa y un obrero portando un sable. Más al fondo se
representa una masa humana que se distingue entre la humareda y detrás algunos edificios
parisinos.
El cuadro conmemora las jornadas revolucionarias de julio de 1830 en París, que terminaron con
la monarquía absoluta de Carlos X. Delacroix pintó un tema histórico contemporáneo de significado
político para exaltar los ideales liberales y revolucionarios y como tal es un cuadro propagandístico.
El cuadro tiene una composición triangular cuyo vértice es la bandera francesa y la base el grupo
de muertos amontonados en el suelo. Existe un claro movimiento ascendente desde la base hasta la
bandera que porta la Libertad y, al tiempo, un movimiento hacia el espectador que viene dado por la
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masa humana de la izquierda. Destaca el dinamismo, la emoción, el dramatismo de la composición,
características todas ellas del Romanticismo. También es interesante el naturalismo de los
personajes, especialmente el de los muertos del primer plano.
Prima el color sobre el dibujo y la forma, la pincelada es suelta y el colorido contrastado, aunque
predominan los tonos terrosos. El humo del fondo recrea una neblina que envuelve la escena
difuminando los contornos y degradando los colores, y se logra representar la profundidad mediante
la perspectiva aérea.
Se aprecian claramente las principales influencias en la pintura de Delacroix: el colorido y el
dinamismo de Rubens, la expresividad y la representación de las masas populares de Goya y el tono
dramático y testimonial de Gericault
8. Surgimiento del paisaje: W. Turner.
Durante el siglo XIX, otros géneros distintos al histórico, en principio menos valorados por su
aparente simplicidad técnica, empezaron a adquirir el respeto de la crítica, en un proceso donde lo
verdaderamente importante empezaba a ser la pintura en sí misma, y no su capacidad de descripción
literaria.
Por esa misma razón, la representación del paisaje que, por su propio carácter, no suponía
ninguna sumisión a un discurso narrativo complejo, se sitúa, en el marco del romanticismo, en el
punto de partida de las trasformaciones que llevarán al arte contemporáneo.
No obstante, la contemplación de la naturaleza, que es una de las más genuinas experiencias
románticas, está asociada a interpretaciones subjetivas. Ello se de be, entre otros factores, a la
posibilidad de proyectar en el paisaje emociones complejas, gestadas en la mente.
En el mundo británico hubo pintores que desarrollaron una fascinación por el paisaje, y
concibieron su representación como un imponente escenario, testimonio de una excitación sensorial
intensa y envolvente. El más importante, entre quienes trasladaron al lienzo este sentido emocionante
de la naturaleza, fue Joseph Mallord William Turner (1775-1851). Aunque es heredero de una
costumbre, procedente de los siglos xv y xvIII, que supone concebir el paisaje como un lugar
majestuoso donde se desarrolla un argumento literario o histórico, Turner integra la visión pictórica en
una especie de fluido que, como una arrebatadora fuerza, atrapa a todas las cosas, hasta desintegrar
sus formas concretas en una especie de polvo matérico, luminoso y etéreo, que nos aleja de todo
sentido descriptivo.
Lluvia, vapor y velocidad, Turner.
La obra emblemática de Turner fue presentada en 1844 a la Royal Academy de Londres,
consiguiendo una excelente impresión entre el público londinense.
La verdadera protagonista de la composición es la luz que se filtra a través del agua de la lluvia.
La luz, el vapor y la velocidad forman un cóctel perfecto para que el maestro londinense nos muestre
sus queridos efectos atmosféricos con los que consigue desdibujar todos los contornos, incluso el de
la propia locomotora. Curiosamente, Turner ha empleado la locomotora como elementos de
representación del vapor y de la modernidad, ya que la velocidad estaría caracterizada por una
pequeña liebre que corre en la zona izquierda de la composición. Los tonos claros son los habituales
en la última etapa de Turner, empleando también algunos marrones para reforzar el contraste. Las
pinceladas son rápidas y empastadas, adelantándose al impresionismo. La diagonal que organiza la
composición es una influencia de Claudio de Lorena, utilizando esa diagonal para dirigirnos desde el
primer plano hacia el punto de fuga.
