GUBERNAMENTALIDAD Y CIUDADANÍA EN LA SOCIEDAD NEOLIBERAL1 Rodrigo Castro Orellana (Univ. Valparaíso, Chile) Los procesos de modernización de la sociedad occidental en las últimas tres décadas se han caracterizado por su velocidad trepidante y por la irrupción de nuevos escenarios de conflicto y contradicción. Por una parte, el capitalismo ha alcanzado un estadio de desarrollo global que ha supuesto la desterritorialización del mercado y las lógicas de consumo que lo acompañan. Este proceso, altamente exitoso desde la perspectiva del incremento de la riqueza de los grupos económicos ha sido ligado a la consolidación planetaria de un modelo democrático de contenido neoliberal, cuyo eje lo constituye el individuo y el aparente universo de libertades en que éste habitaría (Friedman, 1966; Von Hayek, 1978). Sin embargo, por otro lado, puede observarse la existencia de una serie de fenómenos que evidencian una crisis asociada al modelo de modernización en que nos desenvolvemos. La falta de equidad del sistema, por ejemplo, representa un problema creciente y dramático en algunas zonas del mundo cuya realidad no puede ser separada de un dinamismo económico que precisamente parece reforzar nichos de pobreza y marginación. Asimismo, el discurso de las libertades propio de las democracias occidentales queda cuestionado en su valor político si consideramos lo que Habermas ha denominado privatismo cívico, es decir, el proceso cultural por el cual los individuos se orientan cada vez más hacia el consumo, el ocio, el placer o el estatus privado (Habermas, 1989a). Este último fenómeno daría cuenta no sólo de una legitimidad débil del modelo por su cuestionamiento permanente desde los intereses privados y particulares, sino que además pone sobre el tapete una cierta descomposición del espacio público y una jibarización de la ciudadanía –entendida como el desenvolvimiento de una razón universal- en beneficio de un individualismo radicalizado. Así pues, la ciudadanía se nos presenta como un concepto poderosamente interpelado desde las propias lógicas del neoliberalismo que tienden a la promoción de 1 Este trabajo es producto del proyecto de investigación postdoctoral Nº 3070060 financiado por FONDECYT y la Universidad de Valparaíso (Chile). 1 subjetividades atomizadas y autorreferenciales en la red normalizada del consumo2. Se trata de un cuestionamiento que responde al proceso material de expansión de las actividades económicas como objeto central de la actividad política. Esta dinámica determinaría el debilitamiento de la capacidad de construcción intersubjetiva de la realidad y, por ende, una merma de los vínculos de solidaridad. Debord se refería a este mismo proceso como la «supresión de la calle», es decir, como la pérdida del espacio político sustantivo en donde el hombre vivencia su libertad como actor de un proyecto colectivo (Debord, 1999: 146). Por otro lado, cabría agregar que esta negación empírica y contemporánea de la ciudadanía, tiene su equivalente –aunque de una naturaleza muy distinta- en el orden epistemológico. En efecto, la tradición filosófica reciente ha problematizado insistentemente la idea de ciudadanía, a partir de una crítica radical de los valores del humanismo ilustrado. En este último sentido, los pensadores frankfurtianos y otros como Arendt o Levinas, nos han hecho observar el contenido totalitario que parece anidar en la matriz filosófica de la modernidad y que evidencia un lazo subterráneo entre el humanismo racionalista y la espiral genocida del siglo XX. La consecuencia de estos enfoques para una revisión de la idea de ciudadanía resulta evidente. ¿Cómo pensar la ciudadanía democrática cuando la ilusión del sujeto constituyente se ha borrado de un plumazo? ¿Es posible articular un concepto de ciudadanía en una época post-humanista y post-metafísica? La neutralización empírica y epistemológica de la idea de ciudadanía obliga a repensar este concepto a la luz de los dilemas que involucra el nuevo escenario de la sociedad globalizada y en función de una comprensión del sujeto que no suponga un retroceso a formas teóricas arcaicas no exentas de numerosos peligros. En este contexto, considero que una ciudadanía deseable y posible solamente puede vislumbrarse una vez que nos aproximemos a una lectura crítica de la globalización neoliberal. Dicho trabajo tendría que alcanzar como resultado una dilucidación del régimen de subjetividad vigente en nuestra actualidad, así como del grado de conexión que existiría entre los modos de ser sujeto y los mecanismos de poder que articula el capitalismo tardío. 