Un cuarto de siglo de americanismo en España: 1975-2001

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Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe 72, abril de 2002 |
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Un cuarto de siglo de americanismo
en España: 1975-2001
Nuria Tabanera García
En los años que han transcurrido entre la muerte del general Franco en 1975 y la
presidencia española de la Unión Europea, en el primer semestre de 2002, es obvio
que muchas transformaciones han acontecido en España. De soportar una dictadura
que aislaba al país de Europa, España ha pasado a disfrutar de una democracia estable, ya plenamente integrada en las instituciones políticas, económicas y defensivas del continente. Pero, acercándonos a nuestro interés, España, en su proyección
hacia América Latina, era en 1975 fundamentalmente considerada como una pequeña potencia excolonial, menospreciada por su régimen político y por su limitado potencial económico. Ahora, a inicios del siglo XXI, España todavía puede contar con el prestigio ganado en el subcontinente americano merced a su pacífica
transición a la democracia, aunque ya resuenen voces cada vez más numerosas y
potentes contra la teórica reconquista española de América Latina, de la mano de
una fuerte presencia de capital español en sectores centrales de algunas economías
americanas (Argentina, Chile o Brasil) y que en algunos casos supera no sólo a las
inversiones de otros países europeos, sino incluso a las procedentes de los Estados
Unidos (Güell y Vila 2000).
Mientras esa amplia mutación se producía de forma acelerada desde los últimos
años de la década de los años ochenta, otras más cercanas al medio académico y
científico en el que se desarrollaban los estudios americanistas en España pugnaban por consolidarse. Y el recuerdo del acontecimiento (la muerte del dictador) que
abre este texto no es baladí, puesto que con él se abre la puerta a la posible superación de muchos lastres que dificultaban la marcha del americanismo español contemporáneo. Debe ser suficiente recordar que el entramado institucional, profesional y docente en el que se movía el americanismo español en los años ochenta todavía estaba profundamente marcado por lo que fue su reconstrucción tras la guerra civil. Por ello, el ritmo y la dirección de muchos de los cambios experimentados
en los estudios americanistas españoles se verán, por tanto, muy marcados por la
confluencia de diversos factores, ajenos a la evolución teórica y metodológica de
las diversas disciplinas que los integran. Aquellos otros factores irían desde la reforma institucional de los centros de investigación y de la universidad con la democracia a la modificación de los planes de estudios en la enseñanza secundaria y
universitaria, pasando por los efectos de las diversas conmemoraciones que se han
sucedido desde entonces: la del V Centenario del Descubrimiento de América y la
del Centenario de la pérdida de las últimas colonias americanas en 1898.
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La antesala
Para hacer una radiografía de la situación de los estudios americanistas en España
entre el fin de la dictadura franquista y las celebraciones del 92, habría que recordar inicialmente algunas cosas que pueden resultar obvias. En primer lugar, que el
americanismo histórico se mantenía en una posición de predominio casi absoluto
sobre las demás disciplinas que manifestaban preocupación por América como
objeto de estudio y que, en segundo término, la naturaleza de ese americanismo
histórico, heredado del tardofranquismo, estaba inmerso en un profundo cambio,
que implicaba necesarias renovaciones institucionales e historiográficas. Remontémonos un poco más al pasado para comprender la profundidad del predominio
del americanismo histórico y la magnitud del cambio experimentado por éste en los
años ochenta para superar su aislamiento y su rigidez teórica y metodológica.
La relevante presencia del americanismo histórico español en el proceso de
institucionalización y profesionalización de la disciplina histórica en España es
visible desde que la ley García Alix, aprobada en 1900, dio nacimiento en España a
las Cátedras de Doctorado, con la inclusión en ellas de la de Historia de América,
inscrita a la Universidad Central de Madrid (Pasamar y Peiró 1987, 36). Su contribución estaba plenamente justificada dada la fuerza del pasado compartido entre
España y América, que, lógicamente, convertía en parte de la propia historia de
España al más largo período de la historia de Centro y Sudamérica desde 1492 hasta la fecha. Pero, si ello no era causa suficiente, en el americanismo histórico participaron con fuerza integrantes de muy distintas orientaciones ideológicas que, en
las primeras décadas del siglo XX, pretendían fortalecer el estudio de la historia de
España en América para desmontar los argumentos de la tan extendida leyenda
negra. Así, encontramos historiadores que se incluirían en el ‘hispanoamericanismo regeneracionista’, como Rafael Altamira o Adolfo González Posada, o a ‘americanistas panhispanistas’, como Julián Juderías (Sepúlveda 1994, 234-40).
Fruto de las influencias del regeneracionismo surgirían en España las primeras
instituciones de investigación, seguidoras de los modelos europeos, en las que el
americanismo histórico tendría un papel destacado: el Centro de Estudios Históricos de Madrid, en 1909, y el Centro Oficial Español de Estudios Americanistas de
Sevilla en 1914. Será con la Segunda República cuando se profundizará en ese
desarrollo de la institucionalización y renovación del americanismo histórico, representado por la creación, primero, del Centro de Estudios de Historia de América
de la Universidad de Sevilla, que mantendrá su función docente e investigadora
entre 1932 y 1936, y algo después, de la Sección de Estudios Americanos del Centro de Estudios Históricos de Madrid, propiciada en 1934 por la puesta en marcha
de un Plan de Expansión Cultural, emanado de la Junta de Relaciones Culturales
del Ministerio de Estado (Tabanera 1993, 77-9).
