DOS EJEMPLOS DEL URBANISMO BARROCO ITALIANO: TURÍN Y NÁPOLES Dr. D. Cristóbal Marín Tovar Diplomatura de Turismo. CES Felipe II Aranjuez. UCM Resumen La elegante Turín y la caótica pero fascinante Nápoles son dos ejemplos de las transformaciones urbanísticas que sufren algunas ciudades italianas, además de Roma, a lo largo del siglo XVII. Conocer sus metamorfosis nos ayudarán a comprenderlas mejor cuando tenemos la fortuna de pasear por estos polos de atracción turística. Palabras clave Transformación del espacio urbano. Proyectos de ampliación de Turín. Los Saboya. Vittozzi. Los Castellamonte. Domenico Fontana. Revuelta de Masaniello. Los Virreyes de Nápoles. Castelnuovo. Santa Maria del Carmine. Cafaro. Picchiatti El Arte, como fenómeno urbano en la Italia del siglo XVII, presenta otros campos de influencia importantes al margen del amplio desarrollo que tuvo en Roma. No obstante, fue la ciudad de los papas la que asumió el papel de máxima representación del fenómeno en el arco temporal del Barroco. El urbanismo encontró una vía abierta en otras comarcas. El desarrollo urbano va a adquirir una especial vitalidad tanto en la Italia meridional como en la septentrional, y por ello consideraremos en este trabajo las peculiaridades más sobresalientes de dos ciudades que nos parecen destacables no solo por su belleza, sino también por ser ambas interesantes destinos turísticos 1. Turín El Piamonte italiano y, más concretamente, su ciudad principal, Turín, se van a individualizar urbanísticamente a lo largo de un dilatado proceso, gracias a un ambicioso proyecto, complejo y de gran alcance. La ciudad, en sus orígenes, fue un castrum romano del que permanecían hasta finales del siglo XVI imágenes y reminiscencias de su Antigüedad Clásica. La ciudad de los Saboya va a conocer en la Edad Moderna una serie de ampliaciones que habrán de modificar significativamente el pequeño estado señorial que había constituido Manuel Filiberto de Saboya. Las citadas modificaciones afectarán sensiblemente a la reinterpretación del tejido ciudadano en su conjunto e influirán sobre sus funciones puramente urbanas. Las líneas de actuación van a ser variadas, pero el proyecto urbano tuvo la virtud de aparecer como una concepción global que permitió proceder en las diferentes intervenciones a un logro de reestructuración de carácter unificador. En el vivo debate sobre la nueva orientación urbana de Turín, no faltó alguna proposición en torno a la posibilidad de someter el espacio a un tipo de plano estelar radiocéntrico. Pero tales ideas, como algunas de las que se concretaron en los planes de Ascanio Vittozzi, quedaron tan solo en el papel. Se impuso muy pronto el deseo de construir una ciudad nueva sobre el sector meridional de la antigua, pero proyectándola unida orgánicamente al cuerpo de esta, cuyo esquema había de ser incorporado al plan general de reestructuración. Con ello, la ciudad nueva dejaría de ser considerada como un ente periférico respecto al viejo casco ciudadano. La transformación del espacio ciudadano presenta un programa complejo. Se asumen las obras del centro antiguo y Plaza del Castillo, donde el recinto fortificado se convertiría en plaza civil. Este plan urbano se realizaba en 1606 y se convertía en espacio del poder político. El proyecto de la ciudad nueva en el sur incluía la parcelación de su espacio en compartimentos rectangulares y calles principales más anchas con respecto a las que contenía el tejido antiguo; la llamada Via Nuova (Via Roma), que permanecía en el casco antiguo, se extendía entonces hasta la amplia y cuadrada Plaza de San Carlos. Ascanio Vittozzi, nacido en Baschi (Orvieto) hacia 1539, estuvo al frente de la gestación del proyecto y de las diferentes operaciones entre 1584, fecha en que fue llamado a Turín por el duque Carlos Manuel I, y 1615. Fiel al propósito unificador en la escala urbana, impuso una clara uniformidad en cuanto a las