N Román ‘Lo único . E0716-0798 l género… Ticolás aller de Letras N° 48: 113-120, 2011que tengo’ en las tomas y en las poblas issn ‘Lo único que tengo’ en las tomas y en las poblas. El género y sus reescrituras poéticas a partir de Víctor Jara* ‘Lo único que tengo’ in Illegal Occupations and the Suburbs. Gender and Rewriting Poetic from Victor Jara Nicolás Román Pontificia Universidad Católica de Chile [email protected] Chile desde los 50’ y hasta los 70’ tuvo una bullente vida política y social marcada por las migraciones campesinas y la industrialización. Dentro de ese período, se concibió una retórica desarrollista y masculinizante de los trabajadores, donde la clase tomaría las riendas de la historia. No obstante, en La población (1972) de Víctor Jara, cantante comprometido de la época, aquella representación topa con su alteridad minoritaria. Dentro de esa perspectiva, se pretende exponer, a través del trabajo referido, una enunciación hecha desde los sujetos vulnerables: niños, ancianos y mujeres que han sido excluidos de la retórica de la transformación social. De esta manera, esos sujetos articulan una poética femenina y subversiva frente a las retóricas del progreso de izquierdas o derechas, generando así un quiebre en la representación de los marginados. Para ejemplificar esas estrategias de enunciación se expondrán los diversos recursos retóricos que construyen el disco La población, y especialmente la canción “Lo único que tengo”, donde una campesina vuelta proletaria canta a la fuerza creativa de sus manos. Palabras clave: Víctor Jara, clase trabajadora, alteridad, niñez, feminidad. Chile since 1950 and till 1970 had a high social and political life, marked by migration between country and city. Trough this period, it was conceived a social rhetoric over development where the working class would take the main role. However, in Victor Jara’s Album La población (1972), this representation of the working class bumps into their minority otherness. From this point of view, based on the mentioned album, it is pretended to expose an enunciation made by a vulnerable group of the population: children, elderly people and women, who had been excluded of the rhetoric about social transformation. In this way, these subjects make a feminine and subversive poetic against the rhetoric of progress, generating a breaking off in the representation of the outcasts. To illustrate these strategies of enunciation, will be exposed the different rhetorical resources, included in this album, La Población, and specially the song “Lo único que tengo”, where a peasant woman turned proletarian, sings to the creative strength of her hands. Keywords: Víctor Jara, working class, otherness, childhood, feminity. Recibido: 22 de marzo de 2011 Aprobado: 11 de abril de 2011 * Este texto es parte de mi tesis de posgrado, incluida en el Proyecto Fondecyt 1080492 “Luces brotaban… autorrepresentaciones de la letra en la canción popular y literatura chilena”. 113 ■ Taller de Letras N° 48: 113-120, 2011 Una de las primeras sugerencias que ofrecen los acordes de la guitarra trabajadora de Víctor Jara, es su relación con el movimiento social de los años 70’ condecorado por el gobierno del pueblo. Dentro de ese período histórico, en Chile se concibió una retórica desarrollista y masculinizante de los trabajadores, donde la clase tomaría las riendas de la historia. Este movimiento político y social de los años sesenta y setenta enarboló sus pancartas en las claves del desarrollo de una vía modernizadora, inspirada en el desarrollismo de izquierda como una empresa racionalizadora de las condiciones productivas. Y sin cuestionamientos al sesgo de género de esta iniciativa, el programa se endilgó a las retóricas del sujeto histórico, en este caso revolucionario, marcado por su ascendente masculino y viril. En esa perspectiva, el trabajo de Víctor Jara en varias ocasiones estuvo en consonancia con esa retórica, aunque en otras fue cómplice de enunciaciones minoritarias que socavaban los sesgos sexo-genéricos que establecían las transformaciones de la realidad. Su trabajo intervenía esa retórica del cambio histórico, haciendo resonancia con dos dimensiones que pretendemos exponer con claridad, para luego establecer las repercusiones de esta propuesta estético-política. Respecto de las dos dimensiones, la primera de ellas tiene que ver con el canto campesino y sus propias diferenciaciones de género en la ejecución del oficio de la poesía popular. Estando