EL ARTE COMO CENTRO. LA EXPERIENCIA DEL IES JOSÉ MARÍA INFANTES DE UTRERA (SEVILLA) ART AS A CENTER. THE EXPERIENCE FROM THE SECONDARY SCHOOL “JOSÉ MARÍA INFANTES” José Pedro Aznárez López (CEP de Sevilla, Universidad de Huelva). [email protected] Mª Dolores Callejón Chinchilla (CES Cardenal Spinola –Fundación S. Pablo CEU) [email protected] Recibido Mayo 2008. Aceptado Junio 2008 Resumen: El IES José María Infante de Utrera (Sevilla) tiene sus pasillos y aulas llenos de enormes copias de cuadros, y también copias de cerámica griega, vidrieras, esculturas famosas… realizadas por los alumnos. No se trata sólo de copias: en torno a ellas se desarrolla un proyecto de innovación que ya ha obtenido un premio y que ha convertido el instituto en un centro diferente, hermoso, lleno de vida. Este artículo está en relación directa con el escrito por Manuel Jiménez para este mismo número de RED VISUAL. Palabras clave: copia, proyecto interdisciplinar, arte, trabajo en equipo, transformar Abstract: The “Jose Maria Infante” Secondary School of Utrera (Seville) has in all of its corridors and classrooms enormous copies of famous pictures, and also copies of Greek ceramics, sculptures, etc., realized by the pupils. It is one of the activities from its project of innovation. This project has obtained an award and has turned the institute into a different, beautiful center, full of life. This article is in direct relation with the article from Manuel Jiménez in this number of RED VISUAL. Key words: copy, interdisciplinar, art, teamwork, to transform Todos tenemos una cierta idea de cómo es un instituto. Un edificio gris, en todos los sentidos, con una gran entrada que da a un distribuidor amplio del cual salen pasillos y más pasillos, largos, a cuyos lados las aulas y los despachos se extienden unos juntos a otros. Puertas todas iguales, con un pequeño cartel al lado de la puerta con un número. Aula 1.2, 1.3, 1.4, 1.5… ¿Para qué comentar a qué se parece esta numeración homogenea y triste? Cada puerta está taladrada por un ventanuco de cristal. En los institutos más agraciados, el recibidor, los pasillos y hasta las aulas están pintados de colores. Antiguamente eran grises, o a veces del verde de los sanatorios. El exterior, en Andalucía, siempre es igual, blanco y verde, por aquello de la imagen corporativa y los colores de la bandera regional. El IES José María Infantes, en esta mañana de lluvia torrencial, que ha inundado la carretera por la que llegamos hasta Utrera (Sevilla), parece igual que los demás cuando nos apeamos del coche y lo vemos unos centenares de metros mas allá. En realidad todo el día está gris. En Sevilla se supone que es Feria, pero aquí no y los chavales están empezando a asomarse al patio, aunque caiga agua. Cuando llegamos por fin al porche de entrada, justo antes de traspasar la puerta del IES, nos damos cuenta que el techo del porche no es plano, blanco y gris y con algún desconchón, como cabría esperar. Es una reproducción volumétrica y a escala del techo de la sala de los bisontes de las Cuevas de Altamira, con sus animales pintados en tonos terrosos. Cruzamos la puerta, y tampoco encontramos el recibidor de siempre. Es un hall muy grande, con la escalera al fondo. Nos han hablado de este instituto y de las paredes de sus pasillos pintadas con copias de Rubens, Picasso o Boticelli. Por eso hemos venido a verlo, aprovechando la amabilidad del profesor de Plástica, que ha atendido nuestra llamada enseguida y no sólo nos ha invitado a venir, sino que lo ha hecho encantado. Pero lo que no nos esperamos es el andamio que hay en una de las esquinas, con botes de pintura y otros enseres, y con sabor a taller de Facu, ni los grandes paneles pintados con cuadros de Picasso que están desparramados por varios sitios, claramente a medio hacer. El “Paulo vestido de arlequín” justo a nuestra izquierda. Las paredes de la escalera que tenemos enfrente tienen colgadas varias decenas de platos de ceramica griega. Por no andarnos con rodeos; venimos con cierto temor a encontrarnos alumnos copiando con cuadrícula unas cuantas láminas de Arte; ampliando de escala los ejercicios repetitivos, abstractos y descontextualizados de tantos, y tan malos, libros de texto. En la conserjería del recibidor preguntamos por el profesor de Plástica, por Juan Guerrero. Acude enseguida. Y nos empieza a introducir en el edifico. Sobre el techo del recibidor, que como hemos escrito es enorme, está la bóveda de la Capilla Sixtina. ¿Cómo han pintado eso y a esa altura?. Son grandes paneles, atornillados por operarios. Después una clase, y otra, y otra, y otra. Todas son diferentes. No están