2 En tal sentido, resultan paradójicos todos los discursos de los gobiernos que circulan hoy en día defendiendo una política de la ciudadanía o proponiendo una educación para la ciudadanía. En este último caso, cabría señalar que el actual debate sobre educación para la ciudadanía en España oculta (tal vez de forma intencionada) el problema de fondo que aquí subyace. Más allá de la cuestión del laicismo subsiste el desafío de una educación crítica y transformadora del orden social. 2 Lecturas del capitalismo avanzado Así pues, la pregunta por la naturaleza del diagrama de relaciones de poder y por las formas emergentes de construcción de la individualidad en nuestro presente, constituye una condición previa para alcanzar una reflexión que problematice el concepto de ciudadanía. Además, tal inquietud nos parece especialmente relevante y urgente, toda vez que observamos en la discusión teórica imperante una serie de insuficiencias respecto a la descripción y explicación de la complejidad que caracteriza a las sociedades neoliberales. A continuación nos referiremos a tres niveles de interpretación que –si bien aportan sugerentes observaciones- evidencian limitaciones muy significativas: el análisis cultural del capitalismo, la teoría social sobre la modernización y las lecturas filosóficas de la modernidad (Vázquez, 2002). El primer nivel se refiere a una serie de autores que han realizado un estudio semiológico del capitalismo avanzado, el cual se centra en el fenómeno del individualismo narcisista. Tal es el caso de Sennett, quien sostiene que asistimos en nuestra cultura a un desarrollo patológico del narcisismo que involucra la imposibilidad de entender el mundo social como una esfera de relaciones impersonales, ajenas al ámbito sentimental del yo (Sennett, 1980). Desde el mismo punto de vista, Lasch destaca la experiencia del vacío que se relaciona con esta búsqueda compulsiva del bienestar personal (Lasch, 1999). Lipovetsky, por su parte, atribuye este vacío existencial a un proceso cultural de raíz filosófica que implica la plena realización de la postmodernidad y del dictum nietzscheano de la muerte de Dios (Lipovetsky, 1986). De este modo, estos autores, pretenden efectuar una interpretación de la cultura contemporánea a partir de un conjunto de signos que remiten a una misma matriz de sentido: el individualismo nihilista. Tal fórmula, desde nuestro punto de vista, evidencia tres dificultades significativas. En primer lugar, la comprensión de la cultura como una totalidad de expresiones coherentes, lo que no se condice con el devenir contradictorio y heterogéneo que ha alcanzado el régimen de subjetividad neoliberal. En segundo término, el énfasis otorgado a la dinámica del individualismo cultural no se completa con una reflexión sobre la forma de inserción de estos procesos en los dispositivos de poder imperantes. Finalmente, y esto es aplicable de manera particular al análisis de Sennett, se observa una evidente nostalgia por los lazos cívicos y comunitarios, cuestión que se traduce en una comprensión del fenómeno narcisista como pérdida de un espacio político en-sí. 3 Por otro lado, autores como Giddens, Beck o Bauman han articulado una teoría social sobre el proceso de modernización de indudable impacto en los últimos años. El sociólogo británico ha destacado el papel de las fuerzas dinamizadoras características de las dimensiones institucionales de la modernidad como formadoras de un tipo de subjetividad autopoiética, más libre y capaz de autodeterminarse (Giddens, 1993, 1994). Esta modulación del yo no implica una despolitización, sino una nueva lógica política postradicional en que prima la proliferación de estilos de vida y la esfera privada. Se trata de una visión bastante optimista de la génesis de la sociedad neoliberal, que en ciertos aspectos rivaliza con la visión más sombría de Ulrich Beck. Según este último, asistiríamos, en la actualidad, a un desplazamiento de la sociedad industrial de clases a la sociedad del riesgo, lo cual supone situarse en un sistema donde la incertidumbre y la inestabilidad son inherentes (Beck, 1998, 2003). Los peligros e inseguridades no sólo tienen un carácter global o ambiental, sino que también afectan al orden biográfico y cultural. En este contexto, se articularía un intenso proceso de individualización en el cual se nos impone la libertad y se nos insta permanentemente a optar. Tal exigencia evidencia, por tanto, que el primado del interés individual es más una autodeterminación obligada que una huída de lo social. Bauman, por