Sin duda, nos encontramos ante una obra singular que anticipa ya la era contemporánea en la
que el tren será algo más que un símbolo. El puente no es otro que el viaducto de Maidenhead, que
cruza el Támesis entre Traplow y Maidenhead, en la línea Great Western recién inaugurada a Bristol
y Exeter. La vista está tomada hacia Londres y el puente que se contempla a la izquierda es el de la
calle Taylor.
9. Goya y su significación.
Francisco de Goya (1746-1828) vivió y trabajó fundamentalmente en Zaragoza y Madrid. En
1770-71 viajó a Italia. Se casó en 1773 con Josefa Bayeu, hermana del pintor Francisco Bayeu,
discípulo de Mengs y pintor del rey Carlos III, lo que le permitió establecerse en Madrid y desde 1775
pintar cartones para la Real Fábrica de Tapices, destinados a decorar las estancias palaciegas. Goya
participó del pensamiento Ilustrado y fue amigo y pintor de algunos de sus principales representantes;
de bastantes de ellos dejó retratos (Conde de Floridablanca, Duques de Osuna, Conde de Cabarrús,
Jovellanos, Ceán, Saavedra). En el año 1799 fue nombrado primer pintor de cámara de Carlos IV.
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En 1792, sufre una enfermedad que le deja una secuela física, la sordera, que se ve acompañada
de una crisis personal de la que nace el genio goyesco, el crítico con la sociedad, que sabe inspirarse
en ella para hacer visibles las profundas turbaciones del espíritu. Fruto de ese anhelo es la serie
grabada de los Caprichos (1799). Por entonces realiza los retratos de La duquesa de Alba (1795 y
1797) y, en torno al cambio de siglo, algunas de las obras más famosas de su carrera: los frescos de
San Antonio de la Florida y magníficos retratos, como el de La condesa de Chinchón, el de Jovellanos
y, sobre todo, el de La familia de Carlos IV. También son de esa época las Majas.
La Guerra de la Independencia terminó de revelar las paradojas en que se había construido la
época de Goya: las ideas del espíritu ilustrado, que él mismo había compartido, encarnadas ahora
por los franceses frente al obsoleto régimen de Carlos IV, provocaban escenas de horror. Fruto de
esa visión son los grabados de los Desastres de la guerra y, sobre todo, El 2 de mayo de 1808 en
Madrid o La carga de los mamelucos y El 3 de mayo de 1808 en Madrid o Los fusilamientos de la
Moncloa.
En 1819, Goya, viejo y desencantado, compra la llamada Quinta del sordo donde, libre de
cualquier condicionante, realiza las pinturas negras, en las que da rienda suelta a su imaginación, con
pinturas como el Saturno devorando a uno de sus hijos, alucinante representación de lo monstruoso.
Tras el fin del Trienio Liberal Goya marchó a Francia en 1824 y se estableció en Burdeos. Allí
pintó sus últimas obras hasta su muerte en 1828. Destaca La lechera de Burdeos.
Su amplia actividad pictórica ha sido vinculada con el Rococó y el Neoclasicismo en sus primeras
etapas y con el Romanticismo en su fase de madurez. Al tiempo influyó en las obras del Realismo,
Impresionismo, Expresionismo, Surrealismo e Informalismo.
Velázquez fue el artista que más influyó a Goya. El gusto por los tonos grises, la pincelada larga y
suelta, la captación de la atmósfera, el abocetamiento, la actitud de los retratos reales y la
composición de alguno, como La familia de Carlos IV, revelan la deuda con el maestro sevillano.
A la par que en la pintura al fresco, en los cartones para tapices y en su conocida obra sobre
lienzo, destacó en su actividad como grabador de las series: “Los Caprichos”, “Los Desastres de la
Guerra”, “La Tauromaquia” y “Los Disparates”. En ellos plasmó su particular visión de la sociedad
castiza y una crítica de la realidad en ocasiones disfrazada de humor ácido o de festividad popular, de
dolor y denuncia.
La carga de los mamelucos, Goya.
