Contribución de las entidades no lucrativas al bienestar social (*) Joan Rovira i Forns Doctor en Ciencias Económicas Profesor Titular del Departamento de Teoría Económica Universidad de Barcelona UN SISTEMA D E T R E S SECTORES La estructura institucional de las sociedades industrializadas de economía de mercado se caracteriza por la existencia de tres grandes sectores: el sector público, el sector privado mercantil y el sector privado no lucrativo (Weisbrod, 1975). El sector público está formado por las Administraciones Públi­ cas, los organismos autónomos y las empresas públicas; su caracte­ rística común es que el control último corresponde a representan­ tes elegidos por la sociedad, o, en general, a individuos o grupos legitimados por el poder político. El sector privado mercantil comprende las entidades que desa­ rrollan actividades con fin de lucro y son controladas en última instancia por propietarios privados. Junto a estos dos sectores relativamente bien delimitados co­ existe un tercer sector mucho más complejo y heterogéneo cuyas entidades suelen definirse por exclusión, es decir, por su no perte­ nencia a ninguno de los otros dos sectores: no son públicas, pero tampoco tienen fines lucrativos. La multitud de términos utilizados para denominarlas reflejan su enorme heterogeneidad y la dificul­ tad de englobarlas en una única definición. Así es corriente encon­ trar en la literatura denominaciones tales como: entidades no lu(*) Ponencia presentada al Seminario organizado por INTRESS sobre «La política de bienestar social y los servicios sociales», Madrid, 14 y 15 de abril de 1988. 176 crativas (o sin fin de lucro), organismos no gubernamentales, entidades benéficas, humanitarias o voluntarias, por citar tan sólo las más corrientes. Los elementos comunes en todas las definiciones son dos criterios negativos, la ausencia de lucro y su carácter no gubernamental o público. En cuanto al primer criterio, debe entenderse, siguiendo a Hansmann (1980), no sólo la imposibilidad legal de distribuir excedentes monetarios a sus propietarios o patrones, sino también que sus empleados reciban salarios razonables no ligados directamente al resultado financiero. Es decir, se acepta en este enfoque que haya individuos que trabajen para la entidad y perciban por ello una retribución, pero se precisa que dicha retribución no debe encubrir un beneficio capitalista o empresarial. Este punto es importante, pues existe la posibilidad de que algunas entidades hayan adoptado una forma jurídica de entiaad sin fin de lucro con el objetivo único —o prioritario— de beneficiarse de ventajas económicas tales como exenciones fiscales o la posibilidad de desarrollar determinadas actividades. Las cooperativas, por ejemplo, difícilmente pueden ser consideradas según el criterio anterior como organizaciones sin fin de lucro, dado que sus miembros tienen la posibilidad de apropiarse del excedente financiero obtenido con su actividad, aunque éste se distribuya de forma distinta a como se distribuye en una sociedad colectiva o por acciones. Posiblemente sería deseable poder distinguir aquellas entidades que tienen realmente objetivos filantrópicos o altruistas, lo que •ermitiría excluir a las los intereses de sus miembros o de algún colectivo definido por criterios profesionales o de adscripción ideológica, tales como partidos políticos, sindicatos, etcétera. Pero, en general, la motivación altruista o humanitaria de una entidad o de los individuos que la componen no es más que una presunción de intenciones difícil de determinar objetivamente, aunque esté declarada formalmente en los Estatutos de la entidad o en la legislación que la regula. Finalmente, cabe señalar que tampoco es posible establecer una delimitación clara entre entidades públicas y privadas, pues en la realidad nos encontramos con un conjunto de organizaciones que constituyen un continuo entre lo público y lo privado. En este sentido, Hood y Schuppert (1988) diferencian dos tipos de los que ellos denominan entidades para administración, que incluyen 177 tanto a las entidades privadas de iniciativa social como a los entes de financiación pública independientes de la estructura gubernamental, es decir, de la Administración pública propiamente dicha. Las entidades públicas independientes tienen, según estos autores, tres características: su creación y disolución requiere una disposición legal; su dirección recae —en parte, por lo menos— en personas no elegidas, y la propiedad de estas entidades no es translerible. En cambio, las entidades privadas se establecen sin ningún decreto o ley especial para cada una de ellas, no son de protección pública y están exentas de los procedimientos de la Administración pública. En el ámbito de este artículo pretendemos ceñirnos al análisis de entidades que contribuyen al bienestar social; sin embargo, el concepto de bienestar social es bastante vago y susceptible de diversas interpretaciones, por lo que hemos optado por limitarnos a aquellas entidades cuya actividad se orienta a la prestación de servicios sociales entendidos en un sentido amplio: sanidad, educación, servicios sociales personales, etc. Dentro de esta categoría ya más delimitada puede ser conveniente establecer clasificaciones adicionales; siguiendo de nuevo a Hansmann (1980), dos criterios de