solemnidad de santa teresa de jesús

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SOLEMNIDAD DE SANTA TERESA DE JESÚS
Managua, 15 de octubre de 2012
Mis queridas hermanas Madres Carmelitas descalzas de Managua, Madre Carmen Teresa y hermanas de la comunidad;
mis queridos hermanos carmelitas descalzos de la Parroquia El Carmen de Managua, P. Antonio Barrios y P. Victorino Bal.
Queridos sacerdotes concelebrantes; queridos hermanos y hermanas del Carmelo Seglar de Nicaragua, hermanos y
hermanas que participan de esta Eucaristía a través de la transmisión en vivo de Radio Católica y Radio María en todo el
país y más allá de nuestras fronteras; queridos hermanos y hermanas, amigos del Carmelo, congregados en asamblea
eucarística en este monasterio de las Madres Carmelitas Descalzas de Managua para celebrar la solemnidad de Santa
Teresa de Jesús.
1. El Carmelo Teresiano se alegra profundamente al celebrar hoy a su fundadora y madre espiritual,
Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia. Quienes vivimos el evangelio a la luz de la doctrina y el
espíritu de Santa Teresa, a la cual nos referimos con amor llamándola «nuestra Santa Madre», nos
sentimos hoy especialmente agraciados por Dios al haber sido llamados a beber de esta fuente riquísima
de vida espiritual. En esta fiesta de Santa Teresa, a pocos días de haber dado inicio en la Iglesia al año
de la fe, deseamos renovar hoy nuestra adhesión de fe a Cristo, «amigo verdadero», «capitán del amor»,
nuestro «buen Maestro», expresiones todas del léxico teresiano que nos invitan a contemplar con amor y
seguir con decisión «por este camino de la oración al que tanto nos amó» (Vida 11,1).
UNA EXPERIENCIA RECIBIDA DE DIOS
2. En el evangelio que acabamos de proclamar los judíos muestran su asombro ante la doctrina y la
predicación de Jesús: ¿Quién lo ha constituido maestro en Israel?, ¿con qué autoridad enseña en el
Templo de Jerusalén? La autoridad para enseñar le era conferida al alumno de parte de un maestro y de
la escuela en la que había estudiado; Jesús, en cambio, no había frecuentado ninguna escuela rabínica, ni
había sido entrenado académicamente en las técnicas tradicionales de la interpretación de la Escritura.
Para los adversarios de Jesús, él no poseía ninguna autorización para ejercer como maestro. La respuesta
de Jesús, sin embargo, es clara: “Mi enseñanza no procede de mí, sino de aquél que me envió. El que
está dispuesto a hacer la voluntad de Dios, podrá experimentar si mi enseñanza viene de Dios o si yo
hablo por mi cuenta» (Jn 7,17). A la raíz de la doctrina de Jesús hay una experiencia única: la
experiencia de vivir en modo íntimo y personal la relación con el Padre, como su Hijo muy amado, y la
experiencia de vivir olvidado de sí buscando en todo la gloria de Dios.
3. La doctrina teresiana tampoco se fundamenta en conocimientos académicos aprendidos. Teresa
enseña a partir de la rica experiencia de vida espiritual que el Señor le concede. Al inicio de Camino de
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Perfección lo afirma como presupuesto fundamental de su magisterio: «No diré cosa que en mí o por
verla en otras, no la tenga por experiencia» (Pról. 3), en el libro de la vida confiesa en modo semejante
que hablará «de lo que el Señor me ha enseñado por experiencia y después tratadólo yo con grandes
letrados y personas espirituales de años» (Vida 10,9).
LA EXPERIENCIA DE LA FE
4. La fe es de hecho algo más que afirmación de verdades. La experiencia de la fe es confianza en Dios,
es docilidad a sus caminos, es obediencia a su Palabra, es comunión y celebración eclesial, es exigencia
de testimonio. Es sobre todo encuentro y vida en Cristo, íntima, profunda, personal. La fe es experiencia.
Debe ser necesariamente una experiencia. Una fe desprovista de experiencia no sería fe. Por eso hoy es
tan importante acercarnos a los místicos como Teresa de Jesús, cuya doctrina nace de la experiencia y
nos lleva a vivir la fe como experiencia. Hemos iniciado hace pocos días el año de la fe. El Papa nos ha
recordado, en efecto, lo que nos debemos proponer conseguir en este año: «Redescubrir los contenidos
de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto en que se cree, es un
compromiso que todo creyente debe hacer propio, sobre todo en este año» (Porta Fidei, 10).
LOS RETOS ACTUALES DE LA FE
5. Iniciamos este año de la fe en una sociedad en la que se intenta a nivel cultural y social eclipsar o
manipular el misterio de Dios y en donde mucha gente confunde la fe con la vivencia de lo religioso por
tradición o como manifestación meramente sentimental. Iniciamos este año en medio de una sociedad
«desértica» de valores, usando una expresión de S.S. Benedicto XVI en la homilía de apertura del año de
la fe. Iniciamos el año de la fe también con grandes retos: vivir la fe en modo personal, pero no privado;
vivir la fe como experiencia personal de Jesucristo en la Iglesia pero expresada a través de la caridad en
todas sus formas, privilegiando nuestra solidaridad con las más pobres e incluyendo el compromiso
social y político que nos lleve a luchar por la justicia y la verdad, denunciando también todo lo que se
opone a ello.
