Gobernabilidad y ciudadanía en la sociedad neoliberal.

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GUBERNAMENTALIDAD Y CIUDADANÍA
EN LA SOCIEDAD NEOLIBERAL1
Rodrigo Castro Orellana (Univ. Valparaíso, Chile)
Los procesos de modernización de la sociedad occidental en las últimas tres
décadas se han caracterizado por su velocidad trepidante y por la irrupción de nuevos
escenarios de conflicto y contradicción. Por una parte, el capitalismo ha alcanzado un
estadio de desarrollo global que ha supuesto la desterritorialización del mercado y las
lógicas de consumo que lo acompañan. Este proceso, altamente exitoso desde la
perspectiva del incremento de la riqueza de los grupos económicos ha sido ligado a la
consolidación planetaria de un modelo democrático de contenido neoliberal, cuyo eje lo
constituye el individuo y el aparente universo de libertades en que éste habitaría
(Friedman, 1966; Von Hayek, 1978).
Sin embargo, por otro lado, puede observarse la existencia de una serie de
fenómenos que evidencian una crisis asociada al modelo de modernización en que nos
desenvolvemos. La falta de equidad del sistema, por ejemplo, representa un problema
creciente y dramático en algunas zonas del mundo cuya realidad no puede ser separada
de un dinamismo económico que precisamente parece reforzar nichos de pobreza y
marginación. Asimismo, el discurso de las libertades propio de las democracias
occidentales queda cuestionado en su valor político si consideramos lo que Habermas
ha denominado privatismo cívico, es decir, el proceso cultural por el cual los individuos
se orientan cada vez más hacia el consumo, el ocio, el placer o el estatus privado
(Habermas, 1989a). Este último fenómeno daría cuenta no sólo de una legitimidad débil
del modelo por su cuestionamiento permanente desde los intereses privados y
particulares, sino que además pone sobre el tapete una cierta descomposición del
espacio público y una jibarización de la ciudadanía –entendida como el
desenvolvimiento de una razón universal- en beneficio de un individualismo
radicalizado.
Así pues, la ciudadanía se nos presenta como un concepto poderosamente
interpelado desde las propias lógicas del neoliberalismo que tienden a la promoción de
1
Este trabajo es producto del proyecto de investigación postdoctoral Nº 3070060 financiado por
FONDECYT y la Universidad de Valparaíso (Chile).
1
subjetividades atomizadas y autorreferenciales en la red normalizada del consumo2. Se
trata de un cuestionamiento que responde al proceso material de expansión de las
actividades económicas como objeto central de la actividad política. Esta dinámica
determinaría el debilitamiento de la capacidad de construcción intersubjetiva de la
realidad y, por ende, una merma de los vínculos de solidaridad. Debord se refería a este
mismo proceso como la «supresión de la calle», es decir, como la pérdida del espacio
político sustantivo en donde el hombre vivencia su libertad como actor de un proyecto
colectivo (Debord, 1999: 146).
Por otro lado, cabría agregar que esta negación empírica y contemporánea de la
ciudadanía, tiene su equivalente –aunque de una naturaleza muy distinta- en el orden
epistemológico. En efecto, la tradición filosófica reciente ha problematizado
insistentemente la idea de ciudadanía, a partir de una crítica radical de los valores del
humanismo ilustrado. En este último sentido, los pensadores frankfurtianos y otros
como Arendt o Levinas, nos han hecho observar el contenido totalitario que parece
anidar en la matriz filosófica de la modernidad y que evidencia un lazo subterráneo
entre el humanismo racionalista y la espiral genocida del siglo XX. La consecuencia de
estos enfoques para una revisión de la idea de ciudadanía resulta evidente. ¿Cómo
pensar la ciudadanía democrática cuando la ilusión del sujeto constituyente se ha
borrado de un plumazo? ¿Es posible articular un concepto de ciudadanía en una época
post-humanista y post-metafísica?
La neutralización empírica y epistemológica de la idea de ciudadanía obliga a
repensar este concepto a la luz de los dilemas que involucra el nuevo escenario de la
sociedad globalizada y en función de una comprensión del sujeto que no suponga un
retroceso a formas teóricas arcaicas no exentas de numerosos peligros. En este contexto,
considero que una ciudadanía deseable y posible solamente puede vislumbrarse una vez
que nos aproximemos a una lectura crítica de la globalización neoliberal. Dicho trabajo
tendría que alcanzar como resultado una dilucidación del régimen de subjetividad
vigente en nuestra actualidad, así como del grado de conexión que existiría entre los
modos de ser sujeto y los mecanismos de poder que articula el capitalismo tardío.