Es un óleo sobre lienzo que Francisco de Goya pintó en el año 1814, junto a “Los fusilamientos
de la Moncloa”, una vez concluida la Guerra de la Independencia española. La guerra supuso una
gran conmoción para un ilustrado como el pintor, que la abomina, y dejó huella en su obra tanto
gracias a estos dos cuadros de gran formato (268 cm.por 347 cm. mide éste), como a través de la
serie de grabados de los “Desastres de la guerra”.
Recoge uno de los episodios ocurridos en la ciudad de Madrid el día 2 de mayo del año 1808,
cuando grupos de masas populares intentan impedir el traslado a Francia del hijo menor del rey de
España Carlos IV, y que marca el inicio del levantamiento general del pueblo español contra los
franceses.
En esta escena se representa un ataque de las masas populares a un grupo de mamelucos,
soldados egipcios mercenarios a las órdenes de los franceses. Al escoger esta escena, Goya
muestra magistralmente toda la carga de rabia y violencia que llevó a diversos elementos de las
clases populares que se encontraban en Madrid, a salir a la calle a pelear armados con cuchillos
contra un ejército bien pertrechado y armado, ejército que constituía la élite de la Europa del
momento, al mezclarlo además con el elemento de “odio” hacia el musulmán, que enlazaba con la
interpretación tradicional de la “Reconquista cristiana” de España.
El centro compositivo del cuadro lo marca el soldado mameluco muerto que cae del caballo, al
que otro individuo apuñala, acto totalmente sin sentido, ya que el caballo no es enemigo de nadie, lo
que muestra lo ilógico de la guerra que lleva a la destrucción sistemática. El resto de la composición
muestra a otra serie de figuras que acuchillan a jinetes y monturas, mientras que el ejército francés
intenta salir de la carnicería. Lo más destacado del conjunto son las expresiones de los rostros, de
rabia e indignación de los madrileños, de miedo en los franceses e incluso de sus caballos. La escena
se desarrolla dentro de la ciudad, ya que los edificios se representan en un perfil, aunque de modo
genérico, sirviendo de marco de referencia, pero no restando protagonismo a la acción.
Toda la escena está teñida de dinamismo y dramatismo, con movimientos exacerbados y
violentos, aspectos que luego serán fundamentales para los románticos como Gericault y Delacroix.
Esta exacerbación del movimiento parece haberse contagiado a la mano del artista, que utiliza una
técnica basada en las pinceladas rápidas, sueltas, a base de manchones, como salidas también de
un estallido de violencia del pintor. Con respecto a los colores, destaca la brillantez de los mismos y la
utilización del llamativo rojo de la sangre que salpica la escena. Además lo trata con gran libertad, ya
que incluso puede verse en la cabeza de un caballo reflejos de verde gracias a los efectos que
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provoca la sombra. En definitiva, junto a “Los fusilamientos de la Moncloa” se trata de un alegato
antibelicista, realizado con más de cien años de adelanto a las corrientes contemporáneas que
también van en ese sentido.
Los fusilamientos del 3 de mayo, Goya
El cuadro de Los fusilamientos del 3 de mayo de 1808 fue pintado por Francisco de Goya en
1814, por encargo de Fernando VII tras su retorno a Madrid para conmemorar la rebelión del pueblo
madrileño contra los franceses. Es un óleo sobre lienzo y está en el Museo del Prado. Es una obra
que podemos calificar de romántica dentro de la producción del pintor.
Es un cuadro de tema histórico que representa los fusilamientos de los patriotas madrileños en la
montaña de Príncipe Pío en la madrugada del dos al tres de mayo de 1808, tras el alzamiento contra
las tropas francesas de Napoleón. En el lado derecho aparece el pelotón de ejecución francés visto
de espaldas sin que se aprecien los rostros de los soldados. A la izquierda, un grupo de patriotas está
a punto de ser pasado por las armas. Cada uno de ellos tiene una actitud distinta ante la muerte
inminente: uno reza, otro se tapa los ojos, otro manifiesta su rabia y desesperación mientras que otro,
con camisa blanca, alza los brazos con un gesto de resignación. Delante de ellos, en escorzo,
aparecen varios cadáveres ensangrentados. Detrás de ellos, otro grupo espera su turno horrorizado.