su parte, considera que se ha producido un desplazamiento desde una modernidad pesada, sólida, condensada y sistémica –que es enemiga acérrima de la contingencia y la variedad- a una modernidad fluida donde el capital ya no se encuentra fijado a un lugar sino que se desplaza y se deslocaliza. En este proceso de licuefacción de la realidad, el mundo se convierte en una colección infinita de posibilidades efímeras. Esto condicionaría de un modo ambivalente la experiencia de los individuos, atrapados en la encrucijada entre lo satisfactorio de las posibilidades (el placer del consumo) y la inquietud por la indeterminación del mundo (la angustia de la libertad). En suma, Giddens, Beck y Bauman desmienten el repliegue narcisista del individuo estableciendo la dependencia de la subjetividad respecto a una red de vínculos institucionales y a una nueva forma de construir espacios de sociabilidad y acción política. Sin embargo, el vínculo que identifican aún parece demasiado abstracto y se apoya en una comprensión de la subjetividad como constante histórica que adopta formas variables. Por ende, aquí permanece pendiente una reflexión que logre delimitar con claridad la funcionalidad política del régimen de subjetividad descrito sin recurrir a una antropología fundamental, es decir, efectuando una radical historización del yo. 4 En otro orden de consideraciones, desde el punto de vista filosófico pueden identificarse dos lecturas contrapuestas del devenir de la modernidad y del modelo de subjetividad a ella asociado. Se trata, en el primer caso, de la crítica al individualismo de masas como efecto natural del individualismo originario del derecho de propiedad privada y de libre iniciativa. Desde este prisma, se rechaza la homologación de las diferencias a la que se intenta conducir al mundo contemporáneo (Lyotard, 1984), la reducción técnica del ser humano (Heidegger, 1984, 1998) y la restricción de las posibilidades de vida por la lógica de una razón tecno-instrumental (Adorno, Horkheimer, 2001). Este enfoque –según nuestro criterio- también resulta insuficiente puesto que corresponde a la dinámica excluyente y normalizadora del capitalismo de mediados del siglo XX y no al régimen actual del capitalismo avanzado que consiste precisamente en una promoción de las diferencias y las singularidades (Bauman, 2002). Hoy en día la subjetividad no es objeto de nivelación sino que se la entiende flexible y plural. Existe una primacía de los afectos personales frente al cálculo personal o del bienestar privado ante la moral del logro y del rendimiento. Como afirman Hardt y Negri, las estructuras y las lógicas del poder contemporáneo son inmunes a la política postmoderna de la diferencia, toda vez que ellas cooperan en la afirmación de las hibridaciones y la superación de las reducciones binarias (Hardt, Negri, 2002: 139). Además, esta perspectiva filosófica clausura su mirada en el antagonismo entre una individualidad auténtica (perdida) y una individualidad alienada (propia de la actualidad). La segunda lectura filosófica de la modernidad que cabe destacar supone una interpelación radical de la anterior, bajo una crítica al pensamiento antihumanista por su negación de elementos valiosos e irrenunciables de la filosofía del sujeto. Según Ferry y Renaut, Heidegger y sus herederos habrían erosionado la tradición contribuyendo al cultivo de una individualidad irresponsable y al desgaste de toda forma de universalismo (Ferry, Renaut, 1985). Este análisis enlaza con los argumentos de Apel (1985) y Habermas (1989b) respecto a la necesidad de recuperar la tradición del humanismo ilustrado tomando distancia de la metafísica y, a su vez, de cualquier recurso al individualismo que desconozca el imperio de la ley racional. Respecto a este último punto de vista, puede señalarse que incurre en un olvido de los múltiples vasos comunicantes que existen entre la subjetividad contemporánea y el sujeto autónomo y universal de la tradición humanista. Entre el homo economicus y nuestro actual homo psychologicus operan ineludibles continuidades. Por otra parte, esta 5 perspectiva nos hace retornar a la defensa de un antropologismo fundamental que redunda en una deshistorización del yo. En tal sentido, cabría apostar por una comprensión de la subjetividad en la modernidad tardía que no suponga una resurrección más o menos maquillada del sujeto constituyente o su reemplazo por la vorágine de las máscaras. Precisamente en dicha perspectiva, proponemos un nuevo enfoque de las dinámicas constitutivas de la modernidad y de las formas de