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En tal sentido, resultan paradójicos todos los discursos de los gobiernos que circulan hoy en día
defendiendo una política de la ciudadanía o proponiendo una educación para la ciudadanía. En este
último caso, cabría señalar que el actual debate sobre educación para la ciudadanía en España oculta (tal
vez de forma intencionada) el problema de fondo que aquí subyace. Más allá de la cuestión del laicismo
subsiste el desafío de una educación crítica y transformadora del orden social.
2
Lecturas del capitalismo avanzado
Así pues, la pregunta por la naturaleza del diagrama de relaciones de poder y por
las formas emergentes de construcción de la individualidad en nuestro presente,
constituye una condición previa para alcanzar una reflexión que problematice el
concepto de ciudadanía. Además, tal inquietud nos parece especialmente relevante y
urgente,
toda vez que observamos en la discusión teórica imperante una serie de
insuficiencias respecto a la descripción y explicación de la complejidad que caracteriza
a las sociedades neoliberales. A continuación nos referiremos a tres niveles de
interpretación que –si bien aportan sugerentes observaciones- evidencian limitaciones
muy significativas: el análisis cultural del capitalismo, la teoría social sobre la
modernización y las lecturas filosóficas de la modernidad (Vázquez, 2002).
El primer nivel se refiere a una serie de autores que han realizado un estudio
semiológico del capitalismo avanzado, el cual se centra en el fenómeno del
individualismo narcisista. Tal es el caso de Sennett, quien sostiene que asistimos en
nuestra cultura a un desarrollo patológico del narcisismo que involucra la imposibilidad
de entender el mundo social como una esfera de relaciones impersonales, ajenas al
ámbito sentimental del yo (Sennett, 1980). Desde el mismo punto de vista, Lasch
destaca la experiencia del vacío que se relaciona con esta búsqueda compulsiva del
bienestar personal (Lasch, 1999). Lipovetsky, por su parte, atribuye este vacío
existencial a un proceso cultural de raíz filosófica que implica la plena realización de la
postmodernidad y del dictum nietzscheano de la muerte de Dios (Lipovetsky, 1986).
De este modo, estos autores, pretenden efectuar una interpretación de la cultura
contemporánea a partir de un conjunto de signos que remiten a una misma matriz de
sentido: el individualismo nihilista. Tal fórmula, desde nuestro punto de vista, evidencia
tres dificultades significativas. En primer lugar, la comprensión de la cultura como una
totalidad de expresiones coherentes, lo que no se condice con el devenir contradictorio y
heterogéneo que ha alcanzado el régimen de subjetividad neoliberal. En segundo
término, el énfasis otorgado a la dinámica del individualismo cultural no se completa
con una reflexión sobre la forma de inserción de estos procesos en los dispositivos de
poder imperantes. Finalmente, y esto es aplicable de manera particular al análisis de
Sennett, se observa una evidente nostalgia por los lazos cívicos y comunitarios, cuestión
que se traduce en una comprensión del fenómeno narcisista como pérdida de un espacio
político en-sí.
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Por otro lado, autores como Giddens, Beck o Bauman han articulado una teoría
social sobre el proceso de modernización de indudable impacto en los últimos años. El
sociólogo británico ha destacado el papel de las fuerzas dinamizadoras características de
las dimensiones institucionales de la modernidad como formadoras de un tipo de
subjetividad autopoiética, más libre y capaz de autodeterminarse (Giddens, 1993,
1994). Esta modulación del yo no implica una despolitización, sino una nueva lógica
política postradicional en que prima la proliferación de estilos de vida y la esfera
privada. Se trata de una visión bastante optimista de la génesis de la sociedad neoliberal,
que en ciertos aspectos rivaliza con la visión más sombría de Ulrich Beck.
Según este último, asistiríamos, en la actualidad, a un desplazamiento de la
sociedad industrial de clases a la sociedad del riesgo, lo cual supone situarse en un
sistema donde la incertidumbre y la inestabilidad son inherentes (Beck, 1998, 2003).
Los peligros e inseguridades no sólo tienen un carácter global o ambiental, sino que
también afectan al orden biográfico y cultural. En este contexto, se articularía un intenso
proceso de individualización en el cual se nos impone la libertad y se nos insta
permanentemente a optar. Tal exigencia evidencia, por tanto, que el primado del interés
individual es más una autodeterminación obligada que una huída de lo social.