La quiebra que produjo la guerra civil y la victoria de los rebeldes conllevó el
exilio y/o la represión de muchos, como Rafael Altamira o su discípulo José María
Ots Capdequí, de los que encabezaron la renovación del americanismo histórico en
los años veinte y treinta. Por ello, como señaló Pedro Vives, el americanismo regeneracionista de raíz liberal no pudo en España dejar escuelas, sino secuelas (Vives
1992, 122). La reconstrucción de las universidades y de los centros de investigación con vocación americanista tras el conflicto quedó marcada, como en otros
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ámbitos, por condicionamientos políticos, que obligaban a acatar la supeditación de
la investigación y de la docencia al seguimiento de los principios ideológicos, políticos y legitimadores del estado franquista (Pasamar 1991, 21).
Los nuevos núcleos del americanismo histórico, en las Secciones de Historia de
América de las Universidades de Madrid y Sevilla, dotadas en 1944, en el Instituto
Fernández de Oviedo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, nacido
en 1940 como el continuador ya depurado del anterior Centro de Estudios Históricos, y en la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, nacida en 1942,
se caracterizaron por la firme exaltación del pasado colonial y la vindicación de la
acción conquistadora y misional de España en América. Esos objetivos, que combinaban el interés científico y la función política de la historiografía, venían marcados tanto en los decretos de su creación, como en las líneas programáticas de las
publicaciones que iban apareciendo (Tabanera 1999, 243-4).
La historiografía española experimentó con claridad, aunque no sin dificultades
y retrasos, desde los últimos años cincuenta un proceso de renovación, por efecto
de la recepción y adopción de las propuestas, primero de Annales y, posteriormente, del marxismo o la nueva historia económica o política (Jover 1976, 223-4). En
el ‘decenio de la reorganización’ (1955-1965) o de la ‘normalización académica’,
se produjeron también ciertas aperturas institucionales (como la encabezada por el
Ministro de Educación, Joaquín Ruíz Jiménez) y disciplinarias, que en la historia
facilitaron la conversión de una historiografía preferentemente política e institucional, caracterizada por su metodología positivista y erudita, en una historiografía
social y económica (Eiras Roel 1976, 203).
De todo ello, pocos efectos se percibieron en el americanismo histórico enraizado en los centros madrileños y sevillanos. Todavía en aquella época, en ellos se
gozaba de unas estructuras académicas que habían crecido orgánica y financieramente de forma aventajada, merced a la estrecha relación de su producción historiográfica con la necesaria legitimación del régimen. Los descubrimientos geográficos, la acción evangelizadora y la biografía de los grandes personajes del período
colonial se mantenían como temas principales, abordados con categorías e interpretaciones historiográficas propias del revisionismo ultranacionalista y católico. La
fidelidad a esos compromisos políticos y legitimadores habían fortalecido a los
núcleos del americanismo histórico tradicional, que todavía en los años sesenta se
distinguía por un evidente elitismo, por la fuerte endogamia y por un cierto aislamiento, derivado de la escasa contrastación externa de sus aportaciones científicas.
La existencia en Madrid y Sevilla de los archivos fundamentales y de los centros de investigación y docencia americanista mejor dotados y protegidos por el
poder, concedió a estos núcleos de unas ventajas comparativas que provocaron una
concentración geográfica de la tradición americanista que se agudizó entre los años
cuarenta y cincuenta. De hecho, incipientes grupos de investigación surgidos en
otras universidades en la inmediata postguerra, como el creado en torno al Seminario ‘Juan Bautista Muñoz’ en Valencia por Manuel Ballesteros Gabrois, con discípulos como José Alcina Franch o Mario Hernández Sánchez Barba, se fueron diluyendo desde 1950 ante el éxodo constante de sus integrantes hacia Madrid, atraídos
por la fuerza y la proyección (no sólo académica) de la Universidad Complutense y
del Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo. Los primeros intentos de consolidación de nuevos centros que competieran, incluso, con el monopolio madrileño y
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sevillano en el dominio de las publicaciones periódicas americanistas (la Revista de
Indias del CSIC, desde 1940 o el Anuario de Estudios Americanos, desde 1944) no
logran alcanzar todos sus objetivos. Prueba de ello fue la desaparición en 1969 del
Boletín Americanista, creado en 1959 en la Universidad Central de Barcelona, y
que sólo tras la creación del Departamento de Historia de América en esa Universidad en el curso1977-78, pudo resucitar.
