a DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Marzo 2006 Número 423 Longevo Ben(emér)ito ■ Fernando del Paso: Juárez en Noticias del imperio ■ Victoriano Salado Álvarez: Dos episodios juaristas ■ Teatro de Franz Werfel: Juárez y Maximiliano y Rodolfo Usigli: Corona de sombra ■ Ralph Roeder: Juárez y su México ■ Héctor Pérez Martínez: Juárez, el impasible ■ Benito Juárez: Apuntes para mis hijos ■ Juan de Dios Peza: “Las horas de mayor angustia de Juárez” ■ Andrés Henestrosa sobre Las supuestas traiciones de Juárez, de Fernando Iglesias Calderón ISSN 0185-3716 ■ Salvador Novo: “Juárez, símbolo de la soberanía nacional” a a a Longevo Ben(emér)ito La añoranza patriótica que resuena en el danzón lo dice todo: Juárez no debió de morir. Si bien la ruda angina de pecho acabó en 1872 con su existencia, en este mes en que cumple dos siglos de haber nacido queda claro que el indio zapoteco más célebre de nuestra historia ha vivido mucho más que los 66 años que consignan las biografías. Símbolo de tenacidad nacionalista, ejemplo supremo de habilidad política, milagro de superación personal, Benito Pablo Juárez García transformó a nuestro país en una escala suprahumana, confirmando dos rasgos esenciales del México moderno: la soberanía nacional y la laicidad del estado. No es difícil que el fce vea en esas dos nociones un origen lejano pero indudable de su vocación autónoma, ecuménica, y no es difícil que La Gaceta sume este cohetón de papel a los jubilosos fuegos artificiales que invadirán los cielos mexicanos durante todo el año. Hemos organizado el festejo con textos que reafirman su carácter de personaje literario además de su condición de héroe histórico. Fernando del Paso ofrece nuestro primer acercamiento al Juárez de tinta y papel. Hemos tomado del segundo tomazo de sus Obras el recorrido biográfico con que, en Noticias del imperio, Del Paso presenta a don Benito, personaje que adquiere aún más corporeidad en los coloridos “episodios nacionales” de Victoriano Salado Álvarez con que continúa la entrega. Anecdóticas y ejemplarmente narradas, esas dos viñetas presentan a un Juárez terrenal, humoroso a contracorriente de la evidencia histórica. La dificultad para lidiar con un ser tan singular desde el escenario se nota en las obras de Franz Werfel y Rodolfo Usigli, pues en ambas el oaxaqueño es sólo una vaga presencia, un pivote en torno del cual gira la vida pero al que no se tiene acceso. Tal vez esa misma dificultad para aprehender al hombre es la que evoca Ralph Roeder en el inicio de su monumental biografía juarista, gran libro grande en que la narración vale tanto como lo narrado. Es la misma inspiración de Héctor Pérez Martínez en su retrato de Juárez, el impasible, donde la palabra oportuna y entregada al vuelo lírico sirve para reconstruir (y embellecer) el pasado. Como la casa ha lanzado al mercado una nueva edición de Apuntes para mis hijos, el texto sobre sí mismo en que Juárez aboga sin proponérselo por la tesis de que infancia (y un poquito más) es destino, presentamos su parte inicial, con un par de fragmento de la prologuista, Josefina Zoraida Vázquez, y de quien preparó esta nueva versión, Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva. También de ese volumen procede la bucólica aventura del niño convertido en involuntario navegante, en palabras de Juan de Dios Peza. Otra obra de nuestro catálogo sirve para ponderar las polémicas en torno al legado juarista: en el texto introductorio a Las supuestas traiciones de Juárez, Andrés Henestrosa —otro oaxaqueño ilustre— sintetiza los denuestos de que el héroe de la Reforma fue blanco a comienzos del siglo pasado. Era tiempo de celebrar el primer centenario de ese 21 de marzo, fecha que no siempre ha sido tan bien aprovechada como en el discurso con que Salvador Novo encabezó los festejos en 1966. Cuatro textos cercanos en el tiempo al fallecimiento del prócer permiten confirmar la conversión de Benito Juárez, de astuto y severo político, en estatua de bronce o tallada en piedra. Ojalá las páginas de esta gaceta sirvan para que esas esculturas muestren una sonrisa con trasfondo humano. número 423, marzo 2006 a Sumario Juárez en Noticias del imperio Fernando del Paso Dos episodios juaristas Victoriano Salado Álvarez Juárez y Maximiliano Franz Werfel Corona de sombra Rodolfo Usigli Juárez y su México Ralph Roeder Elevación Héctor Pérez Martínez Apuntes para mis hijos Benito Juárez Sobre Apuntes para mis hijos Josefina Zoraida Vázquez Las horas de mayor angustia de Juárez Juan de Dios Peza Fernando Iglesias Calderón y la defensa de Juárez Andrés Henestrosa Símbolo de la soberanía nacional Salvador Novo Emancipador de la conciencia humana Hidalgo y Juárez José María Vigil Juárez Justo Sierra El camino de Damasco Ángel Pola 2 5 8 12 15 17 20 21 22 23 25 27 28 30 30 Fernando del Paso, escritor, recibió el premio Javier Villaurrutia en 1966 por José Trigo ■ Victoriano Salado Álvarez fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y autor de Episodios nacionales mexicanos ■ Franz Werfel fue poeta, novelista y dramaturgo checo, su novela La canción de Bernardette fue llevada al cine ■ Rodolfo Usigli compaginó sus actividades de dramaturgo con el servicio diplomático ■ Ralph Roeder, historiador estadounidense, dejó testimonio de su inclinación mexicanista en Hacia el México moderno ■ Héctor Pérez Martínez, político y escritor, fue gobernador de Campeche de 1939 a 1943 ■ Benito Juárez fue presidente de la república y Benemérito de las Américas, y además se convirtió en personaje literario ■ Josefina Zoraida Vázquez se ha ocupado de la historia política y diplomática mexicana del siglo xix ■ Juan de Dios Peza fue Ministro de la Guerra de Maximiliano y redactor de El eco de ambos mundos ■ Andrés Henestrosa, escritor, ensayista y periodista, escribió Los hombres que dispersó la danza ■ Salvador Novo, además de ser poeta, cronista y dramaturgo, fue profesor en las escuelas Nacional Preparatoria y de Arte Dramático del inba ■ José María Vigil, periodista liberal, fue director de la Biblioteca Nacional de México de 1880 a 1909 ■ Ángel Pola, periodista chiapaneco, escribió en los periódicos El Nacional y El Monitor del Pueblo la Gaceta 1 a Juárez en Noticias del imperio DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Directora del FCE Consuelo Sáizar Director de La Gaceta Tomás Granados Salinas Consejo editorial Consuelo Sáizar, Ricardo Nudelman, Joaquín Díez-Canedo, Martí Soler, Axel Retif, Laura González Durán, Max Gonsen, Nina Álvarez-Icaza, Paola Morán, Luis Arturo Pelayo, Pablo Martínez Lozada, Geney Beltrán Félix, Miriam Martínez Garza, Fausto Hernández Trillo, Karla López G., Alejandro Valles Santo Tomás, Héctor Chávez, Delia Peña, Antonio Hernández Estrella, Juan Camilo Sierra (Colombia), Marcelo Díaz (España), Leandro de Sagastizábal (Argentina), Julio Sau (Chile), Isaac Vinic (Brasil), Pedro Juan Tucat (Venezuela), Ignacio de Echevarria (Estados Unidos), César Ángel Aguilar Asiain (Guatemala), Rosario Torres (Perú) Impresión Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv Diseño y formación Marina Garone, Cristóbal Henestrosa y Emilio Romano Ilustraciones Tomadas de la reedición de Apuntes para mis hijos, de B. J., y de periódicos decimonónicos La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp090206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. Correo electrónico [email protected] 2 la Gaceta a Fernando del Paso Las Noticias del imperio que Fernando del Paso transmite a sus lectores dicen mucho de Benito Juárez. Aunque no es el protagonista de la mayúscula obra delpasiana —que tampoco tiene por eje a Carlota sino a su locura—, el presidente de México entra y sale del libro como un demiurgo que prepara el fatal destino de Maximiliano. Del capítulo en que se contrastan las biografías del oaxaqueño y de Napoleón III hemos tomado las porciones dedicadas a la vida de Juárez, como introducción literaria a nuestro tema e invitación a la obra toda de Del Paso En el año de gracia de 1861, México estaba gobernado por un indio cetrino, Benito Juárez, huérfano de padre y madre desde que tenía tres años de edad, y que a los once era sólo un pastor de ovejas que trepaba a los árboles de la laguna Encantada para tocar una flauta de carrizo y hablar con las bestias y con los pájaros en el único idioma que entonces conocía: el zapoteca. […] Un día, Benito Pablo abandonó a los parientes que lo habían recogido, a sus ovejas y a su pueblo natal de Guelatao —palabra que en su lengua quiere decir “noche honda”— y se largó a pie a la ciudad de Oaxaca situada a catorce leguas de distancia, para trabajar de sirviente en una de las casas grandes, como ya lo hacía su hermana mayor, y más que nada para aprender. Y en esa ciudad, capital del estado del mismo nombre, y ultramontana no sólo por estar más allá de las montañas, sino por su mojigatería y sumisión a Roma, Juárez aprendió castellano, aritmética y álgebra, latín, teología y jurisprudencia. Con el tiempo, y no sólo en Oaxaca sino en otras ciudades y otros exilios, ya fuera por alcanzar un propósito en el que se había empecinado o por cumplir un destino que le cayó del cielo, también aprendió a ser diputado, gobernador de su estado, ministro de justicia y de Gobernación, y presidente de la república. […] Vestido siempre de negro, con bastón y levita cruzada, don Benito Juárez leía y releía a Rousseau y a Benjamin Constant, formaba con éstas y otras lecturas su espíritu liberal, traducía a Tácito a un idioma que había aprendido a hablar, leer y escribir al mismo tiempo, como en el mejor de los casos se aprende siempre una lengua extranjera, y comenzaba a darse cuenta de que su pueblo, lo que él llamaba “su pueblo” y al cual había jurado ilustrar y engrandecer y hacerlo superar el desorden, los vicios y la miseria, era más, mucho más que un puñado o que cinco millones de esos indios callados y ladinos, pasivos, melancólicos, que cuando era gobernador bajaban de la sierra de Ixtlán para dejar en el umbral de su casa sus humildes ofrendas: algunas palomas, frutas, maíz, carbón de madera de encina traído de los cerros de Pozuelos o del Calvario. Pero para otros, para muchos, Benito Juárez se había puesto una patria como se puso el levitón negro: como algo ajeno que no le pertenecía, aunque con una diferencia: si la levita estaba cortada a la medida, la patria, en cambio, le quedaba grande y se le desparramaba mucho más allá de Oaxaca y mucho más allá también del siglo en el que había nacido. Y por eso de que “aunque la mona se vista de seda mona se queda”, las malas lenguas le compusieron unos versitos: Si porque viste de curro cortar quiere ese clavel, sepa hombre, que no es la miel para la boca del burro; huela, y aléjese dél… […] Águeda, la santa que sostenía en una bandeja sus dos pechos cortados, le enseñó al niño Benito Pablo la letra “a”. Blandina mártir, que murió envuelta en una red, entre las patas y los cuernos de un toro, la letra “b”. Casiano de Inmola, al que sus propios número 423, marzo 2006 a discípulos dieron muerte acribillándolo con sus plumas de hierro, la letra “c”. Y a pesar de ello, a pesar de haber aprendido el abecedario en Las vidas y martirios de los santos, gracias a la paciencia y buenamor de su maestro, el lego pero casi fraile Salanueva, que estaba siempre vestido con el sayal pardo de los carmelitas descalzos, Benito Juárez, siendo ministro de justicia, expidió una ley que llevaba su nombre, Ley Juárez, y la cual, al poner término a la jurisdicción de los tribunales eclesiásticos en los asuntos civiles, volvió a echarle leña al fuego de la vieja rencilla entre la iglesia y el estado, y que en esos días provocó, además de sangrientos combates, la expulsión de seis eclesiásticos, entre los cuales se encontraba el obispo de Puebla, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos. Los angelopolitanos, que así se llamaban los que habían nacido o vivían en Puebla de los Ángeles, acompañaron por un buen trecho a sus obispos en su viaje al destierro, jerimiqueando. A pesar también de haber sido aplicado alumno del Seminario de Oaxaca cuando, antes de decidirse por la abogacía deseaba ser cura, y de haber jurado al protestar como gobernador de Oaxaca por dios y por los santos evangelios defender y conservar la religión católica, apostólica y romana y de encabezar sus decretos con el nombre de dios todopoderoso, uno en esencia y trino en persona, Benito Juárez —a quien Salanueva le había enseñado lo mismo los secretos del arte de encuadernar catecismos Ripalda, que el respeto y la veneración al nazareno del Vía Crucis que todas las tardes de todos los días pasaba frente a su casa—, siendo presidente de la república confiscó los bienes de la iglesia mexicana, abogó todos los privilegios del clero y reconoció todas las religiones. Por esta osadía, Juárez fue considerado por los conservadores mexicanos y europeos, y desde luego por el Vaticano y por el Papa Pío Nono futuro creador del dogma de la infalibilidad pontificia, como una especie de anticristo. Por no saber montar a caballo, ni manejar una pistola y no aspirar a la gloria de las armas, se le acusó de ser débil, asustadizo, cobarde. Y por no ser blanco y de origen europeo, por no ser ario y rubio que era el arquetipo de la humanidad superior según lo confirmaba el Conde de Gobineau en su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas publicado en París en 1854, por no ser, en fin, siquiera un mestizo de media casta, Juárez, el indio ladino, en opinión de los monarcas y adalides del viejo mundo era incapaz de gobernar a un país que de por sí parecía ingobernable. Es verdad que el ministro americano en México, Thomas Corwin, exageraba cuando en una carta al secretario de estado William Seward le decía que en cuarenta años México había tenido treinta y seis formas distintas de gobierno, ya que en realidad era una sola, con raras y esporádicas excepciones: el militarismo. Y es verdad también que míster Corwin hacía mal las cuentas cuando afirmaba que en esos mismos cuarenta años México había tenido sesenta y tres presidentes, porque no sólo habían sido menos, sino que entre esos menos hubo varios que volvían una y otra vez a la presidencia, y que eran como una fiebre terciana que sufría el país. [...] Tras más de dos meses de vejaciones durante los cuales se le confinó y expulsó en forma alternada de varios pueblos, ciudades y rancherías, el licenciado Benito Juárez fue llevado al castillo de San Juan de Ulúa. Construido con piedra múcar —una especie de coral— sobre el arrecife de La Gallega a la entrada del puerto mexicano de Veracruz, en tierra caliente donde la malaria y la fiebre amarilla eran endémicas, la fortaleza de San Juan de Ulúa, último reducto de los españoles que la abandonúmero 423, marzo 2006 a naron hasta casi cuatro años después de consumada la independencia mexicana, le había costado muchos millones a España. Tantos, que cuentan que un día se le preguntó a uno de los monarcas españoles qué era lo que contemplaba, con su catalejo, desde El Escorial y el rey contestó que trataba de ver el castillo de San Juan de Ulúa: “tan caro le ha salido al tesoro español”, dijo, “que cuando menos deberíamos verlo desde aquí”. Trece años después de la retirada de los españoles, en octubre de 1838, la fortaleza capituló tras haber sido bombardeada por una escuadra francesa al mando del almirante Charles Baudin y de la que formaba parte el príncipe de Joinville, hijo de Luis Felipe de Francia y tío de la princesa Carlota de Bélgica, y quien reclamaba a nombre del gobierno francés una indemnización de seiscientos mil pesos en favor de ciudadanos franceses residentes en el territorio mexicano, que se quejaban de la merma súbita o paulatina de sus capitales, debida a los empréstitos forzosos, o robos legalizados, que con demasiada frecuencia decretaban las autoridades mexicanas para financiar sus sucesivas revoluciones y sus perpetuos desfalcos. Debido a que entre estas reclamaciones figuraba la de un pastelero de Tacubaya que diez años antes dijo haber perdido sesenta mil pesos de mercancía en éclairs, vol-au-vent, brazos de gitano y babasau-rhum, a este primer conflicto armado entre Francia y México se le llamó “La guerra de los pasteles”. En la defensa del puerto de Veracruz, perdió la pierna izquierda un general mexicano a quien alguna vez Benito Juárez, en sus tiempos de criado de casa grande en Oaxaca, había servido la cena, el mismo que ahora era el culpable de los maltratos sufridos por el indio, y de su próximo exilio: Antonio López de Santa Anna, quien había sido ya presidente de México cinco veces y que, tras de que su heroica pierna fuera enterrada con honores y desfiles, con lágrimas y lápida conmemorativa y con salvas y fanfarrias militares, sería presidente otras seis veces más. A veces héroe, a veces traidor, a veces las dos cosas al mismo tiempo, Santa Anna se levantó un día capitán y se acostó esa noche teniente coronel durante la guerra de la independencia de México. General a los veintisiete años y Benemérito de la patria a los treinta y cinco, había sido condecorado por la flecha de un indio en su primera campaña contra Tejas, la provincia mexicana que deseaba transformarse en república independiente. Héroe ya desde entonces, Santa Anna se hizo un poco más héroe cuando regresó a la provincia rebelde para tomar por asalto el fuerte del Álamo y obtener un sangriento triunfo —remember Goliat la Gaceta 3 a donde pasó a todos los prisioneros a cuchillo y a pólvora—, y un poco menos héroe cuando, vencido por las fuerzas de Sam Houston huyó a caballo y a pie, cayó en manos del enemigo tras el combate de San Jacinto y reconoció por miedo, por obtener la libertad o porque era sencillamente un hecho consumado, la existencia de la república de Tejas. Vuelto al poder después de que su pierna fuera desenterrada y arrastrada en las calles por el populacho, y presidente de México dos veces en el año de 1847 en el que culminó la invasión expansionista norteamericana con la cesión a los Estados Unidos de territorio mexicano con una superficie de más de un millón trescientos cincuenta mil kilómetros cuadrados que incluía las provincias de Nuevo México y de la Alta California —y que, agregada Tejas equivalía a la mitad del territorio nacional—, Santa Anna se convirtió en el gran traidor tras dejar la presidencia en manos de un interno para ponerse al frente de las tropas, ser derrotado por el general Taylor en Sacramento y abandonar el país, lavándose las manos, pasando sin ser molestado, como Pedro por su casa, entre las propias filas del enemigo: Santa Anna, se dijo, había recibido cuantiosas sumas de los norteamericanos para influir en la aprobación, por parte del congreso mexicano, del Tratado de Guadalupe Hidalgo, que además de ratificar la cesión del territorio, reafirmaba los viejos lazos de amistad que unían a México y los Estados Unidos. Vuelto al poder a pesar de todo unos cuantos años después y transformado en dictador supremo y alteza serenísima, Santa Anna, si era posible, fue un poco más traidor todavía al firmar el Tratado de La Mesilla por medio del cual México le vendió a los Estados Unidos otros cien mil kilómetros cuadrados de territorio fronterizo […] Allí, en uno de los calabozos de San Juan de Ulúa, a los que llamaban “tinajas” porque estaban situados bajo el nivel del mar y el agua rezumaba por los muros de piedra múcar para evaporarse casi al instante, pasó once días incomunicado el licenciado Benito Juárez, para ser llevado después a bordo del paquebote Avon donde los pasajeros hicieron una colecta para pagar su boleto hasta la primera escala, La Habana, de la cual se marchó poco después el licenciado rumbo a Nueva Orleans, la antigua capital de Louisiana donde conoció a otros mexicanos liberales y entre ellos a Melchor Ocampo, discípulo como él de Rousseau y además de Proudhon, que sería después uno de sus más cercanos colaboradores, y al que tanto admiró Juárez por su clara inteligencia. Para ganarse la vida, Juárez torcía tabaco. Ocampo elaboraba vasijas y botellones de barro. Otros paisanos exiliados trabajaban de meseros si bien les iba, o de lavaplatos en un restaurante francés. De pie frente al mar, Juárez contemplaba la ancha desembocadura del Mississippi y esperaba al barco que le traería las cartas de su mujer y sus amigos. Margarita se había ido con los niños al pueblo de Etla, y allí la iba pasando con lo que les dejaba un pequeño comercio. Los amigos le pedían a Juárez que tuviera paciencia, le enviaban a veces algo de dinero, le reprochaban, algunos, que hubiera elegido a los Estados Unidos como lugar de exilio, le juraban que Santa Anna caería pronto del poder, esta vez para siempre. De espaldas al mar, Juárez seguía con la mirada el curso del Mississippi, el caudaloso río de los cuarenta tributarios que nacía muy lejos, en la región norte de Minnesota, y pensaba en una singular coincidencia: por la misma cantidad —quince millones de dólares— por la que México había cedido a los norteamericanos las provincias de Nuevo México y la Alta California, Napoleón el Grande había vendido a Estados 4 la Gaceta a Unidos lo que en 1803 restaba en poder de Francia —los dos millones trescientos mil kilómetros cuadrados de la cuenca oriental del Mississippi— de ese gigantesco territorio llamado la Luisiana en honor de Luis XIV, el Rey Sol. Así había crecido Estados Unidos, pagándole a Napoleón seis dólares cincuenta y seis céntimos por kilómetro cuadrado, y a México, once dólares con cincuenta y tres. Pero Juárez hacía