LA GUERRA DE PAPA

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LA GUERRA DE PAPA
DIARIO DE UN SOLDADO
EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
SOLDADO:
MARIANO VIDOSA AYMART
6-20
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Un recuerdo a las personas queridas que conmigo han compartido mis vivencias.
LA GUERRA
Mis recuerdos empiezan en la ciudad de San Andrés. Yo tenía por entonces
cinco o seis años y mis padres económicamente no andaban sobrados que digamos.
Recuerdo que un día había llovido y las calles, que entonces no tenían asfalto, estaban
llenas de charcos de agua. Empezamos jugando con las manos, después metiendo los
pies y terminamos haciendo ver que estábamos nadando. La gente nos miraba y se reía
con lo cual a nosotros aún nos daba mas agallas para seguir. Una vecina que acertó a
pasar por allí y nos vio avisó corriendo a mi madre la cual se apresuró a venir a
buscarnos y llevarnos a casa por una oreja, nos metió dentro de un barreño para lavarnos
y como no tenía ropa para cambiamos nos metió en la cama y se marchó de casa
diciéndonos que no la veríamos más ya que el disgusto fue de ordago. A la media hora
volvió con unos trozos de coca y chocolate, no sin antes amenazarnos que se lo diría a
mi padre, cosa que la mujer no hizo para no disgustarlo.
Mi padre, del cual guardo unos de los mejores recuerdos de mi vida ya que era
una persona dedicada únicamente a su trabajo y su familia a la cual, dentro de la
disciplina educativa por la cual nos regíamos, nos quería con locura. De joven entró a
trabajar en los talleres de la RENFE de mecánico, oficio que creo era lo que a él le
gustaba como veremos más adelante. Cuando tuvo ocasión, posiblemente para poder
cobrar más dinero, cambió lo de mecánico para enrolarse de fogonero en las máquinas
de vapor, oficio que por entonces era muy malo porque los carbones buenos que había
en España los mandaban al extranjero reclamados por la guerra que asolaba Europa en
1914. A consecuencia de los malos carbones sus pulmones se resintieron así como su
estómago, los médicos dijeron que era estómago caído, y los medicamentos estaban a la
orden del día.
En 1926 nos trasladamos a Granollers. Mi padre, que ya por entonces era
maquinista, hacía el tren corto de maniobras que consistía en salir de la estación de
Granollers hasta la de Les Franqueses y de ésta por la vía de empalme hasta la de
Granollers centro (hoy llamada estación de Francia).
En 1928 tuve que hacer la comunión. La moda imponía hacerse tirabuzones o la
permanente, como se la habían hecho a mi hermano, cosa que a mi no me gustaba en
absoluto ya que estaba convencido que eran cosas de niñas estas del pelo pero por suerte
llegamos tarde a la peluquería y no pudieron hacérmelos; o sea, un disgusto para mi
madre y una alegría para mí.
Del 1930 a 1931 mi padre fue trasladado a la conducción de máquinas eléctricas
y de nuevo nos encontramos viviendo en San Andrés, en el n° 71 de la calle Bartrina,
una planta baja donde había un limonero al que nos desayunábamos sus frutos más de
una vez. Mi padre tuvo que hacer un examen para poder conducir las máquinas
eléctricas y nosotros le ayudamos copiando todo el sistema eléctrico de las mismas. Un
trabajo laborioso y pesado.
En lo referente a nuestros estudios, desconocedores nuestros padres de los
colegios que allí había, fuimos a caer en uno que se llamaba LA ATENEO OBRERA.
Aquello era peor que una ciudad sin ley como ilustra un caso desagradable que ocurrió
el primer día de clase, cuando un alumno tiró un tintero a la cabeza del profesor. A
nosotros nos dejó anonadados pues no estábamos acostumbrados a esa falta de respeto.
Enseguida que llegamos a casa les pedimos a nuestros padres que nos cambiaran de
colegio. Finalmente pudimos ir a un colegio serio en el cual nos encontrábamos más a
gusto. Se llamaba ACADEMIA VÍCTOR.
En estos años que pasé en san Andrés recuerdo que mi carácter era muy
pendenciero en lo que tocaba a ciertos aspectos de mi personalidad como, por ejemplo,
no soportar que me llamaran por mi nombre, "MARIANO". El chaval que lo hacía tenía
el puñetazo ganado. Otra prueba de mi raro comportamiento era el hecho de que tenía
un amigo que siempre que me veía me saludaba pegándome un manotazo en la espalda
y automáticamente se ganaba el puñetazo.
Mientras estuvimos viviendo en Granollers fuimos a un colegio religioso, LOS
HERMANOS DE LA DOCTRINA CRISTIANA. Era un colegio en el que cuando
tenían que castigarte te hacían juntar los dedos hacia arriba y te pegaban con un puntero
en la punta y si era invierno tenías dolor durante todo el día.
En el año 1934 mi madre enfermó cayendo en una profunda anemia de tal grado
que tenían que hacerle transfusiones de sangre para reforzarla. Los doctores le
prescribieron una dieta estricta a base de hígado crudo para que ingiriera el más alto
grado posible de hierro. Nosotros para animarla a comer y demostrarle que no era tan
asqueroso como parecía el hecho de comer hígado crudo cogíamos un panecillo y
poníamos el hígado revuelto con cebolla y nos lo comíamos delante de ella.
Mi padre, que se desvivía por mi madre, pensó que un cambio de aires le
sentaría bien y se repondría más rápidamente y solicitó un destino a la ciudad de
RIPOLL que le fue concedido y, mira por donde, ya nos tienes cogiendo los bártulos y
trasladándonos a dicha ciudad. Entre unas cosas y otras nos encontrábamos en 1935.
Allí fue cuando les dije a mis padres que no se gastaran más dinero haciéndome estudiar
ya que consideraba que era perder el tiempo y que si podía prefería trabajar y aprender
dibujo lineal. A partir de aquí empecé a trabajar como aprendiz en un taller de
electricidad de automóviles. Como es natural el sueldo que yo cobraba semanalmente
era de risa pues ascendía a 1 peseta.
Mi padre, que era una persona de gran corazón, una vez encontró un perro
abandonado lleno de miseria y sarna, así como una enorme afección en el lomo, y ni
corto ni perezoso lo llevó a casa con la consiguiente bronca de mi madre. Como sabía
que a mí me gustaban mucho los animales me preguntó si quería quedármelo a
condición de curarlo y cuidarlo. Para mí supuso un trabajo muy agradable ya que cada
día lo llevaba al río y con un cepillo de cerda le restregaba el eccema y después le ponía
azufre, que era el único remedio que tenía. Alguien nos dijo que era un perro muy bueno
para la caza del jabalí.
18 DE JULIO DE 1935. Nos comunican desde Puigcerdá que mi padre
ha sufrido un ataque cerebral y urgentemente nos trasladamos todos a dicha ciudad para
poder bajar a mi padre en un furgón del tren ya que era muy difícil hacer el traslado en
ambulancia. A las nueve de la noche de ese mismo día fallecía con todo el desconsuelo
que para nosotros suponía. Una vez enterrado en el cementerio de Ripoll nos volvimos a
Granollers. Al marcharnos de Ripoll tuvimos que dar el perro al que yo me había
encariñado mucho. Como anécdota, y para demostrar que los animales también tienen
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sentimientos, el perro cada día se acostaba delante de la puerta de casa y al poco tiempo
murió en el portal.
Una vez instalados en GranoUers, por amistad a mi padre, pude entrar a trabajar
en CAN VILA, una de las fontanerías más famosas de GranoUers pero pronto surgieron
problemas cuando la hija de la casa pretendía que yo limpiara y barriera la tienda a lo
que me negué con el consiguiente despido. Estuve 3 ó 4 meses sin trabajar, y a
diferencia de los tiempos actuales, sin cobrar del paro ya que no existía con la
consiguiente carga económica para mi madre. Acabado este periodo de tiempo y por
mediación del marido de una vecina logré entrar a trabajar en un taller dedicado a la
fabricación de maquinaria textil: TALLERES BOIX.
En los primeros días en mi nuevo trabajo tan pronto estaba en el taller de coches
del socio de BOIX (que se llamaba GAICH) como en el taller de maquinaria textil. Mi
sueldo al principio no era muy brillante que digamos ya que cobraba 6 ptas por semana,
a los quince días me subieron a 9 ptas pero de eso a estar parado iba un abismo y al
mismo tiempo aprendería el que tendría que ser mi oficio.
