principios de la reforma procesal

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NUEVAS FUNCIONES PROCESALES.FORMADORES SOCIAL.
Máximo Javier Herreros Ventosa. Juzgado Social, 28 de Madrid.
PRINCIPIOS DE LA REFORMA PROCESAL
1.- EL PACTO DE ESTADO, EN EL ORIGEN DE ESTA REFORMA.
Reformar: En general implica mejorar, renovar, corregir. (1)
Con estos tres sinónimos se acerca María Moliner al término reformar destacando tres
aspectos sin duda importantes y complementarios en todo objetivo reformista.
No parece, en nuestro caso, que pueda ser más adecuado a la pretensión final de todo
este proceso, el término “reformas Procesales” si, remontándonos en el tiempo hasta el
año 2001 recordamos las primeras palabras con que se iniciaba el texto del Pacto de
Estado para la Reforma de la Justicia, de 28 de mayo de 2001, suscrito por el Gobierno
y los principales partidos políticos: “Los Españoles, comenzando por quienes dedican la
vida al servicio de la Justicia, demandan inequívocamente un esfuerzo profundo de
mejora y modernización de nuestro sistema judicial”. (2)
Aparte de los diversos avatares políticos sucedidos con posterioridad a la firma del
pacto, y que frecuentemente han tenido su origen en cuestiones colaterales a la propia
situación de la Administración de Justicia Española, como la elección de vocales para el
Consejo General del Poder Judicial, lo cierto es que el reconocimiento de profunda
insatisfacción social respecto del funcionamiento de nuestro sistema judicial, de la que
partió aquella iniciativa, reavivado puntualmente a golpe de titular de prensa, ha vuelto
a traer a la memoria de los ciudadanos las carencias subsistentes, impulsando de nuevo
una tarea legislativa compleja pero imprescindible.
La configuración orgánica de esta reforma se inició con la entrada en vigor de la Ley
Orgánica 19/2003 de 23 de diciembre, de reforma de la Ley Orgánica del Poder
Judicial, reforma en la que ya vino apuntada toda una estructura renovadora que
demandaba para hacerse efectiva la imprescindible dotación personal y de
infraestructuras, y finalmente de los correspondientes cauces procesales.
En la nueva sistemática de la LOPJ aparece el libro V en el que se apuntan ya
orgánicamente las dos piezas sobre la que se pretende construir el nuevo sistema de
organización de la Administración de Justicia como administración al servicio de Jueces
y tribunales. Define así el artículo 435 de la LOPJ a la Oficina Judicial, tras la reforma
de 2003, como la organización de carácter instrumental que sirve de soporte y apoyo a
la actividad jurisdiccional de jueces y tribunales y pretende un diseño de la misma, con
carácter homogéneo basada en los principios de jerarquía, división de funciones y
coordinación y con unos criterios de funcionamiento, que también describe, de agilidad,
eficiencia, racionalización del trabajo, responsabilidad por la gestión, coordinación y
cooperación entre Administraciones.
1 En los artículos siguientes se describen inicialmente el elemento organizativo básico
desplegado en dos tipos de unidades con las que se pretende cubrir la totalidad de las
necesidades de esta nueva estructura, adaptándose en cada momento del trámite
procesal, según las peculiaridades propias de éste. En tal sentido establece como
criterios a seguir por los Secretarios judiciales en su actuación, y específicamente para
aquellos que dirijan un servicio común procesal, de un lado, en el ámbito organizativo y
funcional, el cumplimiento de las órdenes y circulares que reciba de sus superiores
jerárquicos y de otro, en el ámbito jurisdiccional, el deber de responder del estricto
cumplimiento de cuantas actuaciones o decisiones adopten jueces y tribunales en el
ejercicio de sus competencias.