Bauman, por su parte, considera que se ha producido un desplazamiento desde
una modernidad pesada, sólida, condensada y sistémica –que es enemiga acérrima de la
contingencia y la variedad- a una modernidad fluida donde el capital ya no se encuentra
fijado a un lugar sino que se desplaza y se deslocaliza. En este proceso de licuefacción
de la realidad, el mundo se convierte en una colección infinita de posibilidades
efímeras. Esto condicionaría de un modo ambivalente la experiencia de los individuos,
atrapados en la encrucijada entre lo satisfactorio de las posibilidades (el placer del
consumo) y la inquietud por la indeterminación del mundo (la angustia de la libertad).
En suma, Giddens, Beck y Bauman desmienten el repliegue narcisista del
individuo estableciendo la dependencia de la subjetividad respecto a una red de vínculos
institucionales y a una nueva forma de construir espacios de sociabilidad y acción
política. Sin embargo, el vínculo que identifican aún parece demasiado abstracto y se
apoya en una comprensión de la subjetividad como constante histórica que adopta
formas variables. Por ende, aquí permanece pendiente una reflexión que logre delimitar
con claridad la funcionalidad política del régimen de subjetividad descrito sin recurrir a
una antropología fundamental, es decir, efectuando una radical historización del yo.
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En otro orden de consideraciones, desde el punto de vista filosófico pueden
identificarse dos lecturas contrapuestas del devenir de la modernidad y del modelo de
subjetividad a ella asociado. Se trata, en el primer caso, de la crítica al individualismo
de masas como efecto natural del individualismo originario del derecho de propiedad
privada y de libre iniciativa. Desde este prisma, se rechaza la homologación de las
diferencias a la que se intenta conducir al mundo contemporáneo (Lyotard, 1984), la
reducción técnica del ser humano (Heidegger, 1984, 1998) y la restricción de las
posibilidades de vida por la lógica de una razón tecno-instrumental (Adorno,
Horkheimer, 2001).
Este enfoque –según nuestro criterio- también resulta insuficiente puesto que
corresponde a la dinámica excluyente y normalizadora del capitalismo de mediados del
siglo XX y no al régimen actual del capitalismo avanzado que consiste precisamente en
una promoción de las diferencias y las singularidades (Bauman, 2002). Hoy en día la
subjetividad no es objeto de nivelación sino que se la entiende flexible y plural. Existe
una primacía de los afectos personales frente al cálculo personal o del bienestar privado
ante la moral del logro y del rendimiento. Como afirman Hardt y Negri, las estructuras y
las lógicas del poder contemporáneo son inmunes a la política postmoderna de la
diferencia, toda vez que ellas cooperan en la afirmación de las hibridaciones y la
superación de las reducciones binarias (Hardt, Negri, 2002: 139). Además, esta
perspectiva filosófica clausura su mirada en el antagonismo entre una individualidad
auténtica (perdida) y una individualidad alienada (propia de la actualidad).
La segunda lectura filosófica de la modernidad que cabe destacar supone una
interpelación radical de la anterior, bajo una crítica al pensamiento antihumanista por su
negación de elementos valiosos e irrenunciables de la filosofía del sujeto. Según Ferry y
Renaut, Heidegger y sus herederos habrían erosionado la tradición contribuyendo al
cultivo de una individualidad irresponsable y al desgaste de toda forma de
universalismo (Ferry, Renaut, 1985). Este análisis enlaza con los argumentos de Apel
(1985) y Habermas (1989b) respecto a la necesidad de recuperar la tradición del
humanismo ilustrado tomando distancia de la metafísica y, a su vez, de cualquier
recurso al individualismo que desconozca el imperio de la ley racional.
Respecto a este último punto de vista, puede señalarse que incurre en un olvido de
los múltiples vasos comunicantes que existen entre la subjetividad contemporánea y el
sujeto autónomo y universal de la tradición humanista. Entre el homo economicus y
nuestro actual homo psychologicus operan ineludibles continuidades. Por otra parte, esta
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perspectiva nos hace retornar a la defensa de un antropologismo fundamental que
redunda en una deshistorización del yo. En tal sentido, cabría apostar por una
comprensión de la subjetividad en la modernidad tardía que no suponga una
resurrección más o menos maquillada del sujeto constituyente o su reemplazo por la
vorágine de las máscaras.
