vivir la propia vocación para ser propuesta vocacional

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SEMANA VOCACIONAL
TEMA DE REFLEXIÓN PARA
LAS COMUNIDADES
VIVIR LA PROPIA VOCACIÓN PARA SER PROPUESTA VOCACIONAL
MOTIVACIÓN:
No se transmite lo que no se vive. No se contagia lo que no se transmite con la vida. La
oración por las vocaciones es necesaria, pero no basta: no somos “religiosos de
clausura que rezan en su convento por las vocaciones”. Somos consagrados que viven
en comunidad y son “misioneros de los jóvenes”. Sólo podemos transmitir a los
jóvenes entusiasmo vocacional por la vida consagrada, si les contagiamos con nuestro
propio testimonio.
Y esto, a tres niveles (siguiendo la propuesta de nuestro Capítulo General 27):
-con lo que SOMOS (vivencia vocacional personal, “Místicos en el Espíritu”),
-con CÓMO Y CON QUIÉN VIVIMOS (vivencia vocacional comunitaria, “Profetas de la
fraternidad”),
-con lo que HACEMOS (vivencia vocacional pastoral, “Siervos de los jóvenes).
Nos serviremos para esta reflexión de algunos textos de nuestras Constituciones y del
reciente Capítulo General 27, cuya reflexión y aplicación a nuestra vida es una de las
tareas más importantes que tenemos estos años como cauce de renovación personal y
comunitaria.
Y no bastará con reflexionar o exponer bonitas ideas. En cada uno de estos tres
aspectos, estamos invitados a “aterrizar” en estrategias concretas, evaluables, que
hagan visible nuestro compromiso de conversión personal y ese testimonio vocacional
personal y comunitario que nuestros destinatarios, y especialmente nuestros jóvenes,
necesitan para que lleguen a plantearse la vida como vocación.
Normalmente hablamos de “animación vocacional” para referirnos a la orientación
vocacional de nuestros jóvenes. Hacemos campañas intensivas (Semana Vocacional,
por ejemplo), de vez en cuando les soltamos “indirectas” a nuestros chicos o
animadores en algunas intervenciones pastorales. Nos lamentamos del poco eco que
tienen, y de la triste realidad de la sequía de candidatos en concreto a la vida
consagrada.
Pero en este momento de reflexión estamos invitados a hablar y a rezar “nuestra
propia animación vocacional”. ¿Con qué grado de “animación”, de vivencia, de
entusiasmo,… vivimos nuestra vocación? ¿Es llamativo para los jóvenes, y provocador,
la experiencia de Dios que les transmitimos, el testimonio de grupo que perciben en
nosotros como comunidad salesiana, la entrega total a ellos en la misión educativa y
pastoral? Quizá si viviéramos más preocupados de la autenticidad de nuestra vivencia
de la vocación, y menos de las “vocaciones a la vida salesiana que no surgen”, esto
segundo se nos daría “por añadidura”. La palabra clave que nos quiere transmitir el
Capítulo General 27 es la palabra “conversión”: conversión espiritual (Místicos),
fraterna (Profetas), pastoral (Siervos). Por tanto, una mayor radicalidad (vuelta a las
raíces), de nuestra vivencia vocacional.
Realizaremos esta revisión analizando brevemente algunos textos desde el esquema
propuesto. Lo haremos desde la perspectiva del testimonio de nuestra propia vida,
capaz de suscitar en los jóvenes interrogantes vocacionales.
1.- TRANSMITIMOS CON LO QUE SOMOS: “MÍSTICOS EN EL ESPÍRITU”
1.1.- SIGNIFICADO Y TEXTOS DE REFERENCIA.
“A cada uno de nosotros Dios nos llama a formar parte de la Sociedad salesiana. Para
esto recibe de Él dones personales y, si responde fielmente, encuentra el camino de su
plena realización en Cristo” (C 22). El punto de partida de nuestra vida y vocación es la
llamada de Dios y nuestra respuesta que pide ser fiel. Y no solamente cuando hicimos
la primera profesión, sino cada día de nuestra vida. Cada mañana que nos levantamos
y elevamos nuestro pensamiento a Dios, debemos repetirle: “Aquí me tienes, Señor.
¿Qué quieres hoy de mí? Quiero hacer tu voluntad. Ayúdame a vivir con autenticidad
cada momento, cada encuentro, cada tarea que hoy realice”.