Este nuevo sistema pretende clausurar el sistema celular tradicional en la justicia
española, en la que el órgano, con su titular al frente, se cerraba sobre sí mismo
haciéndose inmune a toda circunstancia externa, como una irradiación del principio de
independencia judicial, nutriéndose del exterior en sus necesidades en cuanto al
personal y a los medios materiales por una vía aséptica que para nada afectaba al ámbito
competencial y jurisdiccional del órgano.
El reconocimiento de una tabla completa de derechos fundamentales en nuestra
Constitución de 1978, garantizados de manera última y suprema por el derecho
fundamental a la tutela judicial efectiva, puso pronto en manos de nuestra
Administración de Justicia la llave de la última puerta garantizadora de su eficacia y
con ello la responsabilidad también última de configurar a la sociedad española dentro
de un auténtico Estado Social y Democrático de Derecho, donde el ciudadano podía
encontrar la respuesta jurídica adecuada a sus pretensiones.
Pero el protagonismo generado sobre el ya denominado constitucionalmente Poder
Judicial, y el aumento de las expectativas que provocó en los ciudadanos con el
consecuente aumento de la litigiosidad en todos los órdenes jurisdiccionales, ha venido
a sobrecargar la tradicional estructura descrita hasta el límite de ponerla en cuestión, y
hasta el punto de no poder ya ser considerada la herramienta eficaz que un Estado de
Derecho necesita.
El cuadro descrito se completa añadiendo algunos factores no menos importantes que
han contribuido en mayor o menor medida a agravar la insuficiencia del modelo en las
tres últimas décadas:
1º.- Ante el continuo aumento de los asuntos, la necesidad de reproducir el modelo
incesantemente, con la creación de nuevos órganos cada uno con toda su infraestructura
y su coste adicional, sin que ya nunca se haya conseguido por parte de las
Administraciones Públicas competentes un nivel de respuesta satisfactorio a pesar del
imparable aumento del gasto en materia de Justicia.
2º.-La extrema dificultad inicial para adaptar en la Administración de Justicia el uso de
las tecnologías avanzadas, tanto por el coste de las mismas, dada la imposible
2 racionalización de su uso por la multiplicación de órganos, como por las dificultades de
adecuación procesal de los medios tecnológicos en tanto no fueran expresamente
contemplados en la legislación aplicable. A ello parece honesto añadir la personal
resistencia al cambio y a la innovación de quienes trabajamos en los diversos órganos,
agravada por la falta de formación adecuada para poder utilizarlos con la eficacia
debida.
3º.- La muy desigual respuesta judicial que reciben los ciudadanos, como justiciables,
en función del órgano competente asignado por los criterios de reparto, que si bien
atiende en principio a un criterio aleatorio y objetivo de atribución de la competencia,
termina convirtiendo esta pretensión en una especie de sorteo que asigna órganos con
muy diferentes niveles de respuesta procesal, arruinando toda posibilidad de
tratamiento homogéneo, y haciendo fracasar de facto el principio de igualdad ante la ley
que ha de presidir toda la actividad de la Administración de Justicia.
4º.-El criterio normativo individualista que desde siempre ha seguido el legislador
procesal a la hora de diseñar los diversos procedimientos judiciales, y que tiene su
origen en el diseño tradicional y secular de nuestro proceso, concebido en el pasado
desde la óptica particularista propia de sociedades menos pobladas y menos dinámicas y
que sigue impidiendo concebir el proceso desde una óptica realista que tome en cuenta
hoy las peculiaridades de la tramitación seriada, como único sistema posible,
especialmente en aquellos ámbitos de alta densidad de población en los que el volumen
de actividad no permite otro tratamiento adecuado que aquel que utiliza modelos
estandarizados de trabajo para los cuales la medida de los tiempos de respuesta en
ningún caso pueden coincidir con diseños de actividad pretendidamente individualizada
o artesanal, enteramente ficticios en la sociedades actuales.
5º.-La falta de implantación de criterios organizativos de división del trabajo,
imposibles en unidades orgánicas pequeñas como los actuales Juzgados y tribunales,
que impide una mayor agilidad y seguridad en el trámite y dificulta el apoyo de las
tecnología precisa y adaptada a cada departamento y para cada fase procesal
determinada.