la otra dimensión relacionada con la emergencia y la puesta en relieve de sujetos minoritarios ejecutando la transformación de la historia, en especial mujeres, niños y ancianos. De hecho, desde esta dimensión se interfieren las retóricas del género que establecen quiénes sí son sujetos históricos y quiénes no. Así, sobre la base del análisis de Víctor Jara, pretendemos evaluar la incidencia política y estética de su obra a la luz de diferentes teorías de género, que iluminan un proyecto que establece diferencias no jerárquicas para llevar a cabo la transformación social. I Antes de entrar de lleno a la exposición de las transformaciones hechas por Víctor Jara a las retóricas sexo-genéricas de la transformación social, es necesario entender por qué la noción de género, y no otra, permite desentramar la rigidez de los relatos de transformación social y la posterior flexibilización del andamiaje subjetivo de quienes llevan a cabo las tareas revolucionarias. En primer lugar, para comprender la matriz heterocentrada del género, no sólo se hará hincapié en la diferencia cultural construida a partir de la diferencia sexual, sino que se apuntará a la formulación de un discurso de los dominados y de los dominadores, de las mayorías y de las minorías. En clave sicoanalítica, la oposición entre el falo castrador frente al sujeto castrado, siendo su versión marxista la que enfrenta al explotador frente al explotado. De todos modos, nos encargaremos de esto último comprendiendo todo lo anterior, concibiendo un sujeto “que posee”, frente a un sujeto que está disminuido y que solo “es poseído”. ■ 114 Nicolás Román ‘Lo único que tengo’ en las tomas y en las poblas. El género… En ese sentido, si en primera instancia desde el género se podía leer solamente la oposición masculino-femenina, siguiendo la diferencia entre mujer y hombre, ahora se leerá esa diferencia según roles, y principalmente se apuntará a que sujetos como los niños, las mujeres, los ancianos, los trabajadores no industriales (campesinos y artesanos) etc., caben dentro de la categoría de lo femenino, considerándolo como un factor estratégico en la discusión. En efecto, según Deleuze y Guattari (1994) aquella agencia denominada “Hombre” no tiene la capacidad de plegarse al devenir de los flujos de la subjetividad y frente a ellos plantea su rigorismo gregario: “[n]o hay devenir en el hombre, puesto que el hombre es la entidad molar por excelencia, mientras que los devenires son moleculares” (293). En ese sentido, el devenir molecular no se pliega a ese dispositivo que lo enjaula sino que se escabulle de los grandes conglomerados que lo homogenizan. En términos de género, el paralelo de lo anterior establece que: “[e]l discurso filosófico es un discurso patriarcal, elaborado desde la perspectiva privilegiada a la vez que distorsionada del varón, y que toma al varón como destinatario en la medida en que es identificado como el género en su capacidad de elevarse a la autoconciencia” (Amorós 27). Esto quiere expresar que la distorsión de lo “masculino” como sujeto se pliega a esa agencia que tiene por derecho propio llegar al conocimiento y por ende modificar su circunstancia. Desde otra orilla, comprendiendo la fungibilidad de la articulación histórica del género, junto con la sedimentación y transformación de las condiciones subjetivas, éstas ofrecen que: “[e]l género no [sea] una propiedad de los sujetos ni [un] constructo fijo y terminado, condenado a una repetición eterna” (Bonder 37). Por lo que los diversos posicionamientos son estratégicos, y por ende: “[h]abría que pensar el proceso de subjetivación en términos de una trama de posiciones de sujeto, inscritas en relaciones de fuerza en permanente juego de complicidades y resistencias” (Bonder 35). En ese sentido, la enunciación de sujetos minoritarios en diversas canciones de Víctor Jara, por un lado, complementan la visión esclerosada del sujeto histórico expuesta en virtud del componente ilustrado del marxismo, y por otro, revelan las articulaciones e intervenciones locales en términos políticos, ya que niños y mujeres ya no serán objetos de políticas públicas solamente sino que pasarán a ser sujetos públicos de la escena política. Para ilustrar este pasaje basta solamente con recordar la impetuosa movilización femenina en el movimiento de pobladores1 y tomas de terreno, muy bien destacada por Mario Garcés, en su libro Tomando su sitio (2002), documento que complementa el disco La población (1972) de Víctor Jara, donde los pobladores de Herminda de la Victoria, en Las Barrancas (hoy Pudahuel), cuentan su batalla por la vivienda. II Esta forma de comprender el género, como un posicionamiento frente a los roles de los sujetos visibles y no visibles en el quehacer histórico, 1 Garcés, Mario. Tomando su sitio. El movimiento de pobladores de Santiago 1950-1970. Santiago: Lom ediciones, 2002. 