individualización a ellas asociadas. Todo esto bajo la hipótesis de que las dificultades mencionadas anteriormente en los diversos enfoques teóricos sobre la modernización pueden ser resueltas recurriendo a la analítica foucaultiana del poder desarrollada en la década de los setenta. Postulamos que el trabajo de Foucault sobre esta materia proporcionaría las herramientas necesarias para dar cuenta de la complejidad de las relaciones de poder y subjetivación que se despliegan en las sociedades neoliberales. Gubernamentalidad y biopolítica Ciertamente, esta hipótesis implica observar el desplazamiento que se produce en la analítica del poder entre 1976 y 1979. Esta transición, escasamente estudiada por los comentaristas de la obra (Cfr.: Álvarez Yagüez;, 1995; Deleuze, 1987; Gabilondo, 1990; Lanceros, 1996; Morey, 1983; Ortega, 1999; Rajchman, 1987; Sauquillo, 1989; Schmid, 2002), conduce al filósofo de Poitiers, desde el modelo bélico del poder como mecanismo disciplinario de intervención de los cuerpos individuales, al modelo del gobierno como dinámica organicista que apunta a la acción de los individuos. De hecho, llega a afirmar que «el modo de relación propio del poder es el gobierno» (Foucault, 1988: 234). Es decir, el concepto de gobierno sería aquél que permite comprender más adecuadamente el funcionamiento de la práctica política propia de la modernidad. En este contexto, emerge la noción de gubernamentalidad (governamentalità) como el conjunto constituido por las instituciones, los procedimientos, análisis y reflexiones, los cálculos y las tácticas, los controles reguladores diseminados que permiten ejercer una forma de poder cuya meta principal es la población y la apropiación política de la vida (Foucault, 1999a: 195). Según el autor francés, la aparición del problema de la población en el Siglo XVIII resulta decisiva para el desarrollo de una tecnología de gobierno que se articula fuera de los márgenes del principio de soberanía. En efecto, se produce un deslizamiento en los objetivos del «buen gobierno» desde el fortalecimiento de la potencia del soberano (o 6 del Estado) al aseguramiento y la administración de los fenómenos propios de la masa. Este descubrimiento de la población como un campo de regularidades propias, con efectos económicos específicos, explicaría el nacimiento de una tecnología política cuyo fin último lo constituye la gestión del cuerpo-especie. Así pues, la gubernamentalidad corresponde a una línea de fuerza en la historia de Occidente que se caracteriza por el desarrollo de una serie de aparatos de poder-saber cuya finalidad reside en mejorar el destino de las poblaciones, la duración de su vida, su salud, sus flujos y su actividad en general (Foucault, 1999a: 192). Dicha tecnología de gobierno evidencia, entonces, una naturaleza eminentemente biopolítica, lo cual se traduce en que la vida del hombre como ser viviente se halla intervenida, regulada y puesta en entredicho por los dispositivos de poder (Foucault, 1998). Cabe agregar, además, que la biopolítica ha sido decisiva para la génesis del capitalismo, de acuerdo a una sólida conexión que se establece entre gobierno-población y economía, la cual aún no ha sido disociada en el presente. De hecho, la gubernamentalidad arrastra los efectos de la biopolítica hasta la escena contemporánea, expresando de manera creciente las consecuencias de un poder que ya no encuentra en el territorio y la soberanía su interés, sino que se desterritorializa para hacer de las subjetividades su soporte principal. Foucault analiza esta temática de las tecnologías de gobierno principalmente en los cursos que dictó en el Collegè de France entre 1977 y 1979 (Le Blanc, Terrel, 2003). En dichos escritos, el filósofo francés establece, en primer lugar, una genealogía de la gubernamentalidad que nos conduce al modelo del gobierno de las almas y los cuerpos en la pastoral cristiana, a las «artes del buen gobierno» en los discursos de los siglos XVI y XVII, al desarrollo del mercantilismo durante el siglo XVII, a la problematización de la población en el siglo XVIII, a la medicalización de la sociedad en el siglo XIX, etcétera. En esta genealogía resulta decisiva la transformación que se produce en la razón gubernamental alrededor del siglo XVIII y que supone un paso desde formas de intervención estrictamente reglamentarias –centradas en la razón de estado y la policía- a una lógica de poder que se caracteriza por el dejar hacer, el suscitar o el facilitar (Foucault, 2006). De esta manera, emerge un nuevo modelo de intervención que apuesta