cuentas: si se incluía a la república de Tejas, que se había perdido sin recibir un solo centavo de indemnización, los once dólares y fracción se reducían a seis. Bonito negocio. Una noche Juárez y sus amigos fueron a ver a una troupe de minstrels que pasaba por Nueva Orleans, y que era un grupo de músicos blancos pintados como negros, que se movían como negros, hablaban y cantaban como negros y como negros tocaban el banjo y los bones, que eran una especie de castañuelas hechas con dos trozos de las costillas de un animal. “No entiendo”, dijo Juárez. “Sí, el inglés es muy difícil de aprender”, dijo uno de los mexicanos que no había entendido a Juárez. Pero quien siempre sabía muy bien lo que Juárez quería decir era su amigo Melchor Ocampo, quien en algunas de esas tardes húmedas de los domingos en que paseaban por los muelles en mangas de camisa, hacía gala de todas sus culturas, incluyendo la política y la botánica. Ocampo el político proponía, como remedio de los males de México, que se llevara a cabo la Reforma iniciada en los primeros años de la etapa independiente del país con la ocupación por parte del gobierno de las fincas destinadas a las misiones de las Filipinas y continuada por el presidente Gómez Farías sin éxito la primera vez, y con mejor fortuna la segunda, cuando decretó la incautación de los bienes de la iglesia para reunir fondos que sirvieran en la lucha contra la invasión americana, y Ocampo recordaba y citaba ejemplos y antecedentes históricos que le venían a la memoria en desorden, como la nacionalización de los bienes del clero decretada en España en 1835 por un primer ministro liberal, la confiscación de los bienes de la iglesia en Bohemia en el siglo xv como resultado de la revolución husita —que al fin y al cabo sólo benefició a la clase noble, decía Ocampo— la desamortización llevada a cabo en Francia tras la revolución, y las medidas adoptadas por uno de los emperadores austriacos, José II, y que en realidad no lograron sino cambiar el capital de un bolsillo a otro de la iglesia, dijo Ocampo, porque el producto del remate de casi la mitad de los conventos, fue destinado a los curatos, con lo cual se comprueba que si José II no quería a los monjes, sin duda no tenía nada, o poco, contra los curas. Y Ocampo el botánico, amante de las plantas raras, a quien una vez se le vio hincarse y llorar ante unos lirios yucateros que crecían, solitarios, en la estación de Tejería; cultivador de especies exóticas en su finca michoacana de “Pomoca” —anagrama de su apellido—, proponía, como remedio para la diarrea del Licenciado Benito Juárez, una pócima de flores de cabello de ángel trituradas en agua, o contaba cómo la pasión de la emperatriz Josefina, la primera esposa del primer Napoleón, había sido una flor de origen mexicano, la dalia excelsa, que ella había ordenado sembrar en los jardines de Malmaison y prohibió que nadie más la cultivara en Francia, y cómo, después de que alguien robó unas plantas y la dalia mexicana comenzó a aparecer en otros jardines, Josefina dejó de interesarse por ella y la desterró para siempre no sólo de Malmaison, ¿que le parece? y excuse usted la rima, licenciado, sino también de su corazón. G número 423, marzo 2006 a a Dos episodios juaristas Victoriano Salado Álvarez El autor de los Episodios nacionales mexicanos era un prosista ducho. Sus reconstrucciones noveladas de pasajes y personajes de nuestra historia decimonónica son vívidas y felices. Presentamos aquí dos fragmentos, tomados de la reproducción facsimilar que publica el FCE Con la familia enferma Tras la noche toledana, el primer grito que se oyó fue el de mi estómago hambriento: “Desayuno”, pidió con tristes voces, como el herido de muerte pide “confesión”. —¿Desayuno? —dijo mi hombre—. Lo tendrá usted en seguida. Pues qué, ¿cree usted que estamos en México, donde a las siete u ocho de la mañana apenas se van levantando legañosos y malhumorados los mozos del café? Aquí se hila más delgado; vamos a la fonda y verá que nada hace falta. Veracruz es una ciudad pequeña y México un pueblo grande. Nos refocilamos, pues, modestamente; tomamos un cuartito en el Hotel Diligencias, y me salí a la calle para ver de arreglar el negocio principal que me llevaba. Empecé por preguntar cuál era el palacio que habitaba Juárez y a qué horas daría audiencia. Don León se me rió en las barbas como si hubiera preguntado por la casa del sol. —¿Palacio? Pero usted está delirando, compañero. ¡Qué palacio ni qué ocho cuartos! Juárez vive en una casa de tantas, en Puerta Merced, y allí entran y salen jarochas, comerciantes, negras de puro en boca, políticos y militares de todas clases. Aquí no hay las antesalas y los cumplidos del Palacio de México, sino que cada cual entra, arregla sus asuntos y se marcha. Así pasaba en efecto. La casa era amplia, aseada, con sus balcones que dejaban penetrar toda la luz, sus cortinas albeantes, sus baldosas de mármol, sus corredores amplios y su fuente que derramaba agua a chorros, derramando también vida y bienestar. Eran las siete cuando pasé nada más que a informarme de la hora más oportuna para hablar con el presidente. —Ya está levantado su mercé, y voy a pasarle recado —me dijo una negraza que después supe se llamaba Petrona y que era algo parecido a intendenta de aquel albergue. Juárez me recibió con perfecta amabilidad, tendiéndome la mano breve y bien formada y esbozando un amago de sonrisa que más bien sorprendí en sus ojos negros como capulines, que en sus mejillas y boca, pues le impedía el paso una cicatriz que se avanzaba hacia el lado izquierdo comunicando al rostro, a ratos, ligero dejo de burla, y a ratos seriedad mayor de la que era natural en él. Una sola vez había visto al grande hombre (ahora le puedo llamar así, ¡ay!, sin que el mote parezca obra de adulación) y en circunstancias tan críticas, que pensé no se acordaría ya de mí ni de mi nombre. Estaba don Benito sentado en un sillón cercano a una mesa donde se encontraban restos de un frugal desayuno, seguranúmero 423, marzo 2006 mente ingerido de prisa, y al verme dijo invitándome a sentarme: —Entendía que el señor comandante La Llana estaba a las inmediatas órdenes del señor Ministro de la Guerra y jefe del Ejército Nacional. Le respondí refiriendo brevemente la causa de mi presencia en la siempre heroica, y al oír que llevaba cartas de Pancho Zarco, me preguntó con sumo interés: —Y ¿cómo está el señor Zarco? ¿No se ha resentido su salud con la vida que se ve precisado a llevar? Díjele que el valiente periodista rebosaba entereza; le conté su escapatoria última, que aún no conocía, y le vi dar muestras de grandísimo interés por la persona de mi amigo. Ya había yo sacado del fondo de mis cepillos los pliegos que llevaba para el presidente, y había él empezado a leerlos con suma atención, cuando se dibujó en la puerta la silueta de un hombre de mediana estatura, moreno, de cabellera negrísima que le rozaba los hombros, de ojos chicos, nariz roma, boca enorme, pero de labios tan delgados que parecían una herida sangrienta en aquel rostro de líneas acentuadísimas. Era don Melchor Ocampo. Me levanté del asiento ensayando una reverencia. Juárez le dijo alargándole un pliego de papel de seda: —Esto para ti, de parte del amigo Zarco. Cogió don Melchor la carta y empezó a leerla en pie, acercándose un poco a la ventana por donde se filtraba la claridad insolente de una mañana primaveral. —Pancho —exclamó Juárez mirándome al rostro— dice que es usted amigo de plena confianza y que le ha dado conocimiento de cuanto dicen las cartas de que fue portador. —En efecto, señor —respondíle—; Zarco me estima, hace justicia a mi discreción y a mi decisión por la causa, y más honor del que merecen mis modestas aptitudes… Por eso dispuso que leyera y si era posible tomara de memoria lo principal de las cartas que dirige a usted y a otras personas para el evento de que cayera la correspondencia en poder del enemigo y que yo pudiera salvarme. —Zarco no habría dado esa autorización a persona que no lo mereciera. —Pancho —interrumpió a esta sazón Ocampo, que de seguro estaba en lo que hablábamos Juárez y yo—, Pancho opina por el auxilio americano, pues está seguro de que no implica el paso riesgo ninguno para la nacionalidad. —Pancho —contestó el presidente, y parece que le veo con el ademán verdaderamente solemne que tomó— es un joven lleno de prendas, pero joven al fin. Nuestra causa es justa y sólo es materia de tiempo hacer que se enseñoree del ánimo de las gentes. ¿No hemos dicho mil veces dios y nuestro derecho? Pues aguardemos a vencer sin más que esos dos elementos… No hay para qué llamemos a nadie, con el riesgo de que después nos exija el pago de su auxilio en cualquier forma humillante… quizás en la de la pérdida de nuestra nacionalidad. —No abundo en tus temores, bien lo sabes —repuso la Gaceta 5 a a Ocampo—; pero ya que tienes esa fe que traspasa montañas y —Estudiando… humanidades —respondió Guillermo baque tan firmemente crees en el triunfo de nuestra causa, cuenjando los ojos. ta conmigo para acompañarte a donde vayas. —¡Ah, perdido! Miró don Benito a su ministro con cariño en que se confun—¡Ah, pícaro! dían los caracteres de jefe, discípulo, amigo y aliado, y dirigién—Cabalmente acababa de llegar y de dormirme, soñando dose a mí me dijo: que quitaba a una jarocha su cachirulo de oro, se lo pasaba por —Señor La Llana, Zarco me asegura que usted cuenta con los crespos cabellos, y éstos se iban haciendo suaves, suaves amigos en el seno de nuestro grupo. Busque a las personas que hasta llegar a ser como una seda… Luego se tornaban castaños, le sean simpáticas y aguarde a que le llame… Entre tanto, ocudespués rubios, y al fin se volvían de color de oro, como el pará un aposento en esta casa, pues no sería remoto que pronpropio cachirulo… to le necesitara. —Éjate e cachirulo… Me incliné, salí del cuarto, pregunté a la patrona por el cubil —Luego, peinándolos, salían oncitas de oro, centenes, medonde se aposentara Guillermo Prieto, y allá me dirigí dispuesdias onzas, escuditos, reales y medios, todo de oro… como el to a entablar larga y cariñosa charla con aquel viejo y excelente cachirulo… camarada. —¡Y dale! A la puerta golpeaba un hombrecillo delgado de cuerpo, —Y con esos dinerales llenaba cajas y más cajas, pagaba enjuto, moreno de rostro, bigote de cola de ratón, nariz delgahaberes atrasados, sobornaba generales, destruía ejércitos y da y puntiaguda, melena que rebasaba la nuca y cuello larguiponía la Constitución sobre toda la mochería… pues ya usterucho. Por lo demás, el cuerpo, aunque no muy alto, era bien des saben que el dinero es nervio de la guerra. formado; el pecho y los brazos mostraban, a través de la ropa, —¿Y cuando despertaste…? convexidades que denunciaban a un Hércules, y los pies y las —No tenía más que el cachirulo de oro fino que me había manos eran finos y elegantes. regalado una hembra de la Caleta… ¿Y al fin te marchas, gaPermanecí un rato mirando al muchacho aquel, que denunchupín? ciaba a leguas en su apostura el tipo de andaluz, y al cabo logré —Hoy a la dié. reconocerle sin gran esfuerzo. Él también me vio con cara de —¿Y a dónde, se puede saber? La Llana es de confianza. gozo y me dijo —Aunque no lo juera; llevo órdene reservada, que he de —Uté e de Jalico, o en Jalico lo conocí. abrir en alta mar. —De Jalisco soy y en Jalisco tuve la satisfacción de conocer —¡Caramba, qué misterioso anda el tiempo! Gachucito, no al intrépido Antonio Bravo, el mismo que arrió la bandera del me jagas rir… palacio de Guadalajara en aquella horrible jornada del año —Puej ya me verá en camino, y cuando el Dolphin sarga er pasado. puerto, no deje de encomendarme a dios. —¿Y don Santito? —Así lo haré aunque indigno… Y tú, La Llana, ¿qué te —Ya usted lo sabe: trabajando sin cesar y levantando trohaces? ¿Vienes a quedarte con nosotros? pas… A bien que ustedes deben estar de eso más enterados que —Ve a saber; por de pronto, aquí me instalo; pero será sólo yo, pues desde lo de Tacubaya no sé dónde anda nuestro jefe. mientras me despachan con la respuesta a los pliegos que traje. Entre tanto, Bravo había dejado de golpear la puerta aque—De modo que eres ahora… lla; mas en los pocos instantes en que dejábamos descansar a las —Correo extraordinario. lenguas, se oía desde dentro un ronquido que empezaba por el —Bien hayan lo mozo crúo y de arrejto. fortíssimo y concluía en el largo-assai o en —Ojalá que te quedaras entre nosoel morendo más lánguido. tros, Juanillo… Pero ¿qué digo? Ya tengo ¿Palacio? Pero usted está delirando, —Ejte maldito e Guillermo no va a plan para que nos acompañes. compañero. ¡Qué palacio ni qué tené aquí hajta el año prósimo… Misté —Dime el planecito. ocho cuartos! Juárez vive en una que dormí a puerta cerrá en pleno junio —Es mi secreto, como dicen en las casa de tantas, en Puerta Merced, y y en pleno Veracrú, ni al diablo se le novelas… Pero, en fin, si me prometes allí entran y salen jarochas, ocurre. ser callado, y no ir con el cuento a Antocomerciantes, negras de puro en Entonces, perdiendo la paciencia, nio Bravo, te diré la cosa… ¿Tienes boca, políticos y militares de todas gritó por la cerradura: buena letra? clases. Aquí no hay las antesalas y —¡Guillermo, bruto!, ¡levántate o —Purísima, Torío. los cumplidos del Palacio de tiro a mojicone tu puerta! —Y de ortografía ¿cómo te sientes? México, sino que cada cual entra, Alguien contestó del interior cual—Lo necesario para no escribir arroz arregla sus asuntos y se marcha quier cosa que calmó la agitación de con hache y caracoles con ka. Bravo, y a poco vimos salir a Guillermo Prieto con cara de —¡Espléndido! Ya está hecha tu carrera. trasnochado, y diciéndonos de jovial talante: —¿Mi carrera? —¡Habías de ser tú, gachuzo de los demonios!… ¡A las —Sí; has de saber que hace ocho días murió don Mateo cinco me acosté y ya vienes a quitarme el sueño!… Juan Pérez Palacios, secretario privado de Ocampo, y está el pobre Melde mi alma, seas bienvenido a esta heroica ciudad —y me eschor que no halla a qué santo encomendarse. trechó en sus brazos varias ocasiones seguidas. —Figúrense —Pues me convendría la placita. ustedes —continuó Guillermo— que me he pasado la —Cuenta con ella, que si eso no puedo ofrecerte, no sé con noche… qué te obsequie. —¿Etudiando? —preguntó Antonio. —¿Y pa mí no habría un lugarcito así, gachó? 6 la Gaceta número 423, marzo 2006 a —¡Qué ha de haber! Tú estás malquisto por gachupín. —Y e la verdá que don Melchó me ha cogío tema no ma que por gachupín. —Y a fe que no tiene razón, pues Quijotes tan sinceros como éste no los habrá: camina buscando dónde se pelea por la libertad, para ponerse a servirla… Pero déjenme, que tengo que desayunarme, que recoger el acuerdo y que acompañar a este mal sujeto para recomendárselo a los señores tiburones. Y allí se quebró una taza. Hidalguía mexicana y nobleza española En aquella mañana se aguardaban grandes novedades en la casa de Puerta Merced. Se lavaba el mármol de los pisos, se sacudían los muebles, se abrían balcones y ventanas, y la feroz Petrona, la negra que había regañado a Juárez, repartía pescozones a diestro y siniestro. ¿No he contado eso de la regañada a don Benito? Pues aquí va, tal como me la refirió Fidel. Entró el gobierno constitucional a Veracruz una noche de mayo, en medio del entusiasmo de aquel grande y generoso pueblo. Las muchachas arrojaban flores desde los balcones, los hombres gritaban vivas en las bocacalles, y una multitud entusiasta y delirante seguía al cortejo… Llegó la comitiva a la casa que de antemano se había arreglado y se instaló luego que se hubieron marchado Zamora y sus amigos, que un rato acompañaron a don Benito y demás familia… enferma. Juárez era cuidadosísimo con su persona, como no se acostumbraba en aquellos tiempos, en que se tenía como evangelio lo de “la cáscara guarda al palo”, “de cuarenta para arriba ni te cases, ni te embarques, ni te mojes la barriga”, “vale más que digan: allí va un puerco y no allí va un muerto”, y otros axiomas de la tierra que servían para sistemar y arreglar la porquería nacional. Don Benito, lo mismo entre el hielo en Paso del Norte que en el calor de Veracruz, acostumbraba levantarse a las seis y bañarse luego. La mañana siguiente a la de su llegada, salió a la azotehuela y pidió a una negra que por allí miró, le diera nueva número 423, marzo 2006 agua; pero la mujerona, al ver un hombrecillo de mala traza, de tez cobriza, de aspecto humilde y maneras corteses, se figuró topaba con un individuo de la más ínfima servidumbre. —¡Vaya —le dijo—, un indio manducón que parece el improsulto! Si quiere agua, vaya y búsquela. Juárez oyó impasible aquella letanía, y como se lo indicaba la negra, fue a buscar el agua que no tardó en encontrar. Poco después, la comitiva toda, que ese día empezó su vida en común, aguardaba a Juárez. La negra procuraba saber quién de todos aquellos caballeros era el presidente, y a todo el que veía guapo, de estatura elevada o considerado de los demás, le hacía reverencia poniéndole la jeta más linda que tenía a la mano. Por fin, sale don Benito de su cuarto, y todos los que se encontraban formados a la puerta le hacen una inclinación de cabeza en respuesta a la que él les dirigió. Petrona, que reconoció en aquel señor el mismo a quien había reñido, se confundió y entró llamándose con todas las frases más feas que halló a mano. Sorprendidos los circunstantes, preguntaron la causa de aquella confusión, y el señor Juárez refirió, riendo, la anécdota, que sirvió para que distinguiera y favoreciera a la negrita andando el tiempo. Volviendo al asunto de los preparativos de aquella mañana, diré que la gente empezaba a llegar; pero sin que supiera qué embajador se recibiría, qué príncipe llegaría de visita ó qué personaje determinaría acompañarnos en nuestro cálido destierro. Los comentarios comenzaban y no acababan. —Es un americano que viene a ofrecernos dinero y cañones. —Es un inglés que quiere conocer nuestras Leyes de Reforma para aplicarlas en su tierra. —Es un embajador de S. S. Pío IX. —Aquí no entran de esos. —Será el loco Luis Terán, que viene de Oaxaca armado del certificado de hombre morigerado que le expidió la priora del convento de Ixtlán. —Será don Nacho Mejía, que vuelve de recibir el mando de manos de Iniestra. —Será don Miguel Lerdo, que pide la venia para marcharse a extranjis. —Que hable el Tío Cualandas —decían algunos señalando a Prieto y refiriéndose al saladísimo papel que redactaba mi amigo. —Que hable Villalobos —y se dirigían a un sujeto delgaducho, piocha de cuatro hilos, bilioso, cara de pájaro y ojos de víbora. Pero los dichos cesaron luego que hubo llegado el personal del gobierno. A poco, introducido por Prieto y Ruiz, entró el gachupincillo de marras, el bizarro Antonio Bravo, llevando en la mano una cachuchita y en el rostro un bochorno y una mortificación tan marcados, que me dio verdadera lástima verle. Don Benito, desde lo alto de la plataforma, explicó que el gobierno estaba verdaderamente satisfecho del comportamiento de Bravo, que corriendo mil riesgos y con sacrificio de su bolsillo había desempeñado una misión que se le había confiado, adquiriendo dinero, armamento y hombres en los términos que se le había dispuesto; que no pudiendo por entonces darle una muestra de lo mucho en que se estimaban sus servicios, la Gaceta 7 a a había determinado el gobierno recibirle públicamente, haciendo saber que la persona de Bravo le era particularmente grata. El ibero se turbó y nada pudo contestar a aquellas frases con que él estimaba suficientemente pagados sus afanes. Subió, estrechó las manos a Juárez, y las habría besado si no las hubiera retirado a tiempo el presidente. Quiso continuar por la derecha, estrechando las manos que se le extendían y los pechos que le saludaban entusiasmados, cuando se encontró con un rostro adusto y retraído. —Señor —dijo Ocampo, que era el que hurtaba sus manos del contacto con las del héroe—, yo doy mi mano a mis amigos; pero sólo soy amigo de quien merezco serlo, porque le pago en moneda de afecto y consideración los que él me dispensa… Yo he sido lo suficientemente villano para hablar de un hombre a quien no conocía, sólo porque me era antipático su origen… Si usted quiere hacerme la merced de ser mi amigo, antes me ha de hacer la de perdonarme. a Bravo se había quedado parado y sin saber qué hacer, pero al oír aquello fue más grande su confusión. Trató de coger por sorpresa la diestra de Ocampo; pero éste, previéndolo, la escondió de nuevo y le dijo: —Veo que es usted tan generoso que conviene en perdonarme; pero yo no debo aceptar su perdón si no es público y claro… Dígame, si quiere complacerme: “Melchor Ocampo, yo te perdono.” Antonio se resistía, buscaba fórmulas de acomodo, pero al fin hubo de transigir, y de pronunciar con voz de doctrino que recita una lección: “Melchor Ocampo, yo te perdono.” El grande hombre estrechó entre sus brazos al español, le dio muchas y muy cariñosas enhorabuenas y se ofreció su amigo para siempre. El concurso aplaudía, lloraba y ponía en las nubes la lealtad de Ocampo y la modestia de Bravo, declarándolos dignos el uno del otro por sus almas hermosísimas. G Juárez y Maximiliano Franz Werfel ¿Tanta fuerza dramática tendrá Juárez que no es fácil ponerlo en la escena? En Juárez y Maximiliano, el indio zapoteca es un espíritu al que se invoca pero que nunca aparece. Escuchemos qué se dice de él en la primera escena Residencia del gobierno del presidente republicano Benito Juárez, en Chihuahua, en el norte de México. Una oficina pública desnuda y bastante