115 ■ Taller de Letras N° 48: 113-120, 2011 replicando la estructura de quien puede poseer y quien sólo es poseído, nos permite alcanzar el vuelo de la obra de Víctor Jara. Particularmente, se ha enunciado en un principio dos dimensiones donde la intervención de las retóricas del género se pone en práctica para, a través de esa intervención dar con una salida que entrega un proyecto político y creativo diverso y no jerárquico. Por lo tanto, antes de continuar, es preciso indicar la naturaleza de esas dos dimensiones. La primera tiene que ver con el canto de poetas populares y cantoras al interior de la tradición chilena, y la segunda tiene que ver con la forma en que Víctor Jara entrega un espacio a los sujetos postergados, partiendo por el rol activo de las mujeres en sus canciones, para llegar a precipitar dispositivos de enunciación para niños ancianos e indígenas, entre otros sujetos “poseídos” por el filo patriarcal de la matriz social. Primero, me gustaría ahondar en la dimensión del canto tradicional, puesto que el patrimonialismo que por lo general lo destaca genera una imagen inmóvil que se traduce en una postal sosegada del campo, que cae en lo sufridor o lo pintoresco. Para entrar al canto campesino me serviré de tres fuentes. Dos de ellas son ponencias realizadas en el “Encuentro Poesía y diversidades” del año 2010 en la Universidad de Chile, una de ellas realizada por Patricia Chavarría cuyo nombre es: “Cantando por la vida. El oficio de la cantora campesina” y la otra realizado por Marcela Orellana, llamada: “El cancionero tradicional en la ciudad. ¿Nuevo imaginario?”, ambas destacando el oficio de las cantoras populares. Por último, el tercer documento de consulta es el texto de Rodolfo Lenz (1919), Sobre la poesía popular impresa de Santiago de Chile. Contribución al folklore chileno, uno de los inauguradores de la investigación de folklore poético en nuestro país. Pasaré a extraer un pasaje de este último texto referido al oficio del canto, ya que posee la data más antigua: Las cantoras cultivan casi exclusivamente la lírica liviana, el baile y cantos alegres en estrofas de cuatro y, menos a menudo, de cinco versos; sus instrumentos son el arpa y la guitarra. Los hombres, en cambio, se dedican a los escasos restos del canto épico (romances), la lírica seria, la didáctica y la tenzón (controversia poética, llamada ‘contrapunto’). La forma métrica preferida es la décima espinela, su instrumento el guitarrón. (Lenz 522) En base al pasaje anterior, se tiene un panorama general de cómo se dividen las tareas en torno a la diferencia sexual en el caso del oficio de la poesía y el canto popular. Lo interesante de esta división es que el “contrapunto” implica el enfrentamiento eminentemente masculino en el caso de la poesía. Estando el rol de las cantoras sólo ceñido a la fiesta y al arte menor, sesgo que Rodolfo Lenz recalca una y otra vez en base a la ideología de género patriarcal, considerando que el acto de la cantora es mecánico y el de cantor creativo aunque decadente. La información relevante es que poetas y cantoras han perpetuado su oficio a través del tiempo. Así, lo señala Chavarría: “[d]urante generaciones en las áreas rurales de la zona central de Chile, han sido especialmente las mujeres las que han mantenido la tradición del canto, acompañadas de ■ 116 Nicolás Román ‘Lo único que tengo’ en las tomas y en las poblas. El género… guitarra. Son los saberes de los antiguos los que están en cada una de ellas” (Chavarría, 2010). De esta manera, las mujeres han mantenido el oficio de cantar, pero también han sabido intervenir las formas en que se desarrolla el canto, cumpliendo una función aglutinante en la comunidad rural. Aunque algunas normas han cambiado de manera que la frontera del oficio se ha vuelto móvil. De hecho, Orellana destaca de las cantoras, y en especial de Mauricia Saavedra de la región del Maule: [m]e surge aquí la pregunta, si esta nueva función de los versos, podría contribuir a explicar, no exclusivamente, el cambio que se ha venido produciendo entre la décima a principios del