fachadas de los edificios que poblarían las calles proyectadas, tanto en lo que concernía al centro antiguo como a la reelaboración del entorno de la Piazza del Castello (de 1584 es su proyecto para la citada plaza). Pero es necesario decir que el mérito de esta obra en su conjunto fue también de Carlo di Castellamonte, nacido en la misma Turín el año 1560 y que, desde el año 1584, realizó labores de ayudante de Vitozzi, colaborando con él en una de sus obras más famosas, el santuario de Vicoforte di Mondovi. Con el tiempo, terminaría por suceder a su maestro en el cargo de arquitecto oficial y ejercería la dirección del proyecto. La reestructuración urbanística se extendió de este modo a lo largo del siglo XVII. Al mismo tiempo que la propuesta urbana reafirmaba a Turín en su papel representativo y oficial, se procuraba su consolidación militar. Vittozzi puso en marcha los trabajos de la fortaleza y la delineación de una calle recta, la llamada Strada Nuova. A la renovada residencia real se le agregó así una plaza fortificada. En 1613 se abría la Contrada Nuova, cuyo trazado se realizó tan solo en dos años. Las construcciones del centro antiguo fueron remodeladas y se unificó su aspecto hasta en sus alzados. La Via di Panierai quedaba abierta en 1619, uniendo la Plaza del Castillo con la zona central de la antigua ciudad cuadrada. Las expansiones propuestas por Vittozzi se fueron realizando progresivamente. Si bien al comienzo de los trabajos las obras se desarrollaron con cierta lentitud, poco a poco se fueron superando las distintas dificultades y se fueron ejecutando las diversas fases con total eficacia. En 1620 se bendice la primera piedra, que en su ubicación conmemora la fundación de la ciudad nueva, situada, como se ha indicado, al sur de la antigua. El diseño comprendía la unión de diez manzanas, cercadas por las fortificaciones realizadas en 1638. El nuevo sector se comunicó con el casco urbano a través de la Porta Nuova o Vittoria, iniciada en 1620 y terminada en 1632, pero que por desgracia sería demolida en 1831. La nueva ciudad se ampara en su gobierno por disposiciones específicas, como por ejemplo el Privilegio de 1621, por el que se prometían a los ciudadanos exenciones de la leva o la cancelación de deudas y delitos. Del mismo modo, a quienes se convirtieron en propietarios de terrenos en la zona, se los obligó a construir con fachadas homogéneas, proyectadas en gran parte mediante trazas del citado Carlo di Castellamonte, si bien el Duque de Saboya se reservó el control formal y financiero de toda la operación, que en sí misma se presentaba como compleja y de gran envergadura. Estuvo en el ánimo de todos los dirigentes no solo el establecer una unidad entre el casco viejo y la ciudad nueva, sino también el superponer a la vieja capital del Piamonte una fisonomía de gran valor estético. Enrico Guidoni y Angela Marino han señalado muy bien la calidad del proyecto VittozziCastellamonte (Guidoni y Marino, 1985), en el que se señala la importancia de la influencia del origen antiguo de la ciudad, la universidad a la par que la diversidad del plan, la calidad unitaria del planteamiento y la uniformidad de alineaciones y volúmenes. Una de las cualidades que también se ha de resaltar en el proyecto es su valor arquitectónico y visual. En Turín, el centro antiguo quedaba integrado con plenitud en la remodelación. En el mismo periodo de la construcción del recinto amurallado, se levantaba en mármol, como se ha indicado, la llamada Porta Nuova, que sustituía a una antigua construida en madera y tela, y pintada en 1620. Fue la puerta por la que haría su entrada en Turín Víctor Amadeo de Saboya con su esposa, Cristina de Francia, hija de Enrique IV y hermana de Luis XIII. Pero se hicieron otras intervenciones urbanas que son también de gran interés. Hacia 1620 se realizó la remodelación de la Piazza di San Giovanni, con un palacio porticado frente a la