maltratada que data del régimen español y tiene en la parte de atrás unas ventanas con arcos, altas y con mucho fondo, cuyos vidrios rotos están remendados con papel. Las puertas están cubiertas de cartelones, manifiestos y edictos que siempre terminan con el grito de guerra en mayúsculas ¡viva la república! Hay a la izquierda una puerta cubierta con colchas arregladas precipitadamente y a la derecha otra grande que da a un corredor exterior. Una mesa, escritorio oficial, ha sido colocada cerca de la luz y en ella está sentado trabajando el abogado elizea, secretario del presidente. En el banco de madera donde la gente se sienta a esperar, está encogido y con la mirada fija, el diputado de la ciudad de Chihuahua. clark, corresponsal de guerra de El Heraldo de Nueva York, se pasea a lo largo de la pieza con toda tranquilidad. elizea clark elizea clark elizea clark 8 la Gaceta ¡Con mil demonios, señor! Este ilustre y venerado señor don Benito Juárez, parece ser un mito. (elizea se encoge de hombros para indicar que no puede evitarlo. clark sigue con palabra clara y precisa.) Tengo las más urgentes cartas de presentación de Washington. ¡Como si yo necesitara recomendación alguna! Son una mancha en mis quince años de honroso trabajo de reportero. Al principio todo lo vi muy fácil, pero ahora he tenido que andar siguiéndole la pista a este retiro secreto del gobierno legítimo. De San Luis a Saltillo, de Saltillo a Monterrey, y de regreso clark elizea clark del mar a este basurero que nadie puede pronunciar, Chi… ¡Chihuahua! Pronúncielo usted como su Chicago. ¿Qué? ¿Este muladar? No hay nada en Chicago como este agujero, ¿y por qué esta retirada? Bazaine está a mucha distancia. No hay combates, no hay emociones, no hay aventura para nosotros. Estoy luchando por obtener una entrevista para mi periódico con el ciudadano presidente. ¡Una entrevista! No puedo ni aun ver al señor Juárez, ni por amor, ni por dinero, ¿Existe realmente semejante persona? El presidente quiere que lo dejen solo. Trabaja día y noche. Oiga usted, mire. Mi jefe me está escribiendo cartas amenazadoras. El público quiere acción en vez de descripciones de paisajes. Las noticias de las más importantes batallas de nuestra guerra llegaron al norte sin dificultad alguna. Y aquí estoy en México, sin tener nada que comunicar. Puedo perder mi empleo si no me consigue usted esta entrevista, mister Elizea. ¡Paciencia! Todavía están los generales con el señor presidente. Ya han estado con él dos horas y el gabinete estuvo ahí el doble del tiempo. Están tomando grandes resoluciones. El tiempo es corto y tienen que salir de nuevo hoy en la noche. Vienen desde muy lejos. ¿Desde dónde? ¿Quién lo sabe? De todos modos este señor Juárez es un genio en retirada… ¿Por qué no sofocó la villana invasión de Veracruz en el momento del desembarque? Volar los transportes, destruir los caminos, quedarse donde estaba y dejar número 423, marzo 2006 a que los condenados franceses se pudrieran de fiebre amarilla. Eso hubiera sido un plan adecuado, pero sólo desperdicia sus oportunidades, abandona los fuertes de la bahía sin un disparo y deja la puerta abierta a las hordas de pantalones rojos de Luis Napoleón y del orgulloso Habsburgo. elizea (Continuando con su trabajo.) Hay que dejar que maduren las enfermedades. clark Sí, si se empeña usted en morir de ellas. La monarquía, mi ilustre abogado y amigo, es cosa peligrosa para gentes sin cultura. Es tan endemoniadamente aparatosa. elizea Hubo otro hombre que se creyó también bastante grande para ser emperador de México. Las balas de siete soldados lo dejaron listo. clark ¿Iturbide? También era un militar aventurero, gente de fuera. Maximiliano, mi querido señor, es un Habsburgo, hermano o primo de cada uno de los monarcas de Europa —¡que el diablo se los lleve!, pero estas cosas producen una impresión aquí. Deles usted solamente una apariencia de legitimidad y un poco de brillo cortesano. elizea ¡Legitimidad! Moctezuma, verdadero emperador de México, fue también muerto por las flechas de sus súbditos indios. clark (Deja de pasearse.) Don Benito Juárez es indio. ¿No es verdad? ¿Azteca? Elizea Azteca. Sí, eso es. Azteca puro. el diputado de chihuahua (Que hasta este momento ha tenido la vista fija al frente, se levanta y con devoción se oprime el sombrero contra el pecho. Es un viejo mestizo, intensamente moreno.) Perdonen ustedes señores, nuestro presidente no es de raza azteca, sino de la zapoteca. Franz Werfel es un poeta, novelista y dramaturgo judío que nació en Praga en 1890; recibió buena educación en la capital bohemia; se interesó tempranamente en las letras y publicó dos libros de versos, uno en 1911 y otro en 1913, antes de salir, durante la guerra de 1914, a pelear al lado de los poderes centrales en el frente ruso. Escribió dos novelas: Verdi, novela de la ópera y El hombre que venció a la muerte. Es autor de tres dramas: El canto del macho cabrío, Taciturno, y Juárez y Maximiliano. Conozco solamente el primero y el último, que colocan a Werfel entre los dramaturgos de más fuerza y mejor equipo dramático de los contemporáneos. Estas dos piezas han sido presentadas en Nueva York por The Theatre Guild, asociación que tan inteligentemente y con tanto heroísmo ha logrado levantar el nivel intelectual y el gusto de los públicos de la urbe fantástica. Caracterización humana y ampliamente católica; situaciones dramáticas poderosamente intensas; diálogo naturalista, ágil y policromado; interés progresivamente creciente; sensibilidad extraordinariamente fina; imaginación rica y tendencias revolucionarias, firmes y bien orientadas, son las características de Werfel. Y sobre todas esas cosas una noble piedad que limpia y número 423, marzo 2006 clark ¿Y qué diferencia hay? diputado (Perplejo porque su cerebro elemental se ve forzado a una definición.) Los aztecas eran muy buenos pero la sangre de los zapotecas es diferente. (Se queda en silencio, asombrado de su misma opinión.) elizea Sí, son los más implacables de nuestros indios. diputado Tengo un amigo comerciante en el sur, que conoce a una persona cuyo padre tenía empleado al señor Juárez como un dependiente en su tienda. (Suena un timbre, elizea se levanta rápidamente y sale por la puerta de las cortinas.) clark (Al diputado.) ¡Ah! Usted sabe cosas de la niñez de este grande hombre. ¿No es verdad? diputado (Saca penosamente la historia de su propio silencio.) Nuestro presidente es descendiente de unos pobres ganaderos. El encargado de la tienda le daba pan y trabajo. Más tarde lo mandó a la escuela, con los padres. Tenía una inteligencia despierta y por eso lo quisieron preparar para obispo. clark ¿Qué? ¿Juárez, enemigo mortal de la iglesia, el hombre que dictó las leyes de reforma para confiscar las propiedades religiosas, Juárez, un teólogo? diputado Conoce a sus demonios por todos los lados. clark (Murmurando.) ¿Y éste es el hombre que no me dejan entrevistar? diputado (Desde lo profundo de su dolorosa experiencia.) Donde está no hay cautiverio. a (Pausa) (mariano escobedo, riva palacio y porfirio díaz, generales republicanos, entran por la puerta que da a la oficina del presidente, seguidos de elizea. No llevan los brillantes y fantásticos uniformes de los oficiales del Ejército Imperial de México, escobedo y riva purifica por su trascendencia universal; una piedad no por el caso accidental y efímero, sino por toda nuestra mísera vida, alienta en los personajes, vibra y relumbra y a veces atruena y ensordece. Y dentro de esta piedad el relincho de los potros indómitos de una reivindicación social y la luz de la aurora de la esperanza de algo mejor. “El canto del macho cabrío” es un símbolo revolucionario de fuerza potente y de ardimiento, y en las últimas palabras de la obra es piedad para la madre y suprema esperanza, cuando en la creencia de que todo se ha perdido de un hijo cuya monstruosidad física lo privó de todo derecho, una mujer dice: “Te equivocas madre. Aún está en el mundo. Llevo un hijo suyo en las entrañas.” Este monstruo es la fuerza que mueve el drama y, sin embargo, no aparece en escena, como no aparece Juárez en Juárez y Maximiliano, a pesar de ser también la fuerza impulsora de la acción. La obra cuya traducción ofrezco, tiene la opinión europea actual sobre la tragedia del Habsburgo que comenzó en Miramar y terminó en Querétaro. En materia de fidelidad histórica, por lo demás nunca exactamente comprobable a pesar de que en casos como el presente la documentación ha sido meticulosa, la pieza se permite libertades episódicas, pero es honrada en el dibujo de los caracteres principales. la Gaceta 9 a palacio llevan simples uniformes militares con chaqueta larga, gruesos pantalones grises con tiras rojas y botas Wellington. Solamente porfirio díaz lleva la camisa roja Garibaldi —que se ha vuelto también en México el símbolo de la revolución republicana—, un cinturón y el sombrero nativo nacional. Es un hombrecito centelleante con facciones extremadamente recogidas y un fino bigote imperial. Debe verse mucho más joven que riva palacio y que el sombrío y barbado escobedo. Los generales se dirigen al frente del escenario. elizea, que ha entrado con los generales, introduce a la sala de trabajo del presidente, guiándolo hacia la derecha, al diputado. Vuelve inmediatamente y se retira al nicho de una ventana con el reportero.) riva palacio ¿Están ustedes agotados como yo, caballeros? El cerebro del viejo es como una máquina. A mí me duele la cabeza. díaz No me impresiona a mí en esa forma. Para mí es como una mujer a la que uno teme y adora. escobedo Todos estamos orgullosos de usted, mi general, y lo que es más, no estamos celosos. díaz Somos más admirados por la inspiración que nada cuesta, que por el precio de penas infinitas. Es una de las ironías de la vida… clark (Aproximándose a los generales.) Tengo el alto honor de dirigirme a los más grandes generales de la república. (Los generales lo ven hostilmente.) Los Estados Unidos y la Casa Blanca ven con amistad y fraternal cariño la lucha heroica del pueblo mexicano contra la invasión extranjera y la monarquía impuesta por la fuerza. ¿Me van ustedes a permitir algunas preguntas, caballeros? Estoy seguro. Hay un clamor en Nueva York pidiendo noticias. escobedo (Irónico.) Riva Palacio, usted es el ilustrado entre nosotros; contéstele. El uso de uno que otro artificio melodramático no compromete la dignidad de la obra ni pone en peligro su integridad arquitectónica que no puede ser otra que la de todo drama histórico, a saber, una sucesión panorámica de acontecimientos previamente conocidos, que permite observar la acción del héroe sobre ellos y la de ellos sobre el héroe, para describir el carácter de éste. La unidad de carácter del héroe es la unidad de acción de la pieza. Werfel, de acuerdo con la verdad, pinta a Maximiliano como el hombre débil y a Juárez como el hombre fuerte. Siente piedad por los enamorados de Miramar, pero lo deslumbra la rígida entereza del hombre de ébano; aquellos representan las ambiciones humanas ante una categoría de la existencia: la libertad, simbolizada por Juárez. El conflicto se desarrolla entre estas dos fuerzas y vence la más fuerte, la ineludible, la universal, Juárez. Maximiliano y Carlota desfilan hacia la muerte y hacia la locura al son del alarido de piedad del autor que sólo se acalla para dejar oír el estrépito del mazo de la libertad que empuña el brazo poderoso del indio; y entre estas dos figuras y bajo el límpido cielo de México, la bajeza de Labastida, la grosería de Bazaine, la histeria de Agnes Salm, la gallarda hidalguía de Porfirio Díaz, la cobarde traición de López, la venerable devoción de Herzfeld y 10 la Gaceta a riva palacio ¿Quién se atreve a hablar cuando Porfirio Díaz está presente? clark ¿Van ustedes a incorporarse a sus tropas ahora? díaz Puedo recitarle a usted de memoria la lista de mis tropas. Un capitán, dos subalternos, un trompeta, ocho hombres. clark Por el amor de dios, eso es una broma. díaz Procedo con la más amarga sinceridad. Dígale usted a los Estados Unidos que no estamos poniendo en escena una interesante comedia, que estamos peleando por nuestras vidas. clark Pero caballeros, ¿y todas estas noticias sobre los ejércitos republicanos? riva palacio El enemigo los llama rebeldes y bandidos. clark ¿No al ejército? escobedo Los franceses acabaron con el último en Oaxaca. clark Dicen que han exagerado la fuerza de Bazaine y Maximiliano. díaz No, en absoluto. Tienen a su mando cuarenta mil franceses, belgas y austriacos. Los mejor preparados oficiales de Europa para entrenar a nuestras gentes para la guerra de asalto. clark No pueden estar las cosas tan malas. Los mejores hombres están del lado de ustedes, excelencia. Los genios militares, los verdaderos patriotas, y además la protección de los primeros revolucionarios del mundo. La amistad de Garibaldi. díaz Está usted equivocado. Nuestros mejores estrategas, el general Uraga y el general Vidaurri, son los amigos queridos de Maximiliano y los patriotas se están arañado unos a otros para obtener su Orden de Guadalupe ¿Garibaldi? Sí, pero ¿dónde está Garibaldi? clark ¿De modo que el archiduque es popular? Basch, la adoración lastimosamente candorosa de Mejía, la pérfida intriga política… y los campos llenos de sangre. Juárez era el hombre; Labastida, símbolo del clero católico, la ambición terrena, el mal que aplastó y mancilló lo que hubo de limpio y alado en los rasgos humanos de aquella loca aventura; pero de aquel bello archiduque, poeta rubio y soñador, cándido como un niño, a veces soberbiamente malcriado, que quiere echar mano de una utopía paradójica y sentimental para salvar un imperio de cartón recortado en Francia y pegado con la goma del régimen católico apostólico mexicano, y de aquella celeste consorte, fina y hermosa, cuya esterilidad encauza hacia otro rumbo su ambición y quiere hacer de Maximiliano el hijo que de él no pudo tener, de aquella pareja de amantes, tal vez pregunten algunos con el poeta: Y el ser bello en la tierra encantada, y el soñar en la noche iluminada, y la ilusión de soles diademada, y el amor… fue nada…¿nada?… G Enrique Jiménez D. número 423, marzo 2006 a (Honrado y sincero) La gracia y la distinción siempre impresionan en México. clark ¿Dicen que es enteramente liberal? díaz Cuento de hadas europeo con el cual cada príncipe borda su entrada en escena. clark ¿Es verdad, señor general, que Maximiliano le hizo a usted algunas proposiciones? díaz Cuando estuve prisionero. Primero me invitó a una entrevista. Como no fui, me envió su carruaje para llevarme a una audiencia secreta. La tercera vez se tomó la molestia de venir a verme. Tres veces lo rechacé, pero de todos modos me honró con su retrato. El presidente también recibió uno. Uno muy grande con una dedicatoria. clark ¿Qué cosa decía? elizea “La sabiduría de la enemistad es la reconciliación” y luego “Maximiliano”, en grandes letras negras debajo. clark ¿Y Juárez? elizea Le estudió la cara exactamente dos minutos. Lo dejó y dijo: “El hombre se retrata”. clark ¿Tiene el presidente republicano conciencia completa de su difícil posición? díaz Más completa que la que tiene Maximiliano. clark (Fija la mirada.) ¿Qué cosa va a hacer? riva palacio Su pregunta es impertinente. Felizmente no podemos contestarla. Los generales partimos hoy en la noche al sur, al este y al oeste. (Le enseña un carta cerrada.) Vea usted estas órdenes selladas. Cada uno de nosotros tiene uno de esos misteriosos sobres. Lea usted éste. clark (Lee.) “No se abrirá antes de llegar al puesto designado”. riva palacio Este sobre contiene el futuro de México. (Unas cuantas figuras ansiosas aparecen por la puerta grande.) clark ¿No le espanta a usted, señor general, ser enviado así a la incertidumbre y a un peligro desconocido? díaz Ésa es la gloria que tiene, hombre. Prefiero cabalgar en la espesa niebla de la mañana que puede levantarse sobre cualquier cosa. El pensamiento es de Juárez, la acción de los jóvenes. Por su calma, no hay locura que yo no cometiera. clark Juventud, ¡América es tuya! diputado de la ciudad (Entra, mortalmente pálido, por la puerta de la izquierda, que deja abierta.) Ya lo sabía yo. (A la gente que está esperando.) Estamos perdidos. Mañana se nos va el presidente. Él, el gobierno, todos se van al norte, a la frontera. Nos abandonan a nuestra suerte. Los franceses vienen, se vengarán en nosotros, matarán a nuestros hijos. ¡Oh, oh! ¿Qué nos va a pasar? a díaz (Gritos y lamentaciones.) número 423, marzo 2006 díaz Quietos, ciudadanos. Ustedes están seguros, ustedes serán protegidos… no hay que temer… ¡Viva la república! (Suavemente, a los generales.) Caballeros, vamos a exhibirnos en las calles. escobedo Bueno, vamos. díaz ¡A la plaza, ciudadanos! ¡Viva la república! (Intensos gritos.) (Los generales, el DIPUTADO y los ciudadanos salen.) (Gritos.) clark elizea clark elizea clark elizea clark elizea clark elizea clark elizea clark elizea clark ¡Viva la república! ¿De nuevo a la frontera? Las cosas van muy mal. Usted y yo no podemos juzgar eso. ¿Pero…? Un buen saltarín toma un gran impulso. Bastante impulso. ¿Dónde estaremos mañana? Mi jefe habrá de tener paciencia. Primero haré un ensayo sobre su carácter. ¿Qué? Ya tengo el título, “El brujo de la revolución”. ¿Qué le parece? Bueno, pero inverosímil. El señor Juárez es el sentido común mismo. Mire usted. (Se aproxima con curiosidad, mira a través de una rendija y se retira al frente del escenario violentamente espantado y humillado. Servilmente.) Por dios, me miró. No lo estaba viendo a usted. Yo no tengo miedo, pero el corazón me late desesperadamente. No lo vio a usted, está descansando. ¿Con esos ojos fijos? No está dormido, ni está despierto, descansa. Como es su costumbre después de una gran tensión nerviosa. Creo que me las tendré que arreglar sin la entrevista. telón G la Gaceta 11 a a Corona de sombra Rodolfo Usigli La frustrada emperatriz Carlota califica con estos términos la condena anímica que le depara el destino. También en esta obra, Juárez es sólo una presencia, un antagonista fantasma del Maximiliano que de algún modo lo estima Una como procesión de sombras, guiada por la luz de las velas encendidas, pasa de derecha a izquierda. Se ilumina la escena al entrar en el salón de la izquierda, primero, un lacayo con el candelabro; detrás maximiliano, detrás miramón y lacunza. Otras figuras confusas quedan atrás. maximiliano Buenas noches, señores. El lacayo sale, las sombras pasan del centro a la derecha y desaparecen. Se corre el telón parcial sobre el salón de la derecha. miramón y lacunza se inclinan para salir. maximiliano No, quedaos, general Miramón. Quedaos, señor Lacunza. Los dos se inclinan. miramón maximiliano miramón maximiliano miramón maximiliano miramón maximiliano miramón maximiliano miramón maximiliano miramón 12 la Gaceta Su majestad debe de estar muy fatigado. Mañana habrá tantas ceremonias que… No sé bien por qué, general, pero sois la única persona, con Lacunza, que me inspira confianza para preguntarle ciertas cosas. Ya sé que sois leal —otros lo son también—; pero nunca les preguntaría yo esto. (miramón espera en silencio.) Será porque sois europeo de origen como yo. Bearnés, es decir, franco. Habéis sido presidente de México, ¿no es verdad? Dos veces, sire. Y eso no os impidió llamarme a México para gobernar. No, majestad. ¿Por qué? (Pausa.) Os pregunto por qué. Pensaba cuál podría ser mi respuesta sincera, sire. Nunca pensé en eso. Hay motivos políticos en la superficie, claro. ¿Aceptasteis la idea de un príncipe extranjero sólo por odio a Juárez? No, sire. ¿Entonces? Perdone Vuestra Majestad, pero todo se debe a un sueño que tuve. ¿Podéis contármelo? No sé cómo ocurrió, sire, pero vi que la pirámide había cubierto a la iglesia. Era una pirámide oscura, color de indio. Y vi que el indio había tomado el lugar del blanco. Unos barcos se alejaban por el mar, al fondo de mi sueño, y entonces la pirámide crecía hasta llenar todo el horizonte y cortar toda comunicación con el mar. Yo sabía que iba en uno de los barcos; pero también sabía que me había quedado en tierra, atrás de la pirámide, y que la pirámide me separaba ahora de mí mismo. maximiliano Es un sueño extraño, general. ¿Podéis descifrar su significado? miramón Me pareció ver en este sueño, cuando desperté, el destino mismo de México, señor. Si la pirámide acababa con la iglesia, si el indio acababa con el blanco, si México se aislaba de la influencia de Europa, se perdería para siempre. Sería la vuelta a la oscuridad, destruyendo cosas que ya se han incorporado a la tierra de México, que son tan mexicanas como la pirámide de hombres blancos que somos tan mexicanos como el indio, o más. Acabar con eso sería acabar con una parte de México. Pensé en las luchas intestinas que sufrimos desde Iturbide; en la desconfianza que los mexicanos han tenido siempre hacia el gobernante mexicano; en la traición de Santa Anna, en el tratado Ocampo-Mc Lane y en Antón Lizardo. En la posibilidad de que, cuando no quedara aquí piedra sobre piedra de la iglesia católica, cuando no quedara ya un solo blanco vivo, los Estados Unidos echaran abajo la pirámide y acabaran con los indios. Y pensé que sólo un gobernante europeo, que sólo un gobierno monárquico ligaría el destino de México al de Europa, traería el progreso de Europa a México, y nos salvaría de la amenaza del norte y de la caída en la oscuridad primitiva. maximiliano (Pensativo) ¿Y piensan muchos mexicanos como vos, general? miramón No lo sé, majestad. Yo diría que sí. lacunza Todos los