6º.- El tratamiento escaso e inadecuado de la información estadística que impide realizar
evaluaciones continuas y rápidas que aceleren las respuesta a situaciones nuevas o
imprevistas lo que dificulta la adaptación flexible de los medios personales y materiales
provocando finalmente un agravamiento de los problemas, lo que generalmente viene a
producir un retraso injustificable de la respuesta judicial en perjuicio de la credibilidad
de la Administración de Justicia como soporte del propio Poder Judicial.
7º.- La dificultad teórica de compaginar, en materia de Justicia, los conceptos de
Servicio Público y de Poder del Estado, para tratar de configurar un cuadro funcional
armonioso y compatible a ambos, sin merma de los principios y criterios de
intervención que los singularizan, con respeto especialmente al principio de
independencia judicial y de eficacia de todo servicio público, capaz de dar respuesta
3 adecuada a la demanda social con sumisión plena a la ley como principio legitimador de
ambos.
Cabe reiterar finalmente que si algo ya queda ya como incuestionable a partir del Pacto
de Estado de 2001, es el reconocimiento de la situación descrita como punto de partida
de cualquier iniciativa renovadora y como punto de conexión de cualquier acuerdo
político y social vinculando sin remedio a las distintas instituciones implicadas a la
búsqueda de soluciones . La evolución de las reformas legislativas de nuestra historia
moderna nos enseña que no resulta fácil innovar en materia procesal. En la actualidad
los factores descritos unidos al complejo entramado institucional con algún tipo de
competencia en materia de justicia nos obliga a todos, desde dentro y desde fuera, a
realizar un especial esfuerzo de comprensión y de generosidad para conseguir que los
mecanismos jurídico procesales recuperen la credibilidad que necesitan para resultar
útiles y ser eficientes. A ello atienden pues las dos leyes publicadas el 4 de noviembre
de 2009 en el Boletín Oficial del Estado.
Pero puesto que son concretamente las reformas procesales las que ahora nos ocupan,
se hace preciso tornar al momento inicial de todo el proceso, el Pacto de Estado, para
proyectar aquellos objetivos y principios expresados solemnemente, sobre las reformas
procesales ahora publicadas tratando de comprender con autenticidad los objetivos
finales y adecuar con ello nuestro trabajo como profesionales del Derecho y de la
Administración de Justicia en pro de aquel mandato .
El punto 12 del Pacto de Estado, referido a la Oficina Judicial, manifestaba que este
nuevo diseño se inspiraría en los siguientes principios:
a) Atención de calidad al ciudadano.
b) Modificación del modelo tradicional de oficina judicial diferenciando los servicios
de poyo directo y atención especializada a cada órgano judicial de los servicios
comunes o compartidos por distintos Jueces y Tribunales de un mismo territorio.
c)Delimitación clara de las funciones de cada uno de los integrantes para asegurar el
correcto cumplimiento de las mismas.
d) Modernización de los métodos de trabajo respondiendo a criterios de flexibilidad y
realismo.
2.-LA CONSTITUCIONALIDAD DEL NUEVO DISEÑO. EL PODER JUDICIAL Y
LA REFORMA PROCESAL.
La exposición de motivos de la Ley 13/2009 de 3 de noviembre, de reforma de la
legislación procesal para la implantación de la nueva Oficina Judicial, señala como
objetivo de esta reforma, “la racionalización y optimización de los recursos que se
destinan al funcionamiento de la Administración de Justicia”. Con tal objetivo traza
una distinción clara de las funciones que tienen carácter jurisdiccional, como función
4 constitucional atribuida en exclusiva a jueces y magistrados, en interpretación estricta
de la expresión “juzgar y hacer ejecutar lo juzgado”, y aquellas otras tareas no
vinculadas a aquél mandato que se atribuirán a otros funcionarios, y en especial a los
integrantes del Cuerpo Superior Jurídico de Secretarios Judiciales.