El 18 DE JULIO DE 1936 nos encontrábamos en el santo de barrio de la calle
RICOMA y en pleno apogeo de la fiesta, a las 2 de la madrugada, paró el baile y
anunciaron que había estallado la revolución. Al principio todo parecía normal pero al
día siguiente, que era domingo, ya se empezó a ver movimiento de gente que corría de
un lado para otro sin aparente finalidad. Se requisaron camiones en los que subieron
voluntarios de todo tipo armados con las cosas más dispares, escopetas de caza, palos,
picos y un sinfín de cosas útiles para "combatir". Su meta eran los cuarteles que en San
Andrés tomaron sin aparente dificultad. Había órdenes, contraórdenes... Llegó un
camión cargado de gente a la plaza de la Iglesia vociferando y exigiendo porqué no se
había prendido fuego a la iglesia. Rápidamente bajaron del camión y ametrallaron las
cerraduras para intentar abrir y poder incendiarla pero como no lo consiguieron fueron
en busca del campanero y a punta de metralleta le exigieron que abriera la puerta. El
hombre, temblando de miedo ante la amenaza de una muerte inminente, tampoco fue
capaz de abrirla ya que con el ametrallamiento habían estropeado la cerradura. Supongo
que dentro del grupo había algún lumbreras a quien se le ocurrió la idea de acumular
leña delante de la puerta y prenderle fuego. Al cabo de mucho rato lograron entrar en la
iglesia y, como infantil venganza, sacaron todas las imágenes a la calle y las
ametrallaron públicamente. Fue una gran victoria, una gran victoria del pueblo contra...
¿contra qué?
Así empezó los que serían los 3 años más largos y más llenos de terror que
España hubiera conocido. Cada mañana aparecían en las cunetas, en los bosques, en los
lugares más dispares, cadáveres de gente que había sido asesinada, ya fuera por
venganza hacia sus ideales políticos o simplemente porqué alguien (su verdugo) les
debía dinero. Para estos menesteres "las cuadrillas" se valían de un coche requisado, un
Mercedes al que apodaban "el coche fantasma". Invitaban a la víctima y le daban lo que
ellos decían "el paseo". La morbosidad llegó al extremo de que a algunos les hicieron
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cavar su propia fosa y al pie de ella les pegaban el clásico tiro en la nuca. Hubo casos
macabros como el de un famoso industrial de esta ciudad que una vez muerto se
enteraron de que el hombre venía del banco de retirar el dinero para pagar el personal y
ni cortos ni perezosos desenterraron el cuerpo para robárselo.
Todas las empresas de Granollers se colectivizaron y donde antes mandaba el
patrón ahora mandaba el trabajador y el dueño pasaba a ser uno "menos" de la plantilla
con el correspondiente dolor al ver a su empresa maltratada y menospreciada. Hubo
talleres de la competencia de BOIX que se dedicaron a la fabricación de material de
guerra pero a nosotros nos utilizaron como parque móvil. El socio de Boix, GAICH, era
una persona que pocas cosas tenían que enseñarle como mecánico. Él construyó varios
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prototipos de armas, entre ellos un fusil ametrallador, una bomba de mano y una bomba
de aviación y yo me construí una pequeña bomba. Poco después nos movilizaron a los
aprendices solamente.
Fui al trabajo con la idea de hacerme una boquilla de metal blanco fundiendo
una barrita y luce o tornearla. A la que tocaron las doce me puse a calentar un crisol con
el soplete. Puse un tubo vertical encima del yunque taponando los lados con tierra
mojada. Cuando lo tuve caliente tiré el metal líquido dentro del tubo y me puse a
esperar pero como tenía prisa miré por encima del tubo a ver si estaba solidificado y en
aquel momento explotó. Todo el material líquido salió despedido hacia mi cara. No
había pasado suficiente tiempo para prenderse.
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Me mojé enseguida la cara y el ojo con el agua de la pica para enfriar el metal
del ojo ya que lo cerré demasiado tarde y se había corrido entre el ojo y el párpado. Me
fui al espejo y vi que estaba todo lleno de metal blanco. Cogiéndolo con la uña lo saqué.
Era una pieza en forma de ojo. Cerré el ojo izquierda y enseguida me di cuenta que lo
había perdido. Me fui a casa de Boix y se lo conté. Boix me estuvo pegando una bronca
hasta la Policlínica. Allí me visitaron y me llevaron en ambulancia a la clínica del Dr.
Rubio en la calle Claris 67 de Barcelona donde quedé internado.
Estuve unos días y luego me mandaron a casa. Eran tiempos de guerra, con
malos trenes, no había comida y yo tenía que curarme un día sí y otro no. Tuve suerte
por Tió, un compañero vecino del taller, que me ofreció una bicicleta con todos los
adelantos de la época. Desde ese día yo bajaba un día sí y otro no a Barcelona a curarme
mientras los talleres Boix eran incorporados al parque móvil lo que significó que a mí
me hicieron ayudante y a otro aprendiz, de nombre Panet, lo dejaron como aprendiz. A
finales de abril salió una disposición por la cual los aprendices con edad para ir al frente
debían incorporarse. Sin embargo los ayudantes se quedaban en el parque. Cuando
Panet me contó que tenía que incorporarse y que estaba asustado (por su carácter
tímido) yo le dije que no se preocupara porqué yo me iría con él. Nos presentamos en la
caja de reclutas y nos alistaron. A mí me dijeron que tenía que pasar revisión al día
siguiente pero no acudí. El día que nos presentamos para marcharnos nos dijeron que
volviéramos al día siguiente y nosotros nos fuimos a la plaza Colón y nos sentamos en
un bar. De repente empezaron a caer bombas y nosotros sin darnos cuenta nos
encontramos en un portal al lado del bar.
El día 13 de Mayo nos cargaron en unos vagones de mercancías y nos llevaron
hasta Tárrega y luego seguimos a pie hasta cerca de Agramunt. Nos acamparon cerca
del canal de Urgell donde nos incorporaron a un batallón que era los restos de una
brigada que había quedado diezmada en el frente de Balaguer. Se ve que al llegar a
primera línea los formaron por compañías en la línea de fuego de la artillería y tuvieron
muchas bajas. Luego, en un campo de trigo, el enemigo los atacó por los flancos y se
produjo un auténtico desastre. A uno que estuvo escondido durante los 3 días que duró
el combate le hicieron teniente, teniente Baliarda. A un cabo de fusil ametrallador que
hizo todos los combates de pie con el fusil en bandolera le ascendieron a sargento y
como estos hubo varios casos. Al reagruparse sólo pudieron hacer un batallón que
pertenecía a Delvarrio, un jefe de División bastante blando, por cierto.
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Nos pusieron la vacuna antitífica. Ahí conocí al que tenía que ser mi mejor
amigo, Ángel García Tudela (alias Popeye), voluntario desde el primer día, con muchas
batallas en su haber y sin un rasguño; un hombre capaz de animar un batallón, fiel y
muy noble. La vacuna me inmovilizó durante cinco días y no podía moverme de la
chabola. Ángel me traía la comida y me llevaba a hacer las necesidades porqué yo no
me tenía en pie. Como anécdota podría decir que Ángel era un hombre que cuando tenía
que hacer de vientre se agachaba y hacia una butlla como un tortel de 25 cm. Luego
daba un paso al frente, se frotaba la barriga, se agachaba y volvía a hacer otra de 25 cm.
Así 3 ó 4 veces.
El día que bombardearon Granollers muchos se enteraron pero no se atrevían a
decírmelo. Al final alguien me lo contó. Escribí a casa y al acabo de unos días supe que
no había pasado nada a los míos. Cierta vez estábamos limpiando cada uno su fusil y se
me ocurrió disparar un tiro al aire. Un sargento que estaba allí cogió el arma de otro y
dijo: "si vuelves a disparar te pego 4 tiros". Yo, ni corto ni perezoso, cargué el fusil y se
lo encaré diciéndole: "cuando quieras, a mí aún me quedan cuatro". No se movió. No
pasó nada más.
Había uno que tenía un colt 45 y lo estaba limpiando. Ángel y yo estábamos
apoyados en un árbol. Se oyó una detonación y una bala fue a incrustarse entre las
cabezas de ambos. Hasta que un día nos formaron y nos cargaron en los camiones y
trenes y nos llevaron cerca de Falset. Acampamos en un campo de avellanos. Al cabo de
unos días se nos agregó la compañía de Cervelló. Una tarde decidimos bajar a un bar de
Falset con un antiguo compañero de escuela de mi hermano. Yo me bebí un vermú y un
vaso de jerez y él algo parecido. Terminada la tertulia volvimos al campamento
mientras el alcohol empezaba a subir a la cabeza. Ya era de noche y los dos paseábamos
campamento arriba, campamento abajo. Debía ser la una de la madrugada cuando yo le
dije: "¿vamos a dormir?" y él me contestó "una vuelta más". A la siguiente vuelta lo
preguntó él y yo le contesté que una vuelta más. Así hasta las 2 tocadas que lo dijimos
los dos a la vez. Entonces nos estiramos cada uno en su avellano pero yo estaba
mareado y no podía tumbarme, me incorporé y lo vomité todo. Me vino de un pelo que
no inundo a un teniente que tenía frente a mí.