clasificación relevantes a efectos de analizar el comportamiento de estas entidades son la financiación y la gestión. En lo que respecta a la financiación, cabe distinguir a las entidades que se financian en base a la venta de sus servicios al mercado o al sector público, y que por lo tanto tienen una actividad que puede denominarse propiamente comercial, aunque sus fines no sean lucrativos sino altruistas, y las entidades que se financian en base a donativos de origen privado o público. La aportación de trabajo voluntario puede considerarse en este contexto como una forma específica de donativo en especie. En la realidad, muchas entidades tienen una estructura de financiación mixta, pero ello no resta interés a este criterio de clasificación. Por lo que respecta a la gestión, Hansmann distingue entre entidades mutualistas, en las que los dirigentes son elegidos regularmente por sus miembros por medio de un procedimiento democrático, y empresariales, caracterizadas por la existencia de un grupo dirigente relativamente estable e independiente del conjunto de miembros o componentes. 178 E L P A P E L D E LAS E N T I D A D E S SIN FIN D E LUCRO La función de las entidades sin fin de lucro —en adelante, E S F L — en el ámbito de los servicios de bienestar social se ha identificado tradicionalmente con la prestación de servicios que ni el interesado ni el sector público pueden proveer de forma satisfactoria, bien por incapacidad de pago de aquellos a los que el servicio está destinado, bien por insuficiencia de recursos o de voluntad política por parte del sector público. Cuando se discute el papel que deben jugar las E S F L en las sociedades actuales es conveniente volver la vista atrás y recordar que dichas entidades precedieron en el tiempo a la aparición del Estado del Bienestar, es decir, a la asunción por parte de los poderes públicos de un conjunto de responsabilidades en la posición de servicios sociales y en la redistribución de la renta. Este hecho debería servir para que utilizasen sus posturas aquellos que se oponen frontalmente a cualquier iniciativa que suponga una promoción del papel de las E S F L en el campo del bienestar social con el argumento de que ello supone una intromisión en el campo de competencias del sector público cuyos efectos — designados de forma general y simplista como privatización— entran necesariamente en conflicto con una política de bienestar eficaz y equitativa. Pero el mismo hecho debería ser también motivo de reflexión para los que critican todo tipo de intervencionismo público y sugieren que las E S F L pueden desempeñar las funciones del sector público en el ámbito del bienestar social con mayor efectividad y eficiencia. D e hecho, parece más lógico aceptar que el Estado del Bienestar surgió debido a que ni el sector mercantil ni el sector no lucrativo satisfacían las necesidades sociales sentidas por la sociedad. Lo contrario equivaldría a explicar el crecimiento del sector público en términos de una dinámica de crecimiento interna. Aunque ésta no sea una hipótesis totalmente desdeñable, parece exagerado atribuirle en exclusiva la evolución y situación actual del sector público en las sociedades industrializadas actuales. Por otra parte, el creciente protagonismo que ha ido adquiriendo el sector público desde la I I Guerra Mundial no ha dado lugar a una reducción sustancial del número de entidades voluntarias, que en general han tendido a aumentar. Lo que sí se ha producido es un cambio en sus funciones. Concretamente, se ha reducido la función financiadora, en base a la captación de fondos de particulares —donativos, legados, etc. — , pasando a depender cada vez 179 más de los presupuestos públicos para el desarrollo de sus activi­ dades. Esta tendencia ha sido propiciada por el sector público, que ha considerado ventajoso fomentar la provisión de servicios a través de entidades voluntarias a las que financia en base a concier­ tos, convenios o subvenciones diversas, en lo que ha dado en lla­ marse «El Estado Contratante» (Rovira, 1988). Las razones que se dan para este cambio de modelo de la política social son tanto ideológicas como pragmáticas. Entre las primeras destaca la aspiración a reducir el peso del Estado en la vida social en favor del individuo y de la sociedad civil. Esta es una postura que se defiende desde ideologías tanto conservadoras como progresistas. Como argumentos pragmáticos se aduce que las E S F L son más eficientes y muestran una mayor flexibilidad y sensibilidad a las cambiantes necesidades sociales que las entidades públicas. Sin embargo, la evidencia empírica sobre estas cuestiones es limitada y pocas veces concluyente. Por otra parte, es difícil llevar a cabo comparaciones del comportamiento de distintos tipos de entidades si, como suele ocurrir a menudo, los objetivos de la actividad no están claros y los resultados no son medibles. No hay que olvidar, por otra parte, que para muchas personas el interés de las E S F L no radica tan sólo en los efectos directos de su activi­ dad sobre los colectivos a los que aquélla va destinada, sino tam­ bién a los factores más difusos, como son el constituir un mecanis­ mo de participación e integración social o un medio para que los individuos puedan expresar su solidaridad. Tampoco deberían pasarse por alto opiniones más críticas, como