blancos, majestad. miramón Tomás Mejía es indio puro, y está con nosotros. maximiliano pasea un poco. maximiliano Quiero saber quién es Juárez. Decídmelo. Sé que es doctor en leyes, que ha legislado, que es masón como yo; que cuando era pequeño fue salvado de las aguas como Moisés. Y siento dentro de mí que ama a México. Pero no sé más. ¿Es popular? ¿Lo ama el pueblo? Quiero la verdad. miramón Señor, el pueblo es católico, y Juárez persigue y empobrece a la iglesia. lacunza Señor, el pueblo odia al americano del norte, y Juárez es amigo de Lincoln. miramón Juárez ha vendido la tierra de México, señor, y el pueblo, además, ama a los gobernantes que número 423, marzo 2006 a brillan en lo alto. Juárez está demasiado cerca de él y es demasiado opaco. Se parece demasiado al pueblo. Ése es un defecto que el pueblo no perdona. lacunza Señor, el pueblo no quiere ya gobernantes de un día, y Juárez buscaba la república. miramón El mexicano no es republicano en el fondo, señor. Su experiencia le enseña que la república es informe. lacunza El mexicano sabe que los reyes subsisten en Europa, conoce la duración política de España, y aquí, en menos de medio siglo, ha visto desbaratarse cuarenta gobiernos sucesivos. maximiliano Iturbide quiso fundar un imperio. miramón Se parecía demasiado a España, señor, y estaba muy cerca de ella. Por eso cayó. maximiliano Decidme una cosa: ¿odia el pueblo a Juárez, entonces? no dejéis de contármelo, os lo ruego. Señor Lacunza, quiero leer mañana mismo las leyes de reforma, y escribir una carta a Juárez. Buscadme a Juárez. a lacunza y miramón levantan la cabeza con asombro. maximiliano los despide con una señal, y salen después de inclinarse. Solo, maximiliano pasea un momento. Se oye, de pronto, llamar suavemente a la segunda puerta izquierda. maximiliano va a abrir. Entra carlota. maximiliano ¡Tú! carlota No podría dormir hoy sin verte antes, amor mío. (En tono de broma.) ¿Vuestra majestad imperial está fatigada? maximiliano Mi majestad imperial está molida. ¿Cómo está vuestra majestad imperial? carlota Enamorada. Se toman de las manos, se sientan. Los mira alternativamente. Los dos callan. maximiliano Comprendo. Juárez es mexicano. Pueden no quererlo, pero no lo odian. Pero entonces el pueblo me odiará a mí. miramón Nunca, señor. lacunza El pueblo ama a vuestra majestad. maximiliano ¿Me ama a mí y ama a Juárez? Eso sería una solución, quizás: Juárez y yo juntos. miramón ¿Se juntan el agua y el aceite? El pueblo no os lo perdonaría nunca. maximiliano Si el pueblo nos amara a los dos, ¿no sería posible ese milagro? lacunza Nunca, señor. maximiliano Pero vosotros sois mexicanos y me aceptáis y me reconocéis por vuestro emperador. Los que me buscaron en Miramar también lo eran. ¿Os alejaríais de mí si Juárez se acercara? (Los dos hombres callan.) Si el pueblo odia a los Estados Unidos del Norte, ¿cómo puede amar a Juárez? Comprendo bien: Juárez es mexicano. Pero si se acercara a mí, eso os apartaría. Luego entonces, vosotros, toda vuestra clase, que está conmigo, lo odia. miramón No lo odiamos señor. No queremos que la pirámide gobierne, no queremos que muera la parte de México que somos nosotros, porque no sobramos, porque podemos hacer mucho. maximiliano Como ellos. miramón Yo no odio a Juárez, señor. Lo mataría a la primera ocasión como se suprime una mala idea. Pero no lo odio. maximiliano Pero lo mataríais. No me atrevo a comprender por qué. Decidme, ¿por qué lo mataríais? lacunza Porque Juárez es mexicano, majestad. maximiliano Ése era el fondo de mi pensamiento: la ley del clan. Adiós, señores. maximiliano ¿Satisfecha por fin? carlota Colmada. Tengo tantos planes, tantas cosas que te diré poco a poco para que las hagamos todas. Ya no hay sueños, Max, ya todo es real. Verás qué orden magnífico pondremos en este caos. Tendremos el imperio más rico, más poderoso del mundo. maximiliano El más bello desde luego. Me obsesiona el recuerdo del paisaje. He viajado mucho, Carla, pero nunca vi cosa igual. Las cumbres de Maltrata me dejaron una huella profunda y viva. Sólo en México el abismo puede ser tan fascinante. Y el cielo es prodigioso. Se mete por los ojos y lo inunda a uno, y luego le sale por todos los poros, como si chorreara uno cielo. carlota Max, ¿recuerdas ese grito que oímos en el camino? Yo lo siento todavía como el golpe de un hacha en el cuello: “¡Viva Juárez!” Por fortuna mataron al hombre, pero su voz me estrangula aún. maximiliano (Levantándose) ¿Qué dices? ¿Lo mataron? carlota Oí sonar un tiro a lo lejos. maximiliano ¡No! ¡No es posible! Tendré que preguntar… Va a tirar de un grueso cordón de seda. carlota (Levantándose y deteniendo su brazo) ¿Qué vas a hacer? maximiliano A llamar, a esclarecer esto en seguida. ¡No, no, no! No es posible que nuestro paso haya dejado tan pronto una estela de sangre mexicana. ¡No! carlota (Llevándolo) Ven aquí, Max, ven, siéntate. Quizás estoy equivocada, quizá no hubo ningún tiro —quizás el hombre escapó. maximiliano ¡Carla! Se deja caer junto a ella, cubriéndose la cara con las manos. Los dos hombres se inclinan y van a salir. carlota maximiliano Me interesan mucho vuestros sueños, general Miramón. Si alguna vez soñáis algo sobre mí, número 423, marzo 2006 ¿Si no hubiera escapado oiría yo su grito aún? Tienes razón, Max, no es posible. No puede haber pasado eso. la Gaceta 13 a maximiliano No, ¡no puede haber pasado! Ella lo acaricia un poco; él se abandona. Pausa. carlota maximiliano carlota maximiliano carlota maximiliano carlota maximiliano carlota maximiliano carlota maximiliano carlota maximiliano carlota maximiliano carlota 14 la Gaceta Max, escuché involuntariamente al principio, deliberadamente después, tu conversación. ¿Para qué quieres escribir a Juárez? (Repuesto) Éste es el país más extraordinario que he visto, Carlota. Ahora puedo confesarte que todo el tiempo, en el camino, al entrar en la ciudad, a cada instante sentí temor de un atentado contra nosotros. Hubiera sido lo normal en cualquier país de Europa. Pero he descubierto que aquí no somos nosotros quienes corremos peligro: son los mexicanos, es Juárez. Por eso quiero escribirle. ¿Qué dices? Quiero salvar a Juárez, Carlota. Lo salvaré. Max, olvida a ese hombre. No sé por qué, pero sé que lo odio, que será funesto para nosotros. Tengo miedo, Max. ¿Tú, tan valiente? La princesa más valiente de Europa. ¿O conoces a otra que se atreviera a esta aventura? No, amor mío, no tengas miedo. Tú me ayudarás. Nosotros salvaremos a Juárez. ¡Oh, basta, Max, basta! No he venido a hablar de política contigo, no quiero oír hablar nunca más de ese hombre. Olvidemos todo eso. Es parte de tu imperio. Esta noche no quiero imperio alguno, Max. He sentido de pronto una horrible distancia entre nosotros: estaremos juntos y separados en el trono y en las ceremonias y en los bailes; tendremos que decirnos vos, señor, señora. ¡Oh, Max, Max! Nunca ya podremos irnos juntos de la mano y perdernos por los jardín como dos prometidos o como dos amantes. ¡Mi Carlota, mi emperatriz! No me llames así, Max. Carla, como antes. Dime, Max, ¿no podremos ser amantes ya nunca? ¿Y por qué no? ¿No nos separará este imperio que yo he querido, que yo he buscado? ¿No tendré que arrepentirme un día de mi ambición? ¿No te perderé, Max? (Acariciándola) ¡Loca! No. ¿Acaso no vi cómo te miraban estas mexicanas de pies asquerosamente pequeños, pero de rostros lindos? Todas te miraban y te deseaban como al sol. ¿Me haces el honor de estar celosa? Por ti acepté el imperio, Carlota; pero ahora sólo por ti lo dejaría. Vayámonos ahora mismo, si tú quieres, como dos amantes. (Sonríe ampliamente.) Qué cara pondrían mañana los políticos y los cortesanos si encontraran nuestras alcobas vacías y ningún rastro de nosotros. ¡Cuántos planes, cuántas combinaciones, cuántas esperanzas no se vendrían abajo! ¡Sería tan divertido! Si hablas en serio, Max, vayámonos. Te quiero más que al imperio. Me persigue todavía aquella horrible canción en italiano… a maximiliano (A media voz) “Massimiliano, non te fidare…” carlota No sigas, ¡por favor! maximiliano (Mismo juego, soñando) “Torna al castello de Miramare”. (Reacciona.) No podemos volver, Carla. Tú tenías razón: nuestro destino está aquí. carlota Si tú quieres volver, no me importará dejarlo todo, Max. maximiliano (Tomándole la cara y mirándola hasta el fondo de los ojos) ¿Quieres volver tú, renunciar a tu imperio? Di la verdad. carlota No; Max. Hablemos con sensatez. Yo lo quería y lo tengo; es mi elemento, me moriría fuera de él. Pero soy mujer y no quiero perderte a ti tampoco, ¡júrame…! maximiliano ¿Desde cuándo no nos bastan nuestra palabra y nuestro silencio? Sólo los traidores juran. (La acaricia.) Hace una noche de maravilla, Carla. ¿Quieres que hagamos una cosa? (Ella lo mira.) El bosque me tiene fascinado. Chapultepec, lugar de chapulines. Quisiera ver un chapulín: tienen un nombre tan musical… (Se levanta, teniéndola por las manos.) Escapemos del imperio, Carlota. ¿Qué dices? carlota maximiliano Como dos prometidos o como dos amantes. Vayamos a caminar por el bosque azteca cogidos de la mano. ¿Quieres? (La atrae hacia él y la hace levantar.) carlota ¡Vamos! (Se detiene.) Max… maximiliano ¿Amor mío? carlota He estado pensando. … No quiero perderte nunca, de vista. ¿Sabes qué haremos ante todo? (maximiliano la mira, teniendo siempre su mano.) Haremos una gran avenida, desde aquí hasta el palacio imperial. maximiliano Es una bella idea; pero, ¿para qué? carlota Yo podré seguirte entonces todo el tiempo, desde la terraza de Chapultepec, cuando vayas y cuando vuelvas. ¡Dime que sí! maximiliano Mañana mismo la ordenaremos, Carla. Vamos al bosque ahora. carlota Con una condición: no hablaremos del imperio, te olvidarás para siempre de Juárez. maximiliano No hablaremos del imperio. Pero yo salvaré a Juárez. carlota (Desembriagada) Hasta mañana, Max. maximiliano ¡Carlota ! Espera. carlota ¿Para qué? Has roto el encanto. Yo pienso en ti y tú piensas en Juárez. maximiliano No podemos separarnos así, amor mío. Vamos, te lo ruego. Le besa la mano; luego la rodea por la cintura con un brazo. Ella apoya su cabeza en el hombro de él. En la puerta de la terraza, Carlota habla. carlota Quizás sea la última vez. Salen. La puerta queda abierta. Un golpe de viento apaga los velones semiconsumidos. Cae el telón G número 423, marzo 2006 a a Juárez y su México Ralph Roeder Juárez y su México, el colosal recuento biográfico de Ralph Roeder que forma parte de nuestro catálogo, es no sólo una biografía sino un estupendo relato, en que la prosa literaria sirve tanto como la enumeración y el análisis de hechos. Presentamos aquí el inicio de la obra De repente el camino se empina. Subimos lentamente, apegados a la espalda de la montaña, bordeando una barranca abrupta y deteniéndonos dondequiera que brota un hilo de agua, para refrescar al motor, ya al rojo blanco. La máquina humana también pide un respiro: el indígena que maneja el viejo camión de carga, aunque acostumbrado desde los tiempos inmemoriales a caminar sin descanso, no alcanza a vencer la resistencia del motor y aprovecha la pausa para tragar, a su vez, el agua que corre incansable por el muslo de la montaña. Pero hay que llegar a las minas antes del anochecer; estamos apenas al pie de la cuesta y seguimos arrastrándonos hacia arriba. Los compañeros respaldan el ascenso con su silencio: cada palabra pesa, y ni una se pronuncia hasta ganar la cumbre. Entonces el panorama nos corta la voz. Los indígenas nos invitan a despedirnos de Oaxaca. Allá abajo, en la profundidad del valle, apenas si las cúpulas de la ciudad lejana evocan un vago recuerdo de la vida humana que va perdiéndose en el horizonte; y al volver la vista hacia adelante, se perfila, no menos profundo y vago, un laberinto de valles y montañas multiplicándose en confusión caótica, donde las peñas se encumbran hasta mostrarse inaccesibles: la cuna del hombre cuyo origen venimos buscando y cuyas huellas han dejado en su tierra una impresión tal que a toda esta región se le llama la Sierra de Juárez. Aquí, en la cumbre, el camión corre entre dos mundos: aquel de la convivencia humana queda atrás; el otro que se aproxima parece despoblado, pero ya se vislumbra nuestra meta y los indígenas nos señalan, perdido entre las mil vertientes de una serranía lejana y visible sólo para sus ojos, algo que será San Pablo Guelatao. Nos miran sin curiosidad. No comprenden por qué vamos allá, mas como somos gente de razón, suponen que será para conocer la laguna Encantada. La laguna Encantada es una de las mil maravillas de la región; no así el hombre. Tan poco les importa la memoria de aquel que nació ahí o de hombre alguno que pasó ya a mejor vida, que al evocar su nombre, se callan: claro que lo conocen, pero sólo como un remoto coterráneo de los muertos, y volviéndonos la espalda, se olvidan luego de su presencia y de la nuestra, lo mismo que de todo lo ignoto entre la cuna y la tumba. Así cruzamos la cumbre y bajamos al otro mundo. El camino huye cuesta abajo en las sombras de la selva tupida, serpeando como un arroyuelo seco entre las vertientes oscuras, orillando de vez en cuando un caserío desierto, casi indistinguible del lodo y de la vegetación que lo reclaman, y desvaneciéndose luego en el vacío que lo devora. La vastedad del mundo que nos envuelve nos empequeñece y nos aleja de nuestros semejantes: de convivientes que fueron se vuelven viandantes que número 423, marzo 2006 nos acompañan y nos abandonan, bajando y buscando uno tras otro la soledad propia que cada quien conoce en algún rinconcillo suyo de la sierra; y seguimos la vía solitaria, tierra adentro, hacia la meta invisible. Sólo la palpitación del motor surca el silencio, y al llegar al fondo del valle, hasta ese jadeo sordo se calma y se acalla poco a poco, y el pulso del presente se pierde en la pasividad impenetrable del pasado. Una vez, nos detenemos para entregar víveres a una mujer que se despide de un hombre en el camino. El hombre se aleja rápidamente, rumbo a Oaxaca, sin mirar atrás, y la mujer se queda llorando allí mismo, indiferente al encargo depositado a sus pies. A la sierra, tan pobre, le falta un hombre más, y ella, mientras pueda, detiene sus recuerdos. Al cabo de seis horas de peregrinación por montes y valles, nos toca el turno de pisar la tierra taciturna. Al atardecer, el camión nos descarga en una aldea desierta y sigue subiendo hacia las minas que son su destino. No hay nadie a la vista y, al vagar a nuestro antojo, nos damos cuenta con sorpresa de que la tierra conoce al hombre. De entre las casas brotan los monumentos: aquí, un plinto; allí, una estatua; en la sala municipal, el retrato del presidente: todo nos habla tácitamente del hijo de Guelatao, menos los vecinos, ahuyentados al parecer por su presencia. Poco a poco, sin embargo, los vecinos aparecen, de regreso de sus labores en el campo, y al enterarse del objeto de nuestro viaje, nos dan la bienvenida y nos presentan con sus descendientes, que no alcanzan a comprender qué interés tengamos en su parentesco con el antepasado de tanto renombre. ¿Recuerdos? Nos miran atónitos. “Pero… no estábamos en el mundo entonces”, protestan en un tono no exento de reproche. Descendientes de Juárez sí lo son; pero de la sexta la Gaceta 15 a a generación y de una rama colateral; y en esta existencia monólas tinieblas. Antes de retirarnos, nos despedimos de la estatua. tona e invariable, sin novedad, sin memoria, no les queda ni un Ahí está, la única autoridad competente que nos dice la última tenue hilo de tradición familiar que les ligue con aquel parienpalabra: “Saber es ser”. Aquí donde empezó a ser, no queda del te remoto que se fue con los tiempos idos y que acaba de rehombre más que el molde vacío: la sustancia viva se ha escurrigresar hace poco a su tierra, sobre un pedestal, transformado do para siempre. El camino a San Pablo Guelatao no conduce en estatua. La ignorancia conserva la continuidad y la curiosia ninguna parte, y sólo al emprender el viaje de regreso a dad rompe la liga frágil. Hace más de un siglo que el tiempo ha Oaxaca y seguir sus huellas en sentido contrario, tendrá razón intervenido, y más que el tiempo, la estatua, tan extraña como el recorrido y la vía recordará al viandante. nosotros y casi tan intrusa, mirando al horizonte como un solitario turista de Como la biografía es una amalgama de Descendientes de Juárez sí lo son; bronce. Ya lo sabemos: el culto es algo los conceptos que tiene el protagonista pero de la sexta generación y de una importado por los de afuera e impuesto acerca de sí mismo y de los que se forrama colateral; y en esta existencia a un pueblo que tiene con la efigie sólo man de él los demás, seria menester monótona e invariable, sin novedad, una relación fortuita y ficticia. iniciarla con una página en blanco a no sin memoria, no les queda ni un Mortificados por su ignorancia y desser por un fragmento autobiográfico tenue hilo de tradición familiar concertados por la nuestra, los ancianos compuesto por Juárez para la ilustración que les ligue con aquel pariente nos mandan a la escuela. La escuela conde sus hijos. El valor de esta memoria remoto que se fue con los tiempos memora al hombre mejor que la estatua, —que quedó trunca— consiste menos idos y que acaba de regresar hace perpetuando con un retorno vivo el ande los datos que nos proporciona que de poco a su tierra, sobre un pedestal, helo del muchacho que huyó de su pueaquella revelación íntima que, tratándotransformado en estatua blo en pos del saber: hoy en día sesenta se de cualquier hombre y sobre todo de jóvenes de la sierra concurren a las aulas; los anima el mismo un hombre tan discutido, será siempre la verdad más verídica. afán de conquistar con los conocimientos el dominio de la vida; Pero los Apuntes para mis hijos son las reminiscencias del hompero por sus mismos adelantos la escuela señala, tan terminanbre hecho, que desde tiempo atrás había perdido contacto con temente como la estatua, el vuelo irrevocable del tiempo. su origen en la sierra, y que revivía su niñez con el desprendiClaro que los jóvenes conocen a Juárez, pero de la misma mamiento de la madurez: relación escueta de los datos, la revelanera que nosotros, embalsamado en los libros, y con mayor ción íntima se desprende de la narración breve y reticente de razón les parece peregrina la idea de venir de tan lejos para los hechos mismos. buscar su presencia aquí. ¡Si todo el mundo conoce a Juárez! Dos fechas perduraron en su memoria. La primera la tomó —De nombre, sí, pero ¿el hombre? prestada de las partidas del libro parroquial. Su nacimiento el —Pues, ahí está, en el jardín. día 21 de marzo de 1806 hubiera pasado inadvertido, si el niño —Pero ¿antes de transformarse en estatua? se hubiese despertado del sueño prenatal, al igual que cual—¡Hombre! ¿Quién sabe? quiera otra criatura del campo, sin otro testigo que el equinoc—¡Muchacho como ustedes! cio de primavera; pero al día siguiente su padre, su madrina y —¿Como nosotros? ¡Ay, señor! ¡Cosas del otro mundo son su abuelo paterno lo llevaron cuesta arriba, hasta Santo Tomás éstas! Ixtlán, donde el párroco lo bautizó y lo registró en el Libro de Sin embargo, siendo jóvenes, nada les parece imposible y de la Vida con el nombre de Pablo Benito Juárez. Reconocida la repente recuerdan que efectivamente hay algunos datos de su condición legal de nacido, los demás datos materiales que siniñez conservados en el archivo del pueblo. Arrastrados por un guieron al baño bautismal quedaron también fuera del alcance impulso de curiosidad colectiva, los muchachos, el maestro y de sus recuerdos. […] Conoció su nación y el ciclo normal de los vecinos nos acompañan a la sala municipal, donde intentala vida indígena —nacer, morir; bautismo, entierro; dispersión, mos el último recurso. Ya es noche, pero para complacernos el adopción—, pero dentro de la órbita inmemorial nacía ya el alcalde enciende una vela, saca el registro y busca la cuartilla en anhelo de superarla, y con el despertar de ese afán se inician sus que un anciano dejó constancia por escrito, hace cuarenta años, propios recuerdos. de lo poco que por tradición oral se recordaba todavía del muchacho, en 1902; no tiene, pues, nada de nuevo ni de original La exactitud de su memoria queda plenamente confirmada nuestra obsesión; ya otros han explorado el plácido olvido de —salvo en un pequeño detalle— por los recuerdos de los San Pablo Guelatao y dejado sus hallazgos para satisfacer o para ancianos, recogidos en el registro municipal. Centenarios o acallar para siempre a sus sucesores. Sentados a la mesa y rodeacasi centenarios, se acordaban de que aún en aquella remota dos por la concurrencia silenciosa y respetuosa, leemos los época el pueblo tenía una escuela, regida por un indígena, breves renglones que encierran las reminiscencias de su niñez, y que el muchacho asistía a las clases todos los días antes de todavía insepultas en aquel tiempo; y convencidos al fin de que salir al campo; pero si hay alguna discrepancia respecto a la con nuestra quimérica curiosidad no logramos más que minar escuela, no hay ninguna respecto al educando. “Muy dedicado las nubes, nos levantamos, dispuestos a confesar que, en verdad, al estudio —dice el registro—, demostró aplicación y provehemos venido a la sierra para conocer la Laguna Encantada. cho en las letras. Su carácter fue obediente, reservado en sus Camino a la escuela, donde nos invitan a pernoctar, pasapensamientos, y en general retraído; tuvo amigos, pero muy mos un pequeño charco oscuro, que ya habíamos visto de día pocos; y demostraba con ellos formalidad y cordura.” Hasta en sin sospechar que fuera una maravilla, pero que resulta ser la el campo siguió ensayando su vocación, y con tanta asiduidad laguna legendaria. No nos atrevemos a investigar el misterio que no le extrañaba a nadie verlo “subir a un árbol y arengar al que encierra; a los misterios hay que respetarlos y dejarlos en rebaño en su lengua natural zapoteca”. 