Precisamente en dicha perspectiva, proponemos un nuevo enfoque de las
dinámicas constitutivas de la modernidad y de las formas de individualización a ellas
asociadas. Todo esto bajo la hipótesis de que las dificultades mencionadas
anteriormente en los diversos enfoques teóricos sobre la modernización pueden ser
resueltas recurriendo a la analítica foucaultiana del poder desarrollada en la década de
los setenta. Postulamos que el trabajo de Foucault sobre esta materia proporcionaría las
herramientas necesarias para dar cuenta de la complejidad de las relaciones de poder y
subjetivación que se despliegan en las sociedades neoliberales.
Gubernamentalidad y biopolítica
Ciertamente, esta hipótesis implica observar el desplazamiento que se produce en
la analítica del poder entre 1976 y 1979. Esta transición, escasamente estudiada por los
comentaristas de la obra (Cfr.: Álvarez Yagüez;, 1995; Deleuze, 1987; Gabilondo,
1990; Lanceros, 1996; Morey, 1983; Ortega, 1999; Rajchman, 1987; Sauquillo, 1989;
Schmid, 2002), conduce al filósofo de Poitiers, desde el modelo bélico del poder como
mecanismo disciplinario de intervención de los cuerpos individuales, al modelo del
gobierno como dinámica organicista que apunta a la acción de los individuos. De hecho,
llega a afirmar que «el modo de relación propio del poder es el gobierno» (Foucault,
1988: 234). Es decir, el concepto de gobierno sería aquél que permite comprender más
adecuadamente el funcionamiento de la práctica política propia de la modernidad. En
este contexto, emerge la noción de gubernamentalidad (governamentalità) como el
conjunto constituido por las instituciones, los procedimientos, análisis y reflexiones, los
cálculos y las tácticas, los controles reguladores diseminados que permiten ejercer una
forma de poder cuya meta principal es la población y la apropiación política de la vida
(Foucault, 1999a: 195).
Según el autor francés, la aparición del problema de la población en el Siglo XVIII
resulta decisiva para el desarrollo de una tecnología de gobierno que se articula fuera de
los márgenes del principio de soberanía. En efecto, se produce un deslizamiento en los
objetivos del «buen gobierno» desde el fortalecimiento de la potencia del soberano (o
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del Estado) al aseguramiento y la administración de los fenómenos propios de la masa.
Este descubrimiento de la población como un campo de regularidades propias, con
efectos económicos específicos, explicaría el nacimiento de una tecnología política cuyo
fin último lo constituye la gestión del cuerpo-especie. Así pues, la gubernamentalidad
corresponde a una línea de fuerza en la historia de Occidente que se caracteriza por el
desarrollo de una serie de aparatos de poder-saber cuya finalidad reside en mejorar el
destino de las poblaciones, la duración de su vida, su salud, sus flujos y su actividad en
general (Foucault, 1999a: 192).
Dicha tecnología de gobierno evidencia, entonces, una naturaleza eminentemente
biopolítica, lo cual se traduce en que la vida del hombre como ser viviente se halla
intervenida, regulada y puesta en entredicho por los dispositivos de poder (Foucault,
1998). Cabe agregar, además, que la biopolítica ha sido decisiva para la génesis del
capitalismo, de acuerdo a una sólida conexión que se establece entre gobierno-población
y economía, la cual aún no ha sido disociada en el presente. De hecho, la
gubernamentalidad arrastra los efectos de la biopolítica hasta la escena contemporánea,
expresando de manera creciente las consecuencias de un poder que ya no encuentra en
el territorio y la soberanía su interés, sino que se desterritorializa para hacer de las
subjetividades su soporte principal.
Foucault analiza esta temática de las tecnologías de gobierno principalmente en
los cursos que dictó en el Collegè de France entre 1977 y 1979 (Le Blanc, Terrel, 2003).
En dichos escritos, el filósofo francés establece, en primer lugar, una genealogía de la
gubernamentalidad que nos conduce al modelo del gobierno de las almas y los cuerpos
en la pastoral cristiana, a las «artes del buen gobierno» en los discursos de los siglos
XVI y XVII, al desarrollo del mercantilismo durante el siglo XVII, a la
problematización de la población en el siglo XVIII, a la medicalización de la sociedad
en el siglo XIX, etcétera. En esta genealogía resulta decisiva la transformación que se
produce en la razón gubernamental alrededor del siglo XVIII y que supone un paso
desde formas de intervención estrictamente reglamentarias –centradas en la razón de
estado y la policía- a una lógica de poder que se caracteriza por el dejar hacer, el
suscitar o el facilitar (Foucault, 2006).
