vo calor, pero llueve mucho y sopla más el viento (i). 16 de mar^o

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VIAJE DE UN NATURALISTA ALREDEDOR DEL MUNDO
vo calor, pero llueve mucho y sopla más el viento (i).
16 de mar^o. — He aquí, en pocas palabras, el relato de una corta excursión que he llevado a cabo en
torno de una parte de esta isla. Parto el 16 por la mañana con seis caballos y dos gauchos; estos últimos
eran hombres admirables para el objeto que yo me
proponía, acostumbrados como estaban a no contar
más que consigo mismo para encontrar acuello de que
tuvieran necesidad. El tiempo es muy frío, hace mucho viento y, de vez en cuando, se levantan tremendas tempestades de nieve. Sin embargo, avanzamos
bastante de prisa; pero, excepto desde el punto de
vista geológico, nada menos interesante que nuestro
viaje. Siempre la misma llanura ondulada; por todas
partes está recubierto el suelo de hierbas marchitas y
de arbustillos; todo ello crece en un terreno turboso
y elástico. Aquí y allá, en los valles, puede verse alguna pequeña bandada de ocas salvajes y es tan blando el suelo que la becada halla con facilidad su alimento. Aparte de ésas, son pocas las aves que allí hay.
La isla está atravesada por una cadena principal de
colinas, formadas sobre todo de cuarzo, y de unos
2.000 pies de altitud; pasamos grandes trabajos para
poder atravesar esas colmas rugosas y estériles. Al Sur
de ellas encontramos la parte del país más conveniente
ara la alimentación de los rebaños salvajes; sin emargo, no encontramos muchos porque últimamente
se han llevado a cabo frecuentes cacerías.
Al atardecer encontramos un pequeño rebaño. Uno
de mis compañeros, de nombre Santiago, pronto logra derribar a una gruesa vaca. Le arroja los boleadores, la toca en las patas, pero las bolas no se enrollan.
Entonces arroja su sombrero a tierra para reconocer
el lugar donde cayeron las boleadoras y, mientras persigue a caballo a la vaca, prepara su lazo, y tras una
carrera alocada logra enlazar a la vaca por los cuernos. El otro gaucho nos había precedido con los caballos de mano, de suerte que Santiago tuvo no poco
trabajo para poder dar muerte a la furiosa vaca. Sm
embargo, consiguió llevarla a un lugar donde el terreno era perfectamente llano, utilizando a tal fin todos
los esfuerzos que el animal hacía para aproximársele.
Cuando la yaca no quería moverse, mi caballo, perfectamente adiestrado en aquel género de ejercicios, se
aproximaba a ella y la empujaba violentamente con
el pecho. Mas no se trataba sólo de llevarla a un terreno llano, sino de matar a aquel animal loco de terror, lo cual no parecía cosa fácil para un hombre solo.
Y hubiera sido imposible, si el caballo, cuando su amo
lo ha abandonado, no comprendiera por instinto que
estará perdido si el lazo no estuviera siempre tirante;
de tal forma que, si el toro o la vaca hace un movimiento hacia delante, el caballo avanza con rapidez
en la misma dirección, y si la vaca está quieta, el caballo permanece inmóvil, afirmado sobre sus patas.
Pero el caballo de Santiago, muy joven aún, no com-
E
(i) Según las observaciones publicadas después de nuestro
viaje, y más particularmente según las interesantes cartas
del capitán Sulivan, que se ocupó en hacer la triangulación
de tales islas, parece que exagero algo lo malo del clima.
Sin embargo, cuando pienso que están casi por entero cubiertas de turba y que el trigo casi nunca madura, se me
hace difícil creer que el clima, en verano, sea tan seco y
tan bueno como se ha pretendido últimamente.
prendía bien esta maniobra y la vaca se iba aproximando gradualmente a él. Fué un espectáculo admirable ver con qué destreza Santiago logró colocarse detrás de la vaca y desjarretarla al fin; luego de lo cual
no tuvo ya gran trabajo para hundirle su cuchillo en
la nuca, con lo que la vaca cayó como fulminada. Entonces, él cortó varios trozos de carne recubiertos con
la piel, pero sin huesos, en cantidad suficiente para
nuestra expedición. Seguidamente nos dirigimos al lugar que habíamos elegido para pasar la noche; para
cenar, tuvimos carne con cuero, esto es, carne asada
con su piel. Esta carne es de ese modo superior al buey
ordinario, lo mismo que el cabrito es superior al carnero. Para prepararla se toma un gran trozo circular
del lomo del animal y se hace asar sobre carbones, con
la piel hacia abajo; esta piel viene a constituir como
una salsera y así no se pierde ni una sola gota de jugo.
Si un digno alderman (i) hubiera podido cenar con
nosotros aquella noche, inútil es decir que la carne con
cuero bien pronto hubiera sido celebrada en la ciudad
de Londres.
Llueve toda la noche y al siguiente día (17) hemos
de sufrir una tempestad casi continua acompañada de
granizo y de nieve. Atravesamos la isla para ganar la
lengua de tierra que une Rincón del Toro (gran península del extremo Sudoeste de la isla) con el resto de
ésta. Se ha dado muerte a gran número de vacas, así
es que los toros se hallan en exceso; esos toros van
errantes, solos o en grupos de dos o tres, y son muy
salvajes. Jamás he visto bestias más magníficas; su
cabeza y su cuello, enormes, igualan a los que se ven
en las esculturas griegas. El capitán Sulivan me dice
que la piel de un toro de mediano tamaño viene a
pesar 47 libras, mientras que en Montevideo se considera que una piel de ese peso, menos seca, es muy
pesada. Cuando alguien se acerca a ellos, los toros jóvenes se ponen en salvo huyendo a cierta distancia;
pero los viejos no se mueven, y si lo hacen es para
precipitarse contra el intruso; así dan muerte a un gran
número de caballos. Durante nuestro viaje, un toro viejo atravesó un arroyo cenagoso y se detuvo al otro
lado, precisamente frente a nosotros. Tratamos de desalojarle de donde estaba, pero nos fué imposible y nos
vimos obligados a dar una gran vuelta para evitarle.
Los gauchos, para vengarse, resolvieron castigarle en
forma que quedara imposibilitado para todo combate
en el porvenir, y fué un interesante espectáculo ver
cómo la inteligencia venció en pocos minutos a la fuerza bruta. En el instante en que se precipitaba contra
el caballo de uno de mis compañeros de camino, un
lazo le rodeó los cuernos y otro las piernas traseras;
en un momento, el monstruo yacía impotente en el
suelo. Parece muy difícil, a menos de dar muerte al
animal, desatar un lazo que está enrollado a los cuernos
de una bestia furiosa, y esto sería cosa imposible para
un hombre solo; pero si un segundo hombre lanza su
lazo en forma que rodee las patas posteriores del animal, la operación resulta muy fácil. Este, en efecto,
continúa tendido y absolutamente inerte mientras se
le sujetan con fuerza sus patas traseras; entonces el
primero de los hombres puede avanzar y desprender su
fazo con las manos, y luego montar tranquilamente a
caballo; pero, así que el otro hombre afloja, por poco
que sea, la tensión del lazo, éste se desliza por las patas
(1)
Regidor.
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