16 la Gaceta número 423, marzo 2006 a Pero su vocación siguió muy eventual, y la oportunidad de llegar a ejercerla en la ciudad se retrasaba siempre. Su tío era hombre de pocos recursos: “Sus intereses se reducían —según el registro municipal— a un pequeño rebaño de ovejas y a un solarcito junto a la laguna.” Sin más ocupación que contar o acrecentar su rebaño, la ambición más insomne cabeceaba, y el muchacho era obediente. Los años pasaron sin novedad y la vida hubiera seguido siempre igual, a no ser por la proximidad de la Laguna Encantada. […] Vigilando y evangelizando a sus ovejas sin provecho, veía transcurrir los días monótonos, los meses trashumantes, los años interminables, sin vislumbrar el otro mundo ni en el trasfondo de la laguna, ni en las ramas de un árbol. A los doce años no estaba más cerca de Oaxaca. Su tío no solía separarse de él, ni el muchacho tampoco de su tío; y si sólo de ellos se tratase, tal vez nunca se hubiera dado con una solución del problema; pero cierto día les vino en su ayuda una oveja. La segunda fecha que se perpetuó en su memoria quedó grabada imborrablemente en su conciencia: no sólo el año, sino el mes, el día de la semana y la hora del día. “Era el miércoles 17 de diciembre de 1818. Me encontraba en el campo, como de costumbre, cuando acertaron a pasar, como a las once del día, unos arrieros conduciendo unas mulas rumbo a la Sierra. Les pregunté si venían de Oaxaca; me contestaron que sí, describiéndome, a mi ruego, algunas de las cosas que allí vieron.” ¡Curiosidad fatídica! Pasada la recua, de repente se dio cuenta de que le faltaba una oveja y, peor aún —ya que los males no suelen venir solos—, se acercó “otro muchacho más grande y de nombre Apolonio Conde. Al saber la causa de mi tristeza, refirióme que él había visto cuando los arrieros se llevaron la oveja.” No faltaba más, y pensando en la cara del tío, “ese temor y mi natural deseo de llegar a ser algo, me decidieron a marchar a Oaxaca”. Con el transcurso de los años, la pena que le costó abandonar a su pueblo y a su tío quedó siempre viva. El registro municipal conserva otra versión de la calamidad. “El día 16 de diciembre de 1818, distraído con sus amigos de infancia, descuidó el rebaño, y éste habiendo causado daño en una sementera ajena, le detuvieron para la respectiva indemnización de él. Asustado el joven Juárez por esto, no quiso hacerse presente a su tío, por lo severo que era; ausentándose desde luego de la población con rumbo a la capital del estado, sin más elementos que sus mismos presentimientos; pero amoroso como era, quiso regresar varias veces a su hogar, impidiéndolo su carácter enérgico y resuelto, por lo que continuó su viaje a Oaxaca, refugiándose con una hermana suya, Josefa Juárez, que servía en la casa de don Antonio Maza, de origen español.” Ambas versiones llevan el sello de la misma verosimilitud. Los ancianos comprendieron tanto sus sentimientos como sus presentimientos, y con éstos termina también su testimonio. “Éstos son los únicos datos que se han podido recoger de la tradición. Sus demás datos biográficos son generalmente conocidos y apreciados en la Historia.” Por eso el alcalde puso al pie del relato tres palabras que sintetizan todo lo anterior: Guelatao de Juárez. La misma brevedad del relato basta para revelar, en ambos casos, la verdad de sus años verdes. Su tierra no era más que el fondo de su vida, y el transcurso de sus primeros doce años, el preludio al día en que, obedeciendo al encanto de la ruta, siguió huyendo por montes y valles, fuera de la inmensidad avasalladora de las montañas, fuera de la soledad sin resonancia de los valles, hacia la ciudad soñada donde, en una sociedad nueva y desconocida, se descubrió a sí mismo y nos conoció a nosotros. Para la biografía, San Pablo Guelatao es el punto de origen; para la Historia, el punto de partida es Oaxaca. G a Elevación Héctor Pérez Martínez En Pérez Martínez se amalgaman política y literatura, pues a su carrera política hay que sumar una obra literaria elegante y perdurable, como comprobará quien siga leyendo Juárez, el impasible, biografía que a más de 50 años de haberse publicado conserva su garra La mañanita brinca sobre la sierra y rueda al plan; se tiñen los caminos de un azul gaseoso. El cielo descubierto, profundo. Olor de rocío que se levanta de la selva, y en el aire húmedo y quebradizo, el silencio. Los caminos bajan al valle. Por las mañanas claras se atisba, a lo lejos, un vago perfil de torres. Los caminos suben a la sierra. La sierra de Ixtlán, en Oaxaca, inextricable, majestuosa. Hacia levante, por leguas, la costa. Hacia adentro, por leguas también, la selva. Los escarpes, las laderas, organizan el paisaje. Y por entre laderas y barrancas, suaves, azules aún, los caminos se inician lentamente. número 423, marzo 2006 Por uno de estos caminos, entre San Pablo Guelatao e Ixtlán, una tropa alza polvo de plata. Tres indios: levantados de alas los sombreros de palma; zamarra de manta cruda; blancos calzones anudados a los tobillos. Por la frente descienden, en pequeños chorros, los cabellos negros sobre la piel negra. A la espalda, el machete providencial; en bandolera, un calabazo lleno de agua. Marchan incansables, con ese paso del indio, entre trote y huida. Atrás se anuncian, por el rojo de las enaguas, las mujeres. Tres mujeres; una de ellas, anciana ya, repite y sostiene el trote. La más joven, sobre la espalda, en medio del paréntesis negro de sus trenzas, carga un bulto movedizo y bullente. Lo lleva amarrado al pecho y a la cintura. Ella se inclina en la carrera y el bulto se hace perpendicular. Silencio. El silencio de los indios se agudiza cuando bajan al pueblo. En el camino se enfrentan con bandadas de arrieros. Entonces los indios se lanzan hacia la cuneta; sostienen en el filo del camino rápidos equilibrios, y pasan los carros y las recuas entre la Gaceta 17 a a restallidos de látigos, bárbaras tracciones de las mulas y una caperuza. Aire frío y violento. Un pueblo de indios, un pueblo canción soez. familiar para los Juárez y los García: mugre en los jacales y Los indios no hablan; los indios no miran; los indios escahambre en las bocas. Paz. La paz de los pueblos indígenas que pan con su trote y su silencio. Amanecido ya llegan a Ixtlán. esperan la voz de los dioses viejos, rotos, desaparecidos, no Les reciben las calles polvosas y los laureles del atrio parroolvidados. Los dioses que velan en la sangre. quial. Una llamada de campanas vuela sobre el caserío. Alguna San Pablo Guelatao, para una descripción sentimental, beata discurre por los callejones empuñando su breviario. Los huele a azahar y tiene cerca una laguna: la Encantada; carrizaindios se santiguan, se descubren; las indias se santiguan y se les y patos en el día. Amianto y plata por las noches. San Pablo cubren. Blancos calzones y rojas enaguas entran a la casa de Guelatao, también, está en la montaña, y de la montaña Benito dios. La menor de las indias desata el lienzo que une a su cuerserá hijo predilecto. La sierra penetra en él; la hosquedad, la po el bulto de la espalda; es cuando un llanto incontenible abruptez se adueñarán de este niño que no oye nunca una canpone azoros en el beaterio y sonrisas indulgentes en el rostro ción, que se despierta en medio de la más auténtica naturaleza, de santo Tomás, patrono de Ixtlán. Los indios respiran el humo sin las prerrogativas de su infancia, sucio de pobreza. del copal y recuerdan, de modo inconsciente, las brutales cereLa vida se arrastra para el niño en el patio del jacal, en commonias de su culto; ceremonias que vivirán latentes en ellos pañía de un perro de orejas mansas, canelo él. Marcelino Juápor los siglos de los siglos. Alguien desgarra un amén en los rez rompe primero el alba; desata en el corral su yunta y va tras labios. La iglesia se puebla rumores. El más anciano de los inlos bueyes que, sabedores del camino, trepan los senderos del dios sube al presbiterio y habla tímidas y misteriosas palabras pueblo rumbo a la milpa. Brígida García pone a hervir el maíz, con el sacerdote. Vuelve a poco a su querencia. Y el sacerdote, tuesta el café, y a la inminencia del canto de las gallinas, hurga ido un instante, regresa con su estola y su libro, su cirio y su la paja de los nidos, buscando, gambusina, el grande grano de gravedad. La más joven de las indias deshace el bulto por comoro dentro del cascarón de los huevos. pleto. Un indito negro, un pequeño ídolo abre los ojos y la Benito pasa así tres años, amparado contra la sierra por el fuente del llanto. Llora con ese llanto rabioso y sin márgenes ambiente de su choza; pero una tarde sus ojos sorprenden un de los niños; un lloro que se apaga para reanudarse en una nota drama. Marcelino, que no ha salido con la luz, que permanece más alta; que declina y sube y, de improviso, cesa. El sacerdote quieto sobre los petates, gime con voces opacas. Brígida quema baña la mínima testa con el agua de un Jordán ideal; pone en pociones en la lumbre y las comadres cruzan el jacal pronunlos labios, abiertos por el grito, un poco de sal graciosa; úngelo ciando voces de conjuro. Por la noche los hachones dan un al fin. tinte sombrío al cuadro. Bajo una estampa de la Guadalupana Mágicas palabras aseguran a los indios que el ídolo es ya un se consume una velilla. Y al tramontar la noche, los lloros de cristiano. Y en un revuelo de linos y alpacas, el vicario, acomlas mujeres subrayan la presencia de la muerte. pasado, va a la sacristía. Sobre una página en blanco de su reBenito, iniciado ya en la lengua zapoteca, debe haber comgistro, la pluma, meticulosa, rasguea un acta “En la iglesia paprendido el turbión de lamentos de su madre. Las hermanas, rroquial de Santo Tomás Ixtlán, en veintidós de marzo del año Josefa y Rosa, empequeñecidas, negras como él, dentro de los mil ochocientos seis. Yo, don Ambrosio Puche, vicario de esta huipiles de manta. Brígida enmudece luego, pero acaricia con doctrina, bauticé solemnemente a Benito Pablo, hijo de Marmanos doloridas su vientre abultado. celino Juárez y de Brígida García, indios del pueblo de San Después del entierro todo se reanuda igual para el niño. Pablo Guelatao, perteneciente a esta cabecera; sus abuelos Sólo falta la sombra del indio grande y el roce de sus labios en paternos son: Pedro Juárez y Justa López; los maternos, Pablo los cabellos hirsutos del infante. García y María García; fue madrina Vienen los abuelos al jacal. Juárez no Apolonia García, india casada con Franadivina el misterio de esos silencios proSan Pablo Guelatao, para una cisco García, y le advertí su obligación y longados de sus familiares, ni las miradas descripción sentimental, parentesco espiritual, y para constancia angustiosas que dirigen al vientre de su huele a azahar y tiene cerca lo firmo con el señor cura. Mariano Cormadre. El perro renueva sus saltos. una laguna: la Encantada; tabarría. Ambrosio Puche”. Otro cuadro, todavía de más miseria, carrizales y patos en el día. Los indios, entretanto, temblorosos y le sorprenderá pronto. Inútil, el niño va Amianto y plata por las noches. aturdidos, cruzan el atrio, no sin haber con las hermanas por las calles de San San Pablo Guelatao, también, reforzado el cepo de las Animas con una Pablo Guelatao en un deambular sin fin, está en la montaña, y de la montaña moneda de plata. Frente a la iglesia está sólo por alejarlo de la casa materna, en Benito será hijo predilecto el mercado. Marcelino Juárez compra y donde Brígida está en trance, y al llegar al envuelve en su pañuelo unos granos de sal. Acaso Josefa Juárez, jacal, esa tarde, en que como ninguna otra el sol mañoso emsu hija, hermana mayor de Benito, desee aquellas cuentas verborronaba de rojo los montes, su abuela, sarmentosa y trágica des. Brígida García, la madre, lleva en sus brazos, dormido, al en sus lágrimas, recibe a los niños en sus brazos. Un vagido idolillo negro. anuncia un nuevo ser. El llanto denuncia a un ser menos. Los callejones en pendiente; el cabo de pueblo: una cruz adorLa orfandad de Juárez se inicia con un reparto. Josefa, Rosa nada con papeles y colorines; piedrecillas al pie de la cruz para y Benito se quedan con los abuelos. María Longinos, la nueva que el genio de los caminos alivie la andadura. Y la tropa vuelhermana, es entregada a Cecilia García. ve a remontarse a la sierra. “Tuve la desgracia —escribirá Juárez en Apuntes para mis San Pablo Guelatao les acoge señero, miserable. Nada ha hijos— de no haber conocido a mis padres, indios de la raza cambiado —nada cambiará— en él. Los caminos, en esta hora, primitiva del país, porque apenas tenía yo tres años cuando descoloridos, grises. Sobre las montañas las nubes dibujan una murieron, habiendo quedado con mis hermanas María Josefa y 18 la Gaceta número 423, marzo 2006 a Rosa al cuidado de nuestros abuelos paternos Pedro Juárez y Justa López, indios también de la nación zapoteca. Mi hermana María Longinos, niña recién nacida, pues mi madre murió al darla a luz, quedó a cargo de mi tía materna, Cecilia García. A los pocos años murieron mis abuelos; mi hermana María Josefa casó con Tiburcio López, del pueblo de Santa María Tahuiche; mi hermana Rosa casó con José Jiménez, del pueblo de Ixtlán, y yo quedé bajo la tutela de mi tío Bernardino Juárez, porque mis demás tíos: Bonifacio Juárez había muerto, Mariano Juárez vivía por separado con su familia y Pablo Juárez era aún menor de edad.” Se traza así el destino. Bajo la tutela, Benito se ve compelido a la lucha: “como mis padres no me dejaron ningún patrimonio y mi tío vivía de su trabajo personal, luego que tuve uso de razón me dediqué a las labores del campo.” Estas labores se concretan al pastoreo. Se arma al niño de un látigo y se le entregan las ovejas serreras. Un perro y el paisaje serán sus amigos hasta que descubra ese instrumento musical, emblema de los pastores: la flauta. Entretanto, en su lengua nativa, subido a un árbol, dirige largos discursos a las bestias y se le abre el corazón a la naturaleza. Cuando la soledad del llano pesa sobre él, su inteligencia, tan primitiva como realista, buscará algo en que entretener sus largas evasiones. Y así da con la flauta, y entonces el diálogo ya no se dice en palabras, sino en fugas de notas. El niño inventa una música de raíces religiosas: un canto a los elementos que presiden su vida; cantos, también, epitalámicos, cuando los borregos acometen a las hembras y el pasnúmero 423, marzo 2006 tor siente lo recio del amor; cantos armoniosos cuando es el sol padre del paisaje, y canciones aromáticas y tristes al declinar la luz. Juárez utiliza la flauta como un vehículo de expresión más que como a una compañera. Las ovejas le rodean en esos atardeceres que influyen en el indio e imprimen en la música algún ritmo animal, elevado en una línea que parte el aire y se desvanece en él. Para construir sus flautas, el pastor abandona un día sus ovejas y se acerca al borde de la laguna Encantada, donde crecen los carrizos. Corta una caña y se sienta en la tierra húmeda. Con la navaja rompe el barniz del cilindro vegetal y marca luego el sitio en que los agujeros vendrán más tarde a hacer sonoro el aire. Y así no se da cuenta de cómo el viento baja de la montaña impetuoso. Los carrizales, tejidos en compactas murallas, oponen a la violencia del aire la misma superficie obstinada de un velamen, y una porción de tierra, la misma en que el niño talla su flauta, se desprende de la ribera y se hace lago adentro llevada en las olas como una barca. El niño acaricia el canuto musical. Lo lleva a los labios y ensaya primero una escala. Sus dedos se despegan para abrir los agujeros, ágilmente. Las notas rompen la ya serena soledad del lago. Los últimos vuelos del aire se llevan, valle arriba, estas notas iniciales, desajustadas, falsas acaso, pero que en los oídos de la naturaleza acechante cautivan el paisaje. Entonces el infantil artista ataca sus melodías monorrítmicas. La inspiración le brota no del fondo de la carne, sino del alma de su raza que vela en la profundidad del cuerpo. Es un indio: panteísta. Según que su mirada atraviesa las capas de la atmósfera azul, o bien se detiene en los picachos de la sierra, la canción se aligera o brutaliza, se hace diáfana, ondula; notas agudas, casi acuáticas, dicen que el indio vuelve los ojos al lago, y notas desgarradas, sollozantes, anuncian que el niño se cobija en su desgracia. Cuando el poema musical se agota el niño se alza y se contempla prisionero de un milagro. El islote está anclado a media laguna. Con la tarde, las ovejas se destacan en el llano, pequeñitas y blancas; y por los cerros, en un vago prestigio de plata, sube la luna, cuando el sol rueda en el horizonte. El azoro desnuda de sonrisas la boca del niño. La realidad de su situación le hace soltar la flauta tras la que vuela la mano instantáneamente, tomándola en el mismo gesto de asirse a un amuleto. Los ojos se le entrecierran; el rostro, impasible. Y el niño es testigo de cómo el campo se tiñe en los colores magos de su crepúsculo, cómo las nubes desparecen, cómo van saliendo las estrellas, cómo la laguna se llena de murmullos, cómo, implacable, adviene la noche. Benito se lanza sobre la tierra en un abrazo enternecido, pero sin lágrimas; muerde la flauta de tiempo en tiempo, y el aire modula notas aisladas y dramáticas. Tal serenata le adormece. Culmina la noche sensual de las zonas templadas. Los nervios de la naturaleza estallan en lo negro. En el campo, las ovejas tiemblan de soledad. Pero la mañana le sorprende. Un vientecillo tempranero impulsa el islote hacia la ribera. Salta el niño a tierra firme, y camino de su hato una alegría desconocida, de libertad primitiva, le inspira una canción al sol, vieja como el mundo. Ese día Benito prueba la amargura del látigo. G la Gaceta 19 a a Apuntes para mis hijos a Benito Juárez particulares a condición de que los enseñasen a leer y a escribir. Éste era el único medio de educación que se adoptaba generalmente no sólo en mi pueblo sino en todo el distrito de Ixtlán, de manera que era una cosa notable en aquella época, que la mayor parte de los sirvientes de las casas de la ciudad era de jóvenes de ambos sexos de aquel distrito. Entonces, más bien por estos hechos que yo palpaba, que por una reflexión maduEn 21 de marzo de 1806 nací en el pueblo de San Pablo Guera de que aún no era capaz, me formé la creencia de que sólo latao de la jurisdicción de Santo Tomás Ixtlán en el estado de yendo a la ciudad podría aprender, y al efecto insté muchas Oaxaca. Tuve la desgracia de no haber conocido a mis padres veces a mi tío para que me llevase a la capital; pero sea por el Marcelino Juárez y Brígida García, indios de la raza primitiva cariño que me tenía, o por cualquier otro motivo, no se resoldel país, porque apenas tenía yo tres años cuando murieron, vía y sólo me daba esperanzas de que alguna vez me llevaría. habiendo quedado con mis hermanas María Josefa y Rosa al Por otra parte, yo también sentía repugnancia de separarcuidado de nuestros abuelos paternos Pedro Juárez y Justa me de su lado, dejar la casa que había amparado mi niñez y mi López, indios también de la nación zapoteca. Mi hermana orfandad, y abandonar a mis tiernos compañeros de infancia María Longinos, niña recién nacida, pues mi madre murió al con quienes siempre se contraen relaciones y simpatías prodarla a luz, quedó a cargo de mi tía materna Cecilia García. A fundas que la ausencia lastima marchitando el corazón. Era los pocos años murieron mis abuelos; mi hermana María Josecruel la lucha que existía entre estos sentimientos y mi deseo fa casó con Tiburcio López del pueblo de Santa María Yahuide ir a otra sociedad nueva y desconocida para mí, para proche; mi hermana Rosa casó con José Jiménez del pueblo de curarme mi educación. Sin embargo, el deseo fue superior al Ixtlán y yo quedé bajo la tutela de mi tío Bernardino Juárez, sentimiento y el día 17 de diciembre de 1818 y a los doce años porque de mis demás tíos, Bonifacio Juárez había ya muerto, de mi edad me fugué de mi casa y marché a pie a la ciudad de Mariano Juárez vivía por separado con su familia y Pablo JuáOaxaca a donde llegué en la noche del mismo día, alojándorez era aún menor de edad. me en la casa de don Antonio Maza en que mi hermana María Como mis padres no me dejaron ningún patrimonio y mi Josefa servía de cocinera. En los primeros días me dediqué a tío vivía de su trabajo personal, luego que tuve uso de razón me trabajar en el cuidado de la grana,1 ganando dos reales diarios para mi subsistencia mientras encontraba una casa en qué dediqué, hasta donde mi tierna edad me lo permitía, a las laboservir. Vivía entonces en la ciudad un hombre piadoso y muy res del campo. En algunos ratos desocupados mi tío me ensehonrado que ejercía el oficio de encuadernador y empastador ñaba a leer, me manifestaba lo útil y conveniente que era saber de libros. Vestía el hábito de la Orden Tercera de San Francisel idioma castellano, y como entonces era sumamente difícil co y aunque muy dedicado a la devoción para la gente pobre y muy especialmente y a las prácticas religiosas era bastante para la clase indígena adoptar otra carreEl