El relativo inmovilismo institucional y teórico-metodológico del americanismo
todavía en los sesenta se percibe, tanto si comparamos su situación con la de otras
áreas de conocimiento de la historia o de otras ciencias sociales en la propia España, como si recordamos la transformación de los estudios americanistas experimentada en la Europa occidental en esa década, ligada, fundamentalmente al desarrollo
de Institutos, con la matriz de los ‘Area-Studies’, que proliferan por razones políticas, económicas y culturales en Gran Bretaña (los famosos Centros Parry de Cambridge, Glasgow, Liverpool, Londres y Oxford), Italia (el Instituto Italiano Latinoamericano de Roma), Francia o Holanda (Mesa-Lago 1979, 176-9; Fisher 1993,
119-22). Este alejamiento del americanismo español de los procesos de cambio internos y externos, nos lleva a pensar que su peculiar marco le permitió incluso durante el tardofranquismo y ‘sin cortapisas desentenderse de su objeto historiográfico,
América y su realidad, para profundizar en las tesis iniciales’ (Vives 1992, 126).
No fue hasta los primeros años setenta cuando comience a percibirse una moderada descentralización geográfica con visos de permanencia, una relativa ampliación temática en los programas de investigación, así como, una cierta transformación de los planes de estudio universitarios, que hizo posible, entre otras cosas, la
renovación generacional y la aparición de asignaturas específicas de Historia Contemporánea de América, tan marginada hasta entonces del organigrama de los centros oficiales. La consecuente dotación de nuevas plazas de profesores titulares y
catedráticos en Historia de América en diversas universidades permitió que, alrededor de esos nuevos cargos, se consolidaran y fortalecieran nuevos Departamentos y Secciones dedicadas a esta disciplina (Universidad de Granada, Universidad
de Córdoba, Universidad Autónoma de Madrid, Universidad Central de Barcelona,
Universidad de Alcalá de Henares, etc.) (Tabanera 1999, 252-4). La Universidad
de Valladolid sería en estos primeros años setenta que más destacaría, de la mano
de la celebración de sus primeras Jornadas Americanistas, algunas de ellas, como
las II Jornadas, celebradas en Tordesillas en 1972 alrededor de la Historia Marítima, en estrecha colaboración con instituciones portuguesas.
Esta dinamización que acompañaba la descentralización y la paralela consolidación de nuevos grupos y centros de investigación también creó nuevos intereses
profesionales y científicos que no podían encontrar todavía espacio en ninguna
asociación. Y será en 1973 cuando se inicie el proceso de creación de la Asociación de Americanistas Españoles, que tuvo como presidente, hasta su muerte en
1975, a Ciriaco Pérez Bustamente, ex director del Instituto Gonzalo Fernández de
Oviedo, y como sede de la secretaría y de sus principales actividades al propio instituto. La primacía de este instituto del CSIC en la orientación de esta asociación
profesional todavía estaba justificada por razones de historia, de presupuesto, de
diseño geográfico y de política científica, aunque pueda sorprender que la creación
de la Asociación de Americanistas Españoles coincidiera con una relativa crisis en
el Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, que implicó ‘un dilatado retraso’ de tres
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años en la publicación de la Revista de Indias’, desapareciendo de la circulación
entre 1972 y 1974.
Los invitados a la fiesta del 92: Una breve descripción del americanismo en
los años ochenta
La democratización de la vida política española aceleró, en ciertos ámbitos, la
apertura en el americanismo de los últimos años setenta. El dramático fuego que
afectó el 1 de diciembre de 1978 a la sede del Instituto Gonzalo Fernández de
Oviedo y que ocasionó la pérdida irreparable de la mayor parte de su inestimable
biblioteca, así como de múltiples materiales de las diversas investigaciones en las
que trabajaban sus miembros (como parte de aquellos que iba engrosando, desde
1951, el ambicioso Diplomatario Colombino) (Ezquerra 1994, 17), puede considerarse como un símbolo, puesto que la necesaria reconstrucción del centro del CSIC
en sus medios y en su actividad fue acompañada de otras ‘reconstrucciones’ y
adaptaciones del americanismo a las nuevas condiciones políticas, sociales y académicas de la España democrática
Algunas de ellas se dirigieron a la reducción de la primacía de la historia, y
especialmente de la historia colonial, en el americanismo y otras profundizaron la
descentralización geográfica de los núcleos de investigación americanista y la mejor difusión de sus resultados. No hay que olvidar, por último y al comentar la difusión de las aportaciones del americanismo español, el meritorio esfuerzo realizado en los años de la consolidación democrática por adaptar los planes de estudios
de las enseñanzas no universitarias, desechando los reaccionarios presupuestos y
conceptos de la hispanidad franquista, que todavía eran visibles en los amplios
sectores de la población española escolarizada en los más duros años de la posguerra. Una pequeña muestra de la permanencia de esos conceptos, todavía recogidos
en los textos escolares españoles de los años sesenta (Ferro 1995, 192-3), la encontramos en los resultados de la encuesta realizada en enero de 1987 en los madrileños sobre América Latina y su historia. Al ser requeridos a definir el concepto
‘hispanidad’, los más jóvenes (entre los 25 y los 34 años) prefirieron calificarlo
como un ‘término caduco’, mientras que los que nacieron entre 1933 y 1943 y, por
tanto, llegaron a la escuela en los años en los que los presupuestos más nacionalistas, antiliberales y, cuasi fascistas, del franquismo se difundieron con mayor fuerza
o violencia contestaron mayoritariamente que la ‘hispanidad’ era, parafraseando el
programa de Falange Española, ‘la unidad de destinos en lo universal de los pueblos hispanoamericanos’ (Peréz Herrero 1988, 81).
