Conclusiones de la sesión del 10 de enero de 2013 La salud e intimidad de los pacientes, unido al secreto profesional, son derechos de los ciudadanos reconocidos en la Constitución Española de 1978 (arts. 43.1, 18.1y 20.1.d). La importancia que tienen estos derechos, constituye uno de los pilares básicos en las relaciones clínico-asistenciales, previstas en la Ley General de Sanidad 14/1986, de 25 de abril (art. 10.3), Ley 41/2002, de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica (art. 7) y Ley Orgánica 15/1999, de 13 de diciembre, de Protección de Datos de Carácter Personal. Asimismo, el Derecho internacional proyecta su interés en la materia, a través de organizaciones internacionales, como Naciones Unidas, UNESCO, OMS, Consejo de Europa, o Declaraciones como la de Derechos Humanos, sobre los derechos de los pacientes en Europa, y diferentes Convenios para la protección y dignidad de los seres humanos, biomedicina, salud de las personas, completa esta regulación diversas Directivas comunitarias y Recomendaciones del Consejo de Europa en la materia. Nos encontramos en presencia de bienes jurídicos, cuya protección resulta merecedora por el Código Penal de 1995.El Título X lleva por rúbrica “Delitos contra la intimidad, el derecho a la propia imagen y la inviolabilidad del domicilio”. Se salva con ello importantes lagunas, que el anterior Código Penal (TR. 1973), no colmaba, por falta de regulación. El emplazamiento sistemático y contenido de este Título es político criminalmente oportuno, aunque su regulación es complicada, sus preceptos muy extensos, de difícil concreción por la utilización de conceptos jurídicos indeterminados, tipos abiertos, carentes de exhaustividad, lo que provoca una violación del principio de legalidad y consiguiente puesta en peligro de la seguridad jurídica. Las penas en algunos casos resultan desproporcionadas y alejadas de toda idea de retribución, prevención o resocialización, me refiero sobre todo a la pena de inhabilitación para el ejercicio de profesión u oficio, con los consiguientes efectos perniciosos y no menos estigmatizantes para los condenados (pensemos en los profesionales del periodismo o de la medicina). Por ello, los Jueces tendrán una difícil tarea de hermenéutica (interpretación, calificación, subsunción) en el momento de cumplir con su función jurisdiccional, en la aplicación del derecho. No deberá extrañar, por tanto, que exista una tendencia en la praxis de archivar los procedimientos, sobreseer o absolver, dando una sensación al ciudadano, víctima, usuario del sistema legal de protección ficticia o meramente simbólica de un modelo de justicia que dista mucho de la realidad. La intimidad como bien jurídico, consiste en el “derecho a estar solo”, y solo la persona será quien decida con quién quiere compartir esa soledad y a quien quiere dar a conocer los datos que afectan a su vida personal, familiar e incluso profesional (no en todos los casos), por lo que nace el derecho a ser protegido frente a las intromisiones ajenas, en ese espacio pequeño o grande tan esencial para el desarrollo de su personalidad. Intimidad y seguridad personal van unidas, para sentirse seguro la persona necesita saber que hay un espacio que escapa al conocimiento y control de los demás, y que solo compartirá con quien decida. La intimidad comprende la zona íntima reservada de una persona en el contexto moral y espiritual. El desarrollo de las nuevas tecnologías, la libertad informática han venido a limitar esa libertad individual, mediante modernas técnicas de control frente a las cuales el ejercicio de los derechos de exclusión para la protección de la libertad cobran una nueva dimensión en estos tiempos y que en parte la LO. 5/2010, de 22 de junio, que modifica el Código Penal, pretende dar respuesta a tan singular forma de criminalidad. La evolución del concepto de intimidad, como bien jurídico, ha sido reconocida por la Jurisprudencia Constitucional (SSTC. 134/99, de 15 de julio, 144/99, de 22 de julio, 128/2000, de 30 de diciembre, entre otras). Por secreto hay que entender aquel hecho conocido por una persona o círculo reducido de ellas, respecto al cual el afectado no desea, de acuerdo con sus intereses, que sea conocido por los demás. El secreto está relacionado con la intimidad o privacidad de las personas, pero no debe de interpretarse en sentido legal estricto de “confidencialidad”, abonando este argumento la Ley Procesal Penal, Ley Orgánica del Poder Judicial y el Estatuto de la Abogacía, siendo necesario que se produzca un perjuicio que afecte al titular del bien jurídico (STS. 14 de septiembre de 2000). No es fácil deslindar la relación entre secreto e intimidad, toda vez que en ocasiones coinciden ambos conceptos, aunque hay secretos que si bien no afectan a la intimidad, por el contrario hay aspectos de la intimidad que no pueden considerarse como secreto. La conducta, para que adquiera relevancia penal, deberá de vulnerar algunos de los diferentes tipos previstos en el Código Penal, siendo elemento esencial y común llevar a cabo dicha conducta sin el consentimiento de la persona a la que se pretende descubrir sus secretos o vulnerar su intimidad. Ahora bien, si el sujeto pasivo afectado consiente, dicho consentimiento eliminará la tipicidad, ello supondrá que no haya delito. También será atípica la conducta consistente en apoderarse de documentos o información que no contenga secreto alguno, lo que no excluirá un eventual delito de naturaleza distinta (robo, hurto, apropiación indebida). En general nos encontramos en presencia de conductas delictivas dolosas (el sujeto activo sabe lo que hace y quiere hacerlo); queda excluida la imprudencia, el Código Penal no contempla la tipicidad imprudente para estos delitos (art. 12 CP.). Por el contrario, cabe la causa de justificación de obrar en el cumplimiento del deber por parte de la