Para esta nueva distribución de actividades y competencias se precisa una reforma de
las leyes procesales como la que ahora abordamos.
No podemos obviar en este punto la crítica que el anterior diseño y reparto competencial
ha recibido por una parte importante de los procesalistas españoles. El profesor Asencio
Mellado, ha condensado con precisión y claridad en un reciente artículo (3) las
objeciones que se plantean a la luz de la interpretación de los principios constitucionales
que afectan a la propia existencia del Poder Judicial; Poder Judicial como Poder, dice el
Profesor Asencio Mellado, y no como mero servicio público. Se considera así que la
independencia judicial, como principio, ha de ser efectiva y ello,” no se compadece con
los controles indirectos sobre los medios que se ponen al servicio del ejercicio de la
potestad jurisdiccional, ya que, a nadie se le escapa que no son indiferentes a la
función jurisdiccional e influyen decididamente en ella.”
Se entiende por quienes han criticado este nuevo diseño de Oficina Judicial que hoy
comentamos, y siguiendo de nuevo la exposición del profesor Asencio Mellado, que el
Poder Judicial ha de ser entendido en un sentido amplio comprensivo de “todo el
conjunto de personas y medios puestos al servicio de la función jurisdiccional”.
En cuanto a las funciones asignadas a los Secretarios Judiciales, las más relevantes en el
ámbito civil, la admisión de la demanda, la de resolver ante medios anormales de
terminación del proceso y la ejecución, tienen para el profesor Asencio Mellado carácter
jurisdiccional, “pues lo procesal no deja de serlo cuando tiene efectos materiales
incluso fuera del proceso” . Estima nuestro autor finalmente, que las funciones
atribuidas al Secretario considerando que no tienen naturaleza jurisdiccional es
artificiosa e insuficiente, que “se ha hecho una selección que no ha querido profundizar
en la atribución de competencias a los Secretarios Judiciales, a los que se niega
potestad jurisdiccional y se ha rehuido la posibilidad de atribuírsela, con lo que,
descartada esta opción, toda la elección de materias no pasa de ser una decisión
discrecional, relativa y poco fundada, además de no ser útil para el desarrollo de una
figura tan trascendental para el proceso y de, por esta vía, mantener el criterio de
dependencia jerárquica”
Finalmente y terminando la cita del profesor Asencio Mellado, a cuyo artículo nos
remitimos por su interés, considera el mismo que “una vez que la fe pública judicial ha
perdido buena parte de su contenido a la vista de la oralidad procesal y del uso de
medios mecánicos de captación y reproducción de la imagen y el sonido, la figura del
Secretario Judicial no se satisface con la atribución artificiosa de competencias
pretendidamente no jurisdiccionales”.
5 A la vista de la crítica formulada sobre este modelo de reforma procesal, sentimos la
necesidad de acudir de nuevo a la doctrina, en este caso constitucional, buscando el
desarrollo del concepto “jurisdicción” o de lo “jurisdiccional”, para analizar desde el
mismo la adecuación de esta reforma al diseño constitucional del Poder Judicial. Quizá
nos lleve esto al terreno fronterizo, al tratarse de un concepto que, en su desarrollo y
descripción se ha movido tradicionalmente en una suerte de zona intermedia en que su
estudio nunca ha sido definitivamente abarcado ni procesal ni constitucionalmente.
Alfonso Fernández-Miranda Campoamor (4) citando al profesor Peces-Barba nos
recuerda que la elección de la expresión “Poder Judicial” frente a las denominaciones
alternativas “De la Justicia” o “De la Administración de Justicia” no se debió a la
casualidad sino para destacar la voluntad de crear un poder independiente y autónomo.