El Santo Padre Benedicto XVI nos ha recordado en su homilía de apertura del año de la fe que en el
mundo ha aumentado la «desertificación» espiritual. Y añadía: «Pero precisamente a partir de la
experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer,
su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo
que es esencial para vivir (…). Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia
vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza (…).
Hoy más que nunca evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y
así indicar el camino». En el «desierto» de nuestro espíritu y en el desierto nuestra sociedad
nicaragüense estamos llamados a vivir la fe como experiencia de encuentro con Cristo, como
experiencia de comunión en la Iglesia y como experiencia de testimonio del Evangelio.
EL PUNTO DE PARTIDA DE LA FE
6. La palabra de Santa Teresa de Jesús, verdadera maestra de la fe, puede iluminar mucho nuestro
camino de creyentes. Ella nos recuerda que en camino de la fe es indispensable en primer lugar el
contacto personal, el encuentro vivo con Cristo, como amor encarnado. Reconocer en él el sí definitivo
de Dios, su amor sin límites hacia nosotros: «Pues quiero concluir con esto –dice la Santa en el capítulo
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22 de su autobiografía–: que siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo
tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios al darnos tal prenda de que nos tiene; que amor saca
amor» (Vida 22,14). Creer es descubrirnos amados y renovar continuamente esta experiencia, hasta «que
se nos imprima en el corazón este amor» dirá la Santa. No hay fe auténtica ni fe viva, sin esta primera
experiencia fundante y originaria. “Este es el sentimiento de fe primero e indispensable; el sentimiento
que da seguridad a la criatura humana y la libra del miedo, aun en medio de las tormentas de la historia”
(Benedicto XVI, Audiencia General, 15.02.06).
7. Santa Teresa describe el camino de la fe como una experiencia profundamente relacional en la que se
le revela progresivamente un Dios del que se puede decir: «Puedo tratar como con amigo aunque es
Señor» (Vida 37,5). La oración, concebida como «trato de amistad» con Dios, es para ella un momento
privilegiado de la vida de fe. La oración tal como ella la concibe y la vive es decisiva en el camino de fe
pues en la oración el creyente se coloca «cabe este buen Maestro» (Camino 26,10), dispuesta a aprender
de él, sabiendo que «sin ruido de palabras le está enseñado este maestro divino» (Camino 25,1). Para la
Santa la oración no es una búsqueda egoísta de sí mismo, sino un momento en el que la escucha de la
palabra y la presencia de Cristo nos empujan fuera de sí. La Santa enseña, en efecto, que si alguien está
mucho tiempo con Dios en la oración, «poco se debe acordar de sí; toda la memoria se le va en cómo
más contentarle, y en qué y por dónde mostrará el amor que le tiene» (7 Moradas 4,6). Este es el camino
de la fe: salir de sí, para apoyarse en Cristo y vivir de él y para él.
8. La Santa Madre presenta además la experiencia de la fe como experiencia de Iglesia, a la cual ella se
adhiere con profundo amor y en cuya comunión quiso vivir y morir. Es la piedra de toque de la
autenticidad de sus experiencias místicas. Son proverbiales sus confesiones de fe, sujetándose a «las
verdades de nuestra fe católica» (Vida 10,6) y a «lo que la tiene la santa Iglesia Católica Romana»
(Moradas, pról. 3). El misterio de la Iglesia lo vive creando y llevando adelante un original tipo de
fraternidad, como grupo reunido en el nombre de Cristo, todo orientado a vivir el evangelio y a
estructurar la vida personal y comunitaria con fuerte sentido apostólico en favor de la Iglesia y del
mundo. La Santa se propuso –confiesa ella misma– «seguir los consejos evangélicos con toda la
perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo» (Camino
1,2), exhortando al mismo tiempo a las hermanas con estas palabras: «ayudadme a suplicar esto al
Señor, que para esto os juntó aquí» (Camino 1,5); «estáse ardiendo el mundo (…), no, hermanas mías,
no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia» (Camino 1,5). Tener fe ser Iglesia, como
realidad de comunión profunda en Cristo, y ser Iglesia, como comunidad de servicio y de testimonio del
Evangelio en la sociedad.