autoridad. La Ley autoriza al Juez para que acuerde y requiera, mediante la correspondiente diligencia, al particular o funcionario público la entrega de documentas en el procedimiento o diligencias correspondientes (art. 20.7º CP.), estando obligado aquel encargado de la custodia de esos documentos de entregárselos al Juez sin la más mínima duda, de lo contrario cometería un delito de desobediencia previsto y penado en el art. 410 CP.) y ello sin perjuicio de la eventual responsabilidad civil que pudiera derivarse por dicha omisión. Los diferentes tipos penales están previstos en los artículos 197 a 201 del Código Penal, si bien de otros pasajes del Código se desprenden conductas de similar naturaleza aún cuando el bien jurídico o la personalidad del sujeto activo del delito sean diferentes (así, arts. 417, 418, 535, 536, 583, 584, 598 a 603 CP.). Destacan: secretos documentales y de las comunicaciones (art. 197.1); apoderamiento, utilización y manipulación de datos reservados (art. 197.2); vulneración de medidas de seguridad de datos o programas informáticos y responsabilidad de las personas jurídicas (art. 197.3); difusión, revelación o cesión a terceros de datos reservados (art. 197.4); descubrimiento y revelación de secretos por personas encargadas o responsables de su custodia material (art. 197.5); descubrimiento y revelación de secretos especiales de menores e incapaces (art. 197.6); descubrimiento y revelación de secretos con fines lucrativos (art. 197.7); delito cometido en el seno de organización o grupo criminal (art. 197.8); descubrimiento o revelación de secretos por autoridad o funcionario público (art. 198), cuya particularidad viene representada por la condición del sujeto activo que necesariamente tiene que ser una autoridad o funcionario público a efectos penales (art. 24), realizando las conductas anteriores prevaliéndose de su cargo, de lo contrario se reputaría particular aplicándose el artículo 197 y no el 198; revelación de secretos por razón del oficio que se ejerza o la relación laboral (art. 199.1); y secreto profesional (art. 199.2) que castiga al “profesional que con incumplimiento de su obligación de sigilo o reserva, divulgue los secretos de otra persona”. La conducta consiste, pues, en divulgar los secretos que se conozcan de esa persona a consecuencia de la relación profesional con la misma (por ejemplo, los médicos respecto a sus pacientes (art. 10.3 Ley General de Sanidad, o Ley sobre técnicas de reproducción humana asistida de 2006 o de protección de datos de carácter personal). Nos encontramos en presencia de delitos semipúblicos, para proceder a la persecución de éstos será necesaria la denuncia de la persona agraviada, representante legal o Ministerio fiscal, cuando se trate de menor de edad, incapaz o desvalido; por el contrario, si el delito es cometido por autoridad o funcionario público su persecución será ex-oficio por el propio Juez, al tratarse de un delito público, así como cuando afecte a intereses generales o pluralidad de personas. Finalmente, de acuerdo con el art. 201.3 cabe la excusa absolutoria consistente en el perdón del ofendido o de su representante legal, lo que permite la extinción de la acción penal y siempre que se den los requisitos previstos en el art. 130. La valoración final de estas conclusiones debe poner de manifiesto que la regulación penal de los delitos contra la intimidad de los pacientes y el deber de guardar secreto profesional no resulta satisfactoria para la comunidad científica, por su dificultad en la praxis. La existencia de numerosos tipos abiertos, conceptos jurídicos indeterminados, carácter semipúblico de estos delitos hacen inaplicable dicha legislación penal. El criterio del legislador en la regulación de estos delitos demuestra un escaso conocimiento de la realidad criminológica, que debe de informar científicamente a la política criminal. Si realmente quiere aplicarse el Código Penal en estos casos deberá de legislarse con estrictos criterios selectivos de antijuridicidad y respeto al principio de mínima intervención, legalidad y seguridad jurídica. La legislación administrativa, civil, creemos que es suficiente para sancionar estas conductas, como demuestra la Ley General de Sanidad, de técnicas de reproducción asistida y de protección de datos de carácter personal, dejando el Derecho Penal, como artillería pesada del Estado, para los casos más graves, groseros, burdos e intolerables, pues aunque el perjudicado opte sistemáticamente por el ejercicio de acciones penales creyendo, sin razón, que la gravedad objetiva del resultado lo justifica o que el plus de intimidatoriedad que proyecta el Derecho Penal le coloca en una situación de privilegio, está realmente equivocado. Todo esto en la práctica se traducirá ex post en una lamentable frustración de expectativas y emociones que la víctima imputará al sistema legal. Tiene el legislador, en este momento, una ocasión inmejorable para modificar el Código Penal y la Ley de Tasas para que el ciudadano se sienta orgulloso de su Gobierno y pueda libremente optar por la vía civil o penal, sin verse condicionado por obstáculos o criterios económicos de selección (con quiebra de la tutela judicial efectiva) que le obligará probablemente a inclinarse por la vía penal, contribuyendo a entorpecer el funcionamiento de este sector de la justicia. Sólo así y con estas reformas el sistema legal gozará de una percepción social positiva y merecida, recuperando la administración de justicia su prestigio social y su faz humana frente al todopoderoso Leviathán. De lo contrario seguirá, una vez más, ofreciendo la imagen de esa estatua de mármol, distante, impasible, fría, ciega, sorda y muda, en la que el ciudadano de bien hace tiempo dejó de confiar. FERNANDO SANTA CECILIA GARCIA Profesor de Derecho Penal y Criminología. UCM. Académico de la Real de Jurisprudencia y Legislación