catedral, ubicada a la espalda de la Plaza del Castillo. Como señala Christian Norberg-Schulz (Norber-Schulz, 1972), Carlo di Castellamonte inició en 1633 el Castillo de Valentino, cuyas obras terminarán en 1660, y en colaboración a veces con su hijo, Amedeo di Castellamonte, nacido en Turín en 1610, realizó una serie de obras de significación especial, como el convento e iglesia de Santa Cristina (1635-38), o la Piazza di San Carlo (entonces Piazza Reale). Cristina de Francia aprobó el proyecto y la plaza se hizo para enlazar la expansión de la ciudad con el casco viejo, tomando la forma de un rectángulo alargado con pórticos en sus lados más largos. La cruza la Strada Nuova en sentido longitudinal, que, como hemos indicado, se convirtió en eje sustancial de la ampliación. La embocadura de la Strada Nuova sobre la plaza sería resaltada con las dos iglesias simétricas de San Carlos y de Santa Cristina (ésta será finalizada por Juvarra posteriormente). Los pórticos se realizaron con columnas acopladas con grandes ojos perforados interpuestos entre la arcada. En 1773 se rellenaron estas perforaciones para dar una mayor estabilidad al conjunto. A la muerte de Víctor Amadeo de Saboya en 1637, los trabajos urbanos sufrieron algunas paralizaciones. En 1648 se establece la unión entre las partes de la ciudad vieja y nueva, con la nivelación de la calle, entre la Plaza del Castillo y la Plaza Real. El derribo de las antiguas murallas proporcionó nuevos espacios libres, destinados al trazado de nuevas calles y a la construcción de palacios residenciales. Graveri, a mediados del siglo XVIII, refiere que la Plaza de San Carlos, o Real, fue visitada por Gianlorenzo Bernini, que al parecer la definió como «la más bella vista que pueda contemplarse en Italia». La segunda ampliación que va a experimentar la ciudad de Turín fue impulsada por Carlos Manuel II y se proyecta hacia el este. Con ocasión del centenario, en 1663, también se proyecta con sentido conmemorativo, a través de la creación de un atlas urbanístico como sistema de ajuste cartográfico de la nueva ampliación. La planimetría llevó consigo un esfuerzo admirable de un número considerable de especialistas así como sirvió de base a la recopilación de representaciones de la ciudad de Turín y al anuncio del Novum Theatrum Pedemonti et Sabaudiae de 1726. El recinto amurallado de la segunda ampliación de la ciudad siguió un itinerario obligado, ya que debería cortar las islas cuadrangulares por razones de condicionamientos topográficos. La calzada militar fue trazada en línea recta, cubriendo la distancia entre el castillo y la muralla. Adopta como eje la Via Po y es una arteria que une los polos esenciales del castillo y el puente sobre el río. En esta segunda ampliación fue fundamental la fortificación por la parte del río. De nuevo se confía la realización a un Castellamonte, en este caso al ya mencionado Amedeo, hijo de Carlo, que le sucede en sus funciones de urbanista como arquitecto y primer ingeniero ducal. Es precisamente su padre el que le encarga el proyecto de esta segunda ampliación, con la orientación hacia el río. Amedeo propuso la realización de un perímetro labrado que se reenganchase al bastión sur de Santa Cristina, luego llamado de San Lázaro. Plantea también un arco elíptico hacia el puente sobre el río Po para lograr, en línea oblicua, llegar a soldarse con el bastión noroeste de la ciudad cuadrada. Esta ampliación contribuye decisivamente a la práctica definición de ciudad barroca, muy diferente del cuadrado romano que la había caracterizado en sus orígenes. La obra de ampliación se iniciaba en 1673, tras una destacable jornada conmemorativa, que tuvo lugar el 23 de octubre. Tras la colocación de la primera piedra, se nombraron los maestros necesarios para la elaboración del recinto bastionado. Destaca la propuesta para que la Via Po aparezca porticada, en dieciocho metros de longitud, de forma