Considera el profesor Fernández-Miranda Campoamor que son dos los elementos que
configuran a un órgano o complejo orgánico como poder en sentido estricto: El
monopolio de una de las funciones y la independencia política. Ambos elementos
pueden predicarse sin duda del Poder Judicial, sin embargo se señala su peculiar
naturaleza “porque ni formula ni elabora la voluntad política, porque su función
consiste en aplicar la voluntad de otros”, así, debe ser “políticamente independiente
porque es jurídicamente dependiente” de tal manera que “sólo puede cumplir su
función sirviendo a la voluntad de otros, a la voluntad del pueblo expresada por los
órganos representativos a través del derecho”. Nos recuerda que Montesquieu
consideraba que de los tres poderes “el de juzgar es ciertamente nulo” y así es poder por
su independencia, por asumir en exclusiva una función del Estado, no lo es por el
contenido de su actividad, precisamente porque no participa en la formación de la
voluntad política que debe aplicar.
Así, nos sigue diciendo el profesor Fernández-Miranda, que el Poder Judicial “debe ser
orgánicamente independiente en la estricta medida en que es funcionalmente
dependiente del derecho”. Consiste así en ser un “”no poder” o un poder nulo que trata
de descubrir el derecho aplicable desde la objetividad del ordenamiento y del
razonamiento jurídico”. Encontramos así el principio de legitimación democrática de la
función judicial. Jueces y Magistrados están sometidos a la ley y además , como nos
recuerda nuestro autor, lo están ”únicamente”. Aflora así la necesidad de independencia
como complemento a esa sumisión a la ley y como instrumento al servicio de la
imparcialidad. Con estos dos conceptos, independencia e imparcialidad, reflexiona
nuestro autor, destacando su importancia en la función judicial y continúa la cita” Sin
independencia puede haber imparcialidad (aunque permanentemente amenazada), sin
imparcialidad la independencia política es irrelevante. Sin independencia no hay
estado de Derecho, pero sin imparcialidad lo que no hay es derecho”.
Sobre lo anterior debemos proyectar aquel criterio que identifica los conceptos procesal
y jurisdiccional, y en tal sentido partimos de la definición de jurisdicción que nos
presenta, desde la doctrina procesal, el profesor Díez-Picazo Giménez (5) cuando
describe el concepto como “la función estatal consistente en al tutela y realización del
6 Derecho objetivo, de manera potencialmente irrevocable y a través de órganos que
actúan con desinterés objetivo, independencia y sometimiento exclusivo al Derecho” .
Destaca nuestro autor la nota del desinterés objetivo, como “expresión, libre y
afortunada traducción del profesor De la Oliva Santos del término italiano alienità”.
Señala Díez-Picazo que esta nota del desinterés objetivo es la clave de la distinción
entre la aplicación jurisdiccional del Derecho y la aplicación administrativa del
Derecho, como forma, en aquel caso, de heterotutela y no de autotutela.
Tomando los conceptos expuestos, parece evidente que aquella definición de
Jurisdicción y de lo Jurisdiccional concuerda perfectamente en la labor interpretativa de
cada órgano judicial en la aplicación del derecho sustantivo, esto es, en el momento
definitivo de su ejercicio tal como viene enunciado en el aforismo da mihi facta, dabo
tibi ius, en el que el titular del Poder Judicial, en el ámbito de su competencia, juzga,
resuelve, con un método de racionalidad jurídica y ,con un doble requisito de
motivación y congruencia , e impone la solución de un conflicto, actuando la ley de
manera irrevocable.