Para depurar de contenidos ‘imperiales’ los textos escolares, en la primera mitad de la década de los ochenta se renovó el enfoque y los contenidos de los temas
en los que se trataba la historia y la realidad americana. Así, el esquema de la historia de América trasmitido en las escuelas de primaria y secundaria se dividía en
tres núcleos temáticos (descubrimiento y conquista; independencia; aproximaciones al tercermundismo latinoamericano). Esa distribución temática, sobre todo en
lo referente a la presencia del último bloque, evidenciaba los evidentes, aunque
tímidos, avances de la confluencia entre el americanismo histórico y los estudios
americanistas, vinculados ya a la politología, la sociología o la economía. A pesar
de los notables cambios, el primer núcleo seguía dominando en los programas, en
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los que las culturas precolombinas eran abordadas muy marginalmente, mientras se
excluía la aproximación a la historia de los siglo XIX y XX, en beneficio del tratamiento de la realidad actual del subcontinente en el contexto del Tercer mundo
(obstáculos al desarrollo, déficits políticos, desigualdades sociales, etc.) (Vives
1992, 128-9).
Mientras se trasladaban a los planes de estudio de secundaria las aperturas temáticas y disciplinarias que en los estudios americanos se iban mostrando, algunas
inercias se mantenían firmes en los primeros años ochenta. La que primero se debe
hacer notar afectaba a los centros del americanismo español más antiguos (Madrid,
Sevilla y Valladolid), en los que varios indicios (lectura de tesis doctorales, publicaciones, etc.) demostraban que la primacía de la historia y, especialmente, de la
historia colonial o del s.XIX de las todavía colonias españolas de Cuba y Puerto
Rico no se debilitaba.
La revisión de las tesis sobre temas americanos leídas entre los años 1977 y
1990 en España muestra claramente la posición dominante que ocupa la Universidad Complutense de Madrid (con un 51.8 por ciento del total de tesis leías), siendo
la historia colonial la que lleva todavía el mayor peso de los estudios americanistas
(con un 36,6 por ciento del conjunto), seguida en casi el mismo plano de la lingüística y la literatura y de la historia contemporánea, aunque ya aparecen cifras muy
significativas de trabajos procedentes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología y de la Facultad de Ciencias Económicas. Al margen de Madrid, la vocación
histórica y colonial es más acentuada, puesto que sólo las universidades de Sevilla
(con 83 tesis leídas, 70 de ellas de historia colonial), Navarra y Valladolid alcanzan
porcentajes significativos, todavía en su absoluta mayoría con aquella orientación
cronológica. El resto de las 22 universidades en las que se presentaron tesis americanistas sólo tiene porcentajes de participación entre el 3 y el 0,2 por ciento, muy
lejadas de las de Sevilla (17,3 por ciento), Navarra (5,1) y Valladolid (4,8) (Malamud y Pérez, s.a.).
Una visión más detallada de las tesis leídas en el Departamento de Historia de
América de la Complutense, el más tradición y presencia americanista en esa Universidad, entre 1976 y 1981 muestra el evidente peso de la historia colonial: de 20
tesis doctorales, 14 abordan este período, aunque ya desde propuestas teóricas y
metodológicas que se alejan de la vieja historia política e institucional (que todavía
están presentes), participando entre otros de los postulados de la historia social o
regional, cuatro se inscriben en la historia contemporánea y dos en la historia del
arte (Bravo Guerreira 1981, 197-209).
El mantenimiento de la historia colonial en las Universidad de Sevilla, Valladolid o Navarra (muy centrada en los temas referentes a la historia de la Iglesia en
América) puede comprenderse todavía dada la fuerza de las instituciones próximas
(Escuela de Estudios Hispano-Americanos) o de las ya mencionadas ‘ventajas
comparativas’ (Archivo de Indias o Archivo de Simancas). Será, no obstante, ya
muy visible la realidad de la descentralización geográfica y de la diversidad teórica
y metodológica. Éstas fueron favorecidas no sólo por la renovación historiográfica
que el nuevo clima democrático alentaba en un medio (el americanista) tan cargado
de funciones legitimadoras bajo la dictadura, sino por la inclusión de asignaturas
sobre América en los renovados planes de estudio, como materias obligatorias u
optativas de creciente presencia, cuando la creación de nuevas universidades se
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multiplicó a raíz de la construcción del Estado de las Autonomías.