muy superior a los once metros de las calles de la ciudad nueva. Quedó confiada la obra a la iniciativa privada, aunque el soberano continuó ejerciendo el control formal de las obras, y también el poder jurídico para la concesión de privilegios y exenciones. Tras la muerte de Carlos Manuel II en 1675, María Juana Batista, la regente, promulgó un decreto por el que se obligaba a ejecutar la fachada continua para las calles principales y a fijar la altura de los edificios en tres plantas. En 1678, nuevas disposiciones reducen la altura definida a dos plantas a la vez que se permite también la construcción de jardines, a excepción de las esquinas de los edificios. En el centro de la ampliación se abrió la Piazza Carlina, con fachadas continuas y uniformes. Hubo un proyecto de plaza octogonal, dentro del diseño de Miguel Ángel Garove. Sin embargo, esa idea no se llevó a cabo por causas diversas. Con el levantamiento de las nuevas murallas, se fueron demoliendo paulatinamente las antiguas y también una parte de las recientes que separaron la primera ampliación de la segunda. En la zona se levantaron hermosos palacios. Amedeo Castellamonte se ocupó desde 1645 de los trabajos en la Villa della Regina y del Palacio Real, cuya fachada sufriría una serie de reformas desde 1658; de esta forma, se iría completando la transformación de aquel bello núcleo ciudadano. 2. Nápoles Del mismo modo que hemos visto en Turín, también en la Italia meridional se van a llevar a cabo transformaciones urbanas de cierta significación. Uno de los ejemplos más sustanciales será el de la impresionante ciudad de Nápoles. Aquejada de graves problemas de superpoblación ya desde el principio del siglo XVII, sin apenas posibilidades materiales de satisfacer plenamente todas las demandas y necesidades que un tremendo número de ciudadanos pedían, especialmente en lo urbanístico, la ciudad de Nápoles se va a ver marcada seriamente por estos condicionantes. Además, las disposiciones de los diferentes virreyes españoles no fueron del todo tolerantes en cuanto al tema de otorgar licencias para nuevas construcciones destinadas a alojar a la creciente población, las cuales chocaban con el acaparamiento de terrenos por parte de los entes eclesiásticos, en imparable expansión. De las construcciones realizadas en este momento destaca la del Palazzo Reale, a cargo de Doménico Fontana, en 1602, frontero al mar Mediterráneo y muy cercano a la mole de Catelnuovo. Se van a ampliar vías, como la de Santa Lucía o la de Mergellina; se une el alto de Pizzofalcone y la colina de Portelle mediante un puente y aparecen unidos como en único bastión el castillo de Sant´Elmo y el convento de San Martino, dominando una ciudad que parece derramarse hacia el mar. En lo religioso, destaca sobre todo el entorno de la iglesia de Santa Maria della Sanità, obra de fray Nuvolo (en 1602-1603), que propició la formación de un auténtico barrio bautizado con el mismo nombre que el de la citada construcción. Del mismo autor es la iglesia de San Carlo all´Arena (entre 1610 y 1631) y se va a proceder a la reconstrucción de la iglesia de Santa Maria degli Angeli, que fue erigida en 1581. Pero la llamada revuelta de Masaniello, desencadenada por la aplicación de un impuesto sobre la fruta y que sacudió hasta sus cimientos la ciudad en 1647, es la que va a dar lugar a una serie de transformaciones importantes sobre algunos de los espacios de Nápoles. Las brutales acciones que se llevaron a cabo contra la aristocracia se centraron sobre todo en destruir los bienes muebles y diversas posesiones de los nobles hasta reducirlos a cenizas conforme a la costumbre de hacerlo públicamente encendiendo grandes hogueras. Pero no solo los citados tumultos dañaron gravemente edificios y viales, sino que también causaron importantes destrozos la intervención de las tropas españolas para sofocarlos. Lo que fue evidente después de estos sucesos era la