deseo fue superior al sentimiento despreocupado y amigo de la educación ra científica que no fuese la eclesiástica, y el día 17 de diciembre de 1818 de la juventud. Las obras de Feijoo y las me indicaba sus deseos de que yo estuy a los doce años de mi edad me epístolas de san Pablo eran los libros fadiase para ordenarme. Estas indicaciofugué de mi casa y marché a pie voritos de su lectura. Este hombre se llanes y los ejemplos que se me presentaa la ciudad de Oaxaca a donde maba don Antonio Salanueva, quien me ban de algunos de mis paisanos que sallegué en la noche del mismo día, recibió en su casa ofreciendo mandarme bían leer, escribir y hablar la lengua alojándome en la casa de don a la escuela para que aprendiese a leer y castellana y de otros que ejercían el miAntonio Maza en que mi hermana a escribir. De este modo quedé establenisterio sacerdotal, despertaron en mí María Josefa servía de cocinera cido en Oaxaca en 7 de enero de 1819. un deseo vehemente de aprender, en términos de que cuando mi tío me llamaba para tomarme mi El camino de la educación lección yo mismo le llevaba la disciplina para que me castigase si no la sabía; pero las ocupaciones de mi tío y mi dedicación al En las escuelas de primeras letras de aquella época no se ensetrabajo diario del campo contrariaban mis deseos y muy poco ñaba la gramática castellana. Leer, escribir y aprender de meo nada adelantaba en mis lecciones. Además, en un pueblo moria el Catecismo del padre Ripalda era lo que entonces formacorto como el mío, que apenas contaba con veinte familias y en ba el ramo de instrucción primaria. Era cosa inevitable que mi una época en que tan poco o nada se cuidaba de la educación educación fuese lenta y del todo imperfecta. Hablaba yo el idiode la juventud, no había escuela, ni siquiera se hablaba la lengua española, por lo que los padres de familia que podían cos1 Se refiere a la grana cochinilla, insecto que se cría en las nopaletear la educación de sus hijos los llevaban a la ciudad de Oaxaca con este objeto, y los que no tenían la posibilidad de pagar ras y de donde se saca un color rojo (grana) para tintes. Era la industria colonial oaxaqueña más importante. la pensión correspondiente los llevaban a servir en las casas Empieza a circular con nuestro sello una nueva edición de este texto autobiográfico, con prólogo de Josefina Zoraida Vázquez y trabajo de edición y compilación de textos de Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva, María del Carmen Berdejo Bravo y Eugenio Reyes García 20 la Gaceta número 423, marzo 2006 a ma español sin reglas y con todos los vicios con que lo hablaba el vulgo. Tanto por mis ocupaciones, como por el mal método de la enseñanza, apenas escribía, después de algún tiempo, en la cuarta escala en que estaba dividida la enseñanza de escritura en la escuela a que yo concurría. Ansioso de concluir pronto mi ramo de escritura, pedí pasar a otro establecimiento creyendo que de este modo aprendería con más perfección y con menos lentitud. Me presenté a don José Domingo González, así se llamaba mi nuevo preceptor, quien desde luego me preguntó en qué regla o escala estaba yo escribiendo. Le contesté que en la cuarta… “Bien —me dijo—, haz tu plana que me presentarás a la hora que los demás presenten las suyas.” Llegada la hora de costumbre presenté la plana que había yo formado conforme a la muestra que se me dio, pero no salió perfecta porque estaba yo aprendiendo y no era un profesor. El maestro se molestó y en vez de manifestarme los defectos que mi plana tenía y enseñarme el modo de enmendarlos, sólo me dijo que no servía y me mandó castigar. Esta injusticia me ofendió profundamente no menos que la desigualdad con que se daba la enseñanza en aquel establecimiento que se llamaba la Escuela Real, pues mientras el maestro en un [cuarto] separado enseñaba con esmero a un número determinado de niños, que se llamaban decentes, yo y los demás jóvenes pobres como yo estábamos relegados a otro departamento bajo la dirección de un hombre que se titulaba ayudante y que era tan poco a propósito para enseñar y de un carácter tan duro como el maestro. Disgustado de este pésimo método de enseñanza y no habiendo en la ciudad otro establecimiento a qué ocurrir, me resolví a separarme definitivamente de la escuela y a practicar por mí mismo lo poco que había aprendido para poder expresar mis ideas por medio de la escritura aunque fuese de mala forma, como lo es la que uso hasta hoy. Sobre Apuntes para mis hijos Josefina Zoraida Vázquez A diferencia de otros países, en México son pocos los políticos que escriben memorias, lo que impide que podamos entrar en el mundo que vivieron y conocer la razón de sus decisiones. Los Apuntes para mis hijos escritos por don Benito Juárez son muy breves para ser memorias, pero dan una idea clara de trayectoria humana y política del hombre que contribuyó a la consolidación de la república. Benito Juárez, al darse cuenta de lo extraordinaria que había sido su experiencia, se decidió a describirla en sus Apuntes para subrayar la importancia de la educación como medio para transformar la vida de los seres humanos, un buen ejemplo para sus hijos y para otros mexicanos. Él sabía que la enseñanza le había permitido desafiar el destino que prometían las condiciones precarias en las que había nacido, aunque para lograrlo había necesitado de voluntad y tenacidad. En un lenguaje sencillo y directo, los Apuntes nos relatan los principales acontecimientos de su vida y los obstáculos que tuvo que vencer, al tiempo que nos trasmiten la imagen que don Benito tenía de sí mismo. Escritores, historiadores y políticos subrayan siempre número 423, marzo 2006 Entretanto, veía yo entrar y salir diariamente en el Colegio Seminario que había en la ciudad a muchos jóvenes que iban a estudiar para abrazar la carrera eclesiástica, lo que me hizo recordar los consejos de mi tío que deseaba que yo fuese eclesiástico de profesión. Además, era una opinión generalmente recibida entonces, no sólo en el vulgo sino en las clases altas de la sociedad, de que los clérigos, y aun los que sólo eran estudiantes sin ser eclesiásticos, sabían mucho, y de hecho observaba yo que eran respetados y considerados por el saber que se les atribuía. Esta circunstancia, más que el propósito de ser clérigo, para lo que sentía una instintiva repugnancia, me decidió a suplicarle a mi padrino (así llamaré en adelante a don Antonio Salanueva porque me llevó a confirmar a los pocos días de haberme recibido en su casa) para que me permitiera ir a estudiar al Seminario, ofreciéndole que haría todo esfuerzo para hacer compatible el cumplimiento de mis obligaciones en su servicio con mi dedicación al estudio a que me iba a consagrar. Como aquel buen hombre era, según dije antes, amigo de la educación de la juventud, no sólo recibió con agrado mi pensamiento sino que me estimuló a llevarlo a efecto diciéndome que teniendo yo la ventaja de poseer el idioma zapoteco, mi lengua natal, podía, conforme a las leyes eclesiásticas de América, ordenarme a título de él sin necesidad de tener algún patrimonio que se exigía a otros para subsistir mientras obtenían algún beneficio. Allanado de ese modo mi camino entré a estudiar gramática latina al Seminario en calidad de capense,2 el día 18 de octubre de 1821, por supuesto, sin saber gramática castellana, ni las demás materias de la educación primaria. Desgraciadamente, no sólo en mí se notaba ese defecto sino en a 2 Alumno externo de los colegios religiosos. que Juárez era “indio”, lo que soslaya sus cualidades personales y sensibilidad que le permitieron transformarse para estar a tono con las ideas de su tiempo. Por sus propias palabras, sabemos de su procedencia indígena, pero para el momento en que escribe sus Apuntes, es indudable que se considera un liberal mexicano. […] El papel fundamental que tuvo ha hecho que su figura nunca haya dejado de causar controversia. Sus principios liberales y su permanencia de 14 años en la presidencia le ganaron enemigos. Nosotros tenemos que juzgarlo como estadista. No fue el héroe de bronce de las estatuas, sino un hombre con grandes virtudes y muchas pasiones, cuya voluntad le permitió sobresalir entre sus contemporáneos. Su gran ambición era ver un México obediente de las leyes y en goce de sus libertades. Aunque por la foto que se reproduce siempre, parezca insensible, don Benito como nativo de la sierra oaxaqueña era alegre y gustaba de la música y el baile. Pero era austero, como persona que conocía la pobreza de la mayoría de los mexicanos. Por su correspondencia podemos saber que era buen padre y esposo, al que el destino le permitió disfrutar pocos momentos de paz en ese ambiente sencillo de clase media que vemos en sus habitaciones de Palacio Nacional. Lo importante para la historia es la firmeza con que sorteó momentos muy difíciles en la vida de México, lo que hace importante, la lectura de los Apuntes para mis hijos. G la Gaceta 21 a los demás estudiantes, generalmente por el atraso en que se hallaba la instrucción pública en aquellos tiempos. Comencé pues mis estudios bajo la dirección de profesores, que siendo todos eclesiásticos, la educación literaria que me daban debía ser puramente eclesiástica. En agosto de 1823 concluí mi estudio de gramática latina, habiendo sufrido los dos exámenes de estatuto con las calificaciones de Excelente. En ese año no se abrió curso de artes y tuve que esperar hasta el año siguiente para empezar a estudiar filosofía por la obra del padre Jaquier; pero antes tuve que vencer una dificultad grave que se me presentó y fue la siguiente: luego que concluí mi estudio de gramática latina mi padrino manifestó grande interés porque pasase yo a estudiar teología moral para que el año siguiente comenzará a recibir las órdenes sagradas. Esta indicación me fue muy penosa, tanto por la repugnancia que tenía a la carrera eclesiástica, como por la mala idea que se tenía de los sacerdotes que sólo estudiaban gramática latina y teología moral y a quienes por este motivo se ridiculizaba llamándolos “padres de misa y olla” o “Larragos”. Se les daba el primer apodo porque por su ignorancia sólo decían misa para ganar la subsistencia y no les era permitido predicar ni ejercer otras funciones que a requerían instrucción y capacidad; y se les llamaba “Larragos”, porque sólo estudiaban teología moral por el padre Larraga. Del modo que pude manifesté a mi padrino con franqueza este inconveniente, agregándole que no teniendo yo todavía la edad suficiente para recibir el presbiterado nada perdía con estudiar el curso de artes. Tuve la fortuna de que le convencieran mis razones y me dejó seguir mi carrera como yo lo deseaba. En el año de 1827 concluí el curso de artes habiendo sostenido en público dos actos que se me señalaron y sufrido los exámenes de reglamento con las calificaciones de Excelente nemine discrepante,3 y con algunas notas honrosas que me hicieron mis sinodales. En este mismo año se abrió el curso de teología y pasé a estudiar este ramo, como parte esencial de la carrera o profesión a que mi padrino quería destinarme, y acaso fue esta la razón que tuvo para no instarme ya a que me ordenara prontamente. G 3 Frase en latín que significa sin discrepancia, por unanimidad, es decir, que no hubo desacuerdo entre los profesores que le examinaron para aprobarlo. Las horas de mayor angustia de Juárez Juan de Dios Peza Aún estaba el águila en el nido. El hombre que más tarde había de culminar en nuestra historia como salvador de nuestra segunda independencia, era un chiquillo que hablaba en idioma zapoteco y vivía en la humildísima cabaña donde pobre e ignorado naciera. Cerca de su jacal se extendía un lago que retrataba el diáfano y azul cielo que cobija la sierra de Ixtlán en el estado de Oaxaca. En el lago, adherido a la orilla, surgía un carrizal, donde el Este texto fue publicado en 1904 por Juan de Dios Peza en la obra Epopeyas de mi Patria, que el escritor dedicó a su hijo al sentir la “obligación de [hablarle] algo del pasado en que surgieron, se sacrificaron y murieron en defensa de la causa del pueblo muchos hombres dignos de ser imitados y enaltecidos”. El autor provenía de una familia conservadora que apoyó el gobierno de Maximiliano. A la muerte del emperador y triunfo de los republicanos la familia se exilió; el joven Peza, fiel a sus convicciones ideológicas, permaneció en el país y recibió con júbilo el triunfo del partido encabezado por Benito Juárez, quien se convirtió en su máximo héroe y ejemplo íntegro de lo que debía ser un servidor público. Peza tuvo la fortuna de conocer a su ídolo y de recibir apoyo directo de él para continuar sus estudios en la Escuela Preparatoria, institución remodelada por el régimen de Juárez para desarrollar una educación liberal y 22 la Gaceta niño indio cortaba las cañas, y algunas tardes se entretenía en arrancarles, para arrojarles al agua, las verdes y carnudas hojas. Alguna vez se internó en el macizo de verdura, tratando con infantil codicia de cortar la caña más larga y más delgada que cautivó sus ojos. El carrizal yacía sobre una gruesa capa de tierra y era movible como las antiguas chinampas de que nos hablan los historiadores. científica. Político y literato, Juan de Dios Peza fue una de las mejores plumas del país y digno miembro del primer grupo de preparatorianos que egresaron de aquella casa de estudios. La mayoría de los pasajes de Epopeyas de mi Patria tratan sobre Juárez y las luchas de los liberales contra sus enemigos políticos. El propósito pedagógico de instruir por medio de la ejemplaridad histórica es evidente en cada una de las páginas labradas por el escritor, donde la admiración por aquellos dirigentes, su entereza y responsabilidad ante la nación, a costa incluso de su vida, son subrayados para que los miembros de las nuevas generaciones (como su hijo) no sólo recordaran los eventos trascendentales, sino también los imitaran y asumieran el compromiso que tenían ante la realidad de su país y el progreso de la sociedad. G Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva número 423, marzo 2006 a Divertíase el chicuelo en tronchar el carrizo que más le gustaba, cuando uno de esos vientos huracanados que sacuden los pinos en las serranías agrestes, empujó aquella chinampa hacia el centro del lago, con tal velocidad que, cuando el niño quiso librarse del peligro de saltar en tierra, le fue imposible porque ya se encontraba muy lejos de la orilla. Midió con sus ojos brillantes y negros la inmensa distancia, y convencido de que todo esfuerzo para salir de su extraña barca era inútil, siguió con estoica indiferencia arrancando una tras otra las verdes hojas de la caña codiciada. El viento, cada vez más fuerte, impelió la chinampa hasta el lejano y opuesto lado de aquella laguna; pero allí era imposible bajarse, porque sólo había pantanos inmensos. Caía la tarde, y desde el sitio donde encalló la chinampa, el niño logró ver su jacal nativo como un pequeño punto negro perdido en el horizonte. Todo era soledad y silencio. Se hundió el sol tras las crestas de la sierra, reinó la oscuridad de la noche; el aire frío y húmedo rizaba apenas las aguas del lago, y el chiquitín, de pie entre las cañas, ni encontraba lugar donde acostarse, ni el sueño le cerraba los ojos, ni el miedo le contraía el semblante, ni un grito de desesperación se escapaba de su pecho. Las primeras luces de la mañana lo encontraron en la misma actitud en que se quedó ante el último crepúsculo. El niño sentía hambre y sed, y de vez en cuando mascullaba algún tierno cogollo de cañaveral y lo escupía sobre el lago, mirando al distante punto negro, el jacal, que hoy la república guarda como un monumento de gloria. Y corrieron las horas; el sol llegó a la mitad de su carrera y declinó hasta hundirse de nuevo en el horizonte. En plenas tinieblas sopló de nuevo un viento fuerte, y cuando el indio niño miró en su derredor, estaban por todas partes retratadas en el lago las estrellas del cielo. Sintió, después de algunas horas, que el carrizal se detuvo contra algo macizo y firme; permaneció quieto; esperó la alborada y entonces con júbilo, saltó a la orilla. ¡Estaba salvado! El jacal quedaba a larga distancia, pero llegó a él corriendo y refirió en su dulce lengua zapoteca su triste aventura. “Ésas fueron las horas de mi mayor angustia”, decía el gran Benito Juárez a su hermano político don José Maza, que fue quién me refirió esta historia… “Pues dios miró con ojos de piedad a nuestra patria —respondió don José—, porque si el carrizal no vuelve impelido por los vientos, acaso no habría habido leyes de Reforma ni segunda independencia.” G a Fernando Iglesias Calderón y la defensa de Juárez Andrés Henestrosa El FCE cuenta en su catálogo con Las supuestas traiciones de Juárez, de Fernando Iglesias Calderón: este fragmento del prólogo sirve para explicar en parte el fuego que, a comienzos del siglo XX, cruzaron quienes querían demoler toda estatua de Juárez y diversos historiadores liberales —Yo soy el presidente de México —dijo sereno Porfirio Díaz—. Y he venido a pedirle que responda al libro de Francisco Bulnes, pues sólo usted puede hacerlo con acierto y con verdad. Su condición de historiador, de patriota, de liberal y de hijo de José María Iglesias, así lo acreditan y lo hacen esperar. —Pero yo no soy empleado suyo, ni su escribano, ni su amanuense, ni nada… Si lo hiciera, sería cosa mía, cuando Si está escrita, no recuerdo haberla leído. La conozco referida por José E. Iturriaga, quien la oyó del propio Fernando Iglesias Calderón. La anécdota es hermosa, y es ejemplar: transparenta y define a sus protagonistas: dos hombres a quienes la historia y el destino conduce a subordinarlo todo a dos máximos amores: el amor a la patria y el amor a la Verdad. Y los dos salen engrandecidos de la dramática cita de la historia y del destino. Cuando estaba recién publicado el libro de Francisco Bulnes, se presentó en casa de Fernando Iglesias Calderón —calle de Atenas núm. 24—, sin anuncio ni cita, el general Porfirio Díaz. El sirviente le abrió la puerta. Dio aviso de que en la sala se encontraba el presidente de la república, Iglesias Calderón trabajaba a esas horas en su biblioteca, en ropas caseras. No sólo encontró inusitado el caso, sino que le produjo una violenta contrariedad. Y vestido como estaba, sin cuidarse de su desaliño indumentario, se dispuso a afrontar el desagradable encuentro. —¿Qué hace usted en esta casa? —preguntó Iglesias Calderón—. Le ruego que la abandone en el acto —agregó con firmeza. número 423, marzo 2006 la Gaceta 23 a a creyera oportuno hacerlo, y no a petición, sugerencia y orden Eso evitó que este volumen de sus “Rectificaciones histórisuya. cas” apareciera como eran los deseos del autor, el mismo día de —Con eso me basta —respondió Porfirio Díaz, al tiempo la celebración del centenario del natalicio de Juárez, 1906, sino que abandonaba la casa de Fernando Iglesias Calderón. un año más tarde, 1907, pero sin que por ello perdiera su caEs el remoto origen de Las supuestas traiciones de Juárez. rácter de homenaje centenario. Más aún: lo ratifica en el próLa obra de Bulnes, El verdadero Juárez y la verdad sobre la logo. “Me complazco —dice— en ratificarlo al escribir estas intervención y el imperio, fue publicada en 1904, con el avieso, líneas, hoy, primer aniversario, dentro de su segunda centuria, aunque a la postre frustrado propósito, de reducir las glorias de del natalicio de tan gran patriota.” Juárez, cuando faltaban dos años para el centenario de su naciFernando Iglesias Calderón fue hijo de José María Iglesias. miento. La reacción que produjo entre amigos y enemigos fue Era nieto, hijo y sobrino de soldados y civiles republicanos. Las enorme y ruidosa, lo que a más de asegurar su difusión acrecendiferencias entre Iglesias y Díaz determinaron la conducta del tó la fama de un autor que de ese modo se atrevía con una de las hijo, que se mantuvo hasta el final contrario al general Díaz y glorias nacionales, si no era que con la máxima gloria nacional. a su sistema político, como lo atestiguan la anécdota referida y La polémica, casi toda ella reducida en los primeros días a el hecho de haberse negado a formar parte de la comisión eninjurias, declaraciones, diatribas, insultos, permitió a Bulnes cargada de organizar los actos de homenaje a Juárez en el fáciles victorias y ocasión para burlarse de los progresos de lo centenario de su nacimiento. En compensación, apresuró la que él llamó la idiotez nacional, a la vez que su libro afirmaba edición de su libro, que, como ya está dicho, formó parte de la apariencia y calificación de irrefutable y de historia verdadeaquellos homenajes. ra. “Propúseme —dice Fernando Iglesias Calderón— esperar En la refutación a Bulnes y a todos sus partidarios, secuaces, a que la polémica que se anunciaba pusiera de manifiesto los epígonos, concurren muchas circunstancias favorables, que errores contenidos en dicho libro y en la injusticia de los carexplican y propician su eficacia y su venturoso éxito. Iglesias gos hechos a Juárez con fundamento en los tales errores; y sólo Calderón era un historiador, un amante de la verdad, un patrioen caso de que la polémica resultara deficiente, terciar en el ta, que tenía legítimo orgullo de las hazañas y glorias de su debate, como constante defensor de la verdad.” pueblo. Era hijo de uno de los hombres cuyas responsabilidades Poco tiempo después, el editor Santiago Ballescá planeó no podían ser ajenas a la acción de Juárez durante el periodo a la edición de