Un buen ejemplo de la diversidad y del cambio a principios de los años ochenta
lo encontramos en la Universidad Central y en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde se creó en 1973, sólo tres años después de nacer como Universidad, el
Grupo de Estudios Latinoamericanos. En la primera, con la dirección inicial de
Manuel Lucena Salmoral en el Departamento de Historia de América, vuelve a
editarse el Boletín Americanista en 1978, en cuyas páginas se percibe una renovación profunda de enfoques, modelos teóricos y temas, que le distanciaba sustancialmente en los primeros ochenta de las revistas de los dos Institutos del CSIC de
Madrid y Sevilla. En esta publicación, y en otras surgidas de la investigación de
miembros de su Departamento, aparecen tanto firmes reconocimientos de las aportaciones realizadas por americanistas exiliados durante el franquismo y olvidados
por el americanismo dominante hasta hacía pocos años, como Pau Vila o Angel
Palerm en 1980, como nuevas aportaciones a antiguos debates (como el mantenido
en el Boletín desde 1978 a 1980 entre Carlos Martínez Shaw y Josep Mª Delgado
sobre la exclusión de los catalanes en la colonización y el comercio americano) y,
especialmente, trabajos muy comprometidos con algunas posiciones teóricas (como los de Miquel Izard, representantes de una lectura ligada a la teoría de la dependencia de la historia americana)(Izard 1978 y 1979) o con el acercamiento a
nuevos sujetos históricos, no atendidos por el americanismo español hasta entonces
(González Luna 1986).
El mencionado Grupo de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Autónoma de Barcelona fue insólito en los primeros años de su existencia, por constituir
un único ejemplo de centro de discusión e investigación interdisciplinar, comparable a los que ya vimos que aparecieron en Europa. Con integrantes procedentes de
la geografía, la antropología cultural, la historia, la sociología, la economía o la
literatura llegó a publicar algunos números de un boletín, Información Latinoamericana, y diversos materiales procedentes de encuentros, como el celebrado sobre
‘Estructuras Sociales y Regímenes Autoritarios en los Países Latinos’ (Mesa-Lago
1979, 92).
Todas estas tendencias en pos de la ampliación del campo americanista hacia
las ciencias sociales y las humanidades, más allá de la historia, y en favor de la
diversificación geográfica se alteraron por los efectos extraordinarios que emanaron de la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América y de la
fuerte apuesta oficial en su favor realizada por diversas administraciones españolas, encabezadas por la Comisión Nacional y de la Sociedad Estatal del V Centenario, que desde 1985 nació como expresión de la apuesta pública por la ampliación
del conocimiento y del interés hacia América Latina, tratando de evitar (no siempre
sin conseguirlo) que los actos más mediáticos y espectaculares (Exposición Universal de Sevilla, Olimpiadas de Barcelona) ocultaran objetivos más permanentes.
De celebrar un encuentro a recordar una despedida: del 92 al 98
La fiebre conmemorativa, muy característica de la historiografía americanista española, que ha encontrado gran parte de su agenda ya cerrada por esa inclinación,
sirvió en este contexto para disfrutar de nuevas ventajas. Una de ellas llegó de la
posibilidad de aprovechar un amplio apoyo institucional para desarrollar tenden-
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cias y enfoques, algunos asumidos en España recientemente y ya extendidos en
otros contextos externos. Y es que muchos de los núcleos americanistas de reciente
creación tuvieron que esperar para encontrar apoyo económico y amplias posibilidades de publicación de sus investigaciones al desarrollo de las instituciones de los
diversos gobiernos autonómicos, que fue seguido en algunos casos por la aparición
de Universidades de nueva factura, y, muy especialmente, a la prolífica creación de
las Comisiones autonómicas, provinciales o, incluso municipales, de conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América (Tabanera 1998a, 8).
También parecía haber llegado la hora de superar una derivación del fuerte rasgo nacionalista que había marcado al americanismo histórico de las décadas anteriores: el alejamiento de los intereses científicos de los grupos y centros de investigación y discusión internacionales. Puesto que en 1988 todavía podía destacarse la
ausencia en la historiografía americanista española de temas ya centrales en otras,
como el análisis de los sistemas políticos, las relaciones internacionales, la formación de los Estados Nacionales o la comparación entre diversas estructuras sociales
o económicas (Serrera y Pérez 1988, 77-8), el estímulo del V Centenario podía
servir de marco al proceso, ya iniciado, de ampliación temática en el americanismo
histórico y, muy especialmente, al fomento de la inter y multidisciplinariedad en el
abordaje de lo americano.
No podemos olvidar, que en este momento de fuerte agitación en las aguas del
americanismo, el mundo académico español pudo aprovecharse de los beneficiosos
efectos que acompañaron la integración en él de un número muy relevante de profesores e investigadores latinoamericanos, que recalaron en España desde la mitad
de los años setenta, directamente o tras el paso por otros países europeos, en busca
de refugio o de mayores posibilidades de realización profesional cuando en sus
países de origen se padecían dictaduras y crisis políticas y económicas de profundo
calado. Uruguayos, como Carlos M. Rama o Nélson Martínez Díaz; argentinos,
como Carlos Malamud, Sonia Mattalía y Carlos Rodríguez Braum y, chilenos, como Miguel Rojas Mix y César Yáñez, sólo son una prueba de lo anterior. La experiencia que aportó este numeroso y diverso grupo, su diversa formación (historiadores, economistas, politólogos, lingüistas, etc.) y sus nuevos puntos de vista enriquecieron, sin ninguna duda, el panorama de los estudios americanistas españoles.