La necesidad de certeza en la solución de los conflictos intersubjetivos, devolviendo
seguridad en las situaciones en la que la oposición de intereses genera incertidumbre y
demanda una respuesta imperativa, está en la base de la actividad sustantiva del Juez,
pero el tránsito a través del cual se hace posible tal función ha de ser valorado de
manera singular. La ley vuelve a parecer de nuevo como principio legitimador de todo
el ejercicio jurisdiccional, pero en el caso del proceso en sí, sus principios y su
desarrollo con respecto al titular del Poder Judicial, la ley no ofrece alternativa. Ello es
así porque el curso procesal no es disponible. No lo es para las partes, pero tampoco lo
es para el Juez. El proceso supone un ámbito de actuación netamente tasado, señalizado
por la ley, tanto en sus características, en sus principios, en sus requisitos y en sus
distintas fases y todo ello se impone a todos los intervinientes incluido el Juez, quien en
determinadas ocasiones, a lo largo del procedimiento, no realiza sino una valoración de
adecuación a la legalidad, pero que en ningún caso puede disponer de vías procesales
alternativas ni puede crear tampoco soluciones ad hoc en el ejercicio de su función. No
puede equiparase por tanto la función sustantiva de Juzgar, función máxima y última
como expresión de un verdadero Poder del Estado, con aquella otra instrumental,
necesaria, vinculada finalmente a la anterior pero netamente reglada y dirigida por la
ley. Creemos que atribuir carácter jurisdiccional a determinados momentos procesales
sobre otros que se hallan netamente reglados, no supone en absoluto una merma de
garantías para el justiciable, precisando estrictamente de un control de legalidad,
suficiente para garantizar el cumplimiento de las previsiones legales. Este control de
legalidad se ha de ejercer, por supuesto desde la imparcialidad y el conocimiento
técnico, siempre que no se excluya finalmente un control último de su adecuación final
en garantía de derechos fundamentales y concretamente del de tutela judicial efectiva en
la fase terminal, control que permanece intacto a disposición del Juzgador como
garantía última de lo actuado.
7 Creemos que la presente reforma no sólo respeta tales principios sino que en su diseño
pretende ser más realista al poner el procedimiento en cada momento en manos y bajo el
control de quien puede efectivamente realizarlo.
No puede hacerse cuestión de la falta de independencia, como peligro de injerencia en
el ámbito de lo jurisdiccional porque en sede procesal es sólo la ley la que marca las
pautas y ante tal previsión no existe margen de decisión pareja a la que se ofrece al
Juzgador en el ámbito sustantivo. Por otro lado, el juez no deja de ser un sujeto del
proceso, vinculado por sus previsiones y por sus propias decisiones y en tal sentido
aquel criterio del desinterés objetivo no puede predicarse con la misma contundencia
con que se aplica al aspecto sustancial de su función.
Finalmente cabe decir que en un diseño de Administración de Justicia como la nuestra,
el Poder Judicial no puede subsistir sin el imprescindible soporte de un servicio público,
sin que sea predicable a tal convivencia un efecto permeable, nocivo a los principios
declarados constitucionalmente. Cabe decir que si en algún ámbito deben incidir
decisivamente los criterios de servicio público es en aquél en el que el justiciable tiene
derecho a esperar una respuesta, y la agilidad, la publicidad y la eficacia con que se
preste en ningún caso tiene por qué comprometer el sentido último de la respuesta
judicial.
3.- LA EJECUCIÓN EN LA REFORMA DE LA LEY 13/2009.
En la propia expresión constitucional “hacer ejecutar lo juzgado” aparece ya un inicial
reconocimiento de la remisión de esta actividad o actividades concretas a instancias o
personas distintas de los propios titulares del poder judicial. No es preciso tratar de
hacer interpretaciones sobre el sentido de las palabras para entender que ejecutar y hacer
ejecutar implican actividades y momentos distintos, del mismo modo que también
parece lógico situar primero en el tiempo la acción de hacer ejecutar, como mandato
inicial, respecto de la propia actividad o actividades diversas que implican la ejecución
de una sentencia o de cualquier otro título ejecutivo.