“Los hermanos que han vivido o viven el proyecto evangélico de las Constituciones nos
estimulan y ayudan en el camino de santificación. El testimonio de esta santidad, que
se realiza en la misión salesiana,… es el don más precioso que podemos ofrecer a los
jóvenes” (C 25). La vivencia en autenticidad de nuestro ser consagrado salesiano se
traduce en nuestra santidad. Y la santidad es testimonial, irradiante, visible. Más allá
de nuestras cualidades, incluso del servicio concreto que prestamos a los jóvenes, es
esa santidad lo mejor que podemos ofrecerles, lo que ellos esperan de nosotros.
En efecto, “son los muchachos y las familias, en particular, quienes nos interpelan
sobre nuestras raíces espirituales y nuestras motivaciones vocacionales, despertando
en nosotros la identidad de consagrados y de nuestra misión educativo-pastoral”
(CG27, 3). Ellos saben que hemos consagrado nuestra vida a Dios. Y necesitan
percibirlo de forma concreta. Necesitan descubrir, en el contacto con nosotros, no sólo
al educador activo o la persona cercana y acogedora, sino al Dios que está
trasparentando, de cuyo amor es portador con esos servicios, con ese talante. Cuando
nos cuesta hablar de Dios directamente, invitar a la oración; cuando el falso respeto
humano nos impide presentarnos con naturalidad como seguidores de Jesús… estamos
traicionando lo que la gente espera de nosotros.
“La gente y los jóvenes, a menudo, nos admiran por la cantidad de trabajo que
hacemos en su beneficio. Sin embargo, algunos de nosotros, abrumados por múltiples
actividades, experimentamos la sensación de cansancio, de tensión, fragmentación,
ineficacia y de estar “quemados” (CG27, 27). Este dato que recoge nuestro Capítulo,
fue uno de los resultados de una encuesta realizada a jóvenes comprometidos y muy
cercanos a nosotros: admiraban la capacidad de trabajo y de entrega que teníamos,
pero nos veían como un modelo difícil de imitar, de seguir. Además, nos veían siempre
tan activos y ocupados, que les resultaba violento el pedirnos que les escucháramos,
que les dedicáramos tiempo.
“Como para Don Bosco, también para nosotros, la primacía de Dios es el punto de
apoyo que da razón de nuestra existencia en la Iglesia y en el mundo. Esta primacía da
sentido a nuestra vida consagrada, hace que evitemos el riesgo de dejarnos absorber
por las actividades, olvidándonos de que somos, por encima de todo, ’buscadores de
Dios’ y testigos de su amor en medio de los jóvenes y de los pobres. Estamos, por
tanto, llamados a reconducir nuestro corazón, nuestra mente y todas nuestras
energías hacia el ‘principio’ y los ‘orígenes’: la alegría del momento en que Jesus nos
miró, para evocar los significados y exigencias que subyacen en nuestra vocación”
(CG27, 32, citando al Papa Francisco en “Alegraos”). Está claro pues lo que debe
soportar (en el sentido de fundamentar, y por tanto aguantar como fundamento las
dificultades) es nuestra entrega a la misión y nuestra convivencia: la búsqueda de Dios
en nuestras vidas. Podemos preguntarnos dónde alimentamos y realimentamos
nuestra vocación, nuestra entrega a la misión, la superación de nuestras crisis
personales o desencuentros comunitarios. ¿En unas mayores cotas de bienestar
material o de reparto de trabajo? ¿En un mayor activismo? ¿En la compensación
afectiva que nos pueden dar las personas que valoran lo que somos o hacemos? ¿… en
la oración y la búsqueda de Dios que nos envía y consuelta?
“Las dificultades que experimentamos para responder a la llamada de Dios, para vivir
el seguimiento de Cristo con radicalidad, se deben a lo poco convencidos que estamos
de la fecundidad de los consejos evangélicos para realizar la comunión en la
comunidad y la misión entre los jóvenes” (CG27, 36).
1.2.- ESTRATEGIAS CONCRETAS.
¿Qué podemos hacer a nivel personal para vivir y hacer visible a los demás,
especialmente a los jóvenes nuestra condición de consagrados a Dios? La comunidad
puede reflexionar y compartir iniciativas. Aquí se ofrecen unas cuantas propuestas:
-Rezar con los jóvenes en sus momentos de oración y celebración (acompañándoles en
los Buenos Días, las eucaristías mensuales o festivas,… y que nos vean rezar, cantar…).
-Narrar nuestra historia personal vocacional (con ocasión de los Buenos Días u otros
encuentros)
-Tomar contacto con los jóvenes en los momentos más informales (patio, ambiente de
Centro Juvenil,…) presentándonos como salesianos (sacerdotes o coadjutores),
interesándonos por su vida y “hablándoles de Dios”.