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Por la mañana nos agruparon y fuimos marchando a pie hasta la entrada de
Fayon. Durante la marcha perdimos la cocina con lo cual estuvimos 4 días sin comer y
bebiendo muy poco hasta el punto de llegar a lanzarnos a las charcas del camino para
saciar la sed, cosa que los mandos nos prohibían. Por el camino encontramos una
algarroba que compartimos entre cinco. Al cuarto día de camino y ayuno Cervelló nos
dijo a Ángel y a mí si queríamos tabaco o pan y nosotros elegimos tabaco pero él nos
dio un trozo de pan que casi no masticamos porque parecía que así quedabas más
saciado. Cuando llegamos emplazaron a mi escuadra, que llevaba un fusil ametrallador
ruso, en medio de la vía desde donde dominábamos la boca del túnel. Ahí estaba
emplazada una ametralladora fascista, delante de unas barcas y unas casas que quedaban
entre el túnel y el Ebro. Y encima del túnel las fuerzas fascistas. En ese trozo de terreno
se ve que habían tenido lugar varios combates porque en la ribera del río veíamos
calaveras por el suelo, incluso uno estaba con los pies sobre una roca de 90 cm de alto y
la cabeza en el suelo. Nosotros con un poco de pavería y un poco de inconsciencia nos
íbamos a comer con las calaveras y nuca se nos ocurrió enterrarlas. Al otro lado del río
se veían unos viñedos con una uva muy bonita. Nosotros empezamos que si paso que si
no hasta que yo dije que iría a buscar. Cogí el pañuelo que mi madre me dio para
trajinar la poca ropa que me llevé al frente, me lo lié a la cintura y me lancé al agua
desnudo. Pasé el Ebro a nado. Llegué al viñedo y cargué el pañuelo de uva, me lo até al
cuello y me tiré al agua para regresar pero en ese momento los fascistas ya me habían
visto y antes de llegar al agua ya me estaban disparando. Cuando entré en el agua el
pañuelo me pesaba y no podía levantar la cabeza. Las balas caían cerca de mí. Tuve
suerte de saber aguantar la respiración y nadaba lo justo con la cabeza fuera del agua y
después la metía otra vez dentro del agua. Afortunadamente la corriente me arrastraba
hacia mi orilla y me alejaba de los disparos. Comer la uva fue visto y no visto. Así
pasamos varios días sin novedad hasta que un día nos subieron encima de la vía donde
había un nido de ametralladoras desde el cual se dominaba mejor las barcas, el túnel y
todo.
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Un día que me aburría cogí el fusil ametrallador que entonces era uno checo de
20 disparos y a mí como que aún me faltaba el ojo podía disparar con la derecha y
empecé a tirar contra las barcas que quedaron como un colador. Otro día estaba en el
nido cuando se me ocurrió hacer enfadar al de la ametralladora del túnel y le tiré 3 ó 4
disparos. Se ve que le fueron cerca porque él respondió con otros 3 ó 4 más y así fuimos
tirando cada vez más seguido y más disparos hasta el punto de vaciar cargadores
enteros. Mis compañeros me sacaron de allí porque yo ya no veía nada y decían que las
balas entraban por la espillera.
Una noche el teniente Arguelles y un sanitario que se había escapado 2 veces de
los fascistas estaban hablando con el enemigo de loma a loma intentando convencerse
los unos a los otros. Llevaban horas charlando de un lado a otro. Mientras, yo estaba
fumando un cigarrillo al borde de la trinchera. Cuando tenía que chupar bajaba la
cabeza para que no se viera el fuego del pitillo pero una de las veces lo hice al revés y
levanté el brazo para dar la calada. Se armó una de tiros que el teniente y el sanitario se
tiraron al suelo de golpe. El teniente Arguelles era un chico del norte que había
empezado la guerra voluntario. Tenía mi edad, o sea, 17 años y era muy bruto. Tanto,
que un día que se quería hacer una cueva tiró una bomba de humo dentro estando él y lo
sacaron medio muerto, pero se rehizo. El sanitario era un hombre que había sido
prisionero dos veces de los fascistas y ambas veces consiguió escapar. En un ataque
sobre nuestras fuerzas por encima de Fayon tuvimos que pasar el Ebro con barcazas y
caballos y al retirarnos muchos que no sabían nadar caían al agua y se ahogaban o los
mataban. Desde ese día por el Ebro bajaban cadáveres de hombres y caballos en gran
cantidad. Entonces este sanitario se tiraba al río, sacaba los muertos, les quitaba todo lo
que llevaban encima y los devolvía al río. Debía ser a mediados de julio cuando nuestro
batallón quedó agregado a la brigada de Lister que estaba en Sierra Pandols y Sierra de
Caballs (dicen que ellos mismos lo pidieron) donde el bombardeo era constante día y
noche. Ahí sentí por primera vez actuar la loca.
Desde el día que nos agregaron a Lister
todo cambió. Nos trasladaron al interior de
los montes, más o menos en Nonaspe, o
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sea, delante del túnel de Fayon donde
tenían una ametralladora emplazada en
cada lado. A mí me pusieron en una
posición difícil, con
Subir
allí
era
muy
mucha pendiente.
difícil.
Cuando
llegamos, el cabo, que era un chuleta de
Barcelona,
nos
dio
orden
de
hacer
trinchera y automáticamente Ángel y yo le
fc¿£*21"
ܧ ¿"J*
dijimos que empezara con nosotros y nos contestó que no, que él era cabo. Entonces le
explicamos que en un ataque se perdían muchas balas y enseguida se juntó con nosotros
a cavar. Allí pasamos un tiempo. Casi todo los días los morteros enemigos nos barrían a
la hora del rancho. Todos se metían en el refugio, hasta los cocineros, menos yo porque
en la trinchera había tanta pendiente que los proyectiles caían más arriba o más abajo y
era casi imposible que se metieran dentro. Mientras todos estaban en el refugio Ángel,
haciendo coña, se paseaba alrededor de las perolas y se hartaba. Luego cogía carne para
mí y los demás le preguntaban si tiraban cerca y claro, él les decían que no se movieran.
Un día que estaba con
Cervelló me dijo que
subiera
con
montículo
encima
él
que
de
al
había
nuestra
trinchera. Nos sentamos
y con voz nostálgica me
dijo
"ves
en
esta
dirección está Zaragozaseñalando donde él creía que debía estar- yo ya empiezo a estar harto de la guerra. Sin
embargo allí ya se ha terminado. ¿Por qué no nos pasamos los dos? ¿Qué te parece? Lo
pasaríamos bien" Yo le contesté que no, que por ideales no podía hacerlo, que no me
simpatizaban los fascistas y tenía a toda la familia del lado de la República. A pesar de
todo si quería intentarlo yo no se lo impediría. Me lo invocó varias veces pero yo era
incapaz de pensar como él y desistió. Me dijo que cuando se pasase ya me avisaría y yo
le rogué que no lo hiciera mientras yo tuviese guardia. Quedamos de acuerdo y a las dos
noches vino a mí y me dijo que aquella era la noche elegida para pasar ya que estaba de
escucha y le iría bien. Me dijo que iba a poner unas granadas de mano atadas con un
cordel para cuando pasara la patrulla les explosionaran. Yo le dije que si lo hacía le
mataría y renunció a la idea. Al cabo de una hora y media vino la patrulla y me preguntó
donde estaba Cervelló. Yo les dije que hacía la escucha unos 50 m. por delante de
nuestra trinchera. Me replicaron que allí no estaba. Inmediatamente se formó un revuelo
que no había quien durmiera. Me hacían preguntas y más preguntas y yo les decía que
no sabía nada. Esto no se lo había contado ni a Ángel. Al día siguiente el comisario de
batallón llamó a los oficiales y a Ángel para dar informes de mi conducta y todos los
dieron buenos. Luego me llamó a mí y me cosió a preguntas con encerrona diciendo que
era imposible que yo no lo supiera. Me iba machacando variando las preguntas para
intentar hacerme caer pero al ver que no cedía terminó diciendo que ya se enteraría y
luego me fusilaría por fascista. No consiguió sacarme nada y me dejó por imposible.
Pasados unos días Ángel me dijo que una higuera que había delante del túnel
estaba llena de higos maduros que podríamos ir a buscar (esta higuera estaba frente a
una trinchera donde habían matado a un teniente sólo por asomar la cabeza). Yo le dije
que buscaría un cesto y que por mí ya tardábamos en ir. Y así lo hicimos. Por la tarde,
en pleno día, saltamos la trinchera, fuimos a la higuera y empezamos a coger higos. Los
fascistas nos vieron y empezaron a disparar mientras nosotros llenábamos el cesto y les
gritábamos que eran unos quintos que no sabían tirar. Ángel agarró una rama con un
bastón de mango curvo y la bajó para agarrar un fruto. Cuando estaba a punto de
cogerlo una bala se llevó el higo por delante así que dimos por finalizada la recolección
y regresamos a la trinchera con los tiros a cuestas.