De nuevo es la masa anónima, el pueblo, el protagonista de la obra.
Existe un fuerte contraste entre el grupo de los ejecutores y el de víctimas: los franceses forman
un bloque sin rostro, sin humanidad, mientras que los patriotas tienen gestos dramáticos y expresivos
que muestran sus emociones. Este contraste refuerza el dramatismo de la escena.
Al fondo aparece una vista nocturna de Madrid, con algunos edificios destacados en la penumbra
de la noche. La escena nocturna está iluminada mediante un farol colocado en el suelo, en el centro
del cuadro, cuya luz alumbra las figuras de los fusilados sobre la oscuridad del fondo.
El colorido predominante tiene tonos oscuros y neutros, lo que permite que la figura de camisa
blanca y pantalones amarillos atraiga la mirada del espectador y se convierta en el elemento principal
del cuadro. Está pintado con pincelada suelta y abocetada y domina la sensación dramática.
La pintura tiene un fuerte dramatismo y una gran expresividad que la convierten en una obra
plenamente romántica.
Las pinturas negras, Goya.
Las pinturas murales que decoraron la casa de Goya conocida como la “Quinta del Sordo”, se
han popularizado con el título de Pinturas Negras por el uso que en ellas se hace de los pigmentos
oscuros y negros y también por lo sombrío de los temas. El carácter privado e íntimo de esta casa,
hizo que el artista se expresara en estas obras con gran libertad. Pintadas directamente sobre los
muros, la técnica empleada debió de ser mixta, pues los análisis químicos revelan el empleo de
aceites en su composición.
Todas las pinturas fueron mandadas trasladar a lienzo por el barón Émile d'Erlanger, quien
adquirió la Quinta en 1873. Las obras sufrieron enormemente con este traslado, perdiendo gran
cantidad de capa pictórica en el proceso. Finalmente el Barón donó las pinturas al Estado, siendo
destinadas al Museo del Prado, donde se exponen desde 1889.
Estas obras, a pesar de las múltiples explicaciones ofrecidas por historiadores del arte, siguen
siendo misteriosas y enigmáticas, sin embargo, presentan muchos de los problemas estéticos y de
las preocupaciones morales que aparecen en las obras de Goya.
Las pinturas murales de la Quinta del Sordo (Pinturas Negras) han sido determinantes en la
valoración del pintor aragonés en el mundo actual. Los artistas del Expresionismo alemán y del
Surrealismo, o los representantes de otros movimientos artísticos contemporáneos, así como el
mundo de la literatura e incluso del cine, han visto en esta serie de composiciones de Goya viejo,
aislado en su mundo y creando con absoluta libertad, el origen del arte moderno.
La lechera de Burdeos, Goya.
Goya ha marchado ya de nuestro país y se ha refugiado en Burdeos, donde pasará en paz y
sosiego los últimos años de su vida. El cuadro en gran medida responde a ese estado de ánimo. Un
cuadro precioso y ya no sólo porque recupera la luz y el color que se había perdido en sus últimos
años, sino porque esa alegría que destila se manifiesta sobre todo en la candidez sencilla y amable
con que reproduce a la lecherita que le llevaba la leche a casa todas las mañanas.
El cuadro representa a una joven lechera, con delantal, pañoleta sobre los hombros y pañuelo
sujetando el cabello, con un cántaro de leche. La perspectiva de abajo a arriba parece querer dar la
sensación de que la joven cabalga una mula.
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El estilo es absolutamente suelto, independiente de convenciones dibujísticas o compositivas, en
una plenitud de color y trazo que sólo pueden estar ejecutados por la mano madura del creador.
Goya emplea pinceladas amplias y tonos empastados, que además se superponen buscando la
mezcla sobre la retina más que sobre el lienzo, tal y como harán décadas después los pintores
impresionistas. Los tonos azules, los rosados del rostro, los blancos que iluminan a destellos todo el
lienzo y la expresión delicada y recoleta de la niña, consiguen uno de los cuadros más deliciosos de
su autor. El más bello epílogo para una vida de pintor.
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