-Narrar qué significado tienen los votos en nuestra vida, y cómo los vivimos en
concreto en la comunidad y obra a la que pertenecemos (con ocasión de las clases de
Religión u alguna otra área).
-Animar grupos de fe, ofreciendo nuestro testimonio de vivencia de la fe.
-(Para los sacerdotes) Buscar ocasiones para presidir la eucaristía (por ejemplo, las
eucaristías por grupos de alumnos), predicar, dar testimonio personal de cómo vivimos
como seguidores de Jesús. No desaprovechar las ocasiones para administrarles la
Reconciliación.
2.- TRANSMITIMOS CON EL CÓMO Y CON QUIÉN VIVIMOS:
“PROFETAS DE LA FRATERNIDAD”
2.1.- SIGNIFICADO Y TEXTOS DE REFERENCIA.
“La casa salesiana se convierte en familia cuando el afecto es correspondido y todos,
hermanos y jóvenes, se sienten acogidos y responsables del bien común. En un clima
de mutua confianza y de perdón diario, se siente la necesidad y la alegría de
compartirlo todo, y las relaciones se regulan no tanto recurriendo a la ley, cuanto por
el movimiento del corazón y por la fe. Un testimonio así suscita en los jóvenes el deseo
de conocer y seguir la vocación salesiana” (C 16) Cuando las Constituciones hablan de
“casa salesiana” se refieren al todo: la comunidad religiosa, el resto de la comunidad
educativa, el ambiente o ambientes educativos que atiende dicha casa, los distintos
destinatarios (salesianos, educadores,… sobre todo los jóvenes). Incluye por tanto la
propia comunidad salesiana, de la que implícitamente afirma que “su testimonio
suscita en los jóvenes el deseo de conocer y seguir la vocación salesiana”.
En esta misma línea se expresa otro artículo de las Constituciones: “El clima de familia,
de acogida y de fe creado por el testimonio de una comunidad que se entrega con
alegría, es el ambiente más eficaz para descubrir y orientar vocaciones” (C 37). Si
repasamos nuestra vida, seguramente aparecerán, en el origen de la llamada
vocacional, el testimonio de algún salesiano o comunidad que nos ayudaron a
descubrir y orientar nuestra vocación. Se habla de un triple clima: de familia, de
acogida, de fe. Los jóvenes sienten a la comunidad salesiana como “familia” cuando
conocen a los salesianos que la componen, cuando perciben que entre ellos hay una
relación sana y positiva. Perciben un clima de “acogida” cuando sienten cercanas a las
personas y las estructuras, cuando resulta fácil acceder a la vida comunitaria para
compartir experiencias en momentos determinados. Descubren un clima de “fe”
cuando constatan que ese grupo humano se mantiene unido, más allá de las simpatías
personales o la tarea educativa común, por una dedicación y una entrega a Dios.
Si esto es así, de forma natural “la comunidad salesiana (…) mantiene buenas
relaciones con todos. De esta forma (…) se hace fermento de nuevas vocaciones, a
ejemplo de la primera comunidad de Valdocco” (C 57). Porque “nuestro vivir juntos es
el resultado de la iniciativa de Dios Padre, que nos llama a vivir en comunidad (cf. C
50). Con el fin de no perder este don (…) la visibilidad de la dimensión fraterna de
nuestra vida debe ser más consciente, más directa, eficaz y gozosa” (CG27, 39).
Llevamos unos cuantos capítulos generales donde se nos invita a abrir nuestras
comunidades a seglares y jóvenes para compartir con ellos oración, convivencia, tarea
compartida. Quiere decir que es todavía una meta y un reto a conseguir. Y que sólo se
logrará si se programa y se experimenta, si se convierte en sano hábito tanto para los
hermanos de comunidad como para los seglares que vivan la experiencia.
“Vivir la mística de la fraternidad es un elemento esencial de nuestra consagración
apostólica y una gran ayuda para ser fiel a ella. Tiene una clara relación con nuestra
misión y con el mundo de los jóvenes, sedientos de comunicación auténtica y de
relaciones personales. (…) Ofrecemos una alternativa de vida basada en el respeto y en
la cooperación con el otro; un testimonio de paz y reconciliación” (CG27, 40). ¡Vivir la
mística de la fraternidad! Siempre estamos trabajando para conseguir esta meta. Pero
no podemos ni debemos esperar a haberlo conseguido para poder compartir nuestra
vida de comunidad con jóvenes y seglares. Puede constituir una fácil excusa decir que
“no estamos preparados para recibir a nadie en comunidad”. Los seglares y los jóvenes
entienden perfectamente que como grupo humano que somos, no somos perfectos:
somos distintos, a veces complementarios y a veces contradictorios. Y por otra parte,
no pocas veces la presencia de seglares y jóvenes rezando, comiendo, conviviendo con
nosotros,… ¡nos hace mejores, nos ayuda en nuestra convivencia!