En esta posición no había agua, hasta el punto que nos daban una cantimplora
para cada uno; o sea que no podíamos lavarnos ni la cara. Solía acostarme en el suelo
tapado con una manta pues aunque era verano las noches eran frescas. Una mañana
cuando me desperté me saltó una rata del pecho que por lo visto había dormido conmigo
aprovechando el calor de mi cuerpo. Así íbamos pasando los días. Una vez vi un
combate de aviones de caza (la única vez que nos ayudaron los nuestros). Era
emocionante ver como se perseguían. Alguno incluso tuvo que saltar en paracaídas.
En septiembre nos movilizaron y nos llevaron a la desembocadura del Ebro en
camión. Hubo un soldado que no había doblado la anilla de las granadas del correaje y
se le desenganchó y cayó al suelo. Al verlo el de al lado la cogió y la arrojó fuera con
tan mala suerte que rebotó en la barandilla y volvió a caer dentro del camión. Por suerte
era de expansión pero aun así provocó gran cantidad de heridos. Llegamos a las
posiciones del Ebro y yo para evitar las guardias me hice camillero. Como estábamos en
segunda posición yo llevaba la comida a los puestos y cuando había algo bueno iba
andando y comiendo al mismo tiempo (esto era en Villa Galán, que ahora tiene otro
nombre). Ángel y yo dormíamos en una casa abandonada y la cuidábamos como si fuera
nuestra. Por la mañana me encaramaba a una higuera que tenía los higos a punto de caer
y con un poco de pan desayunaba a base de bien. Era un pueblo que estaba lleno de
gatos y nos dedicábamos a cazarlos y luego los comíamos con arroz o con salsa. Eran
muy buenos pero había uno que era muy escrupuloso que cada día venía a ver como nos
los comíamos pero no se atrevía a catarlos hasta que un día pidió por favor que se lo
dejásemos probar y a partir de ese día se transformó en el terror de los gatos. Fue en ese
pueblo donde comí por primera vez ancas de rana y me gustaron. Como teníamos
tiempo para todo nos íbamos al Ebro a pescar. Yo me tiraba al agua y un compañero
arrojaba una bomba de expansión más arriba. Después sólo había que recoger los peces
que había alcanzado la bomba y freírlos.
Teníamos unas chabolas a la orilla del río, en la trinchera. La nuestra tenía
humedad hasta tal punto que estaba todo empapado. Para dormir nos tumbábamos en un
colchón lleno de pulgas pero no había otro remedio que dormir en él. Estábamos
viviendo unos momentos de tranquilidad relativa lo que permitía hacer algunas cosas
que en tiempo de guerra parecían inverosímiles. En nuestra compañía teníamos un
soldado que iba nadando hasta la mitad del río y allí se encontraba con otro soldado de
la zona enemiga e intercambiaban cosas como tabaco, cerillas, papel de fumar y alguna
que otra noticia. Había otro compañero al que apodábamos EL VOLUNTARIO ya que
se prestaba a cualquier misión que le encomendaran. Una vez, haciendo el servicio de
escucha le pegaron un tiro y le hicieron la raya en la cabeza. Desde entonces se puso un
casco que no se quitaba ni para dormir hasta que un día en un ataque le agujerearon el
casco y le volvieron a hacer la raya en la cabeza. Esta vez se tiró al suelo gritando que lo
habían matado hasta que se serenó y se dio cuenta que sólo había sido un mal susto. Los
mandos eran unos ilusos. Recuerdo que una vez nos ordenaron disparar sin ton ni son a
fin de distraer a las tropas fascistas
y atacar por otro lado pero no picaron y los
vapulearon de lo lindo.
Un buen día llegó la orden de marchar en dirección a BALAGUER lo que nos
obligó a pasar por la comarca del PRIORAT. Una noche nos acamparon en un patio
donde había unas enormes tinajas que para nuestro goce estaban llenas del mejor vino (o
así nos lo parecía). Bebimos hasta reventar. Yo me trinqué una cantimplora repleta y
volví a llenarla para el largo camino que nos esperaba. Al poco rato nos dieron orden de
marchar. Seguro que no se ha visto en la historia una compañía tan caliente y llena de
valor como la nuestra, dispuesta ella sola a terminar con todo el ejército de Franco.
Pasadas unas horas llegamos a un nido de ametralladoras. Al cabo y a mí, que como es
de suponer íbamos bastante alegres, se nos ocurrió hacer una competición de salto de
trampolín. Subíamos a lo alto de la trinchera y nos lanzábamos haciendo el salto del
ángel. El costillazo era enorme pero con la trompa que llevábamos no sentíamos ningún
dolor. Después del concurso de saltos decidimos ir a dormir y entramos dentro del nido
de ametralladoras donde descansaban los compañeros. A la que me tumbé e intenté
cerrar los ojos me entró un mareo que me vi obligado a vomitar pero como estaba lejos
de la puerta no me dio tiempo a salir y vomité encima de un teniente. Como se puede
suponer se armó un Cristo impresionante.
Al día siguiente, 1 de Enero de 1939, acampamos en unos almendros. Mientras
la tropa estaba descansando vinieron los bombarderos fascista, los llamados PAVAS, y
empezaron a soltar la mortífera carga. Mi macabra distracción consistía en ponerme
boca arriba para ver como caían las bombas exceptuando aquellas que veía que caerían
cerca y entonces me giraba boca abajo a esperar mi destino. Una de ellas cayó tan cerca
f
que me sepultó totalmente de tierra que solamente se me veía un brazo.
Afortunadamente salí ileso amén del susto. Nuestro ejército parecía más un rebaño de
cabras asustadas que otra cosa. Nos vapuleaban por todos lados hasta tal punto que los
mandos decidieron que nos retiraríamos por la noche ya que de día el ejército franquista
nos hacía una táctica envolvente y no parábamos de correr. Una de las noches nos
emplazaron en vanguardia con el fusil ametrallador. Al día siguiente nos encontramos
que nos habían abandonado lo cual nos hizo suponer que habíamos sido utilizados de
cobertura para poderse retirar tranquilos. Cogimos el fusil y nos replegamos hacia
Tárrega donde nos presentamos al puesto de mando de 2a línea. Explicamos nuestra
situación y nos reincorporaron sin ningún problema. La baja moral reinaba entre la tropa
y los mandos. Un día que estábamos formando línea nos coparon y un sargento empezó
W
a desesperarse diciendo que estábamos copados, que no saldríamos de ésta, que nos
matarían a todos y cosas por el estilo. Entonces al enlace se le ocurrió la "genial" idea
de pasarnos al enemigo y la propuesta corrió de boca en boca. De los que allí estábamos
15 decidieron cambiar de bando. Yo me enfrentaba a un dilema ya que si me negaba me
pegarían un tiro para que no los delatara con lo cual no me quedaba más opción que
acompañarlos. Total, que a pleno día subimos a la trinchera y simulando un ataque
emprendimos la marcha hacia el otro bando. Yo me fui quedando rezagado y cuando
solamente quedaban 2 detrás mío les apunté con el fusil y los tres regresamos a nuestras
líneas. Nos presentamos al capitán y le expliqué como se habían desarrollado los
hechos. Él me preguntó por qué no los había acribillado a balazos a lo cual respondí
que eran demasiados y que antes que hubiera podido hacer uso de mi arma ellos ya me
hubieran matado a mí y ya que era de día y él también los veía porqué no disparaban
ellos a lo cual me contestó que estaban convencidos de que era un movimiento de
ataque. Después de discutir mucho nos preparamos para seguir con la retirada nocturna.
Atravesamos en silencio las líneas fascista por una vaguada, cosa que nos salió mejor de
lo que esperábamos.
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1
^J^S^^--^^
Amanecimos cerca del campo de aviación de Cervera y no quedaba otro remedio
que atravesarlo a pleno día. Al poco nos localizaron y toda la aviación se nos vino
encima ametrallándonos en vuelo rasante. Tan bajo iban que incluso nos lanzaban
alguna que otra bomba de mano desde el avión. Naturalmente corríamos en desbandada
sin ninguna estrategia predeterminada. Me acordaré siempre que llegado al límite de
mis fuerzas decidí no correr más, de hecho no lo decidí sino que simplemente no podía
más, y me daba todo igual. Las balas silbaban a mi lado y se hundían entre mis piernas
y como aquellos reos que llevan al cadalso seguí andando con total desprecio hacia mi
vida y hacia todo lo que me rodeaba. Finalmente llegué al final del campo. Apenas
podía creerlo porque lo difícil era no balearme. Nos reagrupamos al margen del campo
y el capitán nos informó que el carro de suministros y el caballo habían quedado
abandonados a unos 400 metros de nuestra posición. Acto seguido pidió voluntarios
para traerlo de vuelta. Por una parte estaba hecho polvo pero tratándose del carro de
suministros saqué fuerzas de flaqueza y junto a un compañero nos encaminamos a
rescatar el carro. Para mí lo vital era no pasar hambre. Me coloqué una gorra de teniente
que encontré tirada y con la mayor de las inconsciencias me lancé a lo que podía ser una
muerte segura. Después de sortear un sinfín de balas llegamos al dichoso carro.