Pero, regresando al V Centenario, señalar que la gran demanda de trabajos, de
todo tipo, sobre temas americanos que mostraran la fuerza y la constancia de cualquier relación con España, era constatable en un mercado muy alimentado por la
financiación pública. Por ello, algunos peligros se ciñeron sobre el americanismo.
Uno de los más evidentes nació de que se abrieron muchas y cuantiosas posibilidades de financiación que, al no contar con los necesarios controles o exigencias,
favorecieron el arribismo y el diletantismo americanista, muy evidente en múltiples
proyectos subvencionados con fondos de comisiones nacionales, autonómicas o
municipales, que pecaban de excesivo localismo mal entendido, de un uso poco
adecuado de fuentes no siempre relevantes y de una debilidad argumental inaceptable (Malamud 1991, 51).
Otro de los riesgos apareció por efecto de la situación política e institucional
española, aún muy determinada por la reciente transición a la democracia y por
estar todavía en marcha la construcción del Estado de las Autonomías. Por ello
todavía la historia, y también la historia de España en América o la historia de la
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emigración española de cualquier provincia o región al continente, por ejemplo,
resultaban bastante rentables para ciertas posiciones políticas e ideológicas desplegadas en las nacionalidades históricas y en las nuevas entidades autonómicas, pues
servía para dibujar con perfiles más claros el pasado de las nuevas entidades administrativas y justificar con nuevos argumentos las cotas de autonomía y diferenciación logradas.
La magnitud del acontecimiento movilizó los intereses de los grupos americanistas, pero, debe reconocerse, los centros del americanismo histórico tradicionales
se anticiparon a la fiebre que se extendió en los últimos años ochenta y primeros
años noventa, aunque con modos que no siempre mostraban el paso del tiempo.
Prueba muy significativa de esa anticipación en el aprovechamiento de las posibilidades que generaría la conmemoración del V Centenario fue el nacimiento de la
primera revista que el Departamento de Historia de América de la Universidad
Complutense promovía y que llevaría hasta 1990 el sonoro nombre de Quinto Centenario (Tabanera 1998b, 115). Su director, Mario Hernández Sánchez-Barba escribía en la presentación del primer número que, ante la conmemoración del 92, los
americanistas españoles tenían que cumplir con su función social, ya no de investigación, sino de difusión de sus conocimientos, asumiendo una particular visión de
la disciplina y un específico compromiso: ‘los historiadores tenemos la grave obligación de hacer ver las verdades objetivas fundamentales y, por añadidura, los
americanistas dar a conocer el legado de una tradición impar, que se inicia en la
misma alborada de la fecha a la que nos venimos refiriendo, podemos advertir con
claridad, cual pueda ser la noble justificación de nuestra actitud por saber, entendiéndola como principal fuente para comunicar’ (Hernández 1981, xii).
Mientras palabras con el mismo tono que éstas se seguían difundiendo desde
ciertos sectores americanistas, todavía reticentes a desprenderse de ciertas funciones puramente vindicativas del pasado español, algunas medidas de política cultural y científica que se pusieron en marcha desde la mitad de los años ochenta comenzaron a dejar profunda huella.
Así, durante los años previos a la fecha crucial los estudios americanistas se
convirtieron en línea prioritaria del Plan Nacional de Investigación y Desarrollo,
con lo que la financiación de tesis doctorales y proyectos de investigación centrados en los ‘estudios sociales y culturales sobre América Latina’ permitió ampliar la
formación y la dedicación al americanismo de una parte relevante de la actual generación de investigadores españoles. También desde 1985 se pusieron en marcha
los Programas Movilizadores para potenciar proyectos de investigación multidisciplinarios entre los miembros de los distintos institutos del CSIC, y que, en el caso
que nos ocupa, permitió una más íntima colaboración entre los historiadores americanistas y los historiadores de la ciencia alrededor del estudio de las relaciones
culturales y científicas entre España y América. Fruto de esa apuesta estatal surgió
lo que Mónica Quijada llamó la primera y más interesante ‘masa crítica en el ámbito de la investigación’ surgida en España, como resultado de una intensa política de
formación de jóvenes investigadores (Quijada, 1997, 61-76).
La publicación de los resultados de muchas de estas investigaciones subvencionadas con programas de ayuda a la investigación contribuyó a engrosar la oferta de
monografías, colecciones y publicaciones periódicas americanistas (entre las que
destacó la revista Síntesis, nacida en 1987 como revista documental de Ciencias
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Sociales iberoamericanas por iniciativa de AIETI (Asociación de Investigación y
Especialización sobre Temas Iberoamericanos). Muchas de esas publicaciones
formaron parte de los programas de publicación de la Comisión Nacional o de las
diversas Comisiones Autonómicas, encargadas de preparar el V Centenario, aunque otras vieron la luz merced la apuesta de diversas empresas y editoriales privadas que, si bien pudieron gozar en ocasiones de cierta financiación o apoyo de la
Sociedad Estatal para la Ejecución de programas del Quinto Centenario, respondieron al creciente interés social sobre las cuestiones americanas. Podríamos aludir a
las colecciones Protagonistas de América y Crónicas de América, realizadas por la
editorial Historia 16 y que se distinguió por su afán divulgador, en compañía de la
Editorial Anaya y su colección Biblioteca Iberoamericana. Con mayores pretensiones científicas, no puede olvidarse a la magnífica, y tristemente desaparecida,
colección Alianza América, dirigida por Nicolás Sánchez Albornoz en Alianza
Editorial, en la que aparecieron decenas de trabajos de americanistas, tanto españoles como extranjeros, en los que se proponían desde historias regionales, a estudios
económicos y demográficos, con sugerentes y novedosas aportaciones teóricas y
metodológicas.