2.2.- Estrategias concretas
¿Qué podemos hacer a nivel comunitario y en concreto para vivir y hacer visible a los
demás, especialmente a los jóvenes nuestra vida de comunidad? La comunidad puede
reflexionar y compartir iniciativas. Aquí se ofrecen unas cuantas propuestas:
-Programar en el Proyecto Comunitario momentos de encuentro con grupos de
seglares y jóvenes en el marco de la comunidad (con los hermanos y en las estructuras
físicas de la comunidad a ser posible):
*de tipo oracional-celebrativo: laudes-vísperas, eucaristía, grupos de oración,…
*de tipo convivencial: con motivo de aniversarios, fiestas salesianas;
celebraciones de los distintos grupos, equipos de la obra, colaboradores especiales,
personal de servicio,…
*de tipo colaborativo: reuniones de equipos de trabajo, preparación de fiestas
con grupos de Familia Salesiana,…
-Programar momentos en que la comunidad se hace presente en los distintos
ambientes de la obra en ocasiones especiales:
*colegio (invitaciones a profesorado, AMPA, eucaristías en fiestas salesianas,
navidades, formación del profesorado,…)
*centro juvenil
convivencias,…)
(oración o formación con animadores, fiestas salesianas,
*parroquia (presencia y concelebración en tríduo Don Bosco, novena María
Auxiliadora, tiempos fuertes de la Liturgia; presencia en Asamblea Parroquial,
fiestas,…)
-…
3.- TRANSMITIMOS CON LO QUE HACEMOS: “SIERVOS DE LOS
JÓVENES”
3.1.- Significado y textos de referencia.
“El Señor llama (…) Estamos convencidos de que hay muchos jóvenes ricos en recursos
espirituales y con gérmenes de vocaciones apostólicas. Les ayudamos a descubrir,
acoger y madurar el don de la vocación seglar, consagrada y sacerdotal, para bien de
toda la Iglesia y de la familia salesiana” (C 28). Nuestra tarea como educadores en la fe
no es dar la vocación a los jóvenes, sino ayudarles a descubrirla, acogerla y madurarla.
Cualquier tipo de vocación: seglar, consagrada o sacerdotal.
“Educamos a los jóvenes para que desarrollen su propia vocación humana y bautismal,
mediante una vida progresivamente inspirada y unificada por el Evangelio (…) Esta
obra de colaboración al plan de Dios, coronamiento de toda nuestra labor educativopastoral, se sostiene con la oración y el contacto personal, sobre todo en la dirección
espiritual” (C 37). Educamos a los jóvenes para que sean felices, realizando en su vida
el sueño que Dios tiene para cada uno de ellos, el proyecto de felicidad que desde el
Evangelio les prepara respetando su libre opción. En este sentido, colaboramos con
Dios para que los jóvenes sean felices. Que el joven alcance esta meta es el
“coronamiento de toda nuestra labor educativo-pastoral”, no en el sentido de que la
orientación vocacional sea algo que se “añade” al final de dicha labor, como quien
añade una guinda al pastel para que adorne. Educamos desde el principio “para que
desarrollen su propia vocación humana y bautismal”, y todo lo que hacemos y sobre
todo testimoniamos con nuestra vida adulta vocacionada y madura, debe ser para
ellos una referencia de la meta a la que están llamados a llegar. Es claro que el joven
necesita la referencia del adulto para proyectar en él lo que quiere y no quiere llegar a
ser en el futuro. Nosotros somos, querámoslo o no, modelos y referencias de la opción
vocacional consagrada en este caso. Debemos garantizar que nuestra vivencia de la
vocación consagrada no sea para ellos un contraejemplo para que descarten en su vida
dicha opción.
“Donde hay un mayor protagonismo de los laicos, favorecido por la colaboración y la
corresponsabilidad en la comunidad educativo-pastoral (…) mediante un clima de
confianza y el espíritu de familia, respetando los roles, el ambiente llega a ser
propositivo y fecundo, incluso vocacionalmente” (CG27, 15). “El sano protagonismo de
los jóvenes, sobre todo dentro del MJS (…) y el voluntariado ayuda a los jóvenes a
madurar íntegramente, incluso en la dimensión vocacional y misionera” (CG27, 17).