De esta manera, emerge un nuevo modelo de intervención que apuesta por la
gestión de procesos y por procurar que las regulaciones necesarias y naturales actúen en
el orden de los fenómenos humanos. La libertad, entonces, se va a convertir en un
elemento indispensable de este nuevo arte de gobernar, lo cual representa el primer
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antecedente de la dinámica característica de una gubernamentalidad liberal. Una nueva
lógica de poder cuyo problema principal no es la restricción del deseo y el
disciplinamiento exhaustivo de los cuerpos, sino el saber cómo decir sí al deseo y la
administración de los movimientos circulatorios de la población.
Así pues, la modernidad supone el descubrimiento de un nuevo desafío para los
sistemas de poder: la producción y la administración de la vida de los individuos. No
obstante, para lograr dicho propósito no es siempre necesaria una intervención directa y
brutal de la vida material. La gubernamentalidad liberal demuestra que –para alcanzar
los objetivos biopolíticos- basta con una tecnología reguladora que se pliegue a los
ritmos de la vida con tanta fineza que el estado de dominación parezca identificarse con
ella misma.
En suma, el liberalismo debería ser pensado, como una tecnología que busca
reformar y racionalizar la gubernamentalidad del Estado, asignando al mercado la
función de testear y medir los excesos y los límites del «buen gobierno». Se trata, al
final de cuentas, de una situación paradójica en la cual el neoliberalismo aboga por un
gobierno frugal y minimizado en su rol interventor, extendiendo al mismo tiempo la
racionalidad administrativa del mercado a cualquier dominio de la vida humana. No
estamos, por tanto, ante una superación de la lógica gubernamental de la sociedad
disciplinaria o de la razón de Estado, sino ante un nuevo tipo de gubernamentalidad.
Libertad, vida y resistencia
Puede concluirse que la temática del gobierno en Foucault permite observar
fenómenos que operan en las sociedades neoliberales que otros enfoques teóricos
parecen no poder identificar con absoluta precisión. En concreto, la noción de
gubernamentalidad ofrece un nuevo panorama respecto a las tecnologías de poder en la
sociedad global y sus formas de individualización. En este contexto, y sólo como una
aproximación preliminar, pueden mencionarse cuatro contribuciones de esta analítica
del poder que involucran diversas líneas de investigación.
En primer lugar, el problema del concepto mismo de libertad. La noción de
gubernamentalidad, como ya puede haberse visto, se fundamenta en la superación de la
dicotomía poder-libertad. De esta forma, puede vislumbrarse la nueva lógica política en
que se ancla el dispositivo liberal como sistema de gobierno que precisamente se apoya
en la libertad. Los imperativos culturales, en este sentido, son claros. Estamos
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conminados a hacernos cargo de nosotros mismos, a gestionar nuestras posibilidades y,
finalmente, a saber vendernos o insertarnos en el mercado laboral.
Cabría entonces preguntar: ¿qué sentido adquiere la demanda de emancipación
propia del pensamiento crítico en un orden que exige a los gobernados ser libres?
Desde tal perspectiva, podría afirmarse que la mutua dependencia del poder y la libertad
explicarían la coexistencia aparentemente contradictoria del malestar cultural con la
servidumbre voluntaria y la falta de potencial transgresor de las masas. Dicho de otro
modo, sería la propia ambigüedad de la libertad lo que subyace en la doble experiencia
del sujeto contemporáneo: una libertad que es goce (la oferta del consumo) y una
libertad que es angustia (la oferta terapéutica).
Y si la emancipación se halla puesta entre paréntesis, ¿qué sentido tiene una noción
de ciudadanía en un sistema social que nos fuerza a ser «empresarios de nosotros
mismos»? ¿Qué significa ser libre y ciudadano, en un contexto cultural que fomenta un
estilo de vida gregario (bajo el imperativo del hombre-masa) del mismo modo que
promueve la autogestión existencial? Se trata nuevamente de una paradoja singular. La
promoción neoliberal de las libertades privadas y la diferenciación se manifiesta de
forma creciente como una libertad para siempre lo mismo (Adorno, Horkheimer, 1994:
212), en que las opciones seleccionadas dentro del menú conducen a una repetición
obsesiva de las formas de vida. En el paroxismo de un mercado ilimitado de
posibilidades, los individuos eligen rutinas cada vez más previsibles.