numeradas como siempre, sino que cada una está dedicada monográficamente a un artista, o a un estilo: una de las más llamativas es para el Románico, con la belleza de S. Climent de Taüll por las paredes. Otra muy curiosa es la Tecnología: los dibujos de ingenios trazados por Leonardo están por las paredes y en los paneles en que se cuelgan las herramientas. A poco de empezar nos acompaña también el profesor Manuel Jiménez, el coordinador del proyecto. Entre Juan y Manolo, nuestra susceptibilidad se volatiliza: el proyecto efectivamente está basado en la reproducción de obras de arte, pero no se queda en eso. Es un proyecto compartido por la mayoría del claustro, una tarea realizada interdisiciplinarmente y en equipo, apoyada en una convocatoria de la Consejería de Educación. Ya ha obtenido por su calidad una mención en el premio Domínguez Ortiz de innovación educativa. Y sirve no sólo para aprender a pintar copiando, sino también para trabajar Historia, Inglés, Latin, Educación en Valores, y otras muchas cosas, incluso la Religión. Por ejemplo, en el aula de Románico que tanto nos gusta no sólo se pintan las paredes, sino que se puede reflexionar sobre el modelo de sociedad que hace posible esas imágenes brillantes y expresivas y sobre cómo se construyen las identidades en el Medievo. Seguimos. Caminar por estos pasillos es un placer. Y los cuadros están intactos: no hay un solo graffiti. Efectivamente, los chavales pintan las mesas o los espacios sin decorar pero respetan las obras de sus compañeros. Éstas se hacen trabajando en equipo. A partir de la proyección de una diapositiva, que se calca sobre la pared, o sobre el panel. A veces no resulta bien, y se vuelve a empezar, después de una mano de blanco. Lo que importa es el proceso, el aprendizaje, pero también que el resultado final no sea cutre. Pensamos sin decir palabra en las paredes de algunos institutos, con sus murales horribles del día de la paz o de una semana cultural de hace un lustro. Es excepcional encontrar trabajos tan bien realizados, aunque los hay en varios centros de nuestro entorno. Pero nunca en tal cantidad, con una representatividad tan exhaustiva de toda la Historia del Arte. En otra escalera, una de las imágenes de las vidrieras de la SaintChapelle, solo una. Es la primera de una decoración que ocupará todo el ventanal. - ¿Laca de bombillas? No, es una vidriera de verdad: con su emplomado, y los cristales hechos con óxidos y sílice, en el horno cerámico. “Algunos no se pueden tocar cuando se están realizando”, nos comenta Juan, porque son tóxicos. Volvemos a la primera planta. En el pasillo una exposición temporal de fotografía. Son frecuentes. Esta trata el tema de la Semana Santa, que acaba de terminarse, y las imágenes son muy buenas. Es grande, y está bien montada. Volvemos al recibidor, para pasar a las zonas administrativas del edificio, conocer al director, ver el proyecto y las memorias (unos gruesos volúmenes bellamente editados), y fijarnos también en los cuadros que están colgados en estas paredes. La mayoría obra de artistas profesionales, algunos incluso del propio Juan. Después entramos en el aula de Plástica. Nada más dentro, una copia a escala 1:1 de un león de la Alhambra. Lo modelaron en barro, sobre armazón. Y luego le hicieron un molde perdido del que sacaron una copia, la que vemos, con su conducción interna para el agua, porque van a motar la fuente en el exterior, completa. Juan se duele de algunas imperfecciones en las que era imposible reparar en las fotografías, pero que él ha observado al visitar el león restaurado que está desde hace unos meses en el Museo de la Alhambra (en el Palacio de Carlos V). Pero el león, que está siendo retocado con un perfeccionismo increíble, es una gozada. El resto del aula está llena de cuadros y otros trabajos a medio hacer. Con desechos de cerámica surge un mosaico alejandrino. No todo son copias. Tal vez lo más sorprendente sea un gran mural, realizado con trozos recortados de tela vaquera. Aparece así una gran composición, con una amplia gama de azules, que los alumnos, que están trabajando en ese momento, obtienen cortando viejas prendas. El ambiente es desenfadado, y Juan se mueve con soltura. No duda en desechar algo mal hecho, pero se percibe que los alumnos se sienten estimados en el aula. Ya en la cafetería, entre grandes murales con carteles de Mucha, tenemos un rato para hablar con Manolo, mientras Juan va y viene a ratos, porque está ocupado con sus chicos. Entonces vamos conociendo el alcance del proyecto, que influye directa o indirectamente en todo el currículo. Y que cruza las paredes del centro. Los murales