Amparado por el vehículo tiré la careta antigás y llené la bolsa con almendras tostadas.
Desenrollé la manta y dentro metí trozos de carne y chuscos de pan. Finalmente llené el
macuto con más provisiones. Normalmente cuando nos retirábamos siempre me
deshacía de lo que pesara y el macuto era lo primero que volaba pero como en la tapa
tenía dibujado un torno siempre había alguna alma caritativa que lo reconocía y me lo
devolvía. Cuando regresamos del rescate de los suministros los nuestros nos recibieron
con la alegría del que ve aparecer su medio de subsistencia.
Al llegar la tarde nos encontramos con los Guardias de Asalto en un campo de
olivares parapetados detrás de los árboles hostigados por las fuerzas italianas. Nos
pidieron ayuda para hacerse fuertes y poder retirarnos con mayor tranquilidad. Nuestro
capitán, que era una buena persona, accedió y allí quedamos unos cuantos de nosotros
mientras nuestros compañeros se retiraban. Empezamos a abrir fuego y a la que nos
dimos cuenta los guardias de asalto estaban huyendo en sus caballos y nosotros les
cubríamos la retirada. Nos llovían balas por todas partes. Intentamos salir corriendo
pero nuestro capitán, que estaba fatigado y moralmente derrotado, nos pidió por favor
que no lo abandonáramos ya que estaba seguro que lo matarían como habían hecho con
toda su familia. Al final nos escapamos todos por una vaguada y salvamos el pellejo.
Nos reunimos con el resto de la tropa, nos reagruparon y nos subieron a unos camiones
que nos llevaron hasta CALAF. Allí nos dejaron y empezamos a andar toda la noche
hasta que llegamos a SURJA. Al cabo de 5 días sin comer encontramos una casa que
resultó ser la de un hornero. Allí pedimos pan para poder llevarnos algo a la boca.
Dicho hornero nos permitió pasar la noche debajo de una escalera y nos ofreció un plato
de sopa caliente. Después de tantos días sin comer la sopa me produjo un fuerte dolor de
estómago y unos terribles retortijones. Como no teníamos remedios a mano solamente
se me ocurrió pedir un trapo caliente empapado en vinagre y aplicármelo sobre el
abdomen. Sentí una agradable mejoría. Al día siguiente nos formaron encima de una
loma que había sobre el pueblo. Allí estaba con mi amigo Ángel charlando de nuestras
cosas cuando a lo lejos vi explotar un puente. Al decirle a Ángel que mirara hacia la
explosión balanceé el cuerpo hacia delante y en ese preciso instante una piedra de más
de 100 kilos cayó detrás de mí. Si no llego a mover el cuerpo habría quedado hecho
papilla.
A las pocas horas los fascistas ya habían empezado su táctica envolvente y las
balas llovían por todas partes. Empezamos a correr de loma en loma con los tiros a
cuestas hasta que me entró un "lógico" cabreo. Me parapeté detrás de un muro de
contención esperando que se pusiera a tiro el primer hijo de su madre. Al poco asomó
por detrás de una barraca de campo un tipo que se cogió a una rama para poder saltar.
Levanté el alza sobre unos 500 metros, apreté el gatillo y el tío se desplomó al suelo.
Seguí corriendo más satisfecho porqué creía que me había vengado de los que me
hacían huir.
Al caer la tarde aún seguíamos con nuestro deporte favorito: correr. De golpe, el
compañero de mi lado cayó atravesado por un disparo en el pecho. A gritos iba pidiendo
que lo cogiéramos pero nuestro afán se centraba en llegar a una pared que veíamos a
pocos metros para poder salvar la piel. Una vez resguardados en el parapeto el teniente
me dijo que sacara la cabeza para saber la situación del enemigo y la del herido. Yo le
dije que por qué no la sacaba él ya que eso era lo más parecido a una lluvia torrencial,
pero de balas. Allí resistimos hasta el anochecer. Sólo entonces pudimos retirar a
nuestro compañero herido y volver a marchar hacia las montañas con la amenaza latente
de las balas enemigas. Como las desgracias nunca vienen solas empezó a llover sin
parar durante 3 días con sus noches. Cuando oscurecía, al no conocer el terreno,
teníamos que andar cogidos de la mano para no perdernos. Por entonces yo disponía de
un gran ajuar que consistía en 3 mantas, 1 capote y unos zapatos nuevos del 45 que no
podía ponerme porque yo calzaba un 39. Mi calzado estaba totalmente agujereado y mis
pies inundados. La última noche dormimos en un campo labrado que parecía un
barrizal. Un compañero de mi escuadra sabiendo que yo disponía de dichas mantas y el
capote me pidió para dormir juntos a lo cual accedí a condición de que él pusiera su
manta debajo para que las mías no se mojaran. Él no aceptaba así que puse el capote en
el suelo y me tapé con las 3 mantas y me dispuse a dormir. Fue imposible porque el
compañero se había pegado a mí y sus temblores exagerados provocados por el frío no
me permitían pegar ojo pero, como es de suponer, no le dejé meterse debajo de mis
mantas. En la guerra te vuelves insensible y el egoísmo es una de las cosas que no se
perdonan.
Cuando despertamos a la mañana siguiente nos esperaban unos camiones para
llevarnos a un pueblo llamado OLOST. Allí quedamos emplazados hasta nueva orden
con la correspondiente satisfacción por nuestra parte porque dejábamos de correr
momentáneamente. Por entonces yo estaba en ametralladoras y desde el emplazamiento
de la máquina se divisaba la carretera a una distancia como la del taller al Coll de la
Maña. Estando en mi trinchera veo aparecer a todo el ejército franquista en plena
formación, con las banderas desplegadas con aire triunfal y desafiante, las armas y los
uniformes brillando con el sol de la joven mañana. Sonreí y mi dedo se curvó sobre el
disparador. Abrí fuego sobre la columna y aquello parecía la huida de Egipto. Se
desperdigaron como hormigas pisadas por una bota. Yo seguía disparando a discreción
hasta que ellos cogieron posiciones y me localizaron. Entonces si que se armó el Cristo
porqué llovían balas por todas partes. Cargamos la ametralladora en un camión y nos
largamos a lo nuestro, o sea, retirarnos. El camión nos dejó cerca de Olot. Atravesamos
el pueblo a pie mientras veíamos como era saqueado por militares y paisanos. Al final
de un cruce nos encontramos con una caja de munición ardiendo que salían las balas en
todas direcciones y
parecía
imposible
atravesar esa barrera. v4Lo
hicimos
arrastrándonos
serpientes.
como
Para
aumentar
nuestras
desgracias al llegar a
las últimas casas del
pueblo aparecieron 3
cazas y empezaron a
ametrallarnos
haciendo
cadena y
bombas
la
clásica
arrojando
de
mano.
Viendo la situación
me arrojé en plancha
a la carretera entre
una tormenta de balas.
De pronto vi que un
caza enfilaba en mi dirección. Delante mío el asfalto saltaba por el impacto de los
proyectiles. Cuando ya estaba convencido de que la próxima bala sería para mí hundí la
cabeza en el suelo esperando mi destino pero por el propio efecto cadena o porque el
avión tuvo que remontarse la bala pegó detrás de mí. Conseguimos escapar del ataque
aéreo y seguimos la retirada. Por el camino íbamos encontrando cadáveres en todas las
posturas imaginables pero eso ya no me afectaba. Sin embargo sí me apenó ver un
caballo desangrándose con un impacto en el pecho y permanecí frío ante el jinete que
estaba a su lado con los sesos destrozados.