Sobre lo anterior se hace necesario hacer dos consideraciones:
La primera, que es obvio que de la propia expresión “hacer ejecutar” se deduce
necesariamente un impulso inicial que parte del titular del Poder Judicial, impulso que
implicará una valoración previa del título como ejecutable y del cumplimiento del resto
de los requisitos necesarios para iniciar el proceso ejecutivo. A este fin y cumpliendo
el mandato constitucional descrito, atiende la orden general de ejecución. Sin perjuicio
de ello queda abierta la posibilidad de intervención judicial en al proceso de ejecución al
amparo del artículo 24.1 de la Constitución por constituir tal fase procesal un
mecanismo necesario en la configuración de tal derecho fundamental.
La segunda es que se expone a la interpretación, tras la reforma procesal, la normativa
relativa a la ejecución provisional, al tratarse de un derecho de configuración legal y
8 por ello no derivado directamente del art. 24.1 de la Constitución. La ausencia de
modificación del art. 524.2 de la Ley de Enjuiciamiento Civil y la peculiar condición
que el proceso de ejecución provisional tiene en la Jurisdicción laboral, darán paso sin
duda a una labor de interpretación doctrinal y jurisprudencial que la sitúen finalmente
en su lugar preciso.
4.- LA FE PÚBLICA JUDICIAL.
Refiere la exposición de motivos de la Ley 13/2009 que “en materia de documentación
de las actuaciones, entre ellas las vistas y fe pública, han sido objeto de modificación los
artículos 145 a 148 de la Ley de enjuiciamiento civil” con el objetivo, también
expresado de adaptar tales preceptos a la dicción de la Ley Orgánica del Poder Judicial.
En tal sentido y habiendo anunciado la grabación de las vistas de modo generalizado en
los ámbitos de los procesos laboral y contencioso-administrativo, se remite a la
instauración de la firma electrónica u otro sistema de seguridad en la grabación de las
vistas, audiencias y comparecencias, “de forma que quede garantizada la autenticidad e
integridad de lo grabado”. Se añade a lo anterior la necesaria mención de que “el
documento electrónico que contenga la grabación, siempre que incorpore la firma
electrónica reconocida del Secretario Judicial, constituirá el acta a todos los efectos”.
No es posible hablar de la necesidad de un principio de Fe Pública Judicial, sin antes
reflexionar sobre el previo principio de oralidad, establecido como criterio preferente en
el artículo 120.2 de nuestra Constitución. El profesor Nieva Fenoll (6) hace una
exposición ajustada a la realidad de nuestra justicia sobre los efectos del principio de
oralidad mencionando como una de las desventajas de la oralidad el requerir una
dotación de medios humanos y materiales muy alta. Junto a todos aquellos efectos que
menciona el Profesor Nieva Fenoll, y por lo que afecta a este último que no es sino el
del propio coste económico de la Administración de Justicia, parece justo entender que
el principio tradicional de Fe Pública Judicial, ejercido personalmente por un fedatario,
conforme al criterio tradicional, ha quedado definitivamente afectado.
Es cierto que la propia ley, ya apunta (y lo menciona expresamente su exposición de
motivos, como hemos visto) que en materia de la fe pública, han sido objeto de
modificación los artículos 145 a 148 de la ley de Enjuiciamiento Civil, con el efecto
general que ello tiene al tratarse de una normativa supletoria en el resto de las
jurisdicciones. En tal sentido, y con referencia concreta a las actuaciones que hayan de
registrarse en soporte apto para la grabación y reproducción del sonido, la actuación del
fedatario será por sustitución del mecanismo de grabación. La seguridad del sistema de
registro, incluyendo el uso de la firma electrónica u otro sistema de seguridad que se
instaure con arreglo a la ley, no va a necesitar, por más que así se declare, de una
garantía añadida de fe pública, garantía imposible, por cierto, cuando no sea requerida
la presencia en la sala del propio “fedatario”. El artículo 147 de la Ley de
enjuiciamiento Civil tras la reforma, establece un curioso sistema, absolutamente
versátil, de fe pública, disponible a las partes y al propio fedatario. Es cierto que la
9 ausencia de soportes legales o doctrinales básicos a los que atender para analizar ahora
el sistema diseñado por la reforma en cuanto a la subsistencia de un auténtico ejercicio
de la fe pública, permite declarar que el mismo existe tanto en presencia de fedatario
como en su ausencia, porque en definitiva la seguridad de lo actuado y registrado no
queda depositado en su actividad sino en la eficacia y seguridad de la propia tecnología
aplicable. Queda por tanto abierta la esperanza del legislador en que con el tiempo y la
consolidación de los sistemas de registro de imagen y sonido la necesidad de
intervención personal de un profesional del derecho a los efectos de grabar, conservar y
reproducir un determinado momento procesal, se descarte definitivamente.