necesidad de establecer un plan ambicioso de restauración que reparase tantos desperfectos. El virrey español al frente de la política de Nápoles en ese momento era el Conde de Oñate, pero su labor no resultó fácil en medio de un clima de alianzas y discordias que se vivió en Nápoles entre 1648 y 1653. La bella ciudad se va a ver literalmente invadida por equipos de constructores no profesionales, al tiempo que se advierte un claro receso en el impulso constructor de algunos entes eclesiásticos, mientras que la conflictiva presencia militar deja de ser evidente en la ciudad al producirse un desplazamiento de las tropas españolas en 1650, que abandonan sus ubicaciones cercanas a la Via Toledo, para ocupar los populares Quartieri Spagnoli, en la colina de Pizzofalcone. Este traslado dejó libre una gran zona céntrica de la ciudad, que fue rápidamente aprovechada para dar alojamiento a la población civil, pues ya desde inicios del siglo XVI, Nápoles era, con diferencia, una de las ciudades más pobladas de Italia, con unos 425.000 habitantes. Se hacía preciso descongestionar de algún modo la ciudad, sobre todo en los espacios y focos donde había tenido mayor incidencia la citada revuelta. Hacia 1648, como se ha indicado, se aprecia un significativo decrecimiento de las construcciones monásticas, en favor de las edificaciones civiles. No obstante, la política conventual no cesó en su deseo de expansión, aprovechándose del llamado «derecho a la isla», aunque, al no aumentarse el número de fundaciones, se llegó a un cierto equilibrio finalmente. Se proyectó la construcción de una gran plaza en el centro de la ciudad, en correspondencia con el antiguo foro, pero este plan no llegó a realizarse. Tenía como finalidad dar una mayor magnificencia al Palazzo di Città y asignar a la plaza funciones representativas e incluso militares. Estas iniciativas contaban con el respaldo y amparo del virrey, el citado Conde de Oñate, que apoyó también el intento de unir el plan de saneamiento a un impulso de la actividad productora de la ciudad. En la actual Via Grande Archivio, en la que se encuentra el rico Archivo de Estado de la ciudad, se colocó en 1650 la llamada Fuente de la Selleria, justo frente a la puerta de acceso al citado archivo, y cuya última labor de restauración se concluyó en el mes de septiembre del año 2000. Dicha fuente presenta en su remate una gran lápida con una inscripción en la que se resalta la grandeza de la calle en la que está ubicada. Se hace también en ella un llamamiento a la laboriosidad y a la industria; con ello se buscaba tal vez la justificación de su emplazamiento en una zona de tiendas y comercios. En la segunda mitad del siglo, fueron demolidas algunas casas de la llamada Plaza de la Merced, punto neurálgico de la rebelión, por orden del Duque de Peñaranda; se hicieron obras en el puerto, que en parte reflejan los proyectos que una vez realizara Doménico Fontana, que se había retirado tras la muerte de Sixto V a Nápoles, donde fue nombrado arquitecto real e ingeniero mayor del reino en 1592; su labor se centró allí en los trabajos que realizó en la catedral, en la iglesia de Gesù e Maria y el Palazzo Reale, ya citado anteriormente, antes de morir en la citada ciudad en el año 1607. En la Piazza R. Sforza se construyó el Monte de Misericordia, incluyendo el obelisco de San Genaro, y en el burgo de Chiaia, sobre la colina de Posillipo y la de Capodimote, se levantaron una serie de villas nobiliarias o quintas de caza. Asimismo, el Duque de Medinaceli, virrey, a finales de siglo hace construir un paseo arbolado de estilo francés junto a la playa de Chiaia (la actual Riviera di Chiaia). Otra serie de informaciones documentales permiten analizar más extensamente el proyecto urbano napolitano. Son informes que revelan las intervenciones en Castel Sant´Elmo, iglesia del Carmine, en una nueva dársena y los alrederores de Castelnuovo. Algunos planteamientos