Discurso de Luis Almagro_homenaje a Mario García Incháustegui

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Homenaje a Mario García Incháustegui
Ministro Luis Almagro
27 de agosto de 2014, Montevideo.
Hace un año casi, realizábamos un viaje a Cuba con el presidente
Mujica para tener encuentros bilaterales y participar del `60
aniversario de la Revolución cubana.
Al llegar a Cuba, uno de los primeros recuerdos que tuvo el
presidente Mujica fue, específicamente, de García Incháustegui. De
su acción y de su importancia política en momentos tensos en la
región.
El de Cuba fue un encuentro fundamental para nuestros países y
gobiernos. Un encuentro luego de un largo camino recorrido por
nuestras naciones, con un pasado de lucha en común, un presente de
compromiso con los mismos valores y un futuro de bienestar y
cooperación entre nuestros pueblos.
Las relaciones entre Uruguay y Cuba son excelentes. Relaciones entre
países hermanos y solidarios con las mismas causas. Algunos de los
programas de cooperación entre nosotros son una insignia en nuestro
país. Desde la reanudación de relaciones diplomáticas en el año 2005,
Cuba y Uruguay llevan adelante diversos programas de cooperación:
la Operación Milagro, el Programa de Alfabetización “Yo sí Puedo” y
las becas otorgadas por Cuba para estudiantes uruguayos, son un
ejemplo de lo que Cuba da al Uruguay. Estas becas han hecho que la
segunda facultad de medicina en Uruguay, sea la de Cuba.
Tenemos convenios de cooperación en marcha en distintas áreas,
principalmente en ciencia y tecnología, educación, cooperación
agrícola – ganadera, prospección petrolera, explotación de derivados
del azúcar, entre otros.
Somos socios y países hermanos. Pero esto no siempre fue así.
Con el objetivo de sitiar a la hermana República de Cuba y aislarla de
Latinoamérica, muchos de nuestros países fueron, en su momento,
empujados a cerrarle sus puertas. En Uruguay, también.
Sucedió en enero del `61, con la expulsión del embajador Mario
García Incháustegui. Fue una “expulsión a pedido”, que transformaba
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en extremadamente genuflexa nuestra política exterior de ese
momento.
Así consta en cualquier documento que quieran consultar o
directamente en Wikipedia: la CIA logró convencer a Benito Nardone
para la expulsión de García Incháustegui y de un primer secretario de
la embajada soviética en Uruguay.
El gobierno del Uruguay se hincaba de rodillas en una renuncia a sus
principios históricos: el respeto al Estado de derecho y la igualdad
ante la ley, la autodeterminación de los pueblos, la no injerencia en
los asuntos internos de otros Estados, la protección de los derechos
humanos.
Con el agravio a García Incháustegui, el gobierno de turno del
Uruguay claudicó. Pero no lo hizo la sociedad civil, quien entonces,
tuvo el valor de accionar y reaccionar con indignación y rebeldía ante
este acto cobarde, expresando en las calles su solidaridad con el
pueblo cubano. Llenaron 18 de Julio de manera pacífica y lo
acompañaron hasta el aeropuerto.
Hemos visto alguno de los comunicados de los partidos políticos de
Uruguay de aquella época, incluso de agrupaciones dentro de los
partidos políticos tradicionales. Pero hay una comunicación que
refiere a conceptos fundamentales de lo que pasó. Dice:
“(…) La resolución de expulsión de García Incháustegui no se basa en
ningún hecho cierto; no ha podido invocar ni un solo motivo valedero
que un gobierno responsable tendría que aportar para que su
conducta tuviese el mínimo de seriedad indispensable.
Tal actitud, que significa una mancha para el país solo puede
explicarse por la supeditación de la política internacional del gobierno
uruguayo a las normas dictadas por el Departamento de Estado.
El pueblo uruguayo herido en sus sentimientos de dignidad nacional y
de solidaridad con el pueblo cubano ha de expresar, bajo diversas
formas, su repudio a una resolución gobernativa que traiciona la
voluntad popular.
“Ante la posibilidad de que la mayoría del Consejo Nacional en el
lamentable camino que ha emprendido, tome medidas más graves y
al mismo tiempo, más desdorosas para el país en materia de
relaciones con Cuba”, y la carta habla del camino a seguir con todos
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los medios a su alcance para evitar aislar a la revolución cubana de
los pueblos latinoamericanos.
Sin memoria no hay identidad. Sin memoria no lograremos alcanzar
la verdad jamás. Sin memoria y sin verdad no hay historia y no hay
un futuro posible.
Para saldar esta enorme deuda que tenemos con la memoria histórica
de nuestro país, con la memoria de nuestro pueblo, con
manifestaciones como esta, es imperativo y absolutamente
fundamental reivindicar la figura de García Incháustegui. Porque
como diplomático cubano supo servir y cumplir con su deber.
Lo tenemos que hacer dos generaciones más tarde, lo tenemos que
hacer cincuenta y tres años después, algo que verdaderamente es
improcedente, que tengamos que alcanzar estas cosas cuando ya han
pasado tanto tiempo, sin haberlas podido reivindicar en vida como se
merecía Mario García Inchaustegui. Aquí está su propio hijo Mario
García: recién hoy, en 2014, más de cincuenta años después, es que
recordamos.