por la gestión de procesos y por procurar que las regulaciones necesarias y naturales actúen en el orden de los fenómenos humanos. La libertad, entonces, se va a convertir en un elemento indispensable de este nuevo arte de gobernar, lo cual representa el primer 7 antecedente de la dinámica característica de una gubernamentalidad liberal. Una nueva lógica de poder cuyo problema principal no es la restricción del deseo y el disciplinamiento exhaustivo de los cuerpos, sino el saber cómo decir sí al deseo y la administración de los movimientos circulatorios de la población. Así pues, la modernidad supone el descubrimiento de un nuevo desafío para los sistemas de poder: la producción y la administración de la vida de los individuos. No obstante, para lograr dicho propósito no es siempre necesaria una intervención directa y brutal de la vida material. La gubernamentalidad liberal demuestra que –para alcanzar los objetivos biopolíticos- basta con una tecnología reguladora que se pliegue a los ritmos de la vida con tanta fineza que el estado de dominación parezca identificarse con ella misma. En suma, el liberalismo debería ser pensado, como una tecnología que busca reformar y racionalizar la gubernamentalidad del Estado, asignando al mercado la función de testear y medir los excesos y los límites del «buen gobierno». Se trata, al final de cuentas, de una situación paradójica en la cual el neoliberalismo aboga por un gobierno frugal y minimizado en su rol interventor, extendiendo al mismo tiempo la racionalidad administrativa del mercado a cualquier dominio de la vida humana. No estamos, por tanto, ante una superación de la lógica gubernamental de la sociedad disciplinaria o de la razón de Estado, sino ante un nuevo tipo de gubernamentalidad. Libertad, vida y resistencia Puede concluirse que la temática del gobierno en Foucault permite observar fenómenos que operan en las sociedades neoliberales que otros enfoques teóricos parecen no poder identificar con absoluta precisión. En concreto, la noción de gubernamentalidad ofrece un nuevo panorama respecto a las tecnologías de poder en la sociedad global y sus formas de individualización. En este contexto, y sólo como una aproximación preliminar, pueden mencionarse cuatro contribuciones de esta analítica del poder que involucran diversas líneas de investigación. En primer lugar, el problema del concepto mismo de libertad. La noción de gubernamentalidad, como ya puede haberse visto, se fundamenta en la superación de la dicotomía poder-libertad. De esta forma, puede vislumbrarse la nueva lógica política en que se ancla el dispositivo liberal como sistema de gobierno que precisamente se apoya en la libertad. Los imperativos culturales, en este sentido, son claros. Estamos 8 conminados a hacernos cargo de nosotros mismos, a gestionar nuestras posibilidades y, finalmente, a saber vendernos o insertarnos en el mercado laboral. Cabría entonces preguntar: ¿qué sentido adquiere la demanda de emancipación propia del pensamiento crítico en un orden que exige a los gobernados ser libres? Desde tal perspectiva, podría afirmarse que la mutua dependencia del poder y la libertad explicarían la coexistencia aparentemente contradictoria del malestar cultural con la servidumbre voluntaria y la falta de potencial transgresor de las masas. Dicho de otro modo, sería la propia ambigüedad de la libertad lo que subyace en la doble experiencia del sujeto contemporáneo: una libertad que es goce (la oferta del consumo) y una libertad que es angustia (la oferta terapéutica). Y si la emancipación se halla puesta entre paréntesis, ¿qué sentido tiene una noción de ciudadanía en un sistema social que nos fuerza a ser «empresarios de nosotros mismos»? ¿Qué significa ser libre y ciudadano, en un contexto cultural que fomenta un estilo de vida gregario (bajo el imperativo del hombre-masa) del mismo modo que promueve la autogestión existencial? Se trata nuevamente de una paradoja singular. La promoción neoliberal de las libertades privadas y la diferenciación se manifiesta de forma creciente como una libertad para siempre lo mismo (Adorno, Horkheimer, 1994: 212), en que las opciones seleccionadas dentro del menú conducen a una repetición obsesiva de las formas de vida. En el paroxismo de un mercado ilimitado de posibilidades, los individuos eligen rutinas cada vez más previsibles. Segundo aporte: la relación entre gubernamentalidad y liberalismo pone en evidencia la función decisiva de la gestión biopolítica de la población para los intereses del mercado. Esto significa que hay vidas que