Más adelante encontré un saco de azúcar de 20 kg que no dudé en cargarme a la
espalda. Al llegar a un puente estrecho mi ángel de la guarda actuó por enésima vez al
desviar una bala hacia el saco y salvarme la vida. Solté el saco salvavidas y salí
corriendo como alma que lleva el demonio. Pasados unos kilómetros encontramos unos
camiones que nos llevaron a Camprodon y de allí a un campamento en Molió donde nos
esperaban otros camiones con comida, que buena falta nos hacía. Yo cogí por mi cuenta
un saco de patatas y conservas y nos encaminamos hacia los Pirineos. El comandante
nos reunió en una explanada y nos dijo que íbamos a cruzar la frontera y que al otro
lado nos esperaban los franceses con los brazos abiertos. El plan era avituallarnos en
Francia y embarcarnos para ir a defender Valencia. Solté el saco de patatas con desgana
porque en teoría en el país vecino nos esperaban provisiones. Los gendarmes nos
cachearon como a vulgares asesinos y nos hicieron tirar las armas. Incluso había alguno
con sentido del humor que se metía la mano en la entrepierna y nos decía riendo que allí
tenía oculta una pistóle. Ni que decir tiene que a los 10 metros ya tenía una pistola en
las manos que pasé al compañero de delante ya que no se de que leches estaban hechos
los gendarmes.
Después de andar mucho llegamos a Prats de Molió. Acampamos en una gran
explanada a la orilla del río entre una multitud de caballos. El frío era bestial. Junto a 2
compañeros decidimos escapar a un pueblo vecino donde encontramos una casa en la
que nos dejaban dormir en una especie de pajar y la señora de la casa nos traía un plato
de sopa caliente. Esto lo repetimos durante 3 días. Dejábamos el campamento al
anochecer y regresábamos cuando amanecía.
Hasta el tercer día de estar en el
campamento no nos dieron comida y cuando lo hicieron nos dieron un pan para tres y
una lata de sardinas para dos. Suerte tuvimos de la sopa y la salchicha que nos ofrecían
en el pueblo. Considerando las precarias condiciones alimenticias decidí espabilarme
por mi cuenta. Cuando llegaba el suministro del pan lo apilaban en unas mesas. Yo me
acercaba a la pila con mi enorme capote volando al viento (que allí nunca faltaba) y
dejaba que el capote se posara encima de los panes. Entonces lo retiraba sonriendo y me
disculpaba pero al hacerlo me llevaba un par o tres de chuscos. Pero dio la casualidad
que un refugiado como yo se dio cuenta de la artimaña y también quiso participar. Yo
accedí si íbamos a medias. Quedamos de acuerdo y así lo hicimos varias veces hasta que
una vez al coger uno de los panes toda la pila se derrumbó. Nosotros ayudamos
amablemente a recolocar los chuscos para disimular nuestras acciones. Con todo ese
pan que "recogíamos" alimentaba a 2 personas que estaban tan desmoralizadas que eran
incapaces de sobrevivir por su cuenta.
Siempre pedían voluntarios para cualquier cosa. Una vez los requirieron para
limpiar un campo que había más arriba. Me apunté y cuál no sería mi sorpresa cuando
me dieron las dos herramientas más odiadas por mí: el pico y la pala. Me pasé la
mañana del pico a la pala y de la pala al pico de tal manera que cuando llegó la hora de
comer no había hecho nada. Comí y pedí permiso para ir a beber agua al río. Entonces
me acordé que en el campamento era la hora del rancho y ni corto ni perezoso volví allí
y comí por segunda vez. Como he dicho antes en aquel campo había muchos caballos
sueltos. Lo más curioso es que dormíamos entre ellos y me demostraron una vez más
que los animales tienen más entendimiento que los humanos. Una vez me desperté con
la pata de uno de ellos encima de mi pecho. No hacía ni la más mínima presión. A
veces, al amanecer, aparecía algún gendarme muerto. Los franceses se creían muy
superiores ya que decían que lo que nos pasó a nosotros en la guerra jamás podría
ocurrir en la Gran Francia. A los pocos años serían ellos los que correrían como conejos
hasta Dunkerke hostigados por el mismo enemigo.
Un buen día llegaron unos camiones para trasladarnos al este, a Lebarcares, a
orillas del mar. Nos metieron en barracones y así empezó una larga estancia en el campo
de concentración. Todo el recinto estaba rodeado de alambre de espino menos por la
parte del mar. El día que salí no había más de un metro de alambrada. El régimen
alimenticio consistía en leche y un chusco por la mañana, a mediodía sopa con espina o
aleta de bacalao y de segundo bacalao frito o carne y por la noche más de lo mismo. Lo
que se dice un hotel de 5 estrellas comparado con lo que habíamos pasado. En estos
lugares siempre haces nuevas amistades. Conocí a un "tanquista" que estaba hecho un
buen elemento. Nada más llegar le robó la moto a un policía y como castigo lo metieron
en mi barracón. Poco tiempo después le hicieron "policía". Me apreciaba tanto que dejó
encargado al jefe de barracón que su ración de comida diaria me la dieran a mí y pobres
de ellos que no lo cumplieran. Como nuca he sido pájaro de jaula y no me apetecía estar
inactivo me escapaba cada día del campo (que esto era lo más difícil) y me iba al campo
vecino que era un cuartel de
soldados franceses. Allí les lavaba
la ropa a cambio de algunos francos
y me dejaban meter el plato donde
tiraban las sobras de su comida (no
sin antes haber comido yo). Con el
plato lleno regresaba al campo
(para entrar nadie te decía nada) y
les
daba
la
comida
a
unos
compañeros mayores de la quinta
del 2o que estaban acojonados y no
eran capaces de menear el culo por
nada. Recuerdo que había una
especie de rulote fuera del campo
donde se exponían, supongo que
para vender, unos trabajos dignos
de artistas como una sirena tallada en hueso o concha dentro de la cascara de una nécora
o un barco de vela con todo el velamen y cordaje entre más cosas dignas de ver.
Antes no he contado que después de hacer mis trabajos a los franceses pasaba
por unas duchas y quedaba como nuevo. Los franceses, como he dicho antes, se las
daban de listos pero eran más inocentes que un niño. Recuerdo que una vez nos pilló un
coronel del ejército francés y nos dijo que nos haría arrestar por la guardia. Nos ordenó
sentarnos mientras iba a buscar la guardia. Apenas se había dado la vuelta que ya
estábamos a veinte leguas. También era capaz de subir en marcha al camión del pan y
desde el estribo pedir a los conductores que me dejaran coger un par de panes ( o los
que cayeran). Al cabo de poco tiempo el mando francés puso policía reclutada entre los
mismos españoles que, armados con porras de madera, eran los encargados de
vigilarnos.
J
Recuerdo un caso bastante crudo de un cartero sin escrúpulos que arrancaba los
sellos de las cartas para venderlos y enterraba la correspondencia. Cuando le
descubrieron le mataron a palos.
Aunque parezca mentira en el campo de concentración había de todo, hasta
barrio chino. Un oficial francés tuvo la mala idea de darse una vuelta por él. Vio un
encendedor tipo americano que era una monería y lo compró. El hombre siguió andando
feliz y se paró para contemplar la gran obra que había adquirido. Cuando metió la mano
en el bolsillo el encendedor ya no estaba. Montó en cólera y fue a buscar un
destacamento de soldados al campamento francés. Cuando regresó ya no había ni barrio
chino ni nada. Hasta había desaparecido el sillón del barbero. El resultado fue un día de
arresto sin comer.
Al cargo de nuestra custodia detrás de las alambradas estaban unos tipos
desagradables de nacionalidad senegalesa más malos que el color de su piel. Desde el
interior del campo les vendíamos cosas y hacíamos trueques de objetos por francos a
través de las alambradas. Hubo uno en particular que se pasaba de listo. Te pedía que le
mostraras el objeto en cuestión y luego se largaba sin pagar. No podías quejarte a nadie
porque era tu palabra contra la suya. El senegalés hacía este juego constantemente hasta
un día que se le llevó un anillo a un compañero nuestro que juró vengarse. Cogió una
bomba de mano y la disfrazó. El senegalés le pidió si la podía ver y al tiempo que se la
entregaba le sacó con disimulo la anilla de seguridad. Como es fácil suponer el
senegalés no engañó nunca más a nadie porque quedó seco allí mismo.
Para escapar de la monotonía del campo decidimos hacer una pequeña
expedición nocturna por los alrededores. En un lago encontramos una barca que
conseguimos meter dentro del campo y de esta manera nos paseábamos por la playa
como si de un yate se tratara. El castigo más temido del campo era que te metieran en el
Hipodrom, una playa cercada por alambradas de espinos. Te quitaban los cordones de
los zapatos y el cinturón y tenías que andar durante 3 días y 3 noches sin comer ni
beber. Tampoco podías parar para hacer tus necesidades. En aquel campo dejaron la
vida varios soldados.