Qué duda cabe que al menos en nuestros primeros indicios vocacionales, nos atraía “lo
que los salesianos hacían”. Y que muchos nos hemos sentido llamados (hemos
descubierto la llamada de Dios), porque queríamos “hacer con otros jóvenes lo que
habíamos visto que los salesianos habían hecho con nosotros". El compromiso en la
misión salesiana por parte de los jóvenes, dándoles protagonismo y
corresponsabilidad, es un cauce de descubrimiento de la vocación consagrada.
Pero siempre, evitando un peligro: la acción por la pura acción. “El peligro de ser con
frecuencia considerados solo unos ‘trabajadores sociales’, más que educadores y
pastores, capaces de dar testimonio de la primacía de Dios, anuncio del Evangelio y
acompañamiento espiritual, nos exige que cuidemos nuestra vocación (…) Esto
requiere que fomentemos la experiencia de fe y el encuentro con Jesucristo: los
jóvenes exigen la concreción y coherencia de nuestro estilo de vida” (CG27, 38).
Repetidamente nos lo ha dicho el Papa Francisco. La acción educativo-pastoral
salesiana solo es misión cuando en toda ella buscamos ser “signos y portadores del
amor de Dios a los jóvenes” (C 3). Y lo que debemos preguntarnos continuamente es si
vivimos nuestra tarea como salesianos como misión o como
“A veces, estamos demasiado absorbidos por el esfuerzo agotador de conservación y
supervivencia de las obras. Cuando nos ocupamos de los jóvenes, en ocasiones, nos
centramos solo en su bienestar social y descuidamos el acompañamiento de su vida
espiritual y de su vocación” (CG27, 27). Es triste a veces descubrirnos diciéndonos que
“no tenemos tiempo para estar serenamente con los jóvenes, escucharles sus líos e
historias”. Nos parece más importante hacer de Marta que de María, a los pies de
Jesús. Y los jóvenes son nuestra zarza ardiente, ante los que debemos descalzarnos,
arrodillarnos y prestarles toda la atención y el acompañamiento que necesitan y
merecen. La Congregación nos está repitiendo muy claro que nuestra misión no es
crear y mantener estructuras y servicios, sino dar respuesta a las necesidades de los
jóvenes, allí donde se encuentren. Y la mayor necesidad que tienen es ser felices
descubriendo su camino en la vida.
“La comunidad se manifiesta a sí misma también en la misión común. La unanimidad
en la acción apostólica se hace profecía de la comunidad, y tal testimonio favorece el
nacimiento de nuevas vocaciones” (CG27, 40). Una comunidad que trabaja unida
desde la aportación distinta y específica de cada miembro, también y especialmente
de los hermanos mayores, y que es percibida así por los jóvenes y familias es
propuesta vocacional porque muestra que se puede vivir y morir como salesiano
siendo feliz y realizándose en todas las etapas de la vida.
“Para ser SERVIDORES de los jóvenes es necesario pasar de una vida dominada por el
aburguesamiento, a una comunidad misionera y profética, en la que se vive
compartiendo vida con los jóvenes y los pobres (…) capaz de acompañar procesos de
madurez vocacional” (CG27, 74). Por eso hemos de preguntarnos si el
aburguesamiento (las “comodidades y el bienestar” que decía Don Bosco, o la
“jubilación” que a veces comentamos), están enfriando nuestra vivencia vocacional e
impidiéndonos seguir en contacto con los jóvenes para ser provocación y propuesta
vocacional para ellos.
3.2.- Estrategias concretas.
¿Qué podemos hacer, desde nuestro trabajo salesiano y en concreto, para servir a los
jóvenes y ser testimonio entre ellos de la felicidad de vivir y trabajar como salesianos?
La comunidad puede reflexionar y compartir iniciativas. Aquí se ofrecen unas cuantas
propuestas:
-La presencia y cercanía entre los jóvenes y las familias por parte de todos los
salesianos, cada cual con momentos, misiones y tareas propias. Que cada salesiano
analice los tiempos en que va a estar en contacto con los jóvenes, y programe su
intervención con ellos para que sea significativa: testimonio de la propia existencia
como consagrado, presencia de Dios.
-La implicación de todos los hermanos en las tareas pastorales, no solamente como
responsables sino como colaboradores: dar los Buenos Días, , preparar las
celebraciones, formar parte de los Equipos de Pastoral, animar grupos de fe de jóvenes
o adultos; presidir eucaristías, confesar (para los sacerdotes),…
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