tan solo tienen un mero interés arquitectónico, pero hay otros que tienen una gran importancia desde el punto de vista urbanístico. La idea era potenciar la mole de Castel Sant`Elmo y, para Castelnuovo, se pensó en derribar y completar un edificio a modo de silla del puerto, situado ante el flanco de la iglesia de Santa María la Nueva. Se procuraba de esta forma que, entre la iglesia del Carmine y el baluarte, se equilibrasen las relaciones entre los interiores y los enlaces de las calles. Para la cuestión de la dársena, se abre un debate diferente que trata de responder a las cuestiones de dónde y cómo construirla, pero en todos los casos deberá primar el criterio defensivo-militar. Hacia 1692, se proyectan con minuciosa planimetría la avenida de la Incoronata y otros palacios y conventos que desembocan en Castelnuovo. Se quiso demostrar que el edificio llamado del Seggio en el puerto no ocasionaba daño alguno al castillo. Para el imponente torreón de Santa Maria del Carmine, la cuestión era más compleja. La obra que se propone estaba en relación con los referidos disturbios de 1647, ya que la plaza aledaña, la Piazza Mercato, que fue testigo de la decapitación del jovencísimo Corradino en 1268 y sería escenario en 1799 de la ejecución de todos los dirigentes de la llamada República Partenopea, fue durante el levantamiento de Tommaso Anielo, Masaniello, el punto crucial de la rebelión. Se propuso separar los cuarteles de los soldados que custodiaban el baluarte de los aposentos de los religiosos mediante la construcción de nuevas fortificaciones y pasos para los soldados. El proyecto fue obra de Donato Cafaro y Francesco Antonio Picchiatti, artífices de gran prestigio. En torno a la nueva dársena, en la zona costera, hubo dos puntos de vista. En 1666, Don Pedro de Aragón, en un largo informe, exponía las razones religiosas, sociales y comerciales de la construcción de la dársena y de los edificios anexos, entre los que se preveía el levantamiento de un hospital para los galeotes y los esclavos de las galeras. Basándose en ello, el ingeniero militar de origen flamenco Carlos Beroldinguen mandó a Madrid un informe en el que manifestaba la poca eficacia defensiva de Castelnuovo y la poca utilidad de acercar al mismo otras construcciones, como la dársena y el hospital citados, cuando lo más aconsejable y lógico desde el punto de vista de estrategia militar era despejar lo más posible dicha zona. En 1666, en Madrid, la Consulta atiende el plan del citado ingeniero y manifiesta el deseo de que se reconozca el Castillo Nuevo, pues es el refugio posible del virrey en caso de tumultos populares, como ya pasó en tiempos del mando del Cardenal Zapata. Se ordena suspender la construcción del hospital y se aconseja fortificar el lado del convento de Santa Lucía, ya que, en caso de producirse rebeliones o levantamientos, estaba carente de defensas y podría ser ocupado fácilmente por el populacho. En el resto del siglo XVII, se mostrará un vivo interés por el entorno de Castelnuovo y el Carmine, como sendas entidades de valor estratégico militar, con vistas tanto a los posibles ataques de un enemigo exterior como a los posibles conflictos que pudiesen nacer en el corazón mismo de la ciudad y que tan frecuentes se había demostrado que eran. Bibliografía Argan, G.C., La Europa de las capitales 1600-1700, Barcelona, 1964. Benevolo, L., La ciudad europea, Barcelona, Crítica, 1993. Bonet Correa, A., Las claves del urbanismo, Barcelona, Planeta, 1995. Castex, J., Renacimiento, Barroco y Clasicismo. Historia de la arquitectura 1420-1720, Madrid, Akal, 1994. Guidoni, E. y Marino, A., Historia del urbanismo. El siglo XVII, Madrid, 1985. Morris, A.E.J., Historia de la forma urbana. Desde sus orígenes hasta la Revolución Industrial, Barcelona, 1984. Norber-Schulz, C., Arquitectura Barroca, Madrid, Aguilar, 1972. Wittkower, R., Arte y arquitectura en Italia 1600-1750, Madrid, 1979.