un libro en el que en una serie de monografías, que se contrae la historia por él escrita. No sólo a Bulnes, sino de una manera razonable y completa, se refutara a Bulnes. a los demás enemigos de Juárez, de México y de su padre, dio Para ello invitó a historiadores y literatos, en esa hora los más respuesta y refutó con pasión, elemento también válido y necedistinguidos, entre ellos a Iglesias Calderón, Carlos Pereyra y sario al historiador, con tal de que la sepa gobernar y sea aqueVictoriano Salado Álvarez. En el reparto de los temas, le fue lla pasión fría que dijo el filósofo. “Mis ‘Rectificaciones’ —esasignado a Iglesias Calderón el de las supuestas traiciones. cribió, en efecto— están inspiradas en la verdad y gobernadas El proyecto de Ballescá no tuvo efecto, pero los tres autores por la razón.” En el proceso que levanta a Bulnes ante el tribureferidos escribieron las monografías que a cada uno se había nal de la historia, se ve impelido a contradecir, reducir y aun a encomendado. Acaso pudiera agregarse a esos nombres el de negar la autoridad de historiadores y escritores tenidos por arGenaro García, aunque Iglesias Calderón no lo mencione y dorosos liberales y maestros consagrados. “Quita un laurel mal cuyo libro, Juárez. Refutación a Francisco Bulnes (1904), tiene puesto y nadie logra de nuevo colocarlo”, escribió Manuel las características que el editor Ballescá Márquez Sterling. No quería Iglesias Calderón, señaló para las monografías que se proNo fue fácil, sin embargo, para Igley en eso coincide con Carlos puso. sias Calderón reducir la cuestión a sus Pereyra, que fueran la admiración Fue esta la circunstancia que llevó a términos históricos. Mucha tinta y ciega, la adhesión partidista, el Iglesias Calderón a publicar Las supuestas mucho papel se habían consumido en la instinto a que aludió Bulnes, traiciones de Juárez, en forma de cartas, contienda. En su contra se habían aliado los que releven de culpa a Juárez, antes que el libro, en El Tiempo, que dilos enemigos naturales de Juárez, así sino la crítica histórica, el fallo rigía Victoriano Agüeros, periódico y como algunos antiguos juaristas, ahora de la historia, armados y fundados escritor de tendencias marcadamente colocados en la nueva administración, en documentación científica. No el opuestas a Juárez, y en algunos otros cuando no desertores de las filas liberadocumento solo, sino el criterio periódicos liberales de la capital, como les desde antes del triunfo republicano, con que se maneja, pues suele El Diario del Hogar, de Filomeno Mata, y cuando las disensiones entre Juárez y los ocurrir que siendo verdaderos los luego reproducidas en otros de provingenerales Jesús González Ortega y Pordocumentos, la historia resulta falsa cia: El Correo de Jalisco de Guadalajara, firio Díaz. Para defenderse, para justifiEl Correo de Sotavento de Tlacotalpan, La car su deserción, o por error de entendiVoz del Norte de Saltillo y El Espectador de Monterrey. miento, se pusieron del lado de Bulnes, acaso sin proponérselo Mientras tanto, la discusión crecía y se embrollaba. La aparideliberadamente. ción de Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma (1805), en Tampoco pasó por alto los errores, debilidades y omisiones que Bulnes agregaba a los cargos anteriores otros nuevos, si pode los amigos, compañeros y partidarios de Juárez. Lo hizo con sible más graves, relacionados con los incidentes de Antón LiGuillermo Prieto, que era su padrino de bautismo, y sin quitarzardo y el Tratado McLane-Ocampo, presentándolos en forma le honradez, fama y gloria, condenó aquella su funesta y malaparatosa e impresionante, hizo que Iglesias Calderón ampliahadada inclinación de confiarlo todo a su memoria. Con toda ra el plan de su libro, pues los cargos, por su propia índole, valentía lo dijo todo, y consignó los documentos probatorios, en briosos, severos, inclementes y gallardos razonamientos, quedaban bajo el tema de las supuestas traiciones. 24 la Gaceta número 423, marzo 2006 a en alegatos muy bien armados. Lo hizo con Ignacio Mariscal y con Matías Romero, embajador de Juárez en Washington. Como Mariscal se dejara decir en el brindis del Auditorium (Chicago, iii, 1899), que la derrota de la Intervención se debió a la benéfica influencia y al auxilio de los Estados Unidos —cosa completamente falsa, como lo reconocieron entonces, después y ahora, no sólo publicistas nacionales, sino también ilustres norteamericanos, lo mismo políticos que historiadores, literarios y biógrafos—, Iglesias Calderón escribió, para refutarlo pormenorizadamente, El egoísmo norteamericano durante la intervención francesa (1905). En el fragor del proceso, en el lúcido arrebato, siempre encuentra el testimonio que busca. Una cita de Luis Pérez Verdía, historiador irrefutable, parece resumir esa parte de la discusión. “No fue la diplomacia americana —vino a decir Pérez Verdía—, sino el cañón de Sadowa, el que dio al mariscal Bazaine la orden de retirada de las tropas francesas.” […] No quería Iglesias Calderón, y en eso coincide con Carlos Pereyra, que fueran la admiración ciega, la adhesión partidista, el instinto a que aludió Bulnes, los que releven de culpa a Juárez, sino la crítica histórica, el fallo de la historia, armados y fundados en documentación científica. No el documento solo, sino el criterio con que se maneja, pues suele ocurrir que siendo verdaderos los documentos, la historia resulta falsa. Y eso fue lo que Iglesias Calderón y otros historiadores hicieron para invalidar la aparatosa argumentación de Francisco Bulnes: manejar con criterio histórico los documentos. Mucha insidia, mucha argucia, todos los recursos de la falacia y la sofistería se han usado para dar a la mentira apariencias de verdad en la lucha por derribar a Juárez del pedestal que le ha levantado la gratitud nacional. Los partidarios y defensores de Juárez, y más que sus defensores y partidarios, los amantes de la verdad, esto es, los historiadores, han tenido que desplegar una mayor habilidad, vigilia y entendimiento para atajar la falsedad y la patraña tan espectacularmente urdidas. Uno de ellos, tal vez el que mejor aprovechó el monte de papeles escritos al respecto, fue Fernando Iglesias Calderón. […] Iglesias Calderón sólo por excepción pierde la compostura. A lo largo de centenares de páginas se mantiene ecuánime, respetuoso de la dignidad de los hombres, de su derecho a discrepar y a pensar libremente, aunque en el ejercicio de esos sagrados derechos yerre. La mentira deliberada, la mala fe, lo sublevan y remueven sus naturales impulsos de levantar la voz, o proferir malas palabras. Pero se contiene: hace la guerra porque no la puede rehuir, la hace señor de sus pasiones, y hasta pudiera decirse que la hace con alegría. La figura paterna lo preside todo. A ella se vuelve cuando el enemigo, empeñado como él en ganar la partida, parece que gana terreno y le asiste la razón. Y esto es apurar los recursos de la lógica, aprovechar la erudición que con los años y los estudios ha acumulado, para salvar, de la aparente victoria del sofista, los fueros de la verdad, que es su arma ofensiva y defensiva: su espada y su escudo. […] El libro en que se funda toda la fama de Bulnes, El verdadero Juárez y la verdad sobre la intervención y el imperio, contiene entre líneas más de un juicio acerca de la era porfiriana, o porfiriato, y acerca de la clase conservadora, tan graves como los cien que creyó acumular contra Juárez y sobre la causa de la república, que es la del progreso en nuestros días. Pero la clase que le pagaba se lo perdonó, sólo porque por su pluma tomaba desquite y desahogo. Porfirio Díaz, conocedor profundo de los hombres y las cosas de su tiempo y de su pueblo, no; y es fama que le dijo a Bulnes cuando éste le ofreció un ejemplar del famoso panfleto, que esperaba que alguna vez escribiera otro que se llamara El verdadero Díaz. En efecto, Bulnes lo escribió. Y ¿no hemos visto ya que Porfirio Díaz pidió a Fernando Iglesias Calderón que lo refutara, porque era el único que podía hacerlo con verdad? El verdadero Juárez produjo una conmoción nacional, insistimos. Centenares de artículos, folletos, libros, libelos, panfletos, salieron de nuestras prensas para atacar, sin lograrlo, aquel sacrilegio: un estado de ánimo previo y latente, el resentimiento de la clase vencida, encontró en las páginas de Bulnes su confirmación, aunque en la fila opuesta no causaron mella: la devoción juarista se afirmó, la estatua del héroe creció más de un palmo y se multiplicó al recibir del propio gobierno de Porfirio Díaz consagración nacional. Y se puede decir que el héroe y el patricio, el iconoclasta y el panfletario, quedaron frente a frente: el uno, con la Constitución y la bandera en las manos, y en los labios el himno; y el otro, con su libro en la mano. Al grupo, agréguese a Fernando Iglesias Calderón, autor de Las supuestas traiciones de Juárez, a la que jamás objetó Bulnes de manera sistemática, ni se confesó vencido, pese a la declaración de que lo haría si la victoria no quedaba de su parte. Y no quedó. G a Símbolo de la soberanía nacional Salvador Novo Éste es un discurso pronunciado en el palacio nacional el 19 de julio de 1966, con motivo de las anuales, y no siempre tan afortunadas, exaltaciones de la memoria de Juárez Si consciente de mi carencia de dotes oratorias, he aceptado el honor de pronunciar hoy lo que en mis labios no podrá alcanzar la altura de un discurso, es porque siento que acercarse a la número 423, marzo 2006 figura de Juárez no necesariamente entraña en quien lo haga la vocación del panegírico, ni la dudosa felicidad de la elocuencia. No exige el patricio las nubes de un incienso que instale entre él y quien eleve la mirada a la claridad imperturbable, de su perfil, una distancia que los divorcie, mientras aroma su relación con perfumes de muerte. Ni acercarse a él presupone la jactancia de que al cúmulo de brillantes exégesis que el respeto y la admiración universales han allegado al estudioso de nuesla Gaceta 25 a a tra historia para documentar la minuciosa disección de su vida en cualquiera de los ramos del saber humano. El deseo de y de su obra, pudiera una voz débil y una pluma modesta agresaber y de ilustrarse es innato en el corazón humano. Quítengar un elogio que ya no se haya dicho, o contribuir un dato que se las trabas que la miseria y el despotismo le oponen, y él se no sea conocido. ilustrará naturalmente, aun cuando no se le dé una protección Fechas, libros y estatuas: si bien, en su estatismo, son gerdirecta.” men y votivas lámparas que preservan y delegan de una en otra Hoy, el gobierno de la revolución ha llevado hasta sus últigeneración de mexicanos el culto y el recuerdo; si son el atalamas consecuencias este temprano pensamiento de Juárez. El ya y el ejemplo de una existencia cumplida y cimera, no consseñaló el primero causas y males; y en la medida de los escasos tituyen ciertamente la única perdurable presencia de Juárez recursos de su tiempo, acudió a remediarlos. Es clara ahora la entre nosotros. Son como las coronas fúnebres depositadas supervivencia cumplida de su esquema de redención, cuando sobre el mármol de su reposo. Son concreción y símbolo del de acuerdo con las leyes —el arma invencible que él esgrimió amor que los mexicanos de ayer le tuvieron; de la admiración siempre, después de forjarla con el acero de su inteligencia y de que los extranjeros le profesaron. Se le tributan —en la ceresu intuición, en el yunque de la voluntad popular—; cuando monia, en el panteón o en el plúteo de las bibliotecas—; son en de acuerdo con las leyes de una constitución que es hija robuslas fechas cívicas como llamadas de honor; y se apagan los dista de la de 1857, el hombre, el ciudadano, ya no carece de lo cursos, o se empolvan los libros, mientras nos reintegramos a preciso para alimentar a su familia, ni ve como un bien muy reuna vida que, en apariencia, al restituirnos a un siglo que Juámoto la instrucción de sus hijos, ni éstos alquilan su débil trarez ya no alcanzó, le instala en un pretérito reverenciado y bajo personal. En la Ley del Trabajo; en el Seguro Social; en la muerto. protección de la infancia; en la diversificación de la enseñanza Pero ¿es así? ¿No está Juárez aún vivo y presente en la patria y en su tecnificación, se realizan hoy, como en el árbol frondoque hoy lo recuerda, entre nosotros, que visitamos su recinto? so se multiplica y cumple el sueño críptico de la milagrosa sePienso, al contrario, que nos es imposible, en 1966, disomilla, los ideales de Juárez. ciar el presente nuestro y el pasado suyo, que en nuestros días Cuando hoy vemos a la mujer compartir derechos y deberes asume una clara, vigorosa continuidad; que es marcha aceleracívicos y sociales con el hombre, estamos también asistiendo a da y sin tregua en el camino que él desbrozó para México: el la realización de un programa suyo de gobierno, que preconicamino que él recorrió, trazando al hacerlo la configuración zaba “formar a la mujer, con todas las recomendaciones que material y espiritual, eterna por ende, de la patria. exige su necesaria y elevada misión, es formar el germen fecunIndio zapoteca: de la raza que labró en piedra los milagros do de regeneración y mejora social”. de Mitla y de Monte Albán, podemos imaginarlo como el desCuando aún no extendía hasta la capital de la república el pertar, como el surgimiento de la más antigua y auténtica sitrazo de la patria, nacida en su persona en la sierra de Guelatao miente racial: como al mexicano que por sangre, lo es más que y asentada para una primera floración en el almácigo de Oaxalos iniciadores de una Independencia criolla y mestiza. Nacido ca, ya desde ahí y desde entonces percibía la necesidad de inteen los montes, como las fuerzas mágicas de la naturaleza: como grar, de las partes, el todo de un país a la sazón escindido por los dioses —los trece dioses zapotecas— en quienes el niño alcabalas, distanciado por falta de caminos, y ajeno a un mundo pastor ya no creía, porque se apresuraron a revelarle otros. en el que debía conquistar un sitio. “Yo veo que es fácil —esCuando el niño va a pie desde la sierra hasta la ciudad —desde cribió— destruir las causas de esa miseria. Facilitemos nuestra Guelatao hasta Oaxaca—, la patria ha comunicación con el extranjero y con dado con él el primer paso en configulos demás estados de la república, abrienDe nuevo, a partir del 31 de mayo rarse en la mente y en el corazón del do nuestros puertos y nuestros caminos; de 1863, el mapa de México va estudiante, del abogado, del gobernador. dejemos que los efectos y frutos de pria trazarse bajo las ruedas del Allí permanece, madura, toma concienmera necesidad, de utilidad, y aun los de carruaje en que peregrina su cia de sí mismo y de sus deberes. lujo, se introduzcan sin gravámenes ni soberanía: San Luis, Saltillo, Cuando hoy hallamos natural y plautrabas; y entonces lo habremos logrado Monterrey, Paso del Norte. Nada sible que la educación impartida por el todo.” más dramático ni grandioso que estado se complemente con los desaPero si su intuición le hacía avizorar la imagen de este indio adusto e yunos escolares, estamos ya lejos, y por desde la provincia las magnitudes de la irreductible, símbolo y encarnación paradoja, cada vez más cerca, de una patria y los horizontes del mundo; y en de la soberanía nacional, seguido realización que se inspira en sus lúcidos la provincia poner a prueba la bondad de en su éxodo por su gabinete raciocinios. Es el gobernador oaxaqueño su visión de estadista, no tardaría en y por un puñado de leales quien primero percibe que el atraso no ampliarla hasta la capital: en vincularse a puede cancelarse con la instrucción, si ésta no se acompaña con los latidos del corazón liberal con que los constituyentes del 57 la abolición de la miseria: “El hombre que carece de lo preciso se esforzarían en galvanizar la inercia rígida de un México, si para alimentar a su familia, ve la instrucción de sus hijos como libre ya de las cadenas políticas, aún aterido por las espirituales: un bien muy remoto, o como un obstáculo para conseguir el un México que aún no se encontraba a sí mismo: que aún no sustento diario. En vez de destinarlos a la escuela, se sirve de aprendía a distinguir a los hombres perecederos y mutables, de ellos para el cuidado de la casa o para alquilar su débil trabajo los programas, que sólo depurados en leyes son capaces de personal, con que poder aliviar un tanto el peso de la miseria conjugar las duras experiencias del pasado, asentarse en ellas y que lo agobia. Si ese hombre tuviera algunas comodidades; si erigirse en faros asomados al porvenir. su trabajo diario le produjera alguna utilidad, él cuidaría de La Constitución del 57 irradia como un sol nuevo a ilumique sus hijos se educaran y recibieran una instrucción sólida nar los ámbitos de una patria convulsa y desangrada. Los años 26 la Gaceta número 423, marzo 2006 a siguientes van a integrarla. Y será Benito Juárez quien, al recorrerla, la engrandezca con su presencia, y se engrandezca al contacto errabundo de la dispersión de esa patria. Jalapa, la prisión de San Juan de Ulúa, La Habana —y Nueva Orleans—. Es el destierro; pero es también el contacto con otro país, vecino, empeñado asimismo en consolidarse, y amigo reconciliado. La patria se amplía y delimita, mirada a la distancia de la esperanza. A ella se puede regresar y servirla humildemente desde Acapulco hasta el triunfo liberal. Pronto vuelve Juárez a peregrinar, y con ello, a llevar consigo el escudo y la espada de la legalidad: a Querétaro, a Guanajuato, a Guadalajara, a Colima, a Manzanillo. Las puertas que pedía que se abrieran, lo reciben en Veracruz —y las leyes de reforma son promulgadas: las que serán cimiento inconmovible del México soñado en Oaxaca. De nuevo, a partir del 31 de mayo de 1863, el mapa de México va a trazarse bajo las ruedas del carruaje en que peregrina su soberanía: San Luis, Saltillo, Monterrey, Paso del Norte. Nada más dramático ni grandioso que la imagen de este indio adusto e irreductible, símbolo y encarnación de la soberanía nacional, seguido en su éxodo por su gabinete y por un puñado de leales. A las torpes ambiciones locales que habían antes dividido al país, se sumaba ahora la agresión extranjera, con todos los recursos materiales del triunfo, a enajenarlo. “Y pues lo tenéis todo, falta una cosa: dios” —pudo exclamar muchos años después el poeta—; Juárez, errabundo, sabía que Napoleón III lo tenía todo; pero que faltaba el único dios en quien él creía: la ley, la legitimidad, la soberanía emanada de la voluntad popular. Y la ley se impuso y triunfó. Y a su conjuro, obró el milagro de consolidar, unificada, la patria republicana, perdurable, digna y capaz de realizar los más altos sueños del hombre austero que había señalado con dedo inflexible las rémoras que la frenaban; y que había estipulado la firmeza de los principios que habrían de superar, en paz y en concordia, aquellas rémoras. “En estas circunstancias —confía el benemérito en una carta a don Basilio Pérez Gallardo— una sola cosa puede consolarme… y es el convencimiento de que no pasarán ya perdidas para los mexicanos las lecciones de la experiencia; y que unidos como hermanos por el vínculo poderoso de las ideas, sabremos utilizar con acierto la enseñanza de lo pasado al pensar en el porvenir.” Así lo ha hecho el México en que Juárez pervive —raíz del árbol que la revolución fortaleció, sin adulterarlo, con su sangre—. Nuestro México no olvida su pasado cuando avanza, firme, hacia el porvenir. “Cátedra insigne de México” —llamó a Guelatao de Juárez el candidato Díaz Ordaz al visitarla el 14 de enero de 1964. Cátedra, en efecto, permanente, de legalidad, fórmula internacional de convivencia: El señor presidente de la república cifró en aquella ocasión el concepto que hoy he intentado dirimir ante ustedes al invitarles a asomarnos, a percibir en el aire de libertad y de progreso que respiramos, la vigencia de Juárez. Dijo entonces el señor Presidente —y yo no podría expresarlo mejor para concluir—: “Juárez y México están fundidos para siempre. Pronunciar el nombre de uno implica pronunciar el nombre del otro. México, antes de Juárez, no era sino un alboroto de facciones; después de Juárez, fue simplemente, la patria.” G a Emancipador de la conciencia humana El Federalista Hemos recuperado este y los siguientes textos de La prensa valora la figura de Juárez, estudio y compilación de Carlos J. Sierra que la Secretaría de Hacienda publicó en 1963. Este artículo se atribuye a la redacción El Federalista, diario en el que apareció el 18 de julio de 1874 Las grandes ideas, para convertirse en grandes realidades, necesitan encarnarse en alguna de esas individualidades poderosas que aparecen de tiempo en tiempo en la historia, y que son, por decirlo así, guías más bien que servidores de la causa eterna del progreso humano. Uno de los fenómenos históricos más raros es el de la concentración en un solo hombre de estas dos misiones, con una de las cuales basta para sobrepasar el límite de las fuerzas morales de una personalidad sola: la iniciación y la ejecución de un movimiento político, social o religioso. Uniendo los dos extremos de la vida pública de Benito Juárez se palpa este resultado: inició, sancionó y consumó la victoria de la emancipación de la conciencia humana en su país, como Guillermo de Orange, como Jorge Washington, las dos número 423, marzo 2006 personalidades más completas de la historia; Juárez fue un hombre necesario. Fue un corolario