XX, sólo cantada por hombres como lo menciona Lenz, a una voz femenina, que se manifiesta en décima porque la poesía ha cambiado lentamente de función en su comunidad. Y la función que hoy tiene, de resguardar un mundo, de protegerlo, es una función tradicionalmente del mundo maternal y femenino. (Orellana, 2010) Toda esta información es útil para describir la herencia del canto tradicional en Víctor Jara. Así tenemos una noción abierta de qué es la tradición y cómo se comporta. Puesto que se nos ha entregado a través de su versión museográfica una visión inmovilista y conservadora de ella, cuando en realidad no es así, como se ha destacado en los ejemplos, donde el género es una frontera porosa de acuerdo a la necesidad del canto. III Lo importante en función de Víctor Jara es que él no toca guitarrón, ni tampoco hace improvisaciones para contrapuntos, por lo que el canto le ha llegado de acuerdo con Rodolfo Lenz como arte menor, es decir no ceñido a la décima espinela, sino a las coplas, las tonadas y las cuecas, oficio de cantora y no de poeta. De todos modos, esa diferencia no es excluyente en Víctor Jara ya que él la hizo provechosa y desempeñó la labor femenina de preservar el canto, en palabras de Marcela Orellana, ciñéndose al resguardo del saber de los antiguos como destacaba Patricia Chavarría. En efecto, el mismísimo Víctor Jara afirmaba su deuda femenina con la labor del canto: En mi casa siempre había una guitarra, porque mi mamá era cantora, como decimo’ nosotros hoy día. Cantora, es decir, ella cantaba en velorio, en bautizo, en casamiento, en todo ese tipo de cosa. Esa canciones que se cantan en el campo, digamo’, que se aprenden, por, por generaciones. Posteriormente ya cuando llegamo’ a la ciudad, etcétera, empezaron los estudios, después… me tocó… la fortuna, puedo decir, de conocer a Violeta Parra, y eso, ha significado también algo bastante especial, para… para aclarar lo que yo tenía que hacer. (Parot, 1999) De acuerdo a la afirmación de Víctor Jara, el canto le viene desde una vertiente femenina no esencialista, puesto que su herencia la ha interpretado críticamente y la ha proyectado. 117 ■ Taller de Letras N° 48: 113-120, 2011 Me interesa destacar esta asimilación no jerárquica de la diferencia de género en el oficio del canto, ya que sus valores se expanden en la articulación política de la obra de Víctor Jara. Y en ese sentido, su amalgama es parte de la tercera inquietud enunciada en un principio, puesto que el saber del canto tradicional se vuelve experiencia política y se proyecta en la valoración de sujetos minoritarios que no precisamente eran el foco de la propaganda partidista de izquierdas durante su época. IV Recapitulando, en un principio se enunció que habían dos dimensiones respecto del género en Víctor Jara, una de ella era su vínculo con la tradición y la otra su invitación a sujetos disminuidos a ser parte de la escena política. Estas dos dimensiones están relacionadas, ya que la forma en que asume el canto popular Víctor Jara, en esa línea materna y reproductiva, lo hace fijarse precisamente en los sujetos afectos de saberes reproductivos en la esfera social. Con esto quiero expresar que Víctor Jara en su obra, por medio de mujeres niños y ancianos, se esmera en hacer un trabajo comunicativo de reproducir los saberes tradicionales, sin replegarse solamente a la apelación productivista de las retóricas desarrollistas de la izquierda chilena. En ese sentido, lo productivo como interventor de la realidad histórica se confronta con lo reproductivo que mantiene la historicidad propia de los saberes de los pobres y su comunidad. Es decir, Víctor Jara en su obra no necesariamente va a ceñirse a la propaganda de los trabajadores, sino que hará una propaganda de aquellos que trabajan en las filas de la comunicación, siendo ese su oficio no remunerado en las filas de la historia. Quiero destacar que las dos dimensiones expuestas intervenidas desde el género vibran al mismo diapasón, porque por un lado Víctor Jara recoge todo el saber del oficio de la cantora, siguiendo el ejemplo de su madre y de Violeta Parra, y en virtud de esa notable experiencia, difunde el saber de los antiguos. Él compone canciones notables de viejos trabajadores, como “El lazo” y “El arado”. Además, interpreta muchas canciones dedicadas al mundo niño como lo son: “Canción de cuna para un niño vago”, “El niño yuntero” (Miguel Hernández), “Angelita Huenuman”, “El conejí”, “Gira, gira, girasol”, “Luchín” y “Duerme, duerme negrito” (Nicolás Guillén). La inclusión de las pobladoras como protagonistas del disco La población (1972) es uno de los elementos más importantes de expresión de la agencia creativa que incluye las diferencias sin someterlas a una hegemonía determinada por los dictámenes del patriarcado. Las pobladoras y pobladores en la historia política del país han estado ajenos a ser considerados como sujeto histórico, cuando en la realidad, en base a la autogestión y autoconstrucción, desde el año 1947 con la toma de La Victoria, han sido un ente sumamente dinámico en el cambio del panorama político y urbano chileno del siglo XX. De hecho, la participación de mujeres y niños en las tomas son radicalmente importantes, ya que ellos se mantienen en el terreno ocupado durante día y noche. ■ 118 Nicolás Román ‘Lo único que tengo’ en las tomas y en las poblas. El género… V Para concluir lo expuesto, es sumamente relevante lo realizado por Víctor Jara en las tres esferas que se han destacado. Primero, en el caso del canto tradicional, él mantiene viva la tradición, sin tener por qué caer en la estereotipia del huaso de los años cincuenta: huaso de frac, huaso de salón, el huaso patrón finalmente. Por otro lado, en ese mismo rol, tomando en cuenta, la intervención y preocupación por los mundos disminuidos y relegados a lo privado, Víctor Jara canta a un mundo de la comunicación y reproducción del saber. De diversas maneras logra lo anterior, siendo los niños una de sus preocupaciones artísticas prioritarias, incluso en el político disco La población donde son dos niños marginales la carátula del disco. Para finalizar, las pobladoras y pobladores, las mujeres trabajadoras y los niños, son todos protagonistas del cambio político que incluyen estas letras y melodías. Para Víctor Jara la fuerza de la creación no reside solamente en los bríos del proletariado industrial. Para cerrar, me gustaría exponer un breve pasaje de “Lo único que tengo”, cantada por Isabel Parra en el disco La población: Quién me iba a decir a mí, cómo me iba a imaginar si yo no tengo un lugar en la tierra. Y mis manos son lo único que tengo y mis manos son mi amor y mi sustento. No hay casa donde llegar, mi paire y mi maire están más lejos de este barrial que una estrella. (Jara, 1972) Así termina el disco La población, con la voz de Isabel Parra interviniendo las retóricas del género, el trabajo y la acción. Que ella sea quien piensa cuál es su valor en medio del destierro y el traslado al “barrial”, hacen que el trabajo y la voz sean la armonía que puede hallar el lugar de la creación. Por lo tanto, con este canto de amor y sustento de manos vacías que tienen todo, Víctor Jara plantea un proyecto donde la diferencia es permitida y entendida creativamente en una agencia que interviene las retóricas desarrollistas sesgadas, viriles y pendencieras. Obras citadas Amorós, Celia. “Rasgos patriarcales del discurso filosófico: notas acerca del sexismo en filosofía”. Hacia una crítica de la razón patriarcal. Barcelona: Anthropos, 1991. 21-51. Bonder, Gloria. “Género y subjetividad: avatares de una relación no evidente”. Género y Epistemología. Mujeres y disciplinas. Santiago: Lom Ediciones, 1999. 30-55. Chavarría, Patricia. “Cantando por la vida. El oficio de la cantora campesina”. Encuentro Poesía y diversidades en América y España. Perspectivas críticas en el Bicentenario. Universidad de Chile, 2010. 119 ■ Taller de Letras N° 48: 113-120, 2011 Deleuze, Gilles y Félix Guattari. “Devenir-intenso, devenir-animal, devenir-imperceptible”. Mil mesetas. Traducción: José Vásquez Pérez. Valencia-España: Pretextos. 1994. 239-316. Garcés, Mario. Tomando su sitio. El movimiento de pobladores de Santiago 1950-1970. Santiago: Lom ediciones, 2002. Jara, Víctor. La población. Santiago: Dicap, 1972. . Víctor Jara: obra musical completa. Santiago, Chile: Fundación Víctor Jara, 1996. Lenz, Rodolfo. Sobre la poesía popular impresa de Santiago de Chile. Contribución al folklore chileno. Santiago: Separata de los Anales de la Universidad de Chile, 1894. Consultado en: http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0000635.pdf. Visitado: miércoles 27 de noviembre, 2010. Orellana, Marcela. “El cancionero tradicional en la ciudad. ¿Nuevo imaginario?”. Encuentro Poesía y diversidades en América y España. Perspectivas críticas en el Bicentenario. Universidad de Chile, 2010. Parot, Carmen Luz. El derecho de vivir en Paz. Chile: Fundación Víctor Jara, 1999. ■ 120