de Picasso que están a medio acabar en el recibidor son el trabajo de niños de Primaria que han venido un día antes a visitar el centro y a pintar. Vienen otros muchos centros a trabajar con este pequeño instituto, y también vienen docentes. Otras veces son ellos los que salen, y van al Prado, a Granada, a Sevilla o a navegar por Internet en busca de información con la que trabajar. Si no estamos atentos y escuchamos qué nos cuentan, nos quedaremos con la idea de un instituto donde el profesor de Plástica aburre a sus alumnos copiando más y más cuadros. Pero la realidad es bien distinta. Este proyecto, que el claustro apoya firmemente, ha enganchado al alumnado y ha ayudado a chicos y chicas a encontrar sentido a lo que hacían en una Escuela en la no lo encontraban antes. Porque supone abandonar el aula tradicional, donde el libro de texto dicta la educación, donde los adolescentes se quedan horas y horas quietos en las bancas, escuchando uno detrás de otro a los distintos profesores. Supone transferir a los alumnos responsabilidades, y darles parte en la construcción de un instituto diferente. No sólo un instituto lleno de color y de imágenes, sino lleno de obras bien hechas, muy bien hechas en ocasiones, trabajadas con un esmero que en sí mismo es un aprendizaje valioso. Tal vez falte a este proyecto el crecer aún más, de la mano de enfoques más construccionistas, más centrados en la comprensión crítica y el trabajo con lo emergente (y no sólo con el arte canónico). Es este un problema común a muchas iniciativas en el campo de la Educación Artística, muy ligadas a concepciones de las artes propias del mundo profesional de la creación artística y de enfoques esteticistas sobre la imagen, en los que se da por sentado que las obras son el objetivo del aprendizaje. Aunque el proyecto deslumbre, y lo hace, es cierto que en su base permanece una concepción de la Plástica que recuerda lejanamente a las tradicionales copias de láminas y a una concepción tecnológica de la educación, que daba por sentado que lo importante era “hacer” (o “expresar”). Esa puede ser su limitación. Pero tampoco se trata exactamente de un trasunto a gran escala de aquellas prácticas antiguas (y tan presentes aún en las aulas). En este centro, el Arte es un eje en torno al que se vertebran otros aprendizajes; es un eje que aglutina un proyecto bien construido y coherente. Y además en este instituto los cuadros, vividos desde una relación inmediata con ellos, con su proceso de creación, con las ideas que rodearon su surgimiento y los hicieron posibles, toman valor para el alumno, y no son una más de tantas imposiciones del discurso curricular sino una parte importante de su vida escolar y probablemente de su vida en general (con lo que colaboran para que el aprendizaje sea significativo). Y tampoco conviene olvidar que aunque el “hacer” por el hacer no pueda ser el único objetivo del aula de Plástica, “hacer” es imprescindible para un buen aprendizaje. Y en el José María Infante se hace mucho y muy bien. En sus aulas, los alumnos pueden relacionarse con el Arte como deberíamos hacerlo todos: directamente. Y no sólo a través de ilustraciones del libro o de diapositivas o de las inacabables salas del museo acumulativo y descontextualizador. El Arte no sólo fue hecho para el comentario erudito o para la disección formalista, sino fundamentalmente para ser visto, vivido, comentado informalmente. Y ellos lo ven, lo viven, lo practican y lo pueden comentar, tanto informalmente como desde el conocimiento más disciplinar (a veces incluso en inglés). Finalmente, la capacidad de esta experiencia para transformar uno de tantos horribles edificios escolares en un centro diferente, inimitable, lleno de Arte, en el que los alumnos toman posesión de las aulas y los pasillos a través de su trabajo, es algo extraordinario. Esto es el principio. Con todos los defectos que se le pueden achacar. Pero es un principio magnífico y una muestra de cómo cuando la Educación Artística abandona la cultura de la queja y del ombliguismo, y también la de la simple repetición de temas y láminas del libro de texto, puede dejar de ser la niña pobre de la Escuela, y convertirse en uno de sus motores. Un ejemplo de cómo trabajar en equipo (tanto alumnos como docentes) para multiplicar la capacidad de la Escuela para proveer situaciones de aprendizaje. Lástima que las autoridades educativas no lo perciban así, o no deseen hacerlo, y aprovechen un caudal enorme de creatividad y de esfuerzo que no sólo precisa de menciones en premios, sino también del apoyo lógico a su pretensión de crear en el centro un Bachillerato Artístico.