Algunos de los títulos de esta colección surgieron de la elaboración de tesis
doctorales en la universidad española, que en los cursos 1991-1992 y 1992-1993 se
multiplicaron extraordinariamente. En esos dos cursos se presentaron 247 tesis
doctorales, cuando en los trece anteriores la cifra alcanzó las 478. Analizando la
procedencia geográfica, la temática y la cronología de esos trabajos1 comprobamos
la confirmación de varias tendencias ya señaladas: la descentralización geográfica
favorecida por la proliferación de las universidades de nueva creación, que provoca
el descenso de la participación de las Universidades de más tradición americanista,
como la Complutense de Madrid (que pasa del 51,8, del período 1977-1990, al
41,3 por ciento) y la Universidad de Sevilla ( que se reduce del 17,3 al 12,1 por
ciento). La primacía de la historia colonial en el americanismo histórico se mantiene logrando el 21,4 por ciento del total de tesis leídas, dado el lento avance de los
estudios contemporaneístas. Sin embargo, ya el mayor porcentaje de trabajos presentados son de lingüística y literatura, con un relevante 25,1 por ciento. Esto último no deja, sin embargo, de sorprender cuando una parte sustancial de esos trabajos provienen de la Universidad Complutense, pocos años después de la desaparición del Departamento de Literatura Hispanoamericana, tras 20 años de funcionamiento independiente, para ser integrada su estructura en el Departamento de Literatura Española. Como señala Fernando R. Lafuente, el proceso de institucionalización de la literatura hispanoamericana ha sido lento y sigue siendo complejo, al
presentar dolencias de difícil resolución y que proceden de los obstáculos administrativos que se derivan de una visión centrípeta de la lengua española y de la incompleta consolidación de la crítica literaria hispanoamericanista española como
disciplina universitaria (Lafuente 1997, 54-9).
A pesar de estas justas quejas, en numerosos casos la aprobación de nuevos
planes de estudio en las universidades españolas en los primeros años noventa refleja parte del esfuerzo realizado, puesto que fue frecuente que en aquellas universidades donde el americanismo estaba presente de forma casi simbólica, los nuevos
planes de las titulaciones de Humanidades y Ciencias Sociales dieran más espacio
a asignaturas relacionadas con América, respondiendo a la creciente demanda pú-
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blica y a la necesidad de integrar y consolidar a los miembros de grupos y proyectos de investigación formados en los años anteriores.
Otra expresión del mayor compromiso de la universidad española con los estudios americanistas multidisciplinares se encontró en la creación en su seno de institutos y centros de investigación americanistas, que han demostrado una vocación
de permanencia y crecimiento loable. Uno de ellos es el Instituto Interuniversitario
de Estudios de Iberoamérica y Portugal de la Universidad de Salamanca (IIEIP),
creado el 27 de febrero de 1992 y en el que se instalan las cátedras ‘Domingo F.
Sarmiento de Estudios Argentinos’ y ‘Andrés Bello de Estudios Venezolanos’. Sus
diversas actividades se centran en la dotación de la Maestría en Estudios Latinoamericanos y de la Especialidad en Estudios Latinoamericanos que reconoce una
especialización a los licenciados de la Universidad de Salamanca que superen en el
programa del Instituto materias de economía, literatura, geografía y politología, así
como en la gestión de diversos proyectos de investigación, en el que se prima la
ciencia política, la sociología y la historia. Su labor divulgadora se ve confirmada
con la publicación de la revista cuatrimestral América Latina hoy, en la que se percibe el avance de los estudios americanistas españoles hacia modelos de integración disciplinaria, abordando temas, como el de crisis del estado latinoamericano,
con la participación de historiadores, politólogos o economistas españoles y foráneos en un diálogo fructífero.
La institucionalización de centros comparables al IIEIP de Salamanca en espacios con menor tradición americanista se extendió por todo el país, debiendo recordar, sin la pretensión de ser exhaustivos al Centro Extremeño de Estudios y Cooperación Iberoamericana (CEXECI), creado como fundación privada con los auspicios de loa Universidad de Extremadura y de la Junta de Extremadura, bajo la dirección de Miguel Rojas Mix. Con una biblioteca especializada surgida en 1979,
con convenios en diversas universidades latinoamericanas, con la dirección de diversos cursos y programas, y, entre otras actividades, con su colaboración en la
revista de cultura hispanoamericana Revista con eñe, se ha consolidado como un
centro de formación y discusión americanista muy relevante. Más reciente ha sido
la creación del Centro de Investigaciones de América Latina (CIAL) en la Universidad de Castellón en 1994. Colaborando en su seno historiadores, historiadores del
arte o geógrafos, pronto entabló convenios con universidades europeas y americanas para la promoción del intercambio de profesores y estudiantes, embarcándose
en el mantenimiento de una línea editorial en la que se incluyen monografías, actas
de congresos internacionales celebradas en su sede (CIAL 2000) y la revista Tiempos de América, nacida en 1997.