Es ocioso recordar ahora que los tres requisitos necesarios para entender presente un
principio tradicional de fe pública como actividad selectiva de datos jurídicamente
relevantes, procesalmente útil y eficaz desde el punto de vista de las garantías legales,
decaen cuando de aplicaciones tecnológicas se trata. El resultado podrá ser más o
menos cómodo o rápido para jueces y profesionales, acostumbrados a trabajar sobre
escritos más que con grabaciones de contenidos íntegros, pero ya parece irreversible que
el ejercicio de una fe pública basada en la transcripción selectiva de datos sólo va a
permanecer como supletoria de la tecnología.
Quedará por supuesto el ejercicio tradicional de la Fe Pública, es decir, su ejercicio a
través de la escritura, en todos aquellos momentos en los que no intervengan los
soportes de registro de imagen y sonido, para los cuales la actividad del fedatario
judicial se mantiene en sus principios tradicionales descritos.
5.- CONCLUSION.
La reforma de la leyes procesales que entrará en vigor el 4 de mayo de 2010 marca el
inicio de un camino de transformación que nos parece irreversible. Con toda seguridad
la progresiva implantación de la oficina Judicial ha de requerir con el tiempo de
sucesivos ajustes, orgánicos y procesales y, por tanto, de la necesidad de legislar y de
avanzar en el sentido indicado de cohonestar el ejercicio del Poder Judicial sobre el
soporte del servicio público. La historia reciente nos recuerda el largo camino seguido
en nuestra doctrina procesal y en nuestra legislación para modificar el tradicional
solemnis ordo iudiciarius cuya sombra continuó sobreponiéndose a los cambios
legislativos hasta bien avanzado el siglo XX. El camino que iniciamos seguramente va a
ser también largo por eso hemos de exigirnos como profesionales un mayor esfuerzo de
confianza en esta reforma, para hacerla posible, y sobre todo, cuando el legislador ha
confiado especialmente en nosotros para llevarla a cabo.
(1) MOLINER, María. Diccionario de uso del español. Edición abreviada. Gredos,
Madrid, 2008.
10 (2) “Pacto de Estado para la Reforma de la Justicia”, en: El Pacto de Estado para la
reforma de la Justicia, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid,
2002, pp. 273-282.
(3) ASENCIO MELLADO, José María, “Algunas reflexiones sobre la nueva oficina
judicial y los secretarios judiciales”, en El notario del Siglo XXI, Madrid,
Colegio Notarial de Madrid, 2009, noviembre-diciembre, nº 28.
(4) FERNÁNDEZ-MIRANDA CAMPOAMOR, Alfonso. “Del Poder Judicial” en
España Siglo XXI.. Vol. 2 La Política. Madrid, Biblioteca Nueva, Instituto de
España, Fundación Sistema, 2008. pp. 443-474.
(5) DÍEZ-PICAZO GIMÉNEZ, Ignacio, [Comentario al artículo 117 de la
Constitución], en Comentarios a la Constitución Española. XXX Aniversario,
Fundación Wolters Kluwer, Madrid, 2008. pp. 1827-1850.
(6) NIEVA FENOLL, Jordi, Jurisdicción y Proceso. Estudios de Ciencia
Jurisdiccional. Marcial Pons, Madrid, 2009. pp. 91-109.
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