Los días transcurrían monótonos hasta que ocurrió un hecho que cambiaría
totalmente mi destino: recibí una carta oficial del cónsul de España en la cual me decía
que si estaba vivo mandara noticias a mi madre ya que ella se había interesado por mí a
través del consulado. Entonces se me encendió la bombilla y vi la manera de regresar a
mi país. Jugando con la poca cultura del mando nacional y ayudado por el miedo hacia
todo lo que sonara oficial me dirigí al campo nacional y enseñando la carta al que estaba
al mando le hice creer que el cónsul me reclamaba y debía regresar cuanto antes. Él
insistía que la carta no se ajustaba a mi versión de los hechos pero yo le dije que si no
me permitía salir podría verse envuelto en un buen lío. Al final tragó. A los 2 días
estaba en el camión N 13 rumbo a España. Lo primero que divisé al pasar la frontera
fueron las dos fuerzas que mandaban en este país: un guardia civil y un cura. Llegué a
Figueres y ahí me metieron en un tren con el peor destino posible: las minas de Asturias
a picar carbón. Mi cabeza empezó a maquinar como librarme de ese destino. No me
había devanado los sesos para salir del dichoso campo para acabar pudriéndome en una
mina de carbón. Cuando pasé por Granollers me las ingenié para que avisaran a la
CANTINERA de la estación (que era mi madre) para decirle que me dirigía a
Barcelona. Al llegar a Barcelona les pedí a los guardias que nos custodiaban (4 ó 5 para
todo el tren) que me dejasen ir al water. A parte de los susodichos guardias en la
estación no había otro tipo de vigilancia. Volví a pedir permiso, esta vez para telefonear,
y me lo concedieron a condición de que no tardara. Según creo aún los han visto por la
estación esperando mi regreso porque yo, a la que me vi libre, metí la directa y no me
paré hasta la casa de unos amigos que mi madre tenía en el Born. Desde allí telefoneé a
mi madre para que me viniera a recoger.
Arriba, un grupo de
prisioneros del ejército
sublevado capturados por
los republicanos en el
frente del Ebro en agosto
de 1938.
A la izquierda, entierro en
las calles de Barcelona de
un voluntario extranjero
que luchaba al lado de la
República.
Detalle del cinturón armado de un soldado republicano.
ív.1
ap^SSS^^á
Huellas del paso de las tropas
franquistas en un muro del frente
de Madrid reconquistado por el
ejército de la República.
LA CANCIÓN DE LAS BRIGADAS
INTERNACIONALES
LA CANCIÓN DEL SARGENTO
INTENDENTE
TEXTO: Erich Weiner. MÚSICA:Espinosa-Palac¡o.
El queso, el queso que te haría caer al suelo
está en el almacén, en almacén,
el queso, el queso que te haría caer el suelo
está en el almacén del sargento.
Lejos de nuestra tierra nos hallamos,
vinimos pertrechados sólo con ira,
mas sin hogar jamás hemos estado
Madrid, en la avanzada, es hoy nuestra patria.
Mas sin hogar jamás hemos estado
Madrid, en la avanzada, es hoy nuestra patria.
Aquí, en las trincheras, codo a codo peleamos,
con nuestros hermanos españoles, bajo el sol de
Castilla.
ESTRIBILLO
¡Adelante, Brigadas
alzad la bandera de
¡Adelante, Brigadas
alzad la bandera de
Internacionales, adelante!
la solidaridad.
Internacionales, adelante!
la solidaridad.
El té, el té que yo no veré
está en el almacén, en el almacén
el té, el té que yo no veré
está en el almacén del sargento.
Las ratas, las ratas de los cascos y las polainas
están en el almacén, en el almacén
las ratas, las ratas de los cascos y las polainas
están en el almacén del sargento.
Las judías, las judías que te harían echar barriga
están en el almacén, en el almacén
las judías, las judías que te harían echar barriga
están en el almacén del sargento.
La libertad de España está en nuestras manos,
y para defenderla hemos cruzado el mar.
¡La legión extranjera que se vaya al diablo!
¡Mal haya el maldito general!
¡La legión extranjera que se vaya al diablo!
¡Mal haya el maldito general!
Se veía desfilando por Madrid sin tardanza,
pero llegamos antes que su ejército.
El jefe, el jefe que nunca nos da fletes
está en el almacén, en el almacén
el jefe, el jefe que nunca nos da fletes
está en el almacén del sargento.
ESTRIBILLO
VIVA LA QUINCE BRIGADA
Con pistolas, con rifles y con bombas
seremos exterminio de la plaga fascista.
Nojjjás bandidos y no más piratas,
i os pertenece hermanos.
Ros Inflexibles para con los fascistas,
Inflexibles también para con los traidores.
Viva la quince brigada
Rúmbala, rúmbala, rum-ba-la
(Repetir)
Que se ha cubierta de gloria
Ay Manuela, ay Manuela!
(Repetir)
ESTRIBILLO
Luchamos contra los moros
Rúmbala, rúmbala, rum-ba-la
(Repetir)
LIED DER INTERNATIONALEN
BRIGADEN
Mercenarios y fascitas
Ay Manuela, ay Manuela!
(Repetir)
Wir, im fernen Vaterland geboren
Nahmen nichts ais Hass ¡m Herzen mit.
Doch wir haben die Heimat nicht verloren,
Unsre Heimat ist heute vor Madrid!
Spaniens Brüder stehn auf der Barrikade
Unsere Brüder sind Bauer und Prolet.
Solo es nuestro deseo
Rúmbala, rúmbala, rum-ba-la
(Repetir)
Vorwárts Internationale Brigade!
Hoch die Fahne der Solidaritát!
Spaniens Freiheit heisst jetzt unsre Ehre.
Unser Herz ist intemational.
Jagt sum Teufel die Fremdenlegionáre,
Jagt ins Meer den Banditengeneral.
Tráumte schon in Madrid slch zur Parade,
¡wir waren schon da, er kam zu spát.
Doc^vii
Vorwárts Internationale Brigade!
Hoch die Fahne der Solidaritát!
Mit Gewehren, Bomben und Granaten,
Wird das Ungeziefer ausgebrannt,
Frei das Land von Banditen und Piraten,
Brüder Spaniens, denn euch gehórt das Land.
Dem Faschistengesindel keine Gnade.
Keine Gnade dem Hund, der uns verrát!
Vorwárts Internationale Brigade!
Hoch díe Fahne der Solidaritát!
Acabar con el fascismo
Ay Manuela, ay Manuela!
(Repetir)
En los frentes del Jarama
Rúmbala, rúmbala, rum-ba-la
(Repetir)
No tenemos ni aviones
Ni tanques, ni cañones, ay Manuela!
(Repetir)
Ya salimos de España
Rúmbala, rúmbala, rum-ba-la
(Repetir)
QUARTERMASTER SONG
There is cheese, cheese, that brings you to your
knees
In the store, ¡n the store
There is cheese, cheese, that brings you to your
knees
In the quartermaster's store.
There is tea, tea, but no for you and me,
In the store, in the store
There ¡s tea, tea, but no for you and me,
In the quartermaster's store.
There are rats, rats, ¡n bowlder an spats,
In the store, ¡n the store
There are rats, rats, in bowlder an spats,
In the quartermaster's store.
There are beans, beans, that make you fill your
jeans,
In the store, in the store
There are beans, beans, that make you fill your
jeans,
In the quartermaster's store.
There's a chief, chief, who never bring us beef,
In the store, ¡n the store
There's a chief, chief, who never bring us beef,
In the quartermaster's store
THE YOUNG MAN FROM ALCALÁ
A Spaniard who halls from Alcalá,
When angered would shout mucha mala,
He tossed a grenade at a Moorish Brigade,
And blew all those fascist to Allah,
Yippee ai attee ai ay.
O the Lincoln Battalion by cracky,
A bunch of brave bozos thought wacky,
They held down the line for months at a time,
Gainst Franco l'l Duce's lackey.
Yippee ai attee ai ay.
Twas there on the plains of Brúñete,
Midst a hall of steel and confeti,
With our planes and our bombs we would smash
Franco's ranks,
Got sick on Italian spaghetti,
Yippee ai attee ai ay.
O the Lincoln boys fought at Jarama,
They made the fascisti cry mama,
They were holding the line for months at a time,
And for sport they would play with a bomba,
Yippee ai attee ai ay.
A codger from oíd Albacete,
Took on 16 goats or a betta,
When asked how he felt, he just up hitched up his
belt,
And said, "I can't tell just as yetta".
Yippee ai attee ai ay.
Para luchar en otros frentes
Ay Manuela, ay Manuela!
(Repetir)
EL QUINTO REGIMIENTO
LOS SOLDADOS DE LA CIÉNAGA
Y cuanto el ojo abarca
es sólo yermo o ciénaga.
Ni un pájaro que cante nos alegra,
los robles desnudos asemejan fantasmas.
Somos los soldados de la ciénaga,
marchando con palas al pantano.
Arriba y abajo se pasean los guardias
¿Quién podría escapar?
Huir es enfrentarse a una muerte segura,
nos conforta la vista de las alambradas.
Somos los soldados de la ciénaga,
marchando con palas al pantano.
¿De qué nos sirve lamentarnos?