Por eso quiero insistir en detener nuestra memoria un momento en el
día en que el embajador Mario García Incháustegui, embajador de
Cuba en Uruguay, habiendo sido infamemente expulsado, tomó el
avión hacia La Habana: la gente de a pie manifestó su indignación, su
profundo rechazo al alejamiento de Cuba, ocupando la avenida hacia
el Aeropuerto de Carrasco, por donde también pasó el golpe de la
represión de la Guardia Republicana.
La herida infligida a las personas y a los pueblos, es un reflejo de la
herida grave que esa injusticia y la violencia dejan en nuestra historia
institucional.
Hoy estamos aquí para curar nuestras heridas institucionales. Aunque
no podemos reparar el daño que los tiranos han provocado en las
personas, sí está en nuestras manos reparar las atrocidades
institucionales de la tiranía. Sí está en nuestras manos reconocer y
enaltecer la dignidad de nuestros pueblos.
El significado de este homenaje, para mí, va mucho más allá del acto
institucional en sí mismo. Tener aquí a Camila García, a Mario García
(el tercero), a Débora, es un gran honor. Ese vínculo personal
entrañable, que nos dejó tempranamente, pero que queremos
homenajear hoy en la figura de su padre.
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Sí está en nuestras manos recorrer los caminos de la integración,
cuando tanto y tan duramente quisieron desintegrarnos.
Una de las formas de rescatarnos a nosotros mismos, rescatar esa
vocación de justicia y de libertad de nuestro pueblo es rescatando a
la estatura ética, la valentía y la calidad humana de sus líderes.
Mario García Incháustegui es uno de los líderes fundamentales en la
construcción de unidad latinoamericana, en libertad y solidaridad.
“Su ejemplo de solidaridad y valentía vivirá siempre en la memoria de
quienes luchan por la libertad y la justicia”, dice la placa que hoy
queremos entregar a sus familiares y al gobierno de Cuba.
Pero el nombre de García Incháustegui no merece el bronce como
descanso. Su ejemplo nos obliga a ponernos en movimiento en varias
direcciones: nos impulsa a un indispensable viaje a la memoria, es un
horizonte y ejemplo a seguir y la obstinación diaria de un compromiso
con el presente, con el aquí y ahora.
Su figura debe ser un ejemplo para las diplomáticas y diplomáticos
que queremos para el Uruguay. Desde el Ministerio de Relaciones
Exteriores, creemos en esta diplomacia cuyos representantes no dan
la espalda sino que están bien parados, con la mente clara y el
compromiso vivo con la realidad que les toca vivir.
Como Mario García Incháustegui, desde esta Cancillería también
concebimos la política exterior como una valiosa herramienta de
construcción de derechos, protección de la democracia y la paz,
instrumento de equidad, de defensa de la soberanía, de la libertad,
motor de integración y de crecimiento.
Vive su ejemplo y su compromiso en los jóvenes diplomáticos, la
mayoría de los cuales eligen esta carrera con una enrome inclinación
vocacional por el servicio. A ellos les digo: que su carrera esté
siempre orientada a los más desprotegidos, a los que están lejos de
su país y necesitan del Estado, a los que sufren injusticias o son
cautivos de las garras dementes de la guerra. Estén, como García
Incháustegui, al servicio de la libertad, de todos los que necesiten la
protección y amparo de la ley y la justicia.
A las y los diplomáticos jóvenes les digo: están al servicio de las
personas y las instituciones que las defienden. Su servicio a los
derechos humanos supera la obediencia y las reglas. Cumplan con los
derechos humanos aunque tengan que salirse de la raya y romper las
reglas. No hagan solo lo que les corresponde. Sigan estos ejemplos y
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no otros. Para esto están siendo formados también, para tomar las
decisiones correctas que pueden cambiar la historia de muchas
personas. Aun poniendo en riesgo su propia vida.
Este reconocimiento a Mario García Incháustegui sirve para enaltecer
y hacer visible el ejemplo de un diplomático capaz de atravesar las
formalidades de su cargo.
Tuvimos una historia trágica. Muchos perdieron la vida por la verdad,
la justicia, la libertad. Esta es una forma de reparar la historia.
Quiero que este acto simbólico de reconocimiento sea el primer paso
de un desagravio del cual desaparezcan también los rastros
administrativos.
Los mismos nos recuerdan el peor oscurantismo político por el cual
pasó nuestro país, en el cual Mario García Incháustegui supo ser luz,
faro, tanto como lo fue Cuba para América Latina.
Que nadie se equivoque: la llama de Mario García Incháustegui no ha
sido apagada. Vive en cada uno de los que creemos en un mundo
mejor.
Mario García Incháustegui no puede verlo. Pero podemos verlos
nosotros, nuestros pueblos y nuestros hijos. No olvidemos jamás el
terror y la vergüenza que pasaron por nuestra historia reciente.
Tampoco olvidemos lo que somos capaces de hacer para cambiar el
horror en esperanza y en solidaridad.
Muchísimas gracias.
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