la de Seibel (1987), según el cual la función política del sector voluntario es la no solución de problemas. Según esta visión bastante cínica, el sector voluntario es utilizado por el sector públi­ co para hacer políticamente soportables conflictos que ni él mis­ mo, ni obviamente el mercado, puede resolver. Promoviendo el papel del sector voluntario, el sector público diluye o esquiva las responsabilidades que en caso contrario le exigirían los ciuda­ danos. A LA BÚSQUEDA D E M O D E L O S E X P L I C A T I V O S Una cuestión central que puede plantearse todo estudioso de la estructura institucional de una sociedad es encontrar una ex- 180 plicación o teoría que permita entender por qué existe una deter­ minada distribución de entidades de distinta naturaleza desarro­ llando diversos tipos de actividades. Se trata no tanto de buscar justificaciones normativas o ideológicas, sino criterios que permi­ tan explicar tendencias reales generales que sean observables den­ tro de las lógicas peculiaridades nacionales y de cada momento histórico, suponiendo, desde luego, que dichas tendencias genera­ les existan efectivamente. Es posible, tal como sugieren Hood y Schuppert (1985) que existan características de un servicio o actividad que requieran o hagan más conveniente la adopción de una determinada forma organizativa. Dichos autores sugieren, siguiendo a Rose, que es posible distinguir tres tipos básicos de servicios públicos: los típica­ mente gubernamentales —tales como el ejército, la justicia, la poli­ cía, etc. — , los de movilización de recursos —obras públicas, trans­ porte, desarrollo industrial, etc.— y los sociales, que englobarían materias tales como salud, acción social, vivienda, educación, ocio, relacionados en general con el bienestar de los ciudadanos. Estos tres tipos de servicios serían asumidos respectivamente y de forma preferente por: 1) la Administración Pública en sentido estricto, 2) las entidades para-administración y 3) las entidades independien­ tes. El principio implícito subyacente en esta división de funciones sería el del «mínimo poder público», es decir, se basa en una supuesta preferencia del ciudadano por la forma de provisión me­ nos burocrática compatible, con la naturaleza del servicio en cues­ tión. Por su parte, una gran parte de la literatura sugiere que el elemento más sobresaliente de las E S F L es su conjiabilidad, es decir, el hecho de que a los ojos del público son —con o sin razón— merecedoras de confianza (Young, 1983). Si esta hipótesis fuese cierta, sería de esperar que las E S F L predominasen sobre las mercantiles en aquellos tipos de servicios sociales —en el sentido en que se ha dacfo anteriormente a este concepto— en los que es más difícil el control del comportamiento de la entidad, por ejem­ plo, por ignorancia de los usuarios o patrocinadores, porque ejer­ cer el control supondría unos costes excesivos, etc. Las ideas expuestas anteriormente no son por el momento más que hipótesis o supuestos de partida, de gran utilidad para guiar la investigación empírica, pero que en modo alguno pueden tomar­ se como hechos probados, a pesar de que en algunos casos parecen proveer una explicación razonable y coherente de la realidad. 181 CONCLUSIÓN En los últimos años el interés de los científicos sociales por las entidades del sector privado no lucrativo ha experimentado un auge considerable y ha dado lugar a una extensa literatura que ha ampliado nuestro conocimiento sobre el papel y contribución de dichas entidades al bienestar social. En nuestro país es todavía escaso el número de estudios objetivos y rigurosos sobre este tema. Trabajos como el realizado por Cruz Roja Española (1985) sobre las entidades que desarrollan actividades de voluntariado en Acción Social constituyen un punto de partida interesante e imprescindible para estudios más ambiciosos. En el estado actual del conocimiento sobre este tema en España lo que se requiere probablemente son estudios que permitan estimar la importancia del sector voluntario en cuanto a volumen de actividad, financiación, voluntariado y otros parámetros descriptivos. En su ausencia, es difícil hacer avanzar el conocimiento y el debate político sobre el sector voluntario o mucho más allá de la discusión retórica e ideológica de utilidad harto limitada. R E F E R E N C I A S BIBLIOGRÁFICAS (1985): Guía para el trabajo voluntario de Acción Social en España. Voluntariado. Madrid. CRUZ ROJA ESPAÑOLA HANSMANN, H . B. (1980): «The Role of Non-Profit Enterprise», Y ale Law Journal, april. F. (ed.) (1988): Delivering Public Services in Western Europe. London, Sage Publications. Ver la reseña de G . Rubiol «En torno a un estudio comparado sobre las entidades privadas y parapúblicas», en Revista de Servicios Sociales y Política Social, n.° 9. HOOD, C ; SCHUPPERT, G . RoviRA, J . (1988): «La contratación externa, perspectivas y líneas de actuación futuras», en II Jomadas de Economía de los Servicios Sociales, Palma de Mallorca, 17-19 de marzo de 1988. WEISBROD, B. A. (1975): «Toward a Theory of the voluntary Non-Profit Sector in a Three-Sector Economy. Altruism Morality and Economic Theory. E. S. Phelps (editor). New York, Russell Sage Foundation, págs. 171-195. D. R. (1983): If Not for Profit, for What? Lexington-Massachussets, Toronto, Lexington Books. YOUNG,