Afortunadamente, estos nuevos centros, junto a la mayoría de los de más larga
historia, han podido resistir la resaca posterior al cierre el 12 de octubre de 1992 de
los principales actos de celebración del V Centenario. A la crisis que azotó a la
economía española, al cierre de los programas prioritarios de investigación y desarrollo nacionales y a la conclusión de la financiación pública, se unió lo que algunos definieron como la saturación del mercado y el hastío mayoritario ante los temas americanos. Todo ello frenó significativamente el ímpetu con el que desde
hacía algo más de un lustro se desenvolvía el nuevo americanismo español y muchos proyectos quedaron a la deriva y varias víctimas en las instituciones o las editoriales quedaron en el camino, sin poder resistir a la espera de la nueva conmemo-
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ración que se avecinaba: la de 1898 (Tabanera 2001, 261).
Parece lógico pensar que en las malas coyunturas, las instancias americanistas
más sólidamente instaladas (las relacionadas con el americanismo histórico) resistieran mejor el reflujo presupuestario y editorial, con lo que se explicaría que en el
último estudio realizado sobre el estado de la investigación y la docencia americanistas en España se confirmara que la especialización académica mayoritaria de
aquellos encuestados que se consideran ‘americanistas’ es la Historia. Tanto es así
que siendo los historiadores el 42,9 por ciento del total registrado, el siguiente grupo lo constituyen ya lejanamente los antropólogos, con un 13,2 por ciento, ratificando, como señalan los autores del trabajo, que la Historia de América es sobradamente la disciplina que tiene ‘una mayor solera en las universidades españolas
en relación al resto de especialidades relacionadas con el estudio de América’ (Carreras, Mayo, Pérez y Román 2000, 211). Hay que destacar, no obstante que aumento de la preocupación de los historiadores americanistas españoles por el pasado más reciente y por aportar, como tales, su experiencia y su trabajo en la comprensión y modificación de la realidad americana también han aumentado significativamente, con lo que tienden progresivamente a colaborar y relacionarse con
otros científicos sociales americanistas. De hecho, ya en el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid el porcentaje de
tesis doctorales leídas centradas en la historia contemporánea se acercan casi al 50
por ciento, en detrimento de la historia colonial (de un total de 56 trabajos presentados entre 1989 y 1998, 28 se inscriben el período colonial y 25 al contemporáneo) (Ponce 1999, 325-52).
Ciertos datos confirman la adaptación de los intereses científicos y sociales de
los americanistas españoles a los cambios experimentados en las últimas décadas.
Aunque el americanismo sigue dirigiendo su atención mayoritaria a América Latina, Brasil y la América anglosajona ya comienzan a aparecer en la agenda y la mirada hacia el continente deja de ser fundamentalmente centrípeta. Más aún, a pesar
de que los americanistas consultados consideren en un 82 por ciento que sus investigaciones (calificadas en un 42,9 por ciento como de aplicación práctica) no son
tenidas en cuenta por las instituciones públicas españolas relacionadas con el continente, tienden ya a orientar su atención hacia campos de aplicación práctica, entre
los que destacan los que se definen como ‘mejorar la situación sociopolítica y cultural de América Latina’, ‘cooperación al desarrollo’, ‘recuperar el patrimonio histórico-cultural’ y ‘formar cuadros administrativos y de gestión’ (Carreras, Mayo,
Pérez y Román 2000, 223-5).
La revisión detenida de las últimas tesis doctorales presentadas en la universidad española desde 1993 a 2000 y recogidas por el CINDOC, de los contenidos de
las colecciones publicadas por los principales centros americanistas del momento y
de la orientación de muchos de los proyectos de investigación financiados con fondos públicos, confirmarían que los problemas abordados desde el americanismo
español ahora tienden a coincidir con los que preocupan a los americanistas europeos y americanos. Y aunque aún queda mucho por conseguir ante la magnitud de
los objetivos planteados, se puede concluir con que se ha superado suficientemente
ya el distanciamiento que durante demasiadas décadas padeció el americanismo
español de su propio objeto de estudio: América.
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Nuria Tabanera García es Profesora Titular de Historia de América en la Universidad de Valencia. Sus contribuciones más destacadas se centran en el estudio
de la emigración y el exilio español en América Latina y sobre las relaciones
diplomáticas y culturales entre España y América Latina en el siglo XX. Entre
sus publicaciones se encuentran: Ilusiones y desencuentros. La acción diplomática republicana en Hispanoamérica (1931-1939) (Madrid, 1996) y ‘Los amigos
tenían razón. México en la política exterior del primer franquismo’, en: C. Lida
(comp.) México y España en el primer franquismo, 1939-1950 (México, 2001).
<[email protected]>
Nota
1.
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CINDOC. http://pci240.cindoc.csic.es.
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