obligado de una de esas grandes leyes que rigen el desarrollo social de la especie humana, leyes misteriosas, cuya vaga analogía con las leyes físicas percibimos tan sólo, pero que, teniendo por el eje el espíritu del hombre y por perímetro la perpetua transformación de las cosas y la inanidad de la muerte, sólo nos revelan por algunas series de realidades concretas, como el infinito espacio en el cual nos sentimos vivir, pero que no alcanzaremos a percibir jamás. La teoría de los hombres necesarios, en la cual creemos con la misma inquebrantable convicción que en el progreso final de los pueblos, sólo puede inducirse de los hechos innegables. Los gérmenes de las ideas modernas en México datan sin duda de la formación misma de la sociedad actual en el siglo xvi; pero qué lenta, qué laboriosa ha sido esa marcha, y cuán lejos estábamos de una organización definitiva de esos principios, cuando estalló 1a revolución de Ayutla. Esta revolución misma, que parecía ser un sacudimiento incontrastable de nuestra secular apatía y que respondía a uno de los movimienla Gaceta 27 a a tos más profundos de la opinión de que hay ejemplo en nuesciencias abdicaran en la conciencia de un solo hombre; bastaba tros anales, amenazó ruina al otro día del triunfo, gracias a un que todas las libertades abdicaran en la libertad de un tirano defecto de nuestro carácter nacional, el espíritu de transacsolo (y este era el dogma religioso y social de la época), para ción, hecho carne en el hombre desgraciado que regía entonque la colisión fuera inevitable, para que la dignidad humana ces nuestros destinos. despertase un día en el corazón de los siervos; y aquel día de Era preciso, y parecía imposible, que se levantara de entre incontrastable fuerza debía ser el último del régimen colonial, aquel génesis de un nuevo periodo, un gran carácter, una inteprolongado mucho más acá de nuestra independencia. ligencia que concibiera simplemente el derecho, que no supie¡Qué papel el de Juárez en esas horas supremas! Y cómo, ra distinguir un término medio entre el deber y la conveniencuando llegó a un llamamiento de la reacción en agonía el cia, y una voluntad que fuera una conauxilio de aquel que por desgracia de la ¡Qué papel el de Juárez en esas ciencia Francia llevó al trono imperial el espírihoras supremas! Y cómo, cuando Tal fue Juárez. tu esencialmente aventurero y rapaz de llegó a un llamamiento de la Esta inquebrantable firmeza, que alsu familia, la personalidad de aquel inreacción en agonía el auxilio de gunos, no sin probabilidades de acertar, dígena sublime creció a la altura de un aquel que por desgracia de la consideran extraña al temperamento mito! Era que el espíritu de nuestra naFrancia llevó al trono imperial el peculiar de nuestra raza, había de recionalidad despertaba; era que latía por espíritu esencialmente aventurero y presentar un papel decisivo en nuestros vez primera el corazón de una patria, rapaz de su familia, la personalidad destinos. bajo la mano austera y firme de Juárez, de aquel indígena sublime creció a la Ahora ya podemos empezar a juzgar sí, por la vez primera, porque entonces altura de un mito! de aquella situación. Ya nos separa de la patria no significaba un mote encuella mucho tiempo, y sobre todo, mucha bridor de nuestro raquítico orgullo, sino sangre; podemos ser imparciales, puesto que hemos vencido. que era la frase simbólica del derecho humano en combate con No encontrarán eco en la cavidad de esa tumba augusta las detodos los ultrajes; por vez primera, porque era aquella la gran clamaciones banales que nos pintan a la república de entonbatalla de la reforma, convertida en guerra de independencia; ces como una Babilonia clerical: mucho de eso había, porque era la defensa del trabajo libre, convertida en defensa del teel hombre que puede dominar y no necesita trabajar, es decir, el rritorio; era la bandera de un partido que se convertía en esfraile, se encuentra obligado fatalmente a todas las torpezas y tandarte de una nacionalidad; era que el sostén de una nacioa todas las corrupciones; pero aun cuando así no hubiera sido; nalidad era la expresión de la eterna lucha por la libertad del aun cuando aquellos soldados hubieran sido honrados y bravos hombre. como unos espartanos; aun cuando aquellos clérigos hubieran Todas nuestras esperanzas, nuestra fe, nuestro intenso dolor llevado la santa vida de Vicente de Paul, la lucha debía venir; formaron un pedestal gigantesco y sombrío, como si hubiera era aquella la lucha por la vida: no se trataba de una autonomía sido hecho con las rocas ensangrentadas de nuestras montañas, precaria, mantenida gracias a la mayor o menor utilidad de un a la figura serena de Juárez; en la hora del triunfo, cuando un vecino formidable, ni de vestirnos de un nacionalismo jactandestello del sol reverberó sobre aquella base indestructible, cioso, que más parecía inspirado por una suerte de provinciasobre aquella frente de bronce, comprendió el mundo lo que lismo de campanario, que por el culto santo y puro de la patria; ese hombre era, lo que esa personalidad significaba; la repúblino: se trataba de asimilarnos las condiciones de progreso de la ca recogió como en un haz divino todos los destellos de su moderna vida social; se trataba de quitar trabas a la inteligenalma, y los dispersó en derredor de aquella cabeza augusta. cia, para que no muriera atrofiada; se trataba de quitar trabas En medio de ese apoteosis, entre aquella fulguración intena la conciencia, para que no pereciera en la asfixia; se trataba sa, la misión de Juárez, como representante de la humanidad, de emancipar al hombre como instrumento de producción, de concluyó. Ni un solo recuerdo amargo se evoca hoy en derretrabajo y de libertad; para eso no necesitábamos que los opredor de su sepulcro. Le vemos bajar entre aquel triunfo inmensores fueran más monstruosos; bastaba con que todas las conso, no a la tumba, sino a la memoria inmortal de la patria. G Hidalgo y Juárez José María Vigil El Monitor Republicano albergó una columna de José María Vigil, que el 18 de julio de 1880 la dedicó a los pilares de la independencia mexicana. En el sumario respectivo daba cuenta de la “Inauguración de un monumento. Merecido tributo de gratitud popular. Principio y fin de la revolución mexicana. Hidalgo y Juárez” 28 la Gaceta El domingo último tuvo lugar la inauguración del monumento decretado a la memoria del ilustre ciudadano Benito Juárez. Fiestas de esta naturaleza honran grandemente a los pueblos en que tienen lugar, porque indican que en el fondo del corazón humano existe inextinguible el sentimiento de la gratitud, que se manifiesta de mil maneras hacia los hombres que han consagrado su existencia en bien y mejora de sus semejantes. número 423, marzo 2006 a El señor Juárez es uno de esos hombres excepcionales, cuyo y obedeciendo a un instinto que no los engaña, precipitan la nombre se haya identificado con los acontecimientos más immarcha de los acontecimientos, imprimiéndoles la dirección portantes de nuestra historia. De humilde origen, como la más adecuada al fin que se proponen. mayor parte de los héroes de la humanidad; de una raza que Dos figuras presenta nuestra historia que parecen vaciadas lleva todavía sobre sí el profundo sello que imprimió la mano en el mismo molde, pues ofrecen una grande analogía en los del conquistador, supo por la sola fuerza de su genio alzarse a rasgos prominentes de sus caracteres respectivos. Esas dos figuuna inmensa altura, en que dominando las tempestades revoluras son Hidalgo y Juárez. Ambos consagrados a tareas pacíficas, cionarias, sin sentir vértigos ante los no había motivo para aguardar de ellos insondables abismos que a sus plantas se esa energía indomable, ese valor heroico abrían, no temió desafiar las iras de los que se necesita para encabezar los granpoderes tradicionales que dominaban la des movimientos sociales. Almas de sociedad, ni afrontar el empuje de nabronce, en vano se cebaron en ellas la ciones poderosas, que habían resuelto envidia, el odio, todas las pasiones viles y destruir en nuestro país la libertad repurastreras que no temen vaciar su veneno, blicana, comprometiendo gravemente al verse profundamente heridas por un el principio de la independencia. poder que son incapaces de comprender Juárez tenía una vasta inteligencia, y de medir. Superiores a las preocupapero no fue ese su principal mérito. El ciones de su época, alzaron sin vacilar la secreto de su gloria se encuentra en la frente en medio de la oleada que amenaincontrastable fe de su corazón de pazaba sumergirlos, y cuando más trementriota, en esa especie de intuición que das rugían las tempestades a sus plantas, poseen ciertos hombres sobre los altos fijaban de hito en hito la mirada de águidestinos que tienen que llenar, y que los la en el sol de justicia eterna que inundaconserva serenos en medio de los mayoba su inspirada frente. Hidalgo y Juárez res peligros, cual si una voz misteriosa son el principio y el fin, el alfa y el omega les dijera que ningún temor deben abrigar, porque han venido de la revolución mexicana, y al través de medio siglo se dan las al mundo con una misión que nada les impedirá cumplir. César manos como dos genios gemelos que nacieron de la misma idea tranquilizando con su fortuna al barquero en medio de la temy encarnaron el mismo sentimiento. pestad; Napoleón penetrando en medio de los combates con la No es, pues, de extrañar que Hidalgo y Juárez sean los dos seguridad de no haberse fundido la bala que le había de herir, hombres más queridos del pueblo mexicano, que ve en ellos son notables ejemplos de esa fe que tiene algo de fatalismo, que sus representantes más fieles, las personificaciones más acabaacompaña siempre a los hombres superiores, al acometer y das de sus deseos, de sus sufrimientos y de sus esperanzas; y consumar las grandes empresas que una vez han concebido. no es de extrañar tampoco que las clases privilegiadas, las facDiríase que esos seres privilegiados, que reúnen a la vez el ciones que enarbolaron en todos tiempos la bandera del retrovalor del caudillo, la fe del apóstol y la abnegación del mártir, ceso y del absolutismo, no puedan pronunciar aquellos nomreconcentran en su alma como en inmenso foco, todas las asbres sin sentir los calambres del odio, las contorsiones epiléppiraciones legítimas de la sociedad en que viven; que escuchan, ticas del rencor que no olvida ni perdona. Esas clases jamás interpretan y encarnan las quejas de las clases desheredadas, los olvidarán ni perdonarán a Hidalgo, que haya lanzado el grito derechos desconocidos por los felices de de rebelión contra el derecho divino la tierra, las esperanzas que sonríen en que mantenía aherrojada a la colonia, ni Almas de bronce, en vano se un porvenir lejano, y las cóleras que a Juárez que haya roto el último eslabón cebaron en ellas la envidia, el odio, hierven en las esferas sociales donde de la cadena que ligaba a México con las todas las pasiones viles y rastreras sólo se ha sabido padecer y sufrir durantradiciones de la edad media. Hidalgo y que no temen vaciar su veneno, te una larga serie de generaciones. Juárez continuarán, pues, siendo el tema al verse profundamente heridas por Hombres de sentimiento y de acción, de estudios apasionados en que se emun poder que son incapaces de tal vez ignoran ellos mismos la magniplearán preferentemente plumas empacomprender y de medir. Superiores tud de las empresas que llevan a cabo. padas en la hiel del despecho y de la a las preocupaciones de su época, Naturalezas esencialmente sintéticas, impotencia. alzaron sin vacilar la frente en medio abarcan en su conjunto las situaciones, En cambio, la gratitud de los pueblos de la oleada que amenazaba descubren y generalizan las causas más emancipados, de los siervos convertidos sumergirlos ocultas, y salvando los límites de la lógien ciudadanos, de las multitudes restica y del tiempo, llegan de un salto a sus resultados más trastuidas al goce de derechos inalienables, fijará una mirada encendentales, como sí una fuerza interior los impulsara fuera de ternecida en esos dos astros de primera magnitud que brillan las vías comunes que trabajosamente recorren el político y el en nuestro cielo político; y en las épocas de duda, de oscuridad estadista. y abatimiento, el pueblo mexicano pronunciará los nombres de Mientras que el sabio pesa, analiza y descompone en el siHidalgo y de Juárez como los de dos genios tutelares, que lencio de su gabinete los grandes problemas sociales, perdiéndesde las regiones de ultratumba velan sobre los destinos de la dose a menudo en las quimeras que forja su propia inteligencia patria e inspiran a sus buenos hijos la fe, la constancia y la aby echando por el camino menos verosímil, los hombres de negación que ellos poseyeron en grado heroico, a fin de que su genio como Juárez remontan el vuelo a regiones inexploradas, obra sea llevada a feliz término. G número 423, marzo 2006 la Gaceta 29 a a Juárez a Justo Sierra Biógrafo apasionado de Juárez, Justo Sierra publicó el 21 de julio de 1872, en El Federalista y con dedicatoria a Emilio Castelar, este panegírico, en que el dolor personal se funde con la estimación histórica El más grandioso periodo de nuestra historia nacional acaba de cerrarse con el mármol de un sepulcro. ¡Juárez ha muerto! Intérpretes de la juventud liberal que ama en vuestra voz la personificación más elocuente de las democracias latinas, hemos querido asociarnos al duelo del país entero, hemos querido que, al pasar definitivamente a la posteridad, el nombre del patricio sellase vuestra carta de ciudadanía mexicana, y para nuestra gloria y para vuestra honra, colocamos sobre esa frente de gigante vuestro laurel de bronce. Vos lo sabéis: el que ha muerto encarnó en México el advenimiento de las ideas redentoras de nuestro siglo; su impasible figura se destaca en el horizonte matinal de la Reforma, como un dedo de granito escribiendo la profecía de muerte en medio de la orgía lúgubre de la reacción. Cuando ese raquítico soñador del mal (Napoleón III), que concibió desde su trono bizantino el designio de desenterrar el cadáver de la tradición monárquica de su tumba impura, profanó con sus legiones nuestra tierra americana, Juárez tuvo la suerte de representar el principio de las nacionalidades, reconquistadas por el derecho y conservadas por la libertad, contra el hombre que si pensaba restaurarlas por el pueblo quería guardarlas para los césares; fue el derecho de América a vivir, a respirar libre y soberana, desde donde engarzasen congelados cristales el eje imantado de los polos, hasta su cíngulo tropical, bordado por las constelaciones y cerrado por el sol; tierra peligrosa era la que dejaba correr a torrentes por los canales respiratorios de sus cordilleras de oxígeno generador de la fiebre de la libertad; el día brillaba tanto en América, que empezaba a iluminar las tinieblas europeas. Era nuestro cenit, una aurora en ultramar. Y temblaron los asfixiadores del género humano. La marea de la invasión subió amenazadora; todo quedó hundido, todo, exceptuando la rompiente en que se abrigó el arca santa de la república; todas las frentes se inclinaron, todas, exceptuando la frente de Juárez, que permaneció, ante el hundimiento de nuestra autonomía, erguida como sólo puede erguirse la conciencia ante la fatalidad. Y de ese escollo jamás quebrantado, tras la invasión que huía, de campanario en campanario, se precipitó nuestra águila anidando en los picos volcánicos de nuestra sierra, sublimes campanarios de los Andes americanos. Vos lo sabéis, vos que lo habéis proclamado así en la tribuna, al par que Victor Hugo en Patmos, y en Caprera, Garibaldi, el Ruy Díaz de la era nueva. Y por eso Juárez ha conquistado el derecho de hacer de la bandera mexicana su paño mortuorio. Mañana se levantará en Europa, contra ese gran recuerdo, la grita de los asalariados del odio. Os damos, tribuno, la palabra en defensa nuestra. Decidles que tenemos mucho amor a nuestra patria, para no santificar las virtudes del que ha muerto, y mucho orgullo para no arrojar sobre sus faltas el manto de nuestras glorias. Entretanto, al cerrar de la tumba junto a la cual suenan con eco tan solemne las palabras constancia y fe, hacemos ardientes votos por la república española, que será hija de vuestra fe y de vuestra constancia. Salud y fraternidad. G El camino de Damasco Ángel Pola El 18 de julio de 1902 apareció en El Imparcial, de la ciudad de México, este artículo que no es tanto una celebración juarista como un intento por explicar el cambio profundísimo en la imagen que el modesto niño zapoteco tuvo de su propio destino San Pablo Guelatao es un pueblito asentado en la rama Oriental de la Sierra Madre, a 55 kilómetros de la ciudad de Oaxaca. Su perímetro mide 20 950 metros y el número de sus habitantes asciende a 354. Sus casas son de adobe y teja; y sus edificios principales dos iglesias de arquitectura moderna, el Palacio 30 la Gaceta Municipal, el panteón y un portal, donde están las escuelas de niños y de niñas y la biblioteca pública. En el centro del poblado hay un jardín, y junto, una laguna de 80 metros de diámetro, cuyas aguas límpidas y serenas cambian de colores por quién sabe qué artes: unas veces son claras; otras negras; otras coloradas; otras de color café; en fin, pasan y repasan por mil matices. Por esto la denominan laguna Encantada. Frondosos y altos fresnos ciñen sus riberas y hacen delicioso el lugar, donde las familias celebran días de campo y verbenas, y discurren en los de fiesta al toque de la música del pueblo. El clima es tropical y templado. Se producen el limón, el naranjo, el mango y la caña; el durazno, la pera y otras frutas. número 423, marzo 2006 a Sus habitantes viven de la agricultura y la horticultura. Cosechan maíz, frijol, arveja, lechuga, rábano, tomate, cebolla, ajo y col. Siembran en primavera y en otoño, pero la primavera siempre es de regadío. El acueducto llega al río Hiloovetoo, afluente del río grande de Ixtlán. En este pueblito hay dos cosas, que son las más grandes: una choza, en contraste con lo demás del caserío, situada a 50 metros del palacio municipal, y una estatua, que destaca en el jardín. La estatua representa a un indio que nació en la choza: a Pablo Benito Juárez. De este indio, ejemplar peregrino de energía, cuyos padres fueron Marcelino Juárez y Brígida García, quedan de pie todavía gentes de su sangre: María Ruiz, de edad 100 años, mujer de Justo Juárez, primo hermano de Marcelino, y sus hijos Ruperto, Juan y Anastasio, que cuentan respectivamente 50 y 65 años. Vive también Felipe García de 90, primo de Pablo Benito Juárez. Dice Felipe que éste su primo, quedó huérfano de padres cuando rayaba en los ocho años; Marcelino falleció en el portal del palacio de gobierno de Oaxaca, en una de sus idas para vender fruta, y descansa en el Patrocinio. Brígida, en Guelatao y yace en uno de los templos. No le dejaron recurso alguno a Benito, sino su trabajo, que fue siempre su sostén. Entonces buscó refugio en el hogar de su tío Bernardino, de índole recta y severa, que tenía por intereses un solar contiguo a la Laguna Encantada y un rebaño de ovejas. El huérfano dedicóse a su cuidado. Antes del pastoreo, entraba en la escuela particular de Domingo García, nativo del lugar. Después, arreaba a sus animalitos. A veces, trepado a un árbol, les peroraba en su lengua, en zapoteco. Un día, el miércoles 16 de diciembre de 1818, por andar jugando con uno de sus amiguitos de infancia no advirtió que su rebaño había entrado a saco en una sementera. El propietario tomó en rehenes a las ovejas, en tanto no le fuese reparado el daño. Perdido de ánimo el pastorcito y puesta su consideración en la severidad de su tío, huyó del pueblo y tomó camino número 423, marzo 2006 de Oaxaca. Iba el pobrecillo con sólo su ropa en el cuerpo: sombrerito de palma, camisa y calzoncitos de manta y cacles. A trechos, parecía detener el paso para escuchar la voz de su conciencia en la lucha sostenida entre el amor a su hogar y el temple de su carácter. Así, con estas tempestades en su alma, hermosa y pura, llegó a la ciudad y paró en la casa de don Antonio Maza, español y amo de su hermana Josefa. Éste fue su camino de Damasco. A poco de transcurrir tiempo, Josefa le puso a servir con don Antonio Salanueva, tercero descubierto de la 3a orden de San Francisco y encuadernador de libros. Cerca de este buen hombre completó su instrucción primaria, y en seguida se matriculó en el colegio Seminario, en que había dos cátedras de gramática, una de filosofía, una de teología moral y otra de teología dramática. El 8 de enero de 1827 abrió sus puertas el Instituto de ciencias y artes del estado, y él fue uno de los primeros alumnos: se inscribió en la 8a. aula, que era la de derecho natural y civil, desempeñada por el licenciado José María Arteaga. La noche del jueves 30 de julio de 1829, en el instituto, defendió en acto público estas tesis de derecho: 1] Los poderes constitucionales no deben mezclarse en sus funciones. 2] Debe haber una fuerza que mantenga la independencia y el equilibrio de estos poderes. 3] Esta fuerza debe residir en el tribunal de la opinión pública. El 12 de agosto de 1830, en el mismo plantel, sostuvo públicamente estas otras conclusiones: 1] La elección directa es más conveniente en el sistema republicano. 2] Esta elección se hace tanto más necesaria cuanto más ilustración haya en el pueblo. ¿Todo esto no revela al pontífice impasible y perseverante de la república y la reforma? G la Gaceta 31 a a a a a a a a