circulan financieramente y otras que no, dentro del marco de un nuevo tipo de biopolítica que determina la monetarización de la existencia. Tal proceso no implica únicamente una apropiación de los cuerpos en el mercado global, sino además su exclusión o desecho. Esta nueva biopolítica emerge con absoluta claridad en dos dimensiones fundamentales del capitalismo contemporáneo: la industria de los seguros y la industria de la salud. Se trata de sistemas que encuentran en la vida una fuente de consumo y riqueza, en la misma medida en que administran una política del dejar morir. De este modo, el neoliberalismo evidencia en último término que la aparente desterritorialización de los mercados se sustenta en un recurso estrictamente territorial: los procesos de subjetivación de los individuos. Tercer elemento: la existencia de una clara imbricación entre las tecnologías de gobierno y las tecnologías del yo. Esto último supone que el poder no sólo opera en un 9 plano heteroformativo, sino que incorpora la relación que el individuo establece consigo mismo dentro de los sistemas reguladores. Aquí correspondería preguntar por la forma que adquieren estas tecnologías del yo en la gubernamentalidad liberal. Pareciera que el fenómeno del individualismo, de la cultura psicoterapéutica, de los imperativos de autogestión personal o de cuidado del propio cuerpo, así como los nuevos recortes biográficos que supone el uso extensivo del crédito de consumo o la invención del hombre-hipotecado, pueden ser situados como piezas decisivas de un dispositivo político. Tales modos de subjetivación, aportarían ciertas ventajas o rendimientos propicios que refuerzan el modelo de sociedad neoliberal. Asistiríamos a una suerte de privatización de las contradicciones, donde los sujetos tienden a experimentar los conflictos estructurales de la sociedad como asuntos que corresponde resolver en el ámbito de lo personal. De esta forma, se produce una invisibilización de la dimensión social de los problemas y todo «queda atado y bien atado» en la simple docilidad del individuo. Cuarto aspecto: el problema de la resistencia. ¿Cuáles son los nuevos modos de exclusión que produce un sistema cuyo énfasis se halla en la demanda de la autogestión individualista? ¿Dónde reside la dimensión intolerable de este nuevo régimen de subjetividad? ¿Cuáles son los costes de las formas de individualización que nos son asignadas? ¿En qué sentido y bajo qué categorías el dispositivo poder-libertad del neoliberalismo podría ser denunciado como mecanismo de control? Si efectivamente la libertad puede ser un punto de apoyo para el poder, esto nos obliga no solamente a reformular dicha categoría, sino sobre todo a articular una nueva concepción de la resistencia. Foucault insiste en reiteradas oportunidades que donde hay poder hay resistencia, lo cual determina que el juego sea abierto y fascinante. El poder no se inscribe en el orden del bien y del mal, sino que supone fundamentalmente algo peligroso. Sin embargo, cuando nos preguntamos por las formas de resistencia que subyacen en el escenario de relaciones de poder desplegadas por el sistema neoliberal resulta evidente que existe una enorme dificultad para poder observarlas y registrarlas. Esta limitación podría explicarse por un rasgo central de la propia gubernamentalidad neoliberal que consiste en presentarse como el eje articulador del «mejor de los mundos posibles», donde ya nada más puede ser. Fin de la historia, clausura del drama milenario del hombre, caída del telón. Se trata de una lógica de cierre que involucra un aspecto inédito de esta forma de gubernamentalidad con respecto a otros episodios históricos. En ello, claro está, reside el máximo peligro de 10 nuestro presente y la gravedad de permanecer ciegos a cualquier forma de resistencia. Frente a dicha amenaza, precisamos una nueva ciudadanía crítica abocada a la tarea de pensar y denunciar lo que hace el neoliberalismo con nosotros mismos. Una ciudadanía que es resistencia; que fractura la historia introduciendo la posibilidad de lo impensado y que responde a la apropiación mercantil de la vida, haciendo de la existencia un modo de lucha. Galiza, Veran do ano 2007. BIBLIOGRAFÍA Adorno, T; Horkheimer, M. (2001). Dialéctica de la Ilustración: Fundamentos Filosóficos. Madrid: Trotta. Álvarez Yáguez, J. (1995). Michel Foucault: Verdad, Poder, Subjetividad. La Modernidad Cuestionada. Madrid: Ediciones Pedagógicas. Apel, K. (1985). La Transformación de la Filosofía. Madrid: Taurus. Bauman, Z. 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