Carta de la Coordinadora General, Pascua 2014

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Mayo, 2014
Queridos todos:
¡PASCUA es realmente algo maravilloso! Coincide con la primavera y, ya solo esto, nos anima.
Empezamos a ver como la naturaleza revive: hojas, flores, frutos se ponen de acuerdo para
hacernos disfrutar con su colorido y diversidad. Este “desborde” nos muestra el gran derroche
del amor gratuito de Dios, aún más grande, con nosotros. Se da y nos lo da todo. Uno se siente
inundado por ¡tanto! Y, a veces, pasamos sin advertirlo. La Pascua nos lo recuerda.
Pascua es un tiempo estupendo para aprender a descubrir ese amor de Dios que nos ama
incondicionalmente, siempre, de manera increíble y asombrosa. Nosotros siempre estamos
esperando una respuesta a lo que damos. “Te amo, si me amas”. No es un amor gratuito como
el de Jesús.
Pascua nos invita a descubrir a Dios oculto, detrás de todo, de cada situación, ya sea positiva o
cargada de dolor. ÉL está siempre, aunque nos cueste verle. Al intentar verlo una y otra vez nos
vamos familiarizando con ese Dios misericordia que derrocha amor sin esperar nada a cambio.
Pascua es luz, todo se vuelve más luminoso, hasta las personas parecen irradiar algo especial.
Hay gente dispuesta a establecer relaciones positivas con otros, a amar; gente con metas e
ideales que cree en lo que hace y se entrega a ello con entusiasmo, paz interior y sinceridad,
libre de miedos y emociones negativas. Hay personas capaces de sorprendernos, de romper
esquemas y de darse sin buscar contraprestaciones: son los referentes que debemos mostrar a
nuestros alumnos e hijos y a los que nosotros mismos debemos acercarnos para predicar con el
ejemplo. En nuestra mente guardamos muchos nombres de personas que han pasado a nuestro
lado y nos han hecho todo el bien posible, ofreciéndonos su mano, alentándonos y
ayudándonos.
La Pascua es abrir el corazón y respirar hondo. Es volver a sonreír, porque ni siquiera la muerte
podrá vencernos como a Jesús.
El tiempo de Pascua es una invitación a vivir resucitados estrenando un amor nuevo, don que
proviene de su Espíritu, que nos llama a amar como Él. Es amar no a quien se lo merece, me
interesa o me protege, sino a todos. Amor que se vuelve cercanía, misericordia, compasión,
ternura, cariño, bondad… Es devolver la mirada misericordiosa que Dios tiene conmigo, al resto
de personas que forman mi mundo, y que son amadas así por Él. Es apostar por el Amor, como
única arma para construir una nueva humanidad: amar en vez de destruir y matar.
Un testimonio de este amor fue Martín Luther King que fue asesinado el 4 de abril de 1968:
“Podéis hacer lo que queráis, pero nosotros seguiremos amando... Metednos en las
cárceles, y aun así os amaremos.
Lanzad bombas contra nuestras casas, amenazad a nuestros hijos, y por difícil que sea,
os amaremos también.
Enviad en las tinieblas de la medianoche a vuestros sicarios a nuestras casas, amenazad
a nuestros hijos, y aun estando moribundos, os amaremos.
Enviad a vuestros propagandistas por todo el país para decir que no estamos ni
culturalmente ni de ningún otro modo preparados para integrarnos en la sociedad, y os
seguiremos amando.
Pero llegará un día en que conquistaremos la libertad y no sólo para nosotros: os
venceremos a vosotros y conquistaremos vuestro corazón y vuestra conciencia y de este
modo nuestra victoria será doble.”
Los relatos de las apariciones de pascua de los Evangelios coinciden todas en señalar:
-
La alegría. Todo es gozo porque Aquel que tanto ha sufrido y murió de una forma tan
inhumana, ahora vive y ha vencido el dolor, el mal y la muerte. Aunque nos parece, en
ocasiones, que el mal triunfa en este mundo, no es así; es la vida, es el bien, es el amor.
“El amor es más fuerte que la muerte” dice el libro del Cantar de los Cantares, 8,6. Así
es. Hay una frase preciosa del Papa Francisco que dice más o menos así: cuando se nos
presente la tristeza (lo negativo, el desánimo, el cansancio, las pocas ganas) digámosle:
yo ya tengo un compromiso con la alegría.
-
La paz. La paz del Resucitado, la serenidad, la bondad, la afabilidad. “Él es nuestra paz”
(Ef 2,14).
-
El envío. Jesús les envía a todos, a las mujeres, a los discípulos, y a nosotros también.
Nos envía a que no nos encerremos en nuestra tranquilidad comodona sino que
salgamos de nosotros mismos para captar las necesidades del otro, su incomodidad, su
desgana, su dolor… Se necesita sensibilidad para captar más allá de lo nuestro. Nos
envía a confortar al que sufre, a ser levadura de gozo, amor y ternura. Nos envía a la
vida de cada día, a la gente con la que nos encontramos en el camino.
Me puedo preguntar:
-¿Mi gozo y mi alegría proviene de un interior reconciliado que se alegra con la alegría de Jesús,
con la alegría de los pequeños triunfos de los otros? O ¿Soy un aguafiestas de los que siempre
tienen que poner la “puntilla”? ¿Soy de los que colaboro positivamente o de los que echo por
tierra lo que hacen otros?
-¿Procuro sembrar paz, reconciliación, perdón o mantengo resquemores dentro?
-¿A qué misión me envía hoy a mí el Señor? ¿Cómo la estoy llevando? ¿Escucho lo que Él quiere
de mí?
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