TODO LO BUENO AMAN
Para que el camino de la fe, nacido del encuentro personal con Cristo y vivido en la Iglesia madure y
arraigue en nuestra humanidad, Santa Teresa nos enseña que es necesario también nutrir unos
presupuestos o disposiciones humanas, que podríamos llamar existenciales o antropológicas, sin los
cuales el camino teologal no se encarna y se hace concreto en la vida personal y social. El auténtico
creyente ama el bien, ama la justicia, la verdad y todo aquello que en el mundo es reflejo de la
trascendencia de Dios y semilla escondida del evangelio en la condición humana. Por eso la Santa
recomienda en el camino de la fe, el cultivo de las virtudes: «sino procuráis virtudes y hay ejercicio de
ellas os quedaréis enanas» (7 Moradas 4,9). De ahí también su amor por la verdad, la gratitud, la
afabilidad y tantas otras virtudes humanas, que en el fondo son expresión de la fe en el Dios que ha
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querido asumir en Cristo todo lo bueno de la humanidad. Por eso también la Santa se refiere a los
creyentes auténticos, a los que de veras aman a Dios con estas palabras: «Quienes de veras aman a Dios,
todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos
se juntan siempre y los favorecen y defienden; no aman sino verdades y cosa que sea digna de amar»
(Camino 40,3). ¡Qué fe tan humana y encarnada la que nos propone Santa Teresa!
LA CONFORMACIÓN CON CRISTO
8. Con todo, la expresión suprema de la fe se manifiesta en la adopción de una forma de vida que
reproduzca la vida de Jesús en la que Dios se nos ha revelado. Se encarnará, sobre todo en una
determinada forma de vivir que reproduce la forma de vivir que Jesús ha instaurado como realización
del Reino de Dios. Y como lo esencial de la forma de vida de Jesús se resume en su ser para los demás
manifestado en el amor y en el servicio, la experiencia cristiana de Dios tendrá su manifestación más
auténtica en el servicio y el amor a los hermanos.
En las Séptimas Moradas la Santa Madre presenta, en efecto, como plenitud de la vida de fe la
conformación con Cristo Crucificado, en quien se revela inconmensurable el amor de Dios al hombre y
el amor del hombre a Dios: “¿Sabéis que es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien
señalados con su hierro que es el de la cruz, porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda vender
por esclavos de todo el mundo como él lo fue; que no les hace ningún agravio ni pequeña merced” (7M
4,8). Para Santa Teresa la existencia cristiana se fundamenta en la obediencia y la docilidad a los
caminos de Dios (“esclavos de Dios”) y se expresa a través de la donación de sí mismo a los demás a
imitación de Jesús (“esclavos de todo el mundo como él lo fue”). La esencia de la vida de fe es el
seguimiento de Jesús. El cristiano se relaciona con Dios, con los demás y con el mundo a imitación de
Jesús.
9. Para Santa Teresa todas las gracias que se puedan recibir de Dios en el camino de la fe, no tienen otro
objetivo sino concedernos la gracia de seguir a Jesús, imitándolo y conformándonos en todo a él: “Bien
será hermanas, deciros qué es el fin para que hace el Señor tantas mercedes [...], no piense alguna que es
sólo para regalar estas almas, que sería grande yerro; porque no nos puede Su Majestad hacérnosle
mayor, que es dándonos vida que sea imitando a la que vivió su Hijo tan amado; y así tengo yo por
cierto que son estas mercedes para fortalecer nuestra flaqueza [...], para poderle imitar en el mucho
padecer” (7M 4,4).
MARTA Y MARÍA HAN DE ANDAR SIEMPRE JUNTAS
10. La experiencia cristiana de Dios en la fe comporta la síntesis de dos dimensiones ineludibles: la
dimensión mística que actualiza en la relación y el encuentro personal gracias al Espíritu de Dios en
Jesucristo, camino hacia el Padre, lugar y sacramento del encuentro con él. Y la dimensión práctica que
comporta la encarnación en la propia vida de las actitudes, sentimientos y comportamientos de
Jesucristo. Una buena síntesis del camino de fe en la espiritualidad teresiana se encuentra en su
convicción de que Marta y María «han de andar siempre juntas». La verdadera fe en Cristo solamente es
posible cuando se conjugan en la vida la escucha silenciosa de María y la actividad hacendosa de Marta.
La Santa ha intuido que solo María no basta, pues a Jesús no solamente hay que recibirlo en el corazón a
través de la escucha, sino que también hay que ofrecerle de comer. Y ya que «su manjar es que de todas
las maneras que pudiéramos lleguemos almas para que se salven y siempre le alaben» (7M 4,12), es
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imprescindible la actividad de Marta. Las figuras de Marta y María, tal como las utiliza la Santa, sirven
para mostrar que la vida de fe es auténtica solamente cuando la experiencia interior se manifiesta en la
acción y cuando la acción encuentra su sentido y su fuerza en la vivencia interior. La figura solitaria de
María, sin Marta, lleva al intimismo, al espiritualismo desencarnado y al desinterés por los problemas de
los demás y de la sociedad; la figura solitaria de Marta, sin María, conduce al activismo, al hacer
desasosegado y puramente sentimental, nos lleva a una religiosidad superficial, susceptible de ser
manipulada ideológicamente.
CONCLUSIÓN
En este año de la fe Santa Teresa nos vuelve a recordar que la experiencia de Dios, se vive siempre en la
fe y nunca fuera de ella; que la fe es y debe ser experiencia; que la experiencia de Dios más intensa
corresponde a una más plena realización del hombre y a un mayor compromiso como Iglesia al servicio
de una sociedad mejor.
Mons. Silvio José Báez, o.c.d.
Obispo Auxiliar de Managua
Secretario General de la Conferencia Episcopal de Nicaragua
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