Segundo aporte: la relación entre gubernamentalidad y liberalismo pone en
evidencia la función decisiva de la gestión biopolítica de la población para los intereses
del mercado. Esto significa que hay vidas que circulan financieramente y otras que no,
dentro del marco de un nuevo tipo de biopolítica que determina la monetarización de la
existencia. Tal proceso no implica únicamente una apropiación de los cuerpos en el
mercado global, sino además su exclusión o desecho. Esta nueva biopolítica emerge con
absoluta claridad en dos dimensiones fundamentales del capitalismo contemporáneo: la
industria de los seguros y la industria de la salud. Se trata de sistemas que encuentran en
la vida una fuente de consumo y riqueza, en la misma medida en que administran una
política del dejar morir. De este modo, el neoliberalismo evidencia en último término
que la aparente desterritorialización de los mercados se sustenta en un recurso
estrictamente territorial: los procesos de subjetivación de los individuos.
Tercer elemento: la existencia de una clara imbricación entre las tecnologías de
gobierno y las tecnologías del yo. Esto último supone que el poder no sólo opera en un
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plano heteroformativo, sino que incorpora la relación que el individuo establece consigo
mismo dentro de los sistemas reguladores. Aquí correspondería preguntar por la forma
que adquieren estas tecnologías del yo en la gubernamentalidad liberal. Pareciera que el
fenómeno del individualismo, de la cultura psicoterapéutica, de los imperativos de
autogestión personal o de cuidado del propio cuerpo, así como los nuevos recortes
biográficos que supone el uso extensivo del crédito de consumo o la invención del
hombre-hipotecado, pueden ser situados como piezas decisivas de un dispositivo
político. Tales modos de subjetivación, aportarían ciertas ventajas o rendimientos
propicios que refuerzan el modelo de sociedad neoliberal. Asistiríamos a una suerte de
privatización de las contradicciones, donde los sujetos tienden a experimentar los
conflictos estructurales de la sociedad como asuntos que corresponde resolver en el
ámbito de lo personal. De esta forma, se produce una invisibilización de la dimensión
social de los problemas y todo «queda atado y bien atado» en la simple docilidad del
individuo.
Cuarto aspecto: el problema de la resistencia. ¿Cuáles son los nuevos modos de
exclusión que produce un sistema cuyo énfasis se halla en la demanda de la autogestión
individualista? ¿Dónde reside la dimensión intolerable de este nuevo régimen de
subjetividad? ¿Cuáles son los costes de las formas de individualización que nos son
asignadas? ¿En qué sentido y bajo qué categorías el dispositivo poder-libertad del
neoliberalismo podría ser denunciado como mecanismo de control?
Si efectivamente la libertad puede ser un punto de apoyo para el poder, esto nos
obliga no solamente a reformular dicha categoría, sino sobre todo a articular una nueva
concepción de la resistencia. Foucault insiste en reiteradas oportunidades que donde hay
poder hay resistencia, lo cual determina que el juego sea abierto y fascinante. El poder
no se inscribe en el orden del bien y del mal, sino que supone fundamentalmente algo
peligroso. Sin embargo, cuando nos preguntamos por las formas de resistencia que
subyacen en el escenario de relaciones de poder desplegadas por el sistema neoliberal
resulta evidente que existe una enorme dificultad para poder observarlas y registrarlas.
Esta limitación podría explicarse por un rasgo central de la propia
gubernamentalidad neoliberal que consiste en presentarse como el eje articulador del
«mejor de los mundos posibles», donde ya nada más puede ser. Fin de la historia,
clausura del drama milenario del hombre, caída del telón. Se trata de una lógica de
cierre que involucra un aspecto inédito de esta forma de gubernamentalidad con
respecto a otros episodios históricos. En ello, claro está, reside el máximo peligro de
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nuestro presente y la gravedad de permanecer ciegos a cualquier forma de resistencia.
Frente a dicha amenaza, precisamos una nueva ciudadanía crítica abocada a la tarea de
pensar y denunciar lo que hace el neoliberalismo con nosotros mismos. Una ciudadanía
que es resistencia; que fractura la historia introduciendo la posibilidad de lo impensado
y que responde a la apropiación mercantil de la vida, haciendo de la existencia un modo
de lucha.
Galiza, Veran do ano 2007.
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