El invierno pronto pasará,
el día llegará en que con júbilo gritemos:
¡Patria querida al fin te poseemos!
Ya no habrá más soldados de la ciénaga,
que con las palas marchen al pantano.
El diez y ocho de julio
En el patio de un convento
El pueblo madrileño
Fundó el Quinto Regimiento,
Coro:
Venga, jaleo, jaleo
Sueño de una ametralaldora
Y Franco se va paseo
Y Franco se va paseo
Con Lister y Campesino
Con Galán y con Modesto
Con el comandante Carlos
No hay miliciano con miedo
(Repetir Coro)
Son los 4 batallones
Que Madrid están defendiendo:
Se va lo mejor de España
La flor más roja del pueblo
(Repetir Coro)
Con el quinto, quinto, quinto
Con el Quinto Regimiento,
Madre, yo me voy al frente
Para las lineas de fuego.
(Repetir Coro)
SI ME QUIERES ESCRIBIR
HANS BEIMLER
HANS BEIMLER
Si me quieres escribir
Ya sabes mi paradero
(Repetir)
TEXTO: Ernst Busch
MÚSICA: Friedich Silcher
En el frente de Gandesa
Primera linea de fuego
(Repetir)
En Madrid, en las trincheras de avanzadas
en la hora de mayor peligro,
allí con las Brigadas Internacionales
y con el corazón por el odio encendido
estaba Hans, el comisario.
Vor Madrid im Schützengraben
In der Stunde der Gefahr,
Mit den eisernen Brigaden,
Sein Herz voll Hass geladen,
Stand Hans, der Kommissar.
Si tu quieres comer bien
Barato y de buena forma
(Repetir)
En el frente de Gandes
Allí tienes una fonda
(Repetir)
En la entrada de la fonda
Hay un moro Mójame
(Repetir)
Que te dice:"Pasa,pasa
¿que quieres para comer?"
(Repetir)
El primer plato que dan
Son granadas rompedoras
(Repetir)
El segundo de metralla
Para recordar memorias
(Repetir)
Para luchar por la libertad
hubo de abandonar su casa
y se vino a Madrid, a pelear,
junto al Manzanares, de aguas ensangrentadas
murió Hans, el Comisario.
murió Hans, el Comisario.
Una bala que llegó silbando
desde su patria fascista
le acertó, alcanzó el blanco,
de cañón bien construido partía,
de una pistola alemana,
de una pistola alemana.
De todo corazón yo te prometo,
mientras vuelvo a cargar el arma,
que permanecerás en mi recuerdo
y por tu muerte tomaré venganza.
Hans Beimler, nuestro Comisario,
Hans Beimler, nuestro Comisario.
Si me quieres escribir...
Repetir 1" estrofa)
1
S CUATRO GENERALES
Los cuatro generales
mamita mía,
que se han alzado.
Para la Nochebuena
mamita mía,
serán ahorcados.
Madrid, que bien resistes
mamita mía,
los bombardeos
De las bombas se ríen
mamita mía,
los Madrileños.
Madrid, dich wunderbare
mamita mía,
dich wollten sie nehmen.
Doch deiner treuen Sóhne
mamita mía,
brauscht du dich nicht schámen.
Und alie daine Tranen
mía,
erden wir ráchen.
TEXTO: Bertold Brecht
MÚSICA: Hans Eisler
Madrid, extraordinario,
mamita mía,
querían tomarte.
Y como ser humano,
el hombre rechaza que le pongan la pistola en la
sien.
No necesita criados,
ni necesita amos.
Pues: un, dos, tres; pues: un, dos, tres.
¡Compañeros, en tu lugar!
Porque eres del pueblo afilíate ya
en el Frente Popular.
Pero tus leales hijos,
mamita mía
no han de dejarte.
Madrid, toda tu pena
mamita mía,
la vengaremos.
La vieja esclavitud,
mamita mía,
caerá sin duelo.
Los cuatro generales eran Franco, Mola, Várela y
Queipo de Llano. Cada uno de ellos mandaba una
de las cuatro columnas que avanzaban sobre
Madrid. Con el nombre de "quinta columna*
designaban los fascistas españoles a sus propios
espías, que desde las filas de los leales,
cooperaban con el enemigo.
TEXTO: Karl Ernst
MÚSICA: Peter Daniel
Spaniens Himmel breiter seine Sternee
Uber unsre Schützengraben aus.
Und der Morgen grüsst schon aus der Ferne,
Bald geht es zum neuen Kampf hinaus.
ESTRIBILLO
¡Redoblen los tambores!¡Listos!¡A la carga!
¡Marchemos, la victoria será la recompensa!
¡A aplastar su columna! ¡En alto la bandera
escarlata!
¡Preparados!¡Listos!¡Adelante el batallón
Thaelmann!
Hans Beimler, diputado de la Dieta de Baviera,
ingresó en el campo de concentración de Dachau a
principios de 1933. Fue uno de los pocos
prisioneros que consiguió escapar. Vino a España
como jefe del primer contingente de voluntarios de
las Brigadas Internacionales, que contribuyeron a
salvar Madrid en noviembre de 1936. Fue comisario
político de las Brigadas internacionales y murió en
combate en diciembre de 1936.
MELODÍA: "De los 4 muleros"
(Canción popular española)
DIE THALMANN-KOLONNE
Los fascistas de Franco no avanzarán ni un paso,
Aunque caigan las balas, duras como el pedrisco,
Camaradas sin par marchan a nuestro lado,
Para la retirada no hay sitio.
Kann dirdie Hand drauf geben
Derweil ich eben lad1Du bleibst ín unser.m Leben,
Dem Feind wird nicht vergeben,
Hans Beimler, Kamerad.
LA CANCIÓN DEL FRENTE UNIDO
LA COLUMNA THAELMANN
ESTRIBILLO:
Lejos de nuestra tierra,
Y sin embargo alerta.
Por ti estamos luchando para alcanzar
¡la libertad!
Eine Kugel kam geflogen
Aus der "Heimat" für ihn her.
Der Schuss war gut gezogen,
Der Lauf war gut gezogenEin deutsches Schiessgewehr.
LOS CUATRO GENERALES
Und alie unsre Knechtschaft
mamita mía,
die werden wir brechen.
El fulgor de las estrellas viste el cielo de España
En el llano, sobre nuestras trincheras,
De lejos nos saluda la mañana
¡al combate! Nos dice sin tregua
Seine Heimat musst er lassen,
Weil er Freihetskámpfer war.
Auf Spaniens blut'gen Strassen,
Für das Recht der armen Klassen
Starb Hans, der Kommissar.
Die Heimat is weit,
Doch wir sind bereit
Wir kámpfen und siegen für dich: Freiheit!
Dem Faschisten werden wir nicht weichen,
Schlckt er auch die Kugeln hageldicht
Mit uns stehn Kameraden ohnegleichen
Und ein Rückwárts gibt es für uns nicht.
Die Heimat is weit,
Doch wir sind bereit
Wir kámpfen und siegen für dich: Freiheit!
Rührt die Trommel! Fállt die Bajonette!
Vorwárts marsch! Der sieg ist unser Lohn!
Mit der roten Fahne! Brecht die Kette!
Auf zum Kampf das Thálmand-Bataillon!
Die Heimat ¡s weit,
Doch wir sind bereit
Wir kámpfen und siegen für dich: Freiheit!
Tú que eres obrero, ven
ven con nosotros, no temas amigo.
Partimos hacia la gran unión
de todos los que trabajan.
Pues: un, dos, tres; pues: un, dos, tres.
¡Compañeros, en tu lugar!
Porque eres del pueblo afilíate ya
en el Frente Popular.
Y como trabajador
al hombre le gusta ser su propio jefe.
La liberación de los trabajadores
sólo a ellos compete.
Pues: un, dos, tres; pues: un, dos, tres.
¡Compañeros, en tu lugar!
Porque eres del pueblo afilíate ya
en el Frente Popular.
Esta es la canción del Batallón Thaelmann, la
primera unidad de las Brigadas Internacionales que
llegó a España integrada por antifascistas
alemanes. En la madrugada del 7 de noviembre de
1936, a los habitantes de Madrid les despertó el
ruido de las botas de los soldados que desfilando
recorrían las calles. Creyendo que Franco había
tomado la ciudad, se precipitaron a las ventanas. Lo
que vieron fue el primer cuerpo de tropas
especializadas desfilando bajo la bandera de la
República, escarlata, dorada y roja; era el batallón
Thaelmann que se dirigía al Manzanares, al oeste
de la ciudad. En gran medida fue el heroísmo del
batallón Thaelmann lo que salvó Madrid en aquel
momento, con Franco en las mismísimas puertas.
Sólo un puñado de los